Mayo del 68 - Volumen II

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EL DIRIGISMO CULTURAL Y LAS SERIES

Natalia Reig Aleixandre

La cultura, en una primera aproximación, es la elevación de la persona humana de un hábitat natural hostil a un contexto posibilitador y humanizado. Sin embargo, esta consideración sería muy pobre si no añadimos que su capacidad intelectiva y su voluntad posibilitan que sus relaciones, más allá de la mera utilidad, edifiquen nuevas formas de explorar lo que les circunda y de expresar su interioridad.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua la define como: «Conjunto de conocimientos e ideas no especializados adquiridos gracias al desarrollo de las facultades intelectuales, mediante la lectura, el estudio y el trabajo». Y añade la RAE en la segunda acepción: «que caracterizan a un pueblo, a una clase social, a una época». La cultura pone de manifiesto la posibilidad humana de crear relaciones interpersonales y que de estas surja algo nuevo que nutra la vida de los miembros de la sociedad.

Somos agentes de cultura. Construimos la cultura y esta es una alta manifestación de nuestra libertad y de nuestra aspiración transcendente en la búsqueda de la verdad, el bien y la belleza. El Concilio Vaticano II lo expresa así:

Con la palabra cultura se indica, en sentido general, todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente, a través del tiempo expresa, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano (Gaudium et spes, 1965, 53).

Solemos pensar que vivimos en la cultura que nos han dejado nuestros abuelos y nuestros padres. Y al mismo tiempo que nuestros hijos y nietos heredarán la cultura que estoy construyendo con mis coetáneos. Por eso, asumimos diversos compromisos: la calidad del aire, el reciclaje de los desperdicios, la gestión de los recursos naturales…, en fin, queremos mantener esta casa común que es el planeta para que en él puedan vivir nuestros descendientes. Invertimos en la educación de nuestros hijos porque queremos darles una cultura. En la universidad hacemos ciencia: buscamos nuevos fármacos, inventamos tecnología, diseñamos mejoras para favorecer la estética de nuestra casa y ciudad. Somos artífices de cultura porque nos preocupamos por «la persona venidera». En definitiva, hacemos todo esto porque queremos dejar a nuestros hijos una sociedad mejor preparada y más humana.

La palabra cultura etimológicamente proviene de cultus que en latín significa, cultivo, haciendo referencia al campo sobre el que ya se ha ejercido una acción humana encaminada a producir hortalizas, verduras o frutas.

¿Podría ser todo esto una ilusión? ¿Acaso no hemos sentido fuerzas enormes que erosionan como torrentes desbocados la tierra que ya habíamos arado con sudor? Han crecido en nuestra sociedad vigorosos matorrales de violencia, malas hierbas de deshumanización que no provienen de nuestras tareas de cultivo. Esto nos lleva a cuestionarnos seriamente.

Estamos asistiendo a nivel internacional al nacimiento de una nueva civilización donde grandes poderes económicos se alían con ciertos activistas agrupados en lobbys para crear una cultura en sintonía con sus propios intereses. Inoculan en nuestra sociedad, a través de diversos medios, una forma de ver la vida que no es la que hemos deseado ni para nosotros ni para nuestros hijos.

Todos los hechos que observamos podrían ser definidos como dirigismo. La RAE define este término como: «Tendencia del gobierno o de cualquier autoridad a intervenir de manera abusiva en determinada actividad».

«Las ideologías y el dinero han logrado un dirigismo cultural que pretende una nueva cultura asentada en un inmanentismo antropocéntrico» (Gutiérrez García, 2001, 513). Existen dos premisas fundamentales: interesa el disfrute presente con un marcado acento hedonista y no la satisfacción profunda de los deseos de verdad, bondad y belleza. La segunda premisa es la opción por una libertad absoluta como dinamismo vital. Esta visión de la libertad pierde la referencia básica con la realidad fisiológica y psíquica de la persona humana. Un ejemplo de ello es el desfase entre lo que algunos quisieran que fuera la sexualidad humana y lo que es realmente. Todo esto deja, a la larga, a muchos jóvenes tendidos en la cuneta de la vida.

