Lo que callan las palabras

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c

La letra c es una de las pocas de nuestro alfabeto que se utiliza para sonidos diversos, ya que se pronuncia de una manera u otra según vaya seguida de las vocales a, o, u o e, i, además de formar parte de un dígrafo, la ch, que, según las épocas ha sido tenido como letra independiente, aunque desde el acuerdo tomado en el X Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española celebrado en Madrid en 1994 se alfabetiza en el interior de la c, pues es un signo compuesto con dos grafemas, por más que represente un sonido unitario. En ese acuerdo se le mantuvo la consideración de letra por poseer un sonido particular, aunque su lugar en el diccionario volvió a estar en el interior de la c, como sucedía hasta 1803. Por ella empieza una gran número de palabras en nuestra lengua, hasta el punto que es la que más entradas tiene en los diccionarios. Entre ellas están algunas que se conocen en la lengua desde hace mucho tiempo, si bien hoy nos parecen modernas, como sucede con chuchería o chuche. Es llamativa la familia de derivados de cabra, unos malsonantes, otros no, y algunos con unas relaciones con el animal difíciles de imaginar; pertenecen a esta serie cabrearse, cabriolé, cabrito y cabrón, pero no capricho, pese a las apariencias. Con otro animal, el perro, se relacionan canalla, canícula, canijo, y también cínico. No menos productiva es la colección de derivados de calza: calzón, calzoncillos, calceta, calcetín, y hasta media, por sorprendente que parezca, a los que deben añadirse las denominaciones de otras prendas de vestir con distinta procedencia. Otras palabras están motivadas por diferentes razones, como calamar, camarada, camastrón, candidato, capilla, cepillo, cernícalo o cormorán, algunas de las cuales tienen referencias geográficas como cachemira, campana, campechano (que no se relaciona con campo), caníbal, chihuahua, cobre, colonia o corbata, y otras nos llevan al mundo de la mitología, como cereal. No son muchas las voces onomatopéyicas que comienzan con esta letra, entre las que cabe señalar la cacatúa (pero cotorra no lo es) y la cucaracha. Además, hay otras que fueron onomatopéyicas antes de llegar a nuestra lengua, por lo que su origen se nos ha borrado; es lo que sucede con cigüeña, coqueto o croqueta. En algún caso, la forma de debe a una mera atracción debida a la apariencia de la palabra, que poco tiene que ver con lo que parece; es el caso del carajillo. En ocasiones los cambios en el significado son tan fuertes que ya nadie relaciona claudicar con la cojera. ¿Y quién sabe que los chistes han de ser contados en voz baja?

cabrear El verbo cabrear posee, de acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, dos acepciones generales, la de ‘meter ganado cabrío en un terreno’ y la coloquial de ‘enfadar, amostazar, poner a alguien malhumorado o receloso’, que también puede ser empleada de forma pronominal, cabrearse. Ambas tienen un derivado sustantivo, cabreo. La pregunta que salta inmediatamente es ¿qué relación puede haber entre el cuidado de las cabras y el enfado? Aparentemente ninguna. Sin embargo, la explicación parece estar en el modo de comportarse las cabras, a las que la creencia popular les atribuye un carácter poco estable, incluso maléfico por estar poseídas del demonio, como nos recuerdan las representaciones de este. Francisco del Rosal (1601) daba otras explicaciones, que no excluyen el carácter de la cabra: «Echar las cabras los jugadores es echar a quién cabrá pagarlo todo aquello que se ha perdido entre compañeros; y de la palabra cabrá dijeron cabrear, y de allí echar las cabras; y como el que lo pagaba todo parecía quedar cargado, se dice echar las cabras al cargar todo el cuidado a otro; y de aquí, más corruptamente, meter las cabras en el corral al poner en cuidado, aprieto y congoja. Pasó adelante el engaño, porque los que eran más cortesanos, huyendo de la palabra cabrear, que sonaba a cabrón, y entre jugadores, temiendo no fuese lo de la soga mentada en casa del ahorcado, trocaron el vocablo, y de erifos, que en griego es la cabra, dijeron rifar [...]». Véase también el artículo capricho.

