Lo que callan las palabras

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anarquía La anarquía es la ‘ausencia de poder público’ según define el diccionario de la Academia la primera acepción, de la que nace la siguiente ‘desconcierto, incoherencia, barullo’, mientras que la tercera es ‘anarquismo (doctrina política)’, y no hay ninguna más. Es una palabra tomada del griego anarchía, con el mismo valor, que se deriva de anarchos, compuesta de an ‘sin’ y archós ‘guía, jefe, el más poderoso’, esta última procedente de archein ‘mandar, reinar’. En definitiva, la forma griega ya venía a significar ‘sin jefe, sin gobernante’. A partir de anarquía se han formado otras palabras como anarquista, anarquismo o anárquico.

andamio Véase andén.

andén Los andenes de las estaciones de ferrocarriles, de los muelles de los puertos, de los puentes, etc., nada tienen que ver con andar, por más que por ellos se pueda andar. La palabra procede del latín *ANDAGĬNEM, de INDAGĬNEM ‘cordón, ojeo de la caza y cuantos instrumentos están en uso para caza’, ‘línea, cordón, estacada para estorbar la entrada a los enemigos’. De donde pasaría a designar la faja de terreno que hay alrededor de algo, y como cuentan Corominas y Pascual «es fácil pasar de ahí a ‘faja de terreno larga y estrecha’ en general, sin contar con que INDAGO pudo tomar fácilmente el significado de ‘pista, huellas de la caza’, por influjo del verbo derivado INDAGARE, que significaba ‘seguir la pista’». Así es fácil explicar algunas de las definiciones académicas como ‘en las norias, tahonas y otros ingenios movidos por caballerías, sitio por donde estas andan, dando vueltas alrededor’ o ‘corredor o sitio destinado para andar’, así como otras similares no recogidas por la Institución y de uso regional. La atracción por explicar andén con andar debió producirse muy pronto, a partir de los sentidos señalados, y quizás también por la presencia de andamio, este sí derivado de andar con el sufijo -amio. Antonio de Nebrija en el Vocabulario español-latino (seguramente de 1495) escribió: «andén para andar, ambulacrum, i», casi lo mismo que dice para la otra voz aducida: «andamio, por donde andan, ambulacrum, i».

ángel Gracias a la implantación de la religión, la palabra ángel es bien conocida en nuestra lengua, siendo la primera acepción que registra el diccionario académico ‘en la tradición cristiana, espíritu celeste criado por Dios para su ministerio’, y del mismo ámbito también es la segunda ‘cada uno de los espíritus celestes creados, y en particular los que pertenecen al último de los nueve coros, según la clasificación de la teología tradicional’. De estos valores derivan los siguientes que pone para la voz ‘gracia, simpatía, encanto’, ‘persona en quien se suponen las cualidades propias de los espíritus angélicos, es decir, bondad, belleza e inocencia’. Sin embargo, en su origen el término significaba otra cosa, aunque del valor original no ha quedado nada en nuestra lengua. Procede del latín ANGĔLUM ‘mensajero, ángel’, que, a su vez, viene del griego ánguelos ‘mensajero, enviado’, compartiendo etimología con evangelio. El ángel, es, pues, el mensajero, el que viene a transmitirnos los designios de la divinidad, y el que la sirve, además de cuidar de nosotros mismos. Sebastián de Covarrubias (1611) dijo: «ángel, en el rigor de su significación vale tanto como nuncio o mensajero, y es nombre griego ánguelos, angelus, nuntius. Y porque los espíritus celestiales hacen la voluntad de Dios, y por su mandato vienen a la tierra con mensajes, tienen este nombre, no por naturaleza, sino por oficio y ministerio [...]. Angelical, cosa de ángeles. Agua de ángeles, por excelencia, siendo de suavísimo olor».

