¿Te acuerdas de la revolución?

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4.1. La colonización del centro

La globalización contemporánea ya no enfrenta a los países industrializados con los países subdesarrollados como ocurría hace un siglo. Produce una deslocalización de la producción manufacturera en estos últimos que actúan como subcontratistas, sin ninguna autonomía, ya que su existencia depende de capitales extranjeros. La polarización centro/periferia, trabajo asalariado/no asalariado, gratuito o muy barato, que le da a la expansión capitalista su carácter imperialista, continúa y se profundiza. Se instala tanto en las antiguas colonias sede de una nueva industrialización como en los países del Norte donde se organiza una forma de colonización interna –una novedad para destacar–.

Las revoluciones antiimperialistas del siglo XX atacaron la separación centro/periferia, que fue el principal resultado de la colonización iniciada a partir de 1492. La contrarrevolución capitalista revirtió esta ofensiva del proletariado mundial generalizando la “colonización”. Gilles Deleuze y Félix Guattari a principios de los años 80 ya habían evocado el “tercer mundo propio” y el “propio sur” dentro del norte. Posteriormente, Étienne Balibar habló de “colonización del centro” o de “hipótesis colonial generalizada”: “Cuando el capitalismo ha terminado de conquistar, repartir y colonizar el mundo geográfico –convirtiéndose en planetario–, comienza a recolonizarlo o a colonizar su propio centro”, escribió. Estos autores revelan la naturaleza de lo que se llama la precarización del trabajo y el desarrollo de la pobreza en el Norte: los “centros” de empleo estables y en constante contracción dominan sobre “periferias internas” de empleos precarios, mal remunerados o no remunerados, en incremento continuo.

La línea de color que separaba metrópolis y periferias se ha fracturado. Atraviesa y se infiltra en el Norte, trazando nuevas fronteras, nuevos territorios “salvajizados” y nuevas exclusiones /inclusiones.

En los “países emergentes” parte de la población está empleada en empresas subcontratistas, mientras que la gran mayoría cae no en la pobreza, sino en la miseria. Para Amin, la India ofrece el mejor ejemplo: “De hecho, hay aquí segmentos de la realidad que corresponden a lo que requiere y produce la emergencia. Hay una política de Estado que favorece el fortalecimiento de un sistema productivo industrial consecuente, hay una expansión de las clases medias asociadas a él, hay un aumento de las capacidades tecnológicas y de la información, hay una política internacional capaz de autonomía en el escenario mundial. Pero hay igualmente, para la gran mayoría –dos tercios de la sociedad– una pauperización acelerada. Se trata, por lo tanto, de un sistema híbrido que combina emergencia y lumpen-desarrollo”.

El índice global del hambre coloca a India, un país BRIC (Brasil-Rusia-India-China), en la posición 112 sobre 117 países (muy por detrás de Nepal: 73, Bangladesh: 88 y Pakistán: 94). No se trata de reserva de supernumerarios, como cree Samir Amin, sino de zonas de trabajo gratuito o mal pago.

En China, 300 millones de inmigrantes chinos son trabajadores incluidos por su exclusión (solo el 35% tiene contrato legal, acceso a la asistencia social, etc.) que sobreviven en la “economía informal” desplazándose de las zonas rurales pobres a los centros industriales, proporcionando mano de obra muy barata. Sin esta relación entre centro y periferia, entre empleo asalariado y empleo informal mal remunerado, el milagro chino habría sido imposible.

Estas poblaciones del Sur, devastadas por estas polarizaciones internas (colonización interna), están comenzando a ser sometidas a una especie de apartheid generalizado, como el experimentado por el Estado de Israel con los palestinos desde hace varias décadas. Los flujos migratorios tienen su origen en estas políticas de depredación y empobrecimiento de la mayoría de la población de los países emergentes y de la totalidad del resto.

