El adolescente y sus conductas de riesgo

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Un 20% adicional en el estudio de Offer correspondió a sujetos no clasificables en ninguno de los tres grupos anteriores. En resumen, este autor plantea que alrededor del 80% de su muestra corresponde a homóclitos, y un 20% a adolescentes que calzan con la forma clásica de sturm und drang.

SUBETAPAS DE LA ADOLESCENCIA

Los diferentes componentes del síndrome de adolescencia normal antes descrito no se presentan de una vez, sino que en varias subetapas, que se superponen entre sí. Ellas se han clasificado en: la FASE PERIPUBERAL (o de adolescencia inicial) que va de los diez a los catorce años; la FASE POSPUBERAL (o de adolescencia propiamente tal) que va de los quince a los diecisiete años, y la FASE JUVENIL INICIAL (o de adolescencia tardía) que va de los dieciocho a los veinte años. A continuación, describiremos, en detalle, cada una de dichas etapas.

1. Adolescencia Inicial

Los cambios biológicos de la pubertad antes descritos son vividos por el niño como una irrupción de elementos nuevos, irracionales y extraños, en un mundo que hasta el momento era ordenado y previsible. En especial, la niña fluctúa en su estado emocional en relación con los cambios de sus niveles hormonales que se acentúa alrededor de las primeras menstruaciones. El cambio en su aspecto externo puede, también, preocupar sobremanera a la muchacha adolescente. Se da cuenta de que los varones la miran, de que su padre no le demuestra ya el cariño físico anterior, y experimenta sentimientos encontrados al contemplarse en el espejo. La reelaboración del conflicto edípico, en este período, ha sido descrita como de especial importancia en los estudios psicoanalíticos ya mencionados de Anna Freud y Peter Blos.

La metamorfosis anterior, en el caso del varón, se centra en el aumento de su masa muscular y, por lo tanto, de su capacidad potencial de agresión física. Aparece también la capacidad de eyacular, y con ello las poluciones nocturnas y conductas masturbatorias. El control de la tendencia a la masturbación compulsiva representa un desarrollo de la capacidad psicológica de autocontrol. Estudios chilenos muestran que las conductas masturbatorias son mucho más frecuentes en los varones que en las mujeres: Avendaño encontró que a los dieciséis años se había masturbado el 95% de los hombres y el 23% de las mujeres. Estos porcentajes ascendieron al 98 y 33%, respectivamente, a los diecinueve años(68).

Otro elemento importante, en esta etapa, es a nivel del desarrollo cognitivo. De acuerdo con las investigaciones mencionadas de Piaget y su escuela de Ginebra, se avanza desde el pensamiento lógico concreto del inicio de edad escolar al pensamiento operatorio formal(69). Dicho pensamiento se orienta hacia lo posible, y procede contrastando sistemáticamente las alternativas de solución de un problema. Esencialmente hipotético-deductivo, se libera de la realidad concreta inmediata y se adentra en el terreno de lo abstracto y de las operaciones simbólicas. El mencionado pensamiento permite la construcción de sistemas y teorías y, además, la adopción de una actitud crítica frente a la realidad, tan propia de los adolescentes. Álamos y cols.(70) encontraron, en su estudio de 143 adolescentes chilenos de nivel medio-alto, que si bien desde los catorce-quince años disminuye el pensamiento concreto y aumenta el formal, aun a los dieciséis-diecisiete había un predominio del primero sobre el segundo: el 56,7% de los jóvenes estudiados presentaron respuestas concretas y sólo el 43,3% tuvieron respuestas formales.

En el plano de las relaciones interpersonales, en esta época comienzan los primeros entusiasmos por otros, a veces del mismo y generalmente del sexo opuesto. Tales enamoramientos fugaces son de carácter narcisista, buscando o bien un reflejo del sí mismo o bien una proyección idealizada del cómo se quisiera ser. Los "ídolos juveniles", sean cantantes, figuras públicas o maestros, tienen una característica de lejanía, idealización y cualidad de "amor imposible". Representan, asimismo, una elaboración de la relación con el propio progenitor: de allí el interés frecuente de las preadolescentes en hombres mucho mayores.

