Historia intelectual y opinión pública en la celebración del bicentenario de la independencia

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CONFIGURACIÓN DE LA OPINIÓN PÚBLICA EN AMÉRICA LATINA: LA NUEVA HISTORIA INTELECTUAL

A lo largo de este capítulo, se explora cómo se configuró la opinión pública de finales del siglo XIX y comienzos del XX, la cual cimentó los discursos generados en torno a la celebración del centenario de la independencia, tanto en Colombia como en México. Solo conociendo sus rasgos principales es posible comprender de igual modo las características y las motivaciones e intenciones que generaron los discursos en torno al centenario de la independencia, en un sentido que trasciende su simple contenido. En concordancia, no solamente se estudiará cómo y qué se discutía en esas sociedades sobre un hecho específico, sino también las implicaciones que tiene la concepción misma de opinión pública adentro de ello, al igual que su formación, sus medios de expresión, quiénes intervenían en ella y con qué fines.1

Para no centrarse simplemente en los contenidos incluidos en la prensa de comienzos del siglo XX, como fue antes mencionado en la introducción, se partirá de lo que hoy se conoce en algunos círculos académicos como la nueva historia intelectual.2 Esa nueva historia intelectual se preocupa por analizar los cambios semánticos dados, para reconstruir los lenguajes que se gestan en un periodo específico.3 Por su parte, el análisis de esos lenguajes no solo tiene como objeto el conjunto de términos que los integran, sino que también contempla el análisis de la manera como estos se fueron creando. Para eso, se hace necesario ver los cambios de sentido que sufren los conceptos; las diversas formas como se relacionan, y la manera como aparecen nuevas constelaciones de conceptos, según los cambios de sentido que operan en ellos.4 Se arguye que los cambios de significado de algunos conceptos adquieren sentido cuando son observados a la luz de los nuevos lugares de articulación, según sus contextos. Es posible encontrar un ejemplo de tales propuestas en la obra de François Xavier Guerra;5 más específicamente, en su estudio sobre el ciudadano en América Latina.6 En dicho trabajo, Guerra considera que los atributos correspondientes al ciudadano no se dan de hecho, sino que se construyen como resultado de un proceso cultural que se organiza adentro de una historia personal y social. Según ese marco, el ciudadano no era el mismo en la república antigua que el que es en la actualidad, o la nación moderna no será la misma que la nación del antiguo régimen.7

Con el objetivo de postular un estudio el cual se aproxima a los conceptos contenidos en los discursos que constituyen la opinión pública, la presente investigación no se concentrará solamente en analizar los significados y los sentidos de dichos conceptos, sino también en contemplar su constante proceso de desgaste, desplazamiento y renovación.8 Con tal objetivo presente, no es pertinente limitar la observación al conocimiento general de la lengua, sino que los aspectos mencionados se deben relacionar simultáneamente con la familiaridad que tiene una sociedad con ello: con el uso continuo o discontinuo de determinado concepto. En este capítulo, se estudiará cómo el concepto de opinión pública no ha sido estático, ni puede ser concebido como algo separado de la acción; a continuación, se arguye que, como otros conceptos, este se convierte en mediador de la acción de la política moderna: le da sentido a esta, y sirve de punto de apoyo para las instituciones.9 En esa medida, cuando se habla de analizar la opinión pública del centenario de la independencia en Colombia y México, no solo se habla de lo que se dijo sobre tal celebración; de quién lo dijo; qué medio utilizó, y a quién le habló, sino que también se contempla para qué lo hizo, o en busca de qué efecto.10 De tal modo, a lo largo este capítulo se explora cómo se conformó la opinión pública y quiénes intervinieron en ella. En concordancia, se analizará lo que se dijo y mediante qué medio se dijo, al igual que cómo y para qué se dijo en los siguientes tres capítulos.

Concepto de opinión pública en el siglo XIX según sus definiciones e historia

En términos generales, este primer capítulo estará dedicado a definir el tipo de opinión pública que se organizó entre finales del siglo XIX y comienzos del XX; algo que lleva a considerarla el nuevo marco en el que se articulaban los discursos del momento. De tal modo, primero se estudiará cómo se define ese concepto en los diccionarios durante el siglo XIX, y a continuación se abordará cómo se ha configurado la opinión pública de acuerdo con su propia historia.

