Religión y juventud

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3) Vivencia de la fe: Dificultades en un contexto secular: se pretendió indagar en las prácticas y contextos que los individuos asocian a su experiencia de la fe. Con ello, se buscó profundizar en su sentido comunitario, conociendo los lugares e instancias que los sujetos de estudio consideraban importantes al momento de cultivar la fe, así como evaluar críticamente los ambientes sociales más hostiles.

4) Transmisión de la fe: mecanismos, prácticas e instituciones: se buscó indagar en los mecanismos de transmisión de la fe que los jóvenes reconocen como importantes durante su etapa escolar y universitaria. Se pretendió que reflexionaran sobre las figuras familiares o extrafamiliares, que incidieron en su desarrollo religioso. De igual forma, se buscó que realizaran comparaciones entre su propia experiencia y aquella que, de acuerdo con su percepción, correspondió a sus padres.

Para el caso de los padres, se diseñó una pauta de entrevista particular que contempló cuatro dimensiones:

1) Percepciones sobre el campo religioso contemporáneo: se buscó que los padres evaluaran la situación del fenómeno religioso en el mundo de hoy desde su particular perspectiva. Fueron relevantes las comparaciones que pudieran hacer con sus experiencias de infancia, así como la utilización del imaginario religioso tradicional que han heredado de sus propios padres.

2) Conceptualización, imaginarios y prácticas en torno a la fe en la sociedad actual: se buscó establecer las características que los padres asociaban a la existencia de una fe activa, para lo cual se pretendió que reflexionaran sobre las instancias en que la fe se manifiesta con mayor claridad, reconociendo espacios y situaciones hipotéticas o reales. Fue importante el valor que asignaban a la familia como unidad en que se cultiva la fe.

3) Diferencias generacionales en la vivencia de la fe: se pretendió conocer las percepciones que poseen los padres respecto de las formas de vivir la fe que tienen sus hijos. Mediante un ejercicio de comparación con su propia experiencia, se buscó que caracterizaran, analizaran y evaluaran las diferencias que percibían en las maneras de vivir la religiosidad en un contexto juvenil contemporáneo.

4) Dificultades en la transmisión de la fe a las nuevas generaciones: se pretendió que los padres reflexionaran críticamente sobre el rol que poseen los colegios, las autoridades religiosas y ellos mismos en el proceso de transmisión de la fe. De igual forma, se esperaba que los entrevistados realizaran hipótesis sobre los principales nodos problemáticos frente a los cuales se ven enfrentados los jóvenes al momento de desistir de su compromiso religioso.

En segundo lugar, llevamos a cabo tres grupos de discusión, entendidos como reuniones de grupos pequeños o medianos “en las cuales los participantes conversan en torno a uno o varios temas en un ambiente relajado e informal, bajo la conducción de un especialista en dinámicas grupales” (Hernández, Fernández y Baptista, 2008: 605). Por medio de este tipo de técnica accedimos a la dimensión práctica de los mundos sociales sobre los cuales los individuos sostienen cognitivamente lo real (Canales, 2006: 268). El grupo de discusión pone en evidencia mediante el acto de la conversación un habla grupal o colectiva, en un contexto mediado y dirigido por el investigador.

La utilización de esta técnica de investigación nos permitió ahondar en los discursos y estrategias desarrolladas al momento de abordar las problemáticas sociales que a los sujetos de estudio afectan. A diferencia de lo obtenido mediante la realización de entrevistas, el grupo de discusión buscó instalar tópicos importantes para los sujetos mediante el diálogo de sus integrantes en la interacción tanto de su realidad individual como grupal.

En definitiva, la pertinencia de las técnicas cualitativas es su carácter flexible, en el sentido de que en ninguna circunstancia se interpela al entrevistado o participante en los grupos de discusión para contestar cualquiera de las preguntas. De esta forma sus fundamentos esenciales se encuentran dados por la participación voluntaria, anónima y confidencial.

