Cómo mandar bien

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Z serii: La Liebre
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El jefe ha de ganarse un buen prestigio, y se lo gana en función de cómo manda. Lo cual requiere dos condiciones: tener buena intención —es decir, actuar con motivación racional por motivos trascendentes—, y conocer el oficio, el negocio que se trae entre manos.

Esta sensatez se manifiesta en dos virtudes elementales, que todo jefe debe atesorar:

Humildad: si yo soy el jefe y no sé, no sucede nada extraño: simplemente, no sé; tendré que estudiar el tema, pedir consejo, escuchar, etc., sin meter rollos ni largos discursos a la gente. El jefe no tiene por qué saberlo todo. La gente suele saber que el jefe no sabe todo. Hace el ridículo el jefe que pretende saberlo todo. Hace el ridículo en el mejor de los casos. Si el jefe no sabe nada, mejor que se dedique a otra cosa: pero, por favor, que no confunda cuándo sabe y cuándo no sabe, y no confunda a los demás22. Hay que distinguir lo verdadero y lo falso, y distinguir cuándo estoy seguro de cuándo tengo dudas.

Solidaridad: buscar el bien de los subordinados, de los clientes, etc. Amar es querer el bien del otro, con un impulso racional; es decir, la motivación debe ser racional por motivos trascendentes. no espontánea por motivos trascendentes.

El buen jefe debe evitar:

El uso injusto del poder: atropellar los derechos legítimos de empleados, clientes, accionistas, ciudadanos afectados, etcétera... Evitar murmuraciones, calumnias, humillaciones... El jefe no debe permitir que, delante suyo, los subordinados hablen mal de clientes, colegas, etc.; salvo que se haga de manera que, si estuvieran presentes los ausentes, no se sintieran molestos.

El uso excesivo del poder: en caso de duda, es mejor quedarse corto en el mando, que pasarse. Cuando se manda en exceso se priva a la gente de la legítima autonomía y flexibilidad —motivos intrínsecos— que a todos nos agrada disponer al hacer las cosas; se resta atractividad a la organización. Hay que dejar que la gente haga las cosas a su manera23, dentro de un orden, y saber que no tienen por qué hacerlas a la manera del jefe. «La acción de gobierno no consiste en imprimir la propia impronta en los demás, sino en activar sus energías»24. Si dicha pérdida de atractividad no está justificada se pierde además la eficacia, la unidad o ambas a la vez.

El uso en defecto. Sucede cuando, por paternalismo25, se omite la corrección. Hay que saber corregir. Corregir en privado. Hay qu saber elogiar y, a veces, hay que hacerlo en público. Pero corregir, casi siempre es preferible hacerlo en privado, a solas; en público, solo cuando se trata de algo in fraganti, que puede convertir al jefe en cómplice, si no lo hace. El jefe debe impedir que otros jefes a su cargo abusen, maltraten u opriman a la gente, especialmente a los más débiles en la organización. A veces, la inversión más eficaz para mejorar el ambiente laboral es despedir a un par de malos gerentes o supervisores; y quizá sea saludable que el sustituto llegue a conocer las razones por las que salieron sus predecesores en el cargo.

En resumen: el poder hay que usarlo poco, sin extralimitarse y siempre con justicia. En caso de duda, es mejor quedarse corto que pasarse.

9. Un concepto importante: Acciones libres y acciones no libres

Las personas realizamos muchas acciones, y por razones muy variadas. Dos personas pueden estar haciendo aparentemente lo mismo, pero por motivos muy diferentes. Entre dos personas que corren hacia el aeropuerto, una de ellas quizá quiere subirse a tiempo al avión, mientras que la otra solo pretende despedirse de un amigo.

Chesterton señalaba que, en general, estaba menos interesado en qué hace la gente que en por qué la gente hace lo que hace. Personalmente, a mí me ayuda recordar esto de vez en cuando.

Hay acciones que realizamos libremente y otras que no. Entiendo ahora por libre aquella acción que una persona realiza con consciencia y voluntariedad.

Consciente significa que uno actúa sabiendo lo que está haciendo, dándose cuenta de lo que hace. Como existen diferentes niveles de conciencia, uno puede darse cuenta en mayor o en menor grado del valor de lo que hace.

Voluntariedad significa que uno actúa queriendo, sea por el motivo que sea, pero queriendo: queriendo hacer, precisamente, lo que uno entiende que está haciendo.

Como hemos señalado, existen grados en la voluntariedad y en la consciencia: se puede ser muy consciente de lo que se hace, o poco, y se puede actuar también con mayor o menor voluntariedad: no todas las acciones que realizamos son libres en el mismo grado.

Consciencia y voluntariedad son tan importantes que se puede decir que no son libres aquellas acciones que uno realiza sin darse cuenta –sin ser consciente– y/o sin querer –sin voluntariedad–.

Hay actos en los que no hay libertad “en absoluto”: los del sonámbulo, o de alguien con serios trastornos psiquiátricos. Tampoco es libre hacer la digestión, mover el brazo mientras duermo, los movimientos reflejos automáticos... Ahí no hay voluntariedad: hago dichos actos, quiera o no hacerlos; y tampoco hay consciencia, puesto que no soy consciente de que los estoy haciendo. Son actos más que acciones. En ellos no hay libertad en absoluto26.

Aparece la libertad cuando quien actúa empieza a poder determinar lo que hace o no hace: tiene algo de consciencia en lo que hace y comienza a querer hacerlo. Es completamente libre cuando la acción se realiza con plena consciencia y completa voluntariedad. Por ejemplo, quien planea con mucha antelación –premeditación– una venganza, o quien hace lo que cree correcto, a pesar del miedo.

En otras ocasiones, no hay tal libertad. Por ejemplo, una persona envía un correo electrónico que ofende al que lo recibe. Pero resulta que el remitente no era consciente de que se lo enviaba: incluyó esa persona entre los destinatarios sin darse cuenta de que lo estaba haciendo. De lo contrario, lo habría retirado, pues no quería enviarle ese mensaje a esa persona. Fue un error, no una maldad. No hay voluntariedad, no lo ha enviado “libremente”.

Aristóteles nos da más ejemplos de personas que ignoran lo que hacen: alguien a quien se le escapó una palabra o no sabía que algo era secreto y lo da a conocer.

Un defensa en un partido de fútbol le rompe la rodilla a un delantero de un equipo contrario. Si el defensa no ha querido producirle ese daño, dicha patada no ha sido voluntaria –no hubo intención de darle: ni mala ni buena intención–, y por tanto, el romperle la rodilla al delantero, aunque es algo que el defensa ha hecho, no ha sido una acción libre. Ha sido un accidente, que escapaba al control del defensa. No se le debe atribuir al defensa.

Solo somos responsables de nuestras acciones libres

Las acciones que no son libres no son atribuibles a quien las ha hecho. No es él quien las ha causado. No ha sido el defensa –persona libre– quien ha causado la lesión en el delantero. El causante de que el destinatario se sienta mal no ha sido el remitente como persona libre. Si de ellos hubiera dependido, esas consecuencias no se habrían producido, tal vez27.

Responsabilidad tiene que ver con “responder”: responder a la pregunta ¿Quién ha hecho esto? Puedo responder yo cuando se trata de acciones libres mías: de acciones que yo he realizado consciente y voluntariamente. Cuando hago algo libremente, eso se me atribuye a mí como autor. Es mía la autoría de tal acción. Yo soy autor de lo que libremente hago.

Uno es autor pleno en la medida en que ha actuado con plena libertad: es decir, cuando la acción se realiza con plena consciencia y completa voluntariedad.

No se es responsable en la medida en que uno ha actuado sin querer y/o sin darse cuenta. Para bien o para mal; ni es culpable ni tiene el mérito de ello. Se tiene el mérito o la culpa de lo que libremente se hace. También son libres las omisiones, decidir —consciente y voluntariamente— no hacer algo.

El siguiente cuadro puede ayudar a comprender mejor esta diferencia:


Acciones no libresAcciones libres(si van acompañadas de conscienciade lo que se hace)
Causar un accidenteDesearOírVerSentir*Sentir atracción o aversión por algo**.Envidiar, sentir celos o rencor, etc.Realizadas sin darse uno cuenta, o con ignorancia involuntaria***.Sin premeditaciónLa actuación de un sonámbuloAquellas que se hacen forzados físicamente: ser arrojado en contra de la propia voluntad. O las que se hacen movidos por un miedo insuperable.O forzado por algún serio trastorno psiquiátrico: por ejemplo, una profunda depresión que puede llevar a alguien al suicidio.Llevar a cabo un sabotajeQuererEscuchar (oír consciente)MirarConsentir —querer conscientemente sentir lo que uno está sintiendo—. Y también sería libre el resistir, no querer sentir lo que, sin embargo, uno está de hecho sintiendo.Decidir hacer algo o no, al margen de lo que uno está sintiendo al respecto.Envidia, celos, rencor conscientemente queridos, consentidos.Resistir el rencor, celos, odio, etc. que uno siente.Las que quiero hacer dándome cuenta de lo que hago, pudiendo no hacerlas si quiero.Las realizadas con ignorancia voluntaria —uno no quiso saber—, en cuyo caso uno sí es responsable de no saber.
Quedarme dormido porque estoy muerto de sueñoConscientemente, ponerme a dormir
Sentirse bien estando con alguien, o enamorarseAmar (odiar) a alguien, conscientemente
«Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama» (El Quijote).

* Uno puede ser tal vez consciente de desear –o de ver, oír, sentir– pero puede uno desear, sin querer desear. El deseo es libre cuando se consiente: se quiere desear.

 

** «No puedes obligarte a ti mismo a sentir algo que no sientes, pero sí puedes obligarte a hacer el bien, a pesar de lo que sientes» (Pearl S. Buck).

*** Más adelante expondré con más detalle en qué consiste esta ignorancia involuntaria.

Esto es importante entenderlo por muchas razones. A veces uno “se culpa” por cosas de las que no es moralmente responsable, y otras, por el contrario, “se auto exculpa” de cosas de las que sí es responsable28. A veces uno quiere para sí un premio que no se merece, y no quiere para sí una sanción que sí se ha ganado. Como recuerda Pablo Ferreiro, «a la hora de poner medallas sobran pechos; pero a la hora de cortar cabezas faltan cuellos».

Premiamos —conviene a veces— a las personas por sus acciones libres buenas. No está bien castigar —no deberíamos— a alguien por hacer algo de lo que él no es responsable. No se debería castigar a quien no es autor de un delito.

Entender esto es importante también para el mandar y el obedecer29. Soy responsable de lo que está en mis manos. Y, como se dan grados de voluntariedad y de consciencia, un acto es tanto más libre cuanta mayor sea la consciencia y voluntariedad de la persona al hacerlo. A mayor libertad, mayor responsabilidad, y viceversa. Si no hay libertad, tampoco hay responsabilidad.

Estas diferencias permiten diferenciar entre una acción que constituye un lamentable accidente —no hubo libertad en quien la hizo— de la acción que significa un sabotaje: ha sido realizada con voluntariedad y consciencia del daño que provocaría. No se debería tratar igual un sabotaje que un accidente. Merece sanción o cárcel la persona que libremente ha cometido un crimen. No la merece la persona que ha cometido una maldad, sin tener ninguna responsabilidad de ello; si no tiene control de sus actos y es un peligro para los demás, se le envía al establecimiento psiquiátrico, no a la cárcel.

A todos nos conviene tomar conciencia de que, en definitiva, puesto que lo que principalmente está en nuestras manos son nuestras acciones libres, tenemos que intentar hacer las buenas y evitar las malas. Esto es lo que significa el mensaje de «hacer el bien y evitar el mal».

Todos estamos invitados a la tarea de educarnos en libertad y educar en libertad a los demás: hijos, colaboradores, ciudadanos, etcétera.

Una de manera de educar la libertad es —dentro de lo posible— explicar las decisiones, aunque sea brevemente; ayudar a los demás a ser cada vez más conscientes cuando han tomado una decisión, aunque sea de omisión, y observar —o preguntar— el grado de voluntariedad que han puesto en una acción. Es bueno agradecer y reconocer el esfuerzo por hacer las cosas bien, más allá del logro.

¿Deja uno de ser libre cuando le fuerzan?

Sí. Por ejemplo, el caso de quien aprieta el gatillo de una pistola forzado por alguien más fuerte que él. Cuando alguien más fuerte fuerza a una persona a hacer algo contra su voluntad, esta persona no es libre. La violencia procede de un principio exterior, a diferencia de cuando se actúa libremente. No es en absoluto responsable, aun cuando sea su dedo el que toca el gatillo. Es algo que le ha sucedido a él, no algo que él ha hecho.

«Las órdenes son las órdenes». «Yo solo cumplía órdenes».

Fue un argumento de defensa que se hizo famoso durante los juicios de Núremberg, en los que se juzgó a criminales de guerra nazis. En Perú, uno de los acusados en un famoso caso también se defendía de la misma manera: «Yo solo obedecía órdenes, y las órdenes se cumplen sin dudas ni murmuraciones».

Pero quien manda, decide mandar; y quien obedece, decide obedecer o desobedecer: decide hacer lo que le han pedido o decide no hacerlo, o hacerlo de una manera o de otra... Uno es responsable, repetimos, en la medida en que actúa libremente: si uno obedece libremente, es responsable de lo que hace al obedecer; si uno obedece consciente y voluntariamente, uno es libre al obedecer. Yo soy el autor de lo que libremente hago.

Claro que a veces uno no actúa voluntariamente del todo. La violencia puede anular la voluntariedad, y el miedo puede debilitarla o incluso anularla.

¿Deja uno de ser libre cuando actúa bajo amenaza?

Que una persona actúe bajo las órdenes de un superior, o de su gobierno, no le exime automáticamente de la responsabilidad de las decisiones que toma al obedecer, aunque podrían existir atenuantes…

Sin llegar al caso de la violencia física, pueden darse a veces situaciones extremas, como cuando el miedo juega un papel muy importante; o cuando resulta muy fuerte la atracción de la recompensa ofrecida.

¿Dejan de ser libres las acciones realizadas por influjo de la amenaza o de la seducción, el miedo o la esperanza? Spaemann30 afirma que se han dado dos tipos de respuesta. El filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679) responde que sí son libres, sin ambages. Para él, solo la violencia física quita la libertad. Y ni siquiera puede llamarse violencia el miedo a la muerte. Si por miedo a la muerte alguien entrega su dinero a un ladrón, su conducta es libre, dice Hobbes.

Aristóteles, sin embargo, dice que no está tan claro que dichos actos sean libres; puede ponerse en duda: tal vez sí, pero tal vez no. Comenta la situación del tirano que obliga a cometer un acto ignominioso bajo amenaza de dar muerte a los padres o a los hijos.

Es verdad que si uno no quiere no lo hace. El origen de la acción está en la misma persona que obra y, aunque recibe la amenaza de cosas insoportables, esta amenaza no obliga sin más. Es claro que no es el caso extremo de quien es forzado físicamente a apretar un gatillo. Existen acciones como, por ejemplo, el matricidio, en las cuales hay que preferir la muerte incluso con tortura, y ante las cuales no sirve de disculpa un estado de necesidad impuesto.

Pero también es verdad que uno no las haría si no fuera por las circunstancias dadas, en las que resultan un mal menor31. Es decir, de no ser por las alternativas aún peores no las querríamos nunca por ellas mismas: no son queridas por sí mismas.

Aristóteles pone el ejemplo de quien, en medio de una tempestad, para salvar su vida arroja por la borda sus tesoros. Mirado el agente y sus circunstancias, esta acción es voluntaria en cuanto que tiene su principio en el mismo agente, y la realiza queriéndola en ese momento, para evitar un mal mayor. Pero atendida la acción en sí misma, es involuntaria, porque en otras circunstancias no querría “arrojar el tesoro por la borda”. Realiza esta acción con pesar, y por ello es involuntaria en un sentido impropio, porque sigue siendo aún responsable de su realización, lo que no significa que no sea merecedor de un atenuante de su “culpa” de “arrojar el tesoro por la borda”.

Según Aristóteles, para la libertad se requiere algo más que la ausencia de coacción exterior; la libertad precisa la unidad de la voluntad consigo misma, «amistad consigo mismo», «anhelar con toda el alma una única y misma cosa». Por tanto, las acciones que son consecuencia del miedo pueden carecer de libertad no por estar condicionadas de algún modo, sino en la medida en que en ellas se pierda la unidad de la voluntad.

Por tanto, la libertad y la responsabilidad van de la mano. Y quedan claramente anuladas cuando, contra su voluntad, una persona ha sido forzada a algo, de manera mecánica, violenta. Ha sido físicamente coaccionada. Es el único escenario que admite Hobbes.

Sí cabe actuación libre, en el caso distinto en que se le ha motivado a hacer lo que se le pide, ya sea por medio de amenazas con castigos o sanciones, ya sea con la promesa de premios o recompensas. Se trata de una influencia desde afuera, un uso del poder coactivo –distinto de la violencia física– por parte de quien le ha ordenado hacer algo.

También puede haber libertad, cuando se le ha convencido mediante palabras persuasivas. Se trata de un uso del poder persuasivo. En ocasiones este uso puede ser manipulador.

Es verdad que amenazar con la tortura se puede acercar mucho a la violencia física, aunque esta no llegue a ejercerse aún, puesto que viola la facultad de la persona de afirmar su libertad. Y en ese sentido, la libertad de quien actúa movido por un fuerte miedo puede disminuir.

Tomás de Aquino señala que el miedo «es un movimiento interior que lleva a la persona a hacer una cosa que no querría en otras circunstancias, sino que consiente en querer en tales circunstancias para evitar un mal que le amenaza». Añade que «cuando se actúa por miedo, el acto es voluntario, pero hay una cierta mezcla de involuntario: en el sentido de que se quiere lo que se hace, pero se quiere de mala gana por causa del mal que se trata de evitar». Los movimientos interiores –cólera, miedo, deseo, etc.– no anulan la libertad «salvo cuando son tan vehementes que logren sujetar el uso de la razón».

Sería ridículo, dice Aristóteles, negar la libertad de cuanto sucede por buscar un placer o por el bien; y sería ridículo, dice Spaemann, denominar violencia a cualquier influencia sobre la conducta debida a la oferta de gratificaciones o sanciones.

Entonces, ¿qué es lo que hace que el ejercicio del poder –coactivo o persuasivo– se convierta en violencia, que anule totalmente la libertad de la otra persona? La respuesta a esta cuestión —afirma Spaemann— solo puede darse recurriendo a la subjetividad del interesado: hay que hablar de violencia cuando la influencia en el que obra obstruye su unidad consigo mismo, la unidad de su voluntad.

Queda garantizada la unidad de la voluntad en la medida en que, quien obedece, aprueba en su totalidad el sistema de gratificaciones y sanciones, aunque en el caso particular sus representaciones no respondan a sus deseos o los perjudiquen. Cuando se rechaza ese sistema, el poder coactivo se transforma ya en violencia respecto del interesado32.

Un directivo me contó una anécdota de lo que le pasó a su padre cuando era soldado durante la segunda guerra mundial. Un día su capitán le pidió que llevara a un prisionero a “dar un paseo”, es decir, que lo matara. Su padre no quería cometer ese asesinato y tampoco quería tener un problema con el capitán. No sabía qué hacer y, mientras iba caminando con el prisionero, le fue preguntando varias cosas, entre ellas, qué hacía antes de la guerra. El prisionero le dijo que era barbero. Fue donde el capitán a informarle de esto, y el capitán respondió: «¡Ah! ¡Qué bien! Entonces que se ponga a cortarle el pelo a toda la compañía». Le salvó la vida... Le salvó la vida... pensando. Ningún libro de ética va a ofrecer esa respuesta a la pregunta: ¿cómo evitar matar a un inocente cuando me obligan a matarlo, y evitar convertirse uno en víctima por no asesinarlo?

«Al bien hacer jamás le falta premio», dice El Quijote.

¿Somos menos libres cuando ignoramos lo que estamos haciendo?

En la medida en que uno actúa sin darse cuenta, ignorando lo que hace, disminuye la imputabilidad. La responsabilidad o su ausencia depende del tipo de ignorancia. Pueden darse tres situaciones:

1. Si lo hubiera sabido, no lo habría hecho. Luis va a cazar. Habiendo tomado todas las precauciones, dispara creyendo que se trata de una pieza de caza; mata a su amigo Pedro. Por supuesto, habría preferido saber que se trataba de su amigo, para poder evitarlo: la ignorancia no ha sido querida. Pero la ignorancia ha sido causa de un acto que Luis no habría hecho si lo hubiera sabido. Por tanto, ha realizado algo contrario a su voluntad. No lo ha hecho libremente, y no es responsable de ello33. Es una acción involuntaria. Una ignorancia invencible: no quería ignorar, pero no pudo evitar ignorar; una ignorancia contraria a su voluntad. Un síntoma de ello es que se entristece al saber lo que hizo ignorando.

2. Otras veces uno tiene dudas sobre si está bien o no: sí ignora, pero ignora porque prefiere no saber. Y no hace nada por averiguar. Se trata de una ignorancia querida, voluntaria. Uno quiere hacer algo, pero no quiere saber si lo que quiere hacer está bien o está mal. Esa negligencia puede ser grave o leve. La acción causada por esta ignorancia es imputable por ser voluntaria. Sin embargo, a veces, hay también parte de involuntariedad: si supiera, no realizaría el acto que está realizando con esa ignorancia –hay excusa parcial–; pero debía saber, y habría sabido si hubiera querido averiguar –hay responsabilidad–.

«Cada cual debe poner solicitud para saber lo que le corresponde hacer o evitar. Si la ignorancia es voluntaria —no quiere evitarla sino tenerla— nada de lo que hace por tener esa ignorancia es involuntario»34.

 

3. Un tercer caso es aquel en el que también lo habría hecho, aunque lo hubiera sabido. Aristóteles pone el siguiente ejemplo: un hombre desea matar a su enemigo. Un día sale de caza para matar ciervos. A la distancia divisa una sombra, dispara magistralmente y mata a la presa de un tiro certero. Ha sido una muestra perfecta de lo que un buen tirador haría en cualquier circunstancia. Al llegar se da cuenta de que la víctima es su enemigo. Y se alegra de la obtención de un fin inesperado. El acto de disparar a su enemigo no es contrario a su voluntad —de saberlo, habría querido disparar—, pero tampoco lo realizó a voluntad actual —pues ignoraba que fuera su enemigo, y no se puede querer lo que se desconoce—. Se trata, simplemente, de un acto no voluntario35. Una ignorancia que acompaña a la acción, sin influir en ella. Es ajena a la voluntad, pero no contraria a su voluntad. Síntoma de ello es que no se entristece al conocer lo que ignoraba; lo hizo sin querer, pero no contra su voluntad36.

Las acciones libres dejan huella: el hábito

No me hago malo cuando hago algo malo, si no lo hago libremente. «Nadie es injusto o malo por lo que hace involuntariamente, no queriendo hacerlo»37. Y tampoco cuando hago algo bueno me hago bueno si no actúo libremente.

Cuando actúo libremente, es cuando me hago bueno o malo. Pero “bueno” o “malo”, ¿en qué sentido? Bueno o malo como decisor, como conductor de la propia vida.

Me hago mejor decisor cuando actúo libremente bien. Me hago peor decisor cuando actúo libremente mal. Me voy convirtiendo en envidioso no cuando siento envidia, sino cuando envidio libremente, con voluntad y dándome cuenta de que estoy envidiando. «Más vale la pena en el rostro que la mancha en el corazón» 38.

Cuando eso ocurre, libremente, me elijo a mí mismo como envidiando39. Por el contrario, cuando percibo envidia y no quiero envidiar, sino que resisto, trato de pensar en otra cosa y no quiero hacerme envidioso, no acepto lo que estoy sintiendo, y me estoy eligiendo como no-envidioso. Mejoro como decisor cuando voy cuidando de «no seguir inconsideradamente los propios movimientos afectivos, sobre todo de orden sensible, que nos lleva a buscar lo que nos gusta o evitar lo que nos desagrada»40. Mejoro al tomar libremente buenas decisiones, no al seguir espontáneamente lo que siente. Mejoro como decisor –repito–, como conductor de la propia vida. «La verdadera nobleza —dice Cervantes— consiste en la virtud».

Lo mismo que con la envidia ocurre con la soberbia/orgullo/vanagloria, odio, envidia/celos, ira, gula/glotonería/ebriedad, pereza/tristeza, lujuria, codicia/avaricia41. Es decir, los llamados pecados capitales, que se llaman así porque son fuente de otras muchas malas actuaciones.

En positivo, mejora el decisor cuando libremente cultiva en sí mismo la solidaridad/caridad, laboriosidad/diligencia, sobriedad/templanza, castidad, generosidad, humildad. «Puede haber amor sin celos, pero no sin temores»42.

Esta huella que dejan en la persona sus acciones libres constituye una modificación del modo de ser, de decidir de la persona. Habitúa a la persona para obrar de una manera o de otra. Los antiguos griegos le llamaron hábito. Si el hábito se dirige a mejorar, es la virtud; y a empeorar, el vicio.

El hábito malo –el vicio– dificulta a la persona actuar bien cuando quiere actuar bien, y la virtud se lo facilita. El vicio de la injusticia dificulta a la persona actuar bien cuando quiere ser justo. Le resta la libertad para querer y hacer el bien.

Las virtudes son el principal recurso con el que la persona puede dotarse a sí misma para ser feliz. Las acciones libres impactan en la libertad como hábito. La ciencia ética es la que se ocupa de este importante tema: la lógica de la libertad, en relación con la propia felicidad43.

Y ¿de dónde proceden las virtudes?

No proceden de los demás. Los profesores, superiores, padres, jefes, etc., no pueden inculcar estas cualidades en nadie. Pueden dificultar, pueden ayudar, y a veces proporcionan ya una buena ayuda cuando se limitan a no poner más dificultades.

Tampoco proceden de las leyes, de las políticas.

Todos disponemos nativamente, por naturaleza, de una mayor o menor facilidad para un cierto tipo de acciones. Es un dato que escapa al propio control.

Aparte de la naturaleza, Tomás de Aquino señala las siguientes fuentes de las virtudes:

Primera: la misma persona que actúa es fuente de sus virtudes: libremente se dota a sí misma de dichas cualidades, adquiriéndolas por medio de sus acciones libres, que respectivamente facilitan o dificultan decidir bien, y disfrutar de sus consecuencias buenas —o cargar con las malas—44.

Segunda: hay virtudes que proceden directamente de Dios, que las puede infundir libremente en el corazón por su acción sobrenatural. Estas se apoyan, claro está, sobre las que la persona libremente se ha concedido a sí misma45, pues la “gracia” nunca suplanta la libertad humana, sino que la enriquece.

El planteamiento de Tomás de Aquino no es universalmente aceptado. En la historia de la ciencia y del pensamiento, hay otras dos posiciones diferentes de esta.

Una es la que niega la posibilidad de las personas humanas de actuar bien. Sostiene que solo Dios, con su ayuda —la llamada “gracia” — puede hacer bueno al hombre. Se trata del cristianismo protestante de Lutero. La libertad está esclava, muerta. El hombre no puede hacer nada bueno por sí mismo, y solo la “gracia” de Dios puede salvarlo.

Y la otra, en el extremo opuesto, sostiene que la persona no necesita de nadie más: es ella la que ha de salvarse a sí misma, con la entereza de su libertad. Es la sostenida paradigmáticamente por Pelagio, y por todos aquellos que consideran que Dios no existe, o que, aunque exista, no interviene y se mantiene al margen.

Entre ambos extremos, se halla la propuesta católica, cuya posición puede formularse de la siguiente manera: «A Dios rogando y con el mazo dando»; «pon de tu parte, que Dios te ayudará»; o «actúa como si Dios no existiera y, a la vez, pide a Dios como si no pudieras hacer nada».

Es claro que cada una de ellas ofrece una visión diferente del ser humano, del liderazgo y del trabajo en las organizaciones.

En conclusión: en el camino de la felicidad damos un paso adelante cada vez que realizamos una acción-libre-buena. Así se adquieren hábitos buenos, que facilitan los pasos siguientes. Conviene ir cultivando estos hábitos buenos en uno mismo, ejercicio que tantas veces consiste en desandar el camino equivocado: «Un buen arrepentimiento es la mejor medicina que tienen las enfermedades del alma», recomienda Cervantes en El Quijote.

En el ejercicio del mando, los superiores deben usar bien su poder, como veremos más adelante, para disuadir malos comportamientos y promover los buenos46. Y pueden hacerlo dando un voto de confianza, apostando, de manera controlada, a que las personas responderán bien; sin la ingenuidad de pensar que todo el mundo actúa siempre bien, o que «todo el mundo es malo mientras no se demuestre lo contrario».

El mal uso del poder es una acción mala por parte del jefe. Al margen del mayor o menor daño que ocasione en otros, deteriora su propia felicidad.

Sigamos ahora con situaciones que, lamentablemente, ocurren.

¿Qué hacer cuando me mandan cosas malas, o cuando mi jefe no es “buena persona”?

También el subordinado ha de dar el beneficio de la duda a sus jefes. Cuando mandan algo malo puede ser porque no se dan cuenta, sin mala intención, o porque son incompetentes, o porque no pueden... Hay que ser cautelosos al juzgar la intención de los demás, y es mejor pecar de ingenuo que de malpensado. Como dice un amigo mío, ¿porqué atribuir a la malicia lo que simplemente puede ser debido a la estupidez?

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