Venus mujer: viaje a los orígenes

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29 Kati: significa “luna” en lengua arawak.

30 Allqu, Alqu o Alcu, significa en lengua quechua: perro o perra.

31 Milico: término despectivo para denominar a una persona que forma parte de alguna de las fuerzas de seguridad del Estado en la Argentina, especialmente militares y policías.

32 Buenos Aires debe su nombre a una Virgen sarda llamada Bonaira, Virgen del Buen Aire, originaria de la ciudad de Cagliari, Italia. Don Pedro de Mendoza, influenciado por dos sacerdotes devotos de la virgen, decidió honrarla otorgándole su nombre a la ciudad por él fundada. Por ese motivo Buenos Aires fue llamada “Puerto de Nuestra Señora Santa María del Buen Aire”.

ii

Un atardecer frío de verano hace 11.000 años AP cerca de las cuevas de Tsodilo en el desierto de Kalahari –hoy Botsuana– a 10 años del deshielo total.33

LA MARCA EN LA FRENTE

Miré cómo el kau!34 caía en la trampa de palos, atraído por el penetrante olor, su sentido del olfato lo había traicionado.

¡Kóro,35 no te olvides del lagarto que va a ser parte de la cena! –le gritó su tío U’we36 riendo mientras volvía con paso firme al poblado.

Esta vez no se lo entregaría a U’we, para que lo matase y le comiera la cola. Yo lo quería para jugar. A mi tío le precedía la fama de buen cazador, de su astucia y respeto ante la presa, pero este lagarto no sumaba nada importante en su largo historial.

Él, como nadie, conocía las diferentes huellas de los animales, además identificaba qué animal la había hecho, la edad, el peso y hasta el sexo. También por ciertos detalles, como, por ejemplo, una telaraña rasgada, la inclinación que había tomado una hoja de pasto luego de ser pisoteada y el tiempo que tardaba en volver a su posición natural, o si todavía la huella conservaba el polvo de la pisada original, parecían datos suficientes para que él los procesara e indicara si era un animal u otro, sus características y cuándo había pasado por ese lugar.

Se había transformado en una leyenda para muchos, desde aquella vez que estuvo inmóvil durante tres días y tres noches esperando que un Poho37 que había sido derrotado y apartado por la manada, se acercase a él. Era tal el grado de adaptación con el entorno que tenía la habilidad de confundirse con el paisaje. Aquella vez, a pesar del refinado olfato del animal, logró que se aproximase a comer de un verde arbusto húmedo que había dejado junto a él, ni el destello delator de sus ojos, ni la tensión muscular del cazador ante la presa, habían espantado al animal. Él contaba con orgullo, pero también con un dejo de tristeza, que al sentir la respiración del Poho en su rostro pidió, en silencio, permiso a los espíritus primero para su protección y segundo para matar al animal. Quizás fue el brillo especial de los ojos globosos del animal que lo autorizaron, y sin más que pensar, con un movimiento rápido lo hirió con un poderoso golpe de lanza en el cuello. La bestia, como siguiendo el ritual, apenas forcejeó. Fue tan certero el golpe que se desplomó con todo su peso levantando el polvo del suelo que le daría el reposo final. U’we miró sus profundos ojos negros y vio pasar paisajes y danzas que el animal había vivido en otras vidas antes de ser ese infausto Poho. De cuclillas, con respeto y compasión acompañó la agonía y el último resuello del imponente animal, ayudándolo en el pasaje a otro universo natural.

Esa quizás fue una de esas historias que me mostró la profundidad del espíritu de un cazador. De alguna manera, yo buscaba imitarlo.

Ese día, el calor no me molestaba, a pesar del tiempo que llevaba quieto y escondido junto a una //hoba38 mascando lentamente un trocito de su tallo. Armé nuevamente la trampa, que tenía larga historia de caza. Despejé el agujero en su parte superior para permitir el paso limpio de la próxima víctima. El objetivo era atraer a otro lagarto a la trampilla de palos, este solía merodear la lomada, lo reconocía por cómo arrastraba una de sus patas. De alguna manera, admiraba en especial a este animal, sabía de su inteligencia para eludir trampas, había puesto mucho empeño para cazarlo. Era necesario que cayera dentro, a través del hueco atraído por el olor de un puñado de malolientes larvas de termitas. La espera fue en vano, el lagarto apenas percibió mi presencia ignoró la carnada y huyó con su tranco característico.

Mi vida, como la de todo niño de la aldea, transcurría alrededor de juegos, relatos y danzas. Pero la caza, en particular, era mi mayor pasión. Sabía que mi tío pronto me llevaría con él y los otros niños de la aldea a rastrear alguna manada importante. Ansiaba descubrir las sensaciones de un cazador. Percibir con respeto, con mi propio ser el dolor de las heridas del animal apresado. Quería estar cerca de su piel, de su tensa musculatura y sentir por su cuerpo vital de presa el recorrido galopante de su sangre; esto sumado a la emoción del peligro, convertía a la caza en algo más que una aventura. Lo sentía como una experiencia espiritual tal cual nos había enseñado mi madre durante largas noches de historias y cantos.

Mi madre, cuyo nombre era !Gä, en referencia al color rojo de su pelo, nos reunía en noches iluminadas con la hoguera central de la aldea y nos relataba en tono ceremonial historias impregnadas del maravilloso, peculiar y conmovedor sentido de humanidad que debemos cultivar, donde lo fraternal une a animales, plantas, cosas y humanos. Donde las estrellas, la luna y el sol juegan a ser dioses sin ser omnipotentes, permitiéndole a la vida buscar sus diversos caminos, al ser la muerte de cualquier ser viviente un pasaje más de la larga cadena de la historia de la existencia.

En el medio de esos relatos era bastante común que ejerciera su paciente autoridad para reprendernos.

—¡Kóro, no te distraigas, escucha atentamente el relato de la humanidad! –repetía con aires de autoridad–. Comprenderás mucho de nuestros actos, tendrás claridad al observar a la mantis39 cuando se enfrenta irguiendo sus patas ante cualquier enemigo, sentirás en tu piel por qué el león atrapa a un venado sabiendo que alguna vez en otra vida también fue presa, entenderás por qué la liebre tiene el labio partido y es tan veloz. Estos conocimientos, Kóro, te harán mejor cazador, pero lo más importante, mejor persona.

Este argumento, aunque sabio, era repetido una y otra vez, hasta que las palabras tomaban su verdadero sentido. A pesar de lo reiterado, siempre sus dichos me provocaban diferentes sensaciones, que venían a mi memoria cuando compartía danzas y cantos, cuando capturaba, más con astucia que con armas, a pequeños lagartos y aves. La danza y la caza, de manera gradual, se transformaban en cuestiones vitales de mi vida. Si bailaba tenía nuevas sensaciones, sentía que me llenaba de energía, que me transformaba en pleno salto en una gacela o si me arrastraba en ritmos sinuosos me sentía como una serpiente poderosa. A veces me preguntaba qué había sido antes, en otra vida, ¿un avestruz hecho con plumas y viento o quizás una minúscula larva que tarde o temprano se convertiría en alimento o en una hermosa mariposa dueña de los aires y de los colores? Presentía –en el fondo lo anhelaba– haber sido un animal importante. Quizás un león poderoso ávido de carne fresca y latiente o un diligente lobo amaestrado que junto al cazador buscaba la presa y la acorralaba en su destino de muerte. Esas imágenes mentales y mi alocada imaginación asaltaban siempre mi cabeza afiebrada de ideas y fantasías. Me reconfortaba pensar que sería reconocido como un importante cazador, respetuoso de mis hermanos animales, querido y admirado por mi pueblo.

Como pasaba a menudo, cuando mis pensamientos caían en cascada, haciéndome olvidar el espacio y el tiempo, anunciaban que algo, quizás apenas perceptible, pero importante, estaba por suceder. Presentía.

Aquella mañana, la brisa se detuvo. La naturaleza bajó su rápida inercia y comenzó a expresarse de forma extraña. Me parecía que el tiempo no existía, que era un viaje muy largo y recién lo comenzaba, solo algunas cosas y seres de manera exigua mostraban señales de vida, quizás, aunque ahora inertes habían sido personas, animales o plantas en otros tiempos. Miré la roca donde estaba apoyado. Acaricié con mis manos su redondez, reconfortado por la suavidad que transmitía. El sol se reflejaba en su parte superior. Abajo, en su sombra, quieto, me repetía: “Si no me muevo, no existo”. Un pequeño escarabajo distrajo mis delirios. Respiré para alimentar mi espíritu y sentí que otra vez viajaba despierto. El reflejo del sol en la piedra se dividió, una parte comenzó a caer hacia un lado, dando una nueva sombra que recorrió la arena junto a la piedra. Pensé, es otro sueño, otra sombra que juega conmigo. Pero la naturaleza despertó. Un grupo de aves alzaron vuelo a puro graznido, el viejo lobo40 de Kóro aulló lejos, detrás de la aldea, su sonido era más agudo y lastimoso. El extraño viento frío provocó un remolino repentino alrededor de mí que me hizo perder el contacto con el suelo, hasta caer y golpear con el rostro, mordiendo la tierra.

El sol me cegó por un instante, pero al final de un breve parpadeo ya se había nublado, alcé la vista y divisé ya lejos la bandada de grullas azules41 trazando una desordenada línea en el horizonte. Algo aturdido, eché una mirada al cielo y allí encontré el enigma a tanta rareza momentánea. Había otro sol y se movía velozmente. Me derrumbé de rodillas y atiné a taparme los ojos con mis manos. “¿Otro sol…?”, le pregunté al aire. Volví a mirar su intensa luz y observé tembloroso cómo se alejaba dejando una estela de fuego lejos, muy lejos, hasta caer detrás del horizonte.

 

Comprendí al recordar repetidos relatos de !Gä y grité con desesperación: “¡Gaunu…,42 es ¡Gaunu, la gran estrella, un gran hechicero ha muerto, su corazón se ha caído, allá detrás del gran pozo de agua. Es la señal…, es la señal”, dije esta vez en un susurro.

Me quedé tieso durante un infinito momento. ¿Era real o había tenido una de esas extrañas visiones? Sin pensarlo más, me levanté y giré sobre mis pies descalzos, tomé mi morral y eché a correr hacia la aldea, desgarrando mi taparrabo de tanto apuro.

Irrumpí, para sorpresa de todos, con desparpajo y sin respeto en la choza. El olor a incienso era fuerte y fue la primera barrera a mi angustia. El jadeo no me dejaba emitir una palabra. Apoyé mis manos sobre las rodillas, trataba de recuperarme. Un gemido llamó mi atención, me quedé atónito, cuando descubrí que en un rincón había un bebé recién nacido.

—Es una niña –murmuraba mi madre a las ancianas. –Por un momento, la alegría, invadió mi ser y olvidé al sol caído y pensé: “¡Una hermana...!”. !Gä, mi madre, bañada en sudor, sentada en la esterilla junto a dos matronas, dibujaba sonrisas en su rostro y las regaba con lágrimas de ternura.

Como de soslayo me miró y con su suave voz me dijo:

—Su nombre es //Auru,43 es tu hermana. –La contemplé un momento y me pareció ver cómo su sombra jugueteaba con ella. Debía ser el cuero de la puerta que se movía por el viento, pero la sombra tuvo un giro curioso, como si tuviese vida propia. Fue en ese instante cuando tuve un mareo, quizás las fuertes emociones, mis torpes pies o la suma de todos ellos, me hicieron perder el equilibrio y caí de bruces junto a la pequeña. Levanté la cabeza y observé su moreno rostro. Algo en ella me llamó la atención, tenía una marca en la frente como una gota con una larga cola. Enmudecí.

Cuando me disponía a contar lo sucedido, una sombra cubrió aquella escena. Todos voltearon para mirarla. Era ≠Giri, la chamán, imponente y bella, con sus pechos elevados, sus caderas bien pronunciadas y sus glúteos prominentes. Era hermosa, respetada por muchos y deseada por todos en la aldea. Se acercó a la niña nacida y la revisó detenidamente, luego volteó su rostro y me dijo:

—La señal ha llegado, ha dejado su marca en la niña y en ti, Kóro, la imagen de un viejo cielo. Hay que preparar el viaje, tenemos tiempo, dentro de diez inviernos será la partida, hay que traerlas a “ellas” de nuevo a nuestra tierra.

Lo último que vi esa noche fue a mi pequeña hermana y a su sombra inquieta; a pesar de lo extraño de la situación no me parecía tan raro después de todo lo sucedido ese día. Cerré los ojos y me dormí en la negrura tibia y acogedora.

Al día siguiente, empecé a procesar mi visión del día anterior; ¿en realidad había sucedido? Comprendí que solo la chamán y yo habíamos sentido la presencia del sol en movimiento, esa visión tenía un valor espiritual, podía ser una vivencia de otro tiempo o de un viejo cielo, quizás de nuestros ancestros, como había dejado entender ≠Giri. Recordé un antiguo relato que la madre de mi madre le había contado y que ella durante muchas noches, especialmente en los crudos inviernos, relataba. Se trataba de una historia, de esas de la primera humanidad, donde otro sol44 había caído desprendido del corazón de un gran chamán que había muerto, lo que ocasionó años de oscuridad y hambruna. Fue un tiempo tallado por la aridez y escasez de animales y plantas comestibles, lo que produjo la huida desesperada de gran parte de la gente con la esperanza de hallar nuevos lugares donde vivir.

Fue la repentina aparición de mi tío lo que me sacó de mis pensamientos; su llegada junto a una cría de loba famélica con un extraño pelaje dorado45 que había sido abandonada por unos viajeros nómades que habitaban más allá del gran desierto. En el futuro la iba a alimentar y a cuidar, como un miembro más de nosotros, él la llamó Motsu,46 y desde entonces se convertiría en la guardiana y compañía de mi hermana //Auru.

Mi tío, con su caminar erguido, haciéndose cargo de la situación, tomó mi mano y junto con mi mamá, //Auru y la cría de loba que corría a los tropiezos, tomamos el camino largo, pero seguro, hacia las montañas de los dioses en Tsodilo; esta vez el propósito era claro, había que llenarse de energía de los antiguos espíritus para iniciar el gran viaje. Fue por entonces cuando surgió esa frase tan repetida en muchos relatos:

“Es tiempo de traer a ‘ellas’, nuestras madres, de regreso a casa…”.

33 La última fase de enfriamiento climático se denominó Younger Dryas de la Edad de Hielo, terminó de forma repentina hace 11.400 años y en solo una década produjo un deshielo generalizado.

34 Lagarto Agama o stellio ( khau o kau! en lengua khoisánida) es un reptil de la familia Agamidae propio del África subsahariana, llamado también agama estrellado. Posee el cuerpo aplastado sin cresta dorsal.

35 U´we (/xue) significa “luna” en lengua khoisánida, cuyo significado remite a un ser masculino que “crea las cosas”.

36 Kóro: en lengua khoisánida significa chacal (Canis mesomelas)

37 Poho (en lengua africana seshoto) es el nombre vulgar de un Bos primigenius de origen africano, según nuevos hallazgos fósiles, son los ancestros de los toros de Lidia, que se movían en manadas de miles de animales, que por los desplazamientos estacionales ocupaban ambientes tanto del sur como del norte de África. Poseían un cuerpo robusto y espalda gibosa. Su color era oscuro y pesaban algo más que una tonelada. Su cornamenta, usada para la defensa, sobrepasaba el metro de largo con una base de 15 cm de diámetro.

38 La planta Hoodia ordonii, conocida vulgarmente como //hoba, por la gente del sur de África, es de la familia de las Asclepiadáceas. Es endémica de la región del Kalahari, tiene la capacidad de retener el agua para su sobrevivencia. La población /Xam la utiliza para afrontar largos viajes de caza en el desierto, donde comen pequeños fragmentos reduciendo el apetito, dado que copia el efecto de la glucosa sobre las células nerviosas del cerebro.

39 La mantis africana (Sphodromantis lineola) es usada como mascota en el África Subsahariana, es admirada por sus técnicas de caza, por la velocidad de sus patas y la capacidad de movimiento de su cabeza y grandes ojos. Los /xam la consideran como un dios, como a la luna y al sol. La mantis religiosa toma varios nombres de acuerdo a la lengua, en sesotho: es nombrada Rapela mantis, en suajili la denominan kuomba vunjajungu y es llamada isithwalambiza en lengua zulú. A pesar de ser un pequeño insecto es respetado por la mayoría de los nativos del sur de África.

40 Según algunos estudios se calcula que en esa época ya se había producido la divergencia del antecesor común entre el lobo y el perro. Las culturas prehispánicas poseían tradiciones donde el perro tenía un uso y valor religiosos similar: entidad asociada al origen de la humanidad, también como símbolo de la muerte y como animal de ofrenda en actos ceremoniales y funerarios. Ya en la prehistoria se lo utilizaba como animal de defensa y de aviso, pero además como alimento y abrigo en los largos inviernos, para transporte de pertenencias y como compañía de vivos y muertos. Algunas culturas asociaban a sus largos ladridos y aullidos con la aparición de tormentas y de lluvia.

41 La grulla azul (Antropoides Paradise) habita en el árido sudafricano, aparece solo en los períodos de lluvias. En los mitos /xam es considerada hermana de la mantis.

42 ! Gaunu, la gran estrella protagonista de relatos de bosquimanos. Los especímenes de Bushman Folklore es un libro escrito por el lingüista Wilhelm H. I. Bleek y Lucy C. Lloyd, publicado en 1911. El Libro de ochenta y siete leyendas Bushman, mitos y otras historias tradicionales registra los relatos extraídos de entrevistas realizadas a cinco bosquimanos, | A !kungta;| | Kabbo; Dia! Kwain; !Kweiten ta || ken y |Hang? kasso (la puntuación y otras marcas representan varios clics), que más tarde se tradujeron por el Dr. Bleek en inglés y en otros idiomas para ser conocidas por todo el mundo.

43 //Auru,! kwi k’^mm, significa en lengua khoisánida “persona con la que, al soñar con ella, tenemos éxito”.

44 Hace 12.900 años, según el método de datación por carbono calibrado, cayó una lluvia de cometas. El gran impacto dio comienzo al período frío denominado Dryas Reciente . Al cometa principal se lo denominó Clovis, nombre que hace referencia a la población que habitaba en el hemisferio norte del continente americano. Los restos arqueológicos de los Clovis se extendieron desde Canadá hasta México.

45 Se hace referencia al lobo dorado africano (Canis anthus) que es una especie de la familia de los cánidos que incluye a lobos, chacales y coyotes, descubierta en los últimos 150 años. África también es hogar de otras dos especies de lobo: el lobo gris y el lobo etíope. Habita en llanuras y zonas esteparias semidesérticas. Es un animal territorial y cazador que posee una dieta amplia, variada y oportunista, predando sobre todo invertebrados, reptiles, aves y mamíferos de distintos tamaños.

46 Motsu significa ”flecha”, en sesotho, lengua africana hablada en el África Austral.

iii

AURITA, ALGO MÁS QUE UNA PERRA

En Caracas, solo fueron unas cuantas vivencias, pero importantes para decisiones futuras. Allí conocería a mi nueva compañía de cuatro patas. Una tarde, cuando el sol estaba en el cenit, apareció frente a la puerta de nuestra casa una mujer. Estaba parada inmóvil, sin pestañar siquiera, pero a pesar del velo de misterio que la rodeaba, esbozaba una sonrisa que le daba luz interior a su rostro. Era no vidente, pero pronto descubriría que esa situación era apenas un detalle de su ser.

—Hola, soy… como verás, mawitiw.47 En ese momento pensé que era su nombre. Y le contesté, algo tímida:

—Y el mío es… –No alcancé a pronunciarlo que al instante ella, sin soltar palabra, lanzó una graciosa risotada. Más adelante me enteraría que en lengua arawak de la región de donde provenía, a las personas ciegas las denominaban ma-witi-w. Era una dama de edad avanzada, de un porte alegre y sereno. La observé con detenimiento y noté que traía algo envuelto en una pequeña manta. Esto despertó mi curiosidad. Me tomó suavemente de la cabeza, acercó su rostro y me olió profundo. Casi de inmediato brotó una sonrisa en su rostro, sentí por su expresión que mi aroma había detonado algo en ella, quizás algún recuerdo.

Movió la cabeza hacia ambos lados y me preguntó:

—No hay duda, reconocería esa fragancia entre miles de personas, tú eres la nieta de Atabey.

—Sí –dije con orgullo y mucha sorpresa.

—Yo fui amiga de tu abuela. Ciba48 es mi nombre. Sabía que venías y te traje algo muy importante de regalo: una perra... una compañera –dijo, mientras desenvolvía la mantita y se asomaba un pequeño hocico negro.

 

Quedé perpleja de alegría sin atinar a contestar nada.

Se inclinó un poco y me dijo:

—Y bueno… dime ahora, ¿cuál es tu nombre… pequeña?

—Me llamo Venus –contesté algo apurada, concentrada solo en apretar con mis brazos a la perrita.

—Bello nombre –respondió rápido y siguió diciendo–: Humm… Por el ritmo de tu respiración percibo que la perra te gusta. Bueno, si hay conexión pueden pertenecerse. Pero necesito pedirte que hagas tres cosas y debes asegurarme que las cumplirás.

Asentí apenas con la cabeza, con algunas dudas de lo que me pediría.

—La primera es que tienes que darme tu palabra de que cuidarás de ella y de su descendencia. La segunda es que debes prometerme que a ella y a sus crías, si las tiene, les pondrás un nombre en arahuaco, la lengua original de nuestros ancestros. Y la tercera, ella es especial, detecta tanto las vibraciones malas como las buenas, por ello debes hacerles caso siempre a sus instintos.

Era tal la emoción de tener una perrita que le dije que sí, sin avizorar el compromiso que asumía. La tomé con mis manos y la pequeña, algo temblorosa, me miró a los ojos por un momento infinito, desde ese instante desarrollé una conexión especial con ese animal, no paraba de darme lengüetazos rápidos y gemidos lastimosos.

Solo atiné a decirle a la señora:

—¿Qué nombre le pongo? Yo tuve una perra allá donde vivía, pero...

Ella tanteó mi hombro y me sugirió:

Áuri, esta se debe llamar así –afirmó con seguridad, asintiendo con la cabeza. Y girando sobre sí, tanteó el marco de la puerta y se marchó en silencio por la estrecha vereda. En ese momento no imaginé que nunca más la vería por el resto de mi vida… Por lo menos tal como la había conocido.

Áuri, Áuri –repetía. El nombre me sonaba musical. En ese instante me invadió un fuerte presentimiento sobre algo profundo y lejano que no podía entender ni explicar. Quedé emocionada, sentía la necesidad de abrazarla y consentirla, de jugar con ella todo el tiempo. Estaba claro que tanto mi corazón como su espíritu vivaz se hacían falta uno al otro. Ese día, me había jurado que siempre iba a estar acompañada durante mi vida por un perro o un animal, dentro de mí pasaba algo especial con ellos. Áuri era de raza Basenji,49 perros que, además de ser muy juguetones y guardianes, tienen la particularidad de no ladrar, emiten como un aullido lastimero y disfónico que suena por lo menos extraño, a veces es como si murmuraran algo, pero muy agudo. Yo amaba a esa perra, era de color castaño, de pechera clara y tenía las puntas de las patas de color blanco imitando unas botitas. Su cola daba dos vueltas sobre sí misma y siempre tenía las orejas paradas como atenta a lo que pasaba a su alrededor. A pesar de que yo la sentía propia, la primera conexión afectiva que tuvo fue con su madre Kati, la seguía por cielo y por tierra.

A la noche, un poco triste por el sentimiento de desafecto de Áuri hacia mí –quizás marcado por los celos–, la escuché a mi madre hablar con la perra mientras acariciaba su cabeza. La cachorra mantenía su mirada fija sobre ella. Se hizo un silencio, y sin esperar semejante reacción salió corriendo hasta encontrarme y llenarme de lengüetazos cariñosos. Desde ese día, siempre la sentí muy apegada a mí. Tenía una inteligencia especial, era muy perspicaz, sus ojos siempre estaban atentos a mis pensamientos y sensaciones, como si supiese qué iba a hacer. Ella se adelantaba a mis juegos, esto me causaba mucha gracia y la mayoría de las veces terminábamos en el piso, revolcadas y llenas de tierra. En las noches dormíamos abrazadas, su presencia me transmitía un sosiego y una paz muy gratificantes, me sentía feliz y segura junto a ella. El nombre Áuri no me disgustaba, pero decidí llamarla Aurita, por lo pequeña y vivaz en sus reacciones, cambiando apenas un poquito el nombre solicitado por la misteriosa señora que me la había obsequiado.

Tiempo después mi madre me contaría una particularidad de Ciba, la anciana que nos había visitado esa tórrida tarde, era una Opia50 descendiente de un largo linaje bohíque51 con un vasto conocimiento de la farmacopea primitiva. Se decía que curaba enfermos a partir de prácticas rituales muy arcanas. Un dato que en el futuro sería una punta más del ovillo de mi vida.

Mi estancia en la ciudad de Caracas duró solo dos años. Me gustaba recorrer todo el vecindario con Aurita buscando alguna aventura. El parque abandonado se convirtió en nuestro lugar. Correr, saltar y trepar esos gigantescos árboles se volvió una cotidianeidad. Cuando el sol se ponía y comenzaba a oscurecer, al costado del camino siempre aparecían unas aves muy especiales, los atajacaminos o guácharos,52 que pasaban volando veloces junto a nosotros como señalándonos la dirección para seguir, hasta posarse más adelante junto a la calle. Al quedarse quietos se hacían casi invisibles por su coloración terrosa confundida con la resaca, solo delatada por el reflejo de sus grandes ojos. La gente, en general, los evitaba, quizás por sus actividades nocturnas y sombrías o por las costumbres sigilosas que tenían, al esconderse desapareciendo entre el follaje, pero yo sospechaba que se debía a creencias y supersticiones populares que los rodeaban desde antaño.

Junto a la casa donde vivíamos habitaba una solitaria mujer, doña Guarina,53 mi vecina con aires de informada y muy chismosa. Ella siempre estaba atenta a los sucesos que acontecían en nuestro barrio, muchos de los cuales pasaban inadvertidos para la mayoría del vecindario. Era una fuente de información poco creíble. Una mañana se acercó, cuando ni mamá ni Juan estaban en casa, para contarme en confidencias y en voz baja, sabiendo de mi interés por las aves nocturnas, que quien matase un atajacaminos puede acarrear la mala suerte a él y a su familia. Y prosiguió con una perorata sin sentido de un episodio vivido por un conocido cuando ella era niña. Ella continuó hablando, pero yo ya no la escuchaba, la saludé con amabilidad y me retiré para jugar de nuevo con Aurita.

