Diplomacia y revolución

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En la capital del país, “las demostraciones antiamericanas evolucionaron en movimientos contra Díaz. La prensa estadounidense advirtió que los ocupantes del Palacio Nacional en el Zócalo tendrían que prepararse para sofocarlos rápidamente o desalojar el recinto” (The Breckenridge News, 30 de noviembre de 1910: 8). En Estados Unidos se reportó de manera alarmante que se multiplicaban movimientos callejeros antiestadounidenses, ya que el caso de Rodríguez se exacerbó al punto de rechazar la presencia de cualquier ciudadano extranjero.

Villardena, Coahuila, fue una de las primeras localidades en que la violencia amenazó la integridad de los pobladores estadounidenses, y el primer lugar afectado fue un importante campo minero de México, propiedad de la American Smelting and Refinering Company. El 22 de noviembre de 1910 llegó hasta las instalaciones una turba armada, la cual, pese a que no cobró víctimas mortales, “se dice que la planta de fundición fue dañada y muchos americanos fueron tratados rudamente” (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2).15 El peligro fue evidente, y la suerte de los estadounidenses de sobrevivir a los ataques parecía estar próxima a terminar.

Sir Thomas Holdich, presidente de la Royal Geographical Society, declaró a la prensa estadounidense haber presenciado los disturbios de noviembre y, aunque aclaró que la situación fue rápidamente pacificada, consideró que la violencia en México podía escalar. La insurrección en Chihuahua fue calificada por este extranjero como un problema local, por lo que descartó la insurgencia de “otro levantamiento grave, pero no tenía ninguna duda acerca del amargo sentimiento antiamericano sentido generalmente en México” (The Times, 14 de marzo de 1911: 5).

La prensa estadounidense advirtió que la violencia en México podría extenderse a Estados Unidos, por lo que se cuestionó si este movimiento sería sólo un motín político o una verdadera revolución, si de extenderse territorialmente llegaría a afectar los intereses estadounidenses y, peor aún, si sería el inicio de una guerra entre ambos países (The Times, 14 de marzo de 1911: 2).

El líder revolucionario Francisco I. Madero, consciente de los temores de la prensa estadounidense, hizo un llamado a sus seguidores desde Eagle Pass, Texas, para que respetaran los intereses extranjeros, esperando con ello diluir cualquier animadversión a los revolucionarios. Madero publicó “una lista de propiedades americanas que no se debían dañar. Los líderes buscaron prevenir la intervención americana” (East Oregonian, 23 de noviembre de 1910: 1).16 El Servicio Secreto Mexicano a cargo de Porfirio Díaz envió un telegrama a Washington en el que informó que, según sus investigaciones, “americanos, como otros extranjeros, pueden descansar seguros. Ninguna casa extranjera de negocios será tocada y los extranjeros no deben temer ataques” (El Paso Herald-Post, 24 de noviembre de 1910: 1).

Pese a todas las seguridades ofrecidas por las distintas facciones armadas, fue evidente en la prensa de Estados Unidos la preocupación de que se diseminara el sentimiento antiyanqui en México. Un par de días después se rumoró que “dos americanos han sido linchados a cerca de 100 millas de la frontera” (The Cooper Era, 18 de noviembre de 1910: 1). El caso de Antonio Rodríguez siguió causando controversia a finales de 1910, ya que fue acusado póstumamente de “hacer un viaje a través del país para obtener reclutas para la organización revolucionaria al momento en que cometió el crimen” (The Cooper Era, 18 de noviembre de 1910: 1); por lo que además de haber asesinado a su cónyuge —causa original del linchamiento—, fue acusado de conspirar contra el régimen de Díaz.

Desde entonces, en Estados Unidos se temió que cualquier ataque a la vida o intereses estadounidenses en territorio mexicano fuera consecuencia de la xenofobia. Un caso que causó preocupación fue el asesinato de James J. Reed en manos de un policía de la Ciudad de México; el cuerpo diplomático estadounidense señaló a este acto como abiertamente antiestadounidense, pues se demostró que “Reed estaba desarmado al momento de su muerte […] el policía no estaba en su derecho de usar su revólver pues no estaba en peligro su vida y no fue atacado por sus agresores” (The Oasis, 21 de enero de 1911: 4). Durante las semanas siguientes el tema principal en la prensa extranjera y mexicana fue el impacto que tendrían las manifestaciones antiyanquis en las relaciones México-Estados Unidos.

