Lo que callan las palabras

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afeite Véase afeitar.

ágata Es el nombre de una piedra preciosa, cuarzo lapídeo, duro, translúcido y con franjas o capas de uno u otro color, cuyo nombre se debe al río ACHATES, y este del griego Akhates, en el suroeste de Sicilia. Sebastián de Covarrubias (1611) explicó: «ágata, latine imo; graece Akhates, Achates. Es una piedra preciosa distinta de unas venecicas de varias colores, que con ellas forma diversidad de figuras. Dicen haberse hallado las primeras en un río de Sicilia dicho Achate, de donde tomó el nombre. Después se hallaron en la India y en la Frigia [...]».

agencia Una agencia es una ‘empresa destinada a gestionar asuntos ajenos o a prestar determinados servicios’, la ‘sucursal o delegación subordinada de una empresa’, y otras acepciones que tienen que ver con esas que pone el diccionario académico, en el que se hace constar su origen, el latín AGENTĬA, voz derivada de AGENS, -ENTIS ‘el que hace’, participio de presente del verbo AGERE ‘hacer’. Esto es, la agencia o el agente son los que hacen las cosas para otros. La voz comienza a figurar en los diccionarios en el siglo XVIII, aunque su uso, como es lógico, es anterior, poniendo Corominas y Pascual la fecha de 1609. Agente, sin embargo, es anterior, dando estos autores la fecha de hacia 1560, aunque en la lexicografía no aparece hasta que recoge la voz Bartolomé Bravo en 1601.

agenda La palabra agenda significa, en la primera acepción de la palabra del diccionario académico, ‘libro o cuaderno en que se apunta, para no olvidarlo, aquello que se ha de hacer’, de la que surgió la otra que se emplea, ‘relación de los temas que han de tratarse en una junta o de las actividades sucesivas que han de ejecutarse’. La palabra es de reciente introducción en la lengua, pues no aparece en el DRAE hasta la duodécima edición (1884). Seguramente fue tomada del francés, también agenda, aunque del género masculino, un agenda. Sea así, sea procedente directamente del latín, su origen es AGENDA, neutro del gerundio del verbo AGERE ‘hacer’, y que no significaría otra cosa sino ‘aquello que hay que hacer’. Por tanto, la agenda es la relación de las cosas que se han de hacer, así como el lugar en que se anota.

agente Véase agencia.

agostar Véase agosto.

agosto El nombre del octavo mes del año procede del nombre de CAIUS IULIUS CAESAR AUGUSTUS, esto es, César Augusto, o, simplemente, Augusto (63 a. C. – 14 d. C.). En el calendario romano recibía la denominación de SEXTILIS, por ser el sexto entre los que lo configuraban, hasta que aparecieron enero y febrero en la reforma hecha por Julio César (100 a. C. – 44 a. C.) en el calendario juliano. Augusto le cambió el nombre al mes en su propio honor, como pocos años antes había hecho César con el mes precedente para honrar a su familia, la Julia. Sebastián de Covarrubias (1611) demuestra ser conocedor de esos hechos cuando dice: «agosto, uno de los meses del año que, habiéndose llamado sextil en tiempo de Octavio César, tomó nombre de Augusto en memoria del dicho emperador, a quien dieron este renombre primeramente, y después de él a los demás emperadores hasta hoy día [...]. Regularmente, en el mes de agosto coge el labrador el trabajo de todo el año, e hinche sus trojes de trigo y cebada y de las demás semillas. Y de aquí, por alusión, decimos al que ha recogido mucha hacienda, mal o bien, que ha hecho su agosto. Proverbio: Agosto y vendimia no es cada día, y sí cada año, unos con ganancia y otros con daño. Y porque va el Sol va bajando del solsticio y refresca las noches, hay otro proverbio que pertenece a los muy delicados para que se arropen: Agosto, frío en rostro [...]». De agosto se deriva agostar, que en la primera acepción del diccionario académico es ‘dicho del excesivo calor: secar o abrasar las plantas’, pues agosto es un mes muy caluroso y seco.

