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CAPÍTULO 3

Me levanté de la cama de un golpe y cogí corriendo el teléfono. Tenía cinco llamadas perdidas de Liss. Sin darme cuenta, había pasado del despertador y me había quedado dormida. Eran ya las nueve y media, me había saltado la primera hora y la mitad de la segunda. Me vestí, e inmediatamente, salí de mi casa para coger el autobús, estaba superagobiada, nunca me había pasado esto antes. En cuanto bajé de la parada, fui corriendo hasta la puerta del colegio y, una vez que entré, casi sin darme cuenta, me choqué con alguien, tropecé y me caí al suelo.

—¿Tú otra vez? —preguntó una voz grave en un tono chulo.

Me giré de un sobresalto y pude contemplar el rostro de Theo. No me lo podía creer, ¡siempre acababa chocando con él!

—¿No será que tú siempre estás en medio? —me chuleé esta vez yo.

—Más bien que tú quieres que esté en medio —contestó enfatizando la palabra «tú».

—¿Cómo? ¿Qué quieres decir? —pregunté un tanto confundida.

—Que te chocas conmigo aposta solo para hablarme. Podrías pedirme el teléfono como hacen todas, ¿sabes? —volvió a chulearse.

Solté una breve risa y contesté:

—No, gracias, ya tengo suficiente con tener que soportarte en los pasillos.

—Ohh, qué pena. Pues tengo una mala noticia para ti, estás conmigo en clase de francés —añadió.

—¡¿Qué?! —pregunté sorprendida.

—Sí, y por cierto, no está bien saltarse las clases, como la de francés —bromeó.

¡Claro! Por eso sabía que estaba con él, habrían pasado lista y pudo escuchar mi nombre. De hecho, ahora que lo recordaba, tenía francés con los de 1.ºB, él sería de esa clase. Tras ese pensamiento interno le repliqué:

—Mira, por si no lo has notado, odio a los chulitos, es decir, a ti.

—Vaya, me tienes impresionado. Seguro que eres de esas a las que les gusta que los chicos le abran la puerta del coche y esas tonterías —insinuó.

—Bueno, puede ser, qué pena que nunca lo descubras —le restregué.

Él se quedó patidifuso mientras me soltaba una leve sonrisa con esa cara de chulo que llevaba siempre pintada en el rostro. ¡Arg! Es que me daba tanta rabia, ¡siempre estaba metido en todo! Sonó el timbre que indicaba que la clase que me estaba perdiendo había terminado, miré el horario y descubrí que me tocaba informática, así que me dirigí al aula que nos había nombrado mi tutor el día anterior.

Una vez llegué allí, pude divisar a Lissa sentada enfrente del ordenador del fondo.

—¡Gaby! —exclamó preocupada—. ¿Qué te ha pasado? —añadió.

—Nada importante, solo me he quedado dormida —aclaré.

—Menos mal, estaba muy preocupada —contestó aliviada.

Le dediqué una sonrisa y volví a formular otra pregunta:

—¿Qué hay que hacer?

—Pues tenemos que ponernos por parejas y hacer un Excel con los datos que nos acaba de dar el profesor como prueba inicial —me explicó.

—Vale, ¿tienes ya pareja? —me interesé.

—Sí, tú —dijo mientras soltaba una sonrisa.

Ambas nos dirigimos a donde estaba sentada Liss anteriormente y comenzamos con la prueba del Excel, tampoco era muy complicada, solo teníamos que meter los títulos, los números y alguna que otra fórmula para que estos sumasen solos.

Cuando la clase terminó, tocaba el recreo. Liss y yo bajamos las escaleras y salimos a la calle, pues en bachillerato podíamos salir fuera siempre y cuando estuviésemos autorizados por nuestros padres. Ambas nos dirigimos al banco de la acera de enfrente, donde estaban sentados los amigos de Lissa.

—¡Hola! —exclamaron todos al unísono cuando llegamos.

—¿Tu eres la nueva, no? —preguntó un niño rubio que iba vestido entero de marca y sostenía un IPhone XR.

—Sí, me llamo Gabriella. Aunque prefiero que me llamen Gaby —contesté.

—¡Ay, qué mona! —añadió una niña también rubia con los ojos azules.

—Bueno, te digo los nombres de todos. Ellos son Daniel, Jéssica y Abbie. —Me los presentó Lissa.

—Encantada —añadí con una sonrisa.

—Dios, no sé qué hacer con Nick —dijo un tanto preocupado Daniel, el mismo que vestía tan bien.

—¿Por qué? —preguntó preocupada Abbie.

—¿Qué ha pasado? —añadió Liss.

—Yo qué sé, nenas, está muy raro conmigo. En plan está superborde y hablamos ya poquísimo —se explicó Daniel.

—¿Es tu novio? —pregunté interesada.

—Sí —contestó él decaído.

—¿Cuánto lleváis ya? —preguntó Jéssica, la que anteriormente me había llamado mona.

—Seis meses —contestó Daniel.

—Jolín, es que lleváis ya bastante —se compadeció Lissa.

—Ya, si sigue así al final lo voy a tener que dejar, porque al final, el que lo pasa mal soy yo —nos contó él.

—Pues sí, es lo mejor —le di la razón.

Tras un rato de charla sobre distintos temas, me hice amiga de este grupo, que a decir verdad eran todos supersimpáticos y me transmitían mucha confianza. Después, entramos de nuevo en el centro y proseguimos con las clases, esta vez, tocaba matemáticas. Posteriormente, tuvimos religión, seguida de esta, inglés y, finalmente, salimos para irnos a nuestras casas.

—Dios, estoy harta de hacer pruebas iniciales —exclamó Liss sentada en la parada del autobús.

—Pues ya, y todavía nos quedan las de las asignaturas que no hemos tenido —le recordé.

—Puf, qué pereza —dijo Lissa decaída.

—Pues sí. Oye, ¿exactamente por qué te gusta Theo? —pregunté para poder entender aquella extraña razón, ya que era el niño más engreído que había conocido en toda mi vida.

—Porque antes estaba en mi clase y siempre hacía comentarios graciosos, por lo que las clases eran más divertidas, además, ¡es guapísimo! No me digas que no, ¡eh! —se explicó.

—Bueno, tampoco es para tanto —le repliqué.

—¿Que no? Cómo se nota que todavía no lo conoces lo suficiente para ver su verdadero encanto —siguió hablando.

«Créeme que sé perfectamente el encanto tan bonito que tiene» dije irónicamente en mi cabeza.

—Oye, te advierto, ¡es mío! —me comentó, mientras que hablaba para mí misma.

—Ya, ya, no te preocupes, si Theo no me gusta —me excusé.

—¡Vale! —exclamó Liss con una sonrisa.

Justo entonces, el autobús llegó y nos metimos en su interior para llegar a casa. Cuando llegamos a la parada, nos bajamos del vehículo y entramos en el edificio, íbamos tan cansadas que apenas hablamos en el trayecto del bus a nuestras casas, simplemente nos despedimos antes de entrar cada una en la suya.

Cerré la puerta con llave y saludé a mi padre con un beso en la mejilla, posteriormente, me dirigí a mi cuarto para dejar la mochila y cambiarme de camiseta para no mancharme comiendo y, justo entonces, me sonó el teléfono. Era un mensaje de Instagram, una solicitud de seguimiento. Desbloqueé el móvil y me metí en la aplicación, en el apartado de solicitudes, pero lo que vi cuando ya estaba dentro no me lo podía creer «theoo3_ quiere seguirte». ¿Por qué me había solicitado? Y lo más importante, ¿cómo había conseguido mi Instagram? Sin pensármelo dos veces, lo acepté y le solicité yo a él, nunca venía mal un seguidor más, aunque este chico me tenía algo confundida, ¿por qué siempre estaba en todos lados? Ni que fuese el centro del universo, me ponía de los nervios.

—¡Gabriella, ven a comer! —exclamó mi padre.

—¡Ya voy! —contesté.

La verdad que había sido un día de lo más rallante, primero me quedaba dormida, luego me volvía a chocar con Theo, después había conocido a los amigos de Liss, posteriormente ella me había hecho una amenaza de muerte y ahora, ¿Theo empezaba a seguirme en Instagram? ¡Vaya día!

CAPÍTULO 4

Esta vez me desperté puntual como de costumbre. Me levanté de la cama y fui a la cocina, donde me tomé un vaso de leche con galletas ositos. Después, volví a mi cuarto, cogí la ropa que me iba a poner y me dirigí al baño para darme una ducha rápida. Una vez que terminé de ducharme y vestirme, me peiné y me recogí el pelo en una cola alta, finalmente salí de mi casa y llamé al timbre de Liss.

—¡Ya voy! —exclamó ella desde el interior de la casa.

Unos minutos más tarde, salió de ella y ambas fuimos a la parada del autobús, nos montamos en él y, finalmente, llegamos al instituto. Entramos en el aula y comenzamos con la clase de economía.

—Bien, chicos, hoy lo que vamos a hacer va a ser un trabajo cooperativo para ver qué es lo que sabéis acerca de la economía. Cogeremos estas cartulinas y yo os voy a repartir términos de vocabulario y varias definiciones. Lo que tenéis que hacer es pegarlos en la cartulina uniendo cada término con su definición —nos explicó el profesor.

El profesor hizo lo que había dicho, repartió los papelitos y las cartulinas y nos puso en grupos para poder realizar el trabajo. Cuando ya llevábamos la mitad de la clase trabajando, me entraron unas ganas tremendas de ir al baño, y es que se me había olvidado pasar por él en casa antes de ir al instituto, por lo que no tuve más remedio que levantar la mano y preguntar.

—Profe, ¿puedo ir al baño?

—Claro —contestó él con una sonrisa amable.

—Gracias —le agradecí.

Salí del aula y comencé a recorrer pasillos en busca del baño, no sé cómo lo hacía, pero siempre me acababa perdiendo en este instituto. Tras andar un largo rato de un lado para otro, pude encontrar una puertecita entreabierta con un cartel que supuse que sería el que indicaba que era el baño. Quité el bloqueo que impedía que la puerta se cerrase y me metí dentro de la habitación. Nada más pasar la puerta, se cerró sola detrás de mí, y cuando me vine a dar cuenta, descubrí que no estaba en el baño, sino en el cuarto del conserje, con todos los productos de limpieza. Me di media vuelta para salir de allí, pero la puerta se había quedado bloqueada, totalmente cerrada. Me volví a girar desesperada preguntándome si me quedaría allí atrapada toda la vida y, cuando parecía que las cosas no podían ir peor, apareció alguien que estaba detrás del murito que tenía el cuarto, al fin y al cabo, la habitación era más grande de lo que aparentaba. Cambié mi rostro esperanzada de que esa persona fuera el conserje y tuviera la llave para poder salir de ahí, pero cuando pude ver el rostro de la persona que se acercaba a mí, descubrí que era ni más ni menos que Theo.

 

—¿Qué haces aquí? —preguntó sorprendido.

—Buscaba el baño y me he confundido, ¿y tú? —le devolví la pregunta.

—He venido a fumar, allí detrás hay una ventanilla —me explicó.

Solté una breve risa mientras me cruzaba de brazos y giré la cabeza hacia un lado con desdén.

—Vaya imprudente —comenté.

Él ignoró mi comentario.

—Espera, ¡¿has dejado que la puerta se cierre?! —dijo cabreado.

—Pues sí, se ha cerrado sola —contesté.

—¿Es que no has leído el cartel de fuera? Pone que se atasca por dentro —me replicó él.

—Perdón, pensaba que era el cartel del baño y no lo leí —me excusé.

—Ah, ¿y ahora quién es la imprudente? —dijo chuleándose, como siempre.

—¡No soy imprudente! —exclamé muy enfadada.

—Uyy, la niña buena está subiendo el tono —dijo burlándose de mí entre risas.

—¡Si no me hubieras provocado no estaría así! —contesté aún chillando.

—Y si tú no hubieras dejado que la puerta se cerrase, no estaríamos aquí —me replicó en tono despreocupado.

—¿Pero a ti qué te pasa? ¿Es que no te preocupa para nada estar aquí encerrados? —pregunté sorprendida.

—Tranquila, no te alteres, ya vendrá el conserje —soltó.

—Pero no sabemos cuánto tardará, ¡nos vamos a perder las clases! —exclamé muy alterada.

—¡Mira! Es tu día de suerte —volvió a vacilarme.

—¡Dios! ¿Cómo puedes ser tan chulito? Es que me pones de los nervios, cada vez que te veo se me acelera el corazón con tan solo pensar en lo engreído que eres y cada vez que me tropiezo y termino en tus brazos me da tanta rabia que no puedo evitar quedarme mirándote patidifusa —le solté gritando sin pensar en lo que estaba diciendo.

Me quedé mirándolo fijamente a los ojos con la respiración agitada y me di cuenta de que prácticamente le acababa de hacer una declaración de amor. Él me miraba también sorprendido sin saber qué decir, pero cuando supo reaccionar se abalanzó sobre mí y me besó. Lo cogí de la camiseta y separé mis labios de los suyos porque sabía que no podía besarlo, lo tenía prohibido, pero, aun así, lo seguía teniendo agarrado de su camiseta, no pude evitar volver a besarlo.

Cuando el largo beso terminó, ambos nos quedamos mirándonos fijamente sin decir palabra, y justo entonces, se abrió la puerta del cuarto.

—¿Qué hacéis aquí encerrados? —preguntó el conserje.

—Estábamos buscando la secretaría y acabamos aquí, no leímos el cartel, disculpe —nos excusamos.

—Vale, anda, salid de aquí y volved a clase —nos ordenó.

—Gracias —contesté.

Ambos salimos y nos dirigimos al pasillo de al lado para hablar de lo sucedido.

—Vaya, a la niña buena se le ocurren excusas rápidas —dijo él chuleándose, por milésima vez.

Yo puse los ojos en blanco, resoplé y le contesté:

—Ya, bueno, lo que acaba de pasar... no ha pasado y no se va a volver a repetir nunca más —dije enfatizando la frase «nunca más».

—Vale, terremoto —finalizó con una media sonrisa mientras me guiñaba un ojo.

Volví a resoplar y regresé a mi clase, donde los demás compañeros seguían con el trabajo de economía.

—Tía, sí que has tardado —me dijo Liss.

—Ya, es que me he perdido y no he encontrado el baño —le expliqué.

—¿Al final no has ido? —preguntó ella.

—No, porque estaba tardando ya mucho y no quería que me llamasen la atención después —me excusé.

—Bueno, ahora en el cambio de clase si quieres te acompaño —me propuso.

—Vale, gracias, tía —le agradecí.

—Nada, ya ves tú —finalizó Liss.

No podía contarle la verdad a Liss, si se enteraba de lo que había pasado realmente, no me hablaría nunca más, y no quería perderla; al fin y al cabo, era mi mejor amiga. Además, Theo no me gustaba, prácticamente lo odiaba por eso, no había problema, aunque el simple hecho de pensar en nuestro beso hacía que me recorrieran mariposas por todo el estómago. Oh, oh, ¿y si me gustaba y no lo quería admitir? Estaba hecha un lío y es que, como me gustase, lo iba a tener crudo, porque jamás de los jamases podría estar con él, era Theo o mi amistad con Liss, y claramente me importaba mucho más lo segundo, aunque por mucho que quisiera, no podía evitar mis sentimientos, y eso era algo que me reconcomía por dentro. La clase terminó y Lissa me acompañó al baño tal y como me había dicho antes.

—¡Pero si estaba al lado de la clase! ¿Cómo es que no lo vi? —me sorprendí.

—Pues porque siempre vas superdespistada, no sabes ni dónde tienes la cabeza —bromeó Liss.

—¡Eso no es verdad! —contesté sorprendida, aunque no podía evitar reírme porque Lissa tenía parte de razón.

—Claro que sí lo es —dijo riéndose.

—Bueno, solo un poquito —dije, mientras hacía un gesto con los dedos como de algo pequeñito.

—Anda, entra ya al baño que va a empezar la clase de lengua —me ordenó finalmente.

CAPÍTULO 5

Salimos del baño las dos y nos fuimos a la siguiente clase, que era la de lengua. Una vez allí, Liss y yo nos sentamos en nuestros asientos del fondo.

—Hola, chicos, os tengo que explicar una cosa muy importante. Necesito que los que hayáis tenido buenas notas el año pasado, vengáis una tarde a la semana un par de horas para ayudar a los que se le da mal la sintaxis. Ya sé que es mucho pedir, pero os subiría un punto en la nota final de la evaluación y así, ayudaríais a algunos compañeros que realmente lo necesitan —nos comentó la profesora.

A continuación, empezó a nombrar a todos los alumnos que el curso pasado superaron la prueba con un gran éxito y, entre esas personas, estaba yo. La sintaxis era algo que siempre me había gustado mucho, y el curso anterior saqué un 10.

—No quiero que me digáis en voz alta si queréis o no, ya sé que es mejor que me lo confirméis en privado para que sea confidencial, al final de la clase os acercáis a mi mesa y me lo decís. Os recuerdo que es voluntario, no os veáis en un compromiso, si no queréis, no tenéis tiempo o lo que sea, no pasa nada, ¿vale?

Me tiré toda la clase pensando en la decisión que tenía que tomar; por una parte, me encantaba ayudar a los demás siempre que podía, pero por otra, también me quitaría tiempo para estudiar. Pero bueno, tras muchas vueltas y una lista mental de pros y contras, decidí hacerlo, ¿por qué no? Al fin y al cabo, también me servía para repasar la asignatura. Cuando la clase finalizó, me acerqué a la mesa de la profesora para decirle que contara conmigo en lo que tenían programado.

—¡Hola, Gabriella! —me saludó.

—Hola, puedes llamarme Gaby, si quieres —le sugerí.

—¡Ay, Gaby!, me encanta, qué bonito —dijo con una sonrisa pintada en la cara—. Bueno, ¿qué has decidido? —preguntó.

—Que sí —le aclaré.

—Menos mal, muchísimas gracias —contestó aliviada—. Oye, una pregunta, mira, eres de las que mejor nota tenían, vaya, tienes un diez, ¿te importaría ir con nuestro alumno más difícil? Si ves que no puedes en cualquier momento me podrías pedir dejar de ayudarlo y yo te seguiría subiendo la nota por intentarlo, es que se te ve una niña muy extrovertida y nos serías de gran ayuda —me suplicó.

—Claro, no te preocupes —contesté sin apenas pensármelo.

—Muchísimas gracias, en serio —me agradeció mientras me daba un abrazo.

Cuando la vi tan apurada comprendí que se tenía que tratar de alguien realmente difícil, así que me asusté un poco, solo esperaba poder ayudarlo y servir de ayuda. Volví a mi asiento en busca de Liss para charlar un rato con ella antes de que empezara la siguiente clase y descansar un rato.

—¿Le has dicho que sí, verdad? —preguntó Lissa intrigada.

—Sí, ¿cómo lo sabes? —me interesé.

—Pues porque te conozco demasiado bien, te encanta ayudar a los demás, si es que eres la mejor del mundo —me explicó.

En ese momento me sentí algo mal, porque lo que mi mejor amiga no sabía, es que hace cosa de hora y media estaba besando a su amor platónico, y eso no lo hacía que digamos «la mejor persona del mundo».

—Bueno, no te creas —me excusé.

—Que sí, además, el abrazo que te ha dado la profesora también me ha indicado que habías dicho que sí —me confesó entre risas.

—¡Pero qué tramposa! Sabía yo que no era «por lo buena que era» —dije, gesticulando unas comillas con mis dedos.

—¡Eso también! —finalizó Liss riéndose.

Justo entonces, entró en la clase el profesor de la siguiente hora, el de cultura emprendedora, que era una asignatura en la que te explicaban datos sobre el empleo, los currículum y todas esas cosas que íbamos a necesitar el día de mañana. La verdad es que era una clase bastante entretenida, me lo pasaba bien y era muy útil, ya que además hacíamos prácticas de entrevistas de trabajo con los compañeros para poder ponernos mejor en situación.

Cuando la clase finalizó, ambas salimos juntas del centro para irnos con el grupo de amigos de Liss.

—¡Hola, chicos! —exclamó ella.

—¡Nenas, os tengo que contar una cosa! Estaba esperando a que llegarais para contároslo a todas —nos explicó Daniel.

En ese momento me sentí bien, pues me acababan de contar como una más de ellos, y la verdad que fue bastante acogedor, porque noté que había encajado bien y era algo a lo que tenía miedo unos días atrás.

—Cuenta, ¡ya! —exclamó Abbie.

—Lo he dejado con Nick —nos contó finalmente Daniel en un tono más serio.

—¡¿Qué?! —soltó Jessica.

—¡¿Cómo?! —preguntó confundida Liss.

—¡No puede ser! —dijo sorprendida Abbie.

—¡Jolín! —añadí yo.

—Pues ya, pero es que era lo mejor porque estaba muy raro —siguió contándonos Daniel.

—Claro, si tú vas a ser más feliz, es lo mejor —lo apoyó Jessica.

—A eso me refiero, obviamente ahora lo voy a pasar muy mal, pero dentro de un tiempo, sé que voy a estar mucho mejor —nos argumentó él.

—Bueno, Daniel, yo creo que lo más importante es cómo estés tú, y si ves que él ya estaba raro y no era lo mismo, va a ser lo mejor. Al fin y al cabo, si una relación deja de funcionar en un momento, no debes forzarla para que se arregle, porque si un cristal se ha roto, roto está, y aunque lo pegues, siempre se va a salir el agua cuando lo vayas a utilizar. No te preocupes, porque seguro que algún día encuentras a la persona de tu vida, y cuando la encuentres, te darás cuenta de que es la adecuada y con la que realmente vas a durar —lo animé.

Todos se quedaron con la boca abierta, patidifusos, ante lo que acababa de decir, no entendía muy bien por qué, pero se quedaron todos mirándome fijamente.

—¡Ay, por favor, qué mona! Dame un abrazo, anda —me contestó Daniel mientras se acercaba a mí con los brazos abiertos.

—¿Cómo das unos consejos tan buenos? —preguntó Abbie sorprendida.

—No lo sé —contesté avergonzada y me encogí de hombros.

—Por eso siempre es la mejor ayudándome, siempre ha sabido qué decir en el momento exacto y es una de las cosas por la que más aprecio le tengo —añadió Liss refiriéndose a mí.

—Jo, ¡qué mona! —le contesté.

—Bueno, chicos, ¿entramos? —sugirió Jessica.

Todos le hicimos caso y volvimos dentro del centro, pues ya eran las once y veintinueve, y debíamos estar en clase a las y media. La verdad es que el grupo de amigos de Liss cada vez me caían mejor, y no sé si debería empezar a llamarlos mi grupo de amigos en vez del de Liss.

Continuamos las clases y pude estar atenta porque no había nada que me comiera el coco esta vez, solo estaba un poco preocupada por lo de ayudar a aquel compañero que «tan malo» era, pero tampoco era muy importante, seguro que al final podía ayudarlo. Llegó el cambio de clase y la profesora de lengua apareció en mi clase buscándome.

 

—¡Gaby! —exclamó desde la puerta del aula.

Me acerqué a ella y la saludé para ver qué quería.

—Mira, ¿te importaría empezar con lo de la ayuda a tu compañero esta misma tarde? ¿O tienes ya algo planeado? —me preguntó.

—No, no hay problema, no tengo nada planeado.—le confirmé.

—Vale, perfecto, pues entonces, ¿podrías estar a las cinco en la biblioteca del instituto? Yo estaré allí para decirte quién será tu compañero y lo que le tienes que explicar —me dijo.

—¡Claro! A las cinco estaré allí —le aseguré.

Ella suspiró aliviada y añadió:

—Menos mal, eres la mejor.

Otra vez me habían vuelto a decir que era «la mejor» y, cada vez que esas palabras salían de la boca de alguien, un sentimiento de culpabilidad me invadía. No podía evitar acordarme de los labios de Theo sobre los míos, y cuando lo hacía, unos sentimientos muy contradictorios manejaban todo mi cuerpo. Por un lado, miles de mariposas me revoloteaban en el interior, pero por otro, era como una punzada en el pecho. Quería mucho a mi mejor amiga y tenía la sensación de haberla traicionado, ella siempre había estado a mi lado cuando más lo necesitaba, y yo en cambio, ¿cómo se lo había pagado? Era una persona horrible y no podía deshacerme de aquella sensación.

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