Un paraíso sospechoso

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En 1979, Carpentier comparó La vorágine con otras dos novelas de la tierra: Don Segundo Sombra y Doña Bárbara. En su concepción, esos tres libros eran narrativas de ficción que “trastruecan completamente el panorama que teníamos de la novela hispanoamericana entramos en el ámbito nuestro, propio, el verdadero, con esas tres grandes novelas”.

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 En contraste directo con Fuentes, Carpentier elogió el hecho de que “Rivera rotundamente hace devorar a sus personajes por la selva americana, por la naturaleza. La naturaleza sigue siendo más fuerte que el hombre”.

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. Carpentier también escribió: “Hay, sin embargo, un factor nuevo que interviene en esa novela, y es el factor de la denuncia. La denuncia ocupa un muy poco lugar en La vorágine , pero, al contrario de otras novelas como El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría, y Huasipungo (1934), de Jorge Icaza, no se ataca la cabeza, al sistema, no se ataca al régimen”.

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Es cierto que Rivera no atacó directamente al sistema responsable por las atrocidades del Putumayo, de la manera como Carpentier lo deseaba. Sin embargo, el escritor cubano agudamente identificó en La vorágine la representación de Tomás Funes Guevara como su principal crítica social y política. Esta tesis es importante, porque, y eso Carpentier debió haberlo olvidado o dejado pasar, Funes “es un sistema”, como afirma la novela.

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En su libro, cuando se enfrentaba con cuestiones sociales, Rivera tenía el cuidado de evitar la representación demagógica, fuertemente colorida o propagandística. Para él, atacar directamente a la cabeza, al sistema o al régimen, sería también arriesgarse a que el mensaje social de la novela se transformara en una denuncia idéntica a la encontrada en los documentos históricos en los cuales tanto se apoyó al escribir La vorágine. Desde su perspectiva, esa transformación resultaría en una pérdida artística que los novelistas deben intentar evitar a toda costa. Jennifer L. French, una de sus detractoras más encarnizadas, se sintió compelida a reconocer la “reticencia” de Rivera a mencionar directamente en su novela y a señalar a la Peruvian Amazon Company: “Rivera optó por contar una versión de la historia en lugar de otra, extrayendo su información histórica de las fuentes cercanas a Roger Casement y eligiendo suprimir totalmente la presencia británica en el Putumayo”.

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La presencia británica en los negocios del Putumayo estuvo en el centro de las investigaciones y denuncias de Casement, pero, finalmente, la PAC fue la escogida por Rivera como objetivo, pese a que los inversionistas británicos también fueran responsables por la expansión de esa compañía. Siguiendo esta lógica, los lectores de La vorágine, evidentemente, no están obligados a conocer los orígenes de la inversión en la compañía o los nombres de sus inversionistas británicos. Basta decir que, en otra novela o novela semejante, Joseph Conrad no menciona una única vez a Bélgica, al Congo o a Leopoldo II. No obstante, nosotros como lectores de Heart of Darkness quedamos espantados con las fuertes denuncias de las atrocidades cometidas en África. En su crítica, French no considera el hecho de que las novelas tienen una responsabilidad en términos de las pruebas diferentes que tiene la historia con su método de encontrar la verdad. La afirmación de French es común entre aquellos que leen La vorágine no como ficción, sino como un documento histórico. Del mismo modo que la equivocada interpretación de la novela que French ofrece, Roberto Simón Crespi asevera que “en vez de eso, Rivera detalló la información sobre la participación de Gran Bretaña en la industria explotadora del caucho, y aún así se rehúsa a introducirla en su novela”.

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 Lo que esos críticos ignoraron en sus análisis de La vorágine, como una novela que ficcionaliza textos históricos, es lo que Henry James denominó “la intensidad de la ilusión”. Wayne C. Booth, citando a James, argumentó que es exactamente esa ilusión “en la mayoría de los casos la ilusión de experimentar la vida como si fuera vista por una mente aguda sujeta a limitaciones humanas realistas”,

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 que hace toda la diferencia en discernir la ficción de la historia.



Rivera tenía consciencia de que las exigencias de cualquier buena novela realista como género imponen soluciones sutiles y sugerentes. Ellas también prescriben que, aunque manteniéndose cerca del registro histórico, el autor debe igualmente guardar cierta distancia entre la novela y sus fuentes. Esta es una tensión productiva que tiene profundas implicaciones, de un modo general, en la realización artística de textos ficcionales, textos que usualmente acogen muy bien lo real y lo ficticio representados simultánea o aisladamente por un lenguaje connotativo.



Aunque Rivera no haya atacado directamente el régimen de esclavitud vigente en el Putumayo, como lo querían sus críticos, ciertamente suscitó una fuerte reacción de la Peruvian Amazon Company. Alfredo Villamil Fajardo, cónsul colombiano en Iquitos, revela este hecho en una declaración de 1924:



Otros de los medios que han utilizado los señores del Putumayo para granjearme enemistades en Iquitos es la versión ridícula de que he suministrado al señor José Eustasio Rivera —con quien no tengo relaciones— ciertas informaciones para que en su novela La vorágine reviviera infames escenas que tienen por teatro el Putumayo e hiciera figurar en ella a Julio Arana y a su socio colombiano Juan Vega, a quien, por intriga del primero y una muy lamentable ligereza del Ministerio, se le acreditó en esta ciudad como cónsul de Colombia por los años de 1904-1905. De esa ciudad me fue enviado por correo un ejemplar de la obra del señor Rivera, que no llegó a mis manos pero que sí está sirviendo de arma a mis enemigos, pues las familias Arana y Vega, emparentadas con las más sobresalientes de Iquitos se sirven de él para confirmar la ridícula conseja de espionaje y de mala voluntad para ciertos elementos de que se me acusa.