aguinaldo El aguinaldo es, entre otras cosas, el ‘regalo que se da en Navidad o en la fiesta de la Epifanía’ o el ‘regalo que se da en alguna otra fiesta u ocasión’. Se trata de una voz en la que hay una metátesis, un cambio de sonidos, a partir del antiguo aguilando, cuyo origen no está claro, aunque la Academia, como Corominas y Pascual, apunta a que quizá proceda de la expresión latina HOC IN ANNO, que vale ‘en este año’, expresión que se utilizaba en las canciones populares de Año Nuevo. Sebastián de Covarrubias (1611) escribió: «aguinaldo, es lo que se presenta de cosas de comer o vestir por la fiesta de Pascua de Navidad. Este presente llamaron los latinos xenium, munus hospitibus dari solitum. Pues de esta palabra, mudando la x en g, se dijo genialdo y añadiéndole el artículo, agenialdo, y corrompido del todo, aguinaldo. Otros quieren se haya dicho del nombre genius hospitalitatis, voluptatis et naturae Deus, y de allí se tomó aquella frases indulgere genio, comer y beber y holgarse. Casi en el mismo tiempo que nosotros usamos los aguinaldos, tenían los gentiles sus días geniales, que eran por el mes de diciembre, cuando unos a otros se enviaban presentes y regalos de algunas cosas de comer y pertenecientes a la mesa […]. Pero en el Concilio Altisiodorense se manda que no se den los aguinaldos diabólicos en el día de Año Nuevo, que se usaban en la gentilidad a título de geniales [...]. Más a propósito parece ser otra etimología tomada del verbo griego guinomai, nascor, y de ginome, gininaldo, agimnaldo, y finalmente, aguinaldo, por darse el día del natal y en el principio del año [...]».

ahorrar No parece que haya muchos hablantes de nuestra lengua que no sepan lo que significa la palabra ahorrar, al menos en sus sentidos más comunes, claro está. Si miramos el diccionario académico veremos una acepción que califica de poco usada y que define como ‘dar libertad al esclavo o prisionero’, ante lo cual cabe que nos preguntemos ¿qué tiene que ver liberar a un esclavo con guardar dinero? Si miramos la etimología de la voz, sabremos que procede de horro, ‘dicho de una persona: que, habiendo sido esclava, alcanza la libertad’, del árabe hispánico ḥúrr, a su vez del clásico ḥurr ‘libre’, que explica esa acepción poco usada que pone la Academia. Del sentido de liberar a un esclavo surgió otro, ‘liberar de una carga cualquiera’, a partir del cual se generó uno más general de ‘liberar de una carga, obligación, etc.’, antes de llegar a un valor más absoluto de ‘dejar libre’, que, aplicado a la economía, se refiere a las cantidades que quedan libres, que se ahorran. Sebastián de Covarrubias (1611) dio cuenta de parte de esta evolución: «ahorrar, quitar de la comida y del gasto ordinario, libertándolo de que no sirva; pero haciendo a veces cautivo al que lo ahorra, si defrauda a su genio de lo necesario. No ahorrarse con nadie, ser solo para sí. Ahorrar, dar libertad al esclavo, vide horro». Y en horro pone: «horro, el que habiendo sido esclavo alcanzó libertad de su señor […]. Algunos quieren que horro sea forro y se haya dicho a foro por la libertad que adquiere de poder parecer en juicio, pero dicen ser arábigo […]. Ahorrar, sacar del gasto ordinario alguna cosa y guardarla. Ahorro, la ganancia y provecho de lo que habiéndose de gastar, se escusa. Ahorrado, el que lleva poca ropa por que va más suelto y libre».