Mientras la posibilidad de una intervención fue objeto de acaloradas discusiones entre los medios impresos estadounidenses, en México la población se manifestó indignada por lo que se organizaron nuevas protestas que peligrosamente amenazaron con convertirse en motines. El gobernador Antonio Rivera aseguró haber tomado medidas para disuadir cualquier disturbio, especialmente si “no existía razón que la pudiera justificar” (The Arizona Republic, 24 de diciembre de 1911: 1).

En el país la violencia crecía sin freno: desde el 17 de noviembre de 1910 Veracruz, Guadalajara y otras poblaciones menores registraron disturbios antiestadounidenses (The Arizona Republic, 24 de diciembre de 1911: 4). En Pachuca, pobladores estadounidenses reportaron la repartición de panfletos con leyendas como “‘Muerte a los Yanquis’ y ‘Abajo los Gringos’, así como carteles que expresaban: ‘Muerte a Díaz y a sus amigos Yanquis’” (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2).17

Para evitar que se generara un escándalo internacional, el gobierno porfirista cerró sus fronteras a cualquier periodista estadounidense que pretendía dar cobertura a la Revolución mexicana; la censura se extendió a las líneas telegráficas bajo el argumento de “minimizar la gravedad de la situación, pese al sentimiento generalizado de inquietud de la capital” (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2). Ante la censura, en Estados Unidos se multiplicaron las voces sobre la posibilidad de una intervención armada. No obstante, la Casa Blanca públicamente descartó esta opción, pues se respaldó al régimen de Díaz frente a un movimiento que se vaticinó estaba destinado al fracaso.

1 Un ejemplo de estas discusiones se puede consultar en Morton Callahan (1932: 33).

2 Para más información sobre estos reclamos consúltese Sherwood Dunn (1933: 16).

3 Véase A Compilation of the Messages and Papers of the Presidents (1896-1899). National Archives Records Administration (nara), M0274-812, cab. 23, roll. 92, p. 728.

4 La primera Comisión de Reclamaciones entre ambos países fue establecida el 11 de abril de 1839 en Washington D. C. para atender, principalmente, las pérdidas y los daños ocasionados como acciones colaterales a ciudadanos estadounidenses que vivían en la zona de conflicto por la independencia de Texas. En este caso, el resultado fue adverso para los intereses mexicanos, dado que la comisión consideró la resolución de todos los reclamos norteamericanos como forma única y obligatoria que permitiría la buena vecindad entre las naciones involucradas. Véase Tratados y convenciones concluidos y ratificados por la república mexicana desde su independencia (1878). nara, M0314, roll. 8, pp. 181 y 189.

5 nara, M0314, roll. 8, p. 189.

6 No obstante, esta comisión tuvo problemas para su ratificación por parte de ambos gobiernos. En Estados Unidos algunos consideraron que este tratado dejaba la puerta abierta a las reclamaciones provenientes de la intervención en la guerra con Texas, por lo que el Congreso decidió dejar este tópico en reserva, lo que obligó a que el gobierno mexicano se negara a ratificarlo.

7 Sin embargo, este tratado no fue ratificado por el Senado estadounidense. Para más información véase Fernández MacGregor (1974: 155-201).

8 Para mayores detalles sobre el complejo proceso de establecimiento de este tratado véase Zoraida Vázquez y Meyer (1994: 91).

9 nara, M0314, roll. 7, p. 131.

10 nara, M0314, roll. 7, p. 132.

11 Díaz se opuso abiertamente ante la opinión pública internacional a una intervención militar estadounidense dentro del territorio nicaragüense. Después de la derrota del presidente José Santos Zelaya por las fuerzas de Juan J. Estrada, no le quedó otra opción que contravenir las intenciones de la Casa Blanca y ofrecer refugio y asilo político al depuesto mandatario. Véase Canudas Sandoval (2005: 137-139).

