Santiago. Fragmentos y naufragios.

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El problema de los campamentos de los pobres en medio del lodo en invierno y del hacinamiento con los allegados en las poblaciones, porque esa gente marginada era una amenaza, provocó que se la erradicara, desplazándola a cinco comunas: La Pintana, Puente Alto, La Granja, San Bernardo y Peñalolén. Las consecuencias del desarraigo fueron igualmente graves, las comunas receptoras se quejaban del aumento de la delincuencia y la drogadicción. Pero, en tanto, los terrenos abandonados se valorizaban.

Con estos factores sociales, más otros económicos, de caída, de depresión, más bien, surgieron en 1983 las primeras protestas ciudadanas y se mantuvieron hasta 1986, cuando se empezó a vislumbrar una salida que advendría con el plebiscito de 1988, que el dictador se vio obligado a aceptar por las presiones internas e internacionales (y que suponía podría manejar). Las protestas, a juicio de De Ramón, se constituyeron en el hecho urbano más relevante de la historia de Santiago en los últimos tiempos. La toma de la Catedral, lugar simbólico que ha jugado un papel en los grandes momentos de la historia republicana, fue un hito importante, los bocinazos con el famoso eslogan musicalizado de “Y va a caer”, los resucitados cacerolazos en la noche, las velatones en las veredas en honor de los mártires, provocaban una tremenda represión, al punto que en la cuarta protesta, se contabilizaron 31 muertos, de los cuales la mitad eran jóvenes.

Difícil fue el retorno a la democracia, tras el triunfo del NO en el plebiscito, cuyo resultado se intentó desconocer hasta última hora. Difícil por las leyes que Pinochet se preocupó de dejar en vigencia, con participación importante de los militares y de civiles adscritos a su régimen. Episodios como los llamados “Ejercicios de enlace” y “El Boinazo”, para amedrentar a las nuevas autoridades en una investigación emprendida con el fin de determinar negocios ilícitos de familiares del general Pinochet (para entonces instituido en senador vitalicio), daban cuenta de la presión de la fuerza sobre una nueva institucionalidad muy frágil. Fue a Patricio Aylwin a quien correspondió hacer el primer mandato y, como abogado, se preocupó en especial de los derechos humanos, comprometiéndose a hacer justicia “en la medida de lo posible”. El encargo de reunir los casos de atropellos a tales derechos lo encomendó a una comisión, que entregaría después el voluminoso “Informe Rettig”.

Problemas económicos provenientes de la globalización, reflejados en la denominada “crisis asiática”, vinieron a empañar los logros tecnocráticos del gobierno de Eduardo Frei Ruiz Tagle. Por otra parte, ahora, la justicia ha determinado que las anteriores sospechas de que en la muerte del padre de dicho presidente, Eduardo Frei Montalva, hubo intervención de terceros ordenada por la dictadura se convirtieron en certezas. Se había hecho perentorio eliminar a un líder peligroso que se alineaba con la oposición. Frei padre lo manifestó públicamente en un encendido discurso en el teatro Caupolicán, rebosante de público, en que el otro orador fue el profesor de la Universidad de Chile y también de la Universidad Austral, el filósofo Jorge Millas, sobre cuya muerte siempre aparecieron también sospechas, por la similitud de los casos.

El siguiente gobierno, de Ricardo Lagos Escobar, puso el acento en la integración de los empresarios al desarrollo del país, en fomentar la modernización y disminuir la pobreza, labor esta última entre otras de inclusión social, que centró los esfuerzos de la presidenta Michelle Bachelet, en pro de disminuir la brecha económica que escinde a los chilenos. Durante los gobiernos de la coalición de centro izquierda se mantuvo sí el sistema económico, pese a los problemas sociales suscitados al final principalmente por las deficiencias en el transporte público ciudadano y por demandas no satisfechas en la educación. Tales gobiernos concertacionistas mantuvieron el sistema económico heredado, tratando de balancear la estabilidad mediante programas sociales.

Una vuelta de tuerca en la política chilena vino a constituir el regreso al poder de la derecha económica en la persona de Sebastián Piñera Echeñique. Ya empezado su mandato, se sufren las consecuencias del reciente terremoto. Su gobierno se ha empeñado en sostener la macroeconomía.

En estos momentos se vive la mayor efervescencia social manifestada desde hace mucho tiempo, especialmente en las marchas y paros estudiantiles que piden no solo correcciones en el terreno educativo, sino un cambio de sistema. A los estudiantes, que copan las calles de Santiago y de otras ciudades, se agregan otras organizaciones sociales que los apoyan y reivindican, además, sus demandas propias. El problema de las desigualdades ha estallado en Santiago acarreando violencia de sectores marginados y de pronto, con el despliegue de las fuerzas especiales de la policía llamadas a actuar por las autoridades, la metrópoli se ha visto reiteradamente a través de la TV como una ciudad sitiada. Están apareciendo las voces de autores jóvenes que recogen estos ecos de la experiencia urbana de Santiago.


La poesía chilena en el período de la dictadura
Un enfoque general

Han sido diversas las perspectivas de los estudiosos y críticos sobre este tema, entre ellas, las que instalan la mirada desde ángulos ya sea internos o externos al país; también, y a veces en relación con lo anterior, desde puntos de vista ideológicos más o menos explícitos. Se han dado también otras perspectivas de menor significación.

Sobre lo que no existe disparidad de apreciación, es en que nunca antes se había editado tal número de libros de poesía a partir de 1973, como lo señala explícitamente Javier Campos13. Según una revista mencionada por él, El espíritu del valle (1985), la cantidad sería, solo en ese año, de ciento veinte obras. Ahora bien, Campos, de acuerdo a lo que señala el título del ensayo, sustenta la tesis de que el Golpe apresuró la transformación “agónica y crítica”, sobre todo a través de las imágenes (indelebles para todos aquellos que las vivimos y que, espero, hayamos sido capaces de transmitir por diversos medios a nuestro alcance) y que en el arte, tanto literario como plástico, performativo y cinematográfico, han quedado como testimonios. Así, explica el impacto causado por las imágenes del 73 en La ciudad de Millán, la transformación en la visión de la muerte de Óscar Hann, las Huerfanías, de Jaime Quezada, por citar ejemplos.

Ya sea leyendo La ciudad o viendo documentales del bombardeo de La Moneda, la impresión que dicen experimentar los jóvenes es la misma.

Al hablar del considerable número de obras de poesía publicadas, hay que recordar que en el período de la Dictadura, dichas obras ven la luz tanto en el país como en el extranjero. La diáspora fue provocada por el exilio impuesto, y muchas veces marcado con una L en el pasaporte (prohibición de entrar) o bien por otro, buscado, por no poder soportar las nuevas condiciones de vida a que los chilenos se veían sometidos.

Las condiciones, en cambio, en los otros países, frente al exiliado, eran, en general, de acogida. Y cuando se trataba de artistas, países de larga tradición en el culto del arte, o bien en la investigación, se hacían, por supuesto, mayormente favorables, facilitando la producción artística y la publicación literaria. Claros ejemplos encontramos en cuanto a la poesía del propio Javier Campos en Estados Unidos y de Gonzalo Millán, en Canadá.

Con respecto a quienes permanecieron en Chile, en cambio, todo estaba en contra, al considerar no solo la inseguridad en cuanto a la persona misma de quien pensaba como opositor al gobierno de facto, sino también, en el caso de los productores de arte, a las restricciones a la libertad de expresión, sujetos a una autorización firmada y timbrada por organismos que se sucedían, por ejemplo, el Ministerio del Interior. Tal censura abierta, producía a la vez otra, la autocensura, disfrazando el texto con máscaras, metáforas, etc. En mi análisis surgen, patentes, tales elusiones.

Se vivía, consecuentemente con ello, la carencia de editoriales y medios a través de los cuales publicar.