cabreo Véase cabrear.

cabriola Véase cabriolé.

cabriolé El cabriolé es un tipo de automóvil descapotable. La palabra procede del francés cabriolet, derivado de cabriole, voz tomada del italiano capriola, el brinco del bailarín, a su vez derivado de capriolo, ‘venado’, procedente del latín CAPREOLUS ‘corzo, cabritillo montés’, que tiene su origen en CAPRA ‘cabra’. La historia es complicada, y nos lleva finalmente a los ágiles saltos de las cabras y de las cabriolas, imagen que debe estar presente en los saltos del vehículo, o de sus pasajeros, cuando aparecieron los cabriolés tirados por caballos.

cabrito Si miramos el diccionario de la Real Academia Española, veremos que cabrito es un empleo eufemístico de cabrón, con sus mismos valores, al menos los que considero aquí (véase lo expuesto en el artículo cabrón), atenuándose al sustituir el sufijo aumentativo por el diminutivo. No está de más recordar uno de los dichos que explica Alonso Sánchez de la Ballesta (1587): «El hijo de la cabra siempre ha de ser cabrito, esto decimos porque siempre los efectos se parecen a sus causas, y así, del loco aguardamos locuras, como del cuerdo, corduras […]». No menos explícito es Sebastián de Covarrubias (1611) cuando explica que «[…]. El cabrito es símbolo del mozuelo que apenas (como dicen) ha salido del cascarón, cuando ya anda en celos, y presume de enamorado y valiente [...]. Parece haberse dicho apó ton aidoion, hoc est a testiculis [parece haberse dicho de aidoion, es decir, de los testículos], para significar que siendo de poca edad tiene brío y acometimiento de macho […]».

cabrón La palabra cabrón puede emplearse como adjetivo (cabrón, cabrona) y como sustantivo. En este último caso, su sentido más conocido, y primitivo, es el del ‘macho de la cabra’, mientras que como adjetivo es de uso coloquial, y puede sustantivarse, valiendo, según el diccionario de la Academia, ‘dicho de una persona, de un animal o de una cosa: que hace malas pasadas o resulta molesto’. El nexo de unión entre ambas acepciones aparentemente tan alejadas hay que buscarlo en las creencias populares que asocian a las cabras, y especialmente a su macho, un carácter diabólico, pues, según esa concepción, están poseídas por el demonio, cuya representación frecuente es con forma de macho cabrío. Además de esa, recoge el diccionario académico otra acepción más, de uso coloquial y malsonante, ‘se dice del hombre al que su mujer es infiel, y en especial si lo consiente’. En este sentido habría que poner el nombre en relación con la lujuria, como explica Sebastián de Covarrubias (1611): «Animal conocido símbolo de la lujuria […]. Es símbolo del demonio, y en su figura cuentan aparecerse a las brujas y querer ser reverenciado de ellas […]. Llamar a uno cabrón, en todo tiempo y entre todas naciones, es afrentarle. Vale lo mismo que cornudo, a quien su mujer no le guarda lealtad, como no la guarda la cabra, que de todos los cabrones se deja tomar […]. Y también porque el hombre se lo consiente, de donde se siguió llamarle cornudo por serlo el cabrón (según algunos) [...]». De modo eufemístico, según la Academia, el aumentativo cabrón se sustituye por cabrito, teniendo los mismos valores que hemos visto aquí.

