Perspectivas actuales del feminicidio en México

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BARRAGÁN, Almudena, «Suben feminicidios en México: 6,488 mujeres asesinadas entre 2013 y 2015», en Economía Hoy, México, 8 de marzo de 2016, en: http://www.economiahoy.mx/nacional-eAm-mx/noticias/7406635/03/16/Siete-mujeres-mueren-al-dia-en-Mexico-victimas-de-la-violencia.html [Consulta: 11 de abril de 2016].

INEGI, «Estadísticas a propósito del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer (25 de noviembre)», Aguascalientes, 23 de noviembre de 2015, en: http://www.inegi.org.mx/saladeprensa/aproposito/2015/violencia0.pdf [Consulta: 15 de abril de 2016].

MENDOZA, Veneranda, «Durante 2016, una mujer asesinada casi cada día en Edomex», en Proceso, México, 25 noviembre 2016, en: http://www.proceso.com.mx/463970/2016-una-mujer-asesinada-casi-dia-en-edomex [Consulta: 8 de abril de 2016].

NOTICIASMVS, «Siete mujeres fueron asesinadas a diario en México durante 2013: ONU», en: http://www.noticiasmvs.com/#!/noticias/siete-mujeres-fueron-asesinadas-a-diario-en-mexico-durante-2013-onu-342.html [Consulta: 03 de marzo de 2019].

OBSERVATORIO CIUDADANO NACIONAL DEL FEMINICIDIO, «Una mirada al feminicidio en México 2010-2011», en: http://observatoriofeminicidio.files.wordpress.com/2011/11/informe_feminicidio_2011.pdf [Consulta: 10 de abril de 2019].

_______ «Estudio de la implementación del tipo penal de Feminicidio en México: Causas y Consecuencias 2012 y 2013. Católicas por el derecho a decidir», en: http://observatoriofeminicidiomexico.org.mx/wp-content/uploads/2015/01/17-NOV-Estudio-Feminicidio-en-Mexico-Version-web-1.pdf [Consulta: 14 de abril de 2019].

_______ «Informe Implementación del Tipo Penal de Feminicidio en México: Desafíos para Acreditar las Razones de Género 2014-2017», en: https://docs.wixstatic.com/ugd/ba8440_66cc5ce03ac34b7da8670c37037aae9c.pdf [Consulta: 25 de abril de 2019].

SERENDIPIA.DIGITAL, «Alerta de Género es activada en 50 municipios de Puebla», publicado el 10 de abril de 2019, en: https://serendipia.digital/2019/04/alerta-de-genero-es-activada-en-50-municipios-de-puebla/ [Consulta: 25 de abril de 2019].

SECRETARÍA DE GOBERNACIÓN, «Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres», publicado el 19 de octubre del 2018, en: https://www.gob.mx/inmujeres/acciones-y-programas/alerta-de-violencia-de-genero-contra-las-mujeres-80739 [Consulta: 25 de abril de 2019].

Feminicidio Perspectivas, acciones y desafíos

Breve esbozo del feminicidio en México y la construcción sociocultural de la masculinidad

NÁYADE SOLEDAD MONTER ARIZMENDI

Este texto surge tras cursar el taller «Mujeres, Arte y Política», en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), plantel Cuautepec, impartido por el activista Manuel Amador Velázquez, en el ciclo escolar 2016-II.

Las siguientes líneas trazan un acercamiento a la problemática del feminicidio en nuestro país desde una perspectiva de género y educación. En un primer apartado se describe el contexto en torno al feminicidio, posteriormente se habla de la construcción sociocultural de la masculinidad, espacio donde se tocan aspectos de tres ámbitos de socialización de los varones como el familiar, el educativo (formal) y el grupo de pares. En un tercer y cuarto apartado se trata el tema de la violencia, y posteriormente las consideraciones finales.

El contexto

En México cada día muere una cantidad inaceptable de mujeres en manos de hombres que habían tenido o tenían alguna relación con ellas, sin embargo, en otros casos los feminicidios también son perpetrados por completos desconocidos o por grupos ligados a modos de vida violentos y criminales.1

De acuerdo con el Reporte sobre delitos de alto impacto2 del Observatorio Nacional Ciudadano, en promedio, en febrero de 2019, cada 14 minutos y dos segundos se registró una víctima de homicidio doloso o feminicidio en México. Mientras que la mayor tasa de feminicidios se reportó en el estado de Colima, la cual fue de 6.87 víctimas por cada 100 mil habitantes.

En el año 2018, conforme con los datos presentados por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), el Estado de México ocupó el primer lugar en feminicidios a nivel nacional al registrarse 106 casos,3 siendo el municipio de Ecatepec en el que se contabilizó el mayor número de éstos, con 14 víctimas, seguido de Chimalhuacán y Nezahualcóyotl, en los que se registraron nueve en cada uno.4

En la prensa extranjera el feminicidio en nuestro país se ha convertido en noticia de primera plana; sin embargo, en México sólo es una problemática que se naturaliza e ignora,5 pues «Las cifras disponibles sobre estos crímenes están incompletas y son básicamente inútiles. Las procuradurías no publican cifras específicas sobre feminicidios ni a nivel estatal ni federal».6 Sin embargo, lo que si hay es un registro progresivo de mujeres desaparecidas o asesinadas en México.

Por ejemplo, algunos datos sobre el feminicidio en el Estado de México, recabados por Flor Goche y publicados en Contralínea,7 revelan que las mujeres asesinadas en esta entidad fueron privadas de la vida en la mayoría de los casos con arma de fuego, arma blanca o con las manos. Asimismo, en muchos de éstos había parentesco entre la víctima y el victimario, es decir, el asesino fue el cónyuge o pareja, el concubino o el padre. Además, es recurrente que los cuerpos sean encontrados en casa habitación, la vía pública, en parajes, terrenos baldíos o en vehículos. También apunta en su investigación que entre las víctimas se encuentran menores, pero la edad más común va entre los 21 y 30 años y en su mayor parte éstas fungían como amas de casa, estudiantes, empleadas o comerciantes.

Los cuerpos de las víctimas son objeto de extrema violencia. El feminicidio se caracteriza comúnmente por la presencia de secuestro, violación, estrangulamiento, apuñalamiento, etcétera. Los cuerpos son sembrados en barrancas, callejuelas, ríos de aguas negras, basureros y terrenos baldíos, son introducidos en maletas, bolsas de basura, cajuelas de automóviles, tinacos, cisternas, y de muchas otras formas que parecerían inconcebibles.8 Lo cierto es que todos los casos llevan la firma de «aquí mando yo» (cuerpos pensados como objetos usables, prescindibles, maltratables y desechables).9

Entonces, ante los hechos descritos ¿podría pensarse que estamos presenciando una especie de carnicería humana?; las respuestas podrían ser múltiples, pero tampoco resulta tan absurdo concebirlo de esa manera.

Ahora bien, es pertinente decir que el feminicidio no es sólo un homicidio cometido en contra de una mujer. Es más que eso, es un delito que lleva un mensaje de crueldad, desprecio y dominio; es el último escalón de la reiterada y sistemática violación de los derechos de las mujeres. Marcela Lagarde señala que el feminicidio es un crimen de odio, que ocurre en circunstancias específicas: éstos son ejecutados con saña, en lugares donde el Estado y sus agentes no lo castigan, manteniendo así una permanente impunidad.10 Por tanto, no se les puede nombrar como «crímenes pasionales»,11 pues lo que hay detrás es una situación de poder.12

Michel Foucault lo llama biopoder, es decir, el «derecho de muerte o poder sobre la vida» que tienen unos sobre otros; en los casos de feminicidio no sólo se trata de desposeer a las mujeres de propiedades simbólicas, materiales o de cualquier otra índole, sino disciplinar y decidir sobre el valor de la vida de las mujeres.13

Es así que el feminicidio se convierte en un crimen de Estado, por su ineficacia en garantizar la vida, la seguridad y la protección de los derechos de las mujeres,14 aunado a las distintas formas y grados de violencias que viven día a día.15

En la actualidad, la constante difusión de los derechos de la mujer y la reivindicación de la igualdad de género en diferentes ámbitos de la vida pública no han logrado incidir de gran manera en la disminución de casos de violencia y discriminación hacia las mujeres, pero si ha generado una crisis de los «papeles o roles tradicionales» masculinos y femeninos.16 Por ejemplo, en el caso de las mujeres «la valoración de una identidad femenina asociada a una nueva forma de asumir la maternidad […], tenemos menos hijos, […] estudiamos más y participamos más activamente en la fuerza de trabajo y en los procesos políticos y sociales».17

 

De tal manera que «la violencia homicida contra las mujeres [se convierte en] […] una respuesta al [resquicio] […] del modelo hegemónico de feminidad y masculinidad»,18 pues quienes la perpetúan no son meros enfermos mentales. El feminicidio no responde a hechos aislados, más bien debe ser explicado a partir de las estructuras sociales (familiares, económicas, políticas, educativas y culturales) donde se originan, así como del análisis de la construcción de la identidad masculina y femenina; puesto que a partir del conocimiento de las formas de las relaciones de poder entre hombres y mujeres se explicaría el acrecentamiento de las violencias, que se asocia no únicamente a una crisis (socioeconómica o de valores), sino que también atañe a las identidades, es decir, al proceso de construcción de las mujeres y hombres como sujetos.19

Históricamente, las diferencias entre hombres y mujeres se han conceptualizado en oposiciones binarias. Es a través del género que se asigna a las personas lo considerado propio de lo «femenino o lo masculino»,20 por medio de roles, comportamientos y actividades diferenciadas; fortaleciendo así las jerarquías entre hombres y mujeres en las distintas esferas de la vida cotidiana.21 María Jiménez apunta que:

El género es un conjunto de relaciones sociales que, basadas en las características biológicas, regula, establece y reproduce diferencias, pero también desigualdades entre hombres y mujeres. Se trata de una construcción cultural que es histórica, que varía de sociedad en sociedad y que tiene sus matices […] [en la] desigualdad social, como son la clase social y la etnia.22

Aún en estos tiempos, ciertas representaciones son vigentes entre la sociedad mexicana, mismas que tienen sus raíces en el universo simbólico patriarcal (religioso). Por una parte, está la figura de un «Dios» (varón, todopoderoso y omnisciente), que coloca al hombre en la cima de la «creación» humana, como su apoderado en la tierra, para dominar todo lo existente incluso a las mujeres. Por otra, está la imagen de la «tentadora» Eva, estereotipo de la mujer «moralmente débil», maliciosa, seductora, culpable de las desdichas, que ha de ser controlada, sometida y castigada con dureza (que debe pagar hasta con la propia vida).23

En otras palabras, se construye un patrón que trata de estandarizar los cuerpos y las subjetividades de los sujetos. En el que se afirma que a alguien más no sólo le pertenece la vida de las mujeres, sino que puede disponer de ésta según le plazca. Por lo que cada acto de voluntad e independencia por parte de ellas se entiende como un acto de rebelión que debe ser cortado de raíz antes de que prospere.24

Para ejemplificar lo anterior, remitámonos al caso ocurrido el 3 de julio de 2015 en Monterrey, Nuevo León:25

Angie, de 24 años, fue asesinada por su pareja (de 25 años) a golpes; la causa oficial de la muerte fue contusión profunda en el cráneo. Su novio privó de la vida a Angie un jueves por la noche; al día siguiente él fue a trabajar con normalidad; todavía el fin de semana durmió con el cadáver antes de suicidarse, colocando una bolsa de plástico en su cabeza, después de haber tomado alcohol y pastillas. Pero, ¿cuál fue el motivo, si eran una pareja casi «ideal» para quienes los conocían? De acuerdo con la indagatoria de la Policía Ministerial, el feminicidio ocurrió por «celos», pues él tenía la «sospecha» de infidelidad.

De tal manera que la violencia, en este caso como en muchos otros, se convirtió en un instrumento del agresor para anular la subjetividad de la mujer y conformar así un nuevo ser: un cuerpo y una identidad sometida y subordinada.

La construcción sociocultural de la masculinidad

Dicho lo anterior, cabe preguntarse: ¿La socialización diferenciada tiene alguna influencia para que algunos hombres lleguen a convertirse en feminicidas? ¿Los patrones tradicionales de masculinidad hoy día se han potenciado a través del lenguaje, la «narco cultura», los medios de comunicación sexistas, los deportes y/o el discurso religioso? ¿Los varones miran a las mujeres como sujetos de acción u objetos de posesión? ¿Qué convierte el cuerpo de una mujer en desechable y qué privilegio considera que tiene el varón para poseerla, castigarla y hasta anularla?

Una clave para poder comprender cómo las personas construyen e interiorizan los patrones de lo masculino y lo femenino es la socialización diferencial de género, puesto que desde la infancia se da por sentado que por «naturaleza» niños y niñas son distintos y por lo tanto tienen que desempeñar papeles diferentes en su vida adulta.

Por lo anterior, Judith Butler dice que «el género es un hacer»,26 mientras que Irene Meler, señala que tanto la feminidad como la masculinidad son construcciones colectivas concretadas en una compleja red de mandatos para hombres y mujeres, plasmada en las subjetividades de éstas.27

En tanto, los agentes socializadores como el sistema educativo, la familia, los medios de comunicación, la religión, los grupos de pares, entre otros, transmiten mensajes, modelos, normas, patrones, roles y estereotipos de género, que al ser reiterados una y otra vez comúnmente son interiorizados por las personas;28 es decir, «los hacen suyos», como «un depósito de saber almacenado».29

Así, la socialización diferencial contribuye a reafirmar la creencia de que hombres y mujeres son diferentes y que por ende deben comportarse de manera distinta en diversas esferas de la vida humana (laboral, sexual, amorosa, por decir algunas).30

Por tanto, la masculinidad se adquiere a través de los otros, en la socialización y ésta es reconstruida y afirmada diariamente. En otras palabras, se prueba y se gana a lo largo de la vida. Por ejemplo, es común que los varones hagan hincapié en su sexualidad en términos cuantitativos: tener muchas mujeres o muchos hijos, en el tamaño de su miembro, en la cantidad de sus conquistas y la frecuencia de sus relaciones sexuales.31

Se puede decir entonces que el hombre no nace, se hace. Como diría Joan Scott: «lo masculino y lo femenino no son características inherentes a las personas, sino construcciones artificiales».32

En la actualidad es un hecho que los cambios de los roles femeninos han trastocado profundamente las raíces de los masculinos, tambaleando el sistema patriarcal,33 especialmente las identidades y funciones más características de los hombres; es el rol de proveedor el que ha cambiado sustancialmente,34 pues ya no son ellos los únicos que aportan a la economía familiar o de pareja, las mujeres también lo hacen, trabajan, ganan un salario y administran el dinero.

Tal como se ha argumentado en párrafos anteriores, la forma de ser hombre es una enseñanza que se transmite durante la interacción social, la cual es reforzada por medio de castigos y recompensas por parte de otros miembros de la sociedad,35 ya sea por la madre, el padre, los abuelos, los amigos o el jefe. De esta forma, cualquiera que salga de estos parámetros o intente salir será humillado por su diferencia, por no cumplir con el «mandato»,36 pues «la masculinidad hegemónica o dominante constituye un saber que orienta, motiva e interpela a los individuos constituyéndolos como sujetos»,37 pero que también supone transgresión y negación en la compleja red de relaciones sociales entre las personas.

Por lo anterior, es evidente que las mujeres no son las únicas víctimas; los varones también están insertos o aprisionados en un sistema de valores que ya no cumple su función. Las antiguas características de la virilidad, la fuerza física, la autoridad moral, el liderazgo familiar ya no los representan a todos, pues hoy día los hombres se enfrentan a nuevos contextos. Por ejemplo, los hijos adolescentes se burlan del padre o retan su autoridad, las esposas que trabajan y ganan dinero, son más independientes e incluso cuestionan su autoridad.

Es así que un sinnúmero de varones sienten inseguridad al ver tambalear sus roles masculinos, entran en conflicto, pues no saben qué papel desempeñar en el proceso de cambio cultural, ya que comúnmente se les ha educado desde la infancia a través de una serie de estereotipos que atienden al poder, la dominación, la competencia, el control de otras u otros, el autocontrol, el pensamiento racional y lógico, el éxito en el trabajo, la autoestima apoyada en los logros (principalmente en la vida laboral y económica), la egolatría, la agresividad, la fanfarronería, el ser mujeriego, el gran bebedor y poseedor de una «sexualidad activa» entre otras muchas acciones; todo esto como medio vital para demostrar la masculinidad.38

Por lo tanto, para invalidar el mito de la violencia contra las mujeres como un asunto privado, una situación «natural» o coyuntural «normal» de la dinámica familiar y las relaciones de pareja, fuera de la injerencia de la justicia y del Estado, es indispensable deconstruir el modelo de dominación sexista imperante en nuestra sociedad.39

Se considera que a los varones la estructura y los patrones patriarcales también los someten. Igualmente son violentados por los estereotipos sociales, porque los obligan a negar sus necesidades afectivas al tratar de mantener un modelo «heterosexual falocéntrico».40

Es necesario visibilizar otras maneras de ser hombre, distintas del arquetipo tradicional de la virilidad.41 Porque las ideas que se tienen con respecto a lo que es ser hombre no son naturales y cambian con el tiempo, y puesto que cada varón puede construir su propia forma de masculinidad, es por ello que se habla de masculinidades en plural, pues no hay sólo una forma de serlo. Hay que tener en cuenta que los hombres son diferentes y diversos y que en la vida diaria hacen cosas que antes se pensaban exclusivas de las mujeres; en la actualidad algunos han modificado las formas tradicionales de ser hombre, pero aún falta que muchos otros se sumen al cambio o lo acepten. Ya que cada hombre o mujer puede rechazar o ser complaciente con los roles hegemónicos de género.42

Es indudable que hoy día la masculinidad hegemónica es constantemente cuestionada. Una y otra vez se rompen los roles tradicionales frente a los nuevos. Asimismo, hay que tener en cuenta que los sujetos están inmersos en un contexto complejo y de crisis, pues las desigualdades económicas se traducen en miseria cultural y violencia extrema. En los barrios marginales las familias están atrapadas en la sobrevivencia, la desintegración familiar, el abandono, el hambre, la discriminación, la pobreza y la precariedad en múltiples sentidos.43

EL ÁMBITO FAMILIAR

Las distintas configuraciones familiares influyen en gran medida en la interiorización y asimilación de estereotipos ideales de lo que deben ser y hacer los hombres y las mujeres. Desde el nacimiento, las personas reciben un trato diferente según su género, tanto en los juegos, el uso de colores, el lenguaje, los nombres, los espacios propios para estar, etcétera.

Muchos niños y jóvenes viven esta presión de forma traumática en su infancia, sufren frustración tras las burlas, las imposiciones y los castigos a los que fueron sometidos por sus padres, hermanos y compañeros. Frecuentemente se les dice: «tienes que ser hombre», o «para que aprendas a ser hombre», convirtiendo esas expectativas en moldes rígidos del «deber ser».44

En repetidas ocasiones son las madres las que suelen vigilar la masculinidad de sus hijos e intentan continuamente reformarlos. Por ejemplo, se les señala: «no aguantas nada», «lloras como una niña», o «aguántese, ¿qué no es hombrecito?» Si bien se ha insistido (en algunos casos) que todo hombre tuvo una madre que lo crió, también es cierto que ellas no son las únicas responsables de la construcción de la masculinidad de los varones.

Es así que, consecuentemente, «volverse hombre» es alejarse de la influencia femenina. Entonces «el hombre es más hombre cuanto más se aleja de lo femenino». Se observa así un modelo hegemónico de masculinidad; éste supone que un «verdadero hombre» oculta su miedo y dolor y resiste a difíciles pruebas.

Por ejemplo, a los varones adultos se les suele justificar diciendo: «es de carácter fuerte», «es un poco brusco», «es muy exigente», o «así son los hombres», y sucede desde luego que se justifican de alguna manera las conductas machistas y violentas.45