El legado de Cristo Figueroa

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Germán Espinosa

Quizá el estudio más abarcador de Cristo Figueroa, en relación con la obra de un autor, sea el que desarrolló sobre la obra de Germán Espinosa, en la medida en que registra todos los géneros literarios –lírica, cuento, novela, ensayo, autobiografía, crónica, traducción– que el escritor cartagenero fatigó en su vasta trayectoria creadora, extendida entre 1954 y 2006. Sin embargo, de toda su producción, dada la frecuencia de las aproximaciones, Figueroa parece privilegiar sus novelas históricas iniciales, centradas en la Cartagena de la Colonia a la independencia. Así mismo, cabe señalar que en la narrativa histórica de Espinosa se da una incursión en los remotos orígenes del cristianismo y, en sus últimas novelas, en sucesos cuyo escenario es Bogotá, del siglo XIX a la época contemporánea. Los cortejos del diablo (1970) y La tejedora de coronas (1982), declarada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) patrimonio universal de la humanidad, constituyen, sin duda, un legado insoslayable para la literatura colombiana.

Para Figueroa, la novelística de Espinosa se integra, como la de García Márquez, a la tradición narrativa del neobarroco y en ella destaca el trabajo en miniatura del lenguaje, la multiplicidad de referentes culturales –la acumulada erudición filosófica, política, científica, artística, mitológica, literaria– y la carnavalización a la que somete a poderes e instituciones, como la oscura Inquisición en la Cartagena de los siglos XVI y XVII. El primer acercamiento de Figueroa a la obra de Espinosa se dio en 1992, cuando emprendió un análisis semiológico de la novela, centrado en su funcionamiento textual, la significación del artificio de su diseño, la sintaxis narrativa, los mecanismos semánticos –los desplazamientos de la voz–, la recurrencia de motivos, el certero y libre manejo del tiempo –la eficacia de los avances y retrocesos hasta confundir el presente del discurso con el pasado– y las estrategias de persuasión –los mecanismos de construcción de lo verosímil–.

Tras destacar la lejanía de la novela del realismo mágico y su aporte para la ampliación de las perspectivas del género en Colombia, Espinosa se centra en la filigrana narrativa, el movimiento pendular de contracciones y dilataciones espaciales, temporales y de perspectivas, fundadas en oposiciones dialécticas entre Cartagena y París, Estados Unidos y las Antillas holandesas, la luz de la razón y la hoguera del fanatismo, el eros y el logos, el placer y el saber, el joven cuerpo violado y el senil –en ruinas–, la verdad y la ilusión, la memoria y la profecía, los seres reales y los imaginarios, finales del siglo XVII y la mayor parte del siglo XVIII, el saber erudito y libresco y la tradición oral, la logia y la brujería, la luz de Federico Goltar y Voltaire, las tinieblas medievales de las colonias españolas y la claridad racional de la Europa de la Ilustración, la aventura y la reflexión, el monólogo y el diálogo. Con gran lucidez, a partir de las imágenes recurrentes de la novela, Figueroa estudia los símbolos de la obra –el planeta verde, la infame invasión francesa, la luna de abril, el horóscopo, la bruja y el espejo– y la inserción y el funcionamiento de la historia del siglo XVIII en el discurso narrativo, destacando la importancia de los rumores que tejen multitud de versiones –en duelo o contrapunteo–, orientadas a desestabilizar el discurso oficial de los historiadores. Además de problematizar las promesas incumplidas de la mediocre modernidad, la novela muestra el tránsito de la Cartagena hidalga a la criolla. De acuerdo con Figueroa, La tejedora de coronas podría considerarse una alegoría histórica que no pierde en nada la fuerza de sus asociaciones significativas, en la que Genoveva, la indiana violada, culta y rebelde, constituye una metáfora del destino histórico latinoamericano.

En su recorrido por la obra de Espinosa, Figueroa se detiene muy brevemente en la fallida lírica del autor, quien nunca se liberó del verbalismo propio del modernismo parnasiano; destaca la variedad formal –relato clásico, cuento artefacto, minicuento, nouvelle– y temática de su cuentística, la cual explora motivos fantásticos, psicológicos, históricos, eróticos, esotéricos y de ciencia ficción y, en ocasiones, vincula estructuras musicales con estructuras narrativas; en el examen de la trayectoria novelística, muestra cómo la presencia permanente de la contraposición entre la esfera local y la global se constituye en uno de los ejes estructurantes de una narrativa erigida sobre las tensiones dialécticas generadas por las antítesis entre la sensibilidad criolla y el racionalismo filosófico, la cultura caribeña y la occidental, los referentes colombianos y los arquetipos clásicos, y siempre orientada hacia la búsqueda de los significados ocultos y los vínculos menos evidentes entre los sucesos históricos y el presente. Por otro lado, en el ámbito del ensayo y de la crítica, las reflexiones de Espinosa no se separan del proyecto de su escritura y, en esa medida, contribuyen a iluminar su poética, al revelar sus nociones sobre los géneros literarios –en particular, la novela histórica–, sus funciones y sus vínculos con la sociedad, la aventura del lenguaje y la significación de los movimientos literarios que le atraen al escritor –el barroco, el modernismo y la vanguardia–.

Figueroa potencia la eficacia expresiva de la obra de Espinosa, revelando cómo hace de la imaginación una forma de conocimiento al privilegiar la dimensión estética, ajena a toda espontaneidad amateur.

Roberto Burgos Cantor

Uno de los escritores a quien Cristo Figueroa se ha aproximado con mayor asiduidad es Roberto Burgos Cantor, con quien ha sostenido innumerables conversaciones en público en torno a su obra, a la que ha abordado desde 1985, y cuyos libros ha ido presentando, uno tras otro, en diversos escenarios nacionales. Es una lástima que muchas de esas presentaciones, siempre luminosas, no hayan sido publicadas.

Uno de los mejores trabajos de Cristo es, sin duda, su ensayo inicial acerca de la narrativa de Burgos, “El vuelo de la paloma en el universo narrativo de Roberto Burgos Cantor”, seleccionado por Luz Mary Giraldo (1995) para su compilación de estudios sobre la novela colombiana del siglo XX. Allí, Figueroa postula una acertada hipótesis que la narrativa de Burgos ha ido corroborando con cada nueva entrega: el eje de esta producción gira alrededor del proceso de modernización de Cartagena de Indias, a mediados del siglo XX,5 y sus efectos traumáticos en la comunidad –crisis, tensiones, desconciertos, soledades, desestabilización de las relaciones humanas y debilitamiento de los afectos–, que han traído consigo la pérdida del sentido de pertenencia y la imposibilidad de establecer la identidad misma. A esta pérdida, según Figueroa, Burgos contrapone la recuperación memoriosa, mediante el poder fundacional de la escritura, de una Cartagena idealizada con sabor de paraíso, armoniosa, donde conviven la provincia tradicional y la urbe novedosa: la palabra salva del olvido un modo de vida que se desdibuja, un entorno que desaparece, una identidad que se borra.

En el estudio, Figueroa destaca, por una parte, la singularidad de Burgos en la narrativa colombiana, sus diferencias con narradores urbanos como R. H. Moreno Durán, Luis Fayad y Antonio Caballero y sus afinidades con Carlos Perozzo y Manuel Mejía Vallejo; por otra parte, examina la construcción del universo verbal de Burgos en sus libros de cuentos Lo amador (1980), De gozos y desvelos (1987) y en la novela El patio de los vientos perdidos (1984).

La recreación verbal de Cartagena se da en Burgos no solo a través de la descripción minuciosa de la vida cotidiana y de ciertos lugares reiterados –calles, barrios, sitios de trabajo, patios, prostíbulos, casas, mercados, buses–, sino que también intenta encarnarla mediante la inserción de jergas populares, letras de canciones, conversaciones callejeras y referencias a propagandas de los años cincuenta.

En El vuelo de la paloma (1992), el paso de la Cartagena primordial y paradisíaca a la moderna, el salto de la ilusión al desencanto, está representado por la irrupción de la provinciana Gracia Polo, nativa de Puerto Escondido, en la vida urbana de Ramón Caparroso. En su estudio “Pavana del ángel de Roberto Burgos Cantor: la posibilidad de retener el paraíso”. Acerca de esa novela, publicada en 1995, Figueroa retoma los temas anteriores y llama la atención sobre la reescritura de motivos bíblicos como la caída y la expulsión del paraíso.

En su estudio sobre La ceiba de la memoria (2007), “La ceiba de la memoria de Roberto Burgos Cantor: perspectivismo neobarroco, acceso a la memoria histórica e incertidumbres de la escritura”, Figueroa identifica los referentes narrativos predilectos de Burgos, aunando la ampliación de los límites temporales de la historia de la ciudad al abordar el motivo de la esclavitud y la infame trata negrera. Figueroa destaca de la novela el abordaje de temas y procesos silenciados y la incertidumbre resultante de la contraposición de voces, discursos e ideologías europeos y africanos. Por su apelación recurrente a recursos técnicos, como la polifonía y la proliferación, Figueroa inscribe también a esta novela en la tradición del neobarroco latinoamericano. La ceiba de la memoria, sobra decirlo, es quizá el monumento más portentoso y complejo que ha conseguido Burgos en su persistente pelea contra el olvido de la Cartagena esencial, con sus dolores, sus sabores, sus calores y colores, sus goces y desvelos.

 

Por último, en su estudio “El hacer cotidiano del país silenciado”, acerca del libro de cuentos Una siempre es la misma (2009), Figueroa resalta el carácter experimental de la escritura de Burgos y la vocación incluyente del autor, quien no solo se preocupa por introducir voces anónimas y memorias silenciadas, sino la presencia de la cultura popular en la elaboración de los textos, hasta incorporar “hablas, dichos, diálogos de grupos, refranes, transcripciones de programas radiales, noticieros de televisión, conversaciones telefónicas, avisos de prensa, informaciones de Internet, letras de canciones o imaginarios locales sobre sueños y premoniciones” (165). Tal parece como si la narrativa de Burgos se reorientara de una poética del espacio hacia una poética de la palabra oral y espontánea, la cual se apropia de manera diferenciada del archivo culto.

Así como no se recomienda abordar el estudio de la obra de Álvaro Mutis sin los aportes de Juan Gustavo Cobo Borda o la de García Márquez sin Jacques Gilard o la de Héctor Rojas Herazo sin los aportes de Jorge García Usta, es inconcebible la aproximación crítica a los cuentos, pero, sobre todo, a las novelas de Burgos, sin el conocimiento previo de los ensayos de Cristo Figueroa.

Conclusiones

De las múltiples perspectivas desde las cuales se puede abordar la fecunda trayectoria intelectual de Cristo Rafael Figueroa Sánchez, la de sus relaciones con la literatura del Caribe colombiano, reflejo de la lealtad a su entorno cultural natal, ejercida sin énfasis, sin ostentación regionalista, es decir, desde una mirada abierta, incluyente y dialogante, podría ser una de las más pertinentes. Aunque se formó y ha vivido casi toda su vida en Bogotá, Figueroa Sánchez ha tenido ojos para la literatura regional del Caribe y su elección reiterada de las obras de Gabriel García Márquez, Germán Espinosa y Roberto Burgos se presta para considerarlas como su apuesta para el canon de las letras nacionales. Así mismo, su morosa delectación con algunas producciones de estos autores nos podría llevar a pensar que de cada uno parece privilegiar obras puntuales: de la narrativa de García Márquez, Cien años de soledad y El otoño del patriarca; de Germán Espinosa, La tejedora de coronas; y de Roberto Burgos Cantor, Pavana del ángel, El vuelo de la paloma y La ceiba de la memoria.

Aproximación en profundidad y no en extensión, para cada una de esas obras, Figueroa ha intentado –y logrado– construir plataformas para apreciarlas mejor y ayudar a los lectores a examinar y comprender, en diversas escalas, tal producción, así como a recuperar la memoria histórica y literaria que despliegan. De esa perspectiva válida y reveladora salen las obras enriquecidas, potenciadas, pues el propósito del crítico es multiplicar sus sentidos, no fijarlos.

En su aproximación a las obras, consciente de que el sentido de estas es una construcción colectiva en la que participan numerosos lectores, aprovecha al máximo el saber acumulado, las irradiaciones previas de las lecturas de otros, lo que no excluye la sensibilidad personal del propio crítico, que, para el caso de Figueroa, prefiere las obras neobarrocas, en las cuales el diálogo intertextual, la polifonía, la poética del espacio y la escritura proliferante y en filigrana hallan su definición mejor.

Obras citadas

Castillo Mier, Ariel. “Estado de los estudios literarios en el Caribe colombiano”. Respirando el Caribe. Memorias del II Encuentro de Investigadores sobre el Caribe Colombiano. Editado por Aaron Espinosa. Bogotá: Observatorio del Caribe Colombiano, 2006. 213-247.

Castillo Mier, Ariel. “Estado de los estudios literarios en el Caribe colombiano II”. Respirando el Caribe. Memorias del III Encuentro de Investigadores sobre el Caribe Colombiano. Editado por Patricia Iriarte. Bogotá: Observatorio del Caribe Colombiano, 2009. 173-183.

Figueroa Sánchez, Cristo Rafael. “Aproximación crítica a El río de la noche”. El río de la noche: antología del cuento en Córdoba, compilado por José Luis Garcés González. Montería: Ediciones El Túnel, 2007. 17-40.

---. “Cien años de soledad: reescritura bíblica y posibilidades del texto sagrado”. Cien años de soledad treinta años después: memorias del XX Congreso Nacional de Literatura, Lingüística y Semiótica. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1998. 113-121.

---. “Cien años de soledad: religiosidad, significación bíblica y sacralidad del texto”. ¿Agoniza Dios? La problemática de Dios en la novela latinoamericana. Editado por la Sección de Pastoral de Cultura. Bogotá: Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), 1988. 275-301.

---. “Cristo Hoyos. Poética pictórica y recuperación de ámbitos”. El Heraldo 26 de noviembre de 1995: 6-7.

---. “El hacer cotidiano del país silenciado”. Aguaita 23.1 (2012): 164-167.

---. “El otoño del patriarca: incertidumbres, secretos y revelaciones del neobarroco”. Barroco y neobarroco en la literatura hispanoamericana: cartografías literarias de la segunda mitad del siglo XX. Bogotá: Editorial Universidad de Antioquia y Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2008. 210-262.

---. “El patriarca Zacarías Alvarado y los dictadores del Caribe”. Travesías por la geografía garciamarqueana. Diplomado Cartagena de Indias: Conocimiento Vital del Caribe. Cartagena: Ediciones Unitecnológica, 2009. 113-143.

---. “El vuelo de la paloma en el universo narrativo de Roberto Burgos Cantor”. Fin de siglo: narrativa colombiana. Compilado por Luz Mary Giraldo. Bogotá: Editorial Universidad del Valle y Centro Editorial Javeriano, 1995. 239-256.

---. “Incursiones en el universo literario de Marvel Moreno: saberes y revelaciones de la crítica”. I Encuentro de Escritoras Colombianas, Homenaje a Marvel Moreno. Bogotá: Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer, 2004. 90-101.

---. “Jorge García Usta o el abordaje de los caminos secretos y los trayectos escondidos de la cultura y de las identidades del caribe colombiano”. Aguaita 13-14 (2006): 82-87.

---. “La ceiba de la memoria de Roberto Burgos Cantor: perspectivismo neobarroco, acceso a la memoria histórica e incertidumbres de la escritura”. Cuadernos de Literatura del Caribe e Hispanoamérica 9 (2009): 141-160.

---. “La cuentística de Andrés Elías Flórez Brum: una poética de resistencia frente a la adversidad”. Ensayos críticos sobre el cuento colombiano del siglo XX. Compilado por María Luisa Ortega, Betty Osorio y Adolfo Caicedo. Bogotá: Editorial Uniandes, 2011. 525-548.

---. “La enseñanza de la crítica literaria: entre el concepto y la praxis”. Colonizar lo humano: nuevos linderos de la literatura iberoamericana. Compilado por Paula Dejaron y Cristian Suárez. Medellín: Editorial Pontificia Universidad Bolivariana, 2016. 11-22.

---. “La explicación de textos en el Departamento de Literatura: una experiencia a través de los cursos”. Universitas Humanística 10 (1979): 203-229.

---. “Pavana del ángel de Roberto Burgos Cantor: la posibilidad de retener el paraíso”. Memoria sin guardianes. Editado por Ariel Castillo Mier y Adriana Urrea. Cartagena: Observatorio del Caribe Colombiano, 2009. 211-221.

---. Prólogo. Crónica de una muerte anunciada: la costumbre con fuerza de ley, de Liliana Giraldo Aristizábal. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana y Grupo Editorial Ibáñez, 2014. xx-xvii.

Medina, Álvaro. Poéticas visuales del Caribe colombiano al promediar el siglo XX. Bogotá: Molinos Velásquez, 2008.

Notas

1 Menciono algunos, del siglo XIX a nuestros días, que se han destacado por la singularidad de sus obras, a menudo, de ruptura con la tradición establecida en su tiempo: Luis Capella, Candelario Obeso, Luis C. López, José F. Fuenmayor, Gregorio Castañeda Aragón, Óscar Delgado, Meira Delmar, Jorge Artel, Vidal Echeverría, Manuel Zapata Olivella, Héctor Rojas Herazo, Álvaro Cepeda, Gabriel García Márquez, Giovanni Quessep, Germán Espinosa, Fanny Buitrago, Jairo Mercado, Roberto Burgos, Marvel Moreno, Julio Olaciregui, Ramón Bacca, Raúl Gómez Jattin, Jaime Manrique Ardila, entre otros.

2 Al respecto, véase las dos referencias de Castillo.

3 Los grandes escritores del Caribe han encontrado sus más eficaces exégetas en estudiosos extranjeros: Candelario Obeso en Lawrence Prescott; Luis Carlos López en James Alstrum; José Félix Fuenmayor en John Brushwood y Kevin Guerrieri; Jorge Artel en Luisa García-Conde; Manuel Zapata Olivella en Marvin A. Lewis e Yvonne Captain-Hidalgo; Héctor Rojas Herazo en Seymour Menton y John Brushwood; el Grupo de Barranquilla en Ángel Rama y Jacques Gilard; Gabriel García Márquez en Mario Vargas Llosa; Jairo Mercado en Ernesto Volkening; Giovanni Quessep en Martha Canfield; Ramón Bacca en José Manuel Camacho; y Marvel Moreno en Jacques Gilard.

4 Acerca de la obra de este pintor, Cristo Figueroa publicó un artículo en el que destaca la seguridad de la técnica y el conocimiento de la realidad que fundamenta su obra, al tiempo que se enfoca en sus motivos, atmósferas y efectos expresivos, de un mundo pictórico que “se define en el rescate de estructuras mentales, idiosincrasias o arquetipos colectivos que identifican modos de ser, de sentir o de vivir, nacidos en un sincretismo, especialmente centrado en la cultura popular” (“Cristo Hoyos. Poética pictórica” 6). Esta caracterización de la conciencia estética y el compromiso vital de la obra de Hoyos se aplica perfectamente a la cuentística antologada.