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Furiosas con las acusaciones de los crímenes cometidos por la PAC en el Putumayo y con las referencias a los nombres de Arana y sus compañeros encontradas en la novela, las familias Arana y Vega iniciaron, en 1924, una campaña difamatoria en contra del cónsul colombiano en Iquitos, Villamil Fajardo. En su novela, Rivera también agrede al predecesor de Fajardo, el excónsul Juan Bautista Vega, que también fue socio de J. C. Arana en los negocios, cuando estuvo al frente del consulado de Colombia en Iquitos (1904-1905). No había duda, en la mente de Rivera, de que Vega era un traidor de su país y de que La vorágine pretendía ser más que un libro inconveniente. En realidad, se volvió un serio problema para la familia Arana y sus compinches.



Con tanta frivolidad crítica concentrada en sus “defectos”, quedó evidente que La vorágine era un libro incómodo en la historia de la novela latinoamericana, por lo menos para la generación del boom. Quedó claro, incluso, desde su publicación, que, a pesar de que la novela hubiera suscitado mucho debate, ciertos críticos del boom no se habían familiarizado de ningún modo con la historia de esa diatriba o difícilmente entendieron la reacción de Rivera a sus primeros críticos.



Aunque la mayoría de los escritores del boom mantuvieran sus dudas sobre los aspectos regionales de La vorágine, Rivera vio un potencial de esta forma:



… crear, o mejor, descubrir una veta autóctona dentro de la literatura nacional es tarea muy ingente, escollo que no se atrevieron a sortear hombres de gran altura mental entre nosotros. Literariamente hablando, lo nacional es grande cuando posee un valor universal, porque afecta la sensibilidad, también, de los hombres de otras latitudes…

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Lo que percibió Rivera en la novela, y sus críticos no, fue la posibilidad de combinar, incluso en términos formales en el nivel lingüístico, lo regional y lo universal. Esa solución más favorable, encontrada igualmente en João Guimarães Rosa, otro escritor identificado comúnmente con representaciones regionales, atrajo la atención de más de un lector informado. Álvaro Lins señala con respecto al autor de Grande Sertão: Veredas (1956) un feliz matrimonio entre “el mundo regional y el espíritu universal”.

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 Antonio Cândido también observó que, en Sagarana (1946), el primer libro ficcional de Guimarães Rosa, frecuentemente considerado como literatura regional, “nació universal por el alcance y por la cohesión de factura”.

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NUEVAS LECTURAS



Como lo hemos demostrado hasta aquí, en su gran mayoría, los autores de la generación del boom latinoamericano eran enteramente escépticos respecto a la novela de Rivera. Sin embargo, en la década de 1970, los críticos posboom hicieron una nueva evaluación, esta vez positiva, de La vorágine. En 1972, Cedomil Goic, por ejemplo, resaltó sus aspectos formales, elogiando su estructura narrativa singular, el argumento y la hábil combinación de verdad y misterio.

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Los debates más vigorosos, consistentes y continuos sobre la novela de Rivera fueron escritos en las décadas de 1980 y 1990. Doris Sommer, Sylvia Molloy, Montserrat Ordóñez Vila, Carlos Alonso, R. H. Moreno Durán, Juan Loveluck, Elzbieta Sklodowska y otros críticos dominaron ese periodo de la recepción crítica de La vorágine y la interpretaron de muchas maneras diferentes: crítica social, novela sentimental, autobiografía, texto romántico-modernista y combinaciones de todas las tesis. Sklodowska, llamando la atención sobre el hecho de que la obra de Rivera se hubiera resistido al rótulo de “novela primitiva” que le fue aplicado por algunos críticos, observó que el libro del escritor colombiano “anticipa los problemas éticos del testimonio hispanoamericano, una forma narrativa” del futuro.

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 Según Sklodowska, la crítica a la esclavitud y a las masacres en la Amazonía sitúa la novela en la tradición de la novela de testimonio. Más recientemente, Flor María Rodríguez-Arenas endosó la evaluación que Carpentier hizo de la novela como melodrama e incentivó sus implicaciones.

 



En este capítulo, intentamos ofrecer una síntesis de la crítica de La vorágine, demostrando como esta novela disfrutó de un grupo de lectores amplio y variado desde su publicación. Intentamos también evidenciar como los lectores de ese libro eran todo menos pasivos, algunos reaccionando en forma de una diatriba, otros con elogio o desaprobación entusiastas. Esperamos haber señalado, aún así, cómo, de cualquier modo, las discusiones en torno de La vorágine también ayudaron a fomentar un debate más general sobre la función social de la novela como género. Al presentar este panorama crítico de la ficción de Rivera, quedó claro que las diferentes opiniones expresadas, algunas incluso contradictorias, indican la plétora de intereses por los aspectos formales e ideológicos del libro. El acalorado debate también es un testimonio del vigor inusual con que esa obra logró inspirar y provocar la reacción de sus lectores. La incansable búsqueda de la verdad y de la belleza emprendida por Rivera en su ficción no deja duda sobre su seriedad de escritