Aportes de la biología del suelo a la agroecología

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La agricultura ha sido impactada por los cambios sociopolíticos y económicos que acompañaron las guerras mundiales, el advenimiento de la denominada Edad Moderna, con el desarrollo de las ciencias y el cambio de sistemas económico-sociales —del feudalismo al capitalismo contemporáneo— y sus avances cada vez más sofisticados —el capitalismo salvaje— que arrasa los sistemas naturales y sociales e impone un modelo dominante, en el cual, la concepción de naturaleza es de recurso antes que de bien natural finito2.

1.1.6. De la agricultura a las ciencias agronómicas

Cuando en la agricultura se aplican técnicas y tecnologías resultantes de esa ciencia emergente, surgen las escuelas formales de agronomía y profesiones adjuntas, como estrategia para difundir con éxito los conocimientos apropiados. Este movimiento se origina en Europa, unido al conocimiento científico que se fragmenta en campos del saber y luego se transfiere con éxito a Estados Unidos (Mora-Osejo y Fals-Borda, 2001, p. 149). Francia es un epicentro a partir de escuelas que señalan la necesidad de transformar la agricultura a través del desarrollo de máquinas, comprensión científica de procesos que suceden en el suelo y en las plantas, que pueden ser manejados a partir de técnicas y tecnologías. Esos conocimientos constituirán posteriormente el acervo de la revolución verde.

Uno de los énfasis de estos estudios científicos se centra en el suelo, en la comprensión de la aplicación de procesos tecnológicos como la descomposición de la materia orgánica como fuente de nutrientes mediante el compostaje artesanal, la nitrificación, la fijación biológica de N2 el uso de estiércol de aves (guano). El cambio de estas fuentes naturales locales por fertilizantes de síntesis industrial —como la masificación del uso de urea en la agricultura y otros fertilizantes, con un alto costo energético aportado por el petróleo— está ligado a presiones industriales, en busca de nuevos mercados, una vez finalizadas las dos guerras mundiales en las cuales estos constituían material belicoso. En esta forma, insumos de la guerra con las consecuencias conocidas se incorporaron a la agricultura como insumos aparentemente propiciadores de vida, con total desconocimiento y despreocupación por sus efectos a largo plazo (Rodrigo, 2015).

Al manejo del suelo se sumaron otras tecnologías, como la selección y conservación de semillas, la mecanización con grandes máquinas movidas por el petróleo, el manejo del agua, la fertilización química y todas aquellas tecnologías que consideraban, estimulaban la productividad de los cultivos. Estas herramientas tecnológicas constituyen el acervo tecnológico con el cual se vendió la revolución verde.

En 1963, la Food and Agriculture Organization (FAO) realiza el Congreso Mundial de la Alimentación, en el cual se trazan políticas basadas en rendimientos y rentabilidad que instan a los países a adoptar el modelo de monocultivos dependientes de fertilizantes químicos y agrotóxicos (Barg y Armand, 2007, p. 7). Se impone así la agricultura convencional intensiva basada en variedades alimentarias de alto rendimiento, especialmente centradas en trigo, maíz y arroz, posteriormente viene la soya y el algodón. Todo el sistema de apoyo, las agencias internacionales de cooperación, el aparato científico-tecnológico y económico se orienta a este tipo de agricultura, olvidando el pasado biodiverso de la vida y de los seres humanos íntimamente ligados a los ecosistemas terrestres.

Con estas directrices, en estos últimos setenta años, el énfasis de la investigación agraria ha girado en torno a los centros académicos, llámense institutos de investigación y/o universidades, por ejemplo, en su naciente ciencia, en torno al estímulo a monocultivos y semillas mejoradas de especies como el trigo, el arroz, la soya, el maíz, la papa, destinados a «solucionar el problema del hambre en el mundo» (Novás, 2005, p. 274). Se sofistica aún más en el siglo XXI con la aplicación de la biotecnología y de los organismos transgénicos para la producción monopólica de alimentos para el mundo y el desconocimiento de otras agriculturas alternativas que han asegurado la soberanía, seguridad y autonomía alimentaria del mundo y de sectores de poblaciones campesinas altamente vulnerables.

Transcurrió este largo periodo hasta la actualidad, en el cual se ocultó a las nuevas generaciones la existencia de alternativas al sistema agrario dominante y se desconocieron investigaciones que alertaban acerca de las dimensiones catastróficas de carácter social, económico, ambiental y político que conllevaba la revolución verde. Aparentemente, nos encontramos en un momento de reflexión y reconocimiento de lo que ha significado en términos de hambre (Caparrós, 2014, p. 427), del daño que causan los agroquímicos a la salud, ambiente, cambio climático, biodiversidad y soberanía alimentaria, entre otros. Según Hilal Elver y Baskut Tuncak, del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, «es hora de derrumbar el mito de que los agroquímicos son necesarios para alimentar al mundo» (Carrington, 2017).

El fracaso de la revolución verde de alimentar al mundo y los costos sociales, económicos, ambientales y políticos inmersos han llevado a que se reconozca la necesidad de aceptar alternativas alimentarias diferentes a las ofrecidas por la economía neoliberal predominante. En este contexto, dentro de la situación de crisis planetaria a enfrentar, la agroecología renueva sus esfuerzos como opción multidiversa.

Después de largos años de lucha, la agroecología adquiere presencia gubernamental, como estrategia de interés planetario, reconocida institucionalmente, por primera vez, en el simposio internacional: agroecología para la seguridad alimentaria y nutricional, realizado en Roma por la FAO, en septiembre de 2014. (FAO, 2017, p. XIII) (Sánchez de Prager, Barrera et al. 2017, p. 253)

Lo anterior unido al reconocimiento y apertura de otras alternativas para producir alimentos diferentes a la revolución verde, ligada al uso de agroquímicos y al desconocimiento de la soberanía alimentaria de los pueblos (Carrington, 2017; Mejía, 1997, p. 22, 1998, p. 37, 1999, p. 87, 2001, p. 17).

1.2. La agroecología se basa en principios de sostenibilidad planetaria y, por ende, humana

1.2.1. Conceptualización de la agroecología

La conceptualización de la agroecología la han asumido investigadores como Altieri y Toledo (2010, p. 165, 2011, p. 4), Gliessman, (2002, p. 13), Gliessman et al., (2007, p. 12), González de Molina y Toledo (2011, p. 341), Sevilla (2014, p. 1), Sevilla y Soler (2009, p. 35), entre otros, cuyos escritos se complementan y ofrecen miradas de conjunto. Tomemos como base a Gliessman et al. (2007), quien la describe con pocas palabras autocontenidas: «la aplicación de los conceptos y principios ecológicos al diseño y manejo de los sistemas alimentarios sostenibles» (p. 13). León y Altieri (2010) explicitan que «La agroecología explora, por una parte, el conjunto de relaciones ecológicas y culturales que suceden al interior y al exterior de los campos de cultivos, abarcando incluso la integralidad de las fincas» y «las conexiones e interacciones complejas que existen entre los agroecosistemas y la sociedad» (p. 20). Las palabras agroecosistemas y sostenibilidad son claves en la interpretación y comprensión de estos discursos.

1.2.2. Agroecosistemas

Constituyen la unidad básica de estudio de la agroecología, concebidos como resultado de la interacción de los ecosistemas presentes (sistemas biológicos) y las culturas (sistemas sociales). Dentro de la visión sistémica, en ambos se repiten componentes fundamentales de los sistemas: la existencia de un patrón organizativo y estructural. Las redes que se repiten y expresan en estructuras características reconocibles —tal vez palpables, aunque no siempre por las dimensiones— y dentro de procesos —organización— permiten la repetición y continuidad de los agroecosistemas específicamente (figura 1.4).

Los agroecosistemas se establecen en condiciones de la naturaleza específicas: suelos, topografía, clima, vientos, temperatura, humedad, altura sobre el nivel del mar (m. s. n. m.), precipitación, entre otros. Los sistemas sociales mediante el componente de la cultura suman valor agregado al dar significado a lo que ocurre en momentos específicos de tiempo y espacio, marcados por la historia (Sánchez de Prager, Vélez, Gómez y Gómez, 2014, p. 1). Por ejemplo, al inicio de la agricultura, los agroecosistemas se basaban en los bienes naturales presentes in situ y en los saberes ancestrales propios de cada región, en sus ritos, creencias. Toledo y Barrera-Bassols (2008) nos ilustran las características de diferentes agroecosistemas dependiendo de su ubicación y de lo local (p. 147).


Figura 1.4.

Los agroecosistemas surgen en la conjunción e interacción de los sistemas biológicos y sociales.

Fuente: Sánchez de Prager, Vélez et al. (2014, p. 5).

Los agroecosistemas trascienden los límites de los predios (fincas) y se insertan en el paisaje local y en el territorio (figura 1.5). Esta comprensión es muy importante en el proceso de paz que covive Colombia en la actualidad, pues los agroecosistemas rebasan la dimensión de sistemas productores de alimentos y materia prima, y se insertan en las condiciones sociales, económicas, políticas y ambientales de los territorios, de los países y de las naciones. Su comprensión trasciende lo agronómico, es transdisciplinaria.

 

Figura 1.5.

La dimensión de los agroecosistemas, desde la agroecología, supera el espacio de la finca y se integra al territorio con fuerte influencia sobre el ambiente local, regional y global.

Fuente: Sánchez de Prager, Vélez et al., (2014, p. 5).

1.2.3. Sostenibilidad

Conceptualizamos sostenibilidad como sinónimo de sustentabilidad. El énfasis se centra, para algunos autores, en la producción de alimentos sanos y limpios dentro de los principios de soberanía y seguridad alimentaria (Sánchez de Prager, et al., 2014, p. 8). Sin embargo, esta cualidad y/o propiedad emergente es más compleja. González de Molina y Toledo (2011) le agregan la necesidad de suplir las necesidades básicas de los miembros de la organización social, que sean económicamente viables, accesibles a todos los agricultores, socialmente justos, tanto en términos de posibilidad de ser adquiridos como también de ser producidos mediante el acceso a los bienes naturales (p. 288). Los autores González de Molina y Toledo (2011) sostienen:

Cuanto mayor sea el grado de desigualdad social mayor serán las amenazas para la estabilidad del ecosistema. La pobreza, la falta de acceso a los recursos, ha tenido a lo largo de la historia, y tienen hoy en día, consecuencias negativas para dicha estabilidad. Fenómenos como el sobrepastoreo, la deforestación, las roturaciones abusivas, el cultivo en laderas, etc., se han descrito como actitudes de los más desfavorecidos o de la codicia de los más acaudalados. Todas estas son actitudes y prácticas generadas por esa patología ecosistémica que resulta ser, a los ojos de la agroecología, la desigualdad social. (p. 46)

Es necesaria la comprensión de los dos componentes de la equidad social: la equidad intergeneracional que implica compromiso con las futuras generaciones y la equidad externa que considera «el sobreesfuerzo productivo de los agroecosistemas y su consiguiente deterioro para el logro de la subsistencia en base a un mayor excedente comercializable» (González de Molina, 2011, p. 59). Pengue (2012) ilustra las externalidades del comercio interno y externo con base en lo que significa el extractivismo, la exportación de alimentos y materias primas, no solamente en términos económicos, sino también ecosistémicos: agua, nutrientes del suelo, seguridad, soberanía alimentaria, paisaje, entre otros (p. 11).

Además de las anteriores cualidades, la sostenibilidad también contempla la resiliencia y autonomía de los agroecosistemas. La primera considera la capacidad de estos para soportar presiones originadas por las condiciones naturales donde están establecidos y/o sociales ejercidas sobre el sistema productivo. La autonomía está relacionada con la capacidad interna para suministrar, para soportar los flujos de insumos y procesos necesarios para el proceso productivo.

Las propiedades de la sostenibilidad, como un todo, confluyen en el principio de soberanía en los agroecosistemas, con sus tres componentes: alimentario, energético y tecnológico. La soberanía, que lleva intrínseca como mínimo la seguridad alimentaria, se convierte en eje conductor hacia donde se dirigen las prácticas agronómicas a implementar desde lo biológico, pero también las decisiones a tomar por los agricultores y la comunidad dentro de la práctica social. En este marco interacciona lo biológico con lo social y se impone la necesidad de la cooperación y de la organización, acerca de las cuales los sistemas biológicos tienen tanto para enseñarnos.

Según Harari (2014), «la mayoría de las redes de cooperación humana se han organizado para la opresión y la explotación» (p. 123). Sin embargo, en las rupturas que dejan los sistemas sociopolíticos, el mismo autor afirma: «creemos en un orden particular no porque sea objetivamente cierto, sino porque creer en él nos permite cooperar de manera efectiva y forjar una sociedad mejor» (Harari, 2014, p. 129). Es en este paradigma en donde se enmarca la agroecología dentro de las contradicciones que propicia su enfoque.

1.2.4. La soberanía alimentaria, energética y tecnológica: brújula de la agroecología y la sostenibilidad

Delgado y Rits (2014) sostienen que, en los últimos cincuenta años, la FAO (1996) adoptó el concepto de seguridad alimentaria «como la propuesta oficial para solucionar los problemas de hambre y pobreza en el mundo» (p. 56). Según Navarro y Desmarais (2009, p. 94), la Vía Campesina en 1996 propuso la soberanía alimentaria dentro de una visión holística que supera el planteamiento de acceso físico y económico a los alimentos e involucra «la independencia y soberanía del uso de conocimientos y tecnologías por los indígenas, campesinos y agricultores como aspectos fundamentales, dando origen a los derechos a la alimentación» (La Vía Campesina, 2008, 2011).

La agroecología ha apropiado y argumentado este concepto en su quehacer cotidiano. Han tenido que pasar más de veinte años para que la FAO considere a la agroecología como alternativa para la producción de alimentos con el fin de contrarrestar la creciente pobreza y el hambre mundial (Caparrós, 2014, p. 10). Sin embargo, persiste socializado el concepto de seguridad alimentaria y la palabra soberanía permanece invisibilizada (Carrington, 2017).

La soberanía alimentaria, energética y tecnológica están íntimamente ligadas. Se individualizan para su comprensión, pero son complementarias y constituyen unidad. Según Altieri y Toledo (2011), giran alrededor de lo local, ojalá dentro de procesos de concertación entre productores y con consumidores sobre la autonomía en la toma de decisiones acerca de qué alimentos consumir y, por lo tanto, producir en cultivos y animales en sus predios, ciclos de producción y consumo cercanos, incertidumbres biológicas y sociales que conlleva el proceso (p. 10).

La soberanía energética se hace evidente en la medida en que los productores agroecológicos obtienen la energía de las fuentes locales y sostenibles. En primera instancia del sol como la más disponible, barata y accesible. Por ello, el diseño de los sistemas productivos agroecológicos se orienta al uso solar altamente eficiente. La biomasa vegetal derivada de los procesos productivos es otra fuente de gran importancia, directamente o mediante procesos como la producción de biogás y compostaje que pueden constituir fuentes de energía térmica y eléctrica. La investigación y puesta en marcha de paneles solares son algunos ejemplos de sus usos potenciales.

La soberanía tecnológica emerge de los conocimientos ancestrales, los cuales inicialmente son prácticas y luego —con el apoyo del conocimiento científico al indagar sobre las bases teóricas que lo sustentan y la posibilidad de facilitar sus usos— pueden llevar al diseño de tecnologías y recomendaciones para mejorar la determinada producción de un insumo, como por ejemplo, el compost y su uso más eficiente, los extractos vegetales, las plantas amigas y enemigas dentro de un diseño de campo, al igual que la producción y uso eficiente del biogás, no solo a partir de desechos y excretas animales y humanas, de la energía eólica, de los paneles solares, entre otros.

El conocimiento de las bases que sustentan estos procesos permite que cada día pueda surgir una tecnología que haga más eficiente su uso. Los agricultores conviven permanentemente con la técnica y la tecnología, en menor grado con la ciencia, especialmente si se concentra en instituciones jerárquicas. En la figura 1.6 se trata de integrar todos estos elementos que, desde la agroecología, persiguen como objetivo lo que se ha denominado «buen vivir planetario y por lo tanto, humano».


Figura 1.6.

Acercamiento a las múltiples interacciones biológicas y sociales inmersas en la producción agraria sostenible, soberana y autónoma.

Fuente: Sánchez de Prager, Rojas et al. (2017, p. 104).

1.2.5. Principios agroecológicos que propician la sostenibilidad

Para que surja esta propiedad emergente denominada sostenibilidad3, han de aplicarse principios agroecológicos, algunos de ellos se podrían pensar que son de sentido común. Sin embargo, han sido ignorados y borrados de los textos académicos de agricultura convencional. Estos principios se han construido y emergido desde la práctica, la ciencia que los dota de fundamentos y desde el movimiento social. Todos ellos atravesados por la práctica y la innovación como instrumentos de apoyo y transformación (figura 1.7).


Figura 1.7.

La sostenibilidad de los agroecosistemas4 conlleva propiedades emergentes5 que surgen de las interacciones de diferentes componentes y solo es comprensible desde la mirada integral de los agroecosistemas.

Fuente: Sánchez de Prager (2003a, pp. 7-9); Sánchez de Prager et al. (2007, p. 52); Sánchez de Prager, Barrera et al. (2017, p. 258-260).

La sostenibilidad desde la práctica, ciencia y tecnología ligada a los sistemas biológicos

Estos principios agroecológicos —desde lo técnico, científico y tecnológico— parten del reconocimiento del uso eficiente de la energía solar como la mayor y más económica fuente energética que tiene el planeta, también de la biodiversidad que enriquece y optimiza la función metabólica al propiciar la materia prima para los ciclos biogeoquímicos que aseguran el ciclaje y disponibilidad de nutrientes en el tiempo, y de las sinergias y complementariedades que se pueden implementar en los agroecosistemas.

Detengámonos un poco en el concepto sistémico de propiedades emergentes para entrar a la sostenibilidad como expresión de dichas propiedades y como producto de las interacciones entre estas, que se construyen en diferentes espacios y momentos de los agroecosistemas (figura 1.7).

Por ejemplo, dentro de los suelos es complejo explicar el concepto de fertilidad: los físicos centran su respuesta en su objeto de estudio, los químicos con mayor razón en el suyo y los biólogos de suelos tratamos de explicarlo con base en los organismos y, especialmente, la actividad de los microorganismos. Sin embargo, la fertilidad de un suelo emerge de la integralidad de estos componentes. La mirada separada nos permite comprender particularidades, pero no la expresión compleja: plantas bien nutridas, sin problemas y con «buena» productividad. Otro ejemplo, la sanidad de un agroecosistema solo es posible explicarlo desde la integración y la mirada compleja que genera la observación y comprensión de lo físico, químico y biológico en interacción. De allí que sea inútil pensar en la «eliminación drástica» de un patógeno sin analizar qué hace que llegue a unas poblaciones que superen los límites y muestren efectos letales y/o limitantes de la producción. Si continuáramos con los ejemplos, llegaríamos por fin a la vida como expresión de propiedades emergentes en el proceso evolutivo que propició su presencia.

El conocimiento inicialmente empírico de estos componentes, dentro del pensamiento que constituyó las bases de la agroecología, se traduce en acciones prácticas que dieron origen a técnicas y saberes milenarios que se conservan hasta el presente dentro de una agricultura ecológica y que encuentran nuevas formas de expresión oral y aplicada cuando se ligan a la ciencia y a su acompañante, la tecnología. Dentro de esta perspectiva, en la tabla 1.1 se presentan algunos lineamientos agroecológicos que se tienen en cuenta en el diseño y construcción de agroecosistemas sostenibles, que se traducen en prácticas y acciones a implementar, recogidas y repetidas a partir del quehacer campesino cotidiano.

Como se puede observar, la mayoría de las acciones a ejecutar están centradas en el manejo de los bienes naturales biodiversos (Altieri, 2009, p. 7). Sin mucha reserva, decimos que los campesinos, indígenas, afrodescendientes, pescadores y artesanos, dado su arraigado pensamiento ambientalista, han sido agroecólogos por naturaleza. Sin embargo, muchos de ellos han sido permeados por la ilusión de la revolución verde y actualmente la practican con altos costos sociales, económicos, políticos y ambientales (Indian Institute of Management Ahmedabad, 2006, p. 7; Pandya-Wagh, 2015).

 

Tabla 1.1.

Lineamientos para tener en cuenta en el diseño e implementación de agroecosistemas sostenibles


Objetivos por lograr Procesos por impactar a través de acciones planificadas y ejecutadas
Balance de los sistemas regulatorios Ciclos de nutrientes, balance de agua, flujos de materia y energía, regulación de poblaciones, entre otros.
Optimización de la función metabólica Descomposición de materia orgánica biodiversa, acciones que regulen (ralenticen y/o aceleren) el ciclaje de nutrientes, acciones que generen complementariedades y sinergias.
Aumentar la conservación y regeneración de los bienes de suelo, agua, la biodiversidad y el ambiente Siembra de biodiversidad reconocida por sus aportes a la conservación y regeneración, corredores agroecológicos, por ejemplo.
Fortalecer la inmunidad del sistema Especies vegetales y animales complementarias que fortalezcan el funcionamiento apropiado del sistema natural de manejo y control de plagas.
Disminuir la toxicidad a través de la eliminación de agroquímicos Eliminar el uso de agroquímicos en los agroecosistemas: herbicidas, fungicidas, insecticidas, promotores de crecimiento, como hormonas, y fertilizantes de síntesis petroquímica. Agroecosistemas que contemplen plantas amigas y enemigas naturales.
Aumento y sostenimiento de la productividad en el largo plazo. Mejoramiento y conservación del suelo vivo Planificación y ejecución de rotaciones aprovechando variaciones climáticas, el ciclaje de los restos vegetales que se generan, los ciclos de los cultivos, siembra de diferentes variedades de las mismas especies, entre otros. Integralidad en técnicas y tecnologías que aporten a este objetivo.

Fuente: Adaptado por la autora a partir de Altieri y Toledo (2010, p. 171).

Sánchez de Prager, Barrera et al. (2017, p. 259) sostienen:

Desde la ciencia occidental, la agroecología al plantearse interrogantes sobre los saberes ancestrales encuentra que, en su mayoría, las actividades agroecológicas se basan en principios empíricos, las cuales fueron aprendidas, aprehendidas y seleccionadas por los agricultores a partir del ensayo-error —una forma de acercamiento al saber científico—, combinadas o no con sus mitos y creencias espirituales. La aplicación del método científico como instrumento de búsqueda, encuentra que esos saberes tienen fundamentos científicos (Delgado y Rits, 2014, p. 36) que pueden ser comprendidos, corroborados y ampliados, con la coinvestigación academia-agricultor.

La comprensión de la vida desde la ciencia, como proceso resultante de múltiples interacciones que se expresan en lenguaje molecular, lleva a plantear las acciones prácticas en un paisaje más complejo, sin que estas pierdan valor, todo lo contrario, encuentran respaldo en el conocimiento científico que le confiere un significado agregado al concepto de manejo sostenible de los agroecosistemas (figura 1.8), en términos de principios y lineamientos, antes que de acciones o prácticas individuales.


Figura 1.8.

Principios para lograr agroecosistemas sostenibles desde la dimensión biológica.

Fuente: Altieri y Toledo (2010, p. 29). Elaborado por Sánchez de Prager y Perea-Morera (2017).

Cada uno de estos componentes involucran principios teóricos y prácticas que explican la sustentabilidad de los agroecosistemas ecológicos desde la complejidad del sistema biológico, sus interacciones, complementariedades y sinergias. Conducen al concepto de equilibrio fluyente, es decir dinámico, cambiante, que fortalece la inmunidad de los agroecosistemas no solo a partir de los mecanismos disponibles a través del ADN circulante logrado con la biodiversidad reinante, sino también lo que esta suma en términos de complementariedades y sinergias, temas de obligada referencia en las siguientes secciones del libro. Las redes neuronales que surgen de la integración de estos componentes apuntalan a los sistemas regulatorios que fortalecen la inmunidad de los agroecosistemas (figura 1.8).

1.2.6. La agroecología, entonces, supera el estudio de los agroecosistemas y se introduce en territorio y sociedad

En ningún momento de la historia del planeta, como en la actualidad, hay tanta ciencia acumulada —desde diferentes vertientes: natural, social, económica, política, ambiental, entre otras— que permita explicar la vida en la Tierra y los riesgos de la revolución verde como instrumento tecnológico de un modelo dominante, cuya preocupación mayor es cómo obtener las máximas ganancias del planeta dentro de una economía de mercado extractivista que arrasa la vida en todas sus manifestaciones (Benenson, Rosow y Dailly, 2012). La revolución verde basa su productividad agraria en el uso de insumos de síntesis petroquímica que encarecen los costos de producción, contaminan el suelo, el ambiente, afectan la salud humana, animal y ecosistémica. En las últimas décadas, han incrementado «la contaminación de la naturaleza con la liberación de organismos genéticamente modificados — OMG—» (Mejía, 1998, p. 65).

La agroecología trasciende los linderos de la práctica y de las ciencias biológicas al convertirse en corriente transdisciplinaria, incursiona en la sociedad, en los conceptos de democracia, equidad, justicia, ambientalismo, entre otros. Algunos autores llaman a esta corriente de pensamiento ciencia posnormal, propuesta por Funtowicz y Ravetz (1993, p. 739) y adoptada por autores como Delgado y Rits (2014, p. 40). Al asumir la dimensión de movimiento social, la agroecología se suma a la deuda histórica del mundo occidental con los pequeños agricultores en cuanto a propiedad de la tierra. En la figura 1.9 se pretende integrar los ejes fundamentadores de esta ciencia, desde lo biológico, social, económico, político y ambiental, en busca de lograr la sostenibilidad que supera los agroecosistemas y se proyecta a la tierra viva como bien natural finito y colectivo.


Figura 1.9.

Fundamentos sistémicos de la agroecología.

Fuente: Altieri, (2009, p. 102-111); Sánchez de Prager, Vélez et al. (2014, p. 7-9). Elaborado por Sánchez de Prager.

A través de la historia, la Tierra pasó de ser un espacio de libre ocupación por las comunidades que habitan el territorio, a ser propiedad feudal. Posteriormente, con las guerras y en la era industrial, pasó a ser propiedad privada de grandes extensiones en manos de pocos, que se facilita por el desarrollo de fertilizantes y de maquinaria agrícola, eventos que avanzan de la mano con las guerras mundiales. En la Primera Guerra Mundial, con la industria de los explosivos, se derivan algunos fertilizantes nitrogenados, insecticidas clorados, entre otros. En la Segunda Guerra Mundial, el DDT y los herbicidas hormonales fueron elementos belicosos en Vietnam y, posteriormente, pasaron a ser matamalezas en la agricultura (Mejía, 1998, p. 11).

Así, el campesino cada vez está más marginado, como aparcero, mano de obra barata disponible, sin ninguna justicia social y como representantes de la pobreza en el campo. En Colombia, reconocido como uno de los países más violentos y desiguales del mundo «civilizado», en esta llamada «modernidad», la historia de la apropiación de la tierra es larga y dolorosa. De acuerdo con Oxfam (2016), actualmente, del total de área disponible para cultivo en Colombia, el 99 % está en manos de terratenientes —la mayoría dedicada a la ganadería extensiva— y solo un 1 % en manos de los campesinos (p. 25).