anguila La anguila es, según la larga y enciclopédica definición académica, un ‘pez teleósteo, fisóstomo, sin aletas abdominales, de cuerpo largo, cilíndrico, y que llega a medir un metro. Tiene una aleta dorsal que se une primero con la caudal, y dando después vuelta, con la anal, mientras son muy pequeñas las pectorales. Su carne es comestible. Vive en los ríos, pero cuando sus órganos sexuales llegan a la plenitud de su desarrollo, desciende por los ríos y entra en el mar para efectuar su reproducción en determinado lugar del océano Atlántico’. La voz con que la nombramos procede del latín ANGUILLAM, que, a su vez, es un derivado diminutivo de ANGUIS ‘culebra’, por medio del adjetivo ANGUINUS ‘parecido a la culebra’, lo que nos está remitiendo a la forma semejante que tienen ambos animales, por más que la anguila sea acuática, lo que habría producido una forma *anguin(o)la, que daría la forma antigua anguilla, después anguila. Sebastián de ­Covarrubias (1611) habló de ella: «anguilla, pez conocido, que por la mayor parte se cría en el agua cenagosa y de ella entienden se produce, pues no hay anguilla macho ni anguilla hembra, y si una se engendra de otra es de la vascosidad o graseza que dejan estregándose en los peñascos que están debajo del agua. Presupuesto que no se ha hallado ninguna que tenga huevos como los demás peces, ni otra cosa de que pueda ser producida o engendrada la prole [...]. Los que con facilidad quiebran sus palabras y se quitan de ellas con delgadezas y sutilezas son comparados a las anguillas lúbricas y deleznables, que presas se escurren de entre las manos [...]. Los que para medrar inquietan las repúblicas son comparados a los pescadores de anguillas, los cuales, si no enturbian el agua, no pueden pescar ninguna, por lo cual se dijo a río vuelto, ganancia de pescadores para significar un hombre apartado de todos los demás, sin trato ni comercio alguno; pintaban la anguilla con el mote Sibi soli natus [nacido por sí solo], porque la anguilla, como nace del cieno y bascosidad, no reconoce padre ni madre, ni pariente. El profano, el encenagado en vicios, indigno de ser admitido al orden sacro y ministerio eclesiástico, comparaban al anguilla, que por ser sin escamas era contada entre los peces inmundos, y vedada a los judíos por tal. Viniendo a su etimología pone más horror por tener nombre de culebra, no porque lo sea, sino por lo mucho que le semeja, y así anguilla dicitur ab angue, quod specie anguem repraesentet, graece enchelys [anguilla se dice de angue, porque se parece a una serpiente, en griego enchelys]. El golpe que el cómitre da con el rebenque se llama anguillazo, porque tiene el tal azote forma de anguilla y porque antiguamente los romanos azotaban sus hijos con anguillas, según refiere Palmireno [...]».

aniquilar Esta palabra significa, según la definición de su primera acepción en el diccionario de la Academia, ‘reducir a la nada’, que es el sentido etimológico. La voz procede del bajo latín annichilare, que parte del latín tardío annihilare, compuesto de AD- ‘a’ y NIHIL ‘nada’, más el sufijo verbal. La h de NIHIL sufrió un proceso similar al que se produjo en MIHI para llegar a tiquismiquis (véase este artículo). El cambio lo explican Corominas y Pascual: «La forma medieval nichil (con annichilare), en lugar del clásico nihil, se debió a un esfuerzo por pronunciar la h y evitar así la contracción en nil, reputada vulgar; en lugar de h se pronunció primero una chi griega o jota castellana, y luego k». Por ello tenemos aniquilar de annihilare.

