Educar para amar

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3. La vida

Comunidad de amor y de vida, para la vida, generadora de vida. Así hemos visto que el Concilio Vaticano II llamó al matrimonio (cf. GS 48). No trataremos aquí de definir la vida biológica, tampoco de determinar sus confines, pues, siendo cuestiones clave para la reflexión bioética, son muy tangenciales para el discernimiento del amor cristiano. La pareja está llamada a soñar juntos la vida, tarea que solo puede emprenderse cuando, también juntos, se aprenda a entregarla como padre y madre y se esté dispuesto a hacerse cargo de ella para siempre, en cualquier circunstancia.

El amor cristiano ama la vida, toda la vida, porque reconoce en ella un regalo de Dios que no nos pertenece. Toda vida es regalo de Dios, también la vida discapacitada, la no nacida, la que se apaga, la vida en el olvido –de sí mismo y de su entorno– y, por qué no, la vida no humana. De nuevo nos encontramos ante nuestra imagen y semejanza de un Dios que, siendo amor, dio vida a todo lo creado. Porque el amor humano, profundamente cristiano, es siempre generador de vida, siempre.

Es importante enmarcar bien de qué hablamos cuando decimos «vida» en este contexto. «Vida» es, por supuesto y en primer lugar, los hijos que nacen del amor de una pareja, sí, pero no solo. Hay diferentes maneras de ser fecundos en el amor, como bien señaló Francisco, pues «la maternidad no es una realidad exclusivamente biológica, sino que se expresa de diversas maneras» (AL 178). Por ello es más que evidente que, al decir que el amor humano es siempre generador de vida, no podemos inferir que todo amor humano tiene que ser fecundo de vida biológica; que, cuando no puede haber hijos, no es realmente amor humano; que solo es fecundo quien tiene pareja. Es decir, es falso afirmar –pues nunca en la enseñanza cristiana se ha dicho– que no puede haber parejas estériles o matrimonios ancianos, porque su amor, naturalmente, no es fecundo; que las parejas que no pueden tener hijos no puedan entonces expresar su amor; que las personas solteras o consagradas no puedan tener vidas fecundas o «dar vida» de otra manera.

El papa Francisco nos enseña a descubrir las diferentes formas de ser fecundos, de «dar vida», que toda pareja puede plantearse discerniendo las circunstancias, el bien de todos, los valores de ambos, las posibilidades que la naturaleza les brinda:

1) Generar y acoger la vida de los hijos (AL 166). Es la comprensión más extendida, la más evidente y, quizá en nuestros días, la más puesta en cuestión. El amor «no se agota dentro de la pareja [...] Los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente del amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre» (AL 165).

La fecundidad de la pareja así expresada no se restringe a la mera concepción de una nueva vida, pues pueden tenerse vidas perfectamente estériles con hijos. No podemos dar por supuestas las vidas fecundas de todos los que tienen hijos, como tampoco podemos afirmar la esterilidad de vida de quienes no los tienen. Es necesaria la acogida incondicional desde el principio hasta el final, la entrega desinteresada, el cuidado del hijo que ha sido regalado como un don para el mundo y no como un premio personal.

2) Dejar huella en la sociedad (AL 181). Ser parejas que, en el ámbito privado y en el público, apuesten por la vida con responsabilidad social y solidaria hacia los más vulnerables. Solo así podremos participar de algún modo de la fecundidad de Dios, siendo fieles a la vocación que nos ha dado para poder prolongar su amor allí donde nos encontremos. Hay familias cristianas que engendran vida allá donde se encuentran: en los trabajos de los padres, en las escuelas de los hijos, en los vecinos del barrio. Todos sabemos reconocerlas porque nos han dejado huella. No se trata de ser extrañamente «demasiado diferentes» (AL 182), sino más bien misericordiosamente semejantes a todos. Esa es la fecundidad que también estamos llamados a vivir, en la que tenemos que ejercitar a los chicos a los que queremos educar.

3) Sanar heridas de los abandonados (AL 183). En línea con lo anterior se nos invita a instaurar la cultura del encuentro con quienes son excluidos de la sociedad y prácticamente de la vida. Podemos educar a nuestros chicos en esta fecundidad desde bien pequeños, luchando por la justicia de Dios, que nos quiere a todos sus hijos por igual. Quienes aprenden a hacerse cargo de las vidas de los lejanos como sus propios hermanos fácilmente serán en su momento grandes padres de aquellos que nacen de la expresión de su amor. Aprender a ser hermano de todos es la mejor lección para, algún día, poder ser padre o madre de los suyos. También desde el compromiso con los más desfavorecidos podemos estar educando el amor cristiano de pareja.

4) Dar testimonio de la fe con la propia vida y con las palabras (AL 184). Como lo hiciera Jesús, como lo han hecho tantos cristianos desde los primeros siglos hasta nuestros días, podemos dar vida dando testimonio de nuestra fe con gestos y palabras. En nuestras cada vez más secularizadas sociedades, hablar de Jesús o tomar determinadas opciones explícitamente cristianas puede resultar algo extraño, comprometido o incluso arriesgado. Solo decir que perteneces a grupos de Iglesia o parroquiales, que estudias en un colegio religioso, que vas a misa los domingos o, simplemente, que estás esperando tu tercer o cuarto hijo te puede convertir en ese momento en el centro de miradas, prejuicios, especulaciones que a cualquiera incomoda, porque puede tener consecuencias, y no precisamente positivas.

Aún es posible despertar en los demás el deseo de Dios con nuestros gestos y palabras, atizar un poco los rescoldos de la búsqueda de sentido que tanto expresa nuestra sociedad, para, desde ahí, mostrar el mensaje de profunda libertad y amor sin fronteras que hemos descubierto en Jesús de Nazaret. Hoy, mucho más que en los primeros siglos, tenemos testimonios de miles de cristianos cuyas vidas han llegado a ser eternamente fecundas, no tanto por dar vida, sino por entregar sus vidas por su fe, mártires del siglo XXI. Quizá a nosotros solo se nos pida el martirio diario de nuestra cotidianidad entregada, pero también tenemos que educar para serlo en otros contextos, los que el devenir de los tiempos nos depare.

5) Vivir una castidad fecunda «que engendre hijos espirituales a la Iglesia» 7. Se trata, como dice Francisco, de engrandecer con la castidad la libertad de entregarse a Dios y al mundo, «con la ternura, la misericordia y la cercanía de Cristo». Será mejor dejar a hablar al papa jesuita con la claridad de sus expresiones:

Pero, por favor, una castidad «fecunda», una castidad que engendre hijos espirituales en la Iglesia. La consagrada es madre, debe ser madre y no «solterona». Perdonadme si hablo así, pero es importante esta maternidad en la vida consagrada, esta fecundidad. Que esta alegría de la fecundidad espiritual anime vuestra existencia: sed madres, como figura de María Madre y de la Iglesia Madre.

Cuando, a lo largo de estas páginas, hablemos de defender la vida, no podremos ya decir legítimamente que estemos hablando solo de la vida biológica, de los hijos. Como vemos, la fecundidad para los cristianos es algo mucho más grande, más profundo, más eterno.

4. La verdad

Pocas cosas molestan tanto a los adolescentes y jóvenes como la mentira. Es una especie de resorte común a todos que les hace saltar y por el que se puede perder definitivamente toda la confianza o la amistad ganada durante mucho tiempo, con esfuerzo y tesón. Pareciera que, con los años, vamos aprendiendo a convivir con la mentira; no solo eso, esta puede llegar a formar parte indispensable de la construcción social.

La verdad en el amor es el mejor proyecto educativo que podemos ofrecer a nuestros chicos: conocer y reconocer la verdad de lo que somos y amamos para, en un segundo momento, expresar con el lenguaje verbal y erótico la verdad de lo que sentimos y a lo que nos comprometemos. Esa es la clave de comprensión de las infinitas expresiones de amor que caben en una pareja, con desbordante creatividad y libertad entregada.

