El valenciano Enrique Dupuy y el Japón del siglo XIX

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Estos móviles palpitan siempre en las obras de Scheidnagel, militar distinguidísimo, autor de importantes trabajos literarios y geográficos, encaminados a la defensa de muy sagrados intereses. En su última producción, Colonización Española, […] describe nuestros valiosos dominios de Asia y Oceanía de modo que solo pueden hacerlo las personas que, como él, han residido largo espacio de tiempo en el país, poseen una ilustración vastísima y se hallan dotadas de un privilegiado espíritu escrutador y de observación.91

La insistencia de Dupuy en las islas Filipinas derivaba del hecho de que, gracias a estas, España gozaba de un acceso privilegiado al nuevo Japón, porque ninguna nación europea estaba presente en Asia oriental con una colonia de las dimensiones de Filipinas; al mismo tiempo, sin embargo, y precisamente como consecuencia de esta feliz posición geopolítica, unida al desinterés de la madre patria, los viajeros conscientes temían el riesgo de una ocupación extranjera de la colonia.

En este punto Dupuy recuerda cuatro obras específicas sobre Japón: la bibliografía del conde de la Viñaza y los escritos de Juan Pérez Caballero, de Ferdinand Blumentritt y de Hilario Nava y Caveda.92 A continuación se examinarán brevemente estos textos, en los que también se vuelve a hacer referencia a la importancia de Filipinas y se hace la relativa reprimenda por el desinterés de la madre patria.

La bibliografía del conde de la Viñaza recoge tres siglos de escritos sobre las lenguas orientales,93 aunque el autor la presenta «como un suplemento a la obra del bibliógrafo lusitano Inocencio Francisco da Silva, Diccionario bibliográfico portugués» (p. 7).94 Se trata de «un cuadro en el cual agrupamos, por orden alfabético de autores en sus respectivos siglos, los trabajos referentes a las lenguas indígenas de los citados imperios [i.e.: China y Japón], escritos por los portugueses y castellanos desde el siglo XVI hasta los últimos años del en que vivimos», es decir, al final del siglo XIX.95

Esas obras tenían como finalidad la evangelización: «Los nombres de Portugal y Castilla irán siempre unidos a la historia de la propagación de la fe y de la civilización europea en el extremo Oriente» (p. 5) y, como prueba de la «santa audacia» de dos Estados ibéricos en aquellos años (p. 13), el conde de la Viñaza reporta los nombres, con el número de la tumba de una necrópolis de Pekín, «de los insignes misioneros portugueses de los siglos XVI y XVII» (pp. 6 y ss.).

El conde de la Viñaza extrajo los títulos de los catálogos de bibliotecas españolas y extranjeras, pero no pudo ver todas las obras incluidas en su bibliografía: «La mayor parte de las obras citadas nos son desconocidas y, sin duda, estarán muchas perdidas para siempre o de muy difícil hallazgo» (p. 7). De hecho, los autores de esas obras «las componían con un fin puramente espiritual: cuidábanse poco de la posteridad y, al no imprimirlas, tenían sus manuscritos que extraviarse» (p. 8); por eso, a continuación el noble español incitaba a sus lectores a escudriñar en los conventos otros manuscritos o libros raros.

Con el escrito de Juan Pérez Caballero entramos en un terreno que es proprio de Enrique Dupuy, esto es, el análisis de los informes comerciales entre España y Japón.96 Estos informes, por cierto, atestiguaban una escasez de intercambios de la que Dupuy siempre se lamentó: en efecto, en las estadísticas aportadas por Pérez Caballero, España y Portugal ocupaban posiciones muy bajas, aunque en Japón estuviese aumentando la demanda de productos occidentales. «España, que aparecía como exportadora el año 1886 por un importe de 1.717 yens, en el año que examinamos no ocupa ningún lugar», mientras Filipinas ocupa en 1887 el decimo séptimo puesto (sobre los veinte recogidos) entre los países que exportan hacia Japón (p. 327). Vuelve de nuevo la habitual exhortación a la «japonización» como vía de salida del inmovilismo español de aquellos años (cf. § 13): el mercado japonés, que ha sabido innovarse en tan breve periodo de tiempo, es el «ejemplo que debería ser imitado por España» (p. 327).

En las estadísticas, la posición de España como país exportador a Japón mejora si sumamos las exportaciones de Filipinas a las de España: esta cifra «en conjunto supera a la italiana y le corresponde el décimo lugar entre los países importadores a Japón» (p. 328). Sin embargo, se trata de un consuelo meramente contable. Aunque España posea «productos que pueden entrar con ventaja en la concurrencia general» y «una colonia vecina que debería servir como depósito para el comercio con Oriente», en 1886 las exportaciones españolas a Japón habían disminuido: «Realmente es de lamentar el descuido de nuestros comerciantes, así como que las líneas de navegación nacionales no abarquen los dos imperios asiáticos, con los que debieran vivir en íntima relación las islas Filipinas» (p. 329).

Los datos aportados por Caballero deberían servir para mostrar cuál es «la magnitud del negocio que se abrirá a nuestro decaído comercio» (p. 329), pero al mismo tiempo subrayan la distancia entre las potencialidades comerciales y la realidad. «En un comercio de cerca 100 millones de yens, España y sus colonias solo se interesan por 173.000 pesos. La proporción es excesivamente pequeña». Además, el débil crecimiento de 1888 «se debe a Filipinas», y no a la península (p. 332).

A la política española se le recrimina el desinterés en las comunicaciones directas con Japón desde España, o al menos desde Filipinas. La legación española continua reclamando el «inmediato establecimiento de una línea española directa», pero la inercia del Gobierno central y del filipino deja el campo libre a una compañía inglesa que instaurará una línea directa entre Manila y Yokohama: «Con la instalación de dicho servicio pierde nuestra marina mercante, y ¿por qué no decirlo? por abandono, un buen negocio que de derecho le correspondía» (p. 338).

Para dar un fundamento concreto a las perspectivas comerciales que ha ido apuntando, Pérez Caballero examina con detalle cinco potenciales productos de exportación que España podría enviar a Japón. Mercurio: España es el primer país exportador a Japón de este mineral, y con poco esfuerzo podría también absorber la cuota estadounidense, que está en segundo lugar. Azafrán: España ha bajado al tercer lugar, «pero que pase antes Francia, prueba tan solo lo descuidado que tienen a Japón nuestros comerciantes»; de hecho, la casa francesa se aprovisiona directamente en Alicante «más bien por propia iniciativa que por indicaciones de los recolectores españoles» (p. 394). Jerez: «artículo de porvenir en este Imperio», que de momento está siendo distribuido por los ingleses (que a su vez lo importan desde España) y que sale perjudicado por las «falsificaciones alemanas, americanas y francesas» (p. 335), cuya mala calidad es denunciada por casi todos los autores. Vino común: «por el momento la situación no puede ser más precaria para nuestros intereses» (p. 337), porque los vinos españoles constituyen el 1% de las importaciones japonesas, superadas en número de encargos por las francesas, americanas, alemanas, inglesas, italianas y portuguesas. Corcho en tapones: pese al potencial de la exportación, también el corcho español llega a Japón por medio de los comerciantes ingleses, franceses y alemanes.

Después de este cuadro deprimente, la Segunda Parte (pp. 346-362) examina los productos filipinos que mejor podrían ser exportados a Japón,97 sobre todo si el comercio lo proveyesen los mismos españoles o los filipinos, y no las empresas extranjeras. Sin embargo, mientras no se instituyeran líneas de comunicación directas, estas posibilidades teóricas no se podrían traducir en empresas comerciales concretas.

El etnólogo austro-húngaro (más exactamente, bohemio) Ferdinand Blumentritt (1853-1913) enseñó en el instituto de Leitmeritz (hoy Litoměřice, en la República Checa) y es más conocido en Filipinas que en Austria, porque mantuvo estrechas relaciones con el héroe nacional filipino José Rizal (1861-1896).98 De Rizal tradujo al alemán dos libros de crítica social (entrando así en fuertes tensiones con la Iglesia y con el Gobierno colonial español) y Rizal le dirigió en 1896 su última carta desde la cárcel antes de ser ejecutado. El contacto entre los dos había comenzado diez años antes, en 1866, cuando Rizal –que a la sazón se encontraba en Heidelberg estudiando medicina– envió un libro a Blumentritt, porque este conocía el tagalo, la lengua más extendida en el archipiélago filipino. De hecho, Blumentritt era considerado uno de los mayores expertos sobre Filipinas en su época, aunque no hubiera visitado nunca el archipiélago.

Los lejanos orígenes sudamericanos de su familia (que había dejado Sudamérica por Austria después de la batalla de Ayacucho, en 1824) le llevaron a interesarse por el imperio colonial español y en particular por Filipinas, donde un lejano antepasado había sido alto funcionario. Sus numerosas obras abordan la etnografía y las lenguas filipinas,99 poniendo de relieve un interés preponderante por el movimiento independentista del archipiélago, pero no en sentido antiespañol: «Los filipinos no quieren otra cosa más que ser españoles, españoles y siempre españoles; piden la asimilación de su país con la Madre Patria»; y por asimilación entiende «la introducción de las reformas liberales» (sobre todo en la enseñanza, la reforma obstaculizada por el clero) y «la representación del Archipiélago en las Cortes».100

 

A este etnógrafo originario de Bohemia se han dedicado estudios específicos, incluso en época reciente.101

En la época Meiji las potencias europeas competían entre sí a la hora de enviar fuerzas navales a los puertos japoneses, tanto para demostrar su propia fuerza, como para obtener lucrativas comisiones por parte de un país insular que estaba construyendo a marchas forzadas su propia marina militar y mercante. De hecho, una de las fuentes de Dupuy sobre este tema es el escrito de Hilario Nava y Caveda, inspector general de Ingenieros de la Armada.102

Nava explica el desarrollo naval de Japón como parte del contexto de la modernización nacional generalizada:

Me propuse, pues –escribe Nava y Caveda–, presentar un bosquejo de las fuerzas militares y de los establecimientos navales, y a él en un principio se limitaban las Noticias [es decir, el escrito de Nava y Caveda aquí examinado]; pero para apreciar debidamente su importancia es preciso, a mi juicio, presentar a la vez una reseña de las fuerzas productoras del país (p. 13).

Por consiguiente, las noticias generales sobre la geografía física, humana y política de Japón, con especial atención a sus puertos, ocupan la primera mitad del ensayo (pp. 3-108), mientras que la segunda mitad examina en detalle el ejército y la marina tanto militar como mercante.

Aquí volvemos a encontrar la extendida consideración según la cual Filipinas podría servir para relanzar el comercio español con Japón, dando así «alimento a nuestra marina mercante, tan falta de flete en todas partes» (p. 11). En cambio, el comercio se produce «por el intermedio de terceros pabellones» y «se observa con pena que no aparece un solo buque de nuestra marina mercante entre aquellos que han frecuentado aquellos puertos» (p. 12), es decir, aquellos que ya se habían abierto al comercio internacional. De hecho, España fue uno de los últimos estados en estipular un tratado comercial con Japón, ratificado solo el 8 de abril de 1870 (p. 11).

El texto presenta una forma híbrida, ya que las noticias civiles de carácter general ocupan aproximadamente el mismo espacio que las relativas a la marina y sus establecimientos. En conclusión, escribe Nava y Caveda, estas Noticias «se destinan principalmente a dar a conocer las fuerzas militares del Imperio; lo demás sirve de estudio para apreciar mejor aquellas» (pp. 13 y s.).

Las fuentes de Nava y Caveda eran las obras de Edward J. Reed,103 «célebre constructor inglés» que fue superintendente en la proyectación y construcción de las tres corbetas adquiridas por Japón en Inglaterra en 1875 (descritas con minuciosos detalles técnicos, pp. 145-154), así como varios artículos de la Revue Maritime et Coloniale y otros que aparecen citados en las notas. En estas notas, precisamente, se concluye mencionando una obra del personaje que se halla en el centro de estas páginas:

Damos aquí punto, no sin recomendar a los que deseen conocer la geografía del Japón el interesante trabajo publicado por D. Enrique Dupuy de Lôme en el «Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid» correspondiente a los meses de Marzo y Abril de 1880, titulado: Estudio sobre la geografía de Japón (p. 15).104

Con esta referencia a nuestro autor podemos ya apartar la mirada de los anaqueles donde hemos estado alineando los escritos españoles sobre Asia oriental que él mismo nos aconsejaba, para dirigirla a su escritorio de la Embajada española de Berlín, donde su libro sobre Japón iba adquiriendo forma.

b) Las referencias a experiencias propias

Además de las fuentes examinadas hasta ahora, el texto de Dupuy se remite a obras de él y a sus observaciones o experiencias personales. Las referencias a otras dos de sus obras se encuentran citadas o comentadas en las notas a su texto, para facilitar la lectura. En concreto, las remisiones a De Madrid a Madrid se señalan con las siglas MM y las de Estudios sobre el Japón con las siglas EJ; uso de ambas abreviaturas que empleo en otras partes de mi texto y de mis notas.

Las impresiones o experiencias personales de Dupuy están presentes tanto en su texto como en sus notas. A continuación citaré sus observaciones de forma sintética, junto con la referencia a las páginas del presente volumen, para facilitar su búsqueda. Junto a los datos de hechos recogidos en el texto, se traza así un itinerario personal que permite seguir las experiencias y las reflexiones de Dupuy sobre sus dos años de estancia en Japón:

p. 189, n. 24: En el viaje que lo llevó a Japón, Dupuy viajó y se entretuvo con algunos importantes miembros de la Misión Iwakura, donde pudo confirmar que Japón era un ejemplo que estaba convirtiéndose en un peligro, sobre todo para Filipinas.

p. 210, n. 72: Ya en Berlín, Dupuy se encuentra con el coronel Murata Tsuneyoshi, que proyectó y construyó el primer fusil moderno de Japón.

pp. 213 y ss., n. 79: Dupuy es invitado a asistir a unas maniobras militares y a la botadura de algunas naves de la nueva marina japonesa, donde se encuentra con algunos oficiales franceses que habían sido alumnos de su pariente, el constructor naval Henri Dupuy de Lôme (cf. p. 46, n. 47).

p. 213: Dupuy se da cuenta de que muchos filipinos (tagalos, súbditos españoles) ejercían como marineros en la marina japonesa.

pp. 218 y ss.: La cristianización del Japón llevada a cabo por el santo navarro Francisco Javier induce a Dupuy a profundizar en el tema de las dos religiones japonesas, budismo y sintoísmo, así como en la política de la época Meiji para favorecer el culto sintoísta y reprimir el budismo y (al menos en la primera fase) el cristianismo.

p. 221: Dupuy está en Japón cuando en 1875 se inaugura la línea ferroviaria Hiogo-Osaka. Las consideraciones sobre el ferrocarril japonés le llevan a una confrontación crítica con el español.

pp. 222 y ss.: El relato de la experiencia vivida en primera persona en la línea de navegación de la sociedad Mitsubishi es sobre todo un capítulo de la historia de la competencia entre las empresas japonesas emergentes y las occidentales ya consolidadas; pero es también una experiencia personal positiva, porque la carrera por los descuentos en los costes de transporte «me proporcionó uno de los viajes más agradables e interesantes que he hecho en mi larga vida de viajero» y le permitió visitar China. En cambio, la comodidad de las naves españolas en la ruta de Oriente dejaba mucho que desear, como ya constató en 1907 el portugués Wenceslau de Moraes, a propósito de las conexiones con la península Ibérica confiadas a la «Mala Española» (es decir, el correo español, expresión tomada del inglés «Indian Mail», al igual que el italiano «Valigia delle Indie»):

¡Ah, el Correo español! Hace quince años aprendí, por experiencia directa, que para tomar un baño a bordo era necesario presentar una solicitud la noche anterior, debidamente justificada, y pagar dos pesetas por tan extravagante petición. Una señora japonesa, apenas llegada a Japón, que había viajado de Lisboa a Manila en una nave de la «Mala» en cuestión, me cuenta que aún sigue en vigor la misma regla. ¡Hombre, qué tortura!105

p. 226: El análisis de los datos relativos al comercio nipón-español se muestra una vez más como insatisfactorio, a pesar de estar incluida también la aportación de las Filipinas.

p. 226, pp. 229 y s.: Las referencias al comercio de la seda evocan el interés de la familia Dupuy por la sericicultura; sobre esta se encuentran datos más extensos en otro libro de Dupuy, cf. § 10.

pp. 229 y s.: Como confirmación de la consolidación de la apertura de Japón, Dupuy constata que disminuye el número de extranjeros en Japón, mientras que aumentan los japoneses que se transfieren al extranjero.

p. 232: Temores por el futuro: ¿guerra con Occidente?

p. 234: La mirada de Dupuy sigue atenta la transformación de Japón: en Yokohama ve cómo la mayoría de los habitantes adoptaba las costumbres occidentales, mientras que los samuráis seguían aferrándose a algunas tradiciones, como el típico peinado, manifestando así una adhesión interior al pasado que desembocó en la rebelión de Satsuma.

pp. 237 y ss.: Dupuy acompaña con simpatía la trágica suerte del rebelde Saigo Takamori (cf. p. 235, n. 115), en parte porque la asocia con un recuerdo de Estados Unidos, evocado pocas líneas después. De hecho, sus contactos con los diplomáticos conocidos en Japón continuaron también a partir de 1883 en su nuevo destino en Washington, donde se reencontró con Karl von Struve, que había sido embajador ruso en Japón y que había adoptado al hijo del desafortunado Saigo Takamori, criándolo en su familia conforme a los preceptos de la religión ortodoxa.

pp. 241 y ss.: Dupuy comparte con otros ibéricos la animadversión hacia los holandeses, a quienes acusaban de haber instigado al shogun a perseguir a los cristianos (en realidad, a los católicos) y de haber participado directamente en «la horrible matanza de Shimabara» (cf. p. 242, n. 140).

p. 244: Hablando de la revisión de los tratados injustos, Dupuy regresa una vez más al viaje que realizó junto a algunos miembros de la misión Iwakura, pues también él había confiado en su revisión; es más, incluso fabula con su vuelta a España con motivo de su ratificación, y su espíritu de viajero le lleva a pensar en un viaje «por Siberia y el desierto de Gobi». Sin embargo, no tuvieron lugar ni la revisión de los tratados, ni el aventurero viaje por tierra desde Japón a España.

p. 247: Los acontecimientos en Asia, en particular la primera guerra sino-japonesa, son los eventos que le llevan «a publicar estos estudios» (p. 264), mientras que, respecto a la ocupación de Formosa, comparte la opinión de los residentes, según la cual el ejército japonés, pese a estar diezmado por la enfermedad, «había tratado muy bien a los indígenas indefensos y había pagado cuanto consumió».

pp. 255 y ss.: Los dos meses transcurridos en China (gracias a los fabulosos descuentos de las compañías de navegación que se hacían la competencia entre sí) permiten a Dupuy formular un análisis acerca del enfrentamiento entre China y Japón: a su juicio, la debilidad de China depende de su falta de organización. Y describe ampliamente las impresiones que corroboran este análisis.

p. 259: Al final de la comparación entre China y Japón, Dupuy vuelve sobre «el motivo y excusa de este libro»: la influencia que Japón terminará por ejercer sobre Filipinas. En su opinión, no bastará con unas pocas leyes para convertir a los filipinos («que llamamos indios de Filipinas») en otros tantos japoneses. Reconoce que España ha hecho mucho por Filipinas, pero debe hacer más si no quiere perderlas. Con estas palabras de incitación a la acción se cierra el libro de Dupuy.

c) Una elaboración que duró desde 1874 a 1895

Ha llegado el momento de contextualizar el texto de Dupuy publicado en este volumen. En la Embajada española de Berlín, en 1895 –es decir, unos veinte años después de su estancia japonesa–, Dupuy retomó sus anotaciones para completar el libro sobre Japón iniciado y suspendido en varias ocasiones. Lo cierto es que el momento era propicio para una iniciativa editorial semejante, porque la victoria de Japón sobre China había avivado el interés general por Japón. Con esta nueva publicación106 Dupuy se proponía difundir el conocimiento de Japón entre los españoles y, en particular, llamar la atención del Gobierno sobre un estado asiático que había entrado en el grupo de las grandes potencias: en efecto, España necesitaba reforzar sus relaciones comerciales con Japón, pero necesitaba también guardarse de él para tutelar las islas Filipinas. En el anterior libro de 1877 había dicho que «el Japón era un ejemplo, y podría llegar a ser un peligro»; en 1895 –tras su victoria en la guerra sino-japonesa– Dupuy constataba que «el ejemplo continúa, el peligro ya ha llegado, y será mayor cada día» (EJ: 10).

 

Al igual que el diplomático portugués Wenceslau de Moraes,107 también Dupuy sentía que Asia estaba liberándose del yugo colonial y que el ejemplo japonés podía ser contagioso: «Más peligrosas que las armas del Mikado han de ser las ideas que irradien de un país asiático constitucional, tan cercano a nuestra preciada colonia; de un país orgulloso por sus progresos, ebrio por su triunfo, y con una población que ya no cabe en las islas que puebla» (EJ: 11).

A su modo de ver, España debería al menos haber sacado ventaja de la expansión económica japonesa. Sin embargo, en Japón «no había en mi tiempo ni un solo comerciante español» (EJ: 23). Los consumos japoneses se habían occidentalizado y los occidentales apreciaban los productos japoneses, pero «en todas esas operaciones no interviene ni un barco, ni una casa española» (EJ: 23). La crítica de Dupuy se dirige a «nuestros comerciantes e industriales que no saben más que pedir protección al Estado, y ni saben ni quieren aprovecharse de la protección y protegerse a sí mismos» (EJ: 25). «El espíritu aventurero» (que hoy llamaríamos emprendedor) de los siglos de los grandes descubrimientos sobrevivía casi únicamente en el pueblo que emigraba hacia tierras desconocidas: «Todavía hay valor en la masa del pueblo para lanzarse a lo desconocido; pero falta por completo en las clases educadas, que no quieren correr más aventuras que las de la política» (EJ: 24). En conclusión, Japón había abierto sus puertos y comerciaba con todo el mundo, y Dupuy quería contribuir a que España despertara de su apatía, apuntando hacia un mercado próspero que se encontraba al alcance de la mano gracias a las islas Filipinas: su libro aspiraba a ser un «grano de arena para ese gran edificio» que es «la regeneración de la patria» (EJ: 26).

Estudios sobre el Japón es un libro compuesto: de hecho, en 1895 se publicaron «páginas que fueron redactadas hace veintiún años [es decir en 1874], y que hace más de diez estuvieron preparadas para la imprenta» (EJ: 10): en efecto, el prólogo de los Estudios es de 1885 y el epílogo de 1895.108 La naturaleza informativa del libro se revela también en los siguientes capítulos: «Un poco de geografía», «Algo de historia» y «Las dos religiones». Sus aproximadamente trescientas páginas constituyen las tres cuartas partes del libro, pero hoy tienen un valor puramente histórico, porque nos dicen cómo veía Japón un español culto de finales del siglo XIX.

En cambio, la última parte del libro presenta un interés particular porque recoge las anotaciones de un observador directo de la modernización japonesa, constituyendo así un libro dentro del libro: La transformación del Japón. 27 años de Meiji.109 Efectivamente, se trata de una obra en sí misma: Dupuy se había propuesto concluir su libro con la descripción de la misión Iwakura,110 «misión tan numerosa, compuesta de personajes tan considerables», que «abría una nueva era, a cuya aurora asistí en los dos años más importantes por los qué ha pasado la maravillosa transformación del Imperio del Sol Naciente» (EJ: 298). Pero en abril de 1895 la guerra sino-japonesa había terminado con la victoria de Japón, de manera que, por primera vez en la historia, este país sustituía la milenaria preponderancia china en Asia oriental. «La guerra actual –escribe Dupuy– abre, no solo para Japón, sino que para toda Asia, un nuevo período que ha de tener gran influencia en la historia de Europa»; por consiguiente le sería imposible «imprimir estos estudios sin añadir un capítulo en el que, brevemente, se reseñe la vida de ese pueblo en estos últimos años» (EJ: 298). La documentación proviene de las notas tomadas por Dupuy en 1874 durante su estancia en Japón, así como de las informaciones y publicaciones obtenidas por sus colegas japoneses durante su estancia en Estados Unidos.

Mientras los Estudios están ordenados cronológicamente, el añadido de 1874 está estructurado por temas y proporciona una fotografía del Estado japonés tal y como se encontraba a principios de la época Meiji. Esto constituye un unicum en la literatura española sobre Japón, dado que fue escrito por un testigo directo que atesoraba los conocimientos técnicos necesarios para comprender los problemas tanto de las relaciones internacionales como de las reformas institucionales de la época Meiji. Además, los intereses personales y los deberes diplomáticos llevaban a Dupuy a interesarse por los aspectos económicos de los estados en los que ejercía. Nacieron así dos obras suyas: una sobre la seda, durante su estancia en Japón (§ 10), y otra sobre los vinos, con ocasión de la Exposición Universal de Chicago (§ 12).