Pensar en escuelas de pensamiento

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

Conscientes de la complejidad del fenómeno en cuestión y de los escollos que se deben salvar, el proyecto “Pensar en escuelas de pensamiento” nace como una suerte de incitación interpelante: “atrevámonos a pensar y a construir colectivamente desde la diferencia”. En cuanto incitación, esta premisa se plantea con la pretensión de generar un grado importante de pasión por el trabajo colectivo, de provocar la emergencia vibrante de una fuente de energía que parte de la interioridad de cada sujeto y se proyecta hacia los demás contertulios como una especie de conexión sináptica.

Como interpelación, este atrevimiento representa un tipo de provocación que busca desencadenar la movilización del espíritu en aras de una revisión autocrítica de las actuaciones individualistas; es un reto en torno a la posibilidad de romper con una tradición que, aun cuando no generalizada, sí presenta cierto arraigo en nuestros contextos socioculturales. En tal sentido, los colectivos interdisciplinares vienen realizando esfuerzos importantes para lograr disminuir al máximo las tendencias y tentaciones individualistas; esto no significa que la situación esté resuelta, pero sí da cuenta de un actuar deliberado para hacerle frente a una realidad evidente y muy compleja.

Una de las regularidades que afloran en las actuaciones de las colectividades que le dan cuerpo al pensar en escuelas de pensamiento se expresa en la búsqueda de estrategias orientadas hacia el fortalecimiento de los vínculos afectivos entre sus integrantes. Esta loable agencia deja ver diferentes niveles de desarrollo en cada colectivo; sin embargo, en todos se observan avances significativos. El crecimiento del aprecio entre pares paulatinamente va desencadenando un proceso de mutuos acompañamientos, el potencial de la dimensión del sentir se hace cada vez más evidente gracias a la importancia del afecto como amalgama que fortalece progresivamente el sentido y la importancia de construir comunidad.

Valorar el afecto como mediación esencial tiene que ver con la necesidad de no perder de vista que estamos frente a un conjunto de procesos de mutua humanización. Por más riguroso y sistemático que pretenda ser el proyecto, estas dos características no son suficientes: se busca que sus agencias siempre se produzcan en perspectiva de manifestaciones virtuosas, de expresiones académicas que nunca pasen por encima del reconocimiento y la valoración de los otros como legítimos otros, como personas que en un ejercicio de co-construcción y de co-laboración permanente, desencadenan dinámicas y efectos de crecimiento interdependiente.

Otro aspecto fundamental que no se debe pasar por alto en estos procesos de construcción colaborativa es la humildad, entendida como la capacidad de reconocerse desde las potencialidades propias, de valorar en su justa medida las fortalezas y debilidades, y disponerse abiertamente para un fluido y horizontal intercambio de experiencias caracterizadas por la pretensión de validez, en lugar de la preconización de verdades absolutas. En tal sentido, ayuda tomar conciencia de realidades como la descrita por De Waal cuando afirma que “somos monos bipolares. En nuestros días buenos somos tan amables como lo pueden ser los bonobos, pero en nuestros días malos somos tan dominantes y violentos como pueden serlo los chimpancés” (2014, p. 91).

El ser humilde ayuda a crear ambientes de cordialidad, de mutuo reconocimiento y confianza intersubjetiva. Esta última es una condición indispensable; no es posible agenciar algún tipo de empresa auténticamente comunitaria si no existe la suficiente confianza entre los actores que protagonizan tal cometido. No es viable una empresa intelectual asociativa, como la del pensar en escuelas de pensamiento, sino a partir de la mutua confianza que se genere entre las personas que la constituyen, y estas dependen de sus vínculos afectivos en un contexto de diversidad plena, actuando más como bonobos que como chimpancés.

A modo de síntesis

En el recorrido que se ha realizado se muestra la pretensión de explicitar la importancia que tienen, para este proyecto del pensar, aspectos centrales como la construcción en equipo en cuanto contribución significativa hacia el fortalecimiento de una cultura de trabajo colaborativo. Asimismo, se hace énfasis en la importancia de concebir y propender a la movilización de los colectivos como tejidos conversacionales y como redes intersubjetivas de construcción de sentidos. No obstante, estos dos grandes asuntos perderían gran parte de su esencia e importancia si no se articularan y se fundamentaran en la importancia del afecto y la diversidad como puente y reto respectivamente.

Continuaremos este viaje como aprendices del pensar y como integrantes de significativas colectividades que seguramente se estructurarán y desestructurarán alternativamente para intentar madurar progresiva y colaborativamente como escuelas del pensar. Seguiremos apostándole a una agencia centrada en el pensar y en el desarrollo de procesos de pensamiento orientados hacia el pensar sistemático, autopoyético, procesual, sistémico, interpelante, auto-interpelante y con pretensiones de incidencia significativa en contextos estratégicos del desarrollo social.

Desde el proyecto continuaremos asumiendo el riesgo del pensar interdisciplinar, más allá de una perspectiva centrada en lo meramente metodológico, seguiremos insistiendo en lo interdisciplinar desde una mirada cosmovisiva cuyas implicaciones tienen que ver con formas alternativas de leer, comprender, asumir e intervenir en diferentes mundos, mundos que constituyen las múltiples realidades de los contextos de existencia interdependiente entre los seres vivos e inertes y los fenómenos fisicoquímicos y socioculturales que los determinan y que a su vez son determinados por estos.

Así, sin que se constituya en una intencionalidad directa, explícita, quizá se esté incursionando en la posibilidad de contribuir con una nueva epistemología. Una en la que por más tentaciones disciplinares que existan, estas siempre se tomarán como un insumo fundamental y muy importante para adentrarse en la construcción y estudio de objetos de conocimiento complejos, y en la solución de problemas caracterizados por fenómenos que desbordan las disciplinas pero que demandan una interacción sinérgica y compleja entre ellas para ofrecer soluciones que comporten un mayor grado de integralidad y completitud.

En tal virtud, el universo, el cosmos como metáfora, como ecosistema, se configura en referente principal para comprender que no existe un solo fenómeno que se materialice completamente aislado, que de una u otra manera cada ocurrencia sideral o cotidiana está influida y determinada, pero a su vez influye y determina las demás ocurrencias y singularidades que se producen en el cosmos, el planeta y la sociedad.

Si aterrizamos el pensar en escuelas de pensamiento en el contexto histórico colombiano, entonces se hace evidente la necesidad de contribuir con los procesos de estructuración de una mejor sociedad, de plantear alternativas creativas orientadas hacia una nueva forma de entender y producir desarrollo, una, que no solo ponga en el centro al ser humano como sujeto abanderado del bienestar, sino que también lo potencie como sujeto plural más allá de sus congéneres humanos. Que lo instale ecológicamente en completa interdependencia con los demás seres vivos y lo preñe de una conciencia tal que le impida ignorar su dependencia de los factores abióticos que conforman su entorno vital, social y sideral.

El pensar alternativo que se pretende desde este proyecto se referencia y se construye desde la interacción permanente con el actuar desde una praxis crítica, una praxis en contexto que desde nuestra realidad colombiana trasciende, por ejemplo, la noción de posconflicto para ahondar en la necesidad de contribuir con la construcción de una sociedad que en lugar de ignorar el conflicto como cualidad inherente a la complejidad humana, lo asume como oportunidad de construcción desde la diversidad y la humildad que representa la disposición para reconocer, valorar, aprender y construir con los otros sin importar cuán lejos estén de nuestras perspectivas. Todo esto entendiendo que “la gran paradoja de la creación es que el creador es un aún no” (Parra, 1997, p. 128), es un sujeto consciente de su incompletud y su necesidad de búsqueda permanente.

Necesitamos avanzadas de pensamiento para las transiciones que requiere el país y este proyecto le apunta a seguir aprendiendo a pensar mejor para construir mejores escenarios de deliberación y de intervención comunitaria, escenarios que a partir de la valoración recíproca faciliten la producción de decisiones oportunas, pertinentes y significativas; asentadas en una ética del intelecto y de la universidad como agencias no reproductoras que ofrecen soluciones creativas a problemas complejos. Por esto, a propósito de la frase introductoria del capítulo, quizá una mejor síntesis nos la ofrece Arendt cuando afirma que “la línea divisoria entre los que quieren pensar y, por tanto, han de juzgar por sí mismos, y quienes no quieren hacerlo atraviesa todas las diferencias sociales, culturales y educacionales” (2007, p. 71).

Referencias

Arendt. H. (2007). Responsabilidad y juicio. Barcelona: Paidós.

De Waal, F. (2014). El bonobo y los diez mandamientos: En busca de la ética entre los primates. Barcelona: Tusquets.

Foucault, M. (1996). Hermenéutica del sujeto. La Plata, Argentina: Altamira.

Habermas, J. (1999). Teoría de la acción comunicativa I. Bogotá: Taurus.

Maturana, H. (2010). El sentido de lo humano. Buenos Aires, Argentina: Granica.

Parra, J. (1997). Inspiración. Asuntos íntimos sobre creación y creadores. Bogotá: Magisterio.

Las Facultades de la Universidad:

 

iniciativas de experimentación

en tiempos de terror y dolor

Sebastián Alejandro González Montero1

Adriana Otálora Buitrago2

Jorge Alexander Ravagli Cardona3

Maximiliano Bueno López4

Miryan Trujillo Cedeño5

Resulta sencillo encontrarse un día de frente a la afirmación de que si no hay nada que perder, si no hay otro camino, y después de haber sufrido mucho, se tiene la potestad de hacer cualquier cosa con los demás. En el escenario de nuestra historia más o menos reciente, asistimos al hundimiento de los vínculos colectivos, a la erosión de los mecanismos solidarios, a la ingente necesidad de supervivencia, a las competencias y rivalidades más declaradas. Vemos a la gente solitaria y con sed de retaliaciones. Gente detrás de cobros de deudas y con ganas de acabar con todo el mundo. Un breve repaso a la narrativa del terror y el dolor que ha traído el conflicto armado da suficiente evidencia de esto. Más aún, quizá en estos tiempos sea relativamente fácil llegar a una misma conclusión general: que a lo largo de varias décadas hemos vivido tal tormenta de odio y de crueldad, desatada por los actores de la guerra contra una inmensa mayoría de personas, que la idea de seguir haciéndonos mal aparece muy pronto.6 No sobra decir, de nuevo, que tenemos prueba de esto con tan solo una rápida mirada al archivo de nuestra historia: hoy, en los años cincuenta, o en los mil ochocientos, ya en la Colonia, el rastro de dolor y sangre parece interminable y las marcas de la tragedia figuran un ciclón de terror con consecuencias aún insospechadas (cfr. Hoyos, 2007, p. 12), todo lo cual se traduce en noticias de odio que circulan por doquier, noticias que hablan de los detalles de cómo la gente ha sido azotada a golpes de resentimiento y venganza. Es terrible el modo en que nos hemos llenado de desapariciones, secuestros, violaciones, masacres, humillaciones, agravios, entre otros, con el resultado fatal de tener gente ensimismada, callada, alimentando los propios miedos, de espaldas a los demás y sin encontrar razones para salir de todo eso.7

Sin embargo, inmediatamente se hace frente al asunto, se impone la necesidad de preguntarse a dónde se va a parar con una constatación de ese tipo. ¿Dónde dejar las angustias que desde el pasado aparecen así? Ver lo lejano, cuando es terrible, nos deja con deudas extraordinarias. Como la de saber adónde va lo común, lo de todos los días: la mano amiga, los afectos cercanos, la dignidad del trato afable, el abrazo amoroso, los proyectos en común, las buenas ideas, las asociaciones productivas y vinculantes... Nuestra historia representa motivo suficiente para querer saber dónde quedan la sorpresa, la mesa servida con abundancia para todos, la amistad y las sonrisas que suelen acompañarle. ¿Dónde quedan el amor, la compañía, el trabajo que hacemos juntos, los compromisos y las prospectivas…, en fin, todos esos pequeños encantos que tiene la vida? Con los registros, las publicaciones, los informes, las narraciones, los testimonios, etc., el conflicto armado y la violencia vivida aparecen tan infames que, la verdad, no queda más que preguntarse adónde va a parar el sentido de la existencia y los motivos de alegría que deberían llenarle.

Aclaremos algo importante. La preocupación por este problema no es circunstancial y mucho menos coyuntural. De hecho, es todo lo contrario. Hace parte de la herencia humana más antigua, la de buscar el sentido de la existencia en entornos hostiles (cfr. Sloterdijk, 2008). Acéptese esto y se entenderán los motivos de nuestra investigación. La violencia, la guerra, el conflicto armado son fenómenos reactivos, cuya naturaleza deviene en más fenómenos reactivos de violencia, guerra y conflicto armado. Razón por la que debe ser enfrentado el asunto. Y con la siguiente orientación, diríamos: enfrentar el pasado implica la fundamental búsqueda de los impulsos que darían nuevo sentido a las cosas.8

Es claro que entrar en el terreno del presente conlleva un poco de varios dilemas: cómo lidiar con los daños psicológicos de la gente involucrada, cómo enfrentar los criterios de comportamiento bélico y hostil y la insistente necesidad de defensa de lo propio; cómo resolver el problema de la escasa formación y la experiencia que se requiere para ingresar a la vida social cuando se tiene tanto a cuestas (la historia de la violencia, las responsabilidades por la participación en hechos de terror, etc.); cómo luchar contra la necesidad de retaliación de unos y otros cuando se encuentran, una vez más, en el mismo entorno de vida, etc. (cfr. Prieto, 2013, p. 19). Combatir el pasado es una empresa que implica retos y complicaciones prácticas que ameritan criterios y valoraciones concretas de las cosas, sobre todo si se piensa en lo importante que es mirar el pasado teniendo en cuenta el presente.

Dos comentarios más aclaran los detalles del problema que tratamos. El primero es que, para enfrentar la pregunta por el presente, lo básico es saber que no existen caminos o soluciones preestablecidos. Abordar el presente como asunto de posibilidades es una tarea que se desarrolla siempre a ciegas, a punta de pruebas y de fallos, y cuyos verdaderos protagonistas son las concretas iniciativas emprendidas para estar al corriente del problema de cómo vivir juntos y mejor. Digamos que hay que pasar de la pregunta (válida y necesaria) sobre qué ha pasado, a la pregunta de cómo hemos de vivir juntos a sabiendas de lo que ha pasado. Dicho de modo más directo: saber cómo vamos a vivir juntos, con el pasado a cuestas, es un interrogante que ajusta la reflexión en torno a los mecanismos, procedimientos y dinámicas que cada sociedad ingenia para alcanzar la situación política de la no violencia, lo cual habla de un énfasis, que aquí vamos a llamar procesual, en la medida en que así puede expresarse la preocupación por el cuidado de pensar los proyectos mediante los que se hacen efectivos los variados esfuerzos cooperativos para enfrentar la experiencia del pasado. Hagamos claridad desde el principio: es la gente, la de todos los días, víctimas, hombres, mujeres, niños, jóvenes, etc., la que tiene primacía en los procesos que sirven para enfrentar el pasado. Pero también es cierto que el imperativo de la política sin violencia y el desarrollo alegre de las posibilidades de antagonismo social, tiene garantía en la sociedad en general (cfr. el papel de la sociedad civil en los procesos de perdón y reconciliación, Hoyos, 2007, pp. 10-19). Eso significa que se puede avanzar en la búsqueda de las posibilidades del presente, si se entiende que el problema general se ubica del lado de la vida cotidiana y del reto que tenemos todos (desde las víctimas y los excombatientes hasta las personas de las comunidades locales y regionales) de inventarnos el camino al sentido alegre de la existencia.

Por otra parte, quizá sea atinado decir que el pensamiento que no distingue entre el tratamiento teórico de los conceptos y la preocupación por el sentido de la existencia, es, a nuestro criterio, el pensamiento más apropiado en la vida. Poner el pensamiento en juego con lo más externo de sí mismo, esto es, la vida concreta y la experiencia de las personas, es una tarea que implica el abandono del modelo reflexivo, meditativo, académico y profesoral, asociado ya tantas veces a la tradición y su reiterativo comentario.9 Pues bien, si esto es cierto, si el pensamiento —en rigor, el concepto— ha de poder salir de los aposentos de la abstracción, para ofrecerse al servicio de lo real, ello será en la medida que la investigación se enfoque en la vida social tanto en sus dimensiones morales, éticas y políticas, así como en sus dimensiones más “micro”, esto es, las dimensiones cotidianas, locales e intersubjetivas. Aquí adoptamos, deliberadamente, el segundo punto de vista mencionado. Lo que significa que nuestra investigación se centra en las iniciativas de experimentación y las perspectivas del presente que íntimamente allí se desenvuelven, siguiendo la descripción sobre los procesos y actividades colectivas relativas al problema de cómo vamos a vivir juntos a diario, en coexistencia concreta y en medio de relaciones complicadas y conflictivas.

En estas condiciones, ya podemos decir que el problema central de nuestro trabajo es el de pensar cuál sería el motivo de recuperar los vínculos sociales, o qué haría las veces de atractor social en escenarios fiduciarios de tantas dificultades económicas, psicológicas y sociales. Dificultades que son reales y que están más acá de los ideales representados en los acuerdos políticos: reconciliación, perdón y justicia (cfr. Prieto, 2013, pp. 5-11). Hacerle frente a la posibilidad de vivir juntos, con todo lo ocurrido, es un asunto que compromete criterios de composición social y fuentes de confluencia local que necesitan ser bien caracterizados, de manera que puedan ser pensados los aspectos comunitarios y éticos de los procesos que ayudan a pasar la página. Así pues, nos preguntamos de qué son capaces los sujetos cuando se unen, se organizan, piensan y deciden juntos. ¿Qué es aquello de lo que son capaces los colectivos? ¿Qué es capaz de integrar lo heterogéneo (i. e. personas distintas, con caracteres disímiles e historias muchas veces encontradas, o incluso directamente opuestas, que han de encontrarse en situaciones específicas de vida compartida)?10

Por supuesto, para nadie es un secreto que compartir la existencia es una tarea muy complicada. Somos muchas veces y en muchos escenarios sujetos de confrontaciones concretas. En casa, afuera en las calles, a diario en el trabajo, en el barrio, allí donde vamos a comer o a comprar café o tal vez a prestar un libro; en el autobús, donde compramos víveres, en frente de los hospitales, etc., etc., etc., y durante cada día, de cada año, de cada una de las vidas, de cada uno de nosotros, es lo mismo: enfrentamos retos y dificultades para convivir. Y si a esto se agregan los caracteres humanos, bien humanos que trazan, en el carisma de cada quien, la guerra, la violencia, el conflicto armado, tenemos como resultado que la vida es todavía más difícil de vivirla entre los demás.11 Eso quiere decir que los retos de nuestra investigación no son poca cosa. Porque además de reconocer que la vida cotidiana ya es complicada de sobrellevar entre tantos, debemos estar al corriente de que es todavía más difícil saber cómo vivir juntos cuando tenemos tanta historia de violencia, guerra y conflictos llevados de la mano de las armas.

Varias realidades conspiran contra la posibilidad de vivir juntos, y más cuando nos hemos llenado de sentimientos de inseguridad, de desconfianza, de prevención y rechazo por la reincidencia histórica de la violencia, la guerra y el conflicto armado en nuestras vidas. Con esto en mente, vamos a decir: encontrar sitio seguro para la vida en común es una empresa destinada a la investigación sobre los procesos que alimentan la construcción de redes y composiciones colectivas alegres. Ya lo hemos dicho: la idea de que vivir juntos es una cuestión central y complicada, más aún cuando el pasado es doloroso. Por eso habría que apostarle a una hipótesis sobre el presente. Y la nuestra es esta: la conformación de grupos, la composición relacional y la construcción de redes y actividades de cooperación tienen como ejemplar resultado replicar al resentimiento, contestar la tristeza de los fenómenos violentos y recusar las herencias del terror y el dolor.12 Hacemos caso de una intuición muy sencilla: las posibilidades de composición y encuentro están condicionadas por el presente compartido y las intersecciones actuales, en medio de dificultades y asuntos por resolver.13 Creemos que la relevancia de los problemas que día a día deben ser solucionados en el ámbito local y cotidiano, es la relevancia práctica de saber que el límite del deber de recordar el pasado está en el presente de las posibilidades abiertas. Hemos de recordar. Pero hemos de recordar al mismo tiempo que nos hacemos preguntas sobre cómo continuar. Y estas preguntas sobre cómo continuar siempre se contestan en el marco de las dificultades compartidas, donde tendría lugar la posibilidad de composición y de construcción de redes. Es en la escasez compartida, en la necesidad de resolver los asuntos de vivir, y por los motivos del desarrollo de la propia potencia y libertad, donde parece que se gestan los espacios compartidos y las interacciones o composiciones colectivas no obligadas o espontáneas. Esta es nuestra hipótesis de trabajo, en unas cuantas líneas: la fraternidad de la existencia alegre, justo en el seno de los dilemas asociados al terror y al dolor, constituye la empresa de salvar la vida y las posibilidades que contiene. Nos apegamos al pensamiento de lo colectivo y al élan de la fraternidad, para decir que es en el problema de la composición y de la celebración de las capacidades (de acción, de sentimiento y de pensamiento) que vamos a encontrar el camino a los motivos de vivir juntos.14

 

Subjetividad y autorreflexión

En este punto vale la pena preguntarse por el lugar que ocupa el individuo, en un contexto que más bien pareciera ser un marasmo incontrolable de hechos, sentimientos y emociones. De ser así, el individuo se encontraría sujeto al devenir del entorno, como un títere que no posee el más mínimo control sobre su propia existencia. De hecho, entre las víctimas de la violencia, la capacidad humana de tener control sobre el propio entorno (cfr. Nussbaum, 2007) aparece como ausente en muchos de sus discursos, denotando su incapacidad de retomar el pasado —cruel e injusto— y establecer una misma línea entre este, el presente —signado por las dificultades y la falta de oportunidades— y el futuro —incierto en el mejor de los casos—.

El camino hacia el vivir juntos que se mencionó anteriormente, implica el ser capaz de establecer una misma línea en la historia de las personas y de los pueblos, una línea que dé cuenta de la historia de unos y otros, de los hechos que constituyen su presente, de la forma en que vivencian ese presente desde la cotidianidad y del futuro en el que se conjugan sus aspiraciones, metas y deseos. Una cotidianidad que en ocasiones resulta incierta y oscura, como es el caso de quienes han sufrido un hecho de violencia, para quienes suele presentarse una ruptura en tal lógica de vida. Así, se requiere romper el desarraigo y escribir una historia que conjugue pasado, presente y futuro (cfr. Lacroix, 2004). Deberíamos entonces preguntarnos por cuáles son las posibilidades reales de vivir juntos, máxime a partir de nuestra hipótesis, la cual apunta a la reproducción del resentimiento y el dolor en la cotidianidad. En efecto, el tipo de dolor que solo puede propiciar la violencia, implica para el individuo el abandono de su comunidad, así como la ruptura con su historia, su identidad y consigo mismo.

Es a partir de la pérdida de control sobre su vida y su entorno que se comienza a reconstruir la identidad y la vida misma, la cual resulta ser solo un pálido reflejo del individuo. Si la construcción de lazos sociales se fundamenta en una imagen deteriorada de quienes pretenden apostarle a la idea de vivir juntos, el resultado de la convivencia en tal comunidad estará atravesado por el dolor, el menosprecio y la revictimización. Se hace indispensable entonces volcarnos hacia la reconstrucción del individuo y su subjetividad, antes del establecimiento de lazos sociales e intersubjetivos que posibiliten la idea republicana de vivir juntos. Se requiere reconstruir la subjetividad de manera que se posibilite el desarrollo de las capacidades (de acción, de sentimiento y de pensamiento), en contraposición a la profunda tristeza derivada del dolor y la desesperanza fruto de pérdida de control sobre las propias vidas; de otra manera, la represión de las aspiraciones personales conllevaría el afianzamiento del sufrimiento propio, el trastorno de estrés postraumático y la imposibilidad de vivir en comunidad.

La comprensión del mundo interno del individuo nos brinda una mayor proximidad a su realidad y a la de la comunidad a la que pertenece. Una realidad que es producto tanto del mundo interno del individuo, como de las relaciones intersubjetivas que teje con el resto de la comunidad. Ahora bien, el afianzamiento de las capacidades a partir de la reflexión y la transformación de ese mundo interno, es también una apuesta por la transformación de la historia de dolor, que ha dejado de ser individual para convertirse en colectiva, aun para convertirse en una sumatoria de historias individuales de dolor cuyos propietarios no dialogan y, por lo tanto, no logran construir una vida en comunidad.

Subjetividad e intersubjetividad

Las subjetividades son la manifestación del mundo interno del individuo, un mundo que ha sido forjado por una serie de condiciones externas que hacen parte de la cotidianidad propia de la comunidad en la que el individuo se desenvuelve. De igual manera, la historia propia de cada quien moldea la manera en que se construye su autoconcepto y cómo establece relaciones con sus congéneres. Luego, es a partir de la experiencia intersubjetiva que se moldean los referentes con base en los cuales se construye la vida en comunidad. La experiencia intersubjetiva involucra las prácticas, las formas de comunicación y los mecanismos de ejercicio del poder propios de una comunidad en particular, los cuales se plantean en una relación dialéctica a partir de la cual individuo y comunidad, subjetividades e intersubjetividad, se condicionan mutuamente (cfr. Kleinnman y Fitz-Henry, 2007). La experiencia es a la vez producto de la manera en que percibimos nuestra realidad a partir de los sentidos, y base de las interacciones sociales que se plantean en el contexto más cercano. De la misma manera, son esas interacciones las encargadas de proporcionar al individuo información para comprender y percibir su mundo, reconfigurándolo y resignificándolo: “La experiencia entonces tiene tanto que ver con las realidades colectivas como con las traducciones y transformaciones individuales de esas realidades. Siempre es al mismo tiempo social y subjetivo, colectivo e individual” (Kleinnman y Fitz-Henry, 2007, p. 53).

Ahora bien, una historia fragmentada, la que no permite la continuidad en la construcción de la identidad, conlleva el desarraigo del sí mismo (cfr. Atkins, 2005); es decir, no solamente se pierde la comprensión de los sentidos y significados que cimientan la subjetividad y el autoconcepto del individuo, sino que a la vez se pierden las raíces que hacen de ese individuo parte de una comunidad; este pierde el centro de sí mismo. Y es allí cuando nos encontramos con un individuo limitado, incapaz, con pérdida de control sobre sus derechos, sobre su vida, sus emociones, e incluso sobre sí mismo; es un individuo desarraigado, con urgencia de reconstruir su autoimagen, bajo la implacable presencia de la memoria.

Subjetividades en un contexto violento

Retomando nuestro argumento inicial, resultaría fácil pensar que ante la implacable y aterradora presencia de la violencia, la respuesta natural del individuo debería ser la desesperanza y el abandono de sí mismo. Si cuando no hay nada que perder, se tiene la potestad de hacer lo que se quiera con los demás, cuando no tengo control sobre mi vida, estaría cediendo a los demás la potestad de que hagan lo que quieran conmigo. Quienes han tenido que vivir en un contexto de violencia, tienden a naturalizar los hechos victimizantes que hacen parte de su entorno y que determinan las subjetividades del individuo; es decir, la forma en que entienden y significan el mundo. De la misma manera, esas subjetividades determinarán la forma en que se relacionan con las demás personas, lo que equivaldría a decir que las relaciones intersubjetivas estarían marcadas por los significados que, fruto de la violencia, determinan la construcción del mundo social.

Así, si el mundo interno de estos individuos se encuentra determinado por un marasmo incontrolable de hechos, sentimientos y emociones signados por el dolor, el miedo, el resentimiento, la frustración y la tristeza, las relaciones intersubjetivas reflejarán tal estado emocional propio de los trastornos por estrés postraumático, e incluso conducentes a la neurosis colectiva. Es decir, tales emociones conducen a la generalización de la tristeza, a la tristeza colectiva. Cortina (2011), a partir de Spinoza, diferencia las emociones en afectos tristes y afectos alegres, afectos que provienen del mundo interno del individuo y que pueden o bien inmovilizar y destruir al ser humano en el primer caso, o bien potenciar sus acciones, las cuales se manifiestan incluso en su cuerpo y en su capacidad creativa y transformadora en el segundo caso. Necesitamos transformar los afectos tristes en afectos alegres, encontrar una alternativa a la tristeza colectiva.