La verdad del amor adolescente es precisamente esa: un amor que «adolece» de entrega, definitividad y compromiso. No puede ni debe ser un amor definitivamente entregado y generosamente gratuito, porque no están preparados ni física ni psicológicamente para ello. La verdad del amor joven tiene también sus peculiaridades, como las tiene el amor en períodos de enfermedad física, vivido en la ancianidad o expresado en la discapacidad.

Descubrir la verdad del propio amor es una tarea que nos llevará toda la vida y que requiere un esfuerzo redoblado: por un lado, conocernos y reconocernos en la verdad que soy y que amo, y, por otro, conocer y reconocer la verdad del amor de la pareja. Un mismo canto de amor a dos voces, afinadas, armónicas, acordes, preparadas para expresar –también eróticamente– el amor que les une.

Para trabajar

Es bueno poner experiencia, vida, carne a algunos conceptos que difícilmente pueden comprenderse de otro modo. Hemos visto cómo algo tan maravilloso como es el amor puede presentarse a otros como algo tan desencarnado que contradice en su esencia a aquello que pretende definir 8. Curiosamente, ocurriría lo mismo si recurrimos al Diccionario de la Real Academia para conocer qué es el amor, la vida, la verdad, el tú.

Pongamos como ejemplo a Leola, protagonista de una preciosa novela de Rosa Montero, Historia del rey transparente 9. Esta campesina adolescente del siglo XII, cuando aprende a leer y escribir, decide escribir lo que ella llama el «Libro de todas las palabras», donde va anotando, a modo de estribillo que atraviesa todo el libro, las definiciones de las grandes palabras. Pero, eso sí, unas definiciones diferentes, nacidas de la experiencia y de los afectos. Veamos algunas:

 

El amor: sueño que se sueña con los ojos abiertos. Dios en las entrañas (y que Dios me perdone). Vivir desterrado de ti, instalado en la cabeza, en la respiración, en la piel del otro; y que ese lugar sea el paraíso.

La vida: un relámpago de luz en la eternidad de las tinieblas.

Quizá invitar a escribir el propio «libro de todas las palabras» pueda ser un buen ejercicio para reconocer quiénes somos, qué deseamos fervientemente y qué experiencias nos han marcado el sentido de todas las cosas. Hemos de ser modestos; quizá podemos comenzar con estas que aquí hemos desarrollado –tú, amor, vida, verdad– y, quién sabe, continuar regalando al mundo una palabra, «la mejor de todas», como hizo Nyneve a Leola, haciéndole una recomendación: «Acuérdate de esta palabra, mi Leola. Y, cuando te acuerdes, piensa también un poco en mí».

Es un ejercicio fascinante que suele hacer sufrir y disfrutar al mismo tiempo. Hoy aún recuerdo el rostro de algunos chicos al escuchar algunas palabras. Es gratificante ayudar a otros a sacar su tesoro escondido, presentarlo al mundo y reconocer que es maravilloso. Algunos regalos de alumnos de 1º de Bachillerato:

La verdad: terrible espejo que abre los ojos al mundo, mano invisible que ayuda al honesto y desenmascara al mentiroso. Cubo de agua que despierta al mundo y refresca al sabio (Germán D. C.).

El amor: vivir prescindiendo del suelo. Necesitar la felicidad del otro para conseguir la tuya propia. Confiar y compartirlo todo. El amor son los cimientos de la felicidad (Beatriz A. P.).

Sueño: lugar donde todo vale y todo se puede (Miguel Ángel F. I.).

2

RELACIONES PREMATRIMONIALES.
LA VERDAD DEL AMOR

La propuesta ética cristiana en torno a las relaciones prematrimoniales se basa en ciertas premisas: ni la sexualidad es la única expresión del amor ni el amor en el noviazgo puede ser «puramente espiritual», sin ninguna forma de expresión sexual. El noviazgo es una preparación y un aprendizaje del amor matrimonial, es decir, un amor erótico que se expresa a través del lenguaje sexual con muy diferentes formas de expresión.

El criterio ético fundamental ha de ser precisamente que la sexualidad en el noviazgo debe ser regulada por el crecimiento, la gradualidad en la relación de amor interpersonal de la que es expresión. A partir de aquí cabe preguntarnos: ¿es bueno expresar el amor entre novios a través de un lenguaje sexual completo?

La sexualidad es un lenguaje y, como todo lenguaje, tiene unos códigos propios que comunican diferentes realidades entre las personas, que de este modo dialogan en expresión de amor. Como lenguaje debe expresar fielmente aquello que se es y se desea expresar, pues, de no ser así, sería expresión de un contenido falso. La relación sexual completa, en este caso, debería expresar la verdad de un amor pleno, maduro, total y definitivo, un amor que puede traducirse en «mi proyecto de vida ya no se entiende sin ti y nuestro amor es capaz de renovar la vida del mundo». Utilizar entonces esta expresión del lenguaje sexual cuando apenas deseo expresar un «me gustas», «estoy a gusto contigo», sería mentir a la pareja.

Construir un amor pleno, fiel y definitivo necesita un tiempo para que el enamoramiento inicial de los sentidos pueda llegar a ser el sentido de un amor sin medida, para siempre. Durante ese tiempo, el amor de la pareja también deberá expresarse con el lenguaje sexual, con creatividad y verdad, con discernimiento y gozo, en ese lenguaje secreto que muchas veces solo ellos conocen.

La realidad de nuestros días hace que el noviazgo se haya convertido en un período ciertamente complejo donde los ritmos académicos, profesionales, laborales y, sobre todo, económicos marcan los tiempos de la vida y el amor de pareja. En general podemos decir que el noviazgo es un período eminentemente provisorio, donde el amor es incompleto y está sometido a una decisión posterior que lleve al compromiso definitivo por formar una comunidad de vida y amor. Si ese amor es incompleto, entonces las relaciones sexuales completas no serían veraces.

La propuesta ética cristiana entiende que, cuando el amor llega a ser completo para ambos miembros de la pareja, cuando se comparte la común vocación de entrega definitiva y fiel, entonces ha llegado el momento de hacer pública e institucionalizar la relación. Es el momento de celebrar con toda la comunidad eclesial el sacramento del amor, que muestra al mundo el modo en que Cristo ama a su Iglesia, de expresar eróticamente la plenitud del amor que han decidido entregar para hacer crecer la vida.

No es cuestión de sacralizar partes de nuestro cuerpo; lo que más debemos proteger para que no se rompa es la dignidad de la pareja. Para ello es importante dedicar el tiempo que sea necesario a construir una relación basada en el respeto, la comunicación profunda, la verdad, en todos los niveles, en todos sus lenguajes. De este modo se podrá ir dando forma a un común proyecto de sentido, ahora como pareja y más adelante como familia, que construya desde dentro esta sociedad en el amor.

Nuestra compleja sociedad y las necesidades creadas en nuestra cultura han hecho que, en no pocos casos, este amor llegue como fruta madura a la vida de los novios, pero, por diferentes motivos –que todos podemos imaginar–, resulta imposible celebrar el matrimonio. La decisión está tomada, pero las circunstancias sociales, culturales y económicas obligan a dilatar la puesta en acto de la misma. Son momentos de ineludible discernimiento de pareja, de formar y confrontar las conciencias para hacer lo que, delante de Dios, deban hacer verdadera y responsablemente, con importantes dosis de generosidad y esfuerzo por buscar el bien del otro por encima del propio.

1. Si los dos estamos de acuerdo, ¿qué hay de malo en disfrutar juntos?

«La sexualidad no es un recurso para gratificar o entretener, ya que es un lenguaje interpersonal donde el otro es tomado en serio, con su sagrado e inviolable valor» (AL 151).

La pregunta está planteando de fondo el lugar que ocupa el placer experimentado en la expresión sexual del amor en la relación de pareja. Desde un principio hemos comprendido la expresión sexual como un lenguaje, dejando a un lado el placer inherente que conlleva. El placer que se alcanza con la sexualidad es uno de los grandes descubrimientos adolescentes que necesita, más que otras cuestiones, de acompañamiento sano y maduro. En la mayoría de los casos, quienes inician y acompañan a los chicos en sus primeras experiencias sexuales son otros chicos con semejante madurez y confusión, en el mejor de los casos.

La experiencia sexual, aunque consentida, que se vive como una mera gratificación personal sitúa a la pareja en el mismo lugar que esas otras gratificaciones placenteras que tenemos hoy tan accesibles. Es decir, convierten a la pareja en un objeto más entre los que producen placer, negándole su intrínseca dignidad de ser sujeto que me sostiene en el ser, constituido de mi misma naturaleza, que me sostiene y me pone límites. Ya no es el «tú» que se me ha regalado, sino «esta» o «este» que me pertenece («carne de mi carne y hueso de mis huesos», Gn 2,23), para mí, para mi placer. Y del mismo modo yo me convierto en ese mismo objeto de placer para mi pareja. «Los dos estamos de acuerdo», efectivamente, en utilizarnos, aunque, eso sí, consentidamente.

Pero la propuesta ética cristiana para dotar de sentido la vida y el amor está definitivamente lejos de toda utilización y cosificación de nadie. No está lejos del placer, como muchos pretenden hacer ver, sino de convertirnos en objetos, ya sea para el placer de los demás o para cualquier otra finalidad, esté o no legitimada socialmente.

La sociedad puede ir integrando más o menos pacíficamente muchas prácticas que responden a la plena libertad y autonomía de las personas, cumplen rigurosamente el marco legal –que tampoco debe inmiscuirse en la intimidad de las relaciones personales consentidas entre mayores de edad– y no vulneran ningún principio bioético. Sin embargo, la propuesta ética cristiana no busca simplemente estar sano y ser libre para hacer lo que se quiera y se pueda. Es una propuesta de vida buena, capaz de dotar de sentido a todo lo que somos y hacemos, aunque ello conlleve, en no pocos casos, ciertas renuncias, esfuerzos y sufrimientos. Así es la vida en todo aquello que realmente importa, en aquello por lo que luchamos; en definitiva, así es en todo aquello que más amamos.

Una aclaración necesaria. Damos por hecho que las relaciones sexuales son, en todo caso, libremente aceptadas, consentidas y exquisitamente respetuosas con la dignidad y la integridad de las personas. Toda otra relación que faltara a cualquiera de estas premisas quedaría fuera no solo del concepto de amor cristiano –del que sería su antítesis–, sino también de cualquier atisbo de amor humano. No es no. Y el silencio tampoco tiene por qué significar un sí, pues no son pocos los adolescentes y jóvenes que expresan sus experiencias, no siempre deseadas o consentidas, de tener relaciones sexuales por miedo a que su negativa sea malinterpretada por la pareja. Es evidente que la comunicación entre ambos necesita seguir creciendo en estos casos, que ambos deben seguir madurando en el autoconocimiento y en la comprensión profunda de la realidad y el bien de otro. Esto pone de manifiesto que su amor no es pleno y que, como tal, tampoco debe expresarse aún plenamente.

2. Si nos queremos, ¿por qué esperar?

En efecto, esta pregunta habría que hacérsela a la sociedad actual, que ha hecho del matrimonio un acto social que conlleva unos gastos solo asumibles por parejas con empleos estables y razonablemente remunerados. Pero no evitemos la pregunta, que, a todas luces, resulta coherente con el sentir de tantos jóvenes.

«Si nos queremos»: debemos discernir el contenido profundo de ese cariño, las responsabilidades que se quieren asumir como pareja, el deseo de fidelidad y definitividad de ese amor. Y entonces estaremos en condiciones de preguntarnos honestamente: «¿Por qué esperar?».

En el discernimiento de pareja tendrán que estar presentes múltiples factores, como hemos visto desde el comienzo, partiendo de la verdad de cada uno y la verdad de su amor, en coherencia con la verdad que se desea expresar eróticamente. Pero, además de eso, tendrán que plantearse el motivo de la demora de la institucionalización –sacramental o no– de ese amor. Es el momento de discernir también la verdad de las formas sociales, de su propia fe –si optan por el matrimonio sacramental–, del sentido de la espera, del valor del testimonio. De nuevo, el valor inviolable de la conciencia como última –que no única– norma de moralidad.

Como veremos en los datos a continuación, un buen número de parejas jóvenes dan un valor en sí mismo a la convivencia previa al matrimonio. Entiendo que, de fondo, lo que se desea expresar es la necesidad de un conocimiento profundo de la persona con quien se está planteando compartir un proyecto de vida juntos, una familia. También, cómo no, conocerse más y mejor a uno mismo en esa misma convivencia. Hemos afirmado desde un principio que el conocimiento personal y mutuo es premisa inexcusable para el crecimiento en el amor, propio del tiempo de noviazgo. Así, llegados al momento de constatar el deseo de formar una comunidad de vida y amor para siempre que no puede sellarse sacramentalmente de forma temporal, ¿es realmente necesaria la expresión erótica del amor pleno y definitivo para el discernimiento de las compatibilidades o incompatibilidades personales? De nuevo la veracidad en la relación, la honestidad con uno mismo y con la pareja.

Para pensar

No hay nada que nos haga pensar más que los datos de la realidad de los chicos de nuestros días. Es fácil encontrar datos suficientemente actualizados y con independencia de los grandes poderes sociales, especialmente interesados en intervenir en estas cuestiones. El último estudio realizado por el INE fue en 2003, por lo que los datos arrojados corresponderían prácticamente a alguna generación pasada, no a nuestros jóvenes de hoy. Para elegir entre actualidad, representatividad e independencia optaremos por la actualidad, reconociendo los límites de los estudios según las entidades financiadoras 10:

 

Media de edad en que tuvieron la primera relación sexual: 17,7 años. Parece que las mujeres son más precoces que los varones, de tal forma que la edad media de inicio en las chicas de 15 a 19 años es de 16,29 años, tres años antes de la edad en la que se iniciaron las que tienen entre 40 y 44 años.

Si miramos nuestras aulas, podemos pensar que el porcentaje de adolescentes y jóvenes que han tenido relaciones sexuales alguna vez es significativamente elevado: entre las chicas menores 17 años, el 55,5 % ya ha tenido relaciones sexuales, y el 93,8 % de las menores de 21 años; entre los chicos, los porcentajes bajan ligeramente, el 48,5 % de los menores de 17 años, y el 91,2 % de los menores de 21 años.

Dado que la edad media de contraer matrimonio en España está muy cerca ya de los 30 años, no es difícil pensar que prácticamente la totalidad de los jóvenes que llegan al sacramento lo hacen habiendo tenido ya relaciones sexuales o incluso un tiempo de convivencia previo más o menos prolongado.

Si los datos reales nos hacen deducir esta conclusión, también los deseos y las expectativas de nuestros jóvenes son concordantes con ello 11: el 31,8 % de los jóvenes entre 15 y 24 años piensa casarse, pero conviviendo antes con su pareja; apenas un 7,4 % piensa casarse sin convivencia previa. El motivo que ofrecen para ello es, mayoritariamente, por «probar primero cómo es la convivencia diaria» (un 31,5 %), y un porcentaje nada desdeñable, el 26,6 %, niega la necesidad de que el Estado «certifique una relación». En realidad, solo el 7,6 % afirma no casarse por no tener dinero para pagar la boda.

La propuesta ética cristiana, o bien no es comprendida en su profundidad por los jóvenes de hoy, o bien no está suficientemente integrada con las circunstancias sociales, culturales o sencillamente laborales de nuestro medio.

Habremos de redoblar nuestros esfuerzos pastorales por mostrar el tesoro escondido de la propuesta en toda su belleza y, al mismo tiempo, hacerla posible, alcanzable y comprensible para todos, sin crear fardos morales que no pueden sobrellevarse sanamente.

Para entender

Quizá en palabras de Benedicto XVI puede sintetizarse lo que hasta el momento hemos querido expresar. En septiembre de 2011 se dirigió en estos términos a un numeroso grupo de parejas de novios reunidas en la plaza del Plebiscito de Ancona (Italia):

Vivid con intensidad, gradualidad y verdad este camino. ¡No renunciéis a perseguir un ideal alto de amor, reflejo y testimonio del amor de Dios! [...] No olvidéis, además, que, para ser auténtico, también el amor requiere un camino de maduración: a partir de la atracción inicial y del «sentirse bien» con el otro, educaos a «querer bien» al otro, a «querer el bien» del otro [...]

Educaos, por tanto, desde ahora en la libertad de la fidelidad, que lleva a custodiarse mutuamente, hasta vivir el uno para el otro [...]

Quemar etapas acaba por «quemar» el amor, que, en cambio, necesita respetar los tiempos y la gradualidad en las expresiones; necesita dar espacio a Cristo, que es capaz de hacer un amor humano fiel, feliz e indisoluble.

Un buen resumen para nuestras largas palabras: intensidad, gradualidad y verdad. Ese es el sentido del noviazgo, el crecimiento del amor, gradualmente expresado con verdad y vivido intensamente, como solo saben vivir los jóvenes aquello que realmente les importa.

Para trabajar

En 2015, la productora Dos Cincuenta y Nueve Film realizó para la organización Soy Amante su segundo vídeo promocional, con el objetivo de promocionar el «amor verdadero» con materiales audiovisuales. El juego de palabras «amor/amantes», vinculado a valores tales como el sacrificio, la paciencia y la lealtad, ofrece como resultado un atractivo vídeo que muy pronto se hizo viral en las redes, ampliamente compartido por cristianos y no cristianos, donde la espera, contraculturalmente, aparece como un valor. Vídeo Amantes II: Quiero hacer el amor contigo, pero antes... (en https://www.youtube.com/watch?v=_E5Tddg3mq0).

El vídeo comienza con una frase provocadora: «Quiero hacer el amor contigo...», a la que suceden frases que oímos recurrentemente entre quienes están enamorados, grandes y pequeños: «No imaginas cuánto me gustas, me gusta tu sonrisa, tu forma de vestir, me quedo sin palabras cada vez que te veo...».

Y rápidamente nos golpea el centro del mensaje: «Quiero hacer el amor contigo, pero antes...». Es ahí donde se nos invita a pensar qué es aquello realmente importante que deseamos compartir y que signifique el compromiso de comprender una vida juntos. Algunos ejemplos:

Quiero que tengamos una canción favorita, andar juntos miles de kilómetros, ir al cine contigo y conseguir que bailes conmigo. [...] Quiero conocerte mejor, saber qué es lo que te apasiona, conocer tus preocupaciones y saber con qué sueñas. [...] Necesito que me prometas que seré la única, que nunca te cansarás de mí y que siempre estarás a mi lado. [...] Quiero que me muestres mil veces que me quieres, sentirme segura en tus brazos y ver a nuestros futuros hijos en tus ojos, necesito saber que me cuidarás cuando esté enferma y que lucharás cada día por hacerme feliz.

A continuación, una apreciación terminológica: «Amantes son los que se aman», no los que se utilizan, los que pactan el placer, los que se divierten juntos. Y presenta una sencilla definición de quienes se aman: «Quiero mi vida con la tuya, quiero tu vida con la mía. [...] Esperar es amar... solo contigo, siempre contigo... siempre. Amantes son los que esperan».

Una sencilla forma de invitar a la reflexión sobre qué es aquello que uno espera de una relación que nos haga soñar con un proyecto de vida para siempre, capaz de hacernos plenamente felices.

No hay más que completar la frase: «Quiero hacer el amor contigo, pero antes...».

Para orar

El texto que nos invita a orar, en este caso, es bien sencillo: acercarnos al proyecto de Dios en su creación del ser humano y poner ante él la realidad de ese sustento que nos sostiene y confronta, que nos posibilita y nos limita al mismo tiempo, el otro, el tú, la pareja, llamada a ser una sola carne en el amor, un proyecto para toda una vida.

Se dijo luego Yahvé Dios:

–No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada.

El hombre puso nombre a todos los ganados, a las aves [...]; mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada.

Entonces este exclamó:

–Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada.

Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne (Gn 2,18.20.23-24).

Yahvé Dios llamó al hombre y le dijo:

–¿Dónde estás?

Dijo el hombre:

–La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí (Gn 3,9.12).

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