cacatúa La cacatúa es una ave trepadora procedente de Oceanía, de un atractivo plumaje de color blanco y un gran penacho sobre la cabeza, que aprende con facilidad a decir palabras y frases. El nombre es una onomatopeya de origen malayo de su voz. El diccionario académico recoge una acepción de carácter coloquial y muy difundida: ‘mujer que pretende en vano disimular los estragos de la ancianidad mediante un exceso de afeites y adornos, y con vestidos ridículamente vistosos’. No hay una relación muy clara entre este sentido y las características del ave, a no ser que nos quedemos solo con el penacho que adorna la cabeza de aquella, y la locuacidad, que no aparece en la definición de la mujer. Puede suceder que se apliquen a la cacatúa las características del papagayo o de la cotorra, pues los nombres de las tres aves se confunden, pese a ser de otra familia las cacatúas.

cacha Véase cachete.

cachemira La cachemira es un ‘tejido de pelo de cabra mezclado, a veces, con lana’, tal como define la voz el diccionario académico. Se trata de una lana muy suave al tacto, ligera y buen aislante térmico, que se elabora con el pelo de una raza de cabras procedentes de la región de Cachemira, situada en la vertiente sur de la zona occidental del Himalaya, actualmente dividida entre Paquistán, India y China. Los paños elaborados con esta lana tienen unos dibujos particulares, con forma de gota de agua curvada, que han sido copiados en otros tejidos con los que se elaboran pañuelos, corbatas, etc., y que reciben el nombre de cachemir, como también el tejido original.

cachete Siguiendo el diccionario de la Academia, el cachete es tanto el ‘golpe que se da en la cabeza o en la cara con la palma de la mano’ como el ‘carrillo de la cara, y especialmente el abultado’ en sus dos primeras acepciones, de las que parecen más alejadas las siguientes, que comento a continuación. El término es un derivado de cacha ‘cada una de las dos chapas que cubren o de las dos piezas que forman el mango de las navajas, de algunos cuchillos y de algunas armas de fuego’, procedente de la voz latina CAPŬLA, plural CAPŬLUM, ‘empuñadura de la espada o del cetro’, que se mantiene en cachete, en la tercera acepción de ese diccionario, ‘cachetero’, el puñal corto con que se remata a las reses. El plural cachas dio la acepción de ‘nalgas’, que retomó cachete, aunque solo en Andalucía, Argentina y Chile según el repertorio académico, y en Cuba de acuerdo con el Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española. De aquí surgió el sentido del carrillo abultado, y finalmente el golpe que se da en él. Cuando Sebastián de Covarrubias (1611) solo tuvo en consideración el sentido del golpe, aunque no atinó en el origen: «cachete, el golpe que se da con el puño cerrado, por debajo del brazo, teniendo cacho y corvado al que está maltratando, o por estar la mano cacha, conviene a saber, encogida».

 

cachondeo La voz cachondeo es un derivado de cachondo (véase lo expuesto en esta entrada), por lo que no parece acertada la explicación folklórica según la cual los pescadores de la almadraba de Barbate cruzaban el río Cachón, que desemboca en Zahara de los Atunes, para celebrar el éxito de sus pescas, especialmente las del atún, con el consiguiente jolgorio, al que acudirían mujeres con intenciones venéreas. La voz se ha generalizado hoy en español, y el diccionario académico la registra con tres sentidos, todos coloquiales: el primero corresponde a la ‘acción y efecto de cachondearse’, el segundo al ‘desbarajuste, desorden, guirigay’, y el tercero en España, es la ‘juerga (jolgorio)’.

cachondo, -da El adjetivo cachondo tiene tres acepciones en el diccionario académico: ‘dicho de una perra: salida (en celo)’, ‘dicho de una persona: dominada del apetito sexual’, y coloquialmente ‘burlón, jocundo, divertido’. La clave de la etimología está en la primera, de la cual derivaron las otras, pues la voz parece estar relacionada con la perra, a través de un primitivo cacho, derivado del latín CATŬLUS ‘perrito, cachorro’. De ahí surgiría el adjetivo cachondo para referirse a la perra dominada por el apetito venéreo, de donde pasó a las personas, probablemente con un valor peyorativo por la comparación con los animales (perra es, entre otras cosas, la prostituta), y, finalmente, se aplicaría a la persona alegre en cualquier sentido. Sebastián de Covarrubias (1611) lo explicó a su manera: «cachonda, cuasi catulonda. La perra que está salida y se va a buscar los perros, en especial los jóvenes, que llamamos cachorros, latine catulos, de donde tomó el nombre. Y transfiérese a la mujer que, incitada del calor de la lujuria, se va a buscar los hombres mancebos y valientes y otros cualquiera. Cachondez, aquel prurito y apetito venéreo».

cachorro Véase lo dicho a propósito de cachondo.

caco La palabra caco es una de las que se emplean para denominar al ladrón, y que el diccionario académico define como ‘ladrón que roba con destreza’, supongo que por oposición al que roba con violencia, que de todo hay en este mundo. La palabra es el uso como común del nombre latino CACUS, Caco, el ladrón mitológico (kakós en griego era ‘malo, malvado’), vencido y muerto por Hércules, como consecuencia de haberle robado parte de su ganado mientras dormía. Entre otros, narra esta historia con más detalle Sebastián de Covarrubias (1611): «Caco, dicen haber sido hijo de Vulcano, porque siendo ladrón famoso hacía grandes estragos de robos, muertes e incendios, y por esto decían echar fuego por la boca, infestó a Italia en tiempo de Evandro, y volviendo Hércules de España, muerto Gerión, le hurtó sus vacas, y las encerró en su cueva, llevándolas por las colas, y como las pisadas iban al revés, desatinó Hércules, y volvíase a buscarlas a otra parte, pero con el cariño de las demás que habían salido al pasto, dieron bramidos, y descubierta la traición, le mató Hércules, cobró sus vacas, y libertó la tierra. Díjose Caco de kakon, cosa mala [...]».

cadera Véase cátedra.

café Pese a la creencia muy extendida de que el café procede de América, su origen son las zonas tropicales de África y Asia. Recuérdese que una de las variedades de buena calidad es el moca, que lleva ese nombre por la ciudad de Moka (Yemen), en la Península Arábiga. El nombre del café nos llegó a través del italiano y del francés, del turco kahvé ‘café’, a su vez procedente del árabe qáhwa, voz con la que se nombraba tanto al café como al vino. Ese recorrido lingüístico es la huella del conocimiento del café, pues vino a España desde Turquía, pasando por Venecia y Francia.

cafre En el diccionario de la Academia, la palabra cafre tiene tres acepciones. La primera es ‘habitante de la antigua colonia inglesa de Cafrería, en Sudáfrica’, de la que parecen surgir las otras dos, ‘bárbaro y cruel’ y ‘zafio y rústico’, pues los cafres africanos eran tenidos por bárbaros y crueles, y la voz terminó por aplicarse a cualquier persona poco refinada. A nosotros nos llegó a través del portugués cáfer[e], a su vez del árabe clásico kāfir, que significaba ‘pagano, infiel’. A partir de este valor se aplicó a las personas toscas y violentas.

calabobos Según el diccionario de la Real Academia Española, calabobos es una palabra que significa ‘llovizna pertinaz’. Su origen es transparente, ya que se compone del verbo calar y el sustantivo bobos, esto es, se trata de la lluvia menuda y duradera que termina por empapar la ropa de los necios que no se protegen de ella pensando que su escasa consistencia no les puede afectar.

calamar El calamar es un ser marino bien conocido por toda la Península, no solamente en las costas, por su apeciada carne. La Academia define la voz que lo designa en su diccionario como ‘molusco cefalópodo de cuerpo alargado, con una concha interna en forma de pluma de ave y diez tentáculos provistos de ventosas, dos de ellos más largos que el resto. Vive formando bancos que son objeto de una activa pesca’. Una de sus características que nombraría cualquiera a quien se le preguntara por el animal es la bolsa de tinta negra que posee, que lanza cuando huye, de manera que el perseguidor no puede ver donde se encuentra. Es precisamente gracias a esta tinta a lo que recibe su nombre, aunque en el latín clásico era LOLIGO (su nombre científico es Loligo vulgaris), cuando un preparado con su tinta comenzó a emplearse para escribir con los cálamos (CALĂMUS ‘caña’ en latín, pues se escribía con estiletes hechos de caña) se llamó TINCTA CALAMARIS, esto es, la tinta del o para el cálamo. El adjetivo se sustantivó y no se aplicó a la tinta, sino al animal que la producía. La explicación que proporcionan Corominas y Pascual es que el término fue «tomado del italiano dialectal calamaro (italiano calamaio) ‘tintero’ y ‘calamar’, pasando por el catalán calamar ídem; la voz italiana deriva normalmente del antiguo càlamo ‘pluma de escribir’, del latín CALĂMUS ‘pluma’; se llamó ‘tintero’ al calamar por la tinta que derrama». Sebastián de Covarrubias (1611) escribió: «calamar, pescado conocido, especie de jibia […]. Llamose de los italianos calamarium, por dos huesecillos que tiene, el uno en forma de pluma o cálamo, y el otro de cuchillo. Ultra de esto tiene un cierto jugo negro como tinta. Horatio lo tomó por la mala calidad del hombre cauteloso y astuto que se escapa de entre las manos de los jueces, como hace el calamar de entre las del pescador, obscureciendo el agua con aquella tinta que echa de sí […]».

calamidad Una calamidad es una ‘desgracia o infortunio que alcanza a muchas personas’, según reza la primera acepción del diccionario académico, seguida de otra más, derivada de ella para nombrar la ‘persona incapaz, inútil o molesta’. La voz procede del latín CALAMĬTATEM ‘calamidad, desgracia, infortunio’, voz que deriva de CALĂMUS ‘caña’, pues cuando algún fenómeno natural o una plaga acababa con un cañaveral acarreaba la ruina a sus propietarios. De la desgracia sobrevenida de este modo pasó a nombrar cualquier otra desgracia o infortunio, que es el valor con el que nos llegó la voz. Sebastián de Covarrubias (1611) proporcionó la explicación adecuada: «calamidad, infortunio y desdicha grande. Del nombre latino calamitas, que propiamente significa el estrago y destrucción que hace en las cañas de los trigos y las demás mieses, y granizo, y la piedra, y la tempestad, quitando el grano y quebrando las cañas, con que queda frustrado el trabajo del labrador y la esperanza de coger el fruto de él […]. Tiempo calamitoso, tiempo desdichado y lleno de infortunios y adversidades».

calceta Véase calza.

calcetín Véase calza.

caldera y caldero Son los nombres de dos recipientes metálicos semiesféricos, el uno, la caldera, mayor que el otro, que sirven para poner a calentar o cocer algo en ellos. Proceden de las voces latinas CALDARIAM y CALDARIUM, derivados de CALDUS, variante de CALĬDUS ‘caliente’, con el sufijo -ARIUS que significaba ‘instrumento, utensilio que sirve para algo’. Es decir, etimológicamente su significado es el de ‘recipiente que sirve para calentar’. Sebastián de Covarrubias (1611) decía: «caldera, vaso grande coquinario donde se calentaba el agua y se cocían las carnes. Antiguamente concedían, en España, los reyes a los ricos hombres que les acompañaban y servían en la guerra, pendón y caldera: con el pendón acaudillaban los suyos, y la caldera servía de cocerles la comida, y esta era muy gran honra y particular. Calderilla, caldera pequeña. Cazar perdices con calderilla, el llevar dentro de ella una luz con que las encandilan. Caldera de Pero Botello se toma por el infierno; fúndase en algún particular que yo no alcanzo; sospecho debía ser algún tintorero caudaloso que hizo cual que caldera capacísima».