ajedrez El juego del ajedrez es conocido desde antiguo, habiéndole consagrado una de sus obras Alfonso X El Sabio (1221-1284), el Libro del ajedrez, dados y tablas. Lo introdujeron los árabes, quienes lo conocieron en Persia. Nuestra Academia define, y explica, el ajedrez como ‘juego entre dos personas, cada una de las cuales dispone de 16 piezas movibles que se colocan sobre un tablero dividido en 64 escaques. Estas piezas son un rey, una reina, dos alfiles, dos caballos, dos roques o torres y ocho peones; las de un jugador se distinguen por su color de las del otro, y no marchan de igual modo las de diferente clase. Gana quien da jaque mate al adversario’. La palabra ajedrez procede del árabe hispánico aššaṭranǧ o aššiṭranǧ, del árabe clásico šiṭranǧ, que a su vez viene del pelvi čatrang, y este del sánscrito čaturaṅga ‘de cuatro miembros’, como alusión a las cuatro armas del ejército: infantería, caballería, elefantes y carros de combate, representados en el juego. Por otro lado, la primera versión del ajedrez, del norte de la India, se jugaba entre cuatro jugadores, no entre dos como es lo habitual. Sebastián de Covarrubias (1611) le dedicó un largo artículo: «ajedrez, es un juego muy usado en todas las naciones, y refiere Polidoro Virgilio, […] que el juego del ajedrez se inventó cerca de los años de mil y seiscientos y treinta y cinco de la creación del mundo, por un sapientísimo varón dicho Xerses, el cual, queriendo por este camino enfrenar con algún temor la crueldad de cierto príncipe tirano y advertirle con esta nueva invención, le enseñó por ella que la majestad, sin fuerzas y sin ayuda y favor de los hombres, vale poco y es mal segura, porque en este juego se hacía demostración que el rey podía ser fácilmente oprimido si no anduviese cuidadoso de sí y fuese de los suyos defendido, como se ve en el entablamiento de las piezas y en el movimiento y uso de ellas. Porque a las esquinas se ponen los roques, que son los castillos roqueros; junto a ellos estaban los arfiles, corrompido del alfiles, que vale tanto fil como elefante, porque peleaban con ellos, como es notorio, y nota que marfil vale tanto en arábigo como diente o cuerno de elefante. Tras ellos los caballos, figurando en estos la caballería. La reina, el consejo de guerra, la prudencia, y estos llevan en medio al rey. Delante, en la vanguardia, van los peones, que es la infantería, los escaques son las castramentaciones y el lugar que cada uno debe guardar. Dijéronse escaques, ab scandendo, porque se va por ellos subiendo a encontrar con el enemigo, y todos ellos en común, trebejos, de trebejar, que es cutir y herirse unos con otros, de donde se dijo día de trabajo y día de cutio […]». Para la explicación del alfil que da Covarrubias, véase el origen de la voz en su artículo. Véase también escaquearse.

 

albaricoque El albaricoque es una fruta conocida, aunque los nombres que recibe a veces se mezclan con los del melocotón, por más que sean dos frutas fáciles de distinguir. Dice la Academia que la palabra albaricoque procede del árabe hispánico albarqúq, a su vez del árabe clásico burqūq, tomado del griego berikokkon. Corominas y Pascual no coinciden plenamente con esa propuesta, pues dicen habernos llegado del árabe birqûq, birqûq, quizás a partir del griego praikokion, tomado a su vez del latín PERSICA PRAECOCIA, que significaba ‘melocotones precoces’. Sebastián de Covarrubias (1611) no tenía clara la etimología cuando escribe: «albarquoque, vuelve Antonio Nebrija persicum praecoquum; otros malum armeniacum; y porque también los llaman los griegos berikhokkia, quieren algunos que, añadido el artículo arábigo, se hayan dicho al-berikhokkia, albericoques. Presupuesto esto, parece que el toscano se inclina a esta etimología, pues le llama bericoco. Otros dicen está corrompido el vocablo de albecorque, que reducido a la lengua hebrea viene de becor, primogenitus, por ser la primera fruta que madura de todas las de cuesco».

albérchigo El albérchigo es una de las variedades de melocotón, aunque también es uno de los nombres que recibe el albaricoque en muchas zonas de la Península. La palabra nos viene, de acuerdo con la etimología propuesta por Corominas y Pascual, de una forma mozárabe procedente del latín PERSĬCUM ‘melocotón’, de la denominación MALUM PERSĬCUM, esto es, la fruta de Persia. La Academia discrepa algo en el origen, y piensa que nos ha llegado desde el árabe hablado en la Península *albéršiq, tomado del griego persikón, que significa también ‘de Persia’. Sea como fuere, no hay duda de que la denominación se debe a que era una fruta procedente de Persia. Fr. Diego de Guadix (1593) explicó a su manera el origen de la voz: «albérchigo llaman en España a cierta suerte o natío de durazno. Este nombre viene por todas las revueltas y corrupciones que diré. Consta de al, que en arábigo significa ‘el’, y de bérxico, que es una corrupción que lenguas de árabes hizieron en este nombre pérsico, de suerte que todo junto, albérxico, significará ‘el pérsico’. Y los españoles, andándonos a caza de más fácil pronunciación, hemos mudado la x en che, y envidando sobre la corrupción de los árabes hemos hecho esta corrupción albérchigo. Y en la parte de España a que llaman Extremadura hacen otro envite con otra más disforme corrupción, porque dicen prégigo. En la ciudad de Sevilla y su comarca han hecho otra corrupción más donosa, que es mudarle el género de masculino en femenino, llamándolo albérchiga [...]». Menos fino anduvo Sebastián de Covarrubias (1611) cuando lo confunde con el albaricoque, aunque no se extiende en muchas explicaciones: «albérchigo, especie de albarcoque, cuasi albérkiko, o, como otros dicen, alpérsico. Son como duraznicos pequeños y de carne muy delicada, y tienen el hueso de dentro crespo, que no se despide de la carne. Especie de albarcoque, albérkiko».

albóndiga Pese a que se trata de un alimento harto conocido entre nosotros, no quiero dejar de copiar la única definición del diccionario académico, que dice así: ‘cada una de las bolas que se hacen de carne o pescado picado menudamente y trabado con ralladuras de pan, huevos batidos y especias, y que se comen guisadas o fritas’. Dejo la preparación culinaria al gusto de cada cual, aunque no se apartará mucho del enunciado de la Academia. Si traigo aquí la palabra es por su origen. Ese al- inicial nos advierte de que puede tratarse de uno de tantos arabismos de nuestra lengua, como así es, pues procede del árabe hispánico albúnduqa, que, por su parte, viene del árabe clásico bunduqah ‘bola’. La palabra llegó a esta lengua desde el griego, [káryon] pontikón ‘[nuez] póntica’. Quiere ello decir que se comparaba la albóndiga a la avellana, la nux pontica (véase la entrada avellana), por su forma redondeada, el tamaño que debían tener, y el color. Sebastián de Covarrubias (1611) recogió la voz corroborando lo dicho: «albóndiga, el nombre y el guisado es muy conocido. Es carne picada y sazonada con especies, hecha en forma de nueces o bodoques. Del nombre bunduqun, que en arábigo vale tanto como avellana, por la semejanza que tiene en ser redonda. Y bunduqun propiamente significa la ciudad de Venecia, de donde llevaron las posturas de los avellanos o su fruta, y por eso le pusieron el nombre de la tierra de donde se llevó, como es ordinario, pues decimos damascenas, çaragocíes, a las ciruelas de Damasco y Zaragoza. Bergamotas y pintas, a las peras de Bérgamo y Pinto, etc. Esta interpretación es de Diego de Urrea. El padre Guadix dice que albóndiga es vocablo corrompido de albidaca, que vale ‘carne picada y mezclada con otra’, el diminutivo de albóndiga es albondiguilla. Juan López de Velasco dice viene del nombre bonduq, que en arábigo vale cosa redonda».

Además de la forma albóndiga, en la lengua hay una almóndiga, frecuentemente tenida por vulgar, pero que en el DRAE aparece sin marca de uso ninguna.

albur La palabra albur no es de mucho uso en la lengua, y no suele encontrarse fuera de la expresión dejar al albur, y construcciones similares, en que se hace referencia a que algún asunto se deja al azar. El diccionario de la Academia registra como primera acepción la de un pez, que define remitiendo a mújol. De acuerdo con la explicación académica, el término procede del árabe hispánico albúri, que parte del árabe clásico būrī, y este del egipcio br, y hace referencia al copto bōre. Corominas y Pascual dicen que el nombre árabe es un derivado de la ciudad egipcia de Bura. ¿Y cómo se pasa de nombrar un pescado al azar? Explican estos autores que existe un juego de naipes llamado albur, de origen indio, en el que el banquero sacaba una carta (la Academia dice que dos) y que podía hacer ganar a este o al jugador. El nombre le vino por comparación con el pescado que saca el pescador del agua. A partir de ahí vino a designar la contingencia, el azar. Sebastián de Covarrubias (1611) explicó de una manera muy descriptiva lo designado: «albur, pez muy regalado. Latine mugil, is, et mugilis, que por tener gran cabeza los griegos le llamaron kephalon. Es entre los peces escamosos el más ligero y se arroja en alto en forma que, aun trayéndole en la red, suele saltar por encima y dejar burlados los pescadores, según refiere Eliano [...]. Cuenta de él Plinio [...] que si tiene escondida la cabeza en el arena o entre peñas, piensa que está todo escondido y seguro, como hacen algunas aves bobas. Francisco López Tamarid pone este nombre albur entre los arábigos». A partir de esas vivas imágenes es fácil explicarse cómo pasó al lance del juego de cartas.

alfil El alfil es una ‘pieza grande del juego del ajedrez, que camina diagonalmente de una en otra casilla o recorriendo de una vez todas las que halla libres’, como vemos en la definición del diccionario académico. Con los alfiles se representa en el juego una de las cuatro armas del ejército indio, los elefantes (véase en el artículo ajedrez). La palabra procede del árabe hispánico alfíl, del clásico fīl, que a su vez viene del pelvi pīl ‘elefante’. De él escribe Sebastián de Covarrubias (1611): «arfil, una de las piezas de ajedrez que corre los escaques por los lados o esquinas. El padre Guadix dice que vale tanto como caballo ligero, firiz vale caballero, y, contraído, firz, con el artículo alfirz, y corrompido, alfir y arfil. Diego de Urrea dice que en su terminación arábiga se dice filum, del verbo feyete, que vale agorar, y así arfil será lo mismo que buen agüero. Otros quieren ser griego, dicho archil o arxil, de arkhos, princeps, porque después del rey y la reina, que llaman dama, tiene el principado. Gaspar Salcedo, en sus alusiones sobre S. Math.: arfiles, cuasi arciferentes, idest, arqueros».

alheña Véase henna.

almohada La almohada es un objeto de uso cotidiano, si bien la palabra que empleamos para nombrarlo es de introducción tardía en la lengua, en el siglo XIV, para sustituir, probablemente, a la patrimonial haceruelo, derivada de haz ‘cara’. Lo curioso es que almohada también está relacionada con la cara, pues la voz procede del árabe hispánico y magrebí almuẖádda ‘almohada’, que en árabe clásico es miẖaddah, a su vez derivado de ẖadd ‘mejilla’. Así, pues, la almohada es el objeto para que posemos sobre él la mejilla. Sebastián de Covarrubias (1611) discutió el origen de la voz para hacerla proceder del hebreo: «almohada, dice Diego de Urrea que en su terminación arábiga se dice mehaddetum, del nombre haddum, que significa ‘mejilla’. Y por ser nombre local, almohada tiene la letra m, o la partícula mo, que significa ‘lugar, cosa sobre que está otra’, y así, almohaddetum corrompido, decimos almohada. Sin embargo de esto, digo que puede ser nombre hebreo, del verbo mahad, que significa declinare, reclinare, y sobre el almohada declinamos la cabeza. En latín la llamamos cervical, a cervice, porque reposa sobre ella la cerviz y la cabeza; y por otro nombre pulvinar, a plumis quibus farciebatur [por las plumas con que se rellenaba] […]. Almohadas llaman ciertas piedras de sillería que en cuadros salen y resaltan de la obra. Y una carnosidad que se hace a las mulas en los lados de los sillares se dicen almohadillas, por estar levantadas; y almohadillas sobre que las mujeres cosen y labran».

almóndiga Véase albóndiga.

altar Un altar es ‘en el culto cristiano, especie de mesa consagrada donde el sacerdote celebra el sacrificio de la misa’, y, en general, el ‘montículo, piedra o construcción elevada donde se celebran ritos religiosos como sacrificios, ofrendas, etc.’ de acuerdo con la tercera y primera acepción del diccionario académico. Si copio las dos definiciones es para explicar el origen de la voz, que procede del latín ALTARE, donde significa lo mismo. Ese ALTARE es un derivado de ALTUS ‘alto’, porque los altares, en todas las religiones, se ponen en lugares altos, como nos hace ver la Academia en la segunda acepción de las copiadas. Sebastián de Covarrubias (1611), no olvidemos su condición religiosa, escribió: «altar, el lugar donde se ofrece a Dios el sacrificio, levantado sobre la tierra, cuasi alta ara. Latine altare, is; ara, rae. Cerca de los gentiles había tres maneras de altares: unos eran altos, en los cuales sacrificaban a los dioses celestiales; otros en la superficie de la tierra, a los terrestres; y los terceros eran hondos, a manera de hoyas, cavados debajo de la tierra, donde sacrificaban a los dioses infernales. El levantado en alto se llama propiamente altar, y los otros con él se llaman aras […]».

alto, -ta Para darnos cuenta de la polisemia del adjetivo alto basta con echar un vistazo al diccionario académico, y leer las 43 acepciones que aparecen (entre las del adjetivo y las del sustantivo), más las 11 expresiones, frases y locuciones que siguen, algunas de ellas con varios sentidos. El origen de la voz está claro, ya que procede del adjetivo latino ALTUS ‘alto’. Lo curioso es que este ALTUS es, a su vez, el participio de pasado del verbo ALĔRE, ALTUM, que significa ‘nutrir, alimentar, criar’. En el paso de los valores del participio a los del adjetivo estuvo presente esa idea de criar o alimentar, con lo que alto llegó a ser lo que se acrecentaba o se indicaba la posición, no solamente hacia arriba o en posición elevada, sino también hacia abajo o en posición inferior, de modo que es alto no solamente el ‘de gran estatura’ o ‘que está a gran altitud’, sino también lo que tiene una gran profundidad, como el curso de un río, o el agua del mar, claro que aquí es alto con respecto a la base, no con respecto a los que se encuentran en la superficie, como también puede llegar a referirse a lo alejado, como alta mar. En definitiva, no solamente es alto lo elevado, sino también lo que posee una magnitud grande, o una categoría o posición superior, como la alta tensión, la temporada alta, las altas temperaturas, o un alto comisionado y las clases altas.

Hay otro alto, el que significa ‘detención o parada en la marcha o cualquier otra actividad’, también empleado como interjección, y que no tiene nada que ver con lo anterior, pues procede del alemán Halt ‘parada, detención’, derivado del verbo halten ‘parar, detener’.

Sebastián de Covarrubias (1611) entremezcló las dos palabras, puntualizando con acierto algunas cuestiones: «alto, el lugar levantado, como monte, peñasco, torre y lo demás que tiene en sí altura. Transfiérese al ánimo, y significa cosa escondida, profunda, como alto misterio, alto pensamiento. Fuésele o pasósele por alto, al que no entendió una cosa que importaba, tomada la metáfora del juego de la pelota, cuando pasa por alto, que no la alcanza a volver el que la esperaba. Hacer alto es hacer parada en algún lugar; es término castrense, porque cuando el asta donde va el estandarte, guion o bandera se levanta y se fija en tierra, quedando alta para todo el ejército. Algunas veces tiene significación de imperativo, como alto de aí, andad de aí, porque los que están echados o sentados, para irse, se han primero de alzar y levantar de la tierra o del lugar donde están sentados. Alto significa algunas veces lugar, como lo alto de la casa o ‘lo que se levanta del suelo’. Proverbio: come poco y cena más, duerme en alto y vivirás. Alto se toma muchas veces por ‘profundo’, como en alta mar; otras veces se toma por el cielo, como El de lo alto, el Dios de las alturas. Altibajo, el golpe que se da con la espada derecho, que ni es tajo ni revés, sino derecho, de alto abajo. La casa decimos tener tantos altos por tantos suelos. Brocado de tres altos, porque tiene tres órdenes el fondón, la labor, y sobre ella el escarchado, como anillejos pequeños. Alto es la voz en la música que media entre el tiple y el tenor».

 

altozano El diccionario de la Academia da cuenta de dos acepciones para la palabra altozano. La primera es la que se emplea habitualmente: ‘cerro o monte de poca altura en terreno llano’. La segunda es propia de América: ‘atrio de una iglesia’. ¿Qué relación puede haber entre ellas dos? Si miramos su origen encontraremos una explicación. La forma antigua era anteuzano, un compuesto de ante- ‘delante’, uzo ‘puerta’, procedente del latín OSTIUM, que también significaba ‘puerta’, y un sufijo derivativo -ano. Es decir, venía a significar ‘que está delante de la puerta’, lo que aplicado a las iglesias es el ‘atrio’, con lo que la segunda de las acepciones parece clara, como claro parece que llegó a América desde el español peninsular. La otra acepción procede de esta, y queda manifiesta en la exposición de Corominas y Pascual: «Como solo tenían antuzano las iglesias, castillos y casas grandes, que por lo general se construían en lugares dominantes [...], pronto se identificó la palabra con el concepto de lugar alto (ya en Mariana) y se convirtió antuzano en altozano [...]». Cuando Sebastián de Covarrubias escribe su Tesoro (1611) este valor está plenamente consolidado, y no hay rastro del otro: «altozano, el montecillo que toma poca tierra y es alto. Los moriscos de Valencia llaman tozal la cumbre o parte alta de la montaña. Otros quieren que sea altozano el montecillo que no lleva gruesas carrascas, que llaman monte bajo, y se acostumbra rozarle muy de ordinario».

alumno, -na Quienes nos dedicamos a la enseñanza tenemos alumnos, sin los cuales no podríamos llevar a cabo nuestra profesión. Esta voz, en la primera acepción del repertorio académico es el ‘discípulo, respecto de su maestro, de la materia que está aprendiendo o de la escuela, colegio o universidad donde estudia’, que es como todos entendemos la palabra. Sin embargo, la segunda nos llama la atención, pues dice ser la ‘persona criada o educada desde su niñez por alguno, respecto de este’. ¿Cómo que criada o educada?, ¿de dónde sale este sentido? La explicación nos la da la propia historia de la palabra, que procede de la latina ALUMNUS ‘alumno’, pero también ‘niño, pupilo, persona criada por otra’, pues se trata de un derivado del verbo ALĔRE ‘nutrir, alimentar, criar’, ya que, figuradamente, la función del profesor es la de alimentar a los alumnos con sus saberes. Sebastián de Covarrubias no recogió la voz en el Tesoro (1611), aunque sí la apuntó en el Suplemento que dejó manuscrito: «alumno, alumnus, el que es criado y sustentado por otro, como el hijo, el criado, el paniaguado. Del verbo alo, is, por sustentar; no es muy usado en castellano».

americana Define el diccionario de la Real Academia Española el sustantivo americana como ‘chaqueta de tela, con solapas y botones, que llega por debajo de la cadera’. La palabra tiene, sin duda, relación con América. Pero ¿por qué? Como sucede con muchas de las prendas de vestir, su historia es algo larga y está relacionada con su evolución. La chaqueta ha ido cambiando para tomar su forma moderna en Inglaterra, de donde pasó a América del norte, adquiriendo allí su configuración actual (con las alteraciones propias introducidas por los cambios de la moda). La prenda volvió a cruzar el Atlántico para llegar a España en el siglo XIX como la chaqueta americana, o simplemente americana. Por la forma que tenía, también fue conocida como chaqueta de saco, designación que se ha mantenido en las Islas Canarias y en América, aunque solo como saco. Véase también el artículo chaqueta.

amilanar En la primera acepción del diccionario académico, amilanar significa ‘intimidar o amedrentar’. Se trata de una formación parasintética a partir de milano, el ave rapaz. La voz se explica por el pánico que provocan las aves de rapiña entre sus presas, que se acobardan y tienden a ocultarse, de donde pasó a aplicarse también a las personas (véase lo expuesto en el artículo azorar). Lo explicó Sebastián de Covarrubias (1611): «amilanarse, vale lo mismo que acobardarse y encogerse, como hacen algunas avecillas del milano. O se dijo del mismo, que cuando el águila u otra ave de rapiña cae a él, se acobarda, no embargante que suele volverse a él con pico y garras, que a veces hiere al halcón, sin que él reciba daño. Amilanado, el cobarde y amedrentado». El primer diccionario de nuestra lengua en recoger la voz es muy poco anterior, el de Alonso Sánchez de la Ballesta (1587).

amoniaco o amoníaco El amoniaco tiene su nombre a partir del latín AMMONIĂCUM, voz que procede del griego ammoniakón, que se deriva de Ammón, importante dios de los egipcios. Así es porque se obtenía de la sal recogida cerca del templo de Ammón en Libia. Cuenta Andrés Laguna en sus comentarios del Dioscórides (1555) que «llámase ammoniaco aquesta goma por dos respectos, conviene a saber, porque destila de su planta sobre la arena, commúnmente llamada ammos en griego, y porque se trae de aquella parte de Libia a donde estaba antiguamente el templo de Ammón […]». De esas palabras parece que se hizo eco Sebastián de Covarrubias (1611) cuando escribe: «armoniaco es una especie de goma que nace de un arbusto o férula, que nace junto a Cyrene de África […]. Es bueno para perfumes y tiene suave olor; corrompimos el vocablo, que en griego es ammoniakon, y díjose así o porque la planta donde se cría la destila sobre el arena, dicha en griego ammos, o porque se trae de aquella parte de África, adonde hubo aquel célebre templo de Ammón […]».

análisis Quien más y quien menos ha tenido que realizarse a lo largo de su vida algún análisis, que, en este sentido, define el diccionario académico como ‘examen cualitativo y cuantitativo de ciertos componentes o sustancias del organismo según métodos especializados, con un fin diagnóstico’, y, de un modo más general, como ‘distinción y separación de las partes de un todo hasta llegar a conocer sus principios o elementos’. La voz procede del griego análysis ‘liberación, disolución’, compuesto de aná ‘según’ y lysis ‘acción de soltar, separación, disolución’, esto es, aquello que se realiza, o a lo que se llega, mediante la separación de sus elementos componentes. La voz no aparece en nuestros diccionarios anteriores a la fundación de la Academia, salvo en el hispano-inglés contenido en el multilingüe de John Minsheu (1617). Más moderno es otro compuesto, diálisis, con el mismo sustantivo lysis y diá ‘a través de, separadamente’, que el DRAE califica como tecnicismo de la física y de la química con el valor de ‘proceso de difusión selectiva a través de una membrana, que se utiliza para la separación de moléculas de diferente tamaño’.