La sexualidad en esta etapa es activamente sublimada, sea en proezas deportivas o en una activa vida social. Tal sublimación es reforzada positivamente por las organizaciones que se preocupan de la juventud: boy sconts o girl guides, grupos deportivos o de Iglesia, etc. En cuanto a la familia, la relación con el progenitor del mismo sexo se distancia, y comienza la reorientación desde la familia hacia los grupos de amigos. Este cambio de centro de gravedad es muchas veces mal tolerado por los progenitores, produciendo un grado de tensión en la familia que típicamente se exacerba en la etapa consecutiva.

2. Adolescencia media

El hecho central en este período es el distanciamiento afectivo de la familia y el acercamiento a los grupos de amigos. Implica una profunda reorientación en las relaciones interpersonales, que tiene consecuencias no sólo para el adolescente sino para sus padres. La familia ha sido el centro de la existencia emocional del joven por catorce o quince años. La superación del apego y el dejar de aceptar fielmente el control familiar es un paso difícil, pero necesario para conocer sin temor el mundo de los demás y para aprender a relacionarse con los pares, en especial con los del sexo opuesto. El adolescente oscila entre la rebelión y el conformismo. Para alejarse de sus padres los jóvenes se visten, hablan y opinan muy diferente a ellos, pero a la vez son muy leales a su grupo de iguales, conformándose rígidamente a las modas, expresiones y estilos de relación de éstos. Las pandillas y los grupos de amigos conforman, entonces, una subcultura cerrada que hace que los padres se sientan excluidos, sea por costumbres o por lenguaje que no entienden o aceptan. El uso excesivo de drogas u otras actividades antisociales surgen dentro de este contexto de búsqueda de actividades que diferencien al joven de las generaciones que le preceden.

Muchas veces la superación de la dependencia con respecto a la familia se hace descalificando a uno o ambos progenitores. Ello puede obedecer más a una necesidad inconsciente de aflojar lazos que a dificultades objetivas con los padres. El joven, para alcanzar más autonomía, necesita demostrarse a sí mismo que es capaz de trazar su camino por la vida y que no precisa de los juicios y directivas de sus padres. El adolescente busca activamente juicios, opiniones y valores propios, sin aceptar ya, automáticamente, los de sus padres. Los errores y contradicciones de éstos son magnificados para facilitar el proceso de desapego.

Otras veces se produce una desilusión real al descubrir o corroborar una conducta o antecedente decepcionante en la vida de uno o ambos padres. Este desplomarse de los modelos patentales puede representar una dificultad para éstos, cuya relación con los hijos se ve sometida a prueba. Deben confiar en que lo que realizaron en la niñez de sus hijos ha sido sólido, y que el adolescente ya es capaz de comportarse bien por su cuenta, y no estar permanentemente supervisado. Hemos ya comentado cómo esta dificultad aumenta cuando la crisis del adolescente coincide con la crisis de la edad madura de uno o de ambos padres.

La importancia del grupo juvenil aumenta en la medida que decrece para el joven la de sus progenitores. El grupo mencionado desarrolla, frecuentemente, posiciones antiadultas. Se forman núcleos de amigos íntimos, que se apoyan y acompañan mutuamente. Dentro de estos grupos no se aceptan normas o controles externos, y se da un espacio donde se define la legitimidad o madurez de las propias conductas. Este grupo pasa a compensar para el joven la pérdida que implica la separación de los padres, y representa, también, un lugar donde se exploran costumbres y normas sociales externas a la familia. La conducta es controlada por el grupo respecto a la homogeneidad de todos los miembros: cada uno debe actuar conforme a los patrones valorados por el grupo. El prestigio individual se basa en símbolos (ropas de marca, posesión de objetos, etc.) que son valorizados por todos.

Existe, además, una diferenciación sexual en la estructura y temática de los grupos. Algunos son predominantemente masculinos, orientados hacia la acción y otros mixtos o predominantemente femeninos, orientados hacia la socialización y relaciones de tipo sentimental o romántico. Los grupos masculinos encuentran su polo extremo en las pandillas antisociales, que roban y condonan otras conductas agresivas de sus miembros.

La homeostasis intrafamiliar implicaba la represión de la conducta sexual del muchacho. Dicha represión se supera paulatinamente en tal etapa, al desplazarse el foco afectivo y erótico fuera de la familia y hacia personas de la misma edad y del sexo opuesto. La transición hacia los primeros pololeos se da en esta etapa, en forma paulatina y tímida primero, y más agresiva y abierta, después. Las actividades de búsqueda entre ambos sexos son progresivamente más cercanas y explícitas, y van desde el enamoramiento sentimental y romántico a las primeras aproximaciones físicas. Las reuniones grupales pasan a transformarse en grupos de parejas y, luego, en parejas solas que tienden a aislarse.

Las relaciones sexuales son relativamente poco frecuentes en esta etapa, dada la prohibición cultural que pesa sobre los encuentros prematrimoniales. El doble estándar de nuestra cultura, más permisivo con respecto a hombres que a mujeres, está variando en las últimas décadas. Psicológicamente, sin embargo, es necesario que exista un lapso de tiempo entre tener la capacidad biológica de relacionarse sexualmente y el concretar esta potencialidad en la práctica.

 

Lentamente surge, en este período, la capacidad de enamorarse, integrando componentes espirituales, sentimentales y eróticos en una persona, no disociadas en diferentes personas, como en las etapas anteriores. El adolescente es capaz de integrar estos aspectos gracias a la capacidad de utilizar mecanismos de defensa más elaborados, tales como los de fantasía activa (ensoñación), el de sublimar impulsos prohibidos en otros socialmente aceptables, y el de intelectualizar y racionalizar cierto ascetismo. La adolescencia media constituye, entonces, una última etapa en la que pueden ensayarse conductas sin que esta práctica tenga las consecuencias determinantes y los compromisos a largo plazo propias de las etapas consecutivas.

3. Adolescencia final

En esta etapa terminal de la adolescencia se concretan los procesos recién descritos, alrededor de la consolidación de la identidad del Yo. La respuesta a la pregunta: ¿quién soy yo? es contestada ahora con innumerables variaciones. La búsqueda de vocación definitiva se hace más premiosa y urgente, muchas veces estimulada por hermanos o amigos que se casan o comienzan a trabajar. Para muchos adolescentes dicha etapa constituye un desarrollo lógico y no conflictivo de procesos previos. En otros casos, hay conflictos más abiertos que llevan, a veces, a la así llamada por Erikson MORATORIA PSICOSOCIAL.

La identidad consiste en la sensación de continuidad del sí mismo ("self) personal a lo largo del tiempo. Dicha identidad hace a la persona diferente tanto de su familia como de sus coterráneos. Ella confiere cierta previsibilidad a las conductas individuales en diferentes circunstancias, y acerca y diferencia, al mismo tiempo, al joven de su familia, grupo social, colegas profesionales y laborales, grupo etario y momento histórico. El completar la propia identidad es personal y socialmente necesario para, posteriormente, evitar fluctuaciones extremas. La elección vocacional se hace con un costo interno y externo: el cambiarse de una carrera a otra cuesta cada vez más en la medida que transcurre el tiempo. Lo mismo vale para la elección de pareja, ya que el daño emocional que conllevan las separaciones matrimoniales es progresivo, en la medida que transcurre el tiempo.

En algunos cuadros clínicos, como ciertas neurosis y patología limítrofe del carácter, se aligera este cierre y delimitación de elecciones. El patológico síndrome de difusión de identidad descrito por Erikson se advierte en sujetos que, crónicamente, van de oficio en oficio, de carrera en carrera o de pareja en pareja, ya que no han logrado una definición positiva de la propia identidad. La alienación y el fatalismo juveniles y el cierre prematuro de la identidad son otros desenlaces posibles, pero anormales de este período.

Los problemas de identidad en la mujer se centran en la opción entre el papel matrimonial y el laboral. La preparación para un título universitario pasa, en algunas adolescentes, a tener mucha más importancia que la búsqueda de una relación de pareja adecuada. El encontrar marido y el realizarse profesionalmente son percibidos como objetivos incompatibles, generándose dinámicas de competencia intelectual con los varones que se les acercan: ellas se sienten, constantemente, superiores a éstos. Dicha configuración explica por qué es más frecuente en mujeres profesionales la soltería prolongada.

La identidad yoica, en este período, pasa a fusionarse con la capacidad de intimidad: el saber que se es amada y que se ama, y el poder compartir el yo y el mundo con otra persona. Esta capacidad de intimidad sólo aparece después de tener una razonable fe en sí mismo y en la propia capacidad de funcionar en forma autónoma e independiente: antes de caminar de a dos, es necesario saber caminar solo. De otro modo, se necesita al otro no como persona sino como bastón. La identidad de la mujer pasa también a depender, en gran medida, de las características y capacidades de su pareja. Ello hace que, a veces, se orienten al matrimonio más rápida y activamente que los hombres. Esta es una etapa difícil para la mujer, pues culturalmente se espera que adopte un papel más pasivo y receptivo que el varón. En general, la capacidad para la intimidad tiene una función más central en la formación de la identidad femenina que en la masculina.

Sólo al final de la adolescencia está el joven preparado para una relación íntima estable. En los períodos previos predominan la exploración y la búsqueda, y hay una mayor presión de impulsos que buscan descarga, así como un mayor grado de egocentrismo y narcisismo. La coparticipación y el interés en la satisfacción del otro se hacen sólo gradualmente más centrales. Existen casos en los cuales el sexo se mantiene separado del amor y del cariño. Éste puede prestarse a ser juego, deporte o camino para superar las propias inseguridades, siendo usado agresivamente en la relación con el otro. Varias desviaciones del impulso sexual, como el sadomasoquismo o el exhibicionismo, son ejemplos en la práctica clínica de la afirmación anterior.

Las variaciones en la conducta sexual y de acercamiento de pareja han sido documentadas por diferentes estudios chilenos. Así, Álamos (op. cit) demostró cómo la dicotomía amor-sexo recién aludida es más acentuada en la adolescencia inicial que en la tardía. De los doce a trece años sólo el 46% de los adolescentes informa experimentar atracción física hacia la mujer que se quiere. Este porcentaje sube a un 83% en el período de dieciséis-diecisiete años. La frecuencia de relaciones heterosexuales encontrada en el estudio recién aludido de Álamos, en adolescentes de nivel medio alto, fue de un 36,4% entre los varones. En el mismo sexo, Avendaño (op. cit.) encontró un 56,7% entre adolescentes de nivel medio y medio-bajo en el sector norte de Santiago de Chile. Las mujeres del último grupo habían tenido relaciones en un 19,4%. Velasco(71) halló un aumento en la frecuencia de las relaciones sexuales entre las mujeres, desde un 6% a los quince-dieciséis años, hasta un 31% entre los diecisiete a diecinueve. Todos los estudios, por lo tanto, concuerdan en la mayor frecuencia de conducta sexual activa en el varón de estratos socioeconómicos bajos. En nuestros estudios antes mencionados, en una muestra representativa de los adolescentes escolarizados de Santiago de Chile en 1994, un 22,7% señalaba haber tenido relaciones sexuales, la mayoría de las veces en forma única u ocasional. El porcentaje de relaciones frecuentes aparecía en un quinto del total de adolescentes iniciados sexualmente. La conducta homosexual era aún más rara: un 1,6% de los varones y un 0,2% de las mujeres informaban experiencias de este tipo. Más adelante volveremos a estas cifras.

El fin de la adolescencia es, por lo tanto, un cierre de un tiempo de cambios rápidos y de exploraciones, y lleva a uno de compromiso personal y laboral: la adultez joven que, externamente, puede parecer una restricción y una pérdida de los horizontes amplios que caracterizaron al período que acabamos de revisar. Los logros típicos del final de la adolescencia que se.encuentran normativamente son entonces los siguientes:

1. Una identidad coherente, que no cambia significativamente de un lugar a otro;

2. Una capacidad de intimidad adecuada en términos de relaciones maduras, tanto sexuales como emocionales;

3. Un sentido claro de la integridad, de lo que está bien y lo que está mal, con desarrollo de sentimientos socialmente responsables;

4. Una independencia psicológica con sentido del sí mismo que permite tomar decisiones, no depender de la familia, y asumir funciones y responsabilidades propias de los adultos;

5. Una independencia física con capacidad de ganarse el propio sustento sin apoyo familiar.

CORRELATOS SOCIOCULTURALES

El concepto de adolescencia es una construcción social relativamente reciente, propia de las sociedades urbanas occidentales industriales y posmodernas. Las descripciones, clasificaciones y subetapas recién expuestas deben, por lo tanto, tomarse con bastante precaución al trabajar en niveles socioeconómicos bajos o con grupos urbano-marginales o rurales. El niño con baja escolaridad que debe empezar a trabajar en forma muy temprana para contribuir al sustento familiar, o el hijo de una madre soltera adolescente, muchas veces no atraviesa las etapas recién descritas. Es en estos jóvenes donde son más necesarios los esfuerzos de investigación tanto descriptiva como explicativa. La marginalidad y la interfase sociocultural de las poblaciones periféricas del gran Santiago, o los "pueblos jóvenes" de Lima, o las "favelas" paulistas albergan un tipo de adolescente poco estudiado en comparación al de la clase media urbana. Mucho de la violencia y delincuencia juveniles de las grandes ciudades corresponde a estos grupos de riesgo alto, de salud tanto física como psicosocial Los adolescentes campesinos constituyen otro grupo, demográficamente en disminución, pero también importante: gran parte del cambio socio tecnológico recién descrito también ha llegado al campo, e impactado no sólo las economías sino los estilos de vida agrarios. La crisis de la adolescencia será, como ya señaláramos, muy diferente en sociedades estables y tradicionales, en las cuales los jóvenes heredan las actividades, propiedades y estilos de vida de los padres, que en sociedades en flujo y cambio rápidos.

Otro fenómeno propio de nuestra época es la aparición de subculturas juveniles urbanas. Los niños de la calle de Rio o São Paulo son una versión latinoamericana de los gangs neoyorquinos y del fenómeno del mobbing nórdico o germano que aparece en el cine juvenil europeo actual. Son necesarias investigaciones que muestren las motivaciones y peculiaridades de estas subculturas juveniles. Zegers(72) ha mencionado tres dimensiones que caracterizan a los jóvenes de nivel medio, integrados a la estructura social urbana: actividad autónoma, individualismo y orientación hacia el futuro. Éstas se contraponen a algunas características de los grupos socioeconómicos bajos que la misma autora menciona: pasividad-fatalismo, colectivismo y orientación hacia el presente.

El estudio socioantropológico de las subculturas juveniles marginales de las grandes urbes es, pues, hoy día, cada vez más necesario. Un aporte interesante al respecto es el realizado por Portillo, en Uruguay, quien ha descrito el actual modelo cultural de la juventud, señalando cómo(73) en nuestras sociedades se ingresa cada vez más temprano a la adolescencia, lo que se expresa en los juegos, las costumbres o las modas. Se irradia así sobre toda la sociedad un "espíritu juvenil", que pone en entredicho y cuestiona la respetabilidad y hegemonía del mundo adulto que existió en épocas anteriores. Dice este autor: "Ubicado en el centro de la propuesta cultural de la postmodernidad, este modelo juvenil hegemónico no sólo acorta la infancia, sino que hace que adultos y hasta viejos pretendan ser jóvenes". Se trata de afrontar un futuro incierto, dadas las crisis de las ideologías y del "fin de la historia" desde la alegre irresponsabilidad juvenil. Vivir al día, sin ataduras con el pasado y en ruptura con la memoria colectiva, en un discurrir sin rumbo fijo. Todo esto se expresa con mucha fuerza en la música, en la moda y, sobre todo, en la transmutación de las prácticas deportivas. De un deporte fuertemente disciplinado y disciplinador que se desarrolló como un correlato de la industrialización al servicio de individuos físicamente aptos para la producción, se evoluciona a un deporte predominantemente individual que privilegia lo placentero sobre lo competitivo. En un debilitamiento de las prácticas deportivas, las nuevas manifestaciones deportivas enfatizan la soledad del individuo en el placer de un deslizamiento sin un rumbo fijo: es el caso del windsurf, el jogging, la bicicleta de montaña, etc. Concomitantemente, se constata cada vez más una propensión al encerrarse en uno mismo cuyas manifestaciones son el individuo aislado de su entorno escuchando el walkman o los jóvenes cautivados durante horas enteras frente a los videojuegos.

Mencionemos, finalmente, que el adolescente en situación de pobreza requiere una consideración especial. La gran mayoría de las investigaciones se han centrado en los hijos de las clases medias profesionales. En Chile, tres de cada cinco adolescentes viven en familias de bajos ingresos. Este vacío de conocimientos lo hemos enfrentado estudiando en mayor detalle a adolescentes urbano-marginales. Queda, sin embargo, mucho por hacer. En especial, el adolescente rural o de origen campesino es un subgrupo descuidado, pero de crucial importancia en el caso chileno: mucho de la migración desde el agro a la ciudad y por ende del rápido crecimiento de nuestras urbes, se hace sobre la base de jóvenes que vienen a probar fortuna a la capital o a otras grandes ciudades del país.

 
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