Así también, la fragmentación del contexto país deja penetrar por intersticios la posible denuncia o testimonio textual, hecho que fue muy bien recogido por las mujeres en su primer congreso de literatura, casi clandestino, realizado en la Casa de Ejercicios San Francisco Javier, en la calle Crescente Errázuriz de la comuna de Ñuñoa, en 1987 (a poca distancia de una recordada casa de tortura). Las ponencias de dicho congreso están compiladas por seis de las organizadoras y editadas por Cuarto Propio en el libro Escribir en los bordes14.

Esas mismas circunstancias provocaron el nacimiento de publicaciones clandestinas de poemas en hojas sueltas, trípticos hechos en mimeógrafos y, en el mejor de los casos, de revistas igualmente clandestinas, por tanto, de circulación restringida.

Así lo observa Javier Bello en su Tesis de licenciatura15 : fue el estado de las cosas el que modificó la práctica de la poesía. Hubo escritores que intentaron romper el silencio, dando testimonio y algunos buscaron otra expresión, desbordando las barreras genéricas, volcándose a lo instantáneo, pero llamativo (llamativo en el buen sentido de atraer la atención, interesar), por ejemplo en las instalaciones del grupo Colectivo Acciones De Arte (CADA) en que participaban la artista visual Lotty Rosenfeld, la novelista Diamela Eltit y el poeta Raúl Zurita, entre los más conocidos. Tales intervenciones tenían también como objetivo cultivar la unión entre arte y vida. Por supuesto, acciones como estas requerían la mayor parte de las veces del espacio público que era necesario conquistar en Santiago de Chile.

 

Reflexionando sobre todas estas cosas, salta a la vista un mapa laberíntico que ofrece la ciudad de ese entonces, de vericuetos que es preciso sortear, en los ámbitos de las relaciones (familiares, económicas, sociales), que llegaron a alterarse a consecuencia del Golpe, ya que todos los modos del habitar fueron subvertidos.

En esta etapa ven la luz, al parecer por primera vez, textos escritos desde las prisiones, desde campos de confinamiento o de concentración –terrestres o marítimos– como las Cartas de prisionero (1984) de Floridor Pérez, recordadas por Soledad Bianchi en su estudio “Una suma necesaria” en Poesía chilena y cambio (1973-1990)16 , quien nos dice además que la democracia “permitirá enterarse de sectores ignorados de nuestro disperso pasado, habrá que realizar la suma necesaria del arte público, privado, semiprivado y clandestino, mostrado y reservado. Así se tendrá una imagen más o menos fiel de lo que fue el conjunto de la literatura 73-90.”

Estas expresiones cobran toda su fuerza al dar cuenta de la bipolaridad en que se daban los espacios, no menos que de la oscuridad en que se mantuvieron algunos, ignorados. A propósito de tales sectores ignorados, que se dieron en la poesía chilena de esos días, Manuel A. Jofré publicó una antología de poemas escritos en las poblaciones de Santiago17. Si bien no todos logran una categoría estética perdurable, vierten expresiones auténticas del habitar ciertos sectores marginales de este Santiago caracterizado siempre negativamente a través de su historia. Baste recordar cómo han contribuido a ello las políticas de vivienda y urbanismo, según lo señalado en la obra Santiago, dos ciudades18, que la convirtieron, primero, en una ciudad escindida y más adelante en una ciudad segmentada.

Muchos de los textos incluidos por Jofré eran leídos en veladas culturales en las comunas mismas. Se dio así como característica la cercanía entre el productor y su receptor (o consumidor). Acerca de los productores, se dice allí:

Estos poetas eran casi marginados de los procesos educativos institucionales, eran testigos y actores de un proceso de ebullición, crisis, y desastre social, político y económico (…) y atestiguaban al mismo tiempo de condiciones de aislamiento, amenaza, acosamiento, exclusión, marginación, pauperización, pasividad, etc.”19.

En esta selección de treinta y tres autores, de los cuales seis son mujeres, destaca una de las poetas cuyos textos se seleccionan aquí, Malú Urriola.

