365 días con Jesús de Nazaret

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 8 de febrero El agua de la vida

El encuentro de Jesús con la Samaritana nos asombra y nos lleva a la contemplación. Fatigado del camino, Jesús se sienta en el pozo de Jacob y espera. Enseguida ocurre un encuentro asombroso: Jesús y la Samaritana. Jesús, el amor, frente al pecador. La sed y el verdadero manantial, la mirada limpia de Jesús, frente a la mirada de una pobre pecadora.

Inicia Jesús el diálogo con esta mujer de vida dudosa: «Dame de beber» (Jn 4,7). «Si conocieras el don de Dios y quién te pide de beber, le pedirías tú el agua viva» (Jn 4,10). La conversación sigue hasta que la mujer le suplica: «Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed» (Jn 4,15). Ya ha caído en el conocimiento de quién es Jesús y, corriendo, va a la ciudad y comunica lo que le ha pasado.

¡Cómo te busca Jesús! ¡Cómo se hace el encontradizo con tu vida! Quiere apagar tu sed. Piensa con franqueza: ¿tengo sed de Dios? ¿Descubro a Jesús cuando se hace el encontradizo en mi vida? ¿Oigo la voz del Señor que me reclama: «Dame de beber»? ¡Bebes de tantas fuentes efímeras y no te das cuenta del agua que mana limpia y llena de amor que es Jesús! Descubre las fuentes que hay en tu vida y no te canses de agradecer al Señor: Jesús, gracias por hacerte el encontradizo conmigo. Gracias por darme de beber. Que beba de tu agua, que conduce a la vida eterna, y no de mis fuentes, que no tienen la verdadera agua que mana de tu corazón. Que pueda reconocerte. Que te escuche en mi interior y oiga tu voz: «Dame de beber». Virgen de la escucha, intercede por mí.

 9 de febrero Testimonio de una mujer pecadora

¿Quién es esta mujer? La Samaritana es una pecadora que nos da su testimonio cuando es seducida por Jesús: «En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en Jesús por el testimonio que había dado la mujer» (Jn 4,39). Su felicidad no puede dejar de comunicarla a sus vecinos. De pecadora se convierte en apóstol: «Me ha dicho todo lo que yo he hecho» (Jn 4,39). Ha habido en ella un cambio radical. Ha entrado en la óptica de Dios.

Es el momento de que celebres con gozo la misericordia del Señor, que te ama a pesar de tus miserias. Si te reconoces pecador, te encontrarás con el amor de un Dios que te ama locamente. Pero este encuentro te empuja al compromiso de comunicar con alegría el amor que has experimentado. La Samaritana supo movilizar a su pueblo, que sale al encuentro con Jesús y le pide que se quede tres días con ellos. Y tú, ¿sabes comunicar el sentirte querido por Dios? ¿No estarás muy a gusto en tu parcelita sin comunicar nada? ¿O quizá eres un gran anunciador? Hoy oblígate a leer este texto y a acercarte a Jesús. Déjate contagiar de su amor y, sin más, sal a la vida y comunica el gozo de su encuentro.

Jesús, deseo llenarme de la fuerza y de la alegría de sentir tu amor. Que sea testigo gozoso del amor que inunda mi vida. Que la alegría de saberme amado por ti, Señor, me lleve a comunicarte y que tu Madre, María, me ayude en el modo de comunicarte.

 10 de febrero Un hombre de fe

Hoy un funcionario real nos da un maravilloso ejemplo de fe. Sale al encuentro de Jesús. Acude a él porque tiene necesidad de que cure a su hijito y le pide con insistencia y humildad que baje a Cafarnaún. La reacción de Jesús no se hace esperar. La fe de este hombre le conmueve porque no pide signos, solo presenta a Jesús una necesidad: «Anda, tu hijo vive» (Jn 4,50). No necesita ver, le basta una palabra suya. Tiene que oír de Jesús: «Si no veis signos y prodigios, no creéis» (Jn 4,49). Y así, inmediatamente recobra la confianza de la curación de su hijo. Jesús siempre nos ayuda a creer en su poder.

