Diplomacia y revolución

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No pasaron muchos días para que la revolución tomara tintes políticos dentro de Estados Unidos. Se discutió la necesidad de una intervención armada para asegurar la pacificación y si parte de la culpabilidad por la guerra en México era estadounidense. Uno de los señalamientos más controversiales fue el de Víctor L. Berger, congresista socialista de Wisconsin, quien declaró:

Morgan y otros tiburones de dinero han promovido la rebelión. Su influencia ha causado que el gobierno respalde a Díaz antes y ahora […] Díaz mantiene su trabajo por un cercano entendimiento con Morgan y otros plutócratas cuyas prácticas él ha impulsado, compartiendo con ellos el botín obtenido (Zinn, 2011: 255).

Este congresista denunció que Díaz estaba usando el intervencionismo estadounidense sobre Latinoamérica como argumento para legitimarse. Según sus informantes en México, el régimen porfirista acusaba que

en caso de que los americanos no reconozcan su gobierno, los americanos vendrán y México seguirá el camino de Texas y será anexado a América. Además, se le ha dicho a los mexicanos que la prensa de los Estados Unidos está continuamente insultándolos y que los estadounidenses promedio los miran hacia abajo (East Oregonian, 24 de noviembre de 1910: 1).

Finalmente, Berger hizo un llamado de emergencia, pues consideró que en adelante “este gobierno no deberá interferir con los asuntos domésticos de México a favor de Díaz y Morgan” (Palestine Daily Herald, 23 de noviembre de 1910: 1). Solicitó que se actuara con prudencia, pues México, por su cercanía y amistad, no era Cuba o Panamá.

En este mismo sentido, el profesor Bernard Moses, del Departamento de Historia de la Universidad de Berkeley, calificó a la revolución como consecuencia de “la creación de una aristocracia, la amplia proporción de bárbaros en el país, y el descontento de la gente” (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3). El 24 de noviembre en su cátedra semanal sobre Latinoamérica apuntó:

La raza española parece haber heredado la pasión por la redacción de constituciones y leyes, y cada punto posiblemente esté cubierto en sus documentos. De hecho, está cubierto tan minuciosamente que son a la vez complicados y difíciles de aplicar.

El ejército es la clave de la situación, pero si se da cuenta que el viejo monarca no les puede dar más, pronto lo pondrán fuera del camino, en espera de otro líder (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3).

Es así como desde Estados Unidos se manifestaron voces que culpaban de la violencia en México a los políticos y empresarios estadounidenses. Si había violencia que amenazaba con extenderse a Estados Unidos, era culpa de la “doctrina intervencionista” de la Casa Blanca y el apoyo incondicional a Díaz. Estas declaraciones coincidieron con las denuncias realizadas por el periodista John Kenneth Turner en que la existencia de un sentimiento antiyanqui en México era consecuencia de la ambición empresarial estadounidense. Un ejemplo de ello fue la llamada “diplomacia del dólar”, que al igual que en el caso de Nicaragua creó más problemas de los que resolvió. Los conflictos armados en Latinoamérica amenazaron con multiplicarse, a menos que la doctrina Monroe se cancelara.

A pesar de las denuncias públicas, en algunos discursos, editoriales y columnas informativas de prensa se desestimó el éxito de la lucha revolucionaria. No obstante, dichos pronósticos llegaron a oídos de Francisco I. Madero, quien afianzó ante distintos medios nacionales e internacionales su decisión de llegar hasta las últimas consecuencias.

Mientras tanto, la presencia de Gustavo A. Madero en Washington siguió causando controversia; su insistencia y algunas victorias del ejército maderista le permitieron entrevistarse con representantes de la Casa Blanca. Las autoridades estadounidenses le advirtieron que él y sus correligionarios violaron la neutralidad estadounidense “porque dejaron el país para liderar una revolución contra un gobierno con el que los Estados Unidos estaba en paz” (The Spokane Press, 3 de diciembre de 1910: 1). Por ello, era imposible ofrecerle alguna relación formal, no obstante, se aclaró que su situación cambiaría sólo si su movimiento triunfaba y se negociaba una amnistía para los porfiristas. En caso contrario, únicamente obtendría “muerte, y la confiscación de sus propiedades” (The Spokane Press, 3 de diciembre de 1910: 1). El todo o nada era lo que el hermano de Madero consiguió en su visita a Estados Unidos; su única victoria fue asegurar que los marines no invadirían el territorio mexicano, por lo menos no inmediatamente.

