Acordes para un lamento

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—Estudia esos papeles y luego destrúyelos. Una cosa más. A partir de ahora tendrás que moverte solo por tu intuición. Hay muchas cosas que desconocemos sobre el lugar al que te diriges y la gente con la que tendrás que relacionarte. Habrá momentos en los que no tengas ayuda —dijo Harris entregando una tarjeta a Félix—. Este es mí número de teléfono personal. Mantenme informado. Puedes llamarme a cualquier hora.

—Muchas gracias mi general.

—Mucha suerte querido amigo.

Ambos se estrecharon las manos.


Capítulo III

Nuestro hombre en Oriente Medio

El vuelo de siete horas de duración desde Madrid dio tiempo a Félix para leer algo más sobre la empresa donde tendría que trabajar. Gulf Prime Electronics Ltd. había sido fundada en 2019 por el multimillonario jeque Al Awadi de origen saudí. Se creó inicialmente como una empresa de tecnología punta con la finalidad de avanzar en investigaciones electrónicas, empleo de superconductores y nuevos materiales recientemente descubiertos. La empresa formaba parte del grupo multinacional de inversión Alyira, propietario entre otras cosas del cinco por ciento de una conocida marca de automóviles deportivos de super lujo con presencia en la Fórmula Uno.

Alyira era un grupo inversor muy activo y complejo, con múltiples ramificaciones. Félix había leído con atención el dossier que le había preparado Harris. El grupo Alyira había desplegado capital en diversas partes del globo, diferentes clases de activos y sectores en beneficio de los Emiratos Árabes Unidos. Estratégicamente, la cartera de sociedades incluía líderes industriales globales en sectores como la industria aeroespacial, la agroindustria, las TIC (tecnología de la Información y Comunicaciones), los semiconductores, los metales y minería, la tecnología farmacéutica y médica, las energías renovables y servicios públicos, y la gestión de diversos holdings financieros. Alyira también había invertido y forjado alianzas que abarcaban una amplia gama de iniciativas empresariales y áreas de cooperación conjunta con empresas líderes como Airbus, Boeing, SIEMENS, Rolls Royce y Statkraft.

El jeque Al Awadi estaba muy bien posicionado. Formaba parte del consejo de dirección del grupo Alyira y sus opiniones solían tener mucho peso. En principio, todo era legal. El grupo, como cualquier otro grupo inversor, generaba una sensación de gran honestidad en sus actividades. Félix pensó que era la tapadera ideal para alguien sin escrúpulos. Gracias a los contactos del grupo Alyira con Sergey Semiónov, jefe de la legación rusa en Abu Dabi, Gulf Prime Electronics Ltd. había tenido acceso a los últimos minerales descubiertos en le península de Kamchatka. Sus laboratorios trataban ahora de sintetizar estos elementos para obtener en laboratorio las propiedades de los nuevos materiales, pero Félix sospechaba que los fines perseguidos por Al Awadi con estas investigaciones poco tenían que ver con las actividades legales del grupo Alyira.

Después del aterrizaje, una limusina trasladó a Félix a la terminal del gigantesco y lujoso aeropuerto de Dubái. El aeropuerto se encuentra situado en el distrito de Al Garhoud, a cuatro kilómetros al sudeste de la ciudad, en pleno corazón de los Emiratos Árabes Unidos. Desde el momento en el que pisó la terminal, Félix se dio cuenta de que acababa de entrar en otro mundo. Allí todo es superlativo y desmesurado. En una de las terminales del aeropuerto, con su mercadillo de oro, se podía ver a hombres y mujeres entregados a una frenética actividad comercial. En el aire flotaba un aroma dulzón típico de los fuertes perfumes orientales que tanto gustan a los locales. El tránsito de viajeros con aspecto de altos directivos dejaba claro que aquella parte del mundo era un lugar esencial para los negocios y las transacciones de alto nivel.

La policía comprobó la visa de Félix. Escanearon su iris con modernos y sofisticados aparatos antes de dejarle entrar. Félix comprobó que existía mucha seguridad en el país. Los trámites no fueron excesivamente burocráticos y pronto vio como el oficial de inmigración estampaba la fecha de entrada en su pasaporte. En la salida de la terminal Félix echó un vistazo con discreción y se percató de algo. Una figura corpulenta que parecía estar leyendo un periódico seguía todos sus movimientos. Félix se sabía vigilado y decidió desplazarse de forma natural hasta el área donde esperaban los chóferes y los taxis sin hacer nada que pudiera parecer extraño.

—¿Félix Brun-Hoffman? —preguntó el conductor de la limusina.

—El mismo —contestó Félix mientras se dirigía con el equipaje al maletero.

—¿Le ayudo con el equipaje?

—No hace falta —contestó Félix poniendo una maleta y su porta trajes dentro del maletero—. El maletín viaja conmigo. Listo, vámonos.

El automóvil tomó la salida del aeropuerto. Desde ahí, por carretera, el chófer de la Gulf Prime Electronics trasladó a Félix hasta Al Ain, en mitad del desierto del mismo nombre. Al Ain forma un triángulo con la capital Abu Dabi y la vecina Dubái donde cada ciudad se ubica equidistante a una distancia de unos ciento cincuenta kilómetros de las otras dos.

Llamó la atención a Félix, ver que estas tres ciudades están unidas por autopistas que cruzan el desierto y se encuentran totalmente iluminadas por farolas las veinticuatro horas del día. Estaba claro que el dinero no era un problema en aquel país. Durante el viaje, que duró algo más de una hora, Félix se dio cuenta de que les seguía de cerca otro coche.

Pensó que se trataba del mismo individuo que vio en la terminal y decidió no preocuparse de momento. Intentó relajarse y disfrutar del paseo. Atardecía. Desde su ventanilla pudo ver palmeras y muchas dunas, también se cruzó con unos cuantos camellos. La carretera de cuatro carriles no tenía vallado en los laterales y era frecuente ver a locales pastorear estos animales e incluso cruzar la vía. Nada más llegar a Al Ain Félix se alojó en el espectacular Hotel Intercontinental que pagaba la empresa para los recién llegados. Hizo el check-in y subió a su habitación acompañado del mozo. La lujosa suite en el primer piso era grande y muy oriental. Tenía mesitas bajas, un par de divanes, farolillos y alfombras con motivos arabescos. La estancia estaba dividida en varios ambientes.

El dormitorio era muy acogedor. También de estilo oriental, aunque equipado con todo el confort moderno. El botones le informó que la cena se servía a las siete y media. Félix deshizo el equipaje. Se aseó y después bajó la escalera. Atravesó un gran salón, salió a la terraza y subió un tramo de escalera que comunicaba con un espectacular comedor. Después de cenar tomó el café en la terraza. Se relajó un rato escuchando el sonido de una fuente cercana y después subió a su habitación.

Había anochecido. Hacía mucho calor y en el ambiente flotaba un aroma peculiar, mezcla de flores olorosas y fragancias árabes. La paz y la belleza de aquel lugar eran asombrosas. Félix no quiso poner el aire acondicionado. Le gustaba la sensación de estar en un ambiente casi irreal. De pronto alguien llamó a su puerta rompiendo la armonía.

—¿Quién es? —preguntó Félix sin abrir la puerta.

—Dowson. El general Harris le habrá hablado de mí supongo.

Félix entreabrió la puerta con la cadena echada y vio a un hombre corpulento impecablemente vestido y con un maletín. Por un momento dudó, pero cuando Dowson sonrió le dejó pasar.

—El general no me dijo que también estaría usted aquí.

—El general es muy cauteloso —dijo Dowson acomodándose sin ser invitado a hacerlo en el sofá de la suite—. Soy, por así decirlo, su ángel de la guarda.

—Un fornido ángel de la guarda —replicó Félix con ironía—. Usted ha sido el que me ha estado siguiendo desde el aeropuerto —dedujo Félix.

—Así es.

—¿Qué es lo que quiere de mí? —pregunto Félix desconfiado.

—El general me pidió que le trajera esto para que lo estudie y nos dé su opinión.

Dowson esparció los papeles que llevaba en el maletín en la mesita.

—¿Qué son?

—Los papeles del profesor —dijo Dowson con desdén—. Oiga, no tendrá algo de beber ¿verdad? Hace un calor de mil demonios en este país.

Félix sacó un botellín del minibar, lo abrió y se lo entregó directamente a Dowson. Luego cogió los papeles y los revisó con interés.

—Parecen notas escritas como para dar una clase —dijo Dowson.

—Ya veo, ¿…y estas partituras?

—Son de obras conocidas. Piezas clásicas, no sé. La música no es lo mío.

—Sí, pero tienen multitud de anotaciones hechas a lápiz donde se mezclaban letras números y alguna clase de notación musical. Todo muy críptico.

—¿Tiene alguna idea de lo que pueden ser todas esas anotaciones en los márgenes de las partituras? —preguntó Dowson.

—Parece una clase de notación musical alternativa.

—¿Notación?

—Sí. Un sistema de escritura que puede llegar a ser muy complejo. Se utiliza para representar gráficamente una pieza musical, permitiendo a un intérprete que la ejecute de la manera deseada por el compositor.

—¿Se puede descifrar? —preguntó el agente con interés.

—Sí, por supuesto, pero se debe saber la clave.

—…que no tenemos —continuó Dowson.

—El problema es que las notaciones podrían ser cualquier cosa. Verá, estas formas de escribir han ido cambiando mucho desde los primeros símbolos alfabéticos del mundo grecolatino hasta las últimas tendencias de notación abstracta usadas en la actualidad.

 

—¿Tan complicado es? —preguntó Dowson con ironía.

—En efecto —dijo Félix con formalidad propia de un catedrático—. La notación de la música ha sido siempre un tema delicado y complejo, ya que no sólo debe indicar la altura de los sonidos, sino también los restantes parámetros de la música, ya sabe, duración, tempo, intensidad sonora, carácter, articulación, etcétera.

—Vaya, parece que sabe de lo que habla —replicó Dowson impresionado por los conocimientos de Félix.

—Conozco un poco la forma en la que el profesor componía. Si quiere les echaré un vistazo con detenimiento a ver si puedo sacar algo en claro.

—Se lo agradezco, ni mis hombres ni yo hemos podido.

—Ahora si me disculpa…, tengo que prepararme para mañana.

—¿Se levanta temprano?

—Tengo mi entrevista de trabajo. Quizás no pueda convencer a la compañía de que soy el hombre que necesitan.

—Lo hará usted, estoy seguro —dijo Dowson levantándose—. El general dice que es una persona muy válida, …y ellos están desesperados.

—¿Cómo puedo contactar con usted? —dijo Félix despidiendo al agente.

—No se preocupe. Seré su sombra. Yo haré el contacto cuando lo crea oportuno. Es mejor que nadie nos vea juntos. Por cierto, ¿va usted armado?

—No. No creo en las armas.

—¡Bien! —exclamó Dowson con sorna—. Otro Boy Scout.

Capítulo IV

La entrevista de trabajo

La llamada del muecín desde el minarete despertó a Félix muy temprano. Salía el Sol y se quedó atónito unos minutos al ver por la ventana el bonito espectáculo del amanecer en el desierto. La escena propia de una película duró poco. Félix sabía que pronto empezaría su entrevista con la dirección de la empresa y tenía que prepararse.

Una hora después se encontraba sentado frente a un árabe de aspecto imponente al que acompañaban otros directores y personal técnico de Gulf Prime Electronics Ltd. Los acompañantes solo miraban atentamente. El interlocutor era el jefe y solo hablaba él. Se notaba claramente la jerarquía y el respeto debido. Félix estaba ante el mismísimo jeque. No era usual que un alto cargo como el jeque se involucrara personalmente en una vulgar entrevista a un nuevo empleado. Félix intuyó entonces que era una persona de interés.

Abdulá vestía el típico camisón blanco impoluto o dishdasha de los emiratíes. También llevaba su agal o tocado de cabeza... Abdulá era una persona corpulenta, de unos cincuenta y tantos años, con barba negra en la que ya afloraban algunas canas, nariz aguileña, pobladas cejas que se dejaban ver por encima de la montura de sus gafas y tez tostada por el aire del desierto. Tenía ojos negros, una mirada incisiva y sonrisa sibilina. A pesar de su alto cargo su semblante parecía dar lugar a una proximidad interesada. Félix pudo comprobar que lo miraba con mucha curiosidad.

Abdulá era una persona inteligente y astuta. Tenía un cuidado acento británico hablando inglés, probablemente fruto de varios años de estudio en alguna universidad del Reino Unido. Félix había preparado un poco las posibles preguntas que podría recibir en la entrevista. La mayoría de carácter técnico, pues su CV medio elaborado por Harris ad hoc se lo sabía de memoria. Lo que Félix no se esperaba era la primera pregunta del jeque. Mirándole a los ojos fijamente le soltó así de sopetón: “Bueno Félix, ahora que ya está aquí y nos ha conocido, dígame una cosa... ¿le parecemos todos los árabes terroristas?”. La pregunta era íntima, pues aludía a los sentimientos y a la visión de un extranjero, pero también era sibilina porque dependiendo de lo que se contestara podría hacer que la entrevista terminara en ese momento.

Félix se quedó ciertamente sorprendido y estuvo a punto de contestar algo inapropiado a la desconcertante pregunta trampa, pero entonces pensó que sería mejor responder en tono humorístico. Así que decidió seguir la corriente y respondió de forma franca “¡Claro que sí! No hay más que ver esos trapos que lleváis los árabes, podéis transportar una metralleta debajo de esos faldones y yo ni me enteraría”. Hubo grandes risotadas iniciales del jefe seguidas de otras tantas de los acompañantes. Parecía que Félix le caía bien al jeque y a todos les gustó su espontaneidad hablando inglés con un pequeño acento español. Abdulá despreciaba las formas anglosajonas, pero apreciaba tener enfrente a un español, porque entre otras cosas ambas culturas compartían muchas palabras y algunas costumbres. Así se lo hizo saber a Félix.

—Bien. Bien, doctor Brun —dijo Al Awadi complacido—. ¿Entonces, qué nos puede usted aportar si fuese elegido para este puesto?

—Verá, creo que soy la persona indicada, no solo por mi amplia experiencia sino por mi forma de hacer las cosas.

—¿…y cómo hace usted las cosas?

—Con precisión y con pasión. Creo que tengo lo mejor de los dos mundos. La precisión y exactitud alemana por parte de madre y la pasión y el temperamento español por parte de padre.

La entrevista siguió en un tono mucho más relajado y ya dentro de los cauces normales. Intervinieron los demás directores y después de algunas preguntas técnicas, Félix consiguió salir airoso de la reunión. Bajaron al hall. El jeque estaba complacido.

—Ahora tendrán que disculparme caballeros, tengo otras obligaciones que atender, pero queda usted en buenas manos —se excusó el jeque mientras se despedía de Félix en la entrada de la compañía.

—Ha sido un placer haberle conocido —contestó Félix cortésmente.

—Me ha sorprendido usted Félix. Estoy seguro de que tendremos otra ocasión más delante de conocernos mejor.

A la salida esperaba un Maybach bitono en colores vino burdeos y beige que recogió al jeque.

Una vez pasada la prueba de la entrevista le hicieron a Félix las pruebas médicas y psicotecnias de rigor. Al poco le dijeron que el puesto de trabajo era suyo si lo quería y le dieron un tiempo para que se lo pensara. Félix no se precipitó. Debía actuar con naturalidad. Aun así, los acontecimientos se sucedieron con rapidez y pronto firmó un contrato que lo ligaba a Gulf Prime Electronics Ltd.

En un par de días Félix se había trasladado a vivir a un chalé de dos plantas en la urbanización Al Ándalus, al sur de Al-Ain. Félix se compró un VW Golf deportivo, el sueldo lo permitía, con cambio de marchas en el volante y un sin fin de gadgets. Un modelo que solo se fabrica en exclusiva para Oriente Medio. Preparado para las altas temperaturas y el polvo del desierto con filtros y batería especial.

Aquella tarde Dowson se presentó en el domicilio de Félix y cuando este abrió la puerta saludó con una sonrisa.

—Enhorabuena profe —ese parecía ser el mote que el agente había puesto a Félix—, sabía que no tendría problemas en su entrevista.

Félix arqueó una ceja e invitó al agente a pasar a su nuevo domicilio.

—Vaya, ya, sabe usted donde vivo. No se le pasa nada. ¿A qué debo su visita Dowson?

—Mañana empieza su trabajo en Gulf Prime Electronics Ltd. ¿Ha podido sacar algo en claro de los papeles que le entregué?

—Todavía no. Pero me han llamado la atención varias cosas que quiero estudiar con detenimiento.

—¿Qué cosas?

—De todas las partituras he encontrado una muy especial. Es contemporáneas.

—¿Qué tiene de especial?

—Se titula Treno a las víctimas de Hiroshima. Espere, se la voy a poner.

Félix abrió su ordenador y buscó la obra en YouTube.

—¡Pero qué coño es eso! —exclamó Dowson con cara de asco.

—Lo sé. Hay que tener profundos conocimientos de música para apreciarlo.

—¿Música? Creo que debe explicarse un poco más.

—Verá, es una composición musical para cincuenta y dos instrumentos de cuerda frotada. Fue compuesta por un tal Penderecki en 1960. Originalmente la obra se tituló 8›37».

—Pues a mí me parecen varios gatos maullando.

—Todo lo contrario, Dowson, es una técnica sonorística especial. Tiene un gran rigor contrapuntístico. Ya sé que es poco convencional en términos de producción de sonido, pero mientras uno lee la partitura puede admirar la inventiva y la ingeniosidad de Penderecki…

—Corte el rollo profe. ¡A mí me parece una mierda! —replicó Dowson con aire de suficiencia.

—Yo diría que es más bien es una cuestión de sensibilidad. No se puede evaluar correctamente el Treno hasta que se escucha, porque solamente después es cuando uno descubre el asombroso hecho: todos estos efectos de sonido que a usted tanto molestan sirven como pretexto para concebir una obra de arte profunda y dramática. De hecho, la obra tiende a dejar una impresión solemne y catastrófica.

—Disculpe usted mi ignorancia profesor —dijo Dowson con ironía—. ¿Qué coño es un treno?

—Treno viene del griego thrênos, significa lamento. Es un lamento fúnebre destinado a ser ejecutado por un coro con acompañamiento musical. Es algo muy arcaico.

—Está usted muy puesto, pero todo eso no nos ayuda —contestó el rudo agente con sorna.

—Le podré decir algo más cuando estudie la notación del profesor.

—De acuerdo, pero ahora dígame. ¿Qué le ha parecido el jeque?

—Parece un hombre inteligente…

—Es inteligente, no lo dude …y un fanático. Lo que le convierte en extremadamente peligroso. Usted le ha caído bien, pero eso no es necesariamente bueno.

—¿Qué quiere decir?

—Abdulá es una persona complicada. Desprecia a casi todo el mundo, pero le gusta rodearse de gente que considera interesante. Gente que pueda aportarle algo. Lo que sea. Su estrategia es siempre la misma. Da impresión de ser muy próximo con aquellos a los que elije. Los estudia, conversa con ellos y saca a la luz sus debilidades. Ahí es donde se vuelve peligroso. Ha extorsionado a mucha gente importante, entre ellos a muchos de sus mejores científicos. Ándese con ojo.

—Lo tendré en cuenta —dijo Félix con seguridad—. Me han dicho que el jeque es un jugador consumado ¿es cierto?

—Sí —contestó Dowson mirando fijamente a Félix—. Le gusta apostar fuerte en aquellas cosas que domina. Se dice que es un hábil jugador de póker. Sus timbas privadas son muy comentadas entre los jugadores profesionales. ¿Juega usted al Póker Félix?

—Un poco. Aunque yo prefiero el Mus.

—¿Mus?

—Es el equivalente español del Póker, pero más divertido.

—Es usted increíble… —dijo Dowson levantándose—. Nos veremos pronto. Cuídese profe.

Capítulo V

Primer día en Gulf Prime Electronics Ltd.

En su primer día de trabajo Félix llegó temprano al amplio parking. Para su sorpresa lo encontró lleno de coches. “¡Pero qué coches!” pensó. Todos de altísima gama. Su pequeño Golf era una cosa insignificante en medio de tanto Jaguar, Bentley y 4x4 de super lujo. Le preguntó al gerente en la entrada si la plana mayor de la compañía estaba esperándole. Este le informó amablemente que esos eran los coches de los empleados. Se quedó perplejo y lo único que pude hacer es esbozar una sonrisa forzada.

Aparcó cerca de la puerta de entrada. Se trataba de un magnífico edificio de tres plantas construido por un famoso arquitecto de renombre. La fachada principal combinaba ladrillo tradicional con modernísimas estructuras de acero y cristal. El edificio estaba pensado para ser funcional, pero Félix se dio cuenta que también hacía concesiones al gusto árabe. Se habían empleado grandes columnas para un pórtico de estilo neoclásico que, a pesar de todo, no desentonaba con el resto del conjunto. Con todo, el exterior era discreto y ocultaba la gran cantidad de espacio interior, jardines traseros y zonas de experimentación que contenía el lugar. No se había reparado en gastos. La empresa contaba con todo tipo de instalaciones complementarias, entre ellas un enorme helipuerto con sus hangares de mantenimiento.

Después de pasar por seguridad, fue recibido por el departamento de recursos humanos. Le enseñaron las instalaciones y lo único que alcanzó a ver fueron varios laboratorios y salas con el acceso restringido. Tenían sistemas de seguridad y vigilancia en todas partes, incluso en las áreas de descanso y en la cafetería. Dando un paseo por el exterior Félix vio varios helicópteros aparcados, algunos Bell 206 relucientes pintados de blanco y rojo con el emblema de Gulf Prime Electronics Ltd. y otros Robinson 44 pintados en color verde oliva al estilo militar. Todos ellos impecables, como recién comprados y con todos los “extras” que uno pudiera imaginar. Entre estos gadgets estaba el dispositivo localizador basado en el GPS, que estaba conectado en los patines. De esta forma la compañía podría saber cuándo y dónde estaba el aparato en el aire.

 

Después de un rato, Félix preguntó por los aviones que se suponía eran su campo de conocimiento y nadie supo darle una respuesta. Pensó que se trataba de otra broma, pero en realidad sus problemas solo acababan de empezar. El recinto estaba fuertemente protegido por una compañía de seguridad. En los pasillos abundaba el personal civil, pero también se veían individuos jóvenes, perfectamente uniformados con camisa blanca y pantalón negro. A Félix le llamó la atención un grupo de ellos que parecía estar esperando a un superior, formados y en silencio. Tenían un corte de pelo y un aire marcial que le hacía sospechar.

Félix preguntó sin rodeos al director de recursos humanos cuál era su trabajo real en aquella pseudo-compañía de tecnología “civil”. Una vez en privado con los directores, le informaron que su tarea sería trabajar en con un equipo de científicos que trataban de desarrollar un sensor acústico especial. En ese momento llamaron a la puerta y entraron en la sala los integrantes del equipo que trabajaría en el sensor. Entre ellos llamó la atención a Félix una atractiva joven de aspecto mediterráneo con grandes ojos azules cargada de papeles. Sanderson era el líder del grupo. Se hicieron las presentaciones de rigor.

—Por fin le tenemos con nosotros doctor Brun, me han hablado muy bien de usted —dijo Sanderson complacido.

—Soy yo el que está encantado de poder trabajar con ustedes, sus logros son reconocidos en todo el mundo —replicó Félix cortésmente.

—Déjeme que le presente. Estos son los doctores Cooper y, Barnes… ¡Ah! y la señorita Simmons.

—Doctora Simmons si no le importa —intervino la joven visiblemente molesta con el comentario de Sanderson.

—¡Vaya! Lo olvidaba. Efectivamente, la señorita Simmons también es doctora —contestó Sanderson con sorna mientras la miraba con suficiencia.

Sanderson era el más alto del grupo y también del escalafón. Un hombre delgado con pelo cano y de aparente buena salud a pesar de su avanzada edad. Era británico y tenía ese aire altivo más propio de la realeza que de un profesor universitario.

Félix trató de cortar la tensa situación y dijo:

—Estoy encantado de conocerles a todos —dijo Félix estrechando cada una de las manos.

La conversación siguió entre frases intrascendentes de cortesía, típicas de una bienvenida. Félix no perdía de vista a la doctora Simmons. Saltaba a la vista que era una joven muy atractiva, valiente y con gran personalidad. Al estrechar su mano sintió que lo hacía con fuerza y determinación. Algo más propio de un hombre seguro. Además, le había gustado el gesto de no arredrarse delante del desaire del jefe. Todos sus interlocutores eran directores de sección. Después de un rato, pusieron en conocimiento de Félix la naturaleza del trabajo que estaban llevando a cabo.

En el transcurso de la conversación Félix se dio cuenta enseguida que Sanderson era una persona intransigente con los errores y solía poner en evidencia a cualquiera de sus colegas en cuanto estos se producían y tenía ocasión. Sanderson era famoso en la empresa. En sus intervenciones, llevadas a cabo durante interminables reuniones, dejaba siempre muy claro que, además de tener un perfecto control sobre su vejiga, él era la máxima autoridad en el proyecto.

Se decía que era un hombre a un portátil pegado. Su ordenador personal, lleno de información importante, viajaba siempre con él. Sanderson era una persona cercana al jeque. Lo más próximo a un hombre de confianza que pueda tener un árabe desconfiado. Se corría el rumor de que Sanderson había sido chantajeado por el jeque debido a un escándalo de tipo sexual y sus problemas con el alcohol. De esa forma se había hecho con sus servicios, ya que el profesor era una eminencia a nivel mundial y lo último que hubiera querido era trabajar fuera del ámbito universitario …y menos en mitad de un desierto.

El doctor Cooper era el más bajo del grupo. Completamente calvo desde muy joven y de ojos incisivos. Era el encargado de que las cosas se llevaran a cabo. Una persona resolutiva y con amplios conocimientos y experiencia sobre cómo gestionar grandes proyectos. Cooper podía dialogar a todos los niveles y su opinión era muy apreciada por la dirección de la empresa. Llegó a Gulf Prime Electronics Ltd. con informes inmejorables y el jeque lo contrató con la esperanza que pudiera aportar luz en el proyecto clave de la empresa.

Félix se fijó que el doctor Barnes era un hombre de mediana edad y aspecto agradable. Una persona discreta. Tenía a gala hablar poco y escuchar mucho. Sus pequeñas manos estaban muy cuidadas, lo que hacía pensar a Félix que el doctor era más bien físico teórico que experimental. Según supo más tarde, su laboratorio encerraba muchos secretos industriales y era de acceso restringido. Solo el doctor Sanderson y el doctor Cooper podían entrar en él.

La doctora Julie Simmons por su parte, era la persona encargada de coordinar los diferentes equipos que trabajaban en el proyecto. Era una joven inteligente y muy resolutiva. Estaba considerada una experta en el campo de la acústica. Llevaba unas gafas de pasta negra que no lograban ocultar sus bellos ojos azules. Tenía el pelo negro y disimulaba la longitud de este con un cómodo moño. Vestía un elegante conjunto de pantalón y chaqueta con zapatos de tacón medio para intentar no sobresalir por encima de la mayoría de sus colegas. El fin era disimular sus atributos femeninos cuanto fuera posible. Ella sabía muy bien que, con un aire formal y más bien andrógino, tenía más posibilidades de eludir las lascivas miradas de la mayoría de personal masculino local. Después de la reunión hicieron una pausa para almorzar y la doctora Simmons se ofreció amablemente a enseñar las instalaciones a Félix.

—Ahora, si me acompaña doctor Brun, puedo enseñarle el área donde trabajamos —dijo Julie con tono formal.

—Encantado, la sigo —contestó Félix en el pasillo.

Cuando estuvieron a solas en uno de los laboratorios Simmons se dirigió a Félix sin rodeos.

—Félix, puedes llamarme Julie. Soy tu contacto en Gulf Prime Electronics Ltd. limited. Tenemos poco tiempo.

Félix se sorprendió al ver que la hermosa joven era el contacto del general Harris en Oriente Medio.

—Te escucho, ¿de qué se trata?

—Quieren que te encargues de coordinar los trabajos relacionados con el proyecto llamado 3AW5 que se encuentra en el laboratorio del doctor Barnes. El secretismo es total. Los trabajos se han dividido de forma que cada equipo solo sabe parte de lo que hacen los otros. Los técnicos a tu cargo, por ejemplo, están desarrollando un sensor capaz de captar sonidos a muy larga distancia. Las pruebas se llevarán a cabo dentro de una semana. Quieren montar el sensor en un helicóptero y desde el aire tratarán de identificar varios sonidos comparándolos con una base de datos.

—¿Qué tipo de sonidos?

—No lo sé. Creo que hablan de detectar vehículos. Coches y camiones creo. El sensor debe ser capaz de discriminar el objetivo y debe anular los sonidos producidos por el propio helicóptero.

—¿Qué significado tiene 3AW5?

—Se rumorea que es la clave del proyecto personal del jeque. Tres aes o triple A para designar el nombre del jeque Abdulá Al Awadi. La W significa “wave” (onda) por ser un detector de ondas sonoras. El número cinco creemos que es el quinto prototipo que se ha fabricado hasta ahora.

—¿Tiene esto algo que ver con el trabajo del profesor Soltani?

—Tiene todo que ver. El profesor había hecho grandes progresos en el campo de la detección y discriminación de sonidos. Aquí se está aplicando la teoría que el profesor había desarrollado. Pero el sistema está incompleto. Este proyecto tiene máxima prioridad. El jeque Abdulá Al Awadi se encarga personalmente de supervisar todo. Quiere que esté listo antes de final de año.

—Tendremos que darnos prisa —dijo Félix con preocupación.

—Ahora debes ir a la sección de seguridad. Tienen que darte la tarjeta de acceso a las salas y laboratorios. No podrás acceder a todas ellas hasta que no termine tu periodo de prueba, aun así, el laboratorio del doctor Barnes te estará vetado, como a la mayoría de nosotros. Podrás empezar a familiarizarte con el proyecto con la información que yo te proporcionaré.

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