anodino, -na Una cosa anodina es algo ‘insignificante, ineficaz, insustancial’, como define la palabra el diccionario académico en su primera acepción, a la que sigue otra de la medicina, poco usada, ‘dicho de un medicamento o de una sustancia: que calma el dolor’. No parece que haya mucha relación entre los dos valores, aunque si miramos la procedencia del término podremos encontrar alguna explicación. Procede del latín ANODY̆NUS, a su vez del griego anodinos ‘sin dolor’, compuesto de an, partícula privativa, y odís, inos ‘dolor de parto, dolor fuerte’, que por su parte viene de odyne ‘dolor’, relacionado con la raíz indoeuropea ed- ‘comer, corroer’. A la vista de ello, y sabiendo que la primera documentación española puede ser la del Dioscórides traducido y anotado por Andrés Laguna (1555), no es difícil concluir que la voz procede del lenguaje médico en el que significaba algo así como ‘que no causa dolor’ o ‘que calma el dolor’, y al extenderse en la lengua vino a ser lo ‘insustancial’, lo ‘insignificante’, lo que no provoca en nosotros reacción alguna.

antojo La palabra antojo es bien conocida por los hablantes de nuestra lengua debido a dos de los sentidos que posee, definidos en el diccionario académico como ‘deseo vivo y pasajero de algo’ y ‘lunar, mancha o tumor eréctil que suelen presentar en la piel algunas personas, y que el vulgo atribuye a caprichos no satisfechos de sus madres durante el embarazo’, que, sin duda, deriva de aquella. Lo que, tal vez, no sea tan sabido es el origen de la voz, que procede del latín ANTE OCŬLUM, literalmente ‘delante del ojo’. Con esa expresión se quería designar aquello que se tiene presente en la mente, como si estuviera físicamente delante de los ojos, el antojo que no se puede apartar de la imaginación. Después, las creencias populares relacionaron las manchas de la piel de algunos niños con los deseos no satisfechos de la gestante, queriendo percibir, incluso, la forma del objeto deseado por la madre, y de este modo esos lunares también se llamaron antojos. Sebastián de Covarrubias (1611), haciéndose eco de las interpretaciones vulgares, escribe a propósito de la palabra: «antojo, algunas veces significa el deseo que alguna preñada tiene de cualquier cosa de comer, o porque la vio o la imaginó o se mentó delante de ella. Unas mujeres son más antojadizas que otras, y no podemos negar que no sea pasión ordinaria de preñez, pues se ha visto mover la criatura o morírsele en el cuerpo cuando no cumple la madre el antojo. Este se llama en latín pica libido, del verbo pico, as, por antojársele algo a la preñada […]. Es alusión de la pega o picaza, que es antojadiza y suele comer cosas que no hacen al gusto, como hierro y trapillos y otras cosas […]. Antojadizo, el que tiene varios apetitos y toma ansia por cumplirlos. Como muchas veces se engaña la vista, al que dice haber visto tal cosa, si los presentes le quieren deslumbrar o desengañarle, dicen que se le antojó». Esta es la misma voz antojos con la que se nombraban los anteojos, sentido todavía presente en el repertorio de la Academia, si bien calificada como anticuada.

 

antología Dice el diccionario académico que la palabra antología significa ‘colección de piezas escogidas de literatura, música, etc.’ La voz procede del griego anthología, construida a partir de anthos ‘flor’, y el verbo lego ‘escoger’. Esto quiere decir que etimológicamente significa ‘recolección de flores’. De manera figurada llegó al significado con el que conocemos la palabra en la actualidad. Los latinos crearon una palabra con el modelo griego, FLORILEGIUM, a partir de FLOS, FLORIS ‘flor’, y LEGĔRE ‘escoger’, como se ve con el mismo valor originario el término griego. Parece ser que fue Erasmo de Rotterdam (1466-1536) el primero en emplear la palabra latina con el valor de ‘colección de piezas escogidas’, de donde tenemos florilegio en español, que la Academia define como ‘colección de trozos selectos de materias literarias’.

añorar Si miramos la voz añorar en el diccionario académico veremos que la única acepción que registra es la de ‘recordar con pena la ausencia, privación o pérdida de alguien o algo muy querido’, y que procede del catalán enyorar, sin añadir nada más. La forma catalana procede del latín IGNORARE, cuyo valor primitivo en esta lengua era el de ‘ignorar, desconocer, no saber’, y más tarde se concretó en el de ‘no saber dónde está alguien’, ‘no tener noticias de un ausente’. La voz se introdujo en nuestra lengua en época reciente, a finales del siglo XIX, habiéndole dado tiempo a extenderse de tal manera que ya nadie la tiene como extranjera, poco más de un siglo después de habernos llegado, ampliando su sentido, pues ya no solo se añoran las personas, sino también las cosas, los hechos. Continuamente vemos cómo los españoles que residen en otros países añoran la tortilla de patatas y la cerveza, por ejemplo, y cómo los de aquí añoran los tiempos pasados. No se ignoran, muy al contrario, se echan en falta.

apagar El uso habitual de la palabra apagar es el sentido que consigna en primer lugar el diccionario académico, ‘extinguir el fuego o la luz’, que, al decir de Corominas y Pascual, es el resultado de una audaz innovación semántica en la voz, pues antiguamente significaba ‘satisfacer, apaciguar’, y modernamente ‘aplacar, extinguir (la sed, el hambre, el rencor, etc.)’, que se corresponde con la segunda acepción de nuestro diccionario, ‘extinguir, disipar, aplacar algo’. A partir de aquí surge el primer sentido. Es un derivado de del verbo antiguo pagar ‘satisfacer, contentar’, procedente del latín PACARE ‘pacificar’, ‘domar, someter, reducir, vencer’. Sebastián de Covarrubias (1611) fue preciso al explicar el origen del término: «apagar el fuego, matarlo y extinguirlo, o con el agua, su contrario, o con tierra, o esparciéndolo, pisándolo o quebrantándolo. Latine extinguere. Díjose apagar del verbo paco, as, por apaciguar, tomada la metáfora de los que con las armas apaciguan los amotinados y rebeldes, que es un fuego tan pernicioso como el material, y más».

apéndice Un apéndice es una ‘cosa adjunta o añadida a otra, de la cual es como parte accesoria o dependiente’, como lo define el diccionario académico en su primera acepción, junto a la que hay otras relacionadas con ella. Procede la voz del latín APPENDĬCE ‘apéndice, aditamento, suplemento’, derivado del verbo APPENDERE ‘pesar, colgar de algo’, formado a partir de PENDERE ‘colgar, estar colgado’. Esto es, un apéndice es lo que cuelga de otra cosa.

apoteosis El empleo más común de la palabra apoteosis se corresponde con la tercera acepción del diccionario académico: ‘manifestación de gran entusiasmo en algún momento de una celebración o acto colectivo’, si bien no son ignoradas las dos anteriores, ‘ensalzamiento de una persona con grandes honores o alabanzas’ y ‘escena espectacular con que concluyen algunas funciones teatrales, normalmente de géneros ligeros’, todas ellas con una relación que no es difícil de ver. Sin embargo, al leer la cuarta acepción, ‘en el mundo clásico, concesión de la dignidad de dioses a los héroes’, surge la sorpresa, y la pregunta necesaria es la de ¿qué tienen que ver los dioses con las otras apoteosis? La explicación se encuentra en el origen de la voz, pues procede del latín APOTHEOSIS, que, a su vez, viene del griego apotheosis ‘deificación’, compuesto de apó ‘con’ y theosis ‘cualidad de divino’, derivado de theós ‘dios’. Es decir, la apoteosis era la conversión en dios de un héroe, ascendiendo en su consideración, que corresponde con el ensalzamiento de la primera acepción del DRAE, de donde surge el valor de escena espectacular, que, probablemente, tenga que ver con la solemnidad en la que se concedían honores divinos a los emperadores cuando morían, y a continuación el de la manifestación entusiasta, la aclamación, por el júbilo de quienes contemplan esa escena. La palabra es relativamente moderna en nuestra lengua, y en el DRAE no aparece hasta la 2ª edición (1783), pero solamente con el sentido de deificación. Las otras comienzan a figurar en la 11ª (1869).

apreciar Véase precioso.

aquilatar Véase quilate.

ardilla El nombre de este animal es claramente un diminutivo, aunque la palabra de que se parte no suele ser conocida por la mayor parte de los hablantes, el antiguo castellano harda o arda, forma de origen incierto, no latino, aunque común al bereber, al hispanoárabe y al vasco. No parece que tenga que ver, como algunos han pretendido, con el verbo arder, apoyándose en la imagen que sugiere el movimiento inquieto de su cola y el color rojizo de su pelaje, que podrían evocar la llama de un fuego, entre ellos Sebastián de Covarrubias (1611) en el artículo harda, donde dice que «el nombre castellano harda, quitada la aspiración, puede venir del verbo arder porque es ardiente, fogosa y presta y tan inquieta que nunca está queda; y así la llaman por otro nombre pyrolos que vale tanto como ‘fogoso’, del nombre griego pyrrós, ignis».

ardite La palabra ardite no es de mucho uso en la lengua, empleándose de manera casi exclusiva en expresiones como no dársele un ardite o no me importa un ardite, donde más parece un eufemismo por no emplear otras voces malsonantes que pueden aparecer en ese tipo de construcciones. La voz es de procedencia gascona, y en su origen servía para nombrar una moneda de oro acuñada en Aquitania por el Príncipe Negro (Eduardo de Woodstock, Príncipe de Gales, 1330-1376). Esa forma es probable que procediera del inglés farthing, nombre de una moneda antigua de reducido valor. El nombre gascón sirvió después para nombrar una ‘moneda de poco valor que hubo antiguamente en Castilla’, como reza la primera acepción del diccionario académico. Por su escaso valor, pasó a nombrar también cualquier ‘cosa insignificante o de muy poco valor’, como recoge ese mismo diccionario en la segunda acepción, sentido con el que se emplea en expresiones como las citadas, con las que se da a entender que no le concedemos la menor importancia a aquello de lo que se habla, que no le prestamos atención ninguna.

armario El armario es el ‘mueble con puertas y anaqueles o perchas para guardar ropa y otros objetos’, según la definición académica. Procede de la voz latina ARMARĬUM, que originalmente significaba ‘lugar donde se guardan las armas’, de donde pasó a designar el mueble en que se podían guardar diversos objetos, no solamente armas. Fr. Diego de Guadix (1593) pretendía que procediese del árabe, por interpretar mal una de las variantes de la palabra, aunque sin desconocer su origen latino: «almario llaman en algunas partes de España a un alhacenilla de madera o ventana ciega en la pared, con sus portezuelas, para reponer y guardar en ella cosas. Consta de al, que en arábigo significa ‘la’, y de mario o almario, que en latín significa esta dicha alhacenilla, así que todo junto, almario, en arábigo y latín significa ‘la alhacena’. Parecer ha sido de hombres doctos que este nombre no es almario, sino armario, que es corrupción de este nombre latino armarium; tome el lector lo que más cuadrare con su ingenio». Sebastián de Covarrubias (1611) recogió la voz haciéndose eco de lo dicho por el P. Guadix.

armatoste Define la Academia en su diccionario la palabra armatoste como ‘objeto grande y de poca utilidad’. Para la Institución la voz es de origen incierto, aunque la compara con el catalán antiguo armatost. La forma catalana designaba al ‘aparato con que se armaban antiguamente las ballestas’, compuesta del verbo armar y el adverbio tost ‘pronto’, pues facilitaba el acto de armar la ballesta, si bien pudo componerse en castellano con el antiguo toste, ­adverbio tomado del catalán. El paso del nombre del aparato al del objeto grande y poco útil se explica por la generalización de las armas de fuego que hicieron del armatoste algo inservible y embarazoso, dando origen al nuevo sentido, que pasó del castellano al catalán, en un movimiento de ida y vuelta. Ayala Manrique (1693) explica: «armatoste, un ingenio para armar los ballestones antiguos, donde el que disparaba ponía el pie [...]. Ahora, en vulgar estilo, llamamos armatoste a un trasto embarazoso, viejo e inútil [...]. Dice Co­varrubias que es vocablo bárbaro; a mí me parece que claramente se deriva de la voz italiana tosto, que es ‘luego’, para denotar cosa que está hecha con arte, de modo que en un instante se pone como ha de estar, y armatoste es ‘arma presto’. Hoy, vulgarmente, lo aplicamos a cualquiera cosa embarazosa o corpulenta y poco útil; es voz jocosa y baja».

armiño La palabra armiño es más conocida por la piel que por el animal del cual se obtiene. La piel se aprecia por el color blanco que toman al acercarse el periodo invernal en los animales que habitan en las frías regiones del norte de Europa y Asia, y en algunas montañas más meridionales. La voz española procede de la latina [MUS] ARMENĬUS, esto es, [ratón] armenio, pues las pieles llegaban a través del Mediterráneo, habiéndose embarcado en el Mar Muerto, procedentes supuestamente de Armenia. Por el mar donde se embarcaban las pieles también se conocía el animal como MUS PONTICUS, es decir ratón del Mar Muerto, por el Ponto o Ponto Euxino, como se conocía en la Antigüedad el Mar Muerto. Armenia entonces era el país más conocido de Asia Menor, por lo que se tenían las pieles como procedentes de él, por más que su origen estuviese más lejos, en lugares poco o nada conocidos. Sebastián de Covarrubias (1611), bastante bien informado, aunque no con toda la precisión, escribió: «armiño […]. De los armiños hace mención Plinio [...], y llamoles ratones pónticos por criarse en el Ponto; otros que se crían en los Alpes llaman álpicos. A España nos los traen de Venecia, y allí vienen de esas partes septentrionales; son todos blancos como la nieve, excepto la extremidad de la cola, que es negra. Llámanlos armelinos de armus, el espalda, porque en las ropas rozagantes de príncipes y grandes ministros, en las partes septentrionales y en otras, vuelven sobre los hombros unas capillas de estos aforros de armiños, y en Roma los traen los canónigos de San Pedro […]».

arrullar Todos sabemos lo que es arrullar a un niño para que se duerma, aunque también sea ‘dicho de un palomo o de un tórtolo: atraer con arrullos a la hembra, o esta a aquel’, como define la primera acepción el diccionario de la Academia. Se trata de una voz onomatopéyica formada con la raíz rull que Vicente García de Diego define como ‘onomatopeya del canto de la paloma y del canto de la que aduerme al niño’, gemela de la raíz roll con los mismos valores. La voz es conocida de antiguo en la lengua, habiendo dado cuenta de ella Sebastián de Covarrubias (1611): «arrullar, adormecer el niño con cantarle algún sonecico, repitiendo esta palabra: ro, ro, y él mismo suele con un quejidito en esta forma adormecerse, que llaman arrullarse».

asco Véase asqueroso.

asesino, -na Nadie duda del significado del adjetivo asesino, ni de su empleo como sustantivo. Sin embargo, su origen no es tan del dominio público, pues procede del árabe ḥaššāšīn, que quiere decir ‘adictos al cáñamo indio’, o como explican Corominas y Pascual: «del árabe ḥaššāšî ‘bebedor de ḥašîš, bebida narcótica de hojas de cáñamo’, nombre aplicado a los secuaces del sectario musulmán conocido como el Viejo de la Montaña (siglo XI) que fanatizados por su jefe y embriagados de ḥašîš, se dedicaban a ejecutar sangrientas venganzas políticas». Esto es, en el fondo del asesino está el hachís, término procedente, de acuerdo con la Academia, de ese ḥašîš, cuyo valor en árabe clásico es, para la Institución, el de ‘hierba’. La palabra era conocida en la lengua desde la Edad Media, como prueba Hugo de Celso (1538): «asazinos son llamados los que disfrazados de vestidos fingiendo ser de estado o calidad que no son, matan a los hombres y así mismo son dichos asazinos los que matan a otro por algo que les dan o prometen a los tales asazinos, y así mismo los por cuyo mandado hacen los tales delitos, y los que a sabiendas los reciben en sus casas, o los encubren, deben morir por ello [...]». Pero la forma de la voz no se fija hasta el siglo XVIII, como podemos ver, por ejemplo, todavía en Sebastián de Covarrubias (1611), junto a otras consideraciones en las que no parece ir demasiado desencaminado: «asasino, el infiel que disimuladamente y con traición acomete a algún cristiano, y este nombre dan las historias a los que temerariamente han emprendido matar príncipes cristianos por mano de infieles [...]. De aquí se extendió aqueste vocablo asasino significase comúnmente al que mata a otro por dinero que le dieron o prometieron, aunque no en rigor, pues significa lo que tenemos dicho».

 

asqueroso, -sa Aunque pueda parecerlo, el adjetivo asqueroso no es un derivado de asco, pese a tener alguna relación con él, pues significa tanto ‘que causa asco’ como ‘que tiene asco’ o ‘propenso a tenerlo’, siguiendo las tres primeras acepciones que ofrece el diccionario académico. La última, indudablemente, surge de ellas: ‘que causa repulsión moral o física’. La palabra procede del latín vulgar *ESCHAROSUS ‘lleno de costras’, derivado de ESCHǍRA ‘costra que se forma con la quemadura de un hierro candente’, a su vez procedente del griego eskhara ‘hogar, fogata, brasero; costra, postilla’. Quiere ello decir que a lo largo de la evolución desde el griego se pasó de la denominación del fuego, a la del hierro calentado en él, y a la postilla de la herida causada con él. En el latín vulgar se creó un adjetivo para nombrar a quien tenía muchas de esas costras, cuya vista no sería de lo más agradable, por lo que tomó el sentido de lo que causa repugnancia, y el del quien la tiene. Esa repugnancia se decía usgo, término que todavía recoge el diccionario de la Academia pese a su escaso empleo, procedente de un supuesto verbo *osgar, a su vez del latín vulgar *OSICARE, derivado del verbo irregular ODI, ODISSE, OSUS ‘odiar, aborrecer, atestar’, y que debió cruzarse con asqueroso para cambiarse en el asco que conocemos. Sebastián de Covarrubias (1611) cuenta: «asco, es lo mismo que el latino llama nausea […]. Y según esto, creo está corrompido el verbo de nauseo, o del sonido que hace en la garganta ahhs, ahsco, o del nombre griego aiskhos, aeschos, turpitudo, sordes, porque toda cosa sucia da horror y asco. Asqueroso, el sucio que mueve asco. Asquerosito llaman al melindroso. Hacer ascos de una cosa, menospreciarla».

astillero El astillero en su primera acepción es, según el diccionario académico, el ‘establecimiento donde se construyen y reparan buques’, voz al parecer derivada de astilla, aunque no en el sentido con que la conocemos hoy de ‘pedacito que salta de un objeto’, o de un ‘pedazo de madera’, sino del primitivo valor de ‘depósito de maderos’ que también consigna el DRAE, o ‘almacén o montón de madera’, que hoy ya no se usa, o no es de uso común. De ese valor primigenio de ‘depósito, almacén’, se pasó a nombrar el taller del carpintero y, en general, cualquier taller (como todavía se usa hoy el francés atelier, y nuestro taller), y de una manera más específica el astillero.

astracán El diccionario académico recoge dos acepciones para astracán, relacionadas entre sí, la primera es ‘piel de cordero nonato o recién nacido, muy fina y con el pelo rizado’, y la segunda el ‘tejido de lana o de pelo de cabra, de mucho cuerpo y que forma rizos en la superficie exterior’. El nombre se debe –a través del francés– a Ástrajan, ciudad rusa europea del Caspio, pues de allí parecen proceder la primeras pieles de este tipo. De ella se deriva astracanada con que se denominada la ‘farsa teatral disparatada y chabacana’, con abundantes juegos de palabras y situaciones disparatadas, cuyos autores más conocidos fueron Pedro Muñoz Seca (1879-1936), autor de La venganza de don Mendo, y Pedro Pérez Fernández (1885-1956), autor de Los extremeños se tocan, así como todo aquello que tiene alguna de las características que se le suponen a este subgénero. Cabe suponer que el nombre le viene por el tipo de público femenino que acudía a las representaciones, vestido con prendas confeccionadas con tal tejido, pretendiendo aparentar un poder adquisitivo o un nivel social, y cultural, del que distaban mucho.

astracanada Véase astracán.

atacar Véase taco.

ateneo Con la palabra ateneo nos referimos a ‘cada una de ciertas asociaciones, la mayor parte de las veces científicas o literarias’ y al ‘local en donde se reúnen estas asociaciones’, según las dos acepciones que recoge el diccionario académico. La voz procede del latín ATHENAEUM, que a su vez viene del griego Athenaion, el templo de Atenea (la Minerva de los romanos), diosa de la sabiduría y de la guerra, en Atenas, en el cual se reunían filósofos, poetas, oradores, artistas, etc., para dar a conocer sus pensamientos y escritos. Cuando en el siglo XIX comienzan a fundarse asociaciones culturales, tanto por parte de la burguesía como por parte de la clase obrera, se les dio el nombre de ateneo en recuerdo del original ateniense. Como complemento, véase el artículo academia.

ático Si miramos la palabra ático en el diccionario de nuestra Academia, podemos ver dos grupos de acepciones claramente diferenciadas. Por una parte, las de adjetivos (que también pueden ser sustantivos) referidos al Ática o a Atenas, en Grecia, y, por otra, las de sustantivos del ámbito de la arquitectura, siendo la más habitual la del ‘último piso de un edificio, generalmente retranqueado y del que forma parte, a veces, una azotea’. Ante ellas la pregunta que surge inmediatamente es la de si tienen relación entre sí. La respuesta es afirmativa, y de un grupo se pasa al otro a través de uno de los órdenes de la arquitectura, que no está entre las acepciones de la voz en el repertorio académico, aunque era el único sentido que aparecía en el primero de los elaborados por la Institución, el que conocemos como Diccionario de Autoridades. Es el presbítero Francisco Martínez (1788) quien nos da la explicación que andamos buscando en el artículo ático: «Era antiguamente un edificio construido por el estilo ateniense en donde no se veía techo alguno. Hoy día dan igual nombre al alto de casa que termina una fachada y por lo común solo tiene dos tercias de la estancia o habitación interior. Llaman también ático a un pequeño alto, o estado que se levanta sobre los pabellones de los ángulos y el medio de un edificio». A este sigue otro, el del ático continuo: «es aquel que rige alrededor de un edificio sin interrupción. Ático interpuesto es aquel que está situado entre dos estancias y adornado por lo regular de columnas o pilastras». Pocos años después, Benito Bails (1802) definía ático como ‘piso de poca altura, que está en la parte superior de un edificio, resalto o pabellón’. Esto es, originariamente era el cuerpo de una fachada que disimulaba u ocultaba la techumbre de la edificación, que más tarde fue cubierto, y, finalmente, se hizo habitable, aunque no con las mismas características (extensión, altura) del resto de la edificación, retranqueado porque no forma parte de la fachada.