Ateniéndose a las diferencias que establece Soledad Bianchi20 sobre cómo los textos enfrentan la ciudad, podría decirse que, en el sentido de la intención comunicativa, en general los textos en un principio fueron testimoniales y denunciatorios. Así lo podemos constatar en los de Carmen Berenguer y en los de la llamada Generación NN, que incluye a Jorge Montealegre, José María Memet y Aristóteles España, entre otros. Algunos sufrieron directamente la detención y la tortura y sus textos dan cuenta de esos hechos. Respecto a cómo presentan la ciudad, hay mayor diversidad.

Para aludir a textos denunciatorios, mostramos una cita:

El río Mapocho que cruza la ciudad de Santiago lleva brazos, manos, rostros, bocas 21

Se dan diferencias en los textos de este período en relación a cómo se construye la urbe en el texto, a juicio de Soledad Bianchi. Se erige, en el caso de La ciudad de Gonzalo Millán, o bien se rememora con nostalgia o sin ella; en ocasiones, se parodia desde dentro el país o desde el retorno frustrado. En el caso paródico destaca El Paseo Ahumada de Enrique Lihn, que a mi juicio también construye una ciudad representada en su calle símbolo del centro, la más transitada, heterogénea y decidora del fracaso en el objetivo que se propuso el dictador de emular la avenida Manhattan de Nueva York, o la calle Florida de Buenos Aires, con retazos de naturaleza dispar: avisos, letreros, recortes de prensa, etc., a la manera de un pastiche, o mejor dicho en términos de costura, como un patchwork asimétrico (ya que pastiche, en arte, representa un término peyorativo).

Las cartas olvidadas del astronauta, de Javier Campos, por su parte, expresan el desencanto de volver a una ciudad que ya no existe. Poemas de Rodrigo Lira, a su vez, iluminan el ámbito ecológico y además, a su herencia huidobriana, anexan asimismo una tendencia paródica más extrema que las de Parra y Lihn. Es de observar que los tres últimos poetas mencionados permanecieron en Chile durante la dictadura, y tal hecho puede abrir el espectro para reflexionar que pese al terror que regía, el país se podía también parodiar, en tal etapa de estrechez y mediocridad.

La cuidad fantoche: Carmen Berenguer

Carmen Berenguer, nacida en 1946, publica en 1983 Boby Sands desfallece en el muro. En 1986, Huellas de siglo, en ediciones Manieristas, que es la que citamos. Luego aparece A media asta, en 1998, y posteriormente Naciste Pintada, en 1999, además de La gran hablada, donde se incluyen obras anteriores. En paralelo a su labor como escritora, fue una de las gestoras y organizadoras del Primer Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana en 1987 realizado en Santiago. En 2008 recibe el Premio Internacional de Poesía Pablo Neruda.

La primera parte del libro Huellas de siglo presenta “Santiago Punk”, en que la ciudad se ve siempre en contradicción irónica, como “Punk artesanal made in Chile”, la copia mal hecha de algo y no la copia feliz del Edén, como la califica nuestro himno.

La ironía, o más bien el sarcasmo, pone en solfa las promesas políticas del dictador, entre ellas la de que cada chileno tendría un auto, fruto del buscado progreso en el consumo:

Un autito por cabeza Y una cabeza por autito

Los versos oponen los costos de los atropellos a los derechos humanos en pro de la instalación del sistema de mercado mediante un tratamiento de shock. La promesa se empequeñece con el diminutivo en términos cruzados como en un juego macabro. Se aprovecha bien la estrategia de la inversión tanto en el ámbito del lenguaje como en el sarcasmo de la economía del trueque.

La calle principal de la ciudad de Santiago sigue la misma suerte que muchos de sus habitantes: sufre el exilio, tal vez castigada después de las célebres palabras del fallecido presidente: “Se abrirán las anchas alamedas…”

La Alameda Bernardo O’Higgins en el exilio

En “Santiago Tango”, Berenguer escribe, con letra de tango:

Carente de decencia, marginal, fantoche Patipelá, espingarda ciudad (p. 17)


En estos versos se mezclan el chilenismo y el lunfardo. De nuevo, la ciudad que aparenta lo que no es, “fantochea”, quiere mostrarse mejor de lo que es, lo que inveteradamente se nos ha reprochado a los chilenos y que ha sido bien aprovechado por los personajes de cómic: Juan Verdejo Larraín, con uno de los apellidos que tradicionalmente llevan en el país personajes de las finanzas y de la “alta sociedad”. De Verdejo se reían en las tiras cómicas otros personajes empingorotados, obesos y de puro humeante en la boca, diciéndole: “A pata pelá y con leva” (es decir, con chaqueta de cola, de etiqueta y sin zapatos). También aparecieron el reaccionario Perejil en “El Mercurio” y el más popular de todos, Condorito, que llevan la ropa parchada y ojotas. Así, Santiago, que alguna vez Darío calificó de “soberbia” por sus lujos, ahora es patipelá. Tal adjetivo lo usa Magda Sepúlveda en el título que da a su ponencia Santiago, patipelá y empielá: La feminización de la ciudad dictatorial22.

La profesora Sepúlveda, citando a Ana Pizarro, sostiene que la frontera impuesta tradicionalmente al acceso de la mujer al espacio público se mantiene:

“… se ve traspasada en Chile a contar de 1973, pues las mujeres desbordan el espacio doméstico, ya sea descontextualizando el rol de ama de casa o de madre, llevándolo a la calle mediante cacerolazos y protestas de las madres de torturados y detenidos desaparecidos. Este cambio del lugar femenino en la escena cultural se simboliza en la irrupción del tema de la ciudad en la poesía escrita por mujeres.”23

Ella presenta, a este propósito, a Carmen Berenguer, a través de su obra Huellas de siglo, y a Eugenia Brito, con Vía Pública. Su hipótesis es que estas dos escrituras reapropian saberes indígenas para posicionarse contra las prácticas de la ciudad. Por supuesto, estamos hablando de la ciudad bajo la dictadura y el aspecto que más destaca el ensayo de Sepúlveda es el del régimen económico que instala a nuestro país en el libre mercadismo y en el que se ha denominado “capitalismo salvaje”, en el marco de la globalización, con la consiguiente pérdida de identidad, sorprendiéndonos inermes y, en la coyuntura, adoptando máscaras que no sabemos usar. De ello derivan los calificativos del título, como las alusiones a lo “punk artesanal made in Chile” y otras semejantes.

Quisiera destacar algunos de los aciertos en el análisis de Sepúlveda, en lo referente, por ejemplo, al poema “Metro”, donde entre cada estrofa, que lleva el título de una estación, hay un silencio marcado por el blanco en la página. Estos significantes vacíos de escritura están llenos de sentido como lo están también en la conversación, las pausas, los silencios marcadores de la intencionalidad, tanto de la comunicacional como de la estética.

En “Santiago Metro” sus estaciones son expresión del itinerario de vida del sujeto. Cada una de las estaciones va revelando una experiencia personal o una reflexión acerca de ella. En verdad, el metro, al cambiar la forma de transportarse, el mismo ir bajo tierra, en una especie de joyita de la ciudad y llegar en pocos minutos a estaciones que se abren a realidades tan dispares de Santiago, ha movido a artistas, filósofos, etc., a la reflexión sobre la ciudad con mucha mayor frecuencia que antes.

En Berenguer, como en casi todas las poetas de los ochenta, y no solo las poetas sino también las narradoras, influyen fuertemente las teorías feministas, sobre todo las que tienen que ver con el cuerpo. De esta manera, se produce en sus obras una identidad entre cuerpo y ciudad. La ciudad, con su mapa, muchas veces, reproduce así el cuerpo femenino, como en “La Cueva”:

Viajamos por el (sic) entrepiernas de la ciudad

Con todo lo que conlleva la imagen de oquedad y de penetración en ella asimilada al viaje por su interior.

La visión nocturna de Santiago da a conocer la cara de los sin techo, de los sin lugar para el sueño. Así, en “Los puentes”:

Duerme la ciudad – Santiago duerme y tiembla La miseria duerme en los albergues miserables

Como siempre, la ciudad también es amada, pese a todo. De “Ciudadela”:

Allá lejos desenrollando te me vienes Espadín olvidado al cinto de este abrigo Deshilachado Mapocho mío

El río Mapocho, no obstante lo reducido de su caudal hoy por hoy, que en nada podría recordar la furiosa inundación de 1783 descrita en un romance por Sor Tadea de San Joaquín24, ha tenido desde estos tiempos una presencia maciza en la poesía, al principio por haberse organizado la ciudad teniéndolo como margen de la Ciudadela, de que nos habla Carlos Franz25, y que en los tiempos de la dictadura fue aprovechado para botar cuerpos de opositores perseguidos por los organismos de seguridad. Es curioso, entonces, que en este poema Berenguer exprese sentimientos de ternura, que casi le haga un mimo a este río que se desenrolla y llega a nosotros escaso, deshilachado. Los versos recién citados remiten a la confluencia de las etnias en la hablante: el arma española olvidada “al cinto de este abrigo” y el nombre indígena Mapocho, hecho propio con el posesivo “mío”.

 

De la mayor actualidad es la interpretación que Magda Sepúlveda da al verso de “Plaza de Armas Armada Pedro de Valdivia”, explicando que, a falta de héroes actuales, busca a los de otros tiempos (en este caso al fundador de la ciudad), para hacerlo partícipe de una fuga después de un incendio, instándolo a usar las antiguas estrategias del fuego de los mapuches:

Salgamos, don Pedro. Ardiendo.

Las micros, el viejo, desprestigiado medio de locomoción de los santiaguinos, también merecen su aparición en Huellas de siglo. “Matadero Palma” ofrece la visión de las calles detrás del parabrisas, poniendo en paralelo la micro y el recorrido, en una forma deteriorada que los planes de transporte deseados por los nuevos gobiernos democráticos han procurado cambiar.

El poema está estructurado en dos columnas, en que la primera centra el punto de vista en el vehículo y sus pasajeros, y la segunda lo hace en la ruta, en el paisaje de Santiago Norte, pero ambas perspectivas muestran algo deteriorado, y más, denigrado. Reproduzco algunos ejemplos:


Cuchitril Efímero lunar de los tejados Fantoche Prostíbulos y comadronas Al matadero Bofe colgando de los sueños

* Enjundias: untos y gorduras de las aves y de los animales en general.

Sobre “Huellas de siglo” señala Raquel Olea que: “la referencia de la sujeto poética es la ciudad como espacio de tensión por la convergencia de sujetos y poderes tensados”26 , aludiendo a todos los elementos de segregación ciudadana.

A media asta, la tercera producción poética de Berenguer, muestra una escritura sobre la marginalidad, volviendo a los temas del pasado, de las indígenas: mapuches, onas, ultrajadas. Pero también aparecen huellas de lo urbano centradas en “la loca del pasaje” y “los arrabales”. Debemos mencionar también, en “Fragmentos de Raimunda”, por una parte, como el propio nombre de esta sección lo indica, la fragmentación propia de la poesía de este tiempo, y, por otro lado, la presencia del símbolo nacional, el emblema de la bandera de Chile, como tema de textos de la dictadura, tela en este caso, de percal (de pobreza) formada también de fragmentos de colores. La sujeto poética se siente mal al verla colgando así a media asta –señal de luto por la patria– pero sangrante del rojo mujeril de la menstruación. La ciudad ocupa un lugar importante, también representada como imaginario simbólico en el Parque Cousiño, “donde la chilenidad ardía y los sauces llorones lloraban de verdad”, en el texto escrito delirantemente sin pausas, ya que ni siquiera las palabras van separadas, como tampoco las señales de un grito de socorro SOS, que ocupa todo el blanco de la bandera. A su vez, la estrella solitaria en la parte superior izquierda está montada sobre la S que podría iniciar el SOS de su costado derecho, o bien, ser un signo de silencio, o meramente una bordadura o estampado del percal. La hablante impreca contra la bandera que no le sirve, que no la inspira. El carácter de cuerpo femenino del emblema está en el cierre del texto, en lo sangrante de la banda inferior correspondiente al rojo.

Por tratarse de un texto visual, lo reproduzco en su totalidad en la página siguiente: