Breve historia de España para entender la historia de España

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El siglo XIII es un periodo de expansión de los reinos cristianos, iniciado con la derrota sobre los almohades de las Navas de Tolosa (1212, un año bonito que merece recordar). A pesar de esta expansión, los reinos peninsulares acentuaron la incorporación económica y social con Europa, facilitada por la venida de los peregrinos que hacían el Camino de Santiago y con la creación de monasterios de origen europeo como fueron los cluniacenses y cistercienses. La llegada de las fronteras de los reinos de Portugal y de Castilla al Estrecho facilita la navegación cristiana entre el Atlántico y el Mediterráneo y con ello los intercambios comerciales con las ciudades italianas y flamencas. Por su parte, solo Navarra permanecía encajonada entre Castilla y Aragón, quedando al margen de la expansión de los reinos peninsulares, lo que acentuó sus relaciones con el mundo francés. Durante la segunda mitad del siglo XIII, al finalizar el impulso expansivo de los siglos anteriores, los reinos cristianos peninsulares se ven envueltos en rebeliones nobiliarias que desafían el poder de los monarcas. Hay variadas causas, pero una era la creciente importancia de mercaderes y juristas. Tanto Alfonso X en León (1252—1282) como Jaime I (1208—1276) sufrieron la embestida política nobiliaria con consecuencias en la política exterior de los dos reinos.


Como hemos visto, la procedencia y origen de los conquistadores y colonizadores de las tierras musulmanas tendrán una gran importancia para el momento y para el futuro (cuyas consecuencias llegan hasta hoy día). Los castellanos colonizarán el campo andaluz y murciano y trasladarán a ellos su idioma y sus costumbres. Sevilla se transformará en ciudad comercial gracias a la llegada de mercaderes genoveses, catalanes y francos interesados en el comercio italiano—flamenco; en Murcia, la permanencia de muchos musulmanes permitirá conservar la agricultura de huerta de época islámica frente al cultivo extensivo castellano—andaluz. Artesanos y mercaderes catalanes serán atraídos por los núcleos urbanos de Mallorca y del litoral valenciano (donde permanecerán huertanos musulmanes), mientras que el interior de Valencia, conquistado por nobles aragoneses, continuará dedicado a la agricultura y hablará aragonés. Por el tratado de Almizra (1244), los soberanos de Castilla y de Aragón fijarán los límites de la expansión de sus reinos en el antiguo reino taifa de Murcia, fijándose el límite por la actual provincia de Alicante (lo que explica que en dicha provincia haya pueblos cuyo idioma natural sea el español mientras que en otros vecinos se hable el valenciano).

Las campañas de reconquista entregaron muchas tierras a los reinos cristianos. Pronto el nuevo territorio castellano—leonés se organiza en un conjunto de núcleos urbanos a los que la monarquía les reconoce un estatuto de singularidad mediante fueros especiales (inmunidad fiscal, consideración social de infanzones, autonomía de gobierno) con la obligación de cultivar el alfoz (terreno agrícola circundante alrededor del núcleo urbano) y el compromiso de ayuda militar al rey en caso de necesidad. Y así, apenas cae Toledo, surgen ciudades como Salamanca, Ávila, Cuéllar, Segovia… La entrega de fueros facilita la llegada de artesanos y comerciantes (muchos de ellos de origen europeo) que da lugar a otras serie de villas a lo largo de vías de peregrinaje (Jaca, Pamplona, Estella, Logroño). La rapidez con que se asaltan los cursos altos del Guadiana y La Mancha, y la debilidad demográfica, imponen una repoblación señorial y latifundiaria de cuño pastoril a la nobleza laica y a las órdenes militares. En el ámbito de la corona aragonesa o en el reino murciano, por el contrario, la pervivencia de la población musulmana obligó a realizar pequeños lotes que se solapaban con los derechos de la minoría nobiliaria. Por otra parte, la incorporación de Andalucía, Levante y Murcia introduce en las sociedades cristianas una gran diversidad étnico—religiosa, sustrato de no pocos conflictos. En Cataluña, la tradición carolingia respalda modelos vasalláticos particulares; al pago de las rentas de la tierra acompañarán otras cargas a títulos personas (los llamados usos y malos usos). Al acercarse el siglo XIII la sociedad hispana aparece, por tanto, jerarquizada de acuerdo con la posesión de riqueza territorial; los tiempos caminan hacia el progresivo sometimiento de los pequeños propietarios libres y su reducción a meros colonos instalados en tierras de señoríos y obligados por ello al abono de un conglomerado de cargas y rentas. Habrá ciertos alivios de esas cargas, excepto en Cataluña donde los malos usos mantienen su vigor hasta el siglo XV; especialmente gravoso era el de la remensa, que obligaba al campesino a indemnizar a su señor en caso de abandono del cultivo. En cambio, es en Cataluña donde la burguesía (ciutadans honrats) apuntala su ascendencia en el gobierno de las ciudades.


Escenario de la batalla de las Navas de Tolosa. El escenario de la batalla de Tolosa se encuentra en las inmediaciones de Despeñaperros, donde actualmente se encuentra un museo conmemorativo de la batalla. Foto del autor.

La reconquista diversifica los rendimientos de las tierras. La inestabilidad bélica catapultó la ganadería ovina, fácil de ser transportado en caso de peligro. Para mantener esa cabaña y mediar en los conflictos con los campesinos nacerán diversas juntas de ganaderos que dan lugar a la instauración del Honrado Concejo de la Mesta (1273), obra de Alfonso X de Castilla, que supone la etapa inicial de imposición de los intereses ganaderos sobre los agrícolas. En Cataluña, los afanes comerciales de la ciudad de Barcelona se ven compensados con la instauración del Consulat del Mar con el que los comerciantes catalanes se equiparon con un instrumento de defensa corporativa. No obstante, la nobleza siempre será un factor de contrapeso a la acción real y verán involucrarse en los asuntos de gobierno por medio de instituciones como las Cortes, que jugarán un papel importante a la hora de fijar impuestos; las primeras (del mundo) se reúnen en León (111). En Cataluña, sus ciudadanos arrancan a Pedro el Ceremonioso en 1359 el nombramiento de la Diputación General de Cataluña, organismo encargado de recaudar impuestos y controlar su gasto, que con la llegada de los Trastámara (una dinastía elegida) se trasforma en un órgano de gobierno del principado.

Para una mentalidad moderna es difícilmente comprensible cómo los reyes medievales disponían de sus reinos a su antojo y los repartían o unían según el deseo de cada uno. La explicación es que el lenguaje moderno nos traiciona; al hablar de reinos no podemos comparar el concepto medieval y el moderno. Los reinos medievales eran patrimoniales (patrimonio de los monarcas, como un piso actual lo es de su propietario. Un propietario moderno puede tener un piso en Madrid y otro en París y disponer de ellos como quiera, aunque en cada caso siguiendo leyes de aquí o de París, sin tener en cuenta a los inquilinos que en cada momento puedan alojar en los pisos). En la Edad Media, los reyes eran (casi) soberanos absolutos de sus territorios y los podían dividir a su antojo, sin tener en cuenta a sus habitantes. El rey respondía (casi) solo ante Dios, valor supremo en aquellos tiempos, y su poder se transmitía a través de su representante en la tierra, el papa. El sistema social, político y económico de los tiempos es denominado feudal, muy matizado por los historiadores actuales, pero que, en esencia, significaba que los individuos estaban sometidos a unos señores, y estos a otros hasta llegar al rey o al papa. Ese sometimiento era en forma de impuestos, posesión de las tierras que ocupaban, trabajos que se tenían que hacer para los señores… y obligaciones militares para con cada señor. El sistema había comenzado con la decadencia del mundo romano allá por el siglo V, cuando las invasiones germánicas dieron lugar a un vacío político e inseguridad que avocó a que los la ciudadanía menos favorecida buscara el auxilio de los más poderosos (y de la Iglesia). Con el tiempo la sociedad se estructuró en varias capas que, de manera resumidas, eran los nobles, el clero y el resto de población que podemos llamar vasallos. La fidelidad (que hoy tenemos a un país… o a un club de fútbol) entonces no era a una nación, sino a su señor, que disponía de ellos como su voluntad quisiera.