Método de análisis

En una investigación de tipo cualitativa, el lugar del lenguaje en uso es fundamental. En la conversación y la discusión se insta al sujeto a comunicar y expresar sus ideas de modo abierto y espontáneo. Si bien la lingüística tradicional no está dedicada propiamente al análisis social del lenguaje, el desarrollo de la disciplina ha permitido diversos enfoques, teorías y técnicas de investigación que buscan esa aplicación. Aunque hay textos dedicados a enseñar lo que se denomina “análisis de contenido”, consideramos que hay niveles más complejos en lo que refiere a lenguaje, es por eso que para un anclaje adecuado entre investigación social y lingüística, pensamos en el enfoque del Análisis de Discurso (AD). El AD, como enfoque investigativo, tiene una serie de técnicas y métodos asociados que se aplican según el interés. Hay métodos diseñados para analizar tipos de discurso, modos de argumentación, roles conversacionales, etc. (Renkema, 1999). Por ello, la selección de herramientas metodológicas es fundamental.

La relación entre lenguaje y sociedad es compleja. El lugar común según el cual “el lenguaje crea realidades”, no deja de ser cierto en un sentido específico. La revisión de un trabajo fundante como el de Fairclough (1992) muestra un proceso dialéctico en el que, por una parte, las palabras adquieren significado según los usos sociales y, por otra, el cambio de significado de ciertas palabras efectuado por medios comunicativos, puede incidir en los usos lingüísticos sociales. La teoría social del discurso dirá que el lenguaje no es solo una actividad individual para comunicar, sino sobre todo una práctica social. Esto implica que el uso de la lengua cumple con funciones sociales específicas como el establecimiento de relaciones, la construcción discursiva de experiencias, entre otras.

El lenguaje puesto en el contexto social tiene tres funciones generales, conocidas como metafunciones. Una interpersonal, para desarrollar relaciones; otra ideacional, para representar experiencias; y una textual, para organizar los textos (Martin y Rose, 2007: 7). Dado el carácter de la investigación presente, la metafunción ideacional es la más adecuada como punto de partida de análisis teórico, ya que el propósito de examinar la experiencia con la fe católica de los entrevistados está en directa relación con el modo discursivo en que los emisores construyen sus enunciados. En este sentido, el AD provee de herramientas teóricas como el análisis de relaciones taxonómicas (Martin y Rose, 2007) que configuran la referencialidad en el texto, tales como sinonimia, repetición y contraste. Por ejemplo, la forma en que el término “Iglesia” se construye al interior de la entrevista, puede dar cuenta de las valoraciones que se hacen de la misma.

Pero la ideación no se produce únicamente mediante estas operaciones. También es posible detectarla en los usos de la lengua en otros modos, como por ejemplo el análisis de los tipos de procesos (Ghio y Fernández, 2008). En este nivel, lo que se propone es analizar las cláusulas mediante una categorización que comprende procesos de tipo material, mental, relacional, de comportamiento, verbal y existencial. Hablaremos de proceso “material” cuando el discurso apunte una relación entre actor-meta, es decir, al hablar de una acción. El proceso “mental” por su parte, comprende la relación perceptor-fenómeno, por lo cual podemos agrupar aquí el aspecto cognitivo, perceptivo y emocional que se nos presenta en un discurso dado. El proceso “relacional” es aquel en que encontramos la construcción de relaciones entre un fragmento de experiencia y otro –se da fundamentalmente como comparación–. Estos tres procesos básicos son acompañados de tres procesos complejos “de comportamiento”, que equivale a manifestaciones externas de procesos internos (por lo cual se compone del proceso material y mental); proceso “verbal”, aquel en que tenemos emisor/locución (compuesto del proceso mental y relacional, en tanto que implica la construcción de relación entre la consciencia humana y su puesta en acto por medio del lenguaje); y, por último, el proceso “existencial”, que está vinculado a la comprensión de fenómenos (compuesto así de un proceso material y uno relacional). Aunque esto aún parece complejo, el siguiente cuadro ilustra algunos verbos clave que sirven para indicar y caracterizar cada uno de estos procesos:

Cuadro 1: Transitividad


Procesos básicosProcesos combinados
MaterialesHacer, causarVerbalesDecir
RelacionalesSer, estarDe comportamientoActuar
MentalesPensar, sentir, evaluarExistencialesExistir, parecer

La utilidad de este método reside en que, para la investigación propuesta, permite realizar un balance respecto al modo en que la cuestión de la fe católica y su transmisión es construida. Así, por ejemplo, podríamos concluir que la vivencia de la fe y la religión es en su mayoría construida como un proceso material, lo que podría conducirnos a considerar que se la concibe más como una práctica que como una cuestión cognitiva, en cuyo caso el proceso habría sido de tipo mental.

Caracterización de la muestra

La muestra seleccionada se estructuró sobre la base de criterios establecidos por el equipo de investigadores en conjunto con la comisión asesora, fundamentados en su experiencia en la temática y la evidencia bibliográfica disponible. La muestra de tipo teórica (teóricamente estructurada) fue diseñada conforme al desarrollo de la investigación y la teoría que se construyó en su proceso (Strauss y Corbin, 2002). Para estos efectos, la información fue recabada a partir de la aplicación de 60 entrevistas semiestructuradas y tres grupos de discusión a padres, estudiantes de colegios católicos y estudiantes universitarios de instituciones públicas y privadas de la Región Metropolitana en Chile. A ello se sumarán los siguientes criterios: sexo, edad, nivel socioeconómico, nivel educativo (7° y 8° básico, y III y IV medio), además de tipo de fe. En este sentido, se consideró como criterio para seleccionar entrevistados, la distinción entre fe “activa” y fe “pasiva”. Se entiende como “activa” aquella fe que se caracteriza por un compromiso del sujeto con actividades religiosas (mediadas o no por la Iglesia) y que presenta una identificación abierta con la fe cristiana y la Iglesia católica. Por otra parte, se entiende como fe “pasiva” aquella en que, pese a que el sujeto confiese o declare adherencia al cristianismo o a la Iglesia, no presenta un compromiso con –o participa ocasionalmente en– actividades religiosas (mediadas o no por la Iglesia).

 

En consecuencia, la elaboración de una muestra intencionada implica privilegiar determinados perfiles de sujetos por sobre otros con el objetivo de profundizar en su construcción de imaginarios y representaciones. No obstante, por la multiplicidad de criterios que es posible identificar en la presente investigación, solo se contemplaron de manera limitada establecimientos administrados por religiosas (Colegio María Auxiliadora). Este hecho se sustenta en que son escasos los proyectos educativos llevados a cabo por congregaciones religiosas femeninas en los diversos estratos socioeconómicos, por lo cual se privilegió un criterio de mayor masividad. Junto con ello es importante considerar que algunos colegios con estas características han transitado hacia una administración laica solo manteniendo el nombre como sello de religiosidad. Además, se excluyeron del presente estudio centros educativos ubicados en zonas rurales o semiurbanas de la Región Metropolitana, debido a factores de viabilidad (tiempo y recursos). De esta forma, los sujetos que componen la muestra del presente trabajo fueron seleccionados debido a su accesibilidad y criterios de intencionalidad propuestos por el equipo de investigación.

Cuadro 2: Muestra de establecimientos educacionales


NSEColegios Universidades
AltoVilla María Academy Finis Terrae
San Ignacio del BosqueUniversidad Católica
Colegio Cordillera
Colegio Los Alerces
Medio Colegio San Ignacio Alonso de OvalleUniversidad Andrés Bello
Colegio Salesiano Patrocinio San JoséUniversidad Alberto Hurtado
Colegio María Auxiliadora Universidad de Chile
Colegio Ruiz-Tagle
BajoColegio San Damián MolokaiUniversidad de Santiago de Chile
Colegio San Luis Beltrán
Complejo educacional Luis Arturo Pérez Universidad Metropolitana de las Ciencias de la Educación
Colegio El Almendral

Consideraciones éticas de la investigación

Toda la información aportada, fue tratada de manera confidencial, de acuerdo con la ley 19.628 de 1999, sobre protección de la vida privada o protección de datos de carácter personal. Solo tuvo acceso a ella el equipo de investigación, lo cual permite garantizar que la información recabada no fue utilizada para objetivos ajenos a este estudio y no autorizados por los individuos.