12 Fue un diario escrito en inglés y publicado desde la Ciudad de México, fundado por Frederick J. Guernsey. Su primer número se imprimió en 1895, llegando a un tiraje que abarcaba a veinticinco mil estadounidenses que habitaban la capital y sus alrededores. En 1915 se dejó de publicar como resultado de los constantes conflictos revolucionarios y su pugna directa con el zapatismo. Para más información véase Knudson (2001: 387-398).

13 Periódico dirigido por Rafael Reyes Spíndola, quien en septiembre de 1888 inició su publicación junto a Delfín Sánchez Ramos. Fue un periódico que trabajó con subsidios gubernamentales y alcanzó gran popularidad a inicios del siglo xx. El diario sobrevivió a la caída de Díaz, pero fue incautado en 1914 por el régimen constitucionalista con la acusación de publicitar al régimen de Huerta. Para mayor información véase Musacchio (2003: 161-163).

 

14 Con el objetivo de lograr la libertad de sus compañeros, una importante cantidad de estudiantes se salió a las calles a solicitar apoyo para reunir los fondos necesarios para pagar su defensa legal. Véase The Arizona Republic (12 de noviembre de 1910: 1).

15 Esta noticia también fue difundida por The Rock Island Argus (22 de noviembre de 1910: 1), The New York Times (22 de noviembre de 1910: 2) y Evening Times Republican (22 de noviembre de 1910: 1).

16 Esta noticia también apareció en la primera plana de The Marion Daily Mirror (23 de noviembre de 1910: 1).

17 Esta nota también fue publicada días después con un tono alarmante en The New York Tribune (23 de noviembre de 1910: 2).

Capítulo 2. La controversia diplomática durante las primeras semanas del estallido revolucionario

Días después del 20 de noviembre, algunos sectores de la prensa estadounidense aseguraron que la revolución en México no debía causar preocupación, pues no tenía las magnitudes de los levantamientos registrados en Europa. Desde Estados Unidos algunos medios consideraron que la situación política en México pronto se normalizaría. No obstante, el primer baño de sangre, registrado en Puebla y causado por los hermanos Aquiles Serdán, se publicó como un caso escandaloso en el que se indicó que “con certeza fueron más de 100 los asesinados por el conflicto […] dos mil tiros fueron disparados antes de que las fuerzas federales forzaran la rendición” (The Salt Lake Tribune, 20 de noviembre de 1910: 1).

La prensa amarillista estadounidense advirtió que la violencia no pararía, pues “el levantamiento mexicano está programado para hoy” (The Tribune, 19 de noviembre de 1910: 1). Como respuesta, el cónsul americano en Nuevo Laredo se trasladó a Washington para advertir de viva voz que la Revolución mexicana iniciaría entre Laredo y Eagle Pass, pero que se extendería simultáneamente por Cananea, Hermosillo y Guaymas.

Algunas voces más optimistas entre la prensa estadounidense esperaron que los disturbios y las manifestaciones callejeras terminaran “después del 1 de diciembre de 1910, fecha en la que el mandatario mexicano iniciaría un nuevo régimen presidencial” (The New York Tribune, 23 de noviembre de 1910: 2), ya que se creía que la renovación del régimen restauraría el sistema de orden y progreso. En principio, el alzamiento maderista no fue estimado como amenaza al orden social y económico prevaleciente, pues “los funcionarios de los gobiernos de México y Estados Unidos estaban convencidos de la estabilidad del porfiriato” (Ulloa, 1997: 21).

No obstante, con el paso de las semanas la prolongación de la lucha armada encendió todas las alarmas. El embajador mexicano en Estados Unidos señaló al secretario de Relaciones Exteriores, Enrique Creel, que existía una “gran preocupación por los movimientos revolucionarios registrados en la nación mexicana”.18 Al mismo tiempo, la prensa estadounidense dedicaba cada día más noticias sobre el movimiento armado. La estabilidad del porfiriato fue puesta en duda por distintos protagonistas de la política estadounidense, desde “el embajador Henry Lane Wilson, en seguida el subsecretario de Estado Huntington Wilson, y, por último, Taft y Knox” (Ulloa, 1997: 23). El gobierno de Washington aclaró públicamente que su respaldo al régimen porfirista era extraoficial.