En primera instancia, es posible contemplar los cambios que la noción de opinión pública contiene según la forma como aparece en los diccionarios y la manera en que es caracterizada. En el Tesoro de la lengua española castellana,11 publicado en el año 1611 y preparado por Sebastián de Covarrubias, aparece solamente la palabra opinión. Aquel volumen contiene la afirmación de que esa noción solo puede tener carácter de certeza desde la perspectiva de la ciencia porque, de lo contrario, es posible que puedan aparecer varias opiniones ante una misma cosa, con lo que sería incierta y quedaría sin autoridad. Por otro lado, la palabra público aparece por aparte, refiriéndose a lo que todos saben y es “notorio publica vos y fama”.12 Igualmente, en el Diccionario de la Real Academia Española de 1737 se encuentra la idea de que toda opinión era algo incierto, pues se podían encontrar opiniones distintas de una misma cosa.13 Lo mismo se encuentra en las definiciones de los años 1780, 1803 y 1869. Así, el cambio se sitúa en la nueva característica que se le adjudicó, desde 1869, a la definición de público; delimitación que empezó a incluir una caracterización por grupos, tendiéndose a hablar de públicos, en plural: “el conjunto de las personas que participan de unas mismas aficiones o con preferencia concurren a determinado lugar. Así se dice que cada escritor o cada teatro tiene su público”.14 Como se nota en el año 1914, es claro que la definición de público fue ampliándose por el sinnúmero de sustantivos a los que se les empezó a adjudicar la característica de público, como administración, fe, calle, deuda, higiene, lo cual mostraba cada vez más la necesidad de control por parte del Estado en algunos asuntos en los que no se inmiscuía.15 Solo hasta 1956, se incluyó el adjetivo de público en la definición de opinión, en el Diccionario de la Academia de la Lengua, lo cual quería decir “sentir o estimación en que coincide la generalidad de las personas acerca de asuntos determinados”.16 Con lo que se acaba de exponer, lo cual se confirmará más adelante, se evidencia en qué grado a lo largo del siglo XIX la opinión pública se fue asentando y diversificando en su interior. Así como ya se evaluaron distintas definiciones relacionadas con la opinión y lo público por separado, se expondrá más adelante cómo la opinión pública se fue alejando del criterio de verdad e, internamente, se fue diversificando en conformidad con múltiples grupos de intereses que entraban en confrontación y negociación. Lo expuesto evidencia que, si se inicia con la consulta del concepto en el diccionario, es posible encontrar pistas de su cambio, pero si se recurre a la historia misma de la noción, será posible ahondar en su proceso de constitución.