La manipulación de la información se realizó con el mayor de los resguardos, para lo cual los participantes fueron solamente identificados con un código, lo que permite garantizar su anonimato.

Lo anteriormente señalado, se materializó en la aplicación de consentimientos informados para el caso de estudiantes universitarios y padres, y asentimiento informado para el caso de jóvenes menores de edad, siendo autorizados a participar en esta investigación por sus padres o tutores.

1 Mensaje del Concilio Vaticano II a los Jóvenes, 1967.

2 Ídem.

3 Iglesia Servidora de la Vida. Orientaciones Pastorales, 1986-1989.

4 Documento de Puebla, 1979.

5 Cardenal Silva Henríquez, 1991.

6 Papa Francisco, Encuentro con la Juventud en Maipú, 2018.

7 Mensaje del Concilio Vaticano II a los Jóvenes, 1967.

8 Documento de Aparecida, 2007.

CAPÍTULO I

Transmisión de la fe:

incidencia de los cambios socioculturales en la

práctica religiosa de los jóvenes católicos chilenos

El escenario cultural en donde se ubican chilenas y chilenos está configurado a partir de las huellas que dejan las transformaciones socioculturales del país a lo largo de su historia. Resulta entonces necesario aspirar a comprender Chile como producto de un proceso histórico y de la construcción y producción cultural. El ser chileno/a, es decir, la identidad y todas las aristas de la vida de quienes integran y componen este país, está firmemente ligado a los cambios que toman parte en este territorio. Para efectos de esta investigación, se indagará en los cambios socioculturales acontecidos en Chile luego de la restauración de la democracia en los años 90.

El Chile de finales del siglo XX y principios del siglo XXI, está cruzado por un largo periodo de transición y al mismo tiempo marcado por el restablecimiento del régimen democrático que consistió en desmantelar las restricciones sociales y devolver a las personas el derecho de disponer de su futuro. Si bien es cierto, a través de la transición se esperaba alcanzar la democracia propiamente tal, en la práctica fue un proceso incompleto que significó una democracia restringida, de baja calidad y enclaves autoritarios (Garretón, 2009). De acuerdo con lo anterior, el Estado democrático actual se caracteriza por su respuesta funcional para resolver los problemas concretos de la sociedad, entregando el ámbito público a distintas concesiones privadas y a los brazos del mercado. Según los datos recopilados en la Encuesta Bicentenario desde el año 2006 al año 2015, acerca de la preocupación y responsabilidad del propio bienestar, prima la percepción de que cada persona debería preocuparse y responsabilizarse por sí mismo desestimando el rol del Estado (Encuesta Bicentenario, 2015).

La consolidación del mercado en la sociedad chilena trae consigo un sentimiento de inseguridad conforme aumenta la prosperidad económica, dada la sensación de exclusión del desarrollo en la sociedad:

Las personas se sienten desvinculadas de Chile por múltiples razones, materiales o emocionales, pero llama la atención una en especial. El sentimiento de extrañamiento parece estar ligado a las dificultades de encontrar sentido a los cambios sociales en marcha. Y ello tiene consecuencias. Si la gente no logra atribuirles una finalidad, entonces solo el pasado aparece cargado de significación, y el presente tiende a ser vivido como una pura pérdida de sentido (PNUD, 2002: 32).

Dicha sensación de inseguridad se ve incrementada por la flexibilización de las relaciones laborales y la precarización del trabajo (PNUD, 2002: 94), tras cambios implementados en el sistema de contratación y en las instituciones de seguridad social, entre otras. Así mismo, la sensación de inseguridad permanece al punto de sostener opiniones pesimistas respecto del futuro. Según la encuesta CEP de octubre-noviembre de 2018, un 57 % de la muestra piensa que el país se encuentra estancado (CEP, 2018).

Esta situación también ha fomentado que la sensación de inseguridad se vea potenciada por la desconfianza de las instituciones de todo orden (Bahamondes, 2017), corroyendo gradualmente los niveles de participación y representatividad, pues “las juventudes del país presentan bajos niveles de confianza en las instituciones que integran el sistema social” (Injuv, 2015: 135). Bajo este escenario, las Fuerzas Armadas, los tribunales de justicia, las empresas, el gobierno, el parlamento y los partidos políticos poseen un alto nivel de desconfianza de la ciudadanía. El caso de la Iglesia católica resulta interesante, pues si bien la feligresía sigue expresando en un 58 % su identificación con dicha religión, solo un 9 % de los sujetos manifiesta confianza en la Iglesia católica (Encuesta Bicentenario, 2018).

En términos educacionales, en 40 años Chile más que duplicó su mediana de escolaridad (PNUD, 2002: 128) a partir de la implementación de diversas políticas educativas que se centraron fundamentalmente en la preparación de los jóvenes para su integración al mundo del trabajo. En la actualidad, la educación se sitúa como el mayor conflicto a nivel nacional (COES, 2015), manifestándose en contra de su mala calidad y las lógicas de mercado reinante en este ámbito, lo que queda de manifiesto en la preferencia de la educación particular subvencionada respecto de la educación municipal (Encuesta Bicentenario, 2014).

Si bien las transformaciones en el campo educativo son indiscutibles en cuanto a cobertura, destacando su ampliación a nivel superior, esta no ha estado exenta de dificultades y cuestionamientos. El acceso a la educación superior no solo dio muestras de las inequidades y segregación de la realidad escolar, sino también trajo aparejado el endeudamiento de las familias y los jóvenes, a través del sistema crediticio avalado por el Estado y la banca privada.

Hoy no solo generan eco, sino ruido, las palabras pronunciadas por el presidente de la República Ricardo Lagos Escobar, en el marco de la cuenta pública realizada el 21 de mayo de 2005, donde señalaba que…

[…] la educación chilena superior ha cambiado. De 200 mil jóvenes en 1990, hay 600 mil jóvenes hoy día. Hoy, mi mayor orgullo, de cada diez jóvenes que están en la universidad siete, siete, es primera generación en su familia que llega a la universidad.

No hay duda que dichas cifras fueron modelando una sociedad diferente en el plano social al ampliar el capital cultural disponible de los jóvenes insertos en la educación superior. No obstante, las demandas de la ciudadanía ya no solo buscan una oportunidad de inserción en el futuro mercado laboral, sino más bien la exigen producto de la cualificación adquirida. De esta forma, se amplifica la idea de que el sujeto exitoso va unido al nivel de ingreso que es capaz de generar, fomentando la competitividad y el individualismo.

Como señala el estudio elaborado por Sernac (Servicio Nacional del Consumidor) el año 2015, el sistema financiero (bancos y casas comerciales), amplió su cartera de clientes sobre la base de jóvenes estudiantes en la etapa de educación superior. En el caso de las instituciones bancarias un 61 % de ellas ofrece algún tipo de producto financiero para el nicho de jóvenes en educación superior, “[…] el 100 % los ofrece a estudiantes universitarios, el 77 % ofrece algún tipo de producto a estudiantes de institutos profesionales y el 62 % ofrece algún producto financiero a los estudiantes de centros de formación técnica” (Sernac, 2015: 35).

En el ámbito cultural, el marco de acción de los chilenos está definido por el consumo cultural, debido a la importancia de lo material en cuanto a lo que significa para la sociedad. Más allá de un acto privado, su significado recae en fundar una forma específica de organización social, en donde los medios materiales y simbólicos pueden ser adquiridos a través del dinero o del derecho (Güell y Peters, 2012). En este sentido, la consolidación del mercado promueve la instauración del consumo como una forma para objetivar y compartir significados que nos posicionan dentro de la sociedad, es decir, el consumo como símbolo de estatus (Moulian, 1999: 60). El emblema de esta cultura de consumo se nos presenta en la actualidad como centro comercial. El Chile actual está influido por este lugar de paseo y encuentro que sintetiza la combinación de consumo, esparcimiento y paseo público (PNUD, 2002: 103). La pretensión de colectividad que se forma en este espacio privado, con aspectos de espacio público, da cuenta de una sociedad controlada y vigilada por el consumo que gobierna sociedades desiguales bajo el individualismo (Moulian, 1999: 64).