5 Cristo señala la diferencia de la Cartagena de Burgos con la recreada por Germán Espinosa, la colonial, y la ficcionalizada por Gabriel García Márquez de finales del siglo XIX y finales del siglo XX. Aunque García Márquez y el mismo Burgos han ensanchado los límites espaciales de la Cartagena de sus ficciones, sería interesante que Figueroa desarrollase en extensión esta idea.

El ejercicio intelectual de Cristo Figueroa: sus redes simbólicas y discursivas

Betty Osorio

Edward Said, en su libro Representaciones del intelectual (1994), reflexiona sobre la función del intelectual en el mundo contemporáneo, a partir de la propuesta hecha por Antonio Gramsci en su conocido libro Los intelectuales y la organización de la cultura (1955). El crítico palestino propone que el intelectual es una figura pública tan compleja como la del autor –estudiada por Michel Foucault en su famoso ensayo “¿Qué es un autor?” (1969)–; por ello, su campo de acción desborda los límites de una posición ideológica estrecha, ya que un intelectual es capaz de renunciar a las certezas confortables de su propio entorno cultural. El intelectual se siente incómodo dentro de límites rígidos y busca nuevos paradigmas que rompan con los anteriores (Said 39-40). Esta posición es evidente en la trayectoria académica que Cristo Rafael Figueroa Sánchez ha construido como profesor, investigador y crítico literario; en este recorrido, la actividad pública y la vida personal están anudadas y palpitan bajo un mismo ritmo.

El texto literario mismo, especialmente desde la segunda mitad del siglo XIX, en América hispánica formula pautas para la construcción de identidades continentales, nacionales y locales. Durante el siglo XX, la literatura explora el proceso violento de reconfiguración de sociedades todavía rurales y religiosas, enfrentadas a paradigmas modernos. En las últimas décadas del siglo pasado, la obra literaria interviene decididamente en el examen crítico del sujeto urbano actual, pero igualmente la narrativa retoma la historia nacional para replantearla. Consecuente con lo anterior, la crítica literaria dejó de ser un ejercicio ambiguo, en el que se desplegaba la ingeniosidad y la erudición, o un espejo donde era proyectada la imagen del autor o la del texto sin problematizarla. La crítica literaria, desde la última década del siglo pasado, asume el reto de producir conocimiento sobre los intricados procesos sociales y culturales en los cuales se inserta lo literario; así, se transforma en actividad intelectual. El crítico peruano Antonio Cornejo Polar fundó en 1973 la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, para promover un diálogo entre la teoría y la crítica literaria, el cual pudiera dar cuenta de los fenómenos específicos planteados por la literatura de estos países. Esto implicó una aproximación más compleja, que insertaba el fenómeno literario en un contexto político; de este modo, se produjo un corpus teórico fuertemente cosmopolita, el cual puso a disposición del académico herramientas de análisis capaces de revelar la participación de la literatura en la construcción de un campo ideológico en constante movimiento entre procesos de aceptación y de resistencia. Este es el escenario en el cual Cristo Rafael ha enmarcado su actividad crítica, su docencia y su vida, y, al vivir como escribía, o al escribir sin abandonar el ámbito de sus afectos, ha propuesto un paradigma académico vital; su quehacer en el aula, sus ensayos, pero también su conversación extraordinaria, son ejercicios generosos y seductores, pero igualmente profundos, analíticos y críticos.