Admira el poder de la fe que puede darnos la vida que nos falta. Y piensa en tu fe. ¿Tienes la misma esperanza y fe que este funcionario? «Si no veis signos y prodigios, no creéis». ¿Tu vida diaria refleja que crees en un Jesús que te da la vida verdadera?

Realmente te falta mucha fe. Te falta disponer tu corazón para que Dios te otorgue este don. Dispón tu corazón para que entre Dios en él. Cree profundamente y experimenta que Dios es tu Padre y que te ama con amor eterno.

Dios Padre, lleno de amor hacia nosotros, concédeme inteligencia para saber descubrirte todos los días en los más sencillos signos de tu presencia. Dame el milagro de sentir: «Anda, tu fe te ha curado». Que sepa vivir llenándome de gratitud y descubriendo tus dones. Se lo pido a tu Madre, para que ella me conceda la fe que necesito.

 11 de febrero Sentir el rechazo

Realmente se cumple el dicho de que nadie es valorado en su patria y entre los suyos. Esto le pasó a Jesús cuando los vecinos de Nazaret ven y oyen que su fama se extiende y le rechazan: «Al oír esto se pusieron furiosos, lo llevaron a un precipicio con intención de despeñarlo, pero Jesús se abrió paso y seguía su camino» (Lc 4,28-29). Jesús desea hacer en su querido pueblo lo que hace en los demás sitios: va a la sinagoga y al leer el texto que le asignan pronuncia estas palabras: «Hoy se cumple esta Escritura» (Lc 4,21). No le admiten. La envidia, la suspicacia, la desconfianza provocan el rechazo.

Cuando Jesús quiere venir a tu casa y no le miras con los ojos de la fe, del amor, le rechazas. Piensa: ¿lo haces así con el prójimo? ¿Caes en la cuenta de por qué te ocurre esto? «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11). Y nos dice el Evangelio que, con tristeza y herido de dolor, abandonó su tierra y se dirigió a Cafarnaún. Jesús espera ser acogido por ti. Quiere que escuches su mensaje de salvación y liberación.

Hoy, con insistencia, eleva tu oración: Jesús, perdón por las muchas veces que te ves rechazado en mi vida. Quiero oír de ti que vienes a mi vida para curar, sanar, dar vista, dar libertad. No quiero rechazarte nunca. Que te acoja con todo amor en las personas que pongas en mi camino. Madre de la acogida, ayúdame.

 12 de febrero La fuerza del Evangelio

Así es como tenemos que proclamar el Evangelio, como Jesús: «Se quedaban asombrados de su enseñanza porque su palabra estaba llena de autoridad» (Lc 4,32). Enseña en las sinagogas, cura enfermedades, libera del demonio a una persona que sufría la esclavitud de un espíritu inmundo, tiene un mensaje y unas palabras nuevas, enseña con autoridad, es el asombro de todos.

Somos responsables de anunciar y testimoniar con nuestra vida el mensaje de Jesús. Somos responsables de mostrarlo con entereza, con alegría, como él, que «enseñaba con autoridad». Nos obliga este texto a preguntarnos: ¿creo vivamente en lo que anuncio? ¿Mi vida ayuda a liberar, sanar y fortalecer al que sufre? ¿Hablo de lo que vivo?

Hoy, más que nunca, se necesita el testimonio de tu vida. Es necesario que vivas el mensaje que anuncias. Eres responsable del Evangelio. Pide una y otra vez al Señor que te ayude a acabar con los espíritus malos en las personas que tratas: la tristeza, la soledad, la falta de fe, la desconfianza, la violencia. Urge la misión, pero tienes mucho que aprender de Jesús. Dirígete a él y aprende la forma de comunicar su mensaje.

Enséñame, Jesús. Ayúdame, María. Necesito fuerza, entusiasmo, alegría y valor para comunicarte y atraer a otros a ti. Necesito curar, liberar... Pero sin tu ayuda no puedo hacer nada. En tus manos pongo mis afanes y la entrega para ser tu testigo.

 13 de febrero Una jornada con Jesús

Hoy se nos invita a pasar un día con Jesús. Obsérvale, acompáñale y aprende de él en un día de sábado. Ha estado en la sinagoga, ha curado a un endemoniado, cura a la suegra de Simón: «Al salir Jesús de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta... Él, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre y se le pasó» (Lc 4,38-39). Atiende a toda clase de enfermos que le llevan y temprano se va a un lugar solitario a orar con su Padre. Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto (Lc 4,42). Así es la vida diaria de Jesús.

Tenemos que aprender mucho de su vida. Tenemos que observarle, seguirle, escucharle... Ir a Jesús como estos enfermos que le buscaban porque era su consuelo en las penas, porque les enseñaba el lenguaje del amor, porque les aconsejaba, porque palpaban su cariño.

Observa cómo es tu jornada diaria: ¿acudes al encuentro con Dios, curas, liberas? ¿Buscas a Jesús con el mismo afán que estos enfermos que no le dejan? ¿Vives pensando en hacer el bien a todo el que necesite de tu cariño y ayuda? No pases la vida sin escuchar a Jesús. Llena tu vida de servicio, de trato con Dios y de alegría de hacer el bien.

Hoy quiero estar contigo, acompañarte, sentirte, observarte y ver cómo actuabas. Quiero buscarte con el mismo afán que estos enfermos del Evangelio. Necesito que impongas tus manos sobre mi vida. Quiero retirarme en la soledad y pasar ratos contigo pidiéndote fuerza. Deseo imitarte, ser como tú eres y vivir como tú vives.

14 de febrero

«Rema mar adentro»

¡Maravillosa escena! No pierdas ni un detalle. Pedro y Andrés, Santiago y Juan eran ya discípulos de Jesús, pero de forma espontánea y ocasional, y él quiere que su decisión sea firme y definitiva.

«Rema mar adentro» (Lc 5,4), le dice Jesús a Simón, que se decide a ir a pescar. No cogen nada y Simón duda. Jesús le insiste y se llenan las redes de gran cantidad de peces. Ante el asombro de Simón, Jesús pronuncia las palabras más profundas: «Apártate de mí, que soy un hombre pecador» (Lc 5,8). La reacción de Jesús es sorprendente: «No temas...», le contesta. Y, lo más maravilloso: «Y dejándolo todo, le siguieron». ¡Qué lecciones tiene esta escena!

 

Jesús hoy te insiste: «Rema mar adentro» (Lc 5,4). Lánzate a la misión. Necesita que te adentres, necesita entrar en tu intimidad y decirte: «No temas. Yo te enseñaré. Yo estaré contigo». ¡De cuántas cosas tendrás que alejarte! ¡Son tantos los ruidos, las prisas que te rodean y envuelven tu vida! Confiado en la palabra de Jesús, podrás echar las redes y bogar mar adentro. Sí, no te canses de remar.

Jesús, ayúdame a «remar mar adentro». Ayúdame a no tener mis redes recogidas e inactivas. Socórreme, que necesito de ti, porque soy un pobre pecador. Te seguiré donde quieras que vaya.

 15 de febrero La llamada

Es de admirar la prontitud del seguimiento cuando Jesús les dice: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres» (Mc 1,17) y ellos «inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (Mc 1,18). ¡Qué lección tan ejemplar en el seguimiento de Jesús! Dejar todo. Contempla la escena con detenimiento y trasládala a tu vida actual. El Señor nunca se deja vencer en generosidad y a estos hombres les ofrece: «Os haré pescadores de hombres» (Mc 1,1).

Hoy se te invita, a través de esta escena, a que recuerdes tantas llamadas del Señor que inundan tu vida y, entre ellas, alguna que te haya marcado de manera especial. ¿Qué has hecho con esas llamadas? ¿Te das cuenta de las señales de Jesús que marcan tu vida? ¿Eres capaz de comunicar a los demás: «Venid, porque el Señor me ha llamado»? ¿Te sientes llamado a evangelizar? No, no puedes quedarte parado. Tienes que dejar tus redes, tu posición cómoda y responder con rapidez y generosidad. Urge seguir a Jesús y comunicar su Buena Noticia. Deja de una vez las redes que atan tu vida.

