El legado de Cristo Figueroa

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El canon caribeño de Cristo Figueroa

Ariel Castillo Mier

Una bárbara distancia

La literatura del Caribe colombiano, desde el siglo XIX hasta hace unas cinco décadas, venía sumando aportes valiosos a las letras nacionales,1 los cuales, no obstante, contrastaban con su pobre recepción crítica en la región: para que las obras de sus colegas no pasasen desapercibidas, a los propios creadores les tocaba, con frecuencia, desdoblarse en críticos.2 Aunque algunos lectores nativos como Fernando de la Vega (1891-1952), Antonio Curcio Altamar (1920-1953) y Carlos Arturo Caparroso (1906-1997) se aproximaron con solvencia a las obras de sus paisanos, durante mucho tiempo fueron los críticos foráneos quienes mejor dilucidaron la producción literaria caribeña colombiana, esclareciendo su relación con el entorno social y cultural y su diálogo con la literatura nacional, latinoamericana y universal.3

A partir del ejemplo de Carlos J. María (1937-1994), desde comienzos de los setenta del siglo pasado, la situación comenzó a cambiar con la irrupción de un grupo de caribeños que viajó a Bogotá –o al exterior– a cursar estudios de posgrado en letras. Algunos, como Jairo Mercado Romero (1941-2003) y Cristo Rafael Figueroa Sánchez, se quedaron para siempre en la capital y desarrollaron un impecable magisterio, que abarca varias generaciones de estudiosos; Teobaldo Noriega se fue al exterior y desarrolló su obra en Canadá; y otros, una vez se prepararon, regresaron a la tierra natal y se dieron a la tarea de renovar la recepción de la literatura, estancada en las buenas intenciones de un impresionismo entorpecido muchas veces por la erudición anacrónica.

Entre estos pioneros en abordar la producción literaria del Caribe colombiano con el rigor de la academia y crear grupos de investigación en la región, sobresalen los nombres de Guillermo Tedio, Gabriel Ferrer, Rómulo Bustos, Jorge Nieves, Rolando Bastidas, Adrián Freja, Alfonso Rodríguez, Mar Estela y Mercedes Ortega, Yohaina Abdala, Óscar Ariza y Wilfredo Esteban Vega. Su tesonera labor se aprecia en el trabajo de sus jóvenes discípulos que hoy pueblan las revistas y los libros de estudios literarios, no solo regionales y nacionales, sino también internacionales. Tal es el caso de Nadia Celis –sin duda, la más destacada–, Lázaro Valdelamar, Giobanna Buenahora, Orlando Araújo, Amílkar Caballero, Lyda Vega, Antonio Silvera, Luis Elías Calderón, Emiro Santos, Clinton Ramírez, Julio Penenrey, Marcelo Cabarcas, Gerson Oñate, Eliana Díaz y Adalberto Bolaño, entre otros, cuyos ensayos y textos críticos abordan con igual competencia a los autores del patio, a los del Gran Caribe y a los latinoamericanos. Agudos lectores todos, no cabe duda de que esta generación, que despunta a partir de la primera década del siglo XXI, va a consolidar lo que hasta ahora no se había conseguido: una reflexión sobre la producción literaria que se constituya en una tradición crítica dialogante –y no una simple acumulación de voces aisladas, de individualidades incomunicadas– y afiance el salto cualitativo definitivo de la oralidad a la escritura, del imperio irresponsable de la charlatanería a la lucidez fecunda del ensayo inteligente.

La afición a la teoría

Frente a sus predecesores caribeños, lo que singulariza la trayectoria crítica de Cristo Figueroa ha sido principalmente su interés por la teoría, desplegado en numerosos ensayos publicados en revistas de diversas partes del país. Formado en la escuela crítica de la Pontificia Universidad Javeriana, ligada inicialmente al inmanentismo, a la fascinación y al privilegio de las formas y la atención intensa a los mecanismos del discurso, bajo la orientación de maestros como el padre Gaitán, Martha Canfield y Giovanni Quessep, Cristo Figueroa se integra a ese selecto grupo de investigadores que dieron un vuelco al estudio de las letras nacionales, en el que figuran, entre otros, Sarah de Mojica, Luz Mary Giraldo, Blanca Inés Gómez y Jaime Alejandro Rodríguez.

Desde su texto pionero de 1979, “La explicación de textos en el Departamento de Literatura: una experiencia a través de los cursos”, signado por el influjo de la estilística alemana y española, hasta el de 2016, “La enseñanza de la crítica literaria: entre el concepto y la praxis”, que sirvió de prólogo al libro de Paula Dejanon y Cristian Suárez, Colonizar lo humano: nuevos linderos de la literatura iberoamericana, en el que propone la integración de los estudios literarios con los culturales a través de la crítica impura, Figueroa ha puesto de manifiesto su interés en la teoría. Entre esos dos textos hay por lo menos diez –ensayos, reseñas o prólogos–, en los que Figueroa reflexiona sobre el ejercicio del criterio. Insistir en la necesidad de teorizar, de renovar presupuestos críticos, categorías y conceptos dentro de los quehaceres académicos y culturales, en sintonía con el debate internacional y con las reflexiones latinoamericanas; salir del ensimismamiento nacional hacia una práctica de la crítica responsable, creativa y articulada con las dinámicas culturales, históricas y sociales del país, han sido preocupaciones permanentes del profesor Cristo Figueroa. Tal atención incesante permite que a través de sus textos pueda incluso rastrearse la evolución de los estudios literarios en Colombia, desde los años sesenta del siglo pasado hasta nuestros días.

En relación con el campo internacional, la crítica de Figueroa registra su contacto sucesivo con las obras de Alarcos, Bally, Dámaso y Amado Alonso, Bousoño, Kayser, Wellek, Anderson, Bajtín, Barthes, Baudrillard, Deleuze, Eco, Foucault, Guattari, Holliday, Jameson, Lacan y Lyotard, entre otros. Frente a la teoría y la crítica latinoamericana, se ha dado en Figueroa el tránsito paulatino del análisis literario y la explicación de textos de Castagnino a la reformulación de la periodización colonial en Rolena Adorno, los imaginarios urbanos de Martín-Barbero, las literaturas heterogéneas de Cornejo Polar, las nuevas perspectivas de oralidad en Lienhard, la comarca oral de Pacheco, los géneros marginales y los discursos políticos dentro de estéticas feministas de Jean Franco, las temporalidades múltiples de García Canclini, la crítica impura de Moraña, la ciudad letrada y la transculturación de Rama, la crítica cultural de Richard, las cartografías descentradas de Rincón y las modernidades periféricas de Sarlo, entre otros, y a la adopción de nuevas categorías que se ponen al orden del día de los estudios literarios: colonialidad, subalternidad –social, política, étnica, lingüística, de género–, globalidad, resistencia, sujetos nómadas, oralidad y cartografías. Las listas anteriores, nada exhaustivas, nos revelan la ejemplar actitud de apertura y permanente autocrítica y renovación de este estudioso, quien ha sabido aprovechar el saber crítico para matizarlo y adaptarlo a las exigencias de las obras, menos atento a la univocidad del texto que a la multiplicación de sus sentidos.

De esta manera, su obra evoluciona de una crítica construida a partir de los trabajos inmanentistas de la estilística, afanosos por cerrar el texto y fijarlo en lecturas únicas, incuestionables, definidoras de la unicidad de la obra, a otra crítica, más allá de la autonomía de la función poética del lenguaje, en consonancia con el descentramiento de la cultura letrada como fenómeno elitista, la invasión de los medios audiovisuales, la emergencia de nuevos discursos y la renovada conciencia regional, cuya tarea valorativa contempla los procesos de producción, recepción y distribución de artefactos culturales, los cuales diluyen nociones añejas, como la originalidad, el texto como esencia indefinible o sustituto secular de la teología en el campo literario. Ahora, la literatura se entiende como un ámbito de fuerzas en tensión en el que pugnan instituciones, editoriales, academias, lectores comunes y especializados, y se postula, además, la vinculación entre quienes producen y reproducen la cultura, los grupos y comunidades interpretativas, con los tejidos sociales. Mediadora de acciones políticas, ideológicas, estéticas y, por supuesto, literarias, esta caracterización del arte verbal conduce a un replanteamiento de la historia literaria, a la necesidad de releer el canon y prestar atención a textualidades emergentes –historias de vida, crónicas, relatos de viajes, testimonios– y a la recuperación de textos y autores del siglo XIX, descalificados a partir de nociones, en apariencia, puristas y, en realidad, espurias.

La literatura del Caribe colombiano

Aunque vive en Bogotá desde 1971, Cristo Figueroa nunca ha perdido el contacto con su región y, si bien su trabajo ha versado básicamente sobre la literatura colombiana, sus narradores y sus poetas, no se ha olvidado de reflexionar sobre las obras de los autores de su región natal, principalmente en torno a tres que podrían considerarse como su gran apuesta, su canon personal: Gabriel García Márquez, Germán Espinosa y Roberto Burgos Cantor. No obstante, además de los anteriores, también se ha aproximado a una serie de escritores, poetas, ensayistas y cuentistas en algunos ensayos, que figuran entre los mejores que ha escrito. Se trata de los estudios sobre la cuentística de Andrés Elías Flórez Brum; sobre dos poetas prematuramente fallecidos, Jorge García Usta y Camilo José Guerra López; un estudio panorámico acerca de la narrativa breve del Sinú, y un ejemplar estado del arte de la crítica en torno a la obra de Marvel Luz Moreno, “Incursiones en el universo literario de Marvel Moreno: saberes y revelaciones de la crítica” de 2004, texto leído en Cartagena en un homenaje a la autora, en el que es realmente magistral el ordenamiento que le da Figueroa a la crítica existente sobre Marvel Moreno, así como los nombres que les asigna a los apartados del texto, los cuales sintetizan un método para aproximarse con eficacia a la obra de un autor: “1. Imbricaciones. Vida y obra de Marvel Moreno: cronologías, genealogías y procesos creativos”; “2. Marvel Moreno en la historia literaria colombiana y latinoamericana: intersecciones, encuentros y rutas secretas”; “3. Las textualizaciones de Barranquilla y el entorno caribeño”; “4. Escritura y feminidad; feminismo y fronteras”; “5. Estrategias y significaciones de una poética narrativa”, y “6. Los caminos por transitar”.

 

De 2006 es un texto de Figueroa en homenaje al poeta, periodista, editor, gestor cultural e investigador Jorge García Usta, a raíz de su fallecimiento en 2005, “Jorge García Usta o el abordaje de los caminos secretos y los trayectos escondidos de la cultura y de las identidades del caribe colombiano”. El ensayo aborda el papel fundamental de García Usta en la reflexión sobre el Caribe colombiano y sus manifestaciones culturales. Lector-poeta, informado, inteligente, sensible, García Usta orientó su trabajo creativo e investigativo, comprometido con el entorno del Caribe, su literatura y sus identidades, hacia la elucidación de la modernidad literaria, periodística y cultural caribeña, a contrapelo de la hegemonía del centro. Conocedor de primera mano de las poéticas heterodoxas tanto líricas como narrativas de Candelario Obeso, Luis C. López, José Félix Fuenmayor, Manuel García Herreros, Óscar Delgado, Antonio J. Olier, Antonio Brugés Carmona, Zapata Olivella, Rojas Herazo, Clemente Zabala, Gustavo Ibarra, Cepeda Samudio y García Márquez, García Usta se empeñó, en un trabajo de auténtica arqueología literaria, en recuperar la memoria de la revolución literaria adelantada por esos autores, aunada a los aportes de la cultura popular –el folclor como devenir vivo, capaz de seguir generando conocimiento– y del arte regional. García Usta se convierte, sin duda, en un referente indiscutible para ampliar los hallazgos e iniciar nuevas búsquedas sobre el papel cumplido por la tradición oral, los préstamos mutuos que las narraciones hacen entre mito e historia, la magia como forma de aprehender la realidad y la articulación de un proyecto de modernidad en las letras costeñas, y la consolidación de una tradición regional, que periódicamente remueve los fundamentos de la historia literaria y cultural nacionales.

“Aproximación crítica a El río de la noche” (2007), prólogo de la antología de cuentos cordobeses de José Luis Garcés, propone una cartografía de la cuentística del Sinú, de fines del siglo XIX a inicios del XXI, atenta a los trayectos narrativos, los imaginarios –memorias, obsesiones, mentalidades– y las estéticas –registros del habla, relaciones con la tradición– recurrentes en las obras. En este estudio, lleno de apuntes valiosos para la construcción de una nueva historia literaria del país que valore las diferencias y la diversidad cultural de las regiones, Figueroa señala la presencia, en la narrativa cordobesa, de un ritmo creador oscilante entre el eclecticismo y la hibridación, entre el relato primitivo de estirpe oral y raíz ancestral y mítica, que privilegia la sucesión de episodios, y el cuento artefacto, autoconsciente escritura narrativa en busca de su autonomía, de carácter polifónico, que desemboca en inestabilidades inquietantes, alegorías del derrumbe social y moral. Además, el ensayo registra la inscripción de paisajes y lugares de la región, la galería de personajes que constituyen una amalgama de identidades, los asuntos relacionados con saberes orales, desplazamientos, masacres, resistencias, y los temas reiterados de tipo social y político, la violencia partidista, las frustraciones existenciales. En un interesante ejercicio de síntesis, Figueroa caracteriza a cada uno de los diecisiete cuentistas antologados y, en una sugerente nota de pie de página, en la que reflexiona sobre la pertinencia de la portada del libro, un cuadro del pintor sahagunés Cristo Hoyos,4 esboza un camino para exploraciones futuras: la confluencia de estéticas entre artes diferentes, a la que se ha referido Álvaro Medina en su obra Poéticas visuales del Caribe colombiano al promediar el siglo XX (2008).

Por otro lado, publicado inicialmente en 2008, reeditado en 2011, el ensayo crítico “La cuentística de Andrés Elías Flórez Brum: una poética de resistencia frente a la adversidad”, abarca la producción entre 1980 y 2007 de una obra que ha merecido diversos premios y menciones nacionales e internacionales, así como numerosas reediciones. Figueroa aborda libro por libro para desentrañar el sentido de la trayectoria narrativa de Flórez, la cual, a su juicio, signada siempre por la preocupación social, gira en torno al motivo de la persecución y se orienta del vacío a la utopía, del pesimismo a la esperanza. En búsqueda permanente de formas, que van del cuento clásico al minicuento y el relato súbito, la narrativa breve de Flórez manifiesta desde sus comienzos una vocación realista al servicio de la exaltación del afecto por la vida. Si bien sus temas y motivos corresponden a los de la narrativa latinoamericana de los problemas sociales –la desocupación, el hambre, la guerra, la pobreza, los miedos personales y colectivos, la desposesión física y moral, el desequilibrio mental, los desastres, el dolor, el sufrimiento, la insolidaridad, la injusticia, la soledad, la incertidumbre, el abandono, la rudeza y la dureza de la vida–, preocupado siempre por la elaboración simbólica de los significantes, por la economía y la precisión del lenguaje que no excluye la polisemia literaria, Flórez procura la participación activa del lector, en quien intenta operar una especie de apertura de la mente, el corazón y los sentidos, mediante representaciones sorprendentes que lo impacten y le revelen significados y percepciones inéditas y conexiones insospechadas de la realidad.

Así mismo, “Estrellas clandestinas de Camilo José Guerra López: el consuelo de una poética de la trascendencia existencial” (2015) es una aproximación al poemario póstumo de este autor guajiro. Atento a la actitud que estructura su mundo poético, orientado hacia las indagaciones en la insondable condición humana –el ser, en tránsito permanente, y el mundo, la vida y la muerte, la esencial soledad del hombre– y los interrogantes acerca de la naturaleza de la poesía, la embriaguez de las palabras, Figueroa se aproxima a las imágenes cargadas de sugerencias y revelaciones que arraigan tanto en la ancestral mitología wayuu como en la clásica grecolatina, y postula la presencia de una poética del consuelo, la solidaridad y el sentido de pertenencia. Al margen de la lectura intrínseca del poemario, el ensayo dilucida con gran agudeza y sensibilidad en torno al proceso creador en la lírica.

Gabriel García Márquez

El primer trabajo de Figueroa Sánchez sobre Gabriel García Márquez integra las tres facetas de su trayectoria intelectual: la del teórico, la del crítico y la del maestro. Con apoyo en la Poética de Todorov, propone una metodología, a medio camino entre la descripción y la interpretación, para el estudio inmanente de textos narrativos, a partir del cuento “El ahogado más hermoso del mundo”. Atento a la autonomía de la literatura, con base en la noción estructuralista del texto como totalidad, en la cual se establecen relaciones plurales, tanto a nivel intertextual como en la simbolización, Figueroa se interesa en buscar las leyes que organizan el mundo imaginario y lo hacen posible: ¿cómo y qué significa el texto?

Si bien, a partir de Todorov, Figueroa considera que la literatura es creación de una realidad a partir de la palabra, también reconoce que el discurso literario trasciende las fronteras de la lingüística y exige, para su apreciación genuina, el apoyo de otras disciplinas orientadas al estudio del hombre, como la antropología, la sociología, el psicoanálisis y la psicología. Tras identificar las secuencias y las relaciones intrínsecas que se establecen entre los elementos episódicos, con el objeto de determinar las leyes internas que gobiernan el universo propio de la ficción, Figueroa, pendiente de no pulverizar el texto a través de la disección minuciosa, persigue la aprehensión total y sistemática al introducir la simbolización y la interpretación, la valoración y el establecimiento de relaciones.

Las aproximaciones de Figueroa al orbe verbal de García Márquez se concentran en sus dos obras principales, Cien años de soledad (1967) y El otoño del patriarca (1975), sobre las cuales ha escrito un par de ensayos. De Cien años de soledad, a Figueroa le ha interesado el tópico de la religiosidad, desarrollado en “Cien años de soledad: religiosidad, significación bíblica y sacralidad del texto”, incluida en el libro, ¿Agoniza Dios? La problemática de Dios en la novela latinoamericana, su ponencia en el Primer Simposio sobre la Problemática de Dios en la Novela Latinoamericana, convocado por la Sección de Cultura del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y el Departamento de Literatura de la Universidad Pontificia Javeriana y realizado en Bogotá, del 14 al 18 de octubre de 1988, con invitados de varios países. El texto inicialmente explora las relaciones entre novela y religión, con apoyo en Paul Ricoeur, para quien, en la cultura occidental, el sustrato mítico, pese a la desacralización de la vida, permanece sobre todo en los artistas que, a la manera de los iniciados, manifiestan una aptitud particular para el pensamiento analógico y el lenguaje de los símbolos, los cuales les permiten acceder a lo trascendente. Cien años de soledad, como muchas novelas contemporáneas, constituye un medio propicio para la encarnación de los mitos en el contexto real: su universo imaginario se apropia tanto de códigos gnósticos y alquímicos como de mensajes bíblicos que apuntan “a la dimensión de texto sagrado que es voz y revelación para todo” (279).

Cien años de soledad: reescritura bíblica y posibilidades del texto sagrado” (1998) constituye una nueva versión del ensayo anterior, del cual se suprimen la introducción sobre la supervivencia contemporánea del mito y las disquisiciones en torno a la alquimia de Melquíades y José Arcadio Buendía, para concentrarse en las relaciones intertextuales entre Cien años de soledad y la Biblia. En este ensayo, Figueroa postula la presencia en el proceso creativo de Gabriel García Márquez de dos líneas significativas: una universal, fundada en mitos y arquetipos, con sustento en la tradición cristiana, que a su vez se nutre de elementos egipcios, griegos y hebreos. Así, el universo de Macondo se conecta con el Antiguo Testamento y diversos tópicos bíblicos, como el paraíso, el éxodo, el pecado original, la tierra prometida, los ángeles y demonios, el diluvio, el mito del Caín, la pareja primordial, las pestes, la torre de Babel y el apocalipsis. Así mismo, se pueden establecer conexiones entre José Arcadio y Adán, los dos marcados por la sed del conocimiento que conduce al castigo, que en Macondo es la peste del insomnio, paso previo a la enfermedad del olvido.

Basada en la historia y la cultura colombiana y latinoamericana, aparece la otra línea, la histórica. Adquiere entonces Macondo una doble significación: la de un mundo autónomo, lleno de simbolismos, y la de metáfora de la historia de la América Latina, que cobra especial significación con la instalación de la compañía bananera y su falsa prosperidad, la cual se presenta a través de la introducción de elementos asociados al progreso –el teléfono, el gramófono, el cinematógrafo–, y la injusticia social que genera la huelga y la matanza de tres mil obreros. Sin embargo, de acuerdo con Figueroa, las dos visiones se entrecruzan y dialogan a través de la obra: los hechos históricos se refractan sobre el plano mítico y, a su vez, los sucesos míticos iluminan lo histórico (“Cien años de soledad: reescritura bíblica” 114).

A diferencia del Nuevo Testamento, que proyecta una salvación, en Cien años de soledad muere toda esperanza. No obstante, Figueroa muestra cómo el discurso de García Márquez en Estocolmo abre las posibilidades de una redención de la soledad, a través del amor y el reconocimiento. Como la Biblia, Cien años de soledad sería una especie de libro de la vida, solo que muy ligado a la existencia del hombre americano.