La única medida oficial que tomó la Casa Blanca fue de vigilancia, pues era conocido por todos que el movimiento revolucionario se orquestaba en California, Nuevo México, Arizona y Texas. Se ordenó al Servicio Secreto que “vigilara cualquier movimiento, así como prevenir la movilización de fuerzas de los Estados Unidos a toda costa […] los Estados Unidos están determinados a prevenir cualquier infracción a las leyes de neutralidad” (The Spokane Press, 19 de noviembre de 1910: 1).

La prensa estadounidense señaló que dicha “neutralidad” poco contribuyó a la paz, ya que era evidente la venta de “grandes cantidades de munición y armas de fuego que ha sido secretamente dispuesta a lo largo de la frontera” (The Spokane Press, 19 de noviembre de 1910: 1). La economía fronteriza repuntó gracias a la venta de armas, por lo que la proscripción afectaría la economía regional. La neutralidad era una cuestión económica más que de respeto a la soberanía mexicana.

La incertidumbre respecto a la revolución creció cuando se rumoró que los enfrentamientos trascenderían la frontera, por lo que Washington recomendó al gobernador de Texas (Campbell) que enviara a los rangers a la frontera para “enfrentar a bandas de mexicanos que se encuentran instalados para iniciar una supuesta invasión de México” (The Spokane Press, 19 de noviembre de 1910: 1). El objetivo fue claro: “todas las precauciones han sido tomadas por las autoridades americanas para prevenir la violación de las leyes de neutralidad en suelo de los Estados Unidos” (Evening Times Republican, 22 de noviembre de 1910: 1).

El 21 de noviembre de 1910 se reportó que el 23º Regimiento de Infantería estaba instalado en los tres pasos fronterizos de Texas,19 con lo que se restringió formalmente el cruce de armas o mexicanos armados que violaran la neutralidad acordada (The Marion Daily Mirror, 21 de noviembre de 1910: 5).20 Un día después, el Departamento de Guerra confirmó haber dispuesto “tropas listas para correr en trenes especiales hacia la frontera” (The Paducah Evening Sun, 22 de noviembre de 1910: 1) en caso de que se necesitaran.

La crítica ante esta movilización militar en la frontera no se hizo esperar. Para la prensa estadounidense la vigilancia era burlada por los revolucionarios con facilidad. Apenas dos días después se señaló que “todos los reportes coinciden en que las tropas americanas y los rangers de Texas que custodian la frontera han fallado en interceptar un cargamento solitario de armas o bloquear el cruce del río Grande por una simple banda de revolucionarios” (The Marion Daily Mirror, 23 de noviembre de 1910: 1).

El gobierno mexicano tomó medidas para prevenir que los revolucionarios irrumpieran en los estados fronterizos, por ello “las autoridades mexicanas esta tarde [22 de noviembre] enlistaron americanos con caballos para servir como guardias de la patrulla fronteriza” (The Arizona Republic, 23 de noviembre de 1910: 1). El pago ofrecido era de 20 pesos diarios, un salario alto que pretendía motivar a que más estadounidenses ofrecieran sus servicios.21

El temor a que la movilización militar generara un conflicto internacional era latente, pero intervenir anticipadamente violaría las leyes internacionales y rompería con el compromiso de amistad y cooperación vigente con el gobierno de Díaz. El gobierno federal mexicano estaba consciente de que blindar la frontera era crucial para evitar que se fortificaran los revolucionarios. Por su parte, Estados Unidos consideró que el peligro de la revolución radicaba en que el estado mexicano no se enfrentaba a un ejército, sino a guerrilleros con objetivos diversos que luchaban por desarticular un régimen reconocido por ser ejemplo de paz y estabilidad latinoamericana. La falta de disciplina de los rebeldes amenazó con provocar que la violencia escalara sin freno, con peligro de alcanzar matices antiestadounidenses.