La multiplicación del trabajo informal, precario, servil, etc., no está gobernada y capturada por la empresa y los asalariados, sino por las finanzas. Para el Sur del mundo, esto no es una novedad llegada con la última globalización. En 1961, Frantz Fanon dio una descripción del dispositivo de captura de valor (la colonia es una “realidad proteiforme, desequilibrada, donde coexisten a la vez la esclavitud, la servidumbre, el trueque, la artesanía y las operaciones bursátiles”),8 lo que sugiere que el capitalismo no ha decidido promover el modelo de salario y de estado de bienestar del Norte, sino una nueva forma de colonización que combina una multiplicidad y heterogeneidad de situaciones proletarias bajo el control de la máquina de crédito/deuda.

A principios del siglo XX, Lenin ya había señalado que la gran colonización en curso (lo que se denomina hipócritamente “globalización”) desde la primera parte del siglo XIX, que condujo a la conquista de la totalidad del planeta, estaba estrictamente ligada a la financiarización. Lenin tiene la intuición de que el crédito (“capital a interés”, como lo llama Marx) no solo anticipa la explotación del trabajo asalariado por venir, sino también la depredación futura del trabajo no remunerado, de la tierra y los recursos naturales, etc. La hegemonía del capitalismo financiero implica al mismo tiempo la constitución de monopolios y la colonización, la centralización de la producción y la concentración de la violencia directa a través del saqueo, sin meditar en la organización del trabajo, en realidades sociales no capitalistas (Rosa Luxemburgo).9 El “capital a interés”, si bien es un “vástago” del capital industrial, manifiesta claramente, a diferencia de este último, que la naturaleza del capitalismo es ser a la vez y de manera inseparable producción y depredación, organización del trabajo y organización de la guerra. En lugar de ser la “forma más externa y más fetichista” de producción, el “capital ficticio” –otro de los modos en que lo define Marx– es el verdadero capital del mercado mundial, abstracción y guerra a la vez.

Desde la época colonial, las finanzas evolucionaron porque las políticas depredadoras de la deuda a nivel macropolítico están asociadas al acceso al microcrédito para la actividad informal. Tras la explosión de pobreza y precariedad provocadas por las políticas de “ajuste estructural” llevadas a cabo por las instituciones financieras mundiales (Banco Mundial, FMI, etc.) para pagar la deuda pública, aumentó la deuda privada no solo de las empresas (sobrepasa largamente la primera), sino también de los pobres.

En los países del Sur, de la India a África,10 de Asia a América Latina, el acceso a los salarios y al estado de bienestar está bloqueado para una gran mayoría de la población. La “inclusión”, como dicen las políticas de las instituciones financieras internacionales, no pasa por el empleo y el bienestar, sino por el acceso al crédito, más precisamente al microcrédito (pequeños préstamos, incluso de 20 o 30 dólares). Una persona se endeuda para comprar un electrodoméstico, pagar las facturas del agua, la luz o simplemente para poder comer.

La deuda es el instrumento de control y de incentivo para el trabajo y la productividad de la inmensa cantidad de empleos precarios, domésticos y migrantes. Penetra en la vida cotidiana de los “pobres” para organizarla, dirigirla y sujetarla. El desarrollo de este trabajo y la afirmación de la financiarización son fenómenos estrechamente relacionados.

Esta estrategia, lejos de hacer desaparecer el racismo y el sexismo, los coloca en el centro de sus políticas porque constituyen, históricamente, los modos de producción y legitimación de la explotación del trabajo gratuito (de mujeres y colonizados) y las modalidades de sujeción que los vuelven posibles.

En Estados Unidos estas políticas se implementaron fácilmente porque su democracia siempre se ha caracterizado por la colonización interna. Desde la “revolución”, Estados Unidos es un país esclavista, segregacionista y profundamente racista. La novedad es la extensión del trabajo gratuito, desregulado e informal entre capas crecientes de proletariado blanco, lo que explica las grandes movilizaciones contra el asesinato de George Floyd. La cuestión racial asume una centralidad incluso a nivel institucional; la elección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos se jugó en torno a la supremacía blanca. Esta cuestión se convierte en una prioridad incluso en países como Francia, donde la cuestión de la inmigración, los ciudadanos franceses de origen extranjero y el islam es actualmente una obsesión del poder y la temática privilegiada por los medios. Detrás de la batalla política por el secularismo se juega la instalación y el control de la colonización interna que involucra a un número cada vez mayor de franceses.

4.2. La estrategia en los monopolios

Durante los años 80 y 90, los monopolios instauraron una nueva etapa de la centralización del capital. La agricultura es un ejemplo de este nuevo modelo de acumulación cuya acción destructiva sobre la “naturaleza” es ahora un hecho establecido. Mediante la venta de semillas y fertilizantes y el suministro de créditos, los monopolios11 controlan las fases iniciales de la producción. Con posterioridad, el flujo de mercancías y la fijación de precios no están determinados por el “mercado”, como sostiene la doxa neoliberal, sino por los monopolios del transporte a gran escala que compran los productos al precio que ellos mismos fijan arbitrariamente. El pequeño agricultor independiente forma parte de la masa cada vez mayor de trabajadores pobres, porque su remuneración se acerca a cero (300 euros al mes de promedio en Francia). Su supervivencia económica depende de las subvenciones europeas, alimentadas por los contribuyentes que les garantizan a estos mismos monopolios rentas colosales.

 

La financiarización contemporánea, la segunda arma de la estrategia capitalista, absorbe una renta colosal respecto del conjunto de las actividades. Esta sangría rentista se ejerce de forma privilegiada por medio de la deuda. Los monopolios no tienen ningún interés en reducir la deuda pública, ya que constituyen valores disponibles de fácil apropiación por parte de los mecanismos financieros. El Estado juega un papel decisivo en la transformación de los salarios y los ingresos en flujos de rentas. El gasto social, las jubilaciones y los salarios están ahora indexados en relación con el equilibrio financiero, es decir, al nivel de renta deseado por los monopolios. Para garantizar esta renta, los salarios, los gastos y las jubilaciones se ajustan siempre a la baja.

El capitalismo contemporáneo es un capitalismo oligárquico y rentista que no tiene nada de liberal.

A través de las finanzas, los monopolios no solo controlan la economía de los países capitalistas desarrollados, sino también la de los países del tercer mundo: las políticas de financiarización y endeudamiento fueron introducidas primero en África y en América del Sur en los años 80. Solo China, que participa del comercio y la producción mundial, persiste en su negativa de integrarse al mercado financiero. Los bancos, la moneda, las finanzas y las bolsas de valores permanecen bajo el control del Estado chino. El problema de los monopolios no es la competencia comercial e industrial de China, sino el hecho de no poder controlar, perforar y, si es necesario, destruir la economía y las instituciones de este país como fue el caso de otros países asiáticos a finales del siglo XX. Este fantástico medio de destrucción masiva, apropiación, expropiación, despojo y guerra social que representan las finanzas se detiene en las fronteras de China. Para la máquina capitalista resulta insoportable. Ante esta negativa a someterse al poder financiero de los monopolios, China fue convertida por el gobierno de Trump en un enemigo estratégico de Estados Unidos.

La acción de las finanzas no es parasitaria, del mismo modo que el capital financiero no es un “capital ficticio” (Marx). Juntos constituyen el pivote político del funcionamiento de la máquina capital/Estado en la época de su nueva concentración, la globalización.

4.3. El control de la técnica y de los recursos naturales

Los países subcontratistas están sujetos no solo a las finanzas, sino también al monopolio técnico y científico y el acceso a los recursos naturales. La fuerza de la máquina capitalista se basa en el control de la ciencia y la tecnología.

La tecnología y la ciencia, cualquiera que sea su poder, funcionan dentro de los límites impuestos por la máquina capital/Estado. Mientras todas las miradas están puestas en las empresas privadas (Google, Amazon, Facebook, el polo Silicon Valley, etc.) cuya capacidad de innovación es objeto de alabanza, el Pentágono y el Estado estadounidense mantienen celosamente el control estratégico de un sector construido desde cero durante la Segunda Guerra Mundial, que creció y se desarrolló a lo largo de la Guerra Fría y que, después de los años 70, fue delegado parcialmente a las empresas privadas. El Pentágono no solo es el principal empleador del mundo (tres millones de empleados), sino que continúa invirtiendo el doble que Google, Amazon, Facebook, Apple, etc., en investigación y desarrollo. El Estado y el ejército estadounidenses no solo han creado las condiciones para el desarrollo tecnológico, sino que siguen controlando y dirigiendo su evolución, porque la exportación de tecnología y las relaciones con otros países (China, Rusia, Irán, etc.) no están libradas a la iniciativa del mercado.

Para los monopolios y los Estados, el problema ecológico, el calentamiento global, Gaia o lo que sea, no constituyen un problema. El mundo solo existe en el corto plazo, el tiempo de retorno de la inversión del capital invertido. Cualquier otra concepción del tiempo les resulta completamente ajena.

Lo que les preocupa es más bien la desaparición paulatina de determinados recursos naturales. Su interés exclusivo es mantener el acceso a los recursos necesarios para el estilo de vida del Norte. George Bush había expresado muy claramente esta idea: “El estilo de vida estadounidense no se negocia”. En resumen: el mayor despilfarro de la historia, la sociedad de consumo estadounidense, debe ser realizado a costa de otros países, especialmente del Sur.

Los líderes de los monopolios saben que no hay recursos para todo el mundo y que el desequilibrio demográfico solo puede aumentar: actualmente el 15% de la población mundial vive en el Norte, el 85% en los países del Sur. Lejos de cualquier preocupación ecológica, dispuestos a talar hasta el último árbol de la Amazonía, saben que solo una militarización del planeta puede garantizarles el acceso exclusivo a los recursos naturales. El Norte necesita el 80% de los recursos disponibles del planeta para mantener su nivel de vida.

Como en los buenos viejos tiempos de las colonias, siguen dispuestos a resolver las disputas con el Sur por la fuerza de las armas (el armamento es una industria en pleno auge), y utilizan sus arsenales sin ningún reparo para apoderarse de todo aquello que creen necesitar. Los recursos de África son esenciales para ellos. Los africanos que viven allí, no tanto.

Esta estrategia funcionó más allá de lo esperado. Su éxito requiere que los monopolios se preparen para la guerra y anticipen posibles rupturas políticas, porque al igual que la crisis de 1929, la crisis actual abre una nueva secuencia posible de guerras y revoluciones que el colapso financiero de 2008 volvió más probables. La concentración, la globalización y la financiarización no resuelven las contradicciones que determinaron la crisis, sino que las exasperan. Las guerras son posibles. ¡Las revoluciones siguen siendo hipotéticas!

La guerra ha cambiado de naturaleza porque ya no se desencadena entre imperios como en la primera mitad del siglo XX. Lo que surge de la crisis no es el Imperio estadounidense, sino una nueva forma de imperialismo que Samir Amin llama “imperialismo colectivo”. Constituido por la tríada Estados Unidos-Europa-Japón, guiado por el primero de los tres, el imperialismo colectivo maneja sus disputas internas para el reparto de la renta. También lleva a cabo despiadadas guerras sociales contra las poblaciones del Norte para despojarlas de lo que fue obligado a ceder a lo largo del siglo XX y organiza conflictos armados contra las poblaciones del Sur para controlar sus materias primas y procurarse mano de obra barata. Los Estados que no implementan los “ajustes estructurales” necesarios para ser saqueados por la financiarización son estrangulados por los mercados, aplastados por las deudas o declarados “criminales” por los presidentes estadounidenses que hablan con conocimiento de causa del gangsterismo.

La novedad que apunta en este cuadro es la irrupción de China como potencia mundial. China compite con este imperialismo colectivo en todos los ámbitos: recursos, tierras, tecnología, armamento, etc. Mientras que el imperialismo colectivo consideraba al capitalismo chino como un subcontratista confiable (tanto industrial como financieramente, con China financiando las letras del Tesoro de Estados Unidos), el Partido Comunista de China siguió su estrategia: hacer del antiguo imperio medio una potencia mundial al transformar la máquina revolucionaria en máquina de producción.

Las luchas de clases y de las minorías que las componen se desarrollan en el interior de este marco que ha hecho imposible no solo el reformismo, sino incluso la democracia. Tras la reedición de la Belle Époque que transcurrió entre los 80 y los 90, la máquina capital/Estado despliega toda su fuerza destructiva y autodestructiva como hace un siglo: democracias autoritarias y liberticidas, convivencia del estado de excepción y el Estado de derecho, nuevas formas de fascismo, racismo y sexismo, guerras de clases, con el agregado de catástrofes de todo tipo (ecológicas, sanitarias, etc.).

5. UN SABER ESTRATÉGICO

Para analizar esta situación, partiremos de la afirmación programática de Gilles Deleuze y Félix Guattari, “la política está antes que el ser”, que puede interpretarse de la siguiente manera: el capitalismo no comienza con la producción, el patriarcado con el trabajo doméstico, la esclavitud con la explotación en las plantaciones, sino con la distribución política previa del poder entre las clases, determinada por las guerras de conquista, la apropiación violenta y la fuerza.

Las clases no existen antes de la guerra de conquista. Son el producto de ella. No hay obreros sin capitalistas, mujeres sin hombres, negros sin blancos. El surgimiento violento de las clases no está enclavado en un pasado concluido. El acto de separar a los que mandan de los que obedecen debe ser reproducido continuamente. La violencia fundadora y la violencia conservadora son contemporáneas.

Tanto las clases dominantes como las clases oprimidas se relacionan entre sí mediante estrategias de dominación o liberación. Es imposible encerrar su acción en un todo, un sistema, una estructura, porque se trata de relaciones de poder contingentes, provisorias, precarias, abiertas a la iniciativa política, a la acción. La estrategia no es un proyecto ni un programa, sino una técnica inmanente a las luchas. La estrategia no la ejerce un sujeto soberano que precedería a su implementación, porque la estrategia es una condición de su aparición.

Los dos ciclos de movilización de 2011 y 2019/20 nos instan a reconectarnos con este conocimiento estratégico. Tan pronto como los oprimidos vuelven a encontrarse con formas de acción colectiva, la revolución, incluso tímidamente, incluso confusamente, vuelve a poblar el horizonte con sus discursos y acciones. La memoria de las luchas y los combates que había sido borrada durante los años de sumisión a la lógica de la gubernamentalidad está resurgiendo a escala global tras el colapso financiero de 2008.

En Chile, las consignas y los eslóganes de la época de Allende, sofocados por los asesinatos en masa, resuenan nuevamente y expresan la necesidad y la voluntad de reactivar la tradición revolucionaria. En otro gran foco de insurrección e insubordinación, África del Norte, los movimientos, mientras critican duramente a los gobiernos instalados después de la liberación, reivindican las revoluciones que los precedieron. El 4 de noviembre de 2019 tuvo lugar una manifestación en Argelia para celebrar el estallido de la insurgencia armada contra el colonialismo francés por parte del Frente de Liberación Nacional setenta años antes. En Irak, en la plaza Tahir, ocupada por los insurgentes, un monumento a la libertad celebra la revolución de 1958 de los “oficiales libres” contra la monarquía. Como dijo un politólogo francés acerca del movimiento de los Chalecos Amarillos: han hecho resurgir en la opinión pública el imaginario de la lucha de clases. Pero sería más justo entonces evocar la realidad de las luchas de clases en plural.

Los dualismos (hombres/mujeres, blancos/racializados, capitalistas/trabajadores) son tanto lo que la máquina capital/Estado debe producir y reproducir como los focos de las luchas por la abolición de las clases. Desde cualquier lado que se aborde la cuestión política, las luchas de clases parecen ser entonces ineludibles.

2 Lucio Castellano, Arrigo Cavallina, Giustino Cortiana, Mario Dalmaviva, Luciano Ferrari Bravo, Chicco Funaro, Toni Negri, Paolo Pozzi, Franco Tommei, Emilio Vesce y Paolo Virno.

3 Hannah Arendt, Sobre la revolución, trad. Pedro Bravo, Madrid, Alianza, 2006.

4 Michel Foucault, “El sujeto y el poder”, Revista Mexicana de Sociología, vol. 50, n. 3, julio-septiembre de 1988, pp. 15-16.

5 Entre los numerosos libros de Samir Amin, podemos citar: La crisis. Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis, trad. Josep Sarret, Barcelona, El Viejo Topo, 2009, y L’Implosion du capitalisme contemporain [La implosión del capitalismo contemporáneo], París, Delga, 2012.

6 Su imbricación con el Estado y la guerra es un proceso irreversible que no ha hecho más que extenderse y profundizarse, especialmente en Estados Unidos, el país del neoliberalismo (ver James O’Connor, La crisis fiscal del Estado, Barcelona, Península, 1994). Nunca volveremos a la “libre competencia”, al “mercado” de la oferta y la demanda, a la “libre iniciativa” del emprendedor schumpeteriano. El único monopolio atacado será el de los sindicatos y los trabajadores organizados.

 

El “mercado” no debe “equilibrar” nada, sino, por el contrario, crear desequilibrios de todo tipo que, al final, como en la mundialización anterior, solo pueden ser regulados por la guerra y el fascismo. Entonces, ¿cómo ha podido el capitalismo imponer estas verdades “falsas”? Emanuele Severino, comentando la segunda de las Tesis de Marx sobre Feuerbach, explica la naturaleza de la “verdad”: “‘El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poder, lo terrenal de su pensamiento’. Esto significa que la verdad no es otra cosa que el poder de la praxis, la capacidad de prevalecer sobre el adversario. Pero también significa que allí donde el movimiento obrero no tiene la capacidad de imponerse, no hay verdad”. Es lo que nos pasa también a nosotros, y por las mismas razones: la teoría neoliberal (y ordoliberal) es radicalmente “falsa” y, sin embargo, absolutamente verdadera. Ver Emanuele Severino, “La ‘dissonanza’ tipica della nostra civiltà. Ragione e forza contro la violenza” [La “disonancia” típica de nuestra civilización. Razón y fuerza contra la violencia], Corriere della Sera, 28 de noviembre de 1979.

7 Samir Amin, L’implosion du capitalisme contemporain, ob. cit.

8 Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, trad. Julieta Campos, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1983, p. 65.

9 Ver como complemento en el segundo capítulo todo lo relacionado con Rosa Luxemburgo.

10 Según una empresa especializada en “inclusión a través de las finanzas”, en Kenia, entre las millones de personas que recurren al microcrédito, 2,7 millones son declaradas insolventes, de las cuales 400 mil deben devolver menos de 2 dólares (la tasa de interés es usurera: por un préstamo de 30 dólares hay que pagar intereses de 4,5 dólares).

11 Los monopolios y oligopolios están “financiarizados”, lo que no significa que estén constituidos simplemente por empresas financieras, compañías de seguros o fondos de pensiones que operan en los mercados especulativos. Los monopolios y oligopolios son grupos que controlan a la vez las grandes instituciones financieras, los bancos, las compañías de seguros y los fondos de pensiones, tanto como los grandes grupos productivos. Controlan los mercados monetarios y financieros que ocupan una posición dominante respecto del resto de los mercados.