calderilla Además de ser el diminutivo para nombrar las calderas pequeñas, calderilla es en la primera acepción del diccionario académico el ‘conjunto de monedas de escaso valor’. Como puede colegirse de la cita de Covarrubias que figura en el artículo caldera, la voz calderilla para las monedas es posterior, parece que de mediados del siglo XVII, cuando comenzó a emplearse para denominar a esas monedas de escaso valor hechas de cobre. En el Diccionario de Autoridades (t. II, 1729) dijeron los primeros académicos: «calderilla, moneda de vellón resellada, que corre en España, y ha tenido varios valores según los tiempos y las urgencias. Es de cobre, y hoy tiene el precio bajo. Hay pieza de a cuatro y de a ocho maravedís», y aporta dos citas de 1680.

calma La calma, en la primera acepción del diccionario académico es el ‘estado de la atmósfera cuando no hay viento’. Procede de la voz latina CAUMA, proveniente a su vez de la griega kauma ‘ardor’, propio de la bonanza estival, derivado de kaíein ‘quemar’, que se aplicó primeramente a las calmas marinas que predominan durante la canícula (véase lo explicado bajo la entrada de esta voz). Parece que el cambio en la significación se produjo en la Península Ibérica de donde pasó a los demás idiomas modernos. Francisco del Rosal (1601) interpretó el cambio semántico a la inversa: «calma de mar se dice metafóricamente de la calma de la tierra, donde primera y propiamente se dijo; del griego cauma, que es ‘ardor’ y ‘fuego’, que decimos bochorno, y como este es mayor cuando cesa la ventilación del aire, en la mar lo tomamos por la cesación del aire». Por su parte, Sebastián de Covarrubias (1611) anduvo más acertado en el primero de los dos artículos que dedicó a la palabra: «calma, el tiempo que no corre ningún aire, y es término náutico. Estar la nave en calma, estar queda sin caminar ni moverse por no tener viento, y de allí se tomó el decir están las cosas en calma cuando no se procede con ellas adelante. Puede ser nombre griego de kauma, cauma, que vale ‘calor’, combustio, porque cuando no corre aire en el verano, hace calor y se abrasan las gentes».

calza o calzas El DRAE define la calza en su primera acepción como ‘prenda de vestir que, según los tiempos, cubría, ciñéndolos, el muslo y la pierna, o bien, en forma holgada, solo el muslo o la mayor parte de él’, empleándose con el mismo valor también en plural, calzas. La antigua Roma no conocía las calzas, pues sus ciudadanos vestían la toga y la túnica. Fueron los pueblos germanos los que trajeron esa prenda, y cuando, por imitación, comenzaron a emplearlas los romanos, tuvieron que darles un nombre, el de *CALCĔA, un derivado vulgar que se comienza a documentar hacia el año 800, a partir del término CALCĔUS con el que se venía nombrando el zapato, el calzado. Los vaivenes de la moda hicieron que las calzas, prenda masculina, cambiaran de forma y tamaño, hasta llegar a cubrir de la cintura a los pies, manteniendo, eso sí, siempre con el mismo nombre. Otro de los cambios que afectó a la prenda fue su división en dos piezas allá por el siglo XVI. Una de ellas era la que iba de la cintura hasta el muslo, y la otra del muslo a los pies. La primera, la superior, mantuvo el nombre original de calzas, incluso el aumentativo de calzones o calzón, mientras que a la otra se le aplicó un diminutivo, la calceta, o, aludiendo a su origen, medias calzas, que se quedó de forma abreviada en las medias, prenda eminentemente femenina en la actualidad. La calceta, con el paso de los años y los avatares de la veleidosa moda, se hizo cada vez más pequeña, y nació el calcetín, que durante mucho tiempo fue prenda más bien de los hombres. El nombre de la parte superior sufrió la colisión de otro término de una prenda masculina parecida que usaban otros bárbaros, los galos, y que en latín fue BRACA. Esta también sufrió sus transformaciones, y disminuyó el tamaño, hasta hacerse interior, cubierta por otra prenda de origen germánico, el pantalón, al que hubo que hacerle una abertura por delante que se llamó bragueta. El resultado de esta transformación fueron las bragas, que más adelante quedaron para el uso femenino, y los calzoncillos, para el masculino, que en su devenir se han hecho más pequeños y han necesitado de un extranjerismo para ser nombrados, el slip, que cuando ha crecido no ha vuelto a su nombre primitivo, sino que se ha importado otra palabra, bóxer. Tanto la prenda masculina como la femenina, pero especialmente esta, han llegado en su ahorro de materia textil a ser el tanga (voz de origen tupí, la lengua de unos indios de Brasil, lo que nos dice mucho del origen de la prenda), y, en su mínima expresión, el hilo dental, sobre todo al hablar del traje –o lo que sea– de baño. Cuando las calzas se han revitalizado, con otros tejidos, han pasado a ser los leotardos (por el nombre del acróbata francés Jules Léotard, que vivió en 1838-1870, inventor de una prenda ajustada con la que se pudiera apreciar su musculatura y no le impidiera sus movimientos); y después han sido el panty, raramente llamado pantimedia o media entera –lo que, etimológicamente, es una contradicción–, de malla elástica, que ha llegado a emplearse como pantalones, los leggins. Otra de las versiones modernas de las calzas es el culotte, originariamente el pantalón corto de los hombres, que pasó a ser prenda interior tanto masculina como femenina, pero que en la actualidad es de mucho uso, en especial en ciertos deportes, siendo de tejido elástico.