Para ilustrar lo dicho anteriormente quizás valga la historia de Sancho II el Mayor, rey de Navarra desde el año 1000 al 1035. Estuvo a punto de acabar con la Reconquista y unificar toda la península si hubiera tenido tiempo… y un poco más de sentido común. En su tiempo, Navarra llegó a ser el reino más poderoso de los cristianos peninsulares: conquistó parte de Aragón, logró el vasallaje de los condes catalanes, ocupó Castilla y hasta asumió el título de emperador cuando tomó León. Pero luego, en su testamento reparte todo lo ganado y cede Navarra a su hijo García III, Castilla para su otro hijo que sería el rey Fernando I y Aragón lo heredó su hijo Ramiro I. A partir de esta división, Castilla y Aragón, hasta entonces condados, se fueron convirtiendo en reinos. Fernando, el más activo, derrotó y mató al rey de León (su hermano) así como a varios reyezuelos de las taifas de Toledo, Sevilla y Badajoz, pero llegada la hora de su muerte, divide sus conquistas entre sus hijos: Castilla para su hijo Sancho II; el reino de León, para Alfonso VI; Galicia (que hasta entonces no era reino) para García; y las ciudades de Toro y Zamora para sus hijas Elvira y Urraca. Muerto el rey García de Navarra (el único hermano que había heredado el título de rey) en la batalla de Atapuerca en el año 1054, la situación jurídica se invierte y el nuevo monarca navarro, Sancho IV (1054—1076) será vasallo del castellano. ¡Así se explica por qué tardó tanto en acabarse la Reconquista!

 

Me siento obligado a hablar, aunque sea en este punto, de un personaje que quizás represente mejor lo que era la vida y el sistema de relaciones de la Baja Edad Media: Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Vivió en los años posteriores al desmembramiento del Califato de Córdoba (primeros años del siglo XI), prototipo del caballero medieval, convertido en popular héroe y fuente de inspiración para novelistas y poetas (como el que escribió, siglos después de la vida del protagonista, el poema Cantar del Mío Cid). Rodrigo había nacido en un pueblo cercano a Burgos, Vivar, allá por al año 1043 y se crio con el infante Sancho, hijo del rey Fernando I de León. Luchó contra los musulmanes de Zaragoza y ahí ganó el sobrenombre del Cid, que significa «señor»; años después, en las luchas contra navarros por asuntos fronterizos, se ganó el otro apodo: el Campeador. Tras la muerte de Sancho II en el cerco de Zamora (1072) por conflicto entre Sancho y su hermano (el futuro Alfonso VI) pasó a ser vasallo del nuevo rey, pero las relaciones serían tensas desde el principio, quizás como consecuencia de hacer jurar a Alfonso que no tenía que ver con la muerte de Sancho. A pesar de no verse muy favorecido en la repartición de cargos palatinos por el rey Alfonso, Díaz de Vivar se casó con Jimena, sobrina del monarca, pero la situación de Rodrigo siguió empeorando hasta que fue desterrado, rompiéndose el vínculo de vasallaje que unía al Cid y al rey. Rodrigo tuvo que abandonar Castilla en el año 1081, junto con una mesnada de fieles vasallos, y empezó a ofrecerse como guerrero a quien así lo pudiera necesitar. Luchó por los intereses de los condes de Barcelona, pero también en las filas del rey musulmán de Zaragoza, lo que le llevó a luchar contra otras huestes cristianas e incluso llegó a hacer prisionero a Berenguer II de Barcelona. La llegada de los almorávides a la península propició que Alfonso VI y el Cid se reconciliarán en 1086, aunque aún hubo nuevos destierros hasta la definitiva reconciliación en 1097. El mayor éxito de Rodrigo llegaría con la conquista del Valencia en el año 1094, que tendría como efecto contener la expansión almorávide hacia Aragón y Cataluña. En el año 1096, el Cid se instalaba con su familia en el alcázar valenciano y renovaba el vasallaje a Alfonso VI. Rodrigo Díaz de Vivar permanecería en Valencia hasta julio de 1099, fecha de su muerte. Desde entonces hasta 1102, la ciudad se mantuvo bajo el gobierno de la viuda Jimena, que probablemente contó con el apoyo de Ramón Berenguer III, su yerno. Una nueva embestida de los almorávides obligó a Alfonso VI, a quien Jimena había pedido auxilio, a ordenar evacuar la ciudad, no sin antes incendiar la ciudad. Hasta aquí la historia; la leyenda y las novelas son otras cosas.