Señor, quiero seguirte y estar contigo en mi vida íntima y personal. Quiero seguirte en mi forma de darte a conocer. Ayúdame en mi falta de decisión, mis cobardías, mi forma cómoda de vivir. Confío en ti. Confío en tu Madre y sé que me daréis fuerza para «ser pescador de hombres» y para «darte a conocer». Este es mi único afán: dejar mis redes y seguirte con alegría.

 16 de febrero ¡Señor, límpiame!

Estás ante la bellísima oración del leproso que acude a Jesús y le pide, con suma necesidad de curación, que le limpie de su lepra. «Señor, si quieres, puedes limpiarme» (Mt 8,2). Comienza reconociendo que está muy enfermo y en actitud de súplica le dice: «Si quieres, puedes limpiarme» (Mt 8,2). No le dice: «Límpiame», no, sino: «Si quieres». ¡Qué actitud de humildad y de necesidad vital! ¡Qué confianza y seguridad en Jesús! Aprendamos la lección.

Este es el modo de dirigirte al Señor, de reconocer tus debilidades, tus carencias e impotencias. Reflexiona con el leproso: ¿cómo es tu oración de súplica? ¿Reconoces tu miseria, el sentirte muy pobre y necesitar del Señor, de su curación?

Sabes con toda seguridad que si Jesús toca tus lepras, quedarás no solamente limpio, sino muy limpio y sano. Sabes que el corazón de Jesús no puede aguantar ver enfermedades a su alrededor, pero solamente quiere que acudas a él con fe, y oirás: «Quiero, queda limpio» (Mt 8,3).

Pidámosle ante nuestras lepras: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Límpiame, cúrame. ¡Tengo tantas lepras! Sé que todo lo que tocas, lo limpias. Toca mi vida. Toca mi forma de pensar. Toca mi forma de hablar. Toca mi forma de actuar. Dame las mismas disposiciones del leproso: mucha fe, mucha necesidad de curación, mucha seguridad en ti. Madre nuestra, auxilio de pecadores, ayúdame en mi debilidad.

 17 de febrero «¡Levántate!»

¡Cuánta bondad destila este texto! Es la plena manifestación del amor y de la misericordia del Padre. En primer lugar, la fe de estos hombres que llevan en la camilla al paralítico y la fe de este hombre que está inválido. «Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa». Se puso en pie y se fue a su casa (Mt 9,6).

¡Cuántas veces necesitas que te liberen de tus camillas, que te hagan caminar, que te hagan vivir! Necesitas oír de Jesús en tu vida: «¡Ánimo, hijo! Tus pecados, tus debilidades están perdonadas» (cf Mt 9,6).

Otra gran lección es el agradecimiento por la seguridad que tienes al experimentar que Jesús siempre, siempre está junto a ti para sacarte de tus situaciones de parálisis. Esta seguridad te genera mucha alegría. Pero, ¿cuáles son tus ataduras que no te dejan caminar? ¿Por qué no acudes con más frecuencia a Jesús? ¿Cómo estás de confianza en Jesús? Contempla desde el corazón de Dios tu vida y todo lo que te paraliza.

Dile con fe: Jesús, aumenta mi fe. Alimenta mi confianza en ti. Haz que sienta el perdón y oiga muchas veces en mi interior: «¡Ánimo, hijo! Tus pecados están perdonados». Que necesite oír tu palabra y tu fuerza sanadora. Necesito tu consolación, tu fuerza y tu palabra de salvación. Que tu Madre acoja mi oración y me ayude en mis parálisis.

 18 de febrero «¡Sígueme!»