Las noticias sobre la revolución llegaban a cuenta gotas a Estados Unidos, pues tras la intervención de las comunicaciones telegráficas se generó una “gran dificultad para obtener auténticos reportes sobre los lugares de disturbio […] haciendo que la información auténtica sea difícil de procurar” (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2). La llegada de informantes se limitó porque el cruce fronterizo se restringió en un horario de 6:00 a las 24:00 hrs. En consecuencia, los reporteros publicaban noticias atrasadas, la mayoría de ellas “de carácter vago. Aunque [no se tuvo duda que] de cualquier manera la situación es crítica al extremo” (Evening Times Republican, 22 de noviembre de 1910: 1).

En México, el 22 de noviembre las oficinas postales censuraron cualquier periódico americano que hiciera referencia a la Revolución mexicana, lo cual fue calificado como evidencia de la crisis en la que estaba inmersa la administración porfirista. Para disipar los rumores, algunos voceros del gobierno mexicano argumentaron que las medidas restrictivas sólo pretendían el control total de las comunicaciones telegráficas para su coordinación. Con el paso de los días crecieron las sospechas de que “la situación en México es tan seria que el gobierno mexicano dio los primeros pasos para prevenir noticias sobre la rebelión de la mirada del mundo exterior” (Evening Times Republican, 22 de noviembre de 1910: 1).

Aun frente a cualquier explicación, la censura aumentó la incertidumbre entre la prensa estadounidense, por lo que sus páginas se nutrieron con experiencias y declaraciones de estadounidenses y mexicanos que cruzaban la frontera. Los rumores protagonizaron los relatos acerca de la guerra, debido a que la información sobre México era escasa. Los primeros anuncios sobre grandes cantidades de muertos en México —más de trescientos— fueron reportados por “A. G. Springer, un hombre de negocios que llegó esta mañana [21 de noviembre] de Gómez Palacio” (The Rock Island Argus, 22 de noviembre de 1910: 1). Al ser entrevistado declaró: “la nación entera que he recorrido está en armas y en muchos lugares el terror prevalece” (The San Francisco Call, 23 de noviembre de 1910: 1). En otros diarios se publicaron noticias en las que Springer aseguró que “todo está cerrado en Torreón, bancos, tiendas, bares y los negocios están parados” (The Arizona Republic, 23 de noviembre de 1910: 1).

Pero así como algunas voces desestimaron la trascendencia del movimiento revolucionario, otros diarios publicaban que México estaba “en pleno proceso de disturbios y los rebeldes balean trenes de soldados” (The San Francisco Call, 23 de noviembre de 1910: 1). Se reportó un ataque a un tren de pasajeros que iba de Chihuahua a Madera, con saldo de 67 muertos (la mayoría civiles); las víctimas estaban a bordo del vagón de segunda clase, el cual fue incendiado, y aunque algunos soldados repelieron el ataque, no pudieron hacer gran cosa. Sin embargo, la información sobre esta tragedia fue limitada pues el control telegráfico impidió que fluyera información al respecto.

Un día después se confirmó la muerte de casi trescientos combatientes, como consecuencia de un ataque con dinamita al puente ferroviario de Madera en la ruta del noroeste.22 Aun cuando nadie se responsabilizó del hecho, se les adjudicó el ataque a los maderistas. Con el paso de los días se magnificó el miedo a la violencia revolucionaria en las ciudades fronterizas, y desde Washington se ordenó que los rangers y “tropas americanas acudieran apresuradamente al río Grande para estar preparados para cualquier emergencia” (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2).

La vigilia en que vivían los pobladores al sur de Estados Unidos fue consecuencia de los múltiples informes que aludieron a un sentimiento antiestadounidense en México. La revolución amenazó con convertirse en una guerra entre naciones, cuyas primeras víctimas eran los habitantes en los puntos fronterizos. La situación revolucionaria en México se convirtió en una crisis insostenible; ello generó que algunos estadounidenses decidieran abandonar el país. En algunas localidades fronterizas los “oficiales mexicanos permitieron a los extranjeros portar armas para protegerse a sí mismos” (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2).

El 22 de noviembre en El Paso, Texas, se reportó la llegada del primer grupo de estadounidenses que huían de México, quienes declararon ser testigos de una situación de anarquía, además que percibían desesperación en el gobierno mexicano, ya que nutrió su ejército con criminales y exconvictos. Los mexicanos no tenían la capacidad de controlar un movimiento armado de tales magnitudes, que “como bola de nieve” parecía no terminar (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2).