A estas alturas de la presente historia el lector inteligente habrá averiguado que el devenir de los tiempos ha hecho que conceptos que tomamos actualmente por unívocos o perennes no lo son. Casi ninguna verdad lo es al cien por cien. Ya advertí al principio que el vocabulario de hoy no se adapta correctamente a los conceptos y nociones del pasado. Esto es algo que siempre debe tener en cuenta el lector advertido.


Tumbas reales de la ciudad de Fez (Marruecos). Marruecos siempre ha estado presente en la historia de España. Foto del autor.

Como esta historia intenta explicar la realidad presente, permítame el lector introducir algunas explicaciones sobre dos temas que conviene dejar ya claro. La Baja Edad Media, como habrá advertido ya el lector, empieza a configurar la unidad peninsular y es donde algunos autores y políticos quieren buscar razones para fundamentar posiciones nacionalistas, manipulando, a veces, la misma historia. He tenido cierto reparo en utilizar los términos España y Cataluña (menos todavía lo de País Vasco o Euskadi) porque, ya lo digo, esos términos son equívocos. Lo que hoy llamamos España o Cataluña no existían en la época que hemos estudiado hasta aquí; irremediablemente los he utilizado para simplificar la narración y focalizar el espacio geográfico en la que se desarrollan los acontecimientos.

El origen de la voz Cataluña permanece incierto aunque han sido varias las posibilidades señaladas. El topónimo como tal se encuentra por primera vez en forma escrita hacia 1117 en la forma latina que aparece en el poema pisano Liber maiolichinus de gestis pisanorum illustribus. En ese texto, en el cual se describen las gestas que los pisanos realizan con los catalanes para abordar la conquista de Mallorca, aparecen varias referencias al conde Ramón Berenguer III (dux Catalanensis, rector Catalanicus hostes, Catalanicus heros, Christicolas Catalanensesque) así como referencias étnicas como catalanenses o catalanensis y al territorio de estos, Catalania. Posteriormente, también aparece la expresión Catalonia en unas donaciones que el rey Alfonso II hizo a su esposa en 1174, así como en diversas ocasiones (Cathalonia) en el testamento del rey y en cantos de trovadores occitanos (Catalonha). En tiempos de su hijo y sucesor Pedro el Católico vuelve a mencionarse en la declaración de la asamblea de Paz y tregua de 1200, en que se delimita su ámbito de vigencia: «Haec est pax quam dominus Petrus (...) constituit per totam Cataloniam, videlicet a Salsis usque ad Ilerdum». La primera vez que aparece en catalán es en el Llibre dels fets de Jaime I el Conquistador, en la segunda mitad del siglo XIII. Sin embargo, el origen de este nombre no está claro. Algunos postulan que la palabra procede de Gotholandia (país de los godos) a través de Gothia o Gotiaque, que era como los francos denominaban también la Marca Hispánica, debido a la presencia de población visigoda (godos) en Septimania y el norte de la actual Cataluña tras la caída del reino visigodo. De igual modo, se sugiere Gothoalania (país de godos y alanos) pese a no haber referencias de este segundo pueblo en territorio catalán. Otra propuesta sugiere que por las necesidades defensivas de la marca se levantaron muchas fortificaciones y sus guardas eran los castellanos que en el bajo latín medieval tomarían el nombre de castlanus, de cuya voz surgen las formas catalanas castlà, catlà y carlà. De estas formas, los extranjeros que pasaban por sus tierras habrían comenzado a nombrar así a los habitantes y su territorio (català, Catalonia, Catalaunia), por lo que Cataluña significaría «tierra de castillos». Sin embargo, esta explicación ha sido cuestionada por dificultades fonéticas. Autores modernos defienden que el topónimo procede de una alteración de la latina referida a los lacetanos. Actualmente, esta etimología y la referida a los godos son las más extendidas. Además de las comentadas hay aún más propuestas etimológicas menos conocidas. Por ejemplo, tanto catalán como castellano podrían derivar de una fusión de las palabras góticas guta y athala, con el significado de «noble godo» o «hidalgo godo». Cualquiera que sea el origen de la palabra, lo que está claro es que Cataluña, en la época que comprende este capítulo, no tuvo una organización política unificada y nunca fue un espacio unificado social ni históricamente. Ya hemos mencionado el origen y evolución de lo se conoce como Marca Hispánica y cómo el territorio que hoy conocemos como Cataluña estuvo formado por una Cataluña Vieja, en la que diversos condes ejercían sus dominios y que poco a poco fue adquiriendo cierta unidad bajo la primacía del conde de Barcelona; y luego una Cataluña Nueva (como, por otra parte sucedió a Castilla) a medida que la reconquista alcanzaba el campo de Tarragona y la zona de Tortosa. Socialmente, siempre hubo una Cataluña del interior y otra del litoral, que se distinguieron, y a veces lucharon entre sí, por sus intereses y la estructura social que las definían.

En cuanto a los vascos, ya en capítulos anteriores hemos visto el origen y la movilidad de ese concepto, que merecería una explicación más profunda pero que tenemos que dejarlo como está. Lo que sí está claro que lo que hoy son provincias de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya tampoco formaron en la Edad Media una unidad territorial ni institucional y que los territorios y habitantes que hoy denominamos con esos nombres actuaron independientemente, sin acción coordinada. La provincia de Álava entró en relación directa con el núcleo reconquistador de Asturias desde muy pronto y ya a fines del siglo IX se menciona el nombre de Álava en algunas crónicas. La región no fue fuertemente islamizada y a comienzos del siglo IX se configura como un señorío condal ligado a la familia de los Velas y tanto navarros como castellanos tuvieron relaciones con ella. Fue el rey navarro Sancho el Sabio el que fundó en 1181 la ciudad de Vitoria pero la zona sufrió vaivenes de dominio de un lugar a otro. Fue en los años treinta del siglo XIV cuando los señores que gobernaban el territorio entregaron su jurisdicción al rey castellano Alfonso XI, a cambio del respeto y jura de unos fueros por parte del monarca. En el caso de la actual provincia de Guipúzcoa sucedió cosa parecida pero es por el año 1200 cuando los guipuzcoanos pactaban con Alfonso VII de Castilla la incorporación a la corona. Más complicada es explicar la incorporación a la corona de Castilla del señorío de Vizcaya, creación de la familia López de Haro, que fueron agregando territorios a su patrimonio inicial; en 1379 coinciden en la persona del rey Juan II la corona de Castilla y el señorío de Vizcaya, y a partir de entonces los monarcas castellanos serán señores de Vizcaya y tendrán que prestar juramento de respeto a sus fueros. Curiosamente, siguió la plenitud foral de las provincias vascas cuando la nueva dinastía de los Borbones en el siglo XVIII, pues los fueros no fueron suprimidos ni modificados por los decretos de Nueva Planta. El último rey que juró los fueros fue Isabel II, casi a finales del siglo XIX.

A finales del siglo XIV, la península había recorrido un gran camino histórico. La unidad se había buscado por imperativos del territorio (una península), la unidad religiosa y un cierto sentimiento de unidad que venía de los tiempos visigóticos. Al mismo tiempo que se busca la unidad, el espacio geográfico y político de la península se abre a Europa a través del Camino de Santiago, las órdenes monásticas extranjeras, el comercio, la expansión territorial y los matrimonios; varios reyes se casaron con princesas europeas (Fernando III se casó con Beatriz de Suabia y Jaime I con Violante de Hungría; no fueron los únicos) lo que motivó que incluso alguno buscara el cetro imperial alegando derechos de su esposa.

Muchas veces, el arte expresa mejor que nada el momento histórico en el que florece. La Edad Media es el tiempo del arte románico: compacto, muchas sombras para realzar pocas luces, misticismo, religiosidad… que, con el paso de los siglos, da lugar a uno más luminoso, perfeccionado, estilista: el arte gótico.

En este breve, e incompleto, resumen de la historia de España durante la Baja Edad Media nos hemos dejado muchos, muchísimos, eventos y personajes en el tintero. Nueva tarea para el lector inteligente: la historia de los acontecimientos y los personajes que protagonizaron los siglos XI al XIV es apasionante, a veces compleja, que animo a que se continúe y se disfrute; merece la pena.