Cristo Figueroa aborda El otoño del patriarca en dos artículos, muy similares, aunque con énfasis distintos. El primero, “El otoño del patriarca: incertidumbres, secretos y revelaciones del neobarroco”, capítulo 8 del libro Barroco y neobarroco en la narrativa hispanoamericana: cartografías literarias de la segunda mitad del siglo XX, preocupado por inscribir la novela de García Márquez en la tendencia latinoamericana del neobarroco, constituye un texto un tanto tautológico, en el que prácticamente en siete de los ocho apartados utiliza el adjetivo barroco y neobarroco, como si se tratase de una evidencia irrefutable. El segundo, “El patriarca Zacarías Alvarado y los dictadores del Caribe”, texto de una conferencia en el diplomado Travesías por la Geografía Garciamarqueana, ofrecido por la Universidad Tecnológica de Bolívar, en 2007, puede verse como una reescritura mucho más ordenada del trabajo anterior, cuyo objetivo es profundizar en las relaciones entre la novela y la cultura del Caribe. En otras palabras, si el primero, apoyado en los modelos teóricos de Severo Sarduy y Omar Calabrese, pone en evidencia una cierta tendencia hacia los estudios literarios formalistas, atentos a la función poética del lenguaje y al texto como un discurso relativamente autónomo, el segundo cuestiona una noción exclusivista y aislada del quehacer literario y se abre a los entramados de la cultura y la sociedad en la que surgen los textos y valora las problemáticas sociales, políticas y culturales presentes en estos.

 

Tras revisar una abundante bibliografía crítica sobre dictadores y dictaduras hispanoamericanas, Figueroa examina la genealogía de las novelas de dictadores del entorno caribeño; se centra en la fecunda funcionalidad de la estética del neobarroco para profundizar en las relaciones entre ficción e historia, poder y soledad, que culminan en la construcción de una alegoría de la historia hispanoamericana, en la que se condensan las sucesivas dependencias políticas, los imaginarios del poder, el saber oral, las sincronías históricas, el sincretismo lingüístico y cultural y la resistencia a los imperialismos. Se concentra entonces en cinco categorías al servicio de la percepción de la realidad como devenir y cambio, la revelación de significados escondidos –la ruina, la descomposición progresiva y la soledad esencial del poder del patriarca; los estragos y desafueros de la dictadura–, la renovación de los motivos canónicos y la superación de la ideología unitaria que caracterizaba a la novela sobre los dictadores. Tales categorías son: 1) la parodia: de la historia, de la religión y de los discursos oficiales; 2) la carnavalización o conexión directa con el folclor popular del carnaval caribeño, donde se confunden jerarquías, funciones y estamentos en un mundo al revés, en el cual lo excéntrico, la desmesura, lo monstruoso y la profanación se alían en una sátira feroz contra los mecanismos del poder; 3) la incertidumbre como propósito narrativo, resultante del desplazamiento del punto de vista narrativo que busca la inestabilidad de la representación y la ambigüedad significativa, en la que nada se puede creer del todo; 4) la proliferación de hechos, episodios, imágenes, referencias, hipérboles, perífrasis y paralelismos; y 5) la polifonía de voces, estilos y versiones orales que se contradicen con los discursos oficiales no confiables y convierten a la novela en una marea de rumores, dudas y confusiones que contribuyen a la representación –nada maniquea– de la dictadura. Estas categorías, fundamentales para apreciar la singularidad de El otoño del patriarca, en la medida en que permiten una lectura en filigrana de la obra, hacen de este trabajo crítico uno de los más agudos de Cristo Figueroa: sin duda, una insoslayable contribución a la compresión de la novela más compleja de García Márquez.

Aunque no se trata de un estudio en sí de la obra, sino del prólogo a una tesis de Liliana Giraldo Aristizábal sobre Crónica de una muerte anunciada, este trabajo vale la pena mencionarlo por las enriquecedoras propuestas que sirven de marco para la apreciación de los resultados de la investigación, las cuales constituyen todo un programa para los estudios literarios: la práctica de una crítica literaria que genere nuevos sentidos, revise críticamente presupuestos y paradigmas consagrados, privilegie miradas inter y multidisciplinarias y relea los textos literarios simultáneamente como construcciones culturales, prácticas sociales y opciones estéticas que mediatizan discursos e imaginarios de procedencia diversa, al tiempo que inscriben e interrogan memorias socioculturales, descentran rutas ideológicas, cuestionan significados heredados y desestabilizan poderes supuestamente incuestionables (xxi). Por otra parte, en la descripción de las diversas partes de la tesis, Figueroa revela el conocimiento profundo de la singularidad de la novela garciamarquiana, los diálogos intertextuales con la tragedia clásica y la lírica del Siglo de Oro hispánico, la alteración del tópico del honor, las relaciones entre periodismo y ficción, la funcional recreación de los contextos sociales, políticos, económicos y religiosos, la dilatación del tiempo del relato, la inversión de los sucesos y el poder revelador de la representación narrativa de la sociedad patriarcal, entre otros aspectos.