La percepción de emergencia aumentó cuando en la prensa estadounidense se reportó la muerte de dos estadounidenses a manos de maderistas, sin embargo, la junta revolucionaria declaró que esas historias buscaban desacreditar el levantamiento contra Díaz. Madero insistió en que los revolucionarios eran respetuosos de las propiedades y los derechos de los extranjeros, y el único incidente del que se tenía noticia era “malos tratos a americanos de parte de servidores gubernamentales […] así como de seguidores de Díaz” (The Marion Daily Mirror, 23 de noviembre de 1910: 1). La controversia diplomática ya había empezado, por lo que el objetivo principal para México fue evitar un conflicto político con Washington.

 

Aun cuando se desarrollaron intensos combates en algunas poblaciones donde había importantes asentamientos estadounidenses, como Gómez Palacio, Lerdo y Torreón (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2), no se reportaron víctimas fatales hasta el 25 de noviembre de 1910.23 Tanto revolucionarios como el ejército federal garantizaron el respeto a la vida de los extranjeros; en la prensa estadounidense se reportó que “oficiales de la armada mexicana y americana están trabajando mano con mano para prevenir que la situación asuma proporciones más serias a lo lago de la frontera” (The Arizona Republic, 23 de noviembre de 1910: 1).

A pesar de todas las garantías, la intervención del ejército estadounidense fue un tema latente y los preparativos iniciaron con la disposición de una estrecha vigilancia militar de la frontera; sin embargo, ni el gobierno de Taft, Díaz o los maderistas consideraban que la intervención solucionaría los conflictos en México. La situación al sur del río Bravo era incierta: por un lado, se recibían informes de batallas, matanzas y acciones violentas; por otro, la censura y el control de las comunicaciones generó aún más rumores que los silenció.

Para garantizar la seguridad de los pobladores en la frontera, el gobierno federal anunció la declaración de la ley marcial, con la que los “reportes oficiales de estado informan que la quietud prevalece a lo largo del país, y que ningún problema ocurrió en ningún lugar hoy. Las autoridades de cualquier manera están vigilantes” (The Washington Herald, 24 de noviembre de 1910: 1). Pero ni esta o alguna otra medida lograron disuadir las movilizaciones y propaganda antiyanqui, especialmente porque en Estados Unidos se registraron ataques antimexicanos.

En la madrugada del 24 de noviembre, en Denver, Colorado, se registró un ataque a la casa de Miguel Castanen; la turba justificó su ataque con la posibilidad de que fuerzas mexicanas invadieran Texas. Según algunos testigos, “todos con palos y rocas y otros misiles se apresuraron hacía ellos mientras huían […] Castanen fue notificado de que su casa sería quemada si no dejaba la ciudad” (The Marion Daily Mirror, 24 de noviembre de 1910: 8). Pese a todas las advertencias, este mexicano permaneció en su domicilio. El temor a una posible invasión generó que todos los mexicanos en Denver fueran perseguidos, por lo que se refugiaron en las oficinas del vicecónsul mexicano para que les brindara protección.

Los militares y las fuerzas policíacas contribuyeron al caos al reportar el arresto de algunos mexicanos por violar las leyes de neutralidad después de “importantes decomisos de armas reportados por la comisaría de Estados Unidos en el territorio del Alto Río Grande” (The Washington Herald, 24 de noviembre de 1910: 1). El temor a una posible invasión exacerbó la violencia en ambos lados de la frontera.

Los mexicanos representaron una potencial amenaza al usar al territorio estadounidense como refugio, armería y campo de reclutamiento, por lo que se temió que, en su afán combativo, atrajeran la violencia a su país. El 24 de noviembre la prensa estadounidense fijó su atención en Washington, ya que el revolucionario Gustavo A. Madero llegó a la Casa Blanca “como agente confidencial para el partido revolucionario, pero hasta el momento no ha sido llamado por el Departamento de Estado” (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3). Su llegada fue considerada como una respuesta al reclamo del Departamento de Justicia en el que responsabilizaba al maderismo de usar el territorio estadounidense como base militar.