A finales de 1910 se perdió toda esperanza de que el movimiento armado en México se extinguiera. La situación parecía ir de mal en peor, no sólo por las noticias sobre los enfrentamientos armados, sino también porque el cuidado de los intereses extranjeros era retórico. Para la clase política y la opinión pública estadounidense no importó si Díaz podía sofocar la rebelión, lo realmente importante fue el impacto de la violencia a los intereses estadounidenses. Mientras algunos periódicos de las zonas fronterizas estaban a la espera de que la revolución contagiara a Estados Unidos, en otros diarios (de entidades alejadas de la frontera) se redactaron columnas de opinión que declararon cierto grado de apatía ante el conflicto:

La elección ha terminado [presidencial], el campeonato nacional de béisbol ha sido jugado y Yale y Harvard han tenido su combate anual. Así que, ante la falta de excitación, la Revolución mexicana parece muy oportuna. Sin embargo, el público ha sido bombardeado tan a menudo con levantamientos latinoamericanos que la guerra abajo del Río Grande puede no llamar mucho la atención, después de todo (East Oregonian, 22 de noviembre de 1910: 1).

Para diciembre de 1910, las noticias sobre lo sucedido en México ocuparon espacios marginales en la prensa extranjera, lo que daba la apariencia de que la situación revolucionaria estaba bajo control. En una entrevista para la prensa estadounidense, el ministro de Guerra de México aseguró que “los llamados revolucionarios ahora se han vuelto sólo bandidos o fugitivos y han estado huyendo de las tropas por todos lados” (Morgan Country Republican, 1 de diciembre de 1910: 5). Las columnas editoriales de algunos diarios aseguraron que la guerra pronto terminaría en un fiasco, pues el presidente Díaz tomó fuertes medidas represivas. En consecuencia, “los rebeldes han huido a las montañas y la paz ha sido nominalmente restaurada, aunque la pelea continuará por algunos meses. Nadie ha leído la serie de artículos de ‘México Bárbaro’ sin llegar a la conclusión de que el título es ampliamente reservado” (The Denison Review, 7 de diciembre de 1910: 1).

Según informes de las autoridades diplomáticas, dentro y fuera de Estados Unidos se desestimó que la Revolución mexicana alcanzaría los niveles de violencia reportados en semanas anteriores. Guy B. Marean, residente de Washington quien durante meses trabajó como ingeniero en México, declaró que:

A juzgar por los periódicos americanos que he visto, se debe imaginar que tuvimos [en México] una revolución latinoamericana en toda regla por aquí, uno con todos los accesorios habituales, un nuevo presidente, propiedades destruidas, y aunque nos causó considerable excitación, en ningún momento los americanos estábamos en algún peligro (The Washington Herald, 11 de diciembre de 1910: 6).

Marean afirmó que, pese a la revolución, era posible seguir la vida cotidiana, inclusive aceptó haber cargado algunos días su revólver, pero dejó de hacerlo al resultarle inútil e incómodo. Llamó a los estadounidenses a despreocuparse por los acontecimientos en México, pues contrario a otros casos latinoamericanos, la policía no estaba formada por exbandidos, sino hombres leales que no traicionarían al gobierno por favorecer sus propios intereses (The Washington Herald, 11 de diciembre de 1910: 6).

Para el mes de diciembre, Díaz no dejó de presumir la solidez de su régimen ante la prensa internacional. El día primero, en la ceremonia de envestidura de su octava presidencia, se dirigió a los medios internacionales para reafirmar que su política internacional era amistosa, “nunca ha sido más cordial como lo indicamos de manera convincente durante la celebración del centenario de la independencia de México” (Alburquerque Morning Journal, 2 de diciembre de 1910: 1). Este gesto presidencial se sumó a otros mensajes que desestimaron los peligros de la revolución.