 

Cristo Rafael Figueroa Sánchez ha reflexionado durante más de tres décadas sobre la literatura colombiana y latinoamericana. Durante esta búsqueda, Cristo –como le decimos sus amigos– en sus clases ha promovido un ejercicio de reflexión crítica constante; así, sus estudiantes son invitados a descubrir a los autores y los textos como caminos de indagación sobre la vida misma y también sobre el acontecer de la historia. Con esta actitud ha desarrollado metodologías que convierten el salón de clase en un campo de investigación. Dicho proceso reorienta el discurso analítico, propio de las ciencias sociales, y lo contamina con pulsiones íntimas capaces de dislocar las relaciones de pretendida objetividad o de inocencia de lo literario. El lector de sus ensayos críticos queda también seducido por su discurso analítico, como ocurre con el siguiente comentario del artículo “De los resurgimientos del Barroco a las fijaciones del neobarroco literario hispanoamericano”, en el que afirma lo siguiente:

Ciertamente, dentro del amplio espectro de los estudios literarios contemporáneos, referirse a la “cuestión del Barroco” o al neobarroco, y en particular a la elaboración criolla del primero o al neobarroquismo hispanoamericano, significa enfrentar complejas problemáticas que comprometen saberes cruzados de teoría, historia y crítica literarias. (137)

Esta cita desplaza las ideas para transformarlas y, a su vez, ampliar el horizonte crítico. El ritmo amplio y sinuoso de la oración, como si fuera un porro sabanero, atrapa al estudioso y lo hace bailar con los autores y los textos. Entonces se puede sugerir que, por mimesis, la escritura de Figueroa adquiere la textura del barroco, se constituye a su vez en un texto barroco. En otro ensayo, titulado “Barroco criollo y neobarroco: dos especies latinoamericanas” (1986), se refiere a estas tendencias estéticas como “especies”, así la biología se emparenta con la exégesis literaria para darle sus nutrientes (78).

Sus escritos muestran un proceso constante de exploración tanto de la teoría como de la historia literaria. Dentro de este territorio denso y heterogéneo –concepto acuñado por Cornejo Polar–, que Cristo Rafael ha patentado para sí con todos sus matices, son notables sus debates, indagaciones y propuestas relacionadas con las diferentes vertientes de los estudios de género. Figueroa comprendió muy temprano cómo los estudios de género eran indispensables para establecer la contribución de las mujeres a la historia de la literatura y, por ende, a la de la sociedad. Esta área de la teoría implica un discurso analítico que se proyecte sobre la vida interior del sujeto, para así producir un corto circuito en procesos de enunciación regidos por el canon patriarcal. Esa vocación de reto y desafío registra la interpretación del texto literario como si fuera un rizoma situado en los bordes de la cultura. Desde la perspectiva anterior, dialogaré con su obra de una manera abierta y discontinua, en un intento por recoger la riqueza de su pensamiento y el dinamismo de su palabra. Como punto de partida, propongo que Cristo Rafael Figueroa Sánchez construyó, paso a paso, su perfil intelectual como un sujeto apasionado que ama entrañablemente a los autores, a los textos que son objeto de su estudio y también a sus lectores, quienes son sacudidos por la fuerza de su profundo compromiso. Así, un árido proceso de reflexión se imbrica con su vida y, a través de este ejercicio, toca no solo la mente de sus estudiantes, sus lectores y sus colegas, sino también su mundo emocional y sus valores éticos.

Cristo Rafael Figueroa es una persona de amistades duraderas; por eso, en primer lugar, he escogido para este testimonio aquellos trabajos sobre mujeres escritoras, con quienes lo han unido vínculos intelectuales y de amistad. Como un verdadero maestro, él ha construido una red de amigos y de colegas, todos en un constante diálogo enriquecedor y simétrico; los múltiples escenarios de esta palabra en flujo pueden ser un congreso, una conferencia, la presentación de un libro o una charla de pasillo o de ascensor. Enseguida me detendré en algunos momentos de ese devenir incesante; para ello. me valdré del símbolo de la red y de su estructura, como forma discursiva abierta y democrática.