Juventudes indígenas en México

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Algunos aspectos críticos de la teoría de asimilación segmentada

En este apartado muestro algunas consideraciones sobre la asimilación segmentada, a manera de matizar escenarios que pueden ser diversos y que en realidad se mantienen en constante conflicto ante los procesos de incorporación. En primera instancia, el proceso de integración visto desde la perspectiva de la asimilación segmentada muestra un carácter dicotómico que otros autores también han observado (García, 2006). Ello tiene que ver con la dualidad éxito y fracaso, entendidos ambos conceptos como indicadores de la calidad de la inserción de los jóvenes. Siguiendo en esta lógica, Portes a menudo concibe estas formas exitosas (o no) en términos de la movilidad de un estatus socioeconómico a otro según las oportunidades del mercado de trabajo. En este sentido, dicho autor pone particular énfasis en el capital humano con el que cuentan los jóvenes y en la relación de este con su contexto familiar. Asimismo, observo que, aun cuando Portes trata de reconceptualizar el término asimilación, lo retoma agregando situaciones particulares que determinan la ascendencia o la descendencia de la incorporación de los hijos de migrantes en dos direcciones: la primera en términos económicos y la segunda en términos educativos.

Manuel, un joven hijo de trabajadores agrícolas, se esforzaba por encontrar un lugar en el escenario migratorio en el que creció, y el rap significó para él una puerta para expresar su experiencia y una forma de abrir conciencia para sí mismo y sus paisanos:

El rap es una motivación en mi vida que me ayudó mucho a salir adelante, una motivación a seguir luchando, a seguir siendo positivo, y ahora lo quiero hacer para rescatar mi cultura, o sea, porque mi visión era, cuando un oaxaqueño como yo o alguien que venga de allá que vea que yo estoy rapeando y yo estoy hablando de eso, va a ser algo para que ellos digan, ¡oh, es alguien de Oaxaca!, ¡yo soy de ahí también! Para que ya no neguemos de dónde somos, verdad, como cuando escuchas un corrido de un michoacano o un sinaloense, te pones orgulloso. Pues yo quiero hacer eso mismo pero en mi rap […] Voy a hacer mi propio proyecto, voy a rapear hablando de mi pueblo. Cuando empecé era más personal, me enfocaba en mí mismo; cuando lo hice no estaba pensando en pasárselo a la gente, estaba pensando que yo lo escuche, mis familiares, pero mi próximo proyecto, pienso hacer doce canciones, como un álbum con instrumentales que yo bajé de internet y con letras que yo escribí, y les voy a mencionar de dónde soy, voy a rapear ese pequeño verso que hice (Manuel, pseudónimo, Fresno, California, octubre de 2011).

Es decir, aun cuando el postulado sea la existencia de una diversidad de modos de incorporación, el modelo de Portes continúa arraigado a un concepto de integración dual (éxito o fracaso), de acuerdo con los estándares que el contexto de llegada ofrece, pero no en función de la propia percepción de los migrantes.

En segundo lugar, coincido con algunos autores (Waldinger y Perlmann, 1999 en García, 2006) en considerar que Portes y sus colaboradores dan demasiada importancia a las redes étnicas y al contexto familiar como dos elementos decisivos para la inserción escolar. En su estudio han destacado la importancia de la existencia de “sólidas comunidades étnicas” y de su capital social como factor clave para una asimilación ascendente de la segunda generación (Portes, Fernández-Kelly y Haller, 2006). Para citar un ejemplo, en el caso francés, el estigma beur-banlieue12 constituye un obstáculo de primer orden para la inserción laboral, con independencia del grado de cualificaciones obtenido (Brun y Rhein, 1994; Avenel, 2004 en Pedreño, 2013). Pedreño señala que, en todo caso, los efectos de la pertenencia a una comunidad pueden ser positivos en unos casos, y negativos en otros, dependiendo de factores como la situación de cada grupo, el tipo de recepción negativa o positiva, los recursos familiares y el capital social del grupo, entre otros (Pedreño, 2013).

En este aspecto, es necesario pensar en lo que cada método de investigación permite registrar en relación con la forma de obtener los datos empíricos. Considero que Portes retoma las redes étnicas y familiares como indicadores demográficos a partir de los cuales puede determinar si lo que está ocurriendo es una asimilación ascendente o descendente. En un estudio con una propuesta metodológica de cohorte microsocial enfocada al sujeto, observaremos que estos factores son importantes. Sin embargo, el éxito académico de los jóvenes no está únicamente asociado a la familia y a la red étnica, sino que además intervienen otros actores sociales y culturales instalados en el mismo contexto de llegada, incluso situaciones que conflictúan la identidad individual del sujeto. Así tenemos que los jóvenes no solamente atienden a redes étnicas, sino también a las redes y relaciones sociales que tejen con sus contemporáneos en el contexto de llegada independientemente de la pertenencia étnica. El caso de Manuel ilustra este proceso, pues el rap significó una manera de comunicar el malestar que le producía no sentirse parte de una sociedad que lo excluía, pero que al mismo tiempo lo estimulaba, junto con sus pares, a detonar procesos de orden político para abrir la conciencia de sus paisanos en la misma situación.

En tercer lugar, respecto al estudio de las segundas generaciones en el marco de la teoría de la asimilación segmentada y los estudios transnacionales, observo que se hace énfasis en la importancia de la comunidad. En su análisis, Besserer, como otros autores, considera esta comunidad transnacional como una colectividad que se extiende y se consolida más allá de la frontera (Rouse, 1998; Kearney y Nagengast, 1988 y Glick Schiller et al., 1992). Estos investigadores buscaron estrategias metodológicas que confrontaran las formas localizadas de investigación para abrir el camino a estudios de comunidades “desterritorializadas y re-territorializadas”. En este sentido, las comunidades transnacionales aparecen como una respuesta de adaptación o integración a los contextos de llegada que encontraban a su paso los migrantes. Sin embargo, es pertinente preguntarse qué tanta homogeneidad presentan en su interior las comunidades transnacionales y qué conflictos intergeneracionales enfrentan. En términos de incorporación, ¿qué reacomodos ocurren entre la generación de los padres y la de sus descendientes? Argumento que, si bien los estudios sobre las comunidades transnacionales han dado paso a una mayor complejidad en el entendimiento de la integración de las segundas generaciones, cierto es que esta mirada poco ha dado cuenta de la heterogeneidad en las relaciones sociales que se crean al interior de las mismas comunidades transnacionales en términos de género, generación y etnicidad. Particularmente, se observan conflictos intergeneracionales entre abuelos, padres e hijos que marcan nuevas pautas de cambio, negociación e interpretación al interior de la misma comunidad étnica y del contexto familiar. Ahora bien, en la teoría el concepto de segunda generación se define a partir del criterio de los hijos nacidos en el país de recepción, pero también en el de aquellos niños que llegaron antes de su adultez y han vivido la mayor parte de su vida fuera de su lugar de origen (Zhou, 1997). A este último contingente se le ha llamado también generación 1.5 o generación intermedia (Gans, 1992; Portes, 1996).13 Sin embargo, pienso que la complejidad de este segmento de población debe ser matizada, ya que en el contexto de una sola familia puede haber distintas combinaciones de estatus migratorios y lugares de nacimiento, no obstante compartir una experiencia de vida, trabajo, relaciones étnicas y familiares en común que influye en la forma de incorporarse al nuevo contexto de llegada. Por ello, pensamos que es más atinado acudir al concepto acuñado por Mannheim de situación de generación, bajo el cual no solamente se utilizan criterios de edad, sino que también se considera el contexto histórico, en función de una experiencia compartida en un tiempo y espacio determinados (1952, en Leccardi y Feixa, 2011:4). Es decir, existe un vínculo generacional a partir de la presencia de acontecimientos que marcan un antes y un después del evento de la migración de ellos y sus padres; y, por otra parte, es importante valorar que estas discontinuidades son experimentadas por miembros de un grupo de edad en un punto formativo de su vida en el que el proceso de socialización no ha concluido. Según Mannheim, estas primeras experiencias históricas marcan las impresiones iniciales en la vida de los individuos.

La subalternidad en la incorporación de jóvenes de Oaxaca

El recorrido teórico muestra las contradicciones que aún quedan por resolver y seguir documentando a propósito de los procesos de incorporación de los migrantes indígenas. Nuevamente es importante situar en primer plano que las formas metodológicas de interlocución con los actores sociales también trazan los escenarios de lectura y análisis. En la investigación sobre jóvenes descendientes de trabajadores agrícolas oaxaqueños recurrí al relato biográfico, y a partir del análisis de los contenidos de sus historias di cuenta de dos ejes que cruzan sus narrativas: discriminación y resistencia. Dos constelaciones narrativas que hablan de lo que vivió una generación, independientemente de su posición geográfica y de los lugares de asentamiento, pero que comparten rasgos de clase, etnia y condición migratoria entretejidos por un contexto económico, social e histórico muy particular, como es el que dibuja el mercado de trabajo agrícola en las dos regiones de estudio. Es decir, la información de campo muestra que existe un claro conflicto intergeneracional que revela críticas de las nuevas generaciones hacia las formas de organización étnico-comunitaria-laboral de sus antecesores. Esto último como resultado de la convivencia con la sociedad en el nuevo contexto de llegada y con las nuevas redes a las que se articulan.

 

Los jóvenes y sus familias han estado inmersos en configuraciones étnicas mezcladas, con historicidades distintas. Se trata de migrantes comprometidos con múltiples lugares, inmersos en relaciones sociales constreñidas que los han colocado como subordinados en la dinámica interna de la nación mexicana, primero, y luego en el contexto internacional de migración (Velasco, 2008). Sin duda, esta es una de las características de la migración indígena mexicana: los múltiples compromisos que los migrantes adquieren con sus comunidades de origen y las alianzas a las que se integran en la sociedad receptora; particularmente, los y las jóvenes encuentran en sus familias uno de los principales referentes de su pertenencia social y cultural.

Es decir, por un lado han existido acontecimientos históricos coloniales y poscoloniales en el marco de un Estado-nación en los cuales el ser indígena ha sido construido como una categoría de subordinación, control y dependencia. En este marco, la producción de una identidad indígena, pobre y campesina aparece como forma de poder que subyuga y somete (Foucault, 1998 en Velasco, 2008). Por otra parte, situado el sujeto en el contexto de llegada, nuevas categorías identitarias se activan para interferir en el proceso de integración (migrante, indocumentado/documentado, trabajador agrícola, pobre). Desde mi mirada, estas características representan una particularidad del sujeto de este estudio que ha sido poco asumida en los abordajes de migración e incorporación de segundas generaciones. Los mecanismos de fijación de identidades tienen efectos en las formas en que se incorporan los jóvenes oaxaqueños a los contextos de llegada, y en que se ven transformados por su propia crítica, influenciada por factores como la presencia organizativa de distintos actores sociales y por el efecto que la educación y la convivencia con jóvenes de otras procedencias étnicas ha tenido en ellos.

La revisión de los conceptos sobre la teoría de integración, que implican también las nociones de asimilación y aculturación, nos ha conducido a plantear la necesidad de repensar marcos analíticos distintos a los clásicos debido a que, como he explicado, estos conceptos se circunscriben a contextos estatales y nacionales que oscurecen la complejidad y vitalidad de la migración indígena interna e internacional y la presencia de los descendientes de estos migrantes. Dichos conceptos constriñen lo novedoso, lo particular y la dinámica de las interacciones subjetivas y objetivas de los sujetos sociales en los contextos de llegada, aunque la teoría transnacionalista ha señalado este vacío y su marco analítico permite pensar en un campo social más amplio para comprender las dinámicas culturales, políticas, económicas y étnicas de poblaciones migrantes.

Besserer (1999), desde los estudios transnacionales, ha detectado la misma necesidad de replantear de manera crítica los conceptos con los que se analiza a los sujetos de estudio como un ejercicio constante de las ciencias sociales. En este sentido, propone una revisión sobre los estudios culturales, subalternos y poscoloniales, con la finalidad de encontrar un camino analítico propicio para reconsiderar el papel del sujeto como actor que participa de sus propios procesos sociales.

En el marco de los estudios subalternos, la polémica que permeó en diferentes ciencias, pero en particular en la historia y la antropología, es la que desató Gayatri Chakravorty Spivak al cuestionar si los subalternos pueden hablar. El término subalterno, para Spivak (1988), está asociado al potencial subversivo de lo marginal y los marginados; ella emplea esta noción de acuerdo con el planteamiento sobre la necesidad de que la historia descubra la contribución hecha por la propia gente, es decir, independientemente de la élite o de los grupos dominantes. Su cuestionamiento sobre la posibilidad de que los subalternos tengan voz para hablar y producir su propia historia mueve la discusión hacia dos direcciones. La primera tiene que ver con la posición de los intelectuales (historiadores, antropólogos) que abordan las sociedades marginales no desde el punto de vista de los subalternos, sino desde aquel que reclama la propia élite, digamos, la historiografía oficial, dominante y colonizadora. Desde esta perspectiva, Spivak sitúa al investigador como un sujeto que impide el pronunciamiento de los grupos dominados. Por otro lado, en la crítica de este autor destaca la necesidad de conocer la historia desde la voz de los sujetos (nivel micrológico) para desentrañar las contradicciones de la historia oficial (macrológica), en la que ciertos grupos sociales no están representados (Besserer, 1999).

Para Besserer los planteamientos de Spivak podrían ser interpretados como señalamientos hacia los investigadores sociales; sin embargo, también destaca la necesidad de que el investigador se cuestione a sí mismo acerca de las nociones que emplea en torno a sus sujetos de estudio. En otras palabras, si tomamos a esta autora como vocera de una posición entre los pensadores de los estudios subalternos, la preocupación que manifiesta es que podemos caer en la trampa de afirmar demasiado rápidamente que la condición “transnacional” es el mejor punto de vista para ver la realidad de los migrantes, tal como apunta Besserer (1999:159).

Por su parte, el poscolonialismo critica la posición que enfatiza al extremo el hecho de que cualquier punto de vista, en cierta forma, es una “representación” y por ello está sujeto a ser una imposición del discurso hegemónico. En todo caso, esta mirada conlleva que la voz de los subalternos se vea inferiorizada. A diferencia del posicionamiento de Spivak, los estudios poscoloniales buscan explicar la relación entre la formación de conocimiento sobre las colonias y excolonias, el ejercicio de poder hacia ellas y los distintos tipos de interpenetración que existen entre sociedades colonizadas y colonizadoras. Su objetivo principal es abrir un espacio desde el cual el individuo poscolonial pueda adquirir agencia como sujeto (Arreaza y Tickner, 2002).

Este planteamiento sobre la centralidad del sujeto mueve a considerar bajo qué conceptos y perspectivas abordamos a los individuos de estudio, en qué lugar queda su voz dentro de los procesos sociales por los que cruzan y son analizados por los investigadores. El tratamiento del proceso de incorporación de los descendientes de trabajadores agrícolas desde el relato biográfico nos ha marcado la pauta para repensar categorías analíticas que pretenden acercarse asertivamente al caso de estudio que representa la migración indígena oaxaqueña, y con ella la presencia de las generaciones jóvenes, como un ejemplo de la necesidad de replantear marcos analíticos para su entendimiento. Alcanzo la misma conclusión que Glick Schiller, en tanto que esta estudiosa observa que la incorporación, al ser entendida desde el punto de vista de los sujetos, presenta múltiples “matices y movimientos estables e inestables, algunas veces el proceso puede dar marcha atrás y hacia delante y con el tiempo cambiar de dirección” (2004:69). En este sentido, la llamada incorporación puede ser vista desde su forma más dinámica y conflictual; la pensamos en relación con la simultaneidad del vínculo entre los miembros de la propia comunidad y del país que los recibe, con los quiebres y conflictos con la propia comunidad étnica y las relaciones intergeneracionales.

Conclusiones

En este capítulo he discutido las formas en que los conceptos de integración (asimilación y aculturación) han sido parte de la discusión sobre las políticas de incorporación de los migrantes en los contextos de llegada, que básicamente exaltan las diferencias entre grupos raciales y étnicos articulados a la condición migratoria. Esto ocurre así debido a que en el proceso de conformación de los Estados-nación existe la necesidad de reforzar la identidad nacional, lo que supone el ejercicio de creación de identidades que se designa a ciertos grupos, pero también la invisibilización de otras múltiples identidades en el afán de administrar y controlar el orden social.

Los descendientes de los trabajadores cruzan por diversas categorías sociales de clase, género, etnicidad y estatus migratorio, que configuran una experiencia particular sobre el proceso de incorporación. Si bien los y las jóvenes buscan mantener sus lazos étnico-comunitarios, ciertamente se les presentan retos de adaptación e incorporación en los nuevos contextos de llegada. Es en este proceso en el que sus identidades entran en disputa, pero sobre todo permiten observar la herencia de discriminación que ha sido construida desde los lugares de origen. Los estudios de la subalternidad, en este caso, me permitieron pensar en la subordinación institucionalizada que el Estado y la sociedad mayor imponen hacia grupos particulares, pero también en las formas de autorreconocimiento y negociación que se desprenden de la experiencia de convivencia multiactoral y multiétnica que emprenden las y los hijos de los trabajadores agrícolas en los contextos de migración. En su lucha por permanecer en Estados Unidos, muchos de estos jóvenes fortalecieron redes políticas que implicaron ir más allá de sus redes étnicas para pertenecer a otros colectivos (migrantes, indocumentados, dreamers). En el caso del Valle de San Quintín, la clave para trastocar la experiencia de discriminación fue integrarse a la vida estudiantil y profesional como una negativa a permanecer inmersos en escenarios que los discriminan por su origen étnico y de clase. En este sentido, la subalternidad significa, para el caso que presenté en este texto, el transitar de una condición de subordinación étnica, clasista y de género, hacia otra que reivindica estas categorías como parte de su ser histórico-social y como una manera de integrarse a los nuevos escenarios que los reciben.

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