Hasta ahora Jesús ha llamado a unos hombres normales para seguirle, pero ahora decide llamar a Mateo, un recaudador de impuestos para Roma, y este tipo de personas eran consideradas pecadoras. La voz de Jesús llega a los oídos y al corazón de este publicano, que recibe la invitación de Jesús a seguirle. Y, ¿qué hace Mateo? Se levanta, dejándolo todo, y lo sigue.

Tú también oyes al Señor que te dice: «Sígueme». ¿Serás capaz de hacer lo mismo? Aprende la lección. Cuando Jesús te llama y te muestra el camino, tienes que dejarlo todo y seguirle con alegría, como hizo Mateo.

Esta llamada de Mateo aviva en ti no solo la fe y la confianza en Jesús, sino una enorme misericordia que te llama a emprender una forma de vida distinta a la que llevas para estar a su lado. Ante la lectura de este texto, satúrate de «misericordia» y de amor y aprende de las actitudes de Jesús, que te quiere con él.

Gracias, Señor, por tener tanta misericordia conmigo y llamarme a pesar de verme tan poco digno de seguirte. Gracias por fijarte en mí. Gracias por tu misericordia. Que sepa seguirte con alegría y tenga fortaleza y seguridad para no volver nunca atrás. Madre del «sí», ayúdame a decir «sí» en lo que me pidas. Gracias por la «llamada» y los muchos avisos en mi historia.

 19 de febrero Exigencias de la llamada

Realmente seguir, caminar, vivir al lado de Jesús implica mucho. Él es exigente, pero a la vez muy comprensivo en su seguimiento. Así nos lo demuestra con sus discípulos. «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9,58). Al primero le dice que con él no va a tener todas las comodidades que desea, a otro le exige que lo deje todo y a un tercero lo mismo: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios» (Lc 9,60). Jesús nos exige un seguimiento incondicional. Tendremos muchos obstáculos y dificultades, pero todo lo tenemos que vencer con alegría y fuerza.

Cuando realmente decides seguir la vida con y como Jesús, te tienes que interrogar: ¿qué condiciones pongo al Señor? ¿Qué actitud tengo ante este seguimiento? ¿Sé dejar todo para seguirle incondicionalmente? Mira hacia delante. Renuncia a ti mismo para seguirle. Él te llama y te necesita para la misión. Para que no te cueste tanto la entrega, el mejor camino es que te abandones en sus manos bondadosas y que llenes tu corazón de su ardiente deseo de entregarse por la humanidad.

A ti, Jesús, te repito que me des fuerza para entregarme. Quiero seguirte incondicionalmente, sin poner excusas. Por eso hoy te digo: «Señor, me entrego todo a ti, dispón de mí como tú quieras y para lo que tú quieras». Señor, que tenga el corazón abierto para seguirte y no negar tus llamadas.

 20 de febrero El vino nuevo de Jesús

Jesús muestra un mensaje nuevo que debe recogerse en odres nuevos, como él nos dice: «Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan» (Mt 9,17). Por esto nos exige el cambio del hombre viejo al hombre nuevo, con espíritu nuevo que solo cabe en un manto nuevo y en unos odres nuevos. Esta es la novedad del espíritu de Jesús: la libertad de espíritu, la fuerza de comunicar, la alegría de vivir y la comunicación amorosa del mensaje del Reino.

Con este texto se nos llama a la alegría, a no vivir con tristeza y dejadez la vida de Dios, a iluminar nuestra ruta con la antorcha de la fe y de la luz, con el empuje de su gracia. No puedes dar curso a la dejadez, a la apatía, a la tristeza, a la soledad y al cansancio. No. Jesús te ofrece una vida nueva donde reina la alegría de vivir. Considera en ese texto las palabras de Jesús, que quiere que vivas a su estilo con estos ejemplos: la del remiendo en paño nuevo y la del vino en los odres nuevos. Necesitas cambiar y ser paño nuevo y odres nuevos. Pregúntate: ¿qué clase de paño soy? ¿Qué clase de odre soy? ¿Cómo es el hombre que hay en mí, viejo o nuevo?

A la luz de estos ejemplos, suplica a Jesús: Quiero ser persona que vive con un espíritu nuevo y joven, que acoge la luz de tu mensaje, que se llena de la alegría de tu mensaje, Señor. Hazme abierto al Espíritu, que no esté cerrado, opuesto a la novedad de tu mensaje. María, abre mi corazón para que reciba la vida de Dios.

 21 de febrero ¿Aún no tienes fe?

Después de un día de faena, los discípulos están con Jesús en la barca. Ha sido un día muy intenso y Jesús está agotado, tanto que se queda dormido en la popa. De pronto, las olas amenazan con hundir la barca y los discípulos increpan a Jesús: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» (Mc 4,38). La reacción de Jesús no se hizo esperar: calma el viento y se hace una gran calma, pero le duele que estando él tengan miedo y duden, y les recrimina: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (Mc 4,40).

Muchas veces tu vida está muy agitada y las olas de la turbación te invaden y amenazan hundirte. Tus temores te hacen perder la fe, sentirte solo, desconfiar de un Dios que te parece que vive dormido en el fondo de tu alma. Son los momentos de prueba, de soledad, de ver todo contradictorio, pero si en tu interior acudes a Dios, le gritas que te hundes, descubrirás que detrás de todo está el Señor salvándote, devolviéndote la calma. Él nunca te abandona, quiere probar tu fe. Él quiere que lo despiertes, que confíes en él. ¿Por qué desconfías? ¿Qué haces en los momentos duros? ¿A quién acudes? Contempla esta maravillosa escena y confía.

Di a Jesús: Gracias, Señor, por fortificar mi fe, por no dejarme hundir en los momentos difíciles de mi vida. Gracias por estar siempre a mi lado. Aumenta, fortifica, llena mi vida de fe en ti, sabiendo con toda certeza que contigo superaré todas las dificultades de mi diario caminar. ¡Auméntame la fe! En ti pongo mi confianza y nunca seré confundido. Madre de la fe, infúndela en mi corazón con fuerza.

 22 de febrero El poder del mal

Asistimos a un rechazo de Jesús ante el mal, ante el poder del demonio que se ha adueñado de un pobre hombre de la región de Gerasa. Desde los sepulcros salió un endemoniado a su encuentro (Mt 8,28).

¡Qué reacción tan pobre y temerosa la de estos ciudadanos que temen que la presencia de Jesús les traiga males mayores! Reflexionemos sobre esta escena. También nosotros podemos sufrir esta clase de mal que todo lo destruye. Pero no temamos nunca al maligno. Nunca echemos a Jesús de nuestro lado. Nunca tengamos una actitud de rechazo.

Esta escena te lleva a pensar: ¿qué poderes del mal te dominan? ¡Cuántas veces tu falta de amor y tu falta de confianza han hecho que rechaces la intervención de Jesús, como estos gerasenos! Necesitas continuamente del Señor, no le rechaces. Sal de tus sepulcros y arrójate a sus pies para que te cure y haga salir todo el mal que te domina.

No dejes de suplicarle con mucha fe: ¡Señor, no te alejes de mí! Te necesito porque sin ti me lleno del mal, pierdo la fe y la esperanza. Quédate conmigo. Que nunca desconfíe de ti y del maligno enemigo, defiéndeme. Dame la seguridad que necesito para experimentar que tú siempre me liberas. Madre del Perpetuo Socorro, no me abandones.

 23 de febrero «¿Quieres quedar sano?»

Nos impresiona cómo descubre Jesús entre tanta multitud a un enfermo abandonado. Al verlo, sabiendo que ya llevaba mucho tiempo enfermo, le dice: «¿Quieres quedar sano?». El enfermo le contesta: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar» (Jn 5,5-8). Así es Jesús. Su mirada se fija en los más necesitados, en los que nadie quiere, en los más pobres.

 

Las lecciones de este texto son sorprendentes y te hacen pensar en tantas veces que no echas una mano ni ayudas a quien está necesitado.

Observa el deseo de Jesús de estar siempre atento a solucionar tus problemas. Admira la fe de ese hombre. Una vez curado, Jesús le advierte: «No vuelvas a pecar». Cuando te sientes curado, te obligas a cambiar de vida, a convertirte y a no echar en el olvido tus fracasos, para no volver a reincidir en ellos.

Y ahora reflexiona: ¿sientes la necesidad de ser sanado por Jesús? ¿Qué haces ante el sufrimiento y las necesidades de los demás?

Señor, siento necesidad de ti. Necesito vivir cerca de ti. Cuántas veces me dirijo a ti para decirte: «¡Señor, no tengo a nadie que me indique el camino del bien! ¡Cúrame! ¡Échame una mano para entrar en la piscina de tu amor!». Acudiré a ti de una manera especial ante mis enfermedades, que no me dejan avanzar. Madre de la Salud, ayúdame.

 24 de febrero Deseo de misericordia

«Jesús atravesó en sábado un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas» (Mt 12,1). Una acción inocente de sus discípulos, como es comer espigas cuando tenían hambre, es mal vista y escandaliza a los fariseos, estrictos cumplidores de la ley. El espíritu y no la letra es lo que nos santifica y agrada a Dios. Jesús libera a su pueblo de la eterna cuestión del sábado. El amor, la misericordia están por encima de cualquier precepto tan sagrado para la normativa de su tiempo. «Misericordia quiero y no sacrificios» (Mt 12,7).

Y ahora piensa en tu propia vida. ¡Cuántas faltas de amor, comprensión y misericordia para los demás! Juzgas y encorsetas en la letra de la normativa lo que ves. Dios te quiere con espíritu libre, pero siempre con un corazón lleno de amor. Lo que agrada a Dios es que pongas en primer lugar el servicio a los demás, antes que el culto y los mandatos de la ley. ¿Entiendes la lección que te da Jesús en este episodio hoy?

Hoy pide a Jesús ver la vida y a las personas con ojos de misericordia: Sé, Jesús, que siempre prefieres que lleve una vida de misericordia, una vida abierta al amor, abierta a la esperanza, más que una vida ceñida a la normativa legal. Sí, Señor, lo sé, por eso te pido que no pase de largo ante las necesidades de mis hermanos. Te pido no enjuiciar sus acciones desde la ley, sino desde el amor y la misericordia. Ayúdame a vivir de este modo. Madre de misericordia, ruega por nosotros.

 25 de febrero ¿Hacer el bien o hacer el mal?

Tenemos a la vista otra escena en la que a Jesús lo que le importa es hacer el bien por encima del sábado.

Al contemplar este relato, nos sorprende el dolor de Jesús manifestado en la mirada de ira. Los fariseos no entienden la enseñanza del sábado que continuamente les da Jesús. «Entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre que tenía la mano paralizada (...). “¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?” (...). Echando en torno una mirada de ira, y dolido de la dureza de su corazón, dice al hombre: “Extiende la mano”. La extendió y su mano quedó restablecida» (Mc 3,3.4).

Y piensa: si Jesús miró con ira a estos fariseos, que en vez de compadecerse del mal y de las enfermedades que ven, endurecen su corazón, ¿cómo te mirará cuando muchísimas veces conviertes el Evangelio en actos superficiales? ¿Qué dolor le producirás al verte pasar con indiferencia ante el hermano necesitado? Hay ciertas cosas que no puede soportar el corazón de Jesús: una de ellas es la dureza de corazón.

Reflexiona: tus reacciones tienen que cambiar. Debes imitar las actitudes de Jesús ante las diferentes situaciones en las que se enfrenta ante la ley, ante la enfermedad, ante la dureza de corazón. Debes ser una persona llena de amor a Dios y siempre disponible en el servicio a tus hermanos.

Jesús, sé que sentirás pena al ver mis acciones, sí, muy legalistas, pero poco llenas de amor hacia los demás. Hoy te presento mi corazón duro, frío, rebelde e insensible, para que tú lo cambies y lo llenes de comprensión y amor. Que no sea causa de tu mirada dura hacia mí. María, nuestra madre, ayúdame a cambiar mi corazón y hazlo como el de tu Hijo, Jesús. En ti confío.

 26 de febrero La plegaria de petición

Una escena preciosa para leerla y releerla con mucho amor y desde Jesús. Cuando Jesús va a resucitar a la hija de Jairo, se cruza esta mujer, la hemorroísa, que estaba enferma desde hacía doce años, gastando mucho en toda clase de médicos. ¡Qué ejemplo de fe! ¡Y qué ejemplo de valentía y de acercamiento a Jesús! Le toca el manto. Esta mujer nos hace pensar que, realmente, cuando nos vemos en el límite, tenemos que actuar como ella. ¿Seremos capaces de tocar, buscar a Jesús para que nos cure? Oigamos lo que dice Jesús a esta temblorosa mujer que se postra a sus pies: «¿Quién me ha tocado el manto? (...). Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 5,30.34). ¿Cómo es tu fe? Necesitamos la de esta mujer. Necesitas arrojarte con humildad a los pies de Jesús.

Es el momento de ejercitar la petición de súplica: Jesús, dame la fe de la hemorroísa. Dame la valentía que necesito para acercarme a ti. Te pido que mi fe no sea cerebral sino comprometida. Ayúdame a ir junto a ti para curarme de las muchas enfermedades y debilidades que inundan mi vida. Madre, ayuda mi débil fe. Quiero ser como la hemorroísa y acudir a tu Hijo en todas mis flaquezas.

 27 de febrero Seguridad de curación

Nos impresiona la actitud orante de Jairo y la bondad compasiva de Jesús. Una escena realmente preciosa. Jesús manifiesta su poder ante la misma muerte y actúa con rapidez cuando ve a este jefe de la sinagoga, Jairo, con mucha fe y necesidad de ayuda: «Mi hija está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella para que se cure y viva» (Mc 5,23).

Vemos a Jairo que manifiesta las actitudes necesarias para la oración: 1. Ora con humildad: «Se arrojó a sus pies» (Mc 5,22). 2. Ora con perseverancia: «Le rogaba con insistencia» (Mc 5,23); y 3. Ora con fe en el poder de Jesús: «Ven, impón las manos sobre ella» (Mc 5,23). Pero vemos que su oración no es del todo perfecta, y Jesús le confirma en su fe: «No temas, basta que tengas fe» (Mc 5,35).

Muchas veces te tiene que ayudar el Señor a tener fe, porque estás dudoso. ¿Sabrás rogar a Jesús una y otra vez como lo hacía Jairo? Aprende de este relato y admira la fe de este hombre que se olvida de su dignidad y se arrodilla delante del Señor. En las circunstancias difíciles, cuando todo se te va de las manos, no tengas miedo y acude al Señor. Él está siempre a tu lado. ¿Por qué temer?

Señor, no quiero que mi fe esté inactiva y muerta. Quiero creer en tu poder. Quiero oír en mi vida: «Levántate» y «cambia de vida, de costumbres, de forma de actuar». En ti espero para caminar junto a ti y volver a la verdadera vida. Gracias, Señor.

 28 de febrero Tus cegueras

Probablemente a nosotros nos pasa lo que a estos dos ciegos. Piden su curación a Jesús y le siguen insistentemente con su petición. «Cuando salía de allí, dos ciegos lo seguían gritando: “Ten compasión de nosotros, hijo de David”» (Mt 9,27). Necesitan ver y confían en que Jesús les puede dar la vista. Tienes que caminar junto a Jesús como estos dos ciegos. Déjate tocar en tu vista por Jesús. Él tocará tus ojos ciegos y te ayudará para tener otra visión de la vida, de las personas, de los acontecimientos.

¿Sientes necesidad de que Jesús imponga sus manos sobre tus ojos? ¿Le gritas una y otra vez que tenga compasión de ti? ¿Crees en su poder curativo y liberador? Acude a Jesús. Grítale. Síguele. Te devolverá la vista y la salud.