Diosidencias hacia la luz

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A su vez, las mariposas simbolizan el alma, el renacimiento, el despojo de lo terrenal hacia lo espiritual. Las mariposas a lo largo de los tiempos han sido algo más que un simple símbolo de cambio y belleza, también han sido consideradas como un ente entre el mundo de los mortales y el mundo sobrenatural. Una mariposa es un ser que vuela tan ligero y tan libre, que difícilmente se nota con facilidad».

Por lo visto, haber encontrado esa mariposa anticipaba de alguna manera lo que iba a vivir muy pronto, aunque en ese momento no lo supiera ni lo creyera posible.

Todo en el cumpleaños de mi esposo fue muy especial y raro, no tanto para mí, como sí lo fue para los invitados. Sacaba muchas fotos, sintiendo una rara sensación de que las imágenes me iban a ir otorgando una información extra, que si estaba atenta podría captar.

Otro detalle particular de ese día, es que al finalizar el cumpleaños hice esta cruz con velas pequeñas. Encender velas no era algo que tampoco hiciera con frecuencia y menos que las colocara en esta disposición.

Fue como una manera instintiva de querer conectar con Dios, con lo divino. Fue mi manera consciente de llamar su atención, que «viera» de alguna manera cuanto lo estaba necesitando. Pero Él ya lo sabía y el plan de rescate ya estaba en marcha, aunque el golpe de efecto inicial yo no lo tuviera previsto ni en mis mejores o peores sueños.



Pero por lo visto, mi granito de Fe empezaba a brotar de alguna manera, ya que esa noche publiqué en Facebook una imagen con la famosa frase de Walt Disney: «Si puedes soñarlo, puedes hacerlo».

Había entendido que, si tenía la suficiente confianza en Dios, todo lo que me propusiera iba a ser posible con su ayuda, si era bueno para mi propia evolución y/o para la de los demás.

~Una mirada con dos polos y alta potencia~

El vuelo a Argentina hubo que cancelarlo porque tenía que hacer una escala previa, en un lugar donde no hacía falta un avión, ya que era suficiente con un vehículo de cuatro ruedas.

Después de siete días intensos, a primera hora de la mañana del 1 de abril del 2012, me ingresaron en el hospital de la ciudad de Vic, en una planta con trato preferencial, en el SPA de la tercera planta: ¡la planta de Psiquiatría!

Ahí me atendieron, buscaron la etiqueta que ellos creyeron que mejor se ajustaba a mi nueva realidad. Con toda convicción, de manera rotunda, luego de unos pocos minutos de anamnesis, diagnosticaron: «BIPOLARIDAD». Una palabra mayúscula, potente, de alto voltaje, casi como la potencia de la medicación que me empezaron a dar en cuanto pasé por la puerta.

No se les movió un solo músculo para dar ese diagnóstico y, sin dudar, decretaron que era para toda la vida, tanto el diagnóstico como la medicación, que desde ese día y para siempre, tendría que tomar.

Cuando me llevaban a la que sería mi habitación, la que iba a ser mi compañera de estadía, apenas me conoció me dijo:

—¡Tú eres mi ángel!

En ese instante percibí que tenía que estar tranquila, que eso que estaba sucediendo era por una razón, y que estaba protegida. Al ir escuchando los nombres de los médicos, enfermeros y pacientes, pude confirmar esa sensación, ya que eran todos nombres bíblicos: Ana, Santiago, María, Juan, Dolores y un chico joven, paciente también, con el que hablaba bastante a menudo, que se llamaba Jesús.

Durante toda mi estadía traté de mantener la cordura, lo digo de forma literal, porque algo en mi interior me hacía saber que no estaba loca. Pero estando en un lugar así, y 21 días como estuve yo, desquiciarse viviendo ese panorama, hubiese sido lo más normal del mundo. Todo el tiempo traté de relativizar la situación, a la espera de que me dieran el alta; mientras tanto disfrutaba de la comida que, al menos, era muy rica.

Dicen que para que un cambio se perpetúe en el tiempo, hay que mantener aquello que uno quiere cambiar o modificar en su vida durante el lapso de 21 días. No he dudado durante mi estadía en ese lugar, ni siquiera un segundo, que ese cambio había llegado a mi vida, para mantenerlo en el tiempo, hasta el último de mis días.

No hace falta ser una luz, para suponer que al salir de allí, y mal medicada como estaba, era como un alma en pena que volvía a sentirse desconectada del resto del mundo, pero desde una dinámica diferente. Estar mal diagnosticada y mal medicada, era una combinación que no auguraba avances, ni buenos resultados. Pero aun así, no me planteaba dejar la medicación, porque la marcación hombre a hombre, que tenía para que la tomara, no bajaba la guardia. Por otro lado, tenía una pizca de preocupación en que si la dejaba, volviera a estar con una alta sintonía divina que no pudiera moderar. En verdad no quería hacérselo pasar mal a mi familia. Tan solo por esa razón seguía las pautas que me aconsejaban los médicos, esos «semidioses» que se creen algunos, dueños de una verdad absoluta, que no tienen en cuenta como se siente el paciente, sin brindarle mayor ayuda u acompañamiento, que la receta sistemática para píldoras, que hacen de uno un idiota integral que no tiene ni ganas ni fuerzas para levantarse del sofá. Esa medicación nefasta, que no solo perjudica al cuerpo con todos sus tremendos efectos colaterales, sino que afecta la vida de relación del paciente, la vida laboral, la vida familiar y hacen de uno una marmota, donde todos los días parecen iguales, sin luz ni color. Hacen del túnel un lugar más oscuro, más triste. Un lugar asfixiante donde parece no haber escapatoria. «Te cagan la vida», de forma literal lo digo, y así se lo llegué a decir al jefe de los psiquiatras un par de años después. Pero ya llegaré a contarles lo que sucedió ese día, donde me quedé en paz, y tan a gustito...

Como se podrán imaginar, esta situación no fue fácil de llevar para mí, ni tampoco para mi esposo o mis hijos. Trataban de acompañarme de la mejor manera posible, pero la medicación no hacía más que entorpecer mi recuperación. Mal medicada, no era la mejor manera de tratar de conseguir una vida normal y mucho menos feliz. El psiquiatra y su equipo se ocupaban de que la medicación «equilibrara mi química interna», pero no sugirieron en ningún momento buscar ayuda psicológica, no solo para ver si yo podría reflotar, si no para que mi familia tuviera herramientas para acompañar a una persona que en principio, al menos para ellos, tenía una patología mental y definitiva por los siglos de los siglos…

Gracias a Dios, y nunca mejor dicho, el amén no lo iban a pronunciar ellos. Muchos años después, puedo decir sin temor a errar que, al menos conmigo, ellos sí estaban equivocados de cabo a rabo.


~Una mirada para servir~


Además de tener esa sensación de que tenía que dar testimonio de este encuentro de alto impacto con lo divino, también sentía que tenía que hacer algo relacionado con el servicio.

Por eso, unos meses después y con autorización de los psiquiatras, me fui a reemplazar a un odontólogo a un hospital en Yaoundé, Camerún. Sí, por extraño que parezca, los psiquiatras autorizaron mi viaje. Fue un lugar y una experiencia muy especial por muchos motivos. Uno de ellos fue que entré, por primera vez, a una iglesia con la intención de rezar, hablar o hacer peticiones, teniendo la certeza de que en el cielo alguien me escuchaba.

Había una pequeña capilla muy acogedora en la primera planta del hospital, y si bien no rezaba mucho porque me costaba retomar ese hábito, si me acercaba todos los días unos minutos. Le pedía ayuda a Dios con las situaciones que se me podían llegar a torcer durante la jornada de trabajo. Estando allí, me di cuenta de que escuchaba de forma clara y concreta lo que le pedía, ya que la ayuda siempre llegaba. Tenía un «ángel africano protector», en cuerpo y alma de asistente, como también una odontóloga de la tierra de mi padre —asturiana— con la cual congeniamos desde el primer minuto de conocernos. Nos ayudamos mutuamente, siempre que la situación lo requirió.

Fue recién en ese viaje cuando pude tomar consciencia de que todos podemos ser «un ángel» en la vida de los demás, ya que Dios nos puede convertir en instrumento para cumplir, aunque sea una pequeña misión, en la historia de vida de otra persona cualquiera. No hace falta conocerla mucho, tal vez nuestro cometido se pueda llevar a cabo con solo una palabra, una mirada o un simple gesto. Si estamos alertas, podemos percibir la mano de Dios en muchísimas de las situaciones que nos toca vivir a diario. Si por el contrario no estamos despiertos, tan solo será una palabra, una mirada o un gesto más, que pasará desapercibido, que será olvidado y archivado en pocos segundos.

Contaré algo que pasó allí, en Camerún, y que puede ejemplificar esto que quiero transmitir. Atendí a un paciente que debía tener unos doce años, la edad de mi hijo en ese momento. Tenía una infección muy grave por debajo de la lengua, por las raíces de un molar, que se encontraba destruido, por una caries de gran dimensión. Si no tomaba los antibióticos que le recetaba, la infección podría agravarse en poco tiempo, haciendo que la inflamación de la zona aumentase, sin poder evitar que el paciente se ahogase con su propia lengua. Había ido con su abuela, una mujer a la que se le notaba el hambre en el cuerpo, ya que tenía arrugas sobre los huesos. ¡De verdad que no exagero!

Después de explicarles la situación, tanto la abuela, el niño, como el asistente se quedaron largos minutos mirándose tristes, con la mirada perdida y en un silencio sepulcral. Fue un silencio doloroso, eterno. Por fin, el asistente me comenta que no tenían dinero para comprar lo que yo les prescribía. Estaban pasando hambre, por lo que gastarse el equivalente a cinco euros para comprar los antibióticos y antiinflamatorios, equivalía a una pequeña fortuna. El niño tenía que tomar, sí o sí esa medicación, ya que si se iba a su casa en esas condiciones, sin pasar por la farmacia, sucedería, ya sin remedio posible, lo peor. No era una utopía pensarlo, teniendo en cuenta las condiciones sanitarias mínimas en las que viven la mayoría de las familias.

 

Los ritmos en África son muy lentos, pero los tres estaban inmóviles de una manera especial, aletargados, como si alguien hubiera apretado el botón de pausa en la escena de una película, porque ya podían imaginar cómo sería el final, pero no lo querían ver, ni imaginar.

De alguna manera, la ayuda divina llegó. No quedaban muchas opciones. Fue entonces, cuando de pronto y como si tuviera la sensación de que alguien me empujara por la espalda, salté de mi silla y me fui a buscar dinero, que por «casualidad» llevaba ese día. No era algo habitual, ya que los voluntarios comíamos todos los días en el hospital. Cuando terminábamos la jornada, volvíamos a la casa reservada para nosotros, que quedaba a unos pocos metros de distancia. Por esa razón puedo afirmar que, realmente, fue muy extraño que ese día tuviera algo de dinero en mi mochila.

La cara de esa abuela, que estaba surcada de arrugas, tenía también unos ojos muy tristes a causa de la dureza de la vida que les había tocado vivir. Sin embargo, su rostro se iluminó cuando les dije que yo pagaría la medicación. La felicidad de esa mujer, la alegría de ese niño, hasta la del asistente, para mí no tuvo precio. Lo hice sin pensar, ya que unos pocos euros podían cambiar la historia de aquel niño. Además, para asegurarme de que todo fuera bien y sin complicaciones, lo hice ingresar con el fin de que controlasen de cerca su evolución.

Allí ven la muerte con cierta normalidad, porque saben que carecen de recursos. Muchas veces no la pueden evitar, pero mi moral no estaba como para que a alguien con la edad de mi hijo le ocurriera algo grave o, lo peor, que se muriera por unos pocos euros. ¡Maldito dinero!, diría mi suegra alguna vez.

Tal vez ese día, yo fui para ellos como un ángel caído del cielo.

En este caso, el gesto de reaccionar y buscar el dinero, o no hacerlo, pudo cambiar el transcurso de la vida de una persona hacia un lado u otro.


~Cuando las dudas nublan la mirada~


Un libro que había llegado a mí sin buscarlo, ya que no sabía ni de su existencia, fue La Semilla. Estoy segura que algún angelito hizo lo posible para que yo lo encontrara y lo leyera, con el fin de entender el proceso que en mí había comenzado. En este libro hay un capítulo que habla sobre el fenómeno 11:11, algo que hasta ese momento desconocía y que tiene que ver con los ángeles.

Desde hacía un tiempo la palabra «sincronicidad» empezó a ser familiar para mí. Una de ellas fue que justo leyera ese capítulo el día 11/11 del año 2012.

Otro libro que llegó a mis manos sin pedirlo fue El poder de la atracción. En ese momento confirmaba esa sensación que sentía, de que si se activaba el alma, todo se podía atraer y, por tanto, tener. Siempre y cuando sea bueno para nosotros mismos y sin que eso provoque daños colaterales en los demás.

El alma tiene una conexión directa con la divinidad, por ende la intención es la señal que le enviamos al alma. Es un llamado sin costos, ni gastos de envío a Dios, para que Él active el reparto de lo que encargamos a la mayor brevedad posible.

A finales de ese año 2012 tan intenso y en el día de los Santos Inocentes comencé a escribir mi primer libro: Mi amigo del alma, mi alma secreta, del cual, en este momento, están leyendo un buen resumen de lo que vendría a ser la primera parte. Fue un libro que me ayudó a sanar el pasado y colaboró de alguna manera a entender el presente que estaba viviendo en ese momento.

Lo terminé de escribir el 24 de marzo de 2013. Lo publiqué en papel y también lo subí a la red para que lo pudieran leer de forma online. Pero enseguida volvieron los temores del pasado y muchas inseguridades con respecto a qué hacer con el libro.

A pesar de confiar en que todo lo que me iba sucediendo era parte de un plan divino, y que esta nueva realidad tenía una razón de ser más allá de mi limitado entendimiento, un día, en medio de mis dudas, estando con Iñaki y su papá, les comento:

—No sé qué hacer con el libro: si dejarlo publicado o sacarlo de circulación.

—Mamá, tienes que dejarlo publicado, porque tal vez lo que tú escribes le puede servir a alguien.

Esas palabras de mi hijo quedaron grabadas en mi alma, y las tendría presente de una manera involuntaria al comenzar a escribir cada uno de mis libros, porque sabía que tenía un pequeño gran maestro en casa, y que sus palabras siempre eran dichas con una gran sabiduría, por lo que era imposible ignorarlas.

Ninguna duda quedó, porque después de hablar con ellos encontré en mi mesita de noche la pequeña estampa de recuerdo del día en que falleció mi abuelo. Día en el que yo había terminado de escribir mi libro, apenas unas pocas semanas antes.



Fue en ese momento cuando me enteré, que el día de la partida de mi abuelo coincidía con el primer día de esta nueva fase de mi vida, de la que ya no era posible, ni tampoco quería, volver atrás.

No sabía muy bien cómo había llegado esa estampita hasta allí, pero sí supe con claridad, el porqué de haber llegado hasta ese lugar. No podía, de nuevo, cerrarle a Jesús la puerta en sus narices. Me estaba llamando a caminar con Él y no se merecía otro desplante. Había llegado el momento de recibir lo que yo le había encargado, y por un momento pensé que me había arrepentido de mis peticiones. Pero ya no se aceptaban devoluciones, había que salir junto a Él a caminar y a testimoniar.

Comparto esta fotografía de la Virgen de Guadalupe, porque esa imagen cerraba de forma providencial, mi primer libro. Había vivido durante muchos años cerca de la Basílica de Guadalupe, que está ubicada entre la casa de mi infancia y la casa de mi amigo Fabio. El angelito parece el culpable de que nos conociéramos, para que mi amigo concretara lo que parecía ser un mandato divino: mi conversión. No fue fácil, le llevó muchos años el poder cumplirlo.

Un tiempo después, la Virgen de Guadalupe, volvería a tener una importancia vital en mi vida. Los invito a seguir caminando conmigo, hasta que la volvamos a encontrar, a Ella, a Jesús y, entre medio de muchos ángeles, al Señor Dios.


Reseña de la primera etapa

1969- 2012


Este último tramo del camino fue un tiempo de desconexión de aquellos ruidos mundanos que me aturdieron durante muchos años, no dejando que me encontrara a mí misma. Por lo tanto, a partir del «electrificante abrazo», comenzó un recorrido donde primó el conocimiento, la autocrítica y la liberación de las emociones para, por fin, encontrar mi alma extraviada por muchas décadas. A partir de ese momento, pude conectar con el silencio, con lo divino, con un mundo para mí y hasta entonces, desconocido.

Fue una etapa de querer dejar de tropezar, una y otra vez, con las mismas piedras. Hubo que apartarlas para que mi visión borrosa del horizonte mejorase de forma notable.

Se avecinaba otra etapa muy emotiva, que me iba a movilizar aun cuando dudara de mi intuición. Las certezas que la Fe me otorgaba, me animaban a seguir el camino.


Prólogo


Día tras día te bendeciré, Señor, y narraré tus maravillas.

El problema central de nuestro tiempo es que estamos ciegos y sordos a la voz de Dios. Hay muchas personas que no quieren ver y aceptar ciertos acontecimientos o señales, por la sencilla razón de que no pueden comprobarlos de manera científica, o porque no tienen la Fe suficiente para creer.

Quien esté interesado en descubrir o despertar estos sentidos debería empezar por maravillarse por todo lo que Dios nos da y regala a diario. Deberíamos comenzar el día agradeciendo por poder respirar, por ver el sol o por tener a alguien querido a su lado. Agradecer, no dejar de agradecer por cada una de sus bendiciones.

Esto es lo que experimenta María Eugenia: infinitas manifestaciones de Dios en lo cotidiano, que en esta oportunidad quiere compartir a través de sus escritos. Ella se anima a conducir al lector por ese camino que los ángeles le indican y, al mismo tiempo, se atreve a ayudarnos a contemplar, creer y aumentar nuestra fe.

No es la primera vez que decide abrir su corazón, ya lo ha hecho al escribir Mi amigo del alma, mi alma secreta. Compartió sus pasos, sensaciones, sentimientos y, en este caso, nos invita a disfrutar atentos a las múltiples señales que se le presentan y que tiene el privilegio de captar.

Sin dudas, su testimonio movilizará y fortalecerá el interior de quien lea este libro y lo llevará a vivir la vida con mayor intensidad.

Daniela Carpanzano


Segunda etapa del camino


~Un viaje que ayudó a sanar viejas vistas, viejas miradas~


Mi madre viajaría a visitarnos en el mes de abril del 2013, justo cuando se cumplía un año de mi paso por el hospital. Me invitó para que fuéramos juntas a pasar unos días a Italia, país de sus raíces paternas. Ese viaje fue muy sanador para nuestra relación y, sin duda, fueron también días plagados de mensajes divinos.

Tan solo llegar a la Torre de Pisa, que fue el primer lugar que visitamos nada más aterrizar, veo una gran estatua con unos angelitos sosteniendo un escudo donde se puede leer la palabra OPA. No pude más que sonreír, ya que era así como me decía mi amigo Fabio cuando tardaba en entender algo.

Fue por esa razón que, al comenzar a escribir mi segundo libro: Señales, me pareció la imagen ideal para su portada.

Fue llegar a Florencia y comenzar a ver la imagen de los «dos angelitos pacientes» —como me gusta llamarlos a mí— por todos lados hacia los que miraba.

Investigando un poco, pude saber que no es un cuadro en sí mismo, sino una parte de una obra de Rafael Sanzio. Estos dos angelitos forman parte de la Madonna, un cuadro pintado por el artista italiano en el siglo XVI. En él podemos ver a la Virgen sosteniendo al niño Jesús en el centro, a san Sixto —papa del siglo V— a la izquierda y a Santa Bárbara —mártir cristiana del siglo III— a la derecha. Todos se encuentran suspendidos en unas nubes. Si nos fijamos bien, podemos ver cómo los dos ángeles observan la escena desde la parte inferior del cuadro.


Si miro hacia atrás en el tiempo, me impresiona, a la vez que me emociona, como todo se fue relacionando y entretejiendo de una forma tan particular. De qué manera tan fuerte y progresiva, los ángeles y la Virgen se fueron infiltrando en mi vida para tocarme el alma y permanecer en ella para siempre.

Estando en Florencia, viendo tanta belleza edilicia y artística, la emoción era constante y profunda. Cada vez que entrábamos en una iglesia, lloraba espontánea y desconsoladamente. Sin lugar a dudas, estaba con la sensibilidad a flor de piel.

Fabio me había recomendado leer un libro que me podría ayudar a entender lo que me había pasado aquel día que chateamos. Lo busqué en internet por su título y, al ver su tapa, supe que tenía que conseguirlo. No pude hacerlo en un primer momento, pero mi madre, antes de viajar a visitarnos, consiguió en una librería de mi ciudad de nombre místico «Santa Fe», el último ejemplar que quedaba. Lo llevé conmigo a Italia. Lo leí en el avión cuando volvíamos de allí, cuando, casi casi, estábamos a dos nubes de distancia de todos Ellos.

Al ver y leer su tapa se podrán imaginar mi emoción…

Mi amigo del alma, aquel día del abrazo virtual, fue como un ángel para mí, que tiró de la cuerda del salvavidas para que yo no me hundiera.

Todo lo que leí en este libro tranquilizó mi alma todavía inquieta.


~El mar y la arena despejan la mirada~


Siempre digo que Dios se percató de que yo no estaba buscando suficientes alternativas para cambiar mi nueva situación, por lo que podría haber quedado etiquetada como: «Bipolar para toda la vida», si hubiese seguido las pautas de aquellos psiquiatras del hospital. Pero «si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña»...

Nos ofrecieron trabajo con unas condiciones que parecían inmejorables, en Puerto del Rosario —Fuerteventura, una de las islas Canarias—. Un lugar con buen clima y geografía rocosa, con mar y montaña. A priori, ¿qué más se puede pedir?

 

La oferta era muy tentadora. Mi esposo pensó que el clima del lugar podría ayudarme a repuntar, mientras que yo pensaba, sobre todo, que el cambio sería inmejorable para la calidad de vida de él, ya que trabajaba en varios lugares lejos de casa. Hacía demasiados kilómetros al mes, lo que impedía que pasara más tiempo con nosotros. A los chicos no les hacía mucha ilusión el cambio, pero, pensando que al final podría ser beneficioso para todos, comenzamos a concretar el viaje desde tierra firme, a un «exilio muy especial».

Significado de «Ventura»: estado de dicha o felicidad en que se encuentra una persona que ha conseguido sus deseos.

El nombre de la isla no fue un presagio exacto de lo que íbamos a vivir. No al menos, como nosotros lo habíamos imaginado. Pero sí es cierto que fue una «fuerte aventura», ya que allí comenzó la fractura de la linda familia que habíamos conseguido formar, esa que se había movido siempre en bloque por el bienestar de uno o de otro, con la finalidad de estar todos bien.

Antes de mudarnos, hice con mi marido «un viaje de inspección ocular» para ver el lugar y tomar la decisión propicia.

El esposo de la odontóloga que nos ofrecía trabajo era fotógrafo. En cuanto llegamos nos invitó a ir a una playa para sacar unas fotos, hecho que me hizo mucha ilusión. En un par de días fuimos a dos playas diferentes.

La primera fotografía pertenece a La playa de Tindaya, lugar donde no había nadie, pero donde quedaron marcadas un par de pisadas. Comencé a seguir la dirección de las huellas y, a la hora de captar la imagen, recordé ese pequeño texto anónimo que dice:

«Señor, Tú me prometiste que si te seguía siempre caminarías a mi lado. Sin embargo, he notado que en los momentos más difíciles de mi vida, había solo un par de huellas en la arena. ¿Por qué, cuándo más te necesité, no caminaste a mi lado?».

Entonces Él me respondió:

«Querido hijo. Yo te amo infinitamente y jamás te abandonaría en los momentos difíciles. Cuando viste en la arena solo un par de pisadas, es porque yo te cargaba en mis brazos».

Tantas veces en mi vida había tenido esa triste sensación de haber caminado sola. Tantas veces había sentido que Jesús no había caminado ni siquiera cerca de mí. Después de todo lo vivido en ese último año, comencé a tomar conciencia de que sí lo había hecho, aunque yo no hubiese sido capaz de verlo o sentirlo.

En cuanto llegamos al final del camino que marcaban esas pisadas, encontré entre las rocas un pimpollo de rosa con cuatro pimpollos más pequeñitos y en perfecto estado de conservación. Llamaron mucho mi atención: ¿de dónde habrían salido? Rocas, mar, y arena…, no parecía casual encontrar esos pimpollos allí. Me gustan las flores y las plantas, pero a decir verdad, de entre todas las flores, las rosas son las que menos me gustaban. Al igual que las mariposas: ¡me parecían muy cursis! Pero a partir de ese día, las empecé a mirar de una forma diferente.

Unos segundos después, y muy cerca de donde había encontrado aquella flor, veo unas piedras dispuestas, en esa forma tan especial, que a mí me llevaron a pensar en la Virgen.

En un mismo lugar, y en cuestión de pocos minutos, tres cosas me mueven a pensar en la Madre y en el Hijo.

¿Fue una coincidencia ir a conocer esta isla en el mes de mayo, mes de La Virgen? Estoy segura de que no... y ya entenderán por qué lo digo.

Como si de un juego se tratara, parecía que de forma estratégica habían dejado algunas pistas en ese lugar, y que tan solo al día siguiente, si yo era valiente y escalaba las rocas evadiendo las olas del mar, estaba predestinada a encontrarlas. De lograr hacerlo, obtendría un premio a mi intuición.


Después de escalar una pequeña montaña rocosa y resbaladiza por el musgo y el agua, consigo llegar hasta el lugar donde estaba la cruz. Una vez allí, curiosa yo, miro dentro de lo que parecía ser un macetero, y encuentro una rosa del mismo color a la que hallara en la Playa Tindaya el día anterior. Esta vez no era natural, era de plástico, pero para mí el mensaje era el mismo. Donde está la Madre está el Hijo, o bien, que La Madre nos conduce o nos ayuda en el camino para lograr un encuentro con su Hijo Jesús. La imagen de la Virgen del Carmen con el Niño en brazos y esa solitaria mariposa verde a sus pies eran la viva estampa de mí misma. Alguien que quería cambiar, pero que necesitaba, sí o sí, ayuda divina.

Todo indicaba que ir a vivir a Puerto del Rosario —un lugar con una mística especial, tan solo en su nombre— parecía ser una buena decisión.

Apenas uno o dos meses antes y después de leer: El ángel, un amigo del alma, había leído también un libro online, escrito por el mismo autor: La Virgen, milagros y secretos. De subtítulo también muy premonitorio: Jamás volverán a sentirse solos. Así fue, ¡literal!

Haber leído este libro hizo que conociera un poco más a la Virgen, «la mujer elegida». Si soy sincera, siempre me había resultado indiferente y nunca había sentido algún tipo de conexión especial. En esas páginas leí también, que es la rosa, la flor con la que más se la asocia a la Virgen.




Otra de las cosas que explica el autor es que, a veces, cuando uno siente un intenso olor a rosas en un lugar donde no hay ningún tipo de flores, es porque, a través de esa fragancia, la Virgen nos quiere hacer saber que está presente en ese momento y en ese lugar.

Cualquier parecido de la rosa de la portada del libro de Víctor Sueiro, con la que encontré dentro de ese lugar para poner flores en la Playa Torres, ¿fue mera coincidencia? En verdad, hay pocas diferencias entre una y otra. En aquella se puede observar cierto deterioro, se puede percibir que fue castigada por el viento, salpicada por las olas y, como era previsible pensar, víctima de muchas tormentas. Igual que en la vida misma, cuando dejamos el corazón expuesto a merced de las emociones, sin protegerlo, sin ponerlo a resguardo.


~Una mirada a la psiquis, es una mirada etiquetada~


Con mirada retrospectiva puedo decir que, a pesar de todo, vivir ese año en Puerto del Rosario fue beneficioso para mí por varios motivos. Siempre es preferible ver el vaso medio lleno y quedarse con lo positivo que, en este caso, ¡no es poco!

A los dos meses de habernos trasladado a la isla, la persona que nos había motivado a cambiar de vida y ofrecido un trabajo para mi esposo, a priori inmejorable, se desentendió —dicho de forma literal— de nosotros. Intentamos buscar nuevas clínicas, pero ninguna tenía la filosofía laboral a la que estábamos acostumbrados por principios. Gracias a Dios, él no había renunciado del todo a sus trabajos en la península por lo que decidimos que, al menos por ese año, era mejor que yo me quedara en la isla con los chicos hasta que ellos terminaran el curso lectivo.

Por este cambio de domicilio, no quedó otra opción que cambiar de psiquiatra. Un primer paso que no dejaba de tener vital importancia. Al ver el apellido de la doctora que me habían asignado, sentí que la cosa iba bien encaminada. A partir de ese día me atendería la doctora Segura. Sí, ese era su apellido, por increíble que parezca.

—Por el momento, a mí no me importa la medicación que estás tomando, lo que sí me gustaría es que me dijeras una cosa —comentó tras leer el informe de mi anterior psiquiatra.

En ese momento, sobre un papel en blanco, dibujó una línea.

—Si esta línea representara el transcurso de tu vida, ¿qué cosas que has vivido crees que te fueron afectando como para llegar a pasar por este episodio que tuviste el año pasado? —me preguntó sin mayores preámbulos.

Viendo que la consulta con esta psiquiatra iba teniendo un enfoque muy diferente a lo vivido en la península, me animé a expresarme con total libertad.

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