¿Qué es lo que hay detrás de todo esto? Una clara intencionalidad de dirigir la cultura. Lo que observamos no es un conjunto de confluencias producto del azar o de procesos aleatorios. Esta observación no se alinea con las teorías conspiratorias. Simplemente obedece a una mirada neutral y paciente de los hechos que nos rodean.

Lo que subyace en las operaciones del dirigismo cultural es el afán arrollador por cambiar la identidad histórica de los pueblos y situar a estos dentro de la órbita del humanismo inmanentista que establece el clima adecuado para que los económicamente poderosos dominen a los socialmente débiles (Gutiérrez García, 2001, 107).

Ciertas ideologías han confluido con grandes capitales que ven en la difusión de estas ideas la segura obtención de beneficio. Ambas son fuerzas anónimas en las que destaca algún rostro emblemático (cantante, actor, presentador de programa…) que abandera la causa. Sobre todo, supone un incansable trabajo de «vestíbulo», pues estos grupos se han hecho fuertes atrayendo a otros en las entradas de las grandes salas de los organismos nacionales e internacionales.

El dirigismo cultural posee un amplio y variado acervo de métodos. López Quintás, junto a otros, expresó su preocupación por la manipulación del lenguaje. El pensamiento hace el lenguaje, pero también el lenguaje hace el pensamiento. No en vano se usa la expresión de «interrupción del embarazo» para hablar del aborto. Una interrupción supone que en cualquier momento puedo reemprender la actividad que he dejado pospuesta. Sin embargo, bien sabemos que, cuando se interrumpe el embarazo, ya no podrá continuar. Se busca una expresión inocua para no enfrentar nuestros oídos a una intervención con tonos siniestros.

El segundo método es la banalización del mal, como explicó certeramente Hannah Arendt al detallar el juicio contra Eichmann en Jerusalén. Este nazi no era un psicópata ni un monstruo. Los análisis psicológicos muestran que era una persona normal y el sacerdote que habló con él expresó que la impresión que le dio era la de una persona con «ideas positivas». Sin embargo, esa persona tan normal fue el arquitecto de la «solución final» donde miles de judíos murieron gaseados. Hannah Arendt reflexiona en que un individuo cualquiera, en un sistema totalitario en el que sea común cierta práctica homicida, puede llegar a convertirse en un asesino sin escrúpulos. Una cultura en la que el asesinato se practique de manera cotidiana puede llegar a ver este hecho espantoso como algo tan banal como conducir un coche o lavarse los dientes. Banalizar significa despojar de valor, reducir a papel de fumar un gran lienzo de Velázquez. Vaciar de sentido la realidad.

Esta estrategia de manipulación hace mella en una sociedad en la que predomina el pensamiento débil y la falta de reflexión. Asistimos a una banalización de la violencia y una banalización de la sexualidad. La violencia campea en la literatura actual, en el cine, en los videojuegos. Forma parte de nuestra cotidianeidad e infelizmente nos acostumbramos a ver escenas escalofriantes en las noticias. Nos hemos inmunizado, y aunque comentemos con cierto horror algún episodio de violencia doméstica, permanecemos insensibles a otros muchos actos violentos.

La trampa del vacío también se ha tendido sobre la sexualidad humana. La persona es un ser sexuado y esto supone para ella la posibilidad de un lenguaje de amor más allá de toda palabra. El beso, la caricia, el abrazo, el acto sexual…, suponen altas formas de expresión de amor y unión. La persona es un ser hecho para otro. El otro nos completa, ensancha nuestros horizontes vitales y nos magnifica. «Me realizo en el contacto con el tú; al volverme Yo, digo Tú» (Martin Buber, 1984, 14). Cuando la relación de un yo con un tú, tiene en sí mismo la posibilidad de engendrar y dar vida, refleja la grandiosidad del amor de Aquel que es la Vida con mayúsculas. Las relaciones no son triviales, menos cuando hablamos del amor erótico, entendido en su más genuino sentido.

[…] destaca, como arquetipo por excelencia, el amor entre el hombre y la mujer, en el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma, y en el que se le abre al ser humano una promesa de felicidad que parece irresistible, en comparación del cual palidecen, a primera vista, todos los demás tipos de amor (Benedicto XVI, Deus caritas est, 2).

El tercer método es la presencia activa y prominente en los medios de comunicación. Ejemplo de ello es la plataforma streaming Netflix. En los últimos cuatro años ha realizado 18 títulos donde la trama principal es el sexo presentado con tintes ideológicos: Sense 8, Holding the man, Boys, 4th man out, Four moons son algunos de los títulos destacados.

Todo esto hace que prevalezca la dinámica del pensamiento único. Es decir, se descalifica automáticamente como retrógrada e intolerante toda idea o persona que no vaya en consonancia con esta ideología. El dirigismo cultural en nombre de la defensa de ciertas libertades, crea una férrea dictadura donde la cultura queda secuestrada por dicho poder y los disidentes, en un momento no muy lejano, podrían llegar a ser marginados.

 

Nos detendremos a continuación en dos series: la primera Vikings, disponible en Netflix y HBO; la segunda Girls disponible en HBO.

Vikings es una serie canadiense creada por Michael Hirst. Recrea con habilidad el ambiente de la Alta Edad Media en Escandinavia y narra episodios de la vida del personaje histórico Ragnar Lothbrok y de sus hijos. Es una producción de History Channel, disponible en HBO y Netflix. Se aprecia una buena documentación y fidelidad histórica, exceptuando cierto desorden cronológico y licencias cinematográficas. Dichas licencias buscan resaltar su carácter épico y la distancian de un documental para convertirla en una serie de entretenimiento. Toda narrativa presenta un héroe o un antihéroe (víctima de fuerzas funestas) con el que el espectador inconscientemente se identifica. Este factor psicológico es indispensable en todo relato. Llama la atención en esta serie la violencia continua y explícita del protagonista y de sus coetáneos. Sin duda verosímil en un pueblo que basaba su economía en el saqueo, se caracterizaba por su crueldad y por el oscurantismo de sacrificios humanos a sus deidades. No obstante, en nuestra sociedad marcada por la violencia y por preocupantes asesinatos cometidos por adolescentes, nos planteamos la conveniencia de escenas tan espeluznantes como las que hemos visto. No se trata simplemente de escenas de batallas. En varios episodios se nos presenta la tortura del águila de sangre sin ahorro de detalles. En otra escena aparecen suspendidos los cuerpos de las víctimas ofrecidas a Odín, que se desangran lentamente. La serie no pretende ser un documental histórico para entendidos en la materia, sino que busca ser ocio y entretenimiento. Está al alcance de todos aquellos que tengan un smartphone o tablet, lo que incluye a niños y adolescentes. La acumulación de escenas sangrientas, junto a la normalización de la crueldad, llega a crear una banalización de la violencia.

En segundo lugar, analizamos Girls, serie creada y protagonizada por Lena Duham. En ella se recrean las vivencias de varias veinteañeras que viven en Brooklyn. Todo empieza cuando la protagonista, Hannah Horvath, es avisada por sus padres de que no la seguirán manteniendo y tiene que buscar un trabajo. Hannah quiere ser escritora, pero fluctúa constantemente entre sus aspiraciones y su realidad poco halagüeña. El sexo aparece desde el primer episodio, en el que Hannah parece someterse a los gustos de su pareja, y continuará apareciendo en cada capítulo. Los personajes tienen relaciones sexuales con distintas personas, a veces por placer, otras por miedo a decir no a alguien deseado. En algún episodio el sexo es la manera de encumbrarse hacia el éxito, en otras es el desahogo de grandes frustraciones. En un episodio aparece una violación y, en otro, acoso sexual; ambos causaron mucha polémica entre la audiencia. Observamos que el abuso de este tema lo desgasta y devalúa. Por otro lado, la sexualidad aparece como algo trivial, se puede hacer con cualquiera y por cualquier motivo. Carece de un sentido profundo. En la vida real vemos cómo el sexo sin amor y la promiscuidad suelen traer consecuencias negativas para la salud física y psíquica. En muchos casos, también produce un hastío existencial. La serie no presenta estas consecuencias. Observamos, en este sentido, la falta de verosimilitud en el argumento.

El análisis realizado, lejos de conducirnos al pesimismo, tiene el propósito de alentarnos en la urgencia de transmitir un verdadero humanismo. El dirigismo cultural permea muchos sectores de la sociedad. No obstante, el papel de la universidad católica, de los cristianos y de toda persona de buena voluntad es primordial: la verdad, la bondad y la belleza tienen en sí mismos la capacidad de difundirse. Es decisiva una toma de conciencia, serena y realista, de los hechos mencionados para crear una cultura fundamentada en la dignidad humana.

BIBLIOGRAFÍA

ARENDT, Hannah (1999). Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Lumen: Barcelona.

BENEDICTO XVI (2005). Deus caritas est. Palabra: Madrid.

CONCILIO VATICANO II (1965). Gaudium et spes. BAC: Madrid.

GUTIÉRREZ GARCÍA, José Luis (2001). Introducción a la Doctrina Social de la Iglesia. Ariel: Barcelona.

LÓPEZ QUINTÁS, Alfonso (1998) La revolución oculta. Manipulación del lenguaje y subversión de valores. Ppc: Madrid.

— (2001). La tolerancia y la manipulación. Rialp: Madrid.

WEBGRAFÍA

Anne with and E, disponible en https://es.hboespana.com/ [consultado el 26 de octubre de 2018].

Girls, disponible en https://www.netflix.com/es/ [consultado el 26 de octubre de 2018].

LIBERTAD Y DOMINACIÓN EN EL HOMBRE UNIDIMENSIONAL DE HERBERT MARCUSE

David García Díaz

El concepto de dominación en la obra El hombre unidimensional1 de Marcuse es utilizado como sinónimo de represión para hablar del poder que ejerce el sistema de organización propio de las sociedades contemporáneas sobre todos aquellos elementos incontrolables que ponen en riesgo la estabilidad de este. En la sociedad industrial avanzada sostenida por el sistema democrático se desarrollan una serie de estructuras que surgen con el fin de asegurar la sostenibilidad de su lógica de productividad a través y para la dominación.

Esa dominación se ejerce mediante la expansión de un pensamiento y una conducta, que el autor denominará unidimensional, a través de los medios de comunicación de masas y las acciones políticas que buscan la uniformidad y la identificación social, generando una estandarización en el pensamiento y en el estilo de vida. El pensamiento unidimensional, dirá Marcuse, «está poblado de hipótesis que se autovalidan y que, repetidas incesante y monopolísticamente, se tornan en definiciones hipnóticas o dictados»2 presentándose así el pensamiento unidimensional como un sistema cerrado sobre sí mismo y una forma de no-pensamiento. Así, en la sociedad unidimensional, todas las aspiraciones, objetivos e ideas que van más allá del sistema establecido son rechazadas o reconducidas dentro de los términos del sistema, no permitiéndose así que exista lo que no se adapta a su funcionamiento.

El pensamiento unidimensional está caracterizado por la lógica de la dominación establecida gracias a la reducción de la racionalidad a la racionalidad instrumental que viene reforzada por los logros y conquistas alcanzados por la civilización industrial. El resultado de dicha reducción «es una atrofia de los órganos mentales adecuados para comprender las contradicciones y las alternativas y, en la única dimensión permanente de la racionalidad tecnológica, la conciencia feliz llega a prevalecer».3 Ese estado de conciencia feliz no es otra cosa, según señala Marcuse, que la creencia de que el sistema social y político es el garante del bienestar de la sociedad. De este modo, el sistema se ve sostenido y legitimado por una superestructura productiva que aliena y cercena la naturaleza humana, reduciendo el concepto de felicidad a mero bienestar, con el beneplácito de una sociedad que parece estar demasiado satisfecha como para preocuparse.

De este modo, el pueblo que antes era el fermento del cambio social, señala Marcuse, se ha convertido ahora en el elemento de la cohesión social, pues este legitima la lógica de la utilidad y de la eficacia en aras de un bienestar social que cercena toda posibilidad de cambio y transformación social.4 El sistema es legitimado, pues cualquier cambio o alteración en el sistema puede poner en riesgo el estado de bienestar actual.

Así, la dominación se presenta como una especie de alienación del sujeto dentro de una sociedad que no es abiertamente represiva. Dirá Marcuse: «Los esclavos de la sociedad industrial desarrollada son esclavos sublimados, pero son esclavos, porque la esclavitud está determinada no por la obediencia, ni por la rudeza del trabajo, sino por el status de instrumento y la reducción del hombre al estado de cosa».5 De este modo, el hombre-objeto se reconoce como una extensión del mundo material y su valor es reconocido como meramente instrumental. Así la gente se identifica con sus mercancías, pues su valor se fundamenta en el tener y no en el ser del hombre, generando una dependencia alienante del sistema productivo que convierte en necesidad lo accesorio.

Dentro de esta lógica, el trabajo se vuelve alienante al depositar su sentido en el consumismo y la acumulación de bienes materiales. Esto hace que el hombre dedique más tiempo a trabajar de lo que es estrictamente necesario para cubrir sus necesidades. Debido a esto, la vida del hombre se ve reducida al plano material, dejando fuera todas aquellas cuestiones que se ordenan a sus necesidades reales, aquellas que permiten al hombre desarrollarse y evolucionar: el tiempo libre, que es considerado como lo opuesto al ocio propio de las sociedades industriales avanzadas cuya función es entretener poniéndose al servicio de la mecánica del consumo;6 o el desarrollo de una verdadera actividad intelectual crítica.

Así, el sistema sostenido por la lógica de la productividad y la comodidad se presenta como veladamente alienante, pues la manipulación opera a través de las necesidades o intereses creados por el propio sistema, instaurando así un mecanismo de control que escapa a la conciencia del propio individuo, que es incapaz de trascender la lógica de este. De este modo, el sistema se presenta como perfectamente racional, pues la verdad se convierte en lo funcional y la realidad es reducida a su carácter cósico, lo que hace que toda oposición al mismo sea considerada como irracional e imposible.7

La manipulación de la conciencia individual se hace efectiva entre otras cosas gracias al pensamiento operativo que se introduce en la lógica de la mentalidad de dominio y que se articula a través del descrédito de la filosofía, la manipulación del lenguaje y el desdén de la historia.

El pensamiento dentro de la mentalidad científico-técnica reduce lo real a lo material, volviéndose así operativo, y renunciando a conocer la estructura íntima de la realidad se orienta a la resolución de problemas concretos. De este modo, el intelectual ya no se ocupa de intentar comprender la estructura como un todo y la filosofía es desdeñada como un mero intelectualismo. La razón científica ha sido capaz de conquistar y dominar la naturaleza y «la dimensión metafísica, anteriormente campo genuino del pensamiento racional, se hace irracional y acientífica».8 De la mano del positivismo, la razón rechaza la trascendencia y se agarra a los hechos fácticos, estableciendo un universo cerrado fundado en «un a priori empírico que no puede trascenderse».9

Dentro de este panorama, la racionalidad científica sostenida en el postulado de objetividad tiene pretensiones de neutralidad, dejando fuera del conocimiento verdadero todo aquello que compete al sujeto como agente ético, estético y político. Así, los valores se encuentran separados de la realidad objetiva y desterrados al terreno de la subjetividad; lo bueno, lo bello y lo justo ya no pueden pretender una validez universal, pues han perdido su fundamento ontológico con el descrédito de la metafísica, y tampoco pueden derivarse de la lógica científico-técnica.10

En la lógica de dominio de la mentalidad científico-técnica, el lenguaje también está desprovisto de cualquier carga crítica y se vuelve operativo. Marcuse muestra que en el lenguaje común se utilizan continuamente términos prefabricados que identifican al objeto designado con su función social, política o económica. «El análisis lingüístico hace abstracción de lo que el lenguaje ordinario revela hablando como lo hace: la mutilación del hombre y la naturaleza».11 De este modo, el lenguaje operativo, señala Marcuse, acaba despojando al pensamiento de la autonomía y la crítica que lo caracterizan, siendo sustituido por un proceso de designación, aserción e imitación, identificando la verdad con la verdad establecida y la cosa o la persona con su función, eliminando así la confrontación de idea.12 El lenguaje funcional es además antihistórico, pues la razón práctica ocupada en la resolución de problemas deja poco espacio para la razón histórica. La voz de la memoria es silenciada, pues puede dar lugar a peligrosos descubrimientos que pongan en peligro las estructuras y el equilibrio de la sociedad industrial avanzada; silenciando así la voz del pasado, señala Marcuse, se silencia también la voz del futuro, que invoca un cambio cualitativo en la organización de la sociedad, cuestión especialmente relevante para un autor de corte marxista.13

 

En último término, podemos decir que la dominación trasciende la esfera pública, sea bien en la cultura o en la política, para acabar oprimiendo al individuo. De este modo, las fuerzas y pulsiones de la esfera instintiva humana también son reprimidas y dominadas gracias a la mentalidad de consumo, son reconducidas por el propio sistema a través del «fetichismo total de la mercancía».14

La lógica de la mentalidad de dominio que acaba transformando al sujeto en un objeto puesto al servicio de la eficiencia del sistema productivo encierra tras su apariencia de racionalidad una profunda irracionalidad: «la irracionalidad creciente de la totalidad, la necesidad de expansión agresiva, la constante amenaza de guerra, la explotación intensificada, la deshumanización».15 El hombre es reducido a mero objeto, utilizado como una pieza de la maquinaria productiva, se le ha robado la identidad, convirtiéndolo en un bien de uso y de consumo, identificando el ser con el tener. Esta es la verdadera dominación que cuenta con la connivencia del sujeto preso de la sociedad del bienestar «que ofusca la distinción entre apariencia racional y realidad irracional».16

En este panorama dibujado por Marcuse, la libertad se presenta como autonomía, como la auténtica autodeterminación de cada individuo independizado del control social y de la lógica de dominio. De este modo, «la autodeterminación será real en la medida en que las masas hayan sido disueltas en individuos liberados de toda propaganda, adoctrinamiento o manipulación; individuos que sean capaces de conocer los hechos y de evaluar las alternativas».17

Sin embargo, la propuesta de Marcuse, si presupone una ruptura total con la lógica de dominio científico-técnica, sostiene la necesidad de continuar con la base técnica misma. Esto es debido a que son las conquistas del desarrollo científico-técnico señaladas como aquello que ha permitido al ser humano liberarse del yugo del trabajo, haciendo posible la satisfacción de las necesidades básicas, reduciendo al mínimo el esfuerzo para alcanzarlas. Esa liberación es señalada como un a priori clave para el desarrollo de la verdadera libertad.18

Así, el individuo liberado de las tareas serviles podrá establecer de manera individual cuáles son sus necesidades verdaderas, siempre y cuando tenga la libertad para dar su propia respuesta y no esté adoctrinado y manipulado por el sistema. Esta conquista de la libertad interior, alejada del condicionamiento de la opinión pública, es en la que, según Marcuse, el hombre encuentra su propia identidad.19

La verdadera libertad según Marcuse nace de la unidad entre el logos de la razón y el «instinto de vida» (Freud) del eros. «En la exigencia del pensamiento y en la locura del amor se encuentra la negación destructiva de las formas de vida establecidas».20 En este sentido, la libertad y la razón parecen converger, pues el autor señala que no todas las opciones son válidas sino solamente aquellas que conducen al ser humano a la realización de sus potencialidades, algo que solo es posible en el hombre que está liberado de sus necesidades más básicas.21

La autodeterminación del individuo, por tanto, le permite «vivir de acuerdo con la esencia de la naturaleza o del hombre»22 y en ese sentido incluye también las circunstancias históricas en las que cada individuo se desenvuelve. El individuo asume las posibilidades de desarrollo alternativas que se le presentan en relación con su momento histórico y en lucha contra el pensamiento establecido, cosa que solamente es posible cuando el individuo es consciente de su propio ser. De este modo se recupera la tensión entre el ser y deber ser que se resuelve a través de la dialéctica establecida entre logos y eros.23

Marcuse se encarga de reseñar, sin embargo, que todo esto no implica el surgimiento de valores espirituales presentes en la mentalidad precientífica, sino que el desarrollo de la ciencia y la técnica han posibilitado la «conversión de los valores en tareas técnicas».24 Así, dentro del planteamiento materialista de Marcuse, la ciencia ha conquistado el terreno de la metafísica, pues los valores como la libertad, la justicia o la paz son cuantificables y dependientes de la materia, ya que esos valores responden, según el autor, a la satisfacción de las necesidades materiales del hombre.25

Marcuse, con el fin de otorgar objetividad y solidez a los valores sacándolos del terreno de la subjetividad y lo irracional, pretende justificarlos desde una razón científica que, si es fiel a su método, nada puede decir acerca de los mismos. De este modo, el autor reduce lo real a lo material en vez de ampliar los horizontes de la razón científico-técnica para una justificación metafísica de los valores.

Por eso Marcuse propondrá transformar la ciencia en política,26 para justificar el acto de liberación del hombre aplicando a la ciencia unos fines y una orientación que no pueden alcanzarse desde el plano científico. Este es el único modo en el que Marcuse podría convertir el instrumento de dominación en instrumento de liberación, liberando a la ciencia como instrumento de poder y dominación para convertirse en la respuesta a las necesidades humanas.

De este modo vemos cómo el logos que menciona Marcuse como fundamento de la verdadera libertad no es más que un requisito que permite la liberación del hombre de las tareas serviles, situándose en la base para el desarrollo posterior de las potencialidades humanas. Sobre el logos materialista de Marcuse irrumpe con fuerza el desarrollo del eros o del instinto vital freudiano, que es asimilado a la parte irracional e impulsiva del ser humano. Así, la realización del hombre se encuentra en el reconocimiento de las necesidades no sublimadas de la libido, dejando al hombre en manos de sus instintos más primarios, que son para Marcuse la verdadera fuerza revolucionaria y creadora que libera al hombre de la alienación de la sociedad unidimensional y de la represión instintiva.27

De este modo, en Marcuse no hay una verdadera reconciliación entre libertad y razón, pues la razón científica no puede guiar la acción al no poder descubrir lo más propiamente humano. Por eso la libertad liberada de las ataduras sociales queda ahora presa de los instintos vitales propios de la libido quedando así desorientada con relación a su verdadero fin: la felicidad y la plenitud del ser humano.

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1 En su edición original: MARCUSE, Herbert, One-Dimensional Man, Beacon Press, EE. UU., 1964. En su edición francesa: MARCUSE, Herbert, L’Homme unidimensionnel, tr. del original por Monique Wittig y el propio autor, Les Editions du Minuit, París, 1968. En su edición en castellano utilizada en este trabajo: MARCUSE, Herbert, El hombre unidimensional, tr. por Antonio Elorza, Planeta Agostini cedida por Ariel, Barcelona, 1993.

2 MARCUSE, Herbert, El hombre unidimensional, tr. por Antonio Elorza, Planeta Agostini cedida por Ariel, Barcelona, 1993, p. 44.

3 MARCUSE, Herbert, El hombre unidimensional, tr. por Antonio Elorza, Planeta Agostini cedida por Ariel, Barcelona, 1993, p. 109.

4 Ibídem, p. 285.

5 Ibídem, p. 63.

6 Ibídem, p. 79.

7 MARCUSE, Herbert, El hombre unidimensional, tr. por Antonio Elorza, Planeta Agostini cedida por Ariel, Barcelona, 1993, p. 39.

8 Ibídem, p. 200.

9 Ibídem, p. 210.

10 Ibídem, pp. 172-173.

11 MARCUSE, Herbert, El hombre unidimensional, tr. por Antonio Elorza, Planeta Agostini cedida por Ariel, Barcelona, 1993, p. 202.