 

calzón o calzones Véase calza.

calzoncillo o calzoncillos Véase calza.

camarada Originariamente, la palabra camarada significaba ‘grupo de soldados que duermen y comen juntos’, pues se trata de un derivado de cámara ‘habitación’ con el sufijo -ada que vale para denominar un conjunto de elementos. Desde ahí pasó a nombrar a cada uno de esos soldados, al conmilitón, y más adelante al compañero en general y al correligionario. Sebastián de Covarrubias (1611) lo explicó del siguiente modo: «camarada, el compañero de cámara que come y duerme en una misma posada. Este término se usa entre soldados, y vale compañero y amigo familiar que está en la misma compañía».

camastrón, -trona El sustantivo camastrón es de uso coloquial y se utiliza para designar a la ‘persona disimulada y doble que espera oportunidad para hacer o dejar de hacer las cosas, según le conviene’. Se trata, sí, de un derivado de la palabra cama, pero no con el valor de ‘holgazán’ como a veces se sospecha y emplea, sino por el descrito, el único que registra el diccionario académico. Resulta extraño el paso que conduce de cama a camastrón, por lo que Corominas y Pascual sospechan que pueda tratarse, como sucede con otras voces comenzadas por cam-, de una deformación de camándulo o camandulero «por floreo verbal o chiste etimológico». La voz no se documenta en nuestros repertorios léxicos hasta el primero de la Academia, el Diccionario de Autoridades (t. II, 1729).

camomila Véase manzanilla.

campana No hay la menor duda de que la campana es el ‘instrumento metálico, generalmente en forma de copa invertida, que suena al ser golpeado por un badajo o por un martillo exterior’, como define su primera acepción el diccionario académico. Está claro también que procede de la forma latina CAMPANA. ¿Y cuál es el origen en latín? Pues VASA CAMPANA, esto es, los instrumentos en forma de copa invertida procedentes de la región de Campania, en el sur de la península itálica, junto al mar Tirreno, donde, al parecer, se hacían del mejor bronce. Las campanas comenzaron a utilizarse con la difusión del cristianismo, a partir del siglo V, para convocar a los fieles, y pronto se llamaron así. Sebastián de Covarrubias (1611) dio cuenta de la voz, ofreciendo la etimología correcta: «campana, instrumento conocido de metal, con que se congregan principalmente los fieles a oficiar o a oír las horas canónicas y los oficios divinos, y así las ponen en lo alto de las torres para que puedan ser oídas de todos. Díjose campana de la provincia de Campania en Italia, donde primero se inventó y usó para este santo fin. Algunos la llaman Nola, porque fue la primera ciudad en la dicha provincia que las usó [...]. Campana se toma algunas veces por la iglesia o parroquia, y así decimos de ciertos diezmos deberse a la campana, conviene a saber, a la parroquia donde nos administran los sacramentos. Con la campana suelen en algunas partes llamar a concejo, y en otras tañer a rebato, y en muchas acostumbran tañer cierta campana cuando se amotina la comunidad, que llaman a campana tañida, cosa muy peligrosa [...]».

