El legado de Cristo Figueroa

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Las redes de la poesía

Montserrat Ordóñez, fallecida en enero del 2001, fue y seguirá siendo una figura emblemática de la crítica literaria nacional. Montserrat Ordóñez y Cristo Figueroa se conocían muy bien, mutuamente respetaban sus diferentes enfoques y compartían constantemente libros e información. Probablemente así ocurrió con el surgimiento de los estudios de género. Ambos estudiosos consideraban que era necesario establecer la contribución de las mujeres a la historia de la literatura y a la de la sociedad. Sin embargo, ella es poco conocida como poeta; su obra se caracteriza por un sistema simbólico sofisticado y muy complejo. En el artículo “De piel en piel de Montserrat Ordoñez: la metamorfosis de la serpiente y la sabiduría de la araña” (2002), Figueroa se adentra en un imaginario que posee la fuerza tectónica de lo femenino, pero acompañado de la erudición de una mujer conocedora de varias lenguas y culturas. El discurso interpretativo del profesor linda con el del amigo: esta alianza le permite al crítico enunciar con gran delicadeza, respeto y deslumbramiento un paisaje interior elusivo y, con frecuencia, amenazador, como lo muestra el siguiente comentario: “En efecto, la subjetividad se desborda o no se deja representar y al construir un sujeto impuntual, desdoblado usualmente entre la primera y la tercera persona, contraría la comunicación” (68). Cristo Rafael ha logrado captar el movimiento de un yo lírico femenino que se construye a través del desplazamiento y el cambio constante; a ese fenómeno alude en el título de su ensayo. Cuando recurre a la mitología hindú para indagar sobre el símbolo de la araña, tan característico de la poesía de Ordóñez, bucea en el mar interior de una mujer a quien admira y aprecia. Entonces, propone lo siguiente sobre la temida tejedora:

La urdimbre de su tejido como emanación del ser une elementos concéntricamente figurados, que se alejan y luego se enlazan al centro, en tanto imagen de principio. En este sentido, la creación cosmogónica y la del universo literario se simbolizan en el acto de tejer dirigido siempre por alguien que teje, araña-autora, lo cual implica la conciencia de un yo que se sabe situado en medio de contingencias y al elevarse con la ayuda de su hilo alcanza la libertad. (69)

El arácnido, percibido con frecuencia como un símbolo negativo y relacionado con las capacidades perversas de lo femenino, es observado desde un prisma más amable. La lectura hecha por Figueroa Sánchez le da un vuelco al símbolo y lo convierte en metáfora de la laboriosidad sin descanso de una mujer que escribe, de su amiga Montserrat Ordóñez, quien, como el mismo Cristo Rafael, escribía aun durante los sueños. Este ensayo es una contrafirma a la misma poesía de Ordóñez: se imbrica en su textura profunda, se mete dentro de su piel y, por ello, con toda delicadeza, conduce al lector al centro de la red. Este proceso de interpretación descubre un intercambio dialógico entre construcción y destrucción, cuyo resultado es generar un proceso infinito de desdoblamientos. Según el autor, esta es la clave de la poética que identifica a los poemas de la antología De piel en piel (2002).

Cristo Rafael Figueroa aprecia profundamente a sus colegas, y ese afecto desempeña un papel especial cuando comenta sus trabajos creativos. Con Luz Mary Giraldo lo han unido largas jornadas de trabajo docente y administrativo, pero toda esa labor árida, tan digna de un experto, se matiza cuando comenta la obra poética de la tolimense. Figueroa hace el prólogo en el poemario de Luz Mary Giraldo, Con la vida (1996). Así, señala que “Su título connota un viraje en la actitud poética más centrada ahora en la cercanía de lo cotidiano y una experiencia intelectual asumida con madurez” (Figueroa, “Con la vida o la experiencia” 9). Una crítica mujer comprende de inmediato la importancia del mundo privado, pues la actividad femenina se ha desplegado en este ámbito durante siglos. Cristo Rafael lo enuncia sin dificultad y lo valora. Lo anterior lo lleva directamente a escudriñar el fenómeno de la memoria, un espacio donde el yo lírico despliega un proceso evocativo delicado y nostálgico, que permite el viaje a la infancia. Figueroa, al comentar el poema “La sombra en mi palabra”, nota cómo la soledad absoluta y la ausencia sin esperanza son trascendidas por un movimiento emotivo que logra romper la barrera temporal y escuchar la voz del padre y la caricia de su mano (13-14). Quien conoce a Cristo, quien ha escuchado sus relatos sobre su gente, su familia cercana y extendida, reconoce cómo el crítico establece un vínculo autobiográfico y vital con la poesía de Giraldo. No hay un texto afuera que es interpretado, hay un poema que se inserta dentro de una experiencia irrepetible y concreta y ello permite que su palabra como crítico germine en el texto poético de Giraldo. Para finalizar, Figueroa Sánchez señala: “En definitiva, la variedad de facturas poéticas y la riqueza de formas líricas del libro se alimentan con la vida […]” (16). Se puede entonces glosar esta observación y proponer que la escritura crítica de Figueroa Sánchez también se alimenta de la vida misma.

En la revista de poesía Ulrika, en el número dedicado a celebrar los veinticinco años de su aparición, Figueroa Sánchez escribe un artículo titulado “La poética de Luz Mary Giraldo: saberes y poderes de la palabra”; este texto construye un panorama amplio sobre el proceso creativo de la poeta tolimense. Figueroa utiliza la imagen de Penélope, quien teje y desteje su urdiembre de palabras, de voces y de ecos. Según Figueroa, los poemas de la antología Con la vida muestran un ejercicio maduro y ubicado firmemente en la realidad; así, Luz Mary Giraldo ha logrado capturar el entorno que la rodea “a través de un mayor conocimiento de los saberes secretos y de las posibilidades y del lenguaje lírico” (45). Este tipo de lenguaje crítico tiene resonancias especiales, pues alude a tradiciones milenarias, cuando las mujeres europeas clandestinamente pasaban a otras generaciones sus conocimientos sobre aquellos fenómenos relacionados con la vida cotidiana, especialmente los secretos de su propio cuerpo. Cristo Rafael ha entrado sin prejuicios en este escenario delicado y misterioso y lo ha convertido en la clave poética que organiza la poesía escrita por Giraldo. Lo anterior sugiere una postura crítica abierta a la sensibilidad de lo femenino, la cual es enunciada y balbuceada tanto por Giraldo como por Figueroa. El artículo crítico se resiste a ser colonizado por un discurso analítico racional; este mismo gesto intelectual le permitió a Cristo Rafael sumergirse en la poética de Montserrat Ordóñez. La metáfora de la red tejida por una laboriosa araña, usada por Figueroa como elaboración simbólica, es una imagen que también afirma la escritura crítica como un texto radial muy sensible, en el que es posible conectar ámbitos aparentemente distantes e incluso antagónicos.

En 2016, Cristo Rafael presenta el libro De artes y oficios de Luz Mary Giraldo.1 Según el crítico, uno de sus ejes temáticos es la construcción y luego la destrucción del amor. Tal temática exige un análisis de filigrana que no arruine un trabajo poético pleno de matices, ya que la relación amorosa despliega un abanico complejo de emociones y sensaciones. El lenguaje crítico de Figueroa fluye entre diversos poemas, creando una red multisensorial que revela la belleza del sentimiento amoroso, incluso después de su pérdida, como ocurre en el siguiente comentario:

Es tal la intensidad de su presencia que el yo lírico oye el amor con los ojos cerrados (“Quietud”) o, herido gravemente por él, queda suspendido y no tiene conciencia del tiempo que pasa (“Pasos de ciego”). Incluso, la búsqueda del amor conduce al encuentro con la pareja primordial, Adán y Eva, y desde el paraíso se desdobla en parejas-cuerpos emblemáticos de uniones irrenunciables: Ariadna y Teseo, Romeo y Julieta, Paris y Helena, quienes luego de encontrase se pierden en las fronteras entre la vida y la muerte (“Canto ebrio”).

Esta visita al discurso crítico sobre la poesía de Luz Mary Giraldo revela una capacidad enorme para abordar una escritura cargada de emociones muy diversas. El análisis de Figueroa desvela cómo algunos poemas de la escritora tolimense conforman un territorio interior: el lenguaje logra captar al sujeto femenino en relación con el sujeto masculino, en un momento cuando la vivencia profunda del amor puede trascender la temporalidad. Cristo Rafael Figueroa también ha escrito sobre la obra poética de otras mujeres como Matilde Frías de Navarro, Ana Mercedes Vivas, Maruja Vieira y Guiomar Cuesta. Esto muestra una sensibilidad aguda y refinada para captar universos poéticos, donde el sistema simbólico está fuertemente marcado por la condición de un sujeto femenino que elabora su experiencia.

Redes de la narrativa

Terry Eagleton ha planteado que la crítica literaria es un área del humanismo y que, por esta razón, no se puede disociar de las reflexiones éticas y culturales (18-19). Por otra parte, Foucault, en las Tecnologías del yo, ha estudiado cómo la subjetividad es construida a través de los procesos ideológicos que modelan instituciones, tradiciones y prácticas sociales, mediante las cuales un individuo le da sentido a su vida. De acuerdo con esta perspectiva, la narrativa es, a partir del siglo XIX, un laboratorio en el que podemos observar estos procesos y, además, un espacio donde se pueden empezar a generar formas de resistencia; Eagleton lo explica de la siguiente manera: la literatura es –¿era?– “Un nexo vital o mediación entre la familia nuclear y la esfera política pública; esto proveyó a las formas simbólicas de recursos para construir nuevas formas de subjetividad” (116). Por otra parte, Judith Butler, en Cuerpos que importan, ha señalado que el cuerpo sexuado es también un espacio ideológico donde intervienen los actores de poder, quienes definen nuestra identidad de género (19). Escritoras como Elisa Mújica, Albalucía Ángel y Marvel Moreno, entre otras mujeres colombianas que escribieron durante el siglo XX, han abierto este espacio privado a un debate público. Desde otra perspectiva, las relaciones de género en el entorno familiar tienen que ver, en gran medida, con la esfera de la reproducción, indisolublemente ligada a la experiencia erótica y sexual. Hay un punto clave para entender los procesos de resistencia de estas mujeres que eligen someter la intimidad familiar al escrutinio público: la capacidad del tema de género para suspender o parcialmente eliminar las barreras étnicas y de clase, lo cual puede indicar que estos temas tienen un componente subversivo muy fuerte. Este complejo espacio que imbrica la esfera de la subjetividad con la esfera del poder, al ser transvasado a un ejercicio de ficcionalización, exige del lector –y especialmente del crítico literario– una sensibilidad muy fina, para sintonizar los matices del drama cotidiano vivido por las mujeres durante diferentes momentos de sus vidas.

 

Dentro del ámbito anterior, Figueroa Sánchez establece cartografías y genealogías críticas para definir la manera como una escritora o un escritor determinado es ubicado en la historia de la literatura colombiana. Hacer mapas de este tipo implica un conocimiento extenso y profundo, que vuelva visibles las redes intelectuales que orientan y guían un proceso creativo; en su intervención durante el homenaje a la escritora pereirana Albalucía Ángel, Figueroa afirma lo siguiente: “la función principal de la lectura crítica es multiplicar sentidos” (“Ecos y resonancias” 41). En 1986, cuando Cristo Rafael se iniciaba en el ejercicio crítico, publica su primer artículo sobre la novela Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón (1975) de Albalucía Ángel Marulanda. Posteriormente, en el artículo “Ecos y resonancias del canto de la pájara: historia de una recepción/relocalizaciones en la historia de la literatura nacional”, comenta el impacto de la lectura de la obra de Ángel Marulanda: “El encuentro con la pájara […] se constituye en una suerte de revelación para mi trabajo académico de estudioso de la literatura, pues me obligó a ensanchar los horizontes críticos” (40). El artículo explora cómo esta novela en particular –aunque podría aplicarse a toda la producción de Ángel Marulanda– está inserta claramente en los procesos de reivindicación y afirmación del sujeto femenino. Una temática de este corte inserta al crítico literario en los debates teóricos contemporáneos ya mencionados, como lo muestra la siguiente cita:

Sobresalen los esfuerzos por conectar la novela con la tradición literaria colombiana, usualmente desconocedora de la voz femenina; son también notables las miradas renovadas sobre la narrativa de Ángel en relación con debates contemporáneos sobre deconstrucción de saberes y poderes y sobre reformulaciones de modernidades culturales y estéticas, con cuestionamiento de códigos sexistas y patriarcales, con resistencias ocultas o evidentes de estéticas marginales, y con valoraciones de estrategias retóricas que debilitan, relativizan o diseminan la autoridad oficial y el discurso histórico institucional. (41)

En la cita anterior, un lector académico reconoce rápidamente que la agenda teórica contemporánea más importante subyace al proceso de interpretación de esta narrativa. Entre ellos se destaca el papel protagónico de los estudios de género, que han replanteado los paradigmas usados por las ciencias sociales y humanas para producir conocimiento. Figueroa está totalmente de acuerdo con el papel desestabilizador y subversivo de la narrativa de Ángel Marulanda.

De este modo, Cristo Rafael Figueroa está participando en la construcción de un discurso interpretativo sobre la obra de Ángel Marulanda. Entre los campos teóricos aludidos sobresalen sus referencias múltiples a estudios críticos apoyados en teorías de corte feminista. Por ejemplo, se le da relevancia al trabajo crítico de Elena Araújo, una pionera de los estudios sobre escritoras colombianas, famosa por el libro La Scherezada criolla: ensayos sobre escritura femenina latinoamericana (1989) y un artículo, muy audaz para su momento, titulado “Siete novelistas colombianas”, publicado en el Manual de literatura colombiana (1988), en el que comenta a autoras como Albalucía Ángel, Marvel Moreno y Elisa Mújica. Figueroa dialoga con Araújo y destaca la importancia de su labor crítica, que traslada al campo crítico de la novela colombiana preguntas bastante novedosas: “Ahora bien, la lectura de Helena Araújo sitúa la escritura de La pájara… dentro de la línea de rebeldía femenina que explora la cultura de lo reprimido, mientras se sufren los rigores del discurso autoritario” (“Ecos y resonancias” 42). Otro comentario, que hace eco al anterior, es la alusión al análisis que María Mercedes Jaramillo hace de esta novela de Ángel Marulanda. Según Figueroa, Jaramillo se preocupa por relacionar tradiciones literarias “y miradas femeninas”; este enfoque, prosigue Figueroa, le permite al lector, “captar la historia colectiva como vivencia autobiográfica y viceversa” (42).

Finalmente, es posible proponer que este estudio de Figueroa Sánchez se inserta dentro de los debates de género de una manera doble: primero, por la elección del corpus y, segundo, por las referencias a trabajos críticos como el de Elena Araújo y de otras académicas que han intervenido en este tipo de reflexión nacional e internacional. Estos comentarios prueban que el investigador ha hecho visible una red de afinidades, las cuales son en realidad debates teóricos feministas. Más adelante vuelve a afirmar que las ficciones de Albalucía Ángel se construyen a partir de memorias vividas y que incluso las prolongadas ausencias del país se convierten en presencias en sus ficciones. Sobre Ana, la protagonista de la novela, señala que la niña y luego la muchacha experimenta un proceso de búsqueda y autoafirmación (“Ecos y resonancias” 48). La anterior cita se está refiriendo al bildungsroman o novela de aprendizaje, un tipo de clasificación poco usado por los críticos colombianos de finales de los ochenta. Esto revela cómo Figueroa Sánchez comprende muy bien los temas de género usados para un proceso de interpretación sensible a la discriminación experimentada por las mujeres colombianas y su lucha por convertirse en sujetos autónomos y productivos. Así, la crítica feminista no se convierte en un conjunto de prácticas académicas, sino en un lugar de debate político, donde la lucha por los significados y los sentidos tiene lugar; en palabras de Figueroa, “el texto se construye como tejido de voces que al establecer múltiples redes de interpretación desestabiliza significados; la novela no sólo instaura mitos, también puede deconstruirlos en aras de desvelar los conflictos de subjetividades personales y de sujetos colectivos” (40-41). Por ello, las estrategias narrativas de Ángel Marulanda responden a un proceso de toma de consciencia (50).

En otro artículo, titulado “Tres espacios narrativos más allá de Macondo (Ángel, Fayad, Espinosa)”, publicado en 1994 y republicado en el 2007, Cristo Rafael comienza un ejercicio de apertura de la narrativa colombiana del siglo XX. Este ensayo incluye la narrativa de Albalucía Ángel en red con los narradores mencionados; de esta manera, se construye una cartografía sobre la narrativa colombiana posterior al boom. En este artículo, Figueroa señala muy acertadamente que la novela Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón (1975) se nutre de las experiencias vividas, uno de los rasgos recurrentes de la escritura femenina. Por ello, destaca el papel de Ana, una niña de siete años que vive los acontecimientos desencadenados por la muerte de Gaitán; según el crítico,

De igual manera, la experiencia de búsqueda y el proceso de autoafirmación de Ana constituyen un tortuoso camino que supone el cuestionamiento de las imágenes estereotipadas de la mujer en relación con una sociedad que constantemente la viola en su humanidad esencial y la abandona a un destino impuesto, reprimiéndole los deseos de ser y de actuar. (185)

Este comentario indica que las experiencias infantiles y privadas también forman parte de la vida histórica y afectan decididamente los procesos históricos. En la novela, la violación de Ana se contrasta con los enriquecedores encuentros eróticos vividos con Lorenzo, su novio guerrillero. La exploración de estos espacios íntimos es otra de las claves de la narrativa escrita por mujeres. Por ello, el crítico Figueroa Sánchez insiste en que esta novela de Ángel es un ejemplo de las nuevas posturas estéticas más allá de Macondo.

Con ocasión del homenaje a Marvel Moreno, organizado por la Secretaría para la Equidad de la Mujer, en marzo del 2004, Cristo Rafael Figueroa escribió un artículo titulado “Incursiones en el universo literario de Marvel Moreno: saberes y revelaciones de la crítica”. Establecer un campo de recepción es una práctica democrática, pues el autor debe respetar las diferentes perspectivas usadas por los estudiosos para interpretar la narrativa de la barranquillera. El propósito de este quehacer crítico es explicado a continuación por Figueroa Sánchez: “con el objeto de resituar el circuito Marvel Moreno-textos-contextos-lector” (90). Construir un entramado crítico que indique los variados procesos de interpretación suscitados tanto por la novela En diciembre llegaban las brisas (1987) como por dos antologías de cuentos y algunas publicaciones póstumas es una labor de mucho cuidado, y para realizarlo se necesita apertura mental. En efecto, se debe tener en cuenta que en esta época las teorías feministas eran vistas con recelo por la academia colombiana de literatura; por lo tanto, algunas aproximaciones reseñadas tratan de eludirlas con poco éxito, ya que la novela confronta al lector con la vida privada de las esposas de las clases emergentes barranquilleras de mediados del siglo XX. Lo primero que identifica Figueroa Sánchez son las lecturas de Moreno; ella poseía un conocimiento elaborado de la cultura europea, sobresalen las escritoras Simone de Beauvoir y Virginia Woolf, quienes exploraron el mundo subjetivo de las mujeres (“Incursiones” 91-92). Del trabajo de Ariel Castillo destaca un dato muy significativo para la historia literaria colombiana: la cercanía de Moreno con las escritoras barranquilleras Amira de la Rosa y Olga Salcedo, cuyas obras de ficción eran muy poco difundidas en aquel momento (93). En el artículo, Figueroa Sánchez también destaca la relación de Marvel Moreno con el Grupo de Barranquilla, cuyos integrantes dominaron por décadas el escenario intelectual de la costa Caribe colombiana. Para confirmar este dato, añade un círculo más a su red textual: ahora dialoga con Sarah González de Mojica, de quien afirma lo siguiente: “Ahora bien, existe un matiz diferencial de Marvel Moreno con relación al ‘Grupo de Barranquilla’, pues ella sí se atreve a cuestionar la autoridad masculina del canon revisitado por los integrantes del mismo” (93).

Sarah González de Mojica ha sido colega de Cristo Rafael en el Departamento de Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana (sede Bogotá) y compañera frecuente en proyectos de investigación, congresos y conferencias. De nuevo se cruzan inevitablemente las redes académicas con la vida personal, pero con un sentido más amplio, que apunta a una actividad intelectual en la que los límites entre la actividad académica y el flujo de la vida cotidiana son abiertos y, por ello, más productivos. La referencia hecha al estudio presentado por Luz Mary Giraldo muestra la afinidad del pensamiento de Figueroa Sánchez con ambas profesoras. Una vez más, Cristo Rafael Figueroa acentúa y comenta aquellos estudios en los que se afirma el carácter liberador de la obra de Marvel Moreno. Una mayoría significativa de los artículos con tema de género son reseñados en el apartado titulado “Escritura y feminidad; feminismo y fronteras” (“Incursiones” 97-102). Figueroa Sánchez revela el sistema de alianzas entre mujeres, lo que es equivalente a descifrar las redes que les han permitido a las escritoras subvertir el sistema opresor ejercido por la institución matrimonial. Los estudios de las siguientes críticas insisten en esta temática: María Mercedes Jaramillo, Betty Osorio, Ludmila Danjanova, Ligia Aldana y, por supuesto, Luz Mary Giraldo. La red interpretativa anterior estaría indicando, en primer lugar, la aparición de una escritura femenina en Colombia: las autoras tienen un repertorio amplio y sus búsquedas exploran y denuncian en diferentes contextos. La presentación hecha por Figueroa Sánchez indica la aparición de un discurso crítico de corte feminista, del cual él mismo se convierte en miembro destacado, tanto durante el homenaje y en las actas de este encuentro como en numerosas intervenciones públicas y, por supuesto, desde su cátedra.

 

Finalmente, el mapa establecido por Cristo Rafael Figueroa condensa los debates que las teorías feministas han propuesto como una agenda que libere tanto a hombres como a mujeres del confinamiento destructivo impuesto por la autoridad del régimen patriarcal. Cristo Rafael ha leído con atención la obra de Marvel Moreno y ha logrado sintonizarla con los discursos críticos de más avanzada para su momento.

La actividad crítica de Cristo Rafael Figueroa es prueba de su compromiso como un académico que mantiene un diálogo respetuoso y profundo con otros académicos, motivados por el novedoso y urgente llamado hecho por estas mujeres escritoras y luego estudiado por un número importante de académicos que utilizan postulados de la teoría literaria femenina. Lo anterior constituye una red de sujetos –predominantemente mujeres, pero también algunos críticos hombres– que han pensado al sujeto femenino y participan con su actividad académica de los proyectos de transformación indispensables para construir una sociedad más justa. Cristo Rafael Figueroa se inserta en la red, la recorre y con una mente a prueba de prejuicios limitantes, invita a nuevos lectores, investigadores y estudiantes a transitar por el territorio emergente del feminismo internacional y de la academia colombiana de literatura. Por ello, se puede afirmar que su trabajo crítico, su actividad docente y sus redes culturales y de amistad lo convierten en un intelectual capaz de jalonar y de transformar el entorno cultural de la academia colombiana, pero lo hace con afecto y respeto, evitando el discurso sarcástico y destructivo usado por ciertos sectores de la actividad profesoral y literaria.