 

Ahora bien, de la mano con este régimen cultural, se encuentra el creciente acceso a las tecnologías de comunicación e información. Por una parte, se universaliza la cobertura eléctrica, la telefonía y la disposición de televisores dentro del hogar (PNUD, 2002: 141) y por otra, crece también el acceso a nuevas tecnologías como el internet y los computadores. La posibilidad de acceder a mundos culturales de otros lugares del planeta se incrementa considerablemente, provocando el distanciamiento o quiebre entre la cultura y el territorio, dando paso a un nuevo espacio cultural electrónico (Larraín, 2011: 111). El fenómeno de la globalización impacta al país con la fragmentación de las fronteras, aumentando la permeabilidad de estas y la posibilidad de acceder a circuitos globales de referentes. Esto, a su vez, propicia la valoración de la diversidad cultural y las diferentes interpretaciones de los ámbitos de la vida que subyacen en el globo. Dice Lyon:

Los cambios culturales respecto de las situaciones posmodernas intensifican la tendencia a formas de individualismo, pero no se trata en absoluto de formas no religiosas de individualismo. La cuestión es más compleja. Es indudable que en un mundo de comunicación instantánea, historia de parque temático e información por Internet, cierto énfasis religioso tradicional a largo plazo, la estabilidad, lo canónico y lo comunal se hallan bajo presión (2002: 58).

Los cambios y las transformaciones que impactan a la sociedad chilena, inciden en sus expresiones religiosas en la medida en que se ha generado un contexto de individualización y debilitamiento de referentes tradicionales (PNUD, 2002: 234). De acuerdo con el informe del PNUD (2002) titulado Nosotros los chilenos: un desafío cultural, el debilitamiento de los imaginarios tradicionales de chilenidad, de comunidad política y la necesitad individual de diseñar la identidad, han afectado a los vínculos de las personas con la religión y sus expresiones institucionales. Al contrario de las predicciones de los teóricos de la secularización, la religión no desaparece, sino que se modifica su imagen. De acuerdo con el mismo informe, ante la pregunta: ¿Cuál de las siguientes alternativas expresa mejor su espiritualidad o inclinación religiosa? 58 % cree en Dios a mi manera; 33 % creo en Dios y participo en una Iglesia; 5 % es una persona espiritual; es decir, solo el 4 % del total de la muestra no se declara creyente. Para el 2018, el horizonte religioso en Chile está compuesto por 58 % católicos; 16 % evangélicos 3 % otra religión y 21 % ateos o ninguna (Encuesta Bicentenario, 2018). En este contexto, el 92 % de quienes afirman profesar una religión se considera creyente en Dios (Pew Research Center, 2014: 51). Las expresiones que utilizan para calificar su creencia en Dios son: creo en Dios y no tengo duda de ello 80 %; en algunos momentos sí, en otros no 17 %; y no creo 2 % (Encuesta Bicentenario, 2018). Bajo este marco, la importancia de la religión es central en la vida de los chilenos/as con 41 % (Pew Research Center, 2014) trascendencia que se refleja en la presencia de religiosidades paralelas y personas religiosas fluctuantes (Champion, 1997: 717) quienes yuxtaponen religiones no cristianas, diversos esoterismos, y todas las creencias y prácticas pararreligiosas, antiguas y nuevas.

A modo de ilustración de lo anteriormente señalado, una de nuestras entrevistadas da cuenta de lo que Davie (2007) reconoce como el “creer sin pertenecer” y lo que Champion (1997) cataloga como “religión a la carta”:

Creo que uno se vinculó mucho más con ciertas cosas, con ciertas imágenes que con la institución como tal. Entonces, en mi caso, yo tengo una conexión entre comillas con la virgen de Guadalupe, pero no con lo que significa globalmente la religión católica, específicamente (Entrevistada U9, NSB, fe pasiva).