El Departamento de Estado, por recomendación del embajador Henry Lane Wilson, negó cualquier entrevista con el líder revolucionario; además, el diplomático solicitó que se investigara su posible participación en violaciones a tratados internacionales.

La tensión diplomática aumentó la mañana del 23 de noviembre con el asesinato de J. M. Reid,24 a quien le dispararon mientras transitaba por la Alameda Central en la Ciudad de México. Ningún bando fue culpado, por lo que la embajada estadounidense no hizo declaraciones sobre el tema, a fin de evitar dar muestras de un distanciamiento con Díaz.

La presencia de Madero fue considerada un potencial peligro a la seguridad nacional, pues se advirtió que “el partido rebelde estableció su cuartel aquí” (The Washington Herald, 24 de noviembre de 1910: 1). No bastaba la zona fronteriza, ahora Washington era tomado como refugio. Esta presencia incomodó al Departamento de Estado, pues cualquier gesto comprometería la neutralidad estadounidense. Pero Madero tampoco podía ser detenido, ya que cualquier acto en su contra podría interpretarse como una toma de partido.

Mientras tanto, en México se reportaron afectaciones y boicots que buscaron diseminar el sentimiento antiyanqui entre la población. Con alarma se refirió que en algunas ciudades circulaban panfletos que llamaban a:

No comprar ningún artículo hecho por americanos o vendido por americanos, y no frecuentar ningún hotel o casa rentada por americanos, donde sirven americanos y no emplear americanos […] no considerar casas de comercio que tengan un título en inglés aun cuando sus propietarios sean mexicanos (Bisbee Daily Review, 30 de noviembre de 1910: 1).

Fue en este contexto que Arnold Shanklin, cónsul general de Estados Unidos en México, se trasladó a San Antonio, Texas, con el fin de rendir un informe sobre la situación revolucionaria. En una entrevista previa a su presentación en el Congreso, reportó que todo estaba tranquilo “a lo largo de la línea de los Ferrocarriles Nacionales de México entre la capital y Laredo” (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3). Descartó que la revolución fuera un movimiento generalizado en el país y mucho menos con poder de derrocar al gobierno nacional.

Esta misma perspectiva fue compartida por el vicepresidente de la American Smelting and Refinering Company, quien consideró que los reportes que le llegaban de regiones fronterizas como Eagle Pass eran exagerados, pues “el problema en México se ve más en las regiones rurales que en los centros de población […] en general nuestros representativos en la Ciudad de México reportan todo quieto” (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3). Desestimó que la violencia se generalizara, por lo que invitó a sus compatriotas a confiar en los mercados mexicanos.

El 25 de noviembre, el cónsul estadounidense en Ciudad Juárez, Thomas D. Edwards, telegrafío al Departamento de Estado para informar que todo estaba “quieto en su sección, y que aparentemente la excitación en todos lugares de México va decreciendo […] los reportes de lucha en Torreón, Gómez Palacio, Parral, Durango y Zacatecas son exagerados y las condiciones en esos pueblos son ya casi normales” (The Tacoma Times, 25 de noviembre de 1910: 1). Aun cuando todo pareció regresar a la normalidad, algunos estadounidenses dejaron el país mediante las vías ferroviarias, por lo que era tarea del diplomático coordinar su retorno a Estados Unidos.

El embajador mexicano, León de la Barra, comentó a la prensa estadounidense que los informes sobre la violencia revolucionaria publicados hasta el momento eran totalmente exagerados; sin embargo, no aclaró cuál era la situación en México, pues no poseía informes o datos oficiales de su gobierno (The Arizona Republic, 23 de noviembre de 1910: 1), y sus declaraciones eran sólo su apreciación personal.

A finales de noviembre, Los Ángeles Herald anunció en una nota editorial que “las presentes indicaciones son que la ‘revolución’ mexicana puede terminar antes de que los hombres de las fotografías puedan llegar ahí” (Los Ángeles Herald, 30 de noviembre de 1910: 9). La revolución fue considerada más un problema poselectoral que un levantamiento similar a los casos de Nicaragua, Cuba y Puerto Rico, por lo que se esperó su consumación en cualquier momento.