El escocés dorado

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Johanna la oyó descolocada, después de unos pocos segundos de un silencio mortal la joven le respondió:

— ¿Por qué yo? No sé nada sobre investigar, en realidad no sé nada, de nada... soy modelo.

— Eso no va a ser un problema— dijo Lidia, mientras se envalentonaba con su descabellada idea—. Yo te voy a guiar, te voy a decir a dónde tenés que ir, cómo recoger la información, qué es lo que necesito, vamos a estar conectadas al teléfono todo el tiempo, tengo un hotel pagado donde iba a hospedarme con comidas, tengo el pasaje, tengo todo— dijo Lidia convencida.

— Es una locura— replicó Johanna.

— Una locura es que pierda mi investigación, vos necesitás despejarte, y hacer algo, ¿no sería bueno que Dick se pregunte al menos por un momento dónde estás? ¿Que deje de ignorarte? Hacerte visible con tu ausencia... yo necesito ayuda en mi trabajo, las dos podemos ayudarnos mutuamente— le rogó con la mirada Lidia—. Además, sería buena idea que hagas algo... diferente, te va a hacer bien descubrir el mundo, Dick es un mundo muy pequeño.

— ¿Cómo que... un mundo pequeño?

— Dick es menos que un átomo, de verdad, te va a servir.

Ambas se miraron un largo instante, las dos pensaban quizás lo mismo, la incertidumbre, lo correcto, lo descabellado de sus pensamientos se entrelazaban como trenza en un hombre calvo que no sabría qué hacer.

Johanna rompió el largo silencio dudosa.

— Tengo buen inglés, ¿cuándo debería ir?— preguntó mientras sus ojos color miel se dilataban comenzando a brillar.

— Ahora.

4

Johanna se encontraba parada en el centro del aeropuerto, Lidia notó que los ojitos de la muchacha estaban asustados como aquellos gatitos suyos cuando hacían alguna travesura, sabía que esto era algo más que una travesura, esto lindaba con la locura. Pues enviar a una chica inexperta, modelo, en plena crisis, a la otra punta del mundo a ocuparse de lo más sagrado para ella que era su trabajo, definitivamente era una locura, pero en su interior la ansiedad le decía que era una oportunidad y no podía permitirse perderla, debía estar en dos sitios a la vez y Johanna podía hacerlo bajo sus directrices; su mente sabía que no se trataba solo de ella, sino también de la joven modelo, necesitaba ayuda, atención, y Lidia estaba resuelta a dárselas.

Sin medir más palabras abrazó fuerte a Johanna a modo de despedida, le pasó la valija que ella misma había armado de manera pulcra antes de que el teléfono sonara en su casa.

— Es la maleta que iba a llevar, tiene toda la ropa necesaria, creo que con esto vas a estar bien por un tiempo, voy a girarte dinero para que compres algo que sea más de tu gusto— dijo Lidia intentando tranquilizarla—. Lamento que no hayas tenido tiempo de hacer tu propia maleta.

— Gracias, ¿vas a hablar con Dick?

— Le digo lo que quedamos, quedate tranquila, Johan.

— Tengo miedo, no estoy segura, pero tampoco quiero quedarme acá, necesito huir...

— Hui tranquila, nadie te va a seguir hasta allá— dijo Lidia mientras le extendió el pasaje junto al dinero—. Si cometiste la locura de casarte joven con un galán de novelas, esto te aseguro que va a ser un chiste en tu prontuario.

Johanna luego de varias horas de tristeza pareció olvidar su problema, embarcada en el delirio de su vecina tomó lo que le ofreció entre sus manos, sonrió porque sabía que alguien la necesitaba, era hora de demostrar al mundo de todo lo que era capaz, lo que ella debía hacer era algo muy importante, al menos lo era para alguien y el corazón le decía que sería importante también para ella.

Desembarcó del avión dirigiéndose a una cabina donde entregó su pasaporte, luego de escasos minutos extendió la mano tomando el documento que un hombre mayor trajeado le devolvió, leyó el sello sin poder creerlo «Immigration officer -6129 - 18 feb 2020 Edinburgh».

Con nerviosismo se dirigió con su maleta a la salida, allí debería esperarla alguien, internamente intentaba tranquilizarse, sabía que cometió una locura, quizá la más grande de su vida, pero algo por dentro le decía que era lo correcto, siguió los carteles que la guiaban encontrándose al final de un pasillo con la sala principal, donde observó a muchas personas esperando, llevando carteles escritos con diferentes nombres y apellidos, miró en alerta entre la multitud buscando el nombre de Lidia, leía de un cartel a otro sin hallarla, hasta que detuvo intrigada su mirada en un hombre que le llamó poderosamente la atención, era el primer escocés que propiamente veía con el típico atuendo.

Johanna se detuvo a mirar el kilt3, la amplia falda la cautivó, no podía creer que estuviera viendo una en vivo y en directo, era como si en ese preciso instante estuviese leyendo una de sus novelas románticas, nada más y nada menos estaba viendo a un verdadero escocés. Por un momento olvidó que debía buscar el nombre de Lidia Rodríguez para que la llevasen al hotel.

Siguió guiada por la curiosidad y caminó hacia ese kilt que de manera amplia se lucía entre las personas que la rodeaban. Era tanto el ir y venir de la gente que se entrecruzaba que no podía distinguir a quien llevaba la falda. Seguida por la intriga se escabulló entre la multitud siguiendo el llamativo tartán4 que mezclaba los colores entre tonos rojos, amarillos y verdes. De inmediato se preguntó de manera interna a qué clan correspondería ese tartán, una sonrisa se dibujó en su rostro, sabía definitivamente que ese escocés pertenecía a un clan, a uno verdadero.

Siguió con la mirada el kilt mientras ella curiosa se acercaba, dos personas se apartaron abriendo paso, como en un grisáceo día cuando la entrada de los luminosos rayos de sol surgen, el camino se abrió dando paso frente a ella al escocés.

Imponente, la totalidad de su figura se presentó dibujada en una gran sombra, justo en el piso frente a ella; Johanna no lo podía creer, era estar en una fantasía real, observó la oscura sombra de contextura grande, fue levantando la vista de a poco con cierto temor que se entremezclaba con ansiedad y alegría, sí, ella sabía que le predominaba la alegría.

Fue levantando la vista de a poco, la emoción no le permitió ser brusca. Primero descubrió sus pies, unas botas de cuero marrones típicas del lugar y el kilt en su máximo esplendor se impuso robando toda su atención, pero al observarle las piernas no puedo evitar sentir una presión en el estómago, esas piernas eran imponentes como rocas, respiró profundo para evitar largar un suspiro en ese sitio tan concurrido, continuó subiendo la mirada preguntándose qué llevaría en el sporran5 que rodeaba la cintura. Un destello de luz al moverse el escocés iluminó el alfiler que unía las dos partes de la falda por delante.

— No puede ser— exclamó sorprendida Johanna, mientras pensaba intrigada si ese hombre llevaría en sus calcetines un sgian dubh6, por un instante imaginó que la pequeña daga estaba allí lista para ser usada.

Cuando terminó de levantar los ojos descubrió a un hombre de torso ancho, la contextura sin duda era grande y proporcionada en todas sus partes, arriba llevaba una remera blanca que le marcaba en los brazos la musculatura, cruzaba a un lado el tartán que venía desde su falda, aquellos grandes músculos que tenía en los hombros dejaron sin aliento a Johanna, pero cuando descubrió el varonil rostro que la estaba mirando fijo de manera risueña y burlona, la joven se alertó de inmediato por la expresión de él convencida de que ella estaba haciendo el ridículo al deleitarse sin reparos descaradamente ante aquel escocés, procedió a cerrar la boca que le había quedado abierta por la sorpresa de lo que sus ojos no se privaron de ver, aquel delicioso espectáculo de hombre nativo escocés.

Se sintió avergonzada por ser descubierta al mirarlo, él la contempló con esos ojos pícaros de que el secreto se descubrió; Johanna en ese instante experimentó un sentimiento inmediato, el cual transformó la vergüenza en un gran enojo.

— Idiota— dijo Johanna, aunque no supo si ese comentario fue para ella o para él.

Sin perder tiempo se volteó y siguió buscando el nombre de Lidia en algún cartel, pero nadie parecía tenerlo.

Johanna comenzó a preocuparse. «¿Y si nadie la esperaba? ¿Qué haría en otro continente sola, sin nadie que la oriente, sin saber qué hacer? ¿Pero por qué le haría una cosa así su vecina?», se preguntaba Johanna mientras unas náuseas se asomaban junto al nerviosismo.

Continuó buscando sin ver el maldito nombre de Lidia por ningún lado, sacó su celular para llamarla, quizá estaba a otro nombre, pero el intento fue en vano, el aparato no contaba con batería, allí Johanna se maldijo a sí misma por haber dormido todo el viaje y no haberse dedicado a cargar su celular durante el vuelo.

Se sobresaltó cuando una pesada y gran mano la tocó de atrás en el hombro. Pero más fue la sorpresa cuando al voltearse descubrió al escocés que observó antes, este pegado a ella le doblaba en altura, llevaba una hoja con el nombre de ella.

3 Falda típica, pero tiene la peculiaridad de que la visten los hombres.

4 Es un tipo de tejido asociado tradicionalmente con Escocia, el patrón consiste en líneas horizontales y verticales que cruzan formando un efecto de cuadrados.

5 Bolsa que se lleva en la cintura sobre el kilt.

6 Pequeña daga parte del traje tradicional de Escocia.

5

 

— ¿Usted es Johanna?— preguntó con cierta dificultad al pronunciar el nombre, con un inglés de tono entrecortado de pronunciación firme y gruesa, un estilo muy escocés que lo volvía único y masculino, era el mismo hombre de kilt que ella descubrió de manera curiosa anteriormente.

— Sí, puede decirme Johan si le resulta más sencillo— le respondió Johanna vislumbrando la dificultad al pronunciar su nombre—. ¿Y usted es...?

— Soy Duncan Mac Kinntosh— contestó el escocés mientras extendía su mano de gran tamaño para saludarla.

Johanna con dudas de cómo dirigir el saludo le extendió su pequeña mano que se fundió con aquella potente, la envolvió con firmeza y seguridad, aunque mantenía cierta delicadeza de protección. Johan sintió que le ofrecía en ese momento algo más a ese hombre puro escocés, dudó en acercar su mejilla para darle un beso, con precaución, algo de pudor, decidió no hacerlo bajando su tímido mentón al suelo.

Duncan audaz percibió la pequeña incomodidad, de manera maliciosa pero seductora, le sonrió con solo uno de los extremos de sus labios dibujando una pequeña mueca que inútilmente no pudo ocultar. Al percibirlo Johan frunció el ceño en disgusto creyendo una semiburla hacia su persona, aunque esto solo se debía a su imaginación. Duncan echó una corta y seca carcajada divertida como adueñándose de producir tal actitud, sin dudas divertido, él en ese momento se sintió un gran galán.

El inglés de Johanna era bueno, pero no tanto, aun así se defendía y con algo de torpeza en su acento latino lograba establecer una comunicación aceptable con cualquiera de habla inglesa, si bien este escocés le hacía llevar algunos segundos más en el proceso de traducción por su entonación cerrada, el resultado de la conversación sucedía llegando con el tiempo a ser cada vez más fluida. Las torpezas de ambos terminaron siendo una gran combinación.

— Imagino que Lidia le habrá explicado que un percance no le permitió venir.

— Así es— contestó el escocés mientras le enseñaba con la mano el camino para que la acompañase.

— ¿Entonces sabrá que estoy para colaborar con la investigación de ella?

— Sí— respondió Duncan sin comprender por qué la aclaración, para él a quien guiaría por los diferentes lugares de Escocia le era indiferente, sobre todo porque su paga ya había sido realizada con anticipación.

La joven sonrió aliviada cuando percibió que aquel hombre no tenía idea más que de su nombre, no tenía idea de quién ella era, y en un impulso al encontrarse las miradas, ella al intentar sentirse alguien importante junto a él emitió su primera pequeña y traviesa mentira.

— Soy colega de Lidia, Dra. Johan me llaman— dijo Johanna con alarde.

— Johan, bienvenida a Escocia— dijo con mirada profunda e interés el escocés.

La simple maleta que preparó Lidia y entregó a Johan para evitar demoras en la partida porque no tenía nada aprontado además de que Johan había botado toda su ropa, fue abierta por primera vez en la habitación donde se hospedó la pequeña embustera... la Dr. Johan.

— Veamos qué traje— se dijo a sí misma mientras hurgaba entre las prendas que fueron colocadas con pulcritud, ¿qué habría guardado su vecina que pudiera serle útil? Miró las prendas con cuidado una y otra vez sorprendida del mal gusto de Lidia.

Ese mal gusto la llevó a plantearse que justamente era algo diferente a lo habitual de su vida y en un giro imprevisto de su interior, ese interior que cambiaba esos últimos días de manera repentina, la hizo sentirse cómoda por primera vez, eso era lo que necesitaba, algo diferente, algo con lo cual no fuera observada por lo que llevaba puesto, sino por quien era.

Se probó algunas de las prendas, por el grueso tamaño de Lidia todas las prendas le quedaban holgadas, ninguna marcaba sus finas curvas, sus pequeños pero firmes senos se perdieron entre ellas. Johan emitió una risa triunfal, no más perfección, no más modelo, allí solo sería observada por quien era ella realmente. Al surgirle ese pensamiento se preguntó, ¿y quién era ella realmente?

Se dirigió a la sala principal una vez que se aseó y vistió, allí la esperaba Duncan sentado en un viejo sillón de terciopelo bordó que tendría al menos los mismos o iguales años que el hotel donde se encontraban a solo unos quince minutos de la gris ciudad de Edimburgo.

Ambos caminaban por las calles de la ciudad, ella miraba hacia todos lados asombrada por la belleza que se topaba a cada paso, se sentía como un turista en vacaciones con la diferencia de que ella estaba allí por algo muy importante.

Su cuerpo se relajó de inmediato al pisar el asfalto, respirando el aire suave y frío del lugar, llevaba cómoda un suéter holgado color marrón que, si bien le quedaba varios talles más grandes, a simple vista su largo parecía casi a medida.

El pantalón de vestir también era grande, pero la joven improvisó unos agujeros más al cinturón de Lidia, ajustándolo a la cintura para que no se le cayera. El calzado era el mismo, el de ella, el más cómodo de los que tenía, por lo cual se sintió agradecida de haberlos tenido puestos en el momento de adrenalina cuando le propusieron de manera tempestiva viajar.

La combinación de todo su atuendo era extraña y a simple vista no había que ser un entendido para darse cuenta de que todo lo que llevaba puesto nada tenía que ver con la combinación de una prenda con la otra y mucho menos con su talla. Siendo una gran conocedora de estilo y extrañamente huyendo de lo que era, justamente intentaba alejarse de la belleza, esa que dejó en Buenos Aires, decidió olvidar que era una popular modelo embarcándose en la cotidianidad de cualquier mujer, si bien sabía que abusaba de su mal vestir. El sentir que lo que llevaba puesto no le marcaría la silueta, ni le sería juzgado por nadie, esa idea le hizo sentirse de manera libre y feliz.

Siguió los pasos del escocés que iba un metro por delante, Johan espiaba con disimulo cada vez que el viento golpeaba la majestuosa falda de aquel hombre de gran porte contra esas fuertes y gruesas piernas que llamaron su atención desde el primer momento que pisó las tierras verdes.

Se alejaban cada vez más de la gran ciudad, iban en un bus de doble altura tan aseado y nuevo que asombró de gran manera a la joven, nunca había visto en Buenos Aires algo tan pulcro y de buen diseño, tenía la impresión de que ese era el primer viaje que hacía el bus en su inauguración, aunque sabía que eso no era así.

— Igualito que en casa— dijo por primera vez en su idioma natal, lo cual no permitió a Duncan comprender y este la miró extrañado.

— ¿Cómo dices?— le preguntó en inglés el escocés mientras ella se sonrojaba por su pinchado comentario.

— Perdón, evitaré usar el español— le contestó Johanna en inglés mientras rogaba para sus adentros que el rubor que sentía en ese momento no se estuviera viendo, bien sabía que su tez blanca la ponía en evidencia mostrando otro color cada vez que se sonrojaba.