Cabe recordar que, para saber lo que las palabras quieren decir, se recurre por lo general a los diccionarios, con la finalidad de contemplar sus significados; no obstante, para enriquecer el sentido que estas tienen para una sociedad, es esencial recurrir al significado que se les ha dado en sus desarrollos y usos específicos. De tal modo, el concepto de opinión pública solamente apareció como tal en Europa durante la segunda mitad del siglo XVIII. Desde la antigüedad, con términos distintos se referían situaciones parecidas, pero nunca iguales. Por ejemplo, Protágoras hablaba de la creencia de la mayoría, Heródoto de la opinión popular, Demóstenes de la voz pública de la patria, y en otras ocasiones se hicieron comunes nociones como vox populi y opinión común.17 De acuerdo con Cándido Monzón, ese término apareció por primera vez cuando Rousseau pronunció su discurso llamado “Discurso sobre las ciencias y las artes” en la Academia de Dijon, en 1750.18 Simultáneamente, en Europa se comenzó a dar un largo proceso mediante el cual la conciencia empezó a tener libertad, y la cultura salió de los claustros para ubicarse en las manos de los individuos. Desde el Renacimiento, se inició con Nicolás Maquiavelo el realce de los intereses del individuo y de sus virtudes.19 Aquel proceso se unió progresivamente a la implementación de nuevos elementos difusores de la cultura; tal fue el caso del uso de la imprenta en lo concerniente a nuevas formas de difundir ideas. De igual modo, se originaron discusiones en salones y cafés, mientras que las hojas volantes impresas, los líbelos, las gacetas y los periódicos del siglo XVII francés se hicieron cada vez más regulares.20 En tanto, la prensa se consolidaba cada vez más en las postrimerías del Antiguo Régimen, con la función de informar a los súbditos las decisiones de los gobernantes. Dichos periódicos tuvieron incluso la función de mantener el Antiguo Régimen, en tanto que intentaban disminuir la crítica que se levantaba por otros medios como el líbelo y el chisme. Paradójicamente, al mismo tiempo fueron abriendo un ambiente de debate y, así, la posibilidad de que el público se pensara a sí mismo con el poder de fiscalizar las acciones de los gobernantes. En ese sentido, la autoridad de los gobernantes del Antiguo Régimen se vería disminuida, puesto que la opinión pública comenzó a ser concebida como el árbitro supremo de la legitimidad de estos.21 Al lado de dichos desarrollos del área cultural, se presentaron cambios en otros aspectos de la sociedad que condujeron a crear tal ambiente crítico. Entre ellos cabe mencionar la aparición de la imprenta de tipos movibles, la cual permitió la comunicación con personas lejanas, en un momento el que la voz no funcionaba por su presentismo. Aquel recurso ayudó a generar un ámbito propio de nuevas observaciones y de otras conversaciones a distancia.22 De igual modo, la reforma protestante fue otro impulsor de la crítica, pues supuso profundos cuestionamientos a la autoridad y a la jurisprudencia papal; asimismo, benefició el surgimiento de una economía capitalista, al igual que el de una burguesía.23 En el contexto hispanoamericano, concretamente cuando, con las Cortes de Cádiz, la libertad de imprenta fue decretada como un derecho político, individual y universal, apareció una nueva autoridad diferente a la de los Gobiernos locales y los supremos poderes, que se denominó a sí misma opinión pública.24

 

Se toma como base que la opinión pública tiene una concepción polisémica y que, para acercarnos a los distintos significados que abarca, es posible tener como puntos de partida los diccionarios, así como los discursos de pensadores del pasado que han reflexionado sobre ella directamente. Sin embargo, otro modo de aproximación a ella, que complementa los dos anteriores, consiste en que la constitución del mismo concepto contiene una experiencia histórica; acorde con esas tres nociones, resulta posible el acercamiento a lo que fue la opinión pública en el momento de la celebración del centenario de la independencia en México y Colombia. De tal modo, la razón por la cual se plantea la necesidad de indagar la historia de la opinión pública como concepto consiste en que, según la óptica del presente estudio, se considera que ninguna de las definiciones dadas a lo largo de la historia se sitúa encima de las otras; no hay una más verídica que otra; no hay un modelo ideal de opinión pública, o un deber ser. Tal carácter histórico conduce a explicar su naturaleza, así como sus atributos y actores, en la medida en que corresponden a cada momento histórico, sin que se deba pensar que alguno sea mejor que otro. Así, si se abordan textos sobre opinión pública,25 como lo afirma Francisco Ortega, se han producido varias reflexiones que preceden la del alemán Jürgen Habermas en tal sentido.26 A lo largo de estas se ha contemplado la opinión pública según distintos ángulos. Aquello coincide con el hecho de que es vista como lo que el público piensa y expresa de los asuntos de interés; lo que los medios dicen que son los temas de interés,27 y el grado en que se la considera un lugar estratégico de discusión.28 No obstante, precisamente el libro de Habermas consolidó un campo de estudio alimentado por amplias discusiones.29 A su vez, esas discusiones30 han sido impregnadas por el ser y el deber ser; por lo real que refleja el término, y por las expectativas que debería cubrir. De tal modo, en su texto Historia y crítica de la opinión pública, Habermas trata el tema específico de la esfera pública liberal. El autor alemán enfatiza en su argumentación en que la aparición de la opinión pública estuvo fuertemente ligada a un proceso histórico: “el cambio estructural de la publicidad está incrustado en la transformación del Estado y la economía”.31 Habermas parte así de considerar, a grandes rasgos, la opinión pública, en la medida en que corresponde con los discursos que se producen racionalmente, y que circulan con el fin de poner sobre la mesa los intereses de la clase burguesa. Para él, con esa nueva aparición, la opinión pública se ubicó en nuevos espacios físicos, como los salones, los cafés, y en las salas de reuniones y de asociaciones cívicas, así como en los nuevos espacios de comunicación letrada, como la prensa. Incluso, por centrarse en el tema de la opinión pública liberal, algunos han llegado a afirmar que Habermas la plantea como el ideal de la comunicación política.32

Con lo anterior, se ha expuesto cómo Habermas presenta la opinión pública desde el punto de vista histórico; sin embargo, tan solo se ha aludido a tres países europeos, al igual que a un momento específico. Por su parte, en concordancia con una perspectiva más general, Gonzalo Capellán de Miguel33 arguye que la opinión pública ha pasado por cuatro etapas desde su aparición. Cada una se define según qué es aquello, como actúa y quién opina. De tal suerte, en el primer periodo que plantea, Capellán de Miguel se refiere a esta como una opinión que, bien sea en el ámbito de lo privado o en el de lo público, versa sobre la conducta de un individuo, y dicho dictamen proviene de alguien ubicado en el círculo cercano. Según el mismo autor, el segundo momento, que comienza en la segunda mitad del siglo XVIII, se caracteriza por su cariz moderno, dado que en él la opinión pública pasa a ser ese grupo de las minorías cultas que todo Gobierno busca como apoyo. Para Capellán de Miguel, en aquel periodo, el cual se extendió hasta el siglo XIX, la opinión pública era lo que legitimaba el poder político. En tanto, el tercer momento se inició en la segunda mitad del siglo XIX, y se organizó en torno al surgimiento de las ciencias sociales, en medio del cual el conjunto de la sociedad fue definido como el nuevo centro de la opinión, y como un organismo vivo sujeto a análisis. El cuarto momento, que aún vivimos, es delineado por el predominio en la sociedad de los medios de comunicación masiva, el cual fue notorio desde la década de los ochenta del siglo XX. A esta periodización general de las características cambiantes de la opinión pública, Capellán de Miguel incorpora además la atención correspondiente a las particularidades específicas de cada país y región, según sus condiciones históricas.34

Así, a lo largo del pequeño recorrido que se ha trazado en torno a la definición de la opinión pública, es posible identificar cómo los principales elementos que la han integrado a lo largo de su historia son los espacios, los medios, los discursos y las negociaciones; aspectos que han ido dirigidos hacia la consolidación de un poder comunicativo. En concordancia, a lo largo de este trabajo se explorará cómo cada uno de estos elementos tiene su propia especificidad según las características del país que se analice, en el marco de su desarrollo histórico.

Cambios cualitativos y cuantitativos de la opinión pública a mediados del siglo XIX y comienzos del XX

A finales del siglo XIX en América Latina, el horizonte conceptual que se comenzó a conformar alejaba a los individuos de un mundo que requería de la autoridad divina para su funcionamiento normal. En ese momento, tal giro no se concentraba en cuántas personas dejaron de creer en Dios o en qué tan opuesta a la autoridad eclesiástica se volvió la población. Los individuos podían mantener sus creencias sobre Dios, pero en la práctica y en términos generales, Dios salió del centro de la vida de los individuos. Al respecto, Elías José Palti nos recuerda que el vacío que dejó Dios en la vida de los hombres fue llenado pronto por otros objetos de adoración como la patria, la nación, la libertad, la historia y la revolución.35 En este sentido, algunas formas de enseñar la vida de Jesús, así como los modos de adoración que se utilizaron en el culto católico y su lenguaje, empezaron a ser parte de nuevos cultos laicos. Y esta fue precisamente una de las características principales que adoptó la opinión pública de mediados del siglo XIX hasta comienzos del XX. De estos hechos precisamente da cuenta Carlos Forment en su obra, cuando muestra que el lenguaje católico fue precisamente lo que se usó en la vida pública; de igual modo, configuró el marco que permite explicar los contenidos transmitidos por las diversas asociaciones que aparecieron a lo largo del siglo XIX, tanto cívicas como económicas y políticas.36 Lo anterior se estudiará a fondo en el segundo, tercer y cuarto capítulo del presente escrito; de igual modo, las procesiones que tuvieron lugar durante las celebraciones del centenario, tanto en Colombia como en México en honor a la historia y los héroes de la patria, junto con los apelativos de santos a dichos héroes utilizados en los periódicos tanto de Colombia como de México, serán expuestos más ampliamente en el último capítulo del texto.