Pero el giro en la postura hacia México llegó a un punto de exageración, pues algunas notas calificaron más peligroso el tren que la revolución. En un balance anual del Daily Capital Journal se señaló que el ferrocarril de California tenía “la lista de muertes mayor que la Revolución mexicana” (Daily Capital Journal, 14 de diciembre de 1910: 7), con 306 muertos y 2 175 heridos o mutilados. La amenaza revolucionaria se redujo a un conflicto localizado al que se le acababa el oxígeno y “del que se observa un pronto final” (The Washington Times, 31 de diciembre de 1910: 6).

Los reflectores de la prensa estadounidense apuntaron a las costas del Atlántico, donde se anunció un desembarco de las fuerzas navales estadounidenses; sin embargo, la nación intervenida no sería México sino Honduras. El crucero Tacoma, con su bandera de barras y estrellas, se reportó preparado en las costas de Puerto Cortés para desembarcar a toda su tripulación “con el fin de proteger los intereses americanos de ese lugar” (The New York Tribune, 31 de diciembre de 1910: 2). Se aclaró que la intervención no buscó atacar al gobierno hondureño, sino prevenir posibles daños ante la inminente entrada de tropas guatemaltecas que se disponían a invadir el territorio hondureño.

Para finales de 1910, el caso mexicano pareció seguir los mismos pasos que otras naciones latinoamericanas sobre las que intervino el Tío Sam: un grupo rebelde que se levantó sobre un régimen colonial o autoritario, batallas encarnizadas en las que la principal víctima fue la población, huida de la población extranjera, afectaciones a los intereses estadounidenses. La pregunta entonces es ¿qué hizo a la Revolución mexicana diferente a otros movimientos armados en Latinoamérica? En comparación con otros conflictos continentales, la doctrina Monroe miró hacia otro lado; el cuerpo diplomático estadounidense fue cuidadoso de no generar una guerra, pues era evidente la existencia de una interdependencia compleja entre México y Estados Unidos.25

 

En una caricatura de Los Ángeles Herald, se comparó a la revolución con una pelea de niños (uno “revolucionario” y otro a favor de la “facción de Díaz”), en la que la verdadera preocupación del Tío Sam no era que se lastimaran, sino que en medio de la pelea se afectaran las inversiones estadounidenses (véase imagen 2). Los reportes de extranjeros que partían del territorio mexicano fueron cada vez más frecuentes, principalmente viajeros y hombres de negocios que buscaron llegar a Estados Unidos para escapar de la violencia.

Se temió que los éxodos de refugiados pronto abarrotarían los pasos fronterizos, temores que se fundamentaron tras reportes de la detención de “una importante carga de contrabando humano” (Los Angeles Herald, 23 de noviembre de 1910: 1) hecha por la patrulla costera de San Francisco. Fueron detenidos 38 tripulantes chinos escondidos en contenedores: “acorde a los reportes […] la nave de contrabando procedía de Mazatlán, donde los chinos pagaron una ‘cuota de contrabando’ para ser puestos en costas americanas” (The Arizona Republic, 2 de diciembre de 1910: 1). Los inmigrantes fueron localizados cuando la embarcación cargaba combustible. No fue posible tomar la declaración de los detenidos, pues sólo hablaban chino, aunque se concluyó que estos indocumentados huían de la violencia.


Imagen 2. Caricatura de la prensa estadounidense.

Fuente: Los Ángeles Herald (23 de noviembre de 1910: 1).

Otro caso que llamó la atención fue el del cónsul estadounidense Luther T. Ellsworth de Ciudad Porfirio Díaz (Piedras Negras, Coahuila), quien mediante un telegrama “solicitó al Departamento de Estado, a través del embajador americano Henry Lane Wilson, en Ciudad de México, ser transferido a otra posición” (The Omaha Daily Bee, 3 de diciembre de 1910: 8). Señaló que su decisión fue consecuencia de “insinuaciones que lo acusaban como autor de informes sensacionalistas de la Revolución mexicana que, según reportes, han perjudicado el comercio con México” (The New York Tribune, 2 de diciembre de 1910: 1). Temiendo por su vida, Ellsworth advirtió que, de negarse su transferencia, solicitaría su inmediata renuncia. La seguridad y el buen trato a los extranjeros se desvaneció durante los primeros días de 1911, y ni siquiera la representación diplomática tuvo garantizada su seguridad; la intervención pareció la única salida.

La ruptura de relaciones entre México y Estados Unidos

El mensaje enviado por la Casa Blanca a todos los involucrados en el conflicto en México fue de neutralidad, lo cual fue celebrado en México. No obstante, a pesar de que el presidente Taft se comprometió a investigar personalmente el linchamiento de Antonio Rodríguez, las manifestaciones antiestadounidenses continuaron en la capital. En ningún momento la administración estadounidense contempló interrumpir sus relaciones con México, aunque había rumores sobre la renuncia de Díaz (El País, 2 de diciembre de 1910: 1). En el interés de investigar la situación mexicana a fondo, se retiró al cónsul Ellswhorth de Ciudad Porfirio Díaz para que personalmente informara lo sucedido en su distrito, pues “se cree que generalmente que las noticias que ha dado sobre el movimiento sedicioso de los anti releccionistas mejicanos [sic] son demasiado exageradas” (El País, 4 de diciembre de 1910: 1).

Para la prensa estadounidense, era evidente que la revolución se salía de control al producirse un sentimiento antiextranjero y “particularmente antiamericano […] los americanos son menos populares que los ingleses y alemanes porque parecemos más emprendedores y porque somos menos diplomáticos” (The World’s Work, 14 de febrero de 1911: 13). Se temió que la violencia revolucionaria atacara los intereses estadounidenses que durante décadas coadyuvaron al crecimiento de la economía mexicana.

Sin embargo, otros sectores de la prensa de Estados Unidos rechazaron la viabilidad de una intervención, pues los estadounidenses no podían quejarse por los perjuicios resultantes de la revolución porque era un peligro latente en cualquier país. Se afirmó que nadie “tiene el derecho de reclamar, mientras el gobierno no pueda proteger sus personas y propiedades en contra de una agresión armada y pagar los daños causados” (The Evening Post, 8 de marzo de 1911: 1).

En México, el secretario de Relaciones Exteriores, Enrique Creel, en respuesta a los rumores sobre una posible intervención declaró que el movimiento de tropas estadounidenses no causó inquietud al gobierno mexicano “porque no existe temor de que ocurra conflicto alguno con los Estados Unidos. […] La situación completa, aunque algo desagradable, no es en modo alguno peligrosa” (El Diario, 10 de marzo de 1911: 1). Se especuló que el movimiento de tropas estadounidense en la frontera era una presión psicológica contra Madero. Algunos diarios extranjeros llegaron a asegurar que el líder revolucionario estaba preocupado, por lo que estaba dispuesto a rendirse para evitar la entrada de tropas estadounidenses (El Diario, 10 de marzo de 1911: 1). Como es evidente, la neutralidad anunciada no convenció a todos los sectores de la población en México, por lo que se acusó a la Casa Blanca de buscar cualquier pretexto para intervenir.

La prensa mexicana desmintió muchas de las noticias que publicaron algunos medios estadounidenses, calificándolos de especuladores. Muestra de ello fue la nota del diario mexicano El País, que en marzo de 1911 felicitó a The Times por desmentir la noticia respecto a que “una multitud enfurecida apedreó al Palacio Nacional de Méjico [sic]” (El País, 21 de marzo de 1911: 2), la cual días antes publicó en primera plana. Ello demostró que los corresponsales estadounidenses en México no siempre tenían pruebas de sus informes.

De manera opuesta, los diarios mexicanos también fueron rechazados entre algunos círculos políticos estadounidenses. Un ejemplo de ello fue la protesta pública hecha por el embajador Wilson respecto a una publicación del periódico El Diario el 28 de abril de 1911. En primera plana se presentaron las declaraciones del vicepresidente Ramón Corral, quien aseguró que “los americanos fomentan la rebelión para provocar la intervención norteamericana en Méjico [sic]” (El Diario, 28 de abril de 1911: 1). Por ello, Wilson solicitó al gobierno mexicano que aclarara su postura al respecto, al no creer la autenticidad de la noticia “pues Méjico y sus funcionarios saben muy bien cuántos han sido los esfuerzos de la Casa Blanca para mantener la neutralidad” (El País, 29 de abril de 1911: 1).

La guerra de declaraciones y rumores entre las prensas de ambas naciones fueron parte de los retos a los que se enfrentó la diplomacia. Ninguna aclaración oficial pareció suficiente para disipar en los estadounidenses el temor a la barbarie, y en los mexicanos el sentimiento de rechazo al intervencionismo yanqui.

En el Senado de Estados Unidos se desarrollaron acalorados debates entre demócratas y republicanos. Mientras el senador Stone de Misuri solicitó a Taft que ordenara el envío de tropas a México, el senador Bacon de Georgia “concedió que han muerto algunos americanos inocentes en la frontera de México, pero los Estados Unidos no pueden inmiscuirse en ciertas cosas, pues hay que mirar el futuro y medir los actos” (El Diario, 11 de mayo de 1911: 2). La postura de los republicanos se basó en el necesario envío de una armada para “protección”; por el contrario, los demócratas consideraron que “una intervención ocasionaría una guerra, en la que seguramente habría que lamentar la muerte de miles de americanos y mexicanos” (El Diario, 28 de abril de 1911: 1). Al final, el Senado concluyó que la intervención sería una acción precipitada, con lo que se respaldó la postura del presidente. El embajador Wilson consideró que el triunfo rebelde significaría la “debilidad o desgracia” tanto del gobierno federal como de los intereses norteamericanos (Cosío Villegas, 1961: 392-399).

Por instrucciones presidenciales, el ministro de Estado, P. Knox, solicitó al embajador Wilson que “desmienta los rumores que han circulado relativos a una intervención americana, pues nada está más lejos de las intenciones del Gobierno de los Estados Unidos” (El País, 13 de mayo de 1911: 1). Negada cualquier intervención sólo quedaba esperar que en las próximas semanas se estabilizara la situación en México. La preocupación del Congreso estadounidense se enfocó en la pérdida de bienes, mercados y privilegios adquiridos durante el porfiriato.

El intervencionismo, controversias y discursos estadounidenses

Para los primeros meses de 1911, la revolución ocupó las primeras planas de la prensa estadounidense. Específicamente, el tema fronterizo preocupó a la Casa Blanca, por lo que volvieron a ser noticia las posibilidades de un despliegue militar. Los enfrentamientos armados en México amenazaban la franja fronteriza. Un escándalo ejemplar fue una batalla desarrollada cerca de Douglas, Arizona, en la que “fueron heridos siete pobladores de la localidad por balas perdidas” (Hopkinsville Kentuckian, 20 de abril de 1911: 4); la intervención armada pareció la única manera de asegurar la pronta pacificación.

Los daños sufridos por la población extranjera no se limitaron a la estadounidense, por ello el ministro de España, Bernardo de Cólogan, solicitó la intervención de las autoridades para castigar a los bandoleros que saquearon la hacienda de Atezingo (Chietla, Puebla), pues “se dio muerte de una manera infame a seis españoles que eran empleados de esa propiedad rural” (El Imparcial, 27 de abril de 1911: 1).

La violencia en México no respetó nacionalidades, aunque se culpó al bando rebelde de los ataques a los extranjeros, así como al gobierno que no intervino. Ante el cuestionamiento respecto al asesinato de extranjeros en México, el presidente Taft declaró: “he consultado todo el asunto al Congreso para decidir si la situación es lo suficientemente grave como para la intervención” (Hopkinsville Kentuckian, 20 de abril de 1911: 4). Para el presidente, la intervención iniciaría una costosa guerra, por lo que cualquier acción debía ser cuidadosamente analizada.

Una noticia que causó controversia en Estados Unidos fue la de una posible invasión del Imperio japonés sobre México. De acuerdo con las denuncias de algunos residentes de Alamogordo, Nuevo México, los japoneses que residían en algunas localidades de Baja California eran exmilitares enviados con el objetivo de colonizar América. La magnitud de la amenaza fue “una colonia de seis mil japoneses a lo largo del golfo de California desde la costa […] Algunos dicen que hay mil doscientos rebeldes cerca de Mazatlán, y ochocientos cerca de Culiacán y esas bandas de cincuenta a doscientos vagando por las colinas cercanas para reunir armas y suministros” (The Alamogordo News, 30 de marzo de 1911: 1). Aludiendo al espíritu de la doctrina Monroe se advirtió que, de no movilizar rápidamente tropas a México, o por lo menos a la frontera, en poco tiempo una amenaza nipona tomaría posesión del territorio.

La amenaza no sólo era percibida por la comunidad estadounidense en su país, sino también quienes vivían en México veían con preocupación la presencia cada vez mayor de japoneses. Otro rumor controversial fue la violación de Estados Unidos a la supuesta neutralidad que abanderó, pues se permitió la distribución de armas y municiones a Madero; aunque se advirtió que era una noticia no confirmada ya que “ello fue declarado por un oficial del gobierno y denegado por otro” (The Amarillo Daily News, 30 de marzo de 1911: 1). Ningún argumento fue suficiente para impulsar una intervención armada sobre México.

A pesar de la abierta neutralidad, los rumores sobre una posible intervención armada estadounidense generaron una reacción inmediata de la Casa Blanca. Ante una serie de notas publicadas por el periódico El Diario, el Consejo de Ministros en Washington solicitó a las autoridades mexicanas que “influya para que no continúen apareciendo artículos que exciten al pueblo mejicano [sic] en contra de los americanos” (El País, 30 de abril de 1911: 1). Se temió que este tipo de noticias sensacionalistas provocaran atentados a la vida de los ciudadanos de Estados Unidos que habitaban el país.

 

La intervención como estrategia de paz continental

Conforme avanzó el año de 1911 se fue desvaneciendo la esperanza del Departamento de Estado respecto a la recomposición del caso mexicano, especialmente tras las crecientes noticias sobre daños a extranjeros. Entre los informes sobre el movimiento de tropas estadounidenses en la frontera, destacaron los rumores sobre una supuesta solicitud del gobierno alemán para que la Casa Blanca enviara tropas a México. Sin embargo, a los pocos días se emitió un comunicado desde Berlín a la Prensa Asociada de Estados Unidos en el que el barón Von Kiderie Wanscheter aclaró que “Alemania no ha hecho representaciones a Washington sobre el asunto [la intervención armada], y ni se propone tomar medida alguna a ese respecto” (El Imparcial, 12 de marzo de 1911: 12). Además, señaló que ninguno de sus cónsules en México consideró hasta el momento que la situación ameritara una medida intrusiva.

La intervención fue nuevamente negada por las autoridades estadounidenses, alemanas y mexicanas. No obstante, los rumores no se desvanecieron; la intervención para algunos periódicos mexicanos parecía probable, pues las explicaciones de Taft respecto al movimiento de tropas en la frontera eran poco convincentes, y a ello se sumó el hecho de que Henry Lane Wilson salió del país, poniendo en duda su regreso.26

Para mantener la situación diplomática bajo control y desmentir los rumores sobre el intervencionismo, el secretario de Estado, Knox, instruyó al cónsul Alexander V. Dye en Nogales, Sonora, para que negara todas las falsas historias de intervención. Los diplomáticos estadounidenses fueron encomendados para refrendar la amistad con los mexicanos, “esperando que pronto regresaran las bendiciones de paz” (The Border Vidette, 13 de mayo de 1911: 4). Lo único que estaba claro era la prioridad de garantizar la protección de las vidas estadounidenses.

Ante los rumores de una posible intervención, algunos sectores de la sociedad mexicana en Estados Unidos decidieron organizarse y protestar. Una de las manifestaciones más importantes fue convocada por Gil Blas, quien llamó a la “causa patriótica” para manifestarse frente a la embajada de México en Estados Unidos. La movilización sucedió un día antes de la celebración de Navidad, expresándose “en contra del maltrato de mexicanos a lo largo de la frontera, incluyendo la detención de quienes hubiesen violado las leyes de neutralidad” (The Arizona Republic, 24 de diciembre de 1911: 1). Este episodio fue uno de los múltiples actos públicos que se alzaron en contra de la supuesta neutralidad estadounidense.

Se acusó a la Casa Blanca de simpatizar con el maderismo, una conspiración que abiertamente contravenía a las políticas de neutralidad internacionales.27 De la misma manera, algunos periódicos estadounidenses fueron tachados de prointervencionistas y se les acusó de publicar rumores sobre supuestas intenciones de los rebeldes de volar los puentes al sur de Laredo, México; ello se consideró una “invención de los reporteros de la prensa amarilla, […] porque es bien sabido que hasta ahora no se tienen noticias de grupos maderistas sobre la línea del ferrocarril nacional” (El País, 19 de marzo de 1911: 1). En México se desacreditó a quienes desde el extranjero describían las condiciones revolucionarias como insalvables. La prensa extranjera hizo llamados al gobierno mexicano a poner pronto en cintura a los rebeldes, antes de que la anarquía fuera la ley regente, mismas publicaciones que consideraron que el único antídoto era una acción armada estadounidense.

El Departamento de Estado priorizó el resguardo de la vida e intereses de sus ciudadanos. Al respecto, el cónsul de Ciudad Juárez, Thomas D. Edwards, declaró estar preocupado por sus representados, dado que después del desarme del 40% de los rurales, se presentaron algunos altercados que aunque “no estuvieron marcados por el sentimiento antiamericano” (El País, 19 de marzo de 1911: 1), sí amenazaron a la población en general.

El reordenamiento de las fuerzas armadas en México generó que los cónsules solicitaran instrucciones para actuar conforme a la política neutral de Estados Unidos y a su vez garantizar la protección de sus intereses. La esperanza de los diplomáticos se centró en que Madero cumpliera con su palabra, es decir, que “enviara una fuerza adecuada de tropas regulares a Juárez para restablecer el orden y proteger a los residentes americanos” (El País, 2 de febrero de 1912: 1).

La victoria del maderismo: un nuevo reto para la diplomacia estadounidense

Desde las primeras semanas de lucha armada pareció latente la posibilidad de un conflicto con Estados Unidos. La violencia e inseguridad llevaron a la capitulación de Díaz, argumentando que el prolongar la lucha generaría una posible complicación internacional. No obstante, durante esta etapa “los revolucionarios y los federales tomaron precauciones para no causar daños […] aun cuando Madero y Díaz estaban dispuestos a vencer también estaban decididos a evitar la intervención de los Estados Unidos” (Cosío Villegas, 1997: 26).

Después de que el Departamento de Estado evaluó la situación en México, determinó que eran pocas las opciones no militares para impedir que se replicaran los actos antiestadounidenses. No obstante, antes de que se optara por protestar diplomáticamente ante el creciente sentimiento xenófobo, irrumpieron profundos cambios en el panorama político mexicano. El recrudecimiento de los combates en México generó que la prensa vaticinara la pronta intervención estadounidense.

Para disuadir cualquier rumor, el cónsul en Veracruz, William Canada, señaló: “mi gobierno tiene la más sincera amistad por México y su pueblo a quien se espera pronto regresará la bendición de la paz” (El Dictamen, 14 de mayo de 1911: 1). Por instrucciones de Knox, se aclaró que el gobierno de Estados Unidos no intervendría con la política mexicana, y su única demanda sería que se cuidara la vida de sus ciudadanos.

Ante las noticias sobre las derrotas del ejército federal, el cónsul estadounidense en la Ciudad de México informó que el 24 de mayo se reunió una multitud en el Zócalo para exigir la renuncia de Díaz. A las pocas horas los protestantes fueron atacados por fuerzas locales que los dispersaron. Al día siguiente, se reportó que a unas cuadras del consulado de Estados Unidos en México se dio otro enfrentamiento entre la guardia local y los ciudadanos, escena que desembocó en una importante cantidad de muertos y heridos.

El cónsul informó a la Casa Blanca que “al finalizar el día, algunos problemas causados por la turba fueron finalmente dispersos cuando fueron informados de que el presidente Díaz había renunciado”.28 Lo que causó sorpresa al cónsul fue la combatividad de la población, por lo que se temió que la violencia del norte del país se replicara en la capital.

Tras la toma de Ciudad Juárez y la renuncia de Díaz, Madero se proclamó por todos los medios posibles “amigo del pueblo de Estados Unidos”. Victorioso, frente a pobladores de El Paso, Texas, prometió que “haría cualquier esfuerzo para suprimir el sentimiento antiamericano y difundiera el espíritu en todo el país de que Estados Unidos es y era el mejor amigo internacional de México” (The Arizona Republic, 25 de mayo de 1911: 1).