Juventud y religión en Chile

Dentro del estudio de los comportamientos juveniles, el primer problema con que se encuentra el investigador tiene relación con las diferentes definiciones que existen en torno a lo que es la juventud. La enorme literatura existente sobre culturas y formas de asociatividad juvenil (grupos, tribus urbanas, pandillas, etc.), ha ido en crecimiento desde mediados de siglo XX, en la medida que la agencialidad de los jóvenes, en tanto grupo diferente a los adultos o niños, comenzó a adquirir notoriedad social. Por otra parte, la diversidad y transformación respecto de lo que lo juvenil implica, ha permitido vislumbrar el carácter socialmente construido que posee el concepto (Zarzuri, 2000), favoreciendo la desnaturalización del mismo al comprenderlo no como una fase natural del desarrollo humano, sino como parte del devenir histórico de la sociedad industrial moderna (Grob, 1997). En otras palabras, aun cuando algunas transformaciones biológicas a determinadas edades parecen ser un hecho indesmentible, la concepción sobre lo que es y debería ser la juventud ha cambiado constantemente a lo largo del tiempo. Como menciona Feixa (2006), es posible afirmar que la juventud es “inventada” durante el siglo XIX y democratizada desde inicios del siglo XX en adelante. Esto ocurre de acuerdo a modificaciones que se dan en el mercado del trabajo, la familia, el desarrollo de la escuela, el servicio militar y las progresivas formas de asociación juvenil, las cuales se han articulado generacionalmente en torno a temas variados como la revolución social, el hipismo, la guerra, la paz, el rock, el amor, las drogas o la antiglobalización.

De acuerdo con Duarte (2000), cualquier aproximación comprensiva respecto de los universos juveniles debe considerar siempre la importancia que tiene el lugar desde el cual se enuncia y observa. Por lo general, lo juvenil ha sido mirado desde una perspectiva adultocéntrica que ha logrado generar un conjunto de ideas y representaciones que incluso los mismos jóvenes internalizan y reproducen. Estas ideas, tradicionales y conservadoras en muchos sentidos, hablan de la juventud como “una etapa de la vida” que prepara a la adultez laboral, económica y social; como “un grupo social” diferenciable por la edad (muchas veces variable según la legislación o instrumento de medición vigente); como “una actitud frente a la vida” de tipo positiva, enérgica, vital o rebelde; o incluso, como “la generación del futuro”, vale decir, aquellos que una vez que se encuentren en un estado de madurez suficiente, se harán cargo de la sociedad y del porvenir. Cada una de estas concepciones tiende a producir percepciones generalizadoras, homogeneizadoras y estigmatizadoras sobre lo que implica lo juvenil, negando la diversidad interna existente en los mismos y sus posibilidades de participar en su propia reflexión y definición de forma autónoma. Como menciona el propio Duarte:

Dichas racionalidades actúan como contenedoras de una matriz cultural que sustenta estas miradas y discursos en torno a la existencia de la juventud. Dicha matriz da cuenta de una construcción sociocultural que sitúa a este grupo social, sus producciones y reproducciones como carentes, peligrosas, e incluso les invisibiliza sacándolos de las situaciones presentes y los resitúa en el futuro inexistente (Duarte, 2000: 67).

De ahí que podamos afirmar, siguiendo a Aguilera (2009), que la mayor parte de los enfoques tradicionales sobre juventud conciben a la misma como una categoría política, en tanto se encuentra supeditada al marco de desarrollo e institucionalización de los Estados nacionales y al concepto liberal-demócrata de ciudadanía. Los jóvenes, en tanto sujetos de derecho según su edad, participarían de instituciones diseñadas para su segregación y diferenciación en su proceso de preparación psíquica, física y social a la adultez. Con ello, la noción de edad no agota su densidad en el referente biológico, adquiriendo valoraciones diferentes entre sociedades e, incluso, dentro de la misma (Reguillo, 2012). Por otra parte, las estructuras de las transiciones desde lo juvenil hacia lo adulto varían históricamente (Dávila y Ghiardo, 2005), generando tensiones entre aquellos discursos hegemónicos que hablan de una debida linealidad del proceso (primero estudiar, después trabajar, después el matrimonio, etc.), y las variadas y emergentes formas de hacerse adulto dentro de una misma generación.