campechano, -na Una persona campechana es aquella ‘que se comporta con llaneza y cordialidad, sin imponer distancia en el trato’, como puede leerse en la tercera acepción del diccionario de nuestra Academia. Pese a que con frecuencia se relaciona esta palabra con campo por la afabilidad que se les supone a los campesinos, su origen es otro. En esa misma acepción, el DRAE explica su motivación: «por la fama de cordialidad de que gozan los naturales de Campeche, tierra de vida placentera según la creencia popular». Las dos primeras acepciones de la voz en esa misma obra son las referentes a Campeche, ‘natural de Campeche’ y ‘perteneciente o relativo a esta ciudad de México o a su Estado’.

canalla El uso de canalla parece restringido al lenguaje coloquial, según lo que dice el diccionario académico, en el que se registran dos acepciones, una como sustantivo femenino para la ‘gente baja, ruin’ y otra como sustantivo común para la ‘persona despreciable y de malos procederes’. Es una palabra tomada del italiano canaglia, con los mismos valores, derivada del latín CANIS ‘perro’. La relación con los perros habría que establecerla a través de la muchedumbre de perros que registra la segunda acepción académica (aunque de uso anticuado), comparable con la muchedumbre malvada y agresiva, que vaga por la calle. Sebastián de Covarrubias (1611) explicó el origen de la voz: «canalla, junta de gente vil, inducida para alborotar y dañar adonde entienden que no han de hallar resistencia [...]. Díjose canalla de can ‘perro’, porque tienen estos la condición de los perros que salen al camino a morder al caminante y le van ladrando detrás; pero si vuelve y con una piedra hiere alguno, ese y todos los demás vuelven aullando y huyendo […]».

canapé De las tres acepciones que consigna el diccionario académico para la voz canapé, las dos primeras no parecen tener mucho que ver con la tercera, pues del ‘escaño con el asiento y el respaldo acolchado’ y el ‘soporte acolchado sobre el que se coloca el colchón’ a la ‘porción de pan o de hojaldre cubierta con una pequeña cantidad de comida que se suele servir como aperitivo’ hay una larga distancia, al menos desde el punto de vista semántico. Que la palabra proceda del francés canapé, como indica el propio DRAE, no nos aclara mucho, como tampoco lo hacen Corominas y Pascual, pues no proporcionan más informaciones que las estrictamente etimológicas, sin referencia alguna a la última acepción: «del francés canapé ídem, y éste del latín tardío canapeum (latín conopeum), ‘pabellón de cama’, que a su vez viene del griego konopeion ‘mosquitero’, derivado de kónops ‘mosquito’». La explicación que andamos buscando hay que buscarla en el francés, lengua en la que canapé era también el asiento para varias personas, y, por analogía, en la obtención del azúcar, el banco o tarima de madera sobre el cual se ponían los recipientes con el jugo obtenido después de depurado. Esa imagen se trasladó a la rebanada de pan sobre la que se colocaba una porción de alimento. Bien es cierto que no resulta necesario buscar en un ámbito tan específico, pues la rebanada de pan podría haberse llamado canapé por ser blanda como el canapé de la cama y proporcionar la misma imagen: sobre el canapé se pone el colchón como sobre el pan se pone la comida. Después, la moda y las costumbres han hecho que la base no solamente sea de pan de miga y que el término canapé se refiera al conjunto, a la base y al alimento que la acompaña.