En paralelo al proceso de desarrollo de sistemas democráticos y republicanos en los países latinoamericanos durante el siglo XIX, la esfera pública experimentó progresivamente mayor o menor autonomía con relación a las autoridades políticas; de igual modo, al final del siglo XIX, dichos países ingresaron gradualmente al proceso de modernización. Sin embargo, la opinión pública no solo fue producto de los cambios ocurridos en la sociedad; además, fue pieza clave para que se desarrollaran los procesos de modernización social y política que habrían de suceder en la América Latina del siglo XIX.37 Luego de que la república triunfara sobre las intenciones monárquicas que retornaron a México personificadas en Maximiliano, con el largo periodo en que el Gobierno estuvo a manos de los liberales, se instauró un ambiente de inestabilidad por las alianzas, la exclusión entre competidores y la búsqueda de conciliación con anteriores grupos en conflicto.38 Dicha inestabilidad puede verse reflejada en las disputas ocasionadas por las candidaturas de determinado personaje, las cuales podían empezar con insultos personales, y terminar en agresiones físicas. En esa medida, el honor fue impuesto como norma; como un elemento preciado por las personas.39 Esa forma de hacer política se vio reflejada en los cambios y en las nuevas características que tuvo la opinión pública, lo cual hizo al mismo tiempo que la opinión influyera en tal situación.

A lo largo de este apartado, se explorará cómo la opinión pública tuvo una función primordial en el sistema político; algo que será expuesto también, a lo largo del próximo capítulo, con el caso de la prensa.40 De tal modo, se podrá en evidencia de qué modo se convirtió en el elemento articulador de las nuevas redes políticas que se generaban. Según ese horizonte, la prensa se convirtió durante la segunda mitad del siglo XIX en el principal medio utilizado para hacer política.41 En el ámbito local, regional y nacional, no se respondía de manera vertical en los partidos políticos; en esa medida, la prensa comenzó a transformarse en el medio con el cual algunos sectores locales y regionales podían recurrir al apoyo nacional, según sus intereses. De tal modo, los partidos eran constituidos por círculos que creaban alianzas inestables, lo cual hacía que los miembros de un partido no votaran monolíticamente a la hora de ir a las urnas, sino que se recurría a la negociación permanente. En medio de este panorama, la opinión pública dejó de ser el tribunal neutral en su concepto clásico, en cuyo caso los periódicos eran vehículos de ideas o de argumentos, o eran determinantes por su efecto persuasivo; por su parte, la prensa pasó a ser importante por su capacidad de generar hechos políticos e intervenir en la escena partidista; se convirtió así en la base para articular o desarticular las redes partidistas.42 En general, después de la segunda mitad del siglo XIX, la opinión pública pasó a ser “un campo de intervención y deliberación agonal para la definición de identidades subjetivas colectivas”,43 en el cual la prensa hacía que los sujetos se identificaran con cierta comunidad de intereses y valores.

Desde las asociaciones, la prensa y los cafés que existieron tanto en Bogotá como en ciudad de México, se crearon puntos de fuerte oposición a los Gobiernos los cuales trataban por todos los medios, de controlarlos, bien fuera destruyendo los edificios, en el caso de los cafés, para modernizar la ciudad, o creando una fuerte competencia. De igual modo, inyectaron grandes sumas de capital a los periódicos que apoyaban al Gobierno y, en algunos casos, encerraron a los directores de periódicos de oposición en prisión, o cerraron los periódicos. Tal fue el caso de la Sociedad Espiritista Central de la República de México, creada en 1872 por los generales Manuel Plowes y Refugio Ignacio González. Esta aglutinaba a sus asociados alrededor de un credo religioso y filosófico, así como en torno a un reglamento. Asimismo, existía la Sociedad Espírita de Señoras. En tanto, para 1873 ya había en ciudad de México diez sociedades espiritistas que reconocían a la Central. Dicho movimiento espiritista tuvo profundas raíces liberales, tenía un discurso unitarista, expresaba sus profundas fobias a lo que denominaba la tiranía del cientificismo, y añoraba al legendario Partido Liberal.44

 

En el caso de México, otra de las asociaciones más conocida durante el porfiriato fue el Ateneo de la Juventud, ya que dicha organización generó un fuerte movimiento de crítica a las justificaciones filosóficas del régimen. En un inicio, a ella pertenecieron estudiantes de la Escuela de Jurisprudencia. Entre sus miembros encontramos a Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri, Antonio Caso, Jesús Tito Acevedo, Carlos González Peña, Rafael López y Alfonso Cravioto. Aquel grupo de pensadores se caracterizó por su oposición a los científicos,45 motivo por el cual en algunos textos46 fue considerado uno de los semilleros de la Revolución Mexicana. En torno a estas asociaciones, se empezó a generar la mayor oposición contra el porfiriato y el grupo de los científicos en quienes se apoyaba el régimen; de tal modo, el movimiento se creó por medio de las agrupaciones liberales y de la prensa liberal de oposición con poca circulación, de los que surgieron los clubes liberales y las organizaciones sociales y políticas que dieron inicio a la Revolución Mexicana, con sus bases sentadas en el Movimiento Antirreeleccionista.47

Los cafés pronto se convirtieron en lugares palpitantes de la ciudad, en los que se hablaba de las actividades de la vida cotidiana y se leía el periódico; fueron, asimismo, centros importantes de conspiración, espionaje, y sitios en donde se discutían los acontecimientos de la actualidad política.48 El primer café abierto en México se llamó el Café Manrique. Sus comensales eran conocidos como petimetres, recetantes, planchados, currutacos o manojitos mexicanos, y por lo general eran vagos, desempleados o cesantes.49 De igual modo, los más famosos de ese tipo fueron el Café-restaurante de Chapultepec y El Rendez Vous de México, por su elegante ubicación en el Bosque de Chapultepec, y por la preferencia que la clase dirigente tenía de estos a la hora de organizar sus fiestas y reuniones. Cabe añadir incluso que el primero de ellos fue el más usado por las comitivas diplomáticas para los lunches ofrecidos durante las fiestas del centenario de la independencia. Esos cafés fueron avasallados poco a poco en algunos sectores de la ciudad, presas del proceso de modernización. Con motivo de la celebración del centenario de la independencia, se destruyeron muchos edificios coloniales como el de la Concordia, que era una construcción del siglo XVIII, en donde quedaba el Café de la Concordia. Resulta reseñable que los testigos de la época afirmaban que aquella no fue la muerte de un edificio, sino de una época de costumbres afrancesadas.50 Igual suerte sufrió el Café Manrique, el cual quedaba en las calles Tacuba y Monte de Piedad, y que cerró sus puertas en 1906, para dejar de ser el “cuartel de escritores modernistas, donde Gutiérrez Nájera oficiaba como sumo pontífice”.51

En términos generales, las dos principales características de la opinión pública a lo largo del siglo XIX son la permanencia del lenguaje católico en algunas de sus expresiones provenientes de la tradición colonial, y su fuerte cercanía con el tema político, tanto en las asociaciones como en la prensa y en los cafés. A continuación, se expondrán más detalladamente los cambios cuantitativos y cualitativos que se operaron en ella en general, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta comienzos del XX.

Cambios cuantitativos

Como fue mencionado anteriormente, los cambios a continuación expuestos se dieron en la opinión pública durante el siglo XIX, tanto a nivel cualitativo como cuantitativo. Durante la segunda mitad del siglo XIX, dichos cambios se hicieron más profundos en su relación con el número y los tipos de asociaciones que existían.52 En México, se fundaron específicamente 1400 asociaciones cívicas entre los años 1857 y 1881. De igual modo, fue notorio que en la última década del siglo XIX ese aumento fuera mayor. Durante la última década, los testigos afirmaron que por todas partes se creaban entidades como asociaciones artísticas, congresos científicos y asociaciones de obreros.53 Además de aumentar en sí el número de las asociaciones, estas empezaron a ser de varios tipos: grupos de ayuda mutua, clubes sociales, asociaciones deportivas, logias masónicas, agrupaciones de inmigrantes, sociedades profesionales, círculos literarios, entre otros.54 Es posible encontrar un ejemplo de lo anterior durante la República Restaurada y el porfiriato,55 momento en el que se originó la fiebre asociacionista. Al igual que las asociaciones, los periódicos aumentaron; su número fue en incremento, y su variedad también creció. Lo anterior sucedió principalmente en las ciudades capitales; en Buenos Aires, La Nación y La Prensa producían cada uno 18 000 ejemplares en 1887. Según Hilda Sábato, en Buenos Aires se producía un diario por cada cuatro habitantes.56 En el valle de México, se concentraba el 26 % de los periódicos producidos en todo el país.57

Asimismo, la prensa tuvo en México un aumento muy importante durante el final del siglo XIX. En 1871, el diario El Mensajero afirmaba que por todas partes brotaban diarios.58 Y, aunque desde 1840 ya habían empezado a aparecer revistas dirigidas a señoritas, al igual que temas para niños en esas y otras publicaciones, con el objeto de ampliar el número de lectores,59 a comienzos del siglo XX, el tipo de temas se comenzó a ampliar para aumentar los lectores a los que se dirigían los periódicos.60

Por otro lado, hay un aspecto de la amplitud cuantitativa relacionado con las características de la opinión pública en ese sentido; aspecto que impide pensar que, en el caso de la producción de periódicos como tal, aquella noción solo se relacionaba con la demanda real de estos. En consecuencia, una de las particularidades más importantes de la opinión pública durante el siglo XIX era su carácter político; además, se afirma que la legitimidad de los Gobiernos comenzó a depender de tal aspecto. Lo anterior trae como consecuencia que aquellos periódicos apoyados por los gobernantes cuidaran su imagen y procuraran ser los más leídos, ya que eso no medía su estabilidad económica, sino que tal aspecto dependía del apoyo que podía recibir un gobernante de parte de la población. Con lo anterior se hace referencia al hecho de que el amplio número de ejemplares patrocinados por el porfiriato era asignado a los empleados del Estado, caracterizados por su gran número. En efecto, Pablo Piccato sugiere que el gran número de la producción no mostraba en todos los casos la demanda de la prensa como producto, sino que representaba la capacidad de producción y el deseo de un gobernante por mostrar su poder y su respaldo a la población, en la medida en que algunos ejemplares podían obedecer a suscripciones de empleados públicos.61 Por ejemplo, en 1907 el porfirista El Imparcial produjo 125 000 ejemplares al día, mientras que en 1911 El país imprimió 200 000. Lo anterior contrasta con el número de alfabetos que vivían en la época en ciudad de México, que solo eran 94 000. En consecuencia, es increíble que el tiraje de un solo periódico sobrepasara el número de la población alfabeta de la ciudad.62 Aquello indicaría que este número no se relaciona directamente con la demanda real de los periódicos, como correspondería a la compra y la venta de la información, sino a sus perspectivas como bien de un grupo político, a la manera sugerida por Piccato.63

Una situación similar sucedió en Colombia, cuando se notó que el número de periódicos en circulación no iba relacionado con la demanda proveniente de la población. Tal aspecto es evidente en la queja del periódico La Fusión, postulada en el artículo “Movimiento periodístico”.64 En él, se afirmaba que la proliferación de periódicos surgía en un ambiente de libertad de prensa, pero la molestia residía en que no había tanta gente en condiciones de leer todo lo que se producía. En 1910, en una Bogotá que contaba con 150 000 habitantes, solo se tiraban 3000 ejemplares de un título; en aquel mismo momento, en un país tan pequeño como Nicaragua, había diarios que tiraban diariamente 5000 números.65 A diferencia de lo observado en los periódicos y en el Estado mexicano, en Colombia no había condiciones económicas para inyectar amplias sumas de capital y tener la tecnología disponible para imprimir muchos ejemplares. En Colombia, el aumento no se evidenciaba en los tirajes en sí mismos, sino en el número de títulos,66 lo cual evidencia que la opinión pública se encontraba muy dividida en diversos grupos, como veremos a profundidad más adelante.