Siguieron platicando las horas que tenían de viaje en inglés y así lo harían hasta el último día. Comenzaron con banalidades del clima, ella se arrepintió de haberse puesto ese suéter de lana tan grueso cada vez que la potente voz del escocés se hacía sentir con viriles vibraciones en el aire imponiendo su masculinidad.

— Creo que voy a estar mejor sin él— dijo Johanna mientras se sacaba el suéter.

Se quedó con una remera negra de algodón manga tres cuartos que también le era grande, Duncan de reojo observó el cuello en escote en V profundo que marcaba el contorno de su cuello dejándolo libre, miró sus pequeñas y delgadas muñecas y sin que la ropa le ajustara al cuerpo supo que la muchacha debajo de todo lo que traía tenía un llamativo cuerpo. Se estremeció un poco porque sin saber por qué por un instante intentó imaginarla desnuda, Johan percibió algo en el aire quedando un instante en silencio pensativa, mientras él algo avergonzado por dentro por ese extraño impulso volvió la cabeza al otro lado mirando el paisaje.

Johan se preguntó si lo que percibió era cierto, «¿por qué me miró así? ¿Acaso podría desearme con el abandonado aspecto que traigo?», «no, de ninguna manera, esas cosas no suceden en la realidad», pensó por dentro. Ella sabía muy bien por su marido Dick que era deseable cuando estaba arreglada, así al menos le gustaba siempre a él. Dick jamás la miraría con deseo como vestía en ese preciso momento, estaba convencida de que si él estuviese sentado en ese momento junto a ella le diría como ya había hecho en varas oportunidades:

— Mírate, Johan, estás lamentable, esa ropa que llevas, das... lástima.

El recuerdo del comentario de Dick la hirió de nuevo, aunque solo se trataba de eso, un recuerdo, e intentó salir de esa evocación para que no le volviera a pesar el alma, como el día anterior le pesó cuando se topó con Lidia y decidió subir a su auto envuelta en tristeza.

Miró al escocés forzando una sonrisa para disimular, él la percibió y volteando la mirada a ella por un instante, le devolvió lo mismo, pero con un comentario que la dejó descolocada y pensante hasta que finalizó el viaje.

— Te sienta muy bonito... el marrón es mi favorito— dijo Duncan en tono sincero mientras devolvió una sonrisa con un guiño de ojo amistoso.

Ese hombre parecía observar más allá de lo que el exterior mostraba y eso la alertó.

6

El viaje avanzó junto a una larga caminata a pie dando con un gran prado, el día era soleado, eso llamó la atención de Johanna, «¿acaso las cientos de novelas que leí con mi grupo de lectura estaban en lo errado cuando decían que en Escocia hacía un frío que helaba los huesos?», pensó Johan, miró a Duncan con su kilt danzando de un lado al otro con los movimientos masculinos al andar, sin mencionar que llevaba manga corta, «increíble» pensó, pero claro, cualquier escocés soporta el crudo frío, ese clima de no pocos grados sería como el Caribe para ellos.

— ¿Por qué está tolerable el frío? ¿No se supone que deberíamos morir de frío?— preguntó desconcertada Johan.

— A decir verdad, Johan, este es un día atípico, no suele verse el cielo despejado ni tan soleado en invierno, parece que su llegada trajo los buenos tiempos— dijo Duncan mientras le clavaba la mirada a Johanna con respeto, pero como hombre—. Casi estamos llegando, ¿trajiste algo para tomar notas?, mira que Heilin no es muy conversador, cada palabra que apuntes puede significar algo más, por lo cual pensándolo con calma puede servirte después.

— Sí, claro que traje, ¿acaso crees que soy una novata?— dijo Johanna lanzando así su segunda mentira.

A lo lejos se veía una pequeña casa, en realidad no era pequeña, pero al encontrarse en el inmenso verde que la rodeaba se perdía pareciendo más chica de lo que en verdad era. En su cercanía no se distinguía ninguna otra vivienda, como si esa fuese la única casa del prado, al menos así lo era hasta unos cuantos kilómetros.

No bien estuvieron a unos pasos de llegar a la antigua casa de madera blanca, salió de su interior el dueño del lugar para reunirse con ellos. El Sr. Heilin era un hombre robusto, su contextura física infundía temor a pesar de que su altura era diminuta; Duncan extendió la mano para saludarlo, ambos se tomaron de sus antebrazos con fuerzas para acercarse y chocar sus torsos en un saludo amistoso que lindaba con lo épico.

El hombre llevaba su kilt con los colores azules y pequeñas rayas amarillas, aparentaba unos setenta años, se preguntó cuál de los personajes de sus novelas tendría aquel tartán, sintió un profundo deseo de telefonear a sus amigas del club de lectura para que fueran a revisar los libros y pasar esa información.

Recordar el teléfono la alertó que no había llamado a Lidia no bien llegó, pensó que estaría preocupada o quizá hasta enojada, pero al visualizar la imagen de su regordeta vecina se enterneció restándole importancia, al fin y al cabo, esa adorable mujer no parecía tener el tipo de carácter para temer si se molestaba. Johan estaba convencida de que Lidia estaría en tranquilidad aguardando el llamado, entendería que lleva un tiempo acomodarse, conocer el lugar... aunque también acudió a la mente de Johan el momento en que Lidia le había recordado, en el aeropuerto antes de embarcar, al menos unos cientos de veces, que la llamara apenas la recogiera el escocés, así podía guiarla con su investigación, indicarle qué preguntar, qué detalles buscar.

Johanna, recordando todo eso, levantó los hombros respondiendo a sus propios pensamientos, restando importancia, «podrá esperar otro poco más», se dijo por dentro con segura armonía y terminando así su pensamiento en Lidia. Se acercó a Heilin que la observó sin disimulo de arriba abajo inspeccionándola con algo de duda en la mirada, mientras ella paseaba la mirada algo indiscreta en el gran porte de Duncan.

 

Se sirvió en la mesa un delicioso haggis7, los aromas de los condimentos se esparcían en el aire abriendo de manera rápida y voraz el apetito de todos, Johanna probó por primera vez aquel plato típico, el sabor intenso invadió su paladar, por un momento la joven que hasta hacía unas horas era muy refinada olvidó sus modales y se encontró comiendo a la par de los dos hombres que la acompañaban de manera ávida mientras hablaban de manera rústica con sus bocas llenas.

— ¿Esto lo hizo usted?— preguntó Johanna al viejo hombre.

— Como hace más de sesenta años.

— Es uno de los mejores sabores que probé en mi vida, ¿qué tiene?

— Se elabora a base de asaduras de cordero u oveja, mezcladas con cebollas picadas, harina de avena, hierbas y especias, todo ello embutido dentro de una bolsa hecha del estómago del animal.— Las mandíbulas de Johanna que no paraban de trabajar quedaron detenidas por un momento con el contenido en su boca.

— Pero cocido durante varias horas— replicó Heilin intentando retomar el incómodo momento que se reflejaba en la cara de Johanna.

— ¿Cuál es el problema, Johan?— le preguntó Duncan.

Johanna se percató de su cambio brusco y de cómo la estarían viendo los demás, por lo que, intentando simular que nada sucedía, hizo un gran esfuerzo por mascar el resto de comida que tenía en la boca y tragar.

— No hay problema alguno— respondió Johanna y miró de nuevo el plato y a los hombres que tenía en la mesa junto a ella, hizo una pausa pensativa y continuó—: Una tontería, me impresionó lo de... ¿una bolsa hecha del estómago del animal?— se oyó a sí misma y volvió a mirar el plato humeante, el aroma seguía siendo delicioso, rico, penetraba con tibieza las fosas nasales de la muchacha, nunca había tenido el placer de sentir que el sabor la acariciara con el aroma, de repente Johanna estalló en una carcajada—: Al demonio con los estómagos, después de un viaje tan largo... esto es mucho mejor que un asado— dijo mientras reía y continuó comiendo de la misma manera en que lo hacían los dos hombres antes de detenerse, olvidando completamente que hasta hacía un día atrás era vegetariana, y entregándose a la libertad.

— Dígame, Johan, ¿en qué puedo ayudarla? A decir verdad la esperaba ansioso desde que Duncan me pidió que la reciba por algo de una nota a mis antepasados.

En ese instante Johanna recordó para qué estaba allí, un temor copó su pecho como una descarga eléctrica, pensaba por dentro «¿qué digo? ¿Qué tenía que hacer?». Tomó el vaso que tenía al frente bebiendo de un sorbo todo su contenido e intentando apaciguar su nerviosismo, no tenía la remota idea de qué pretendía Lidia que le preguntara o hiciera en casa de ese hombre, pensaba que tendría más tiempo, que la comida sería tranquila, le mostraría el lugar y después de una larga charla de bienvenida con unos tragos ahí tendría oportunidad de llamar a Lidia, anotar en su móvil las preguntas, transmitirlas con un café de por medio para bajar la ensoñación que le producirían los anteriores tragos, pero no estaba sucediendo así y debía improvisar, rápido.

Maldijo por dentro mientras el silencio invadía la sala aguardando respuesta, una respuesta o pregunta que ella no tenía. Miró a Duncan y recordó cómo le mintió diciendo que era antropóloga, no quería quedar mal frente a ese hombre, pues le daba orgullo y algo más, no lo podía descifrar por qué, pero no quería quedar mal vista. Se sintió estúpida por no haber telefoneado a su debido momento a Lidia e informarse de su rol allí, que al fin y al cabo para eso estaba, para ayudar en la investigación a su vecina.

Vino como un destello fugaz una imagen de Lidia enviándole a su móvil algo sobre la investigación, si no hubiese estado pensando en ese momento en Dick le habría prestado más atención, pero en ese momento solo podía pensar en la reacción que tendría su marido cuando se enterara que se había ido a otro país, mejor dicho, a otro continente sola y sin haberle consultado.

— Permítame tomar mi cartera, allí tengo mi celular y puedo ser más concreta— dijo Johan para salir del paso.

Se volteó tomando la cartera que había dejado colgada en el respaldo de la silla; rebuscó entre sus pertenencias para hallar su móvil, cuando lo encontró, buscó entre sus mensajes a Lidia, solo había mandado unas fotos que nada le decían. Johanna se apretó los labios nerviosa, solo deseaba salir impune de esa situación, no quería quedar como idiota o farsante frente a Duncan. Intentó disparar una llamada, pero no tenía señal. No tuvo otra opción que volver a mirar las fotos que Lidia le pasó, a las que llamó por dentro furiosa «esta imbécil cosa», no tenía idea de qué decía, la rapidez mental de Johan la ayudó una vez más a dar otro paso. Acercó su móvil a Heilin y le enseñó la primera foto.

— ¿Qué me dice de esto?— preguntó Johan como si supiera de qué se trataba.

Heilin cogió el celular, miró serio con detenimiento la foto.

— Si pasa a la foto siguiente, hay una igual con más detalles, más nítida— dijo muy caradura Johan.

El viejo Heilin, luego de tomarse un tiempo al inspeccionar la foto, bajó el móvil de manera seria y cortante, se dirigió a Johan mirándola fijo y penetrante a los ojos.

— Esta es una antigua carta, escrita sin duda por un escocés, eso lo debe saber.

— Por supuesto que lo sé— replicó Johan con soltura.

— ¿Y qué quiere saber de esto?, ¿no habrá viajado a Escocia para que le haga una traducción?

Con nerviosismo Johan improvisó, aunque apenas titubeó, comenzaba a convertirse en una experta en ocultar detalles y eso parecía gustarle.

— Claro que no viajé solo por eso, pero primero necesito que me diga qué dice ahí para chequear mi fuente, que el traductor no haya cometido ningún error, imagine usted la importancia de esta carta que me trajo hasta aquí, no puede haber ningún detalle al azar.

Heilin la observó de manera prudente analizándola un momento, luego tomó el teléfono ampliando la fotografía para comenzar a leer por dentro, el viejo papel gaélico escocés tenía sus defectos por el paso del tiempo y debía verlo bien.

Al fin Johanna sabría un poco, al menos suponía que comprendería por qué estaba allí. El viejo Heilin abrió sus viejos y arrugados ojos como platos, tomó una larga bocanada de aire para comenzar a hablar con evidente sorpresa.

7 Plato típico de Escocia.

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