Esta creencia y otras que encontré en un raro libro sobre costumbres populares de Juan no hicieron más que cimentar mi curiosidad sobre estas particulares aves. Me atraían sus hábitos noctámbulos, esos vuelos rápidos y rasantes que daban límites a sus territorios y las ayudaban a atrapar, durante el planeo, a algún distraído insecto. También Aurita participaba a su modo, me daba mucha gracia verla correr y saltar inútilmente tras las aves sin siquiera poder tocarlas. De noche, cerraba los ojos, y al invadirme las sombras, me imaginaba que venían hacia mí esos misteriosos pájaros con esos negros y brillantes ojos a gran velocidad desde la oscuridad profunda.

Una tarde, al volver a casa, se encontraba Juan más temprano de lo acostumbrado. Él nos explicó que estaba aburrido y cansado de realizar tareas administrativas en el edificio central de Parques Nacionales y que había solicitado el traslado definitivo a cualquier región del país donde hubiese algún puesto vacante, con la única condición de trabajar en el campo, al aire libre. No sé si por su insistencia tenaz o por sus excelentes antecedentes, las autoridades le permitieron que eligiese el destino deseado.

Recuerdo ese día de una manera especial, mi padre trajo un gran mapa de Venezuela y expresó que la decisión de dónde ir a vivir tenía que ser familiar; lo extendió sobre la mesa y comenzó a trazar círculos alrededor de parques y reservas protegidas, nos contó las particularidades de cada una y describió cómo eran los ambientes, la fauna y flora reinantes en cada lugar.

Mi madre, en ese momento, estaba callada, un poco alejada de la mesa de trabajo de papá, en sus manos tenía un juego Mancala o Awari54, construido por ella misma, afición heredada de mi abuela. Se tomó su tiempo. Cuando terminó la partida –consigo misma– se acercó en silencio, se paró junto al mapa, nos miró y sin dudarlo apoyó el dedo en uno de los lugares marcados por papá y dijo:

—Aquí es donde “tenemos” que ir a vivir. –Esbozó una sonrisa y volvió sus pasos en dirección al sillón para seguir jugando su juego favorito.

Mi padre y yo nos quedamos en silencio por un momento. Juan tomó los anteojos y leyó la cita que había en el lugar señalado por mi madre:

—Parque Nacional El Guácharo,55 Caripe, estado de Monagas.

Guácharo, guácharo, repetí hacia mis adentros, esbocé una gran sonrisa, miré a Aurita que de un salto me atrapó entre sus patas. Guácharo, como bien sabía, es el nombre que les dan los lugareños a los atajacaminos, mis enigmáticas y compañeras aves nocturnas. Entonces comprendí que ello no era casual, había una nueva conexión con el futuro, las piezas en mi vida eran encastres de un rompecabezas que iba tomando forma, respiré profundo internándome en una emoción desconocida, miré a mi padre y asentí con la cabeza.

Sin mediar otra palabra, la decisión se había tomado. A los pocos días, partimos hacia Caripe, con mi madre, mi padre y mi perra Aurita, que al irnos emitió un largo y profundo aullido que yo asocié como despedida, casi al mismo tiempo de la aparición de una gran luna llena con tintes rojizos.

47 Ma-witi-w (término en lengua arawak) que significa: “una mujer con mala visión, ciega”.

48 Ciba: en lengua taína significa la dualidad entre el cielo y la tierra.

49 La raza de perros Basenji, nombre que proviene de una etnia pigmea de África cuyo significado es “el que viene del monte”. Es originario del Congo. Los basenjis tienen la característica de no ladrar, emiten un curioso sonido al estilo del canto tirolés (jodeln en alemán), como cambios bruscos de sonido desde uno grave o ronco hasta un tono agudo como un gemido. Es una de las razas más antiguas de perros. Muy apreciados en África por su inteligencia, sus silencios, la velocidad y la potencia para la caza. El Basenji es un perro al que no le gusta el agua, por tal motivo se higieniza a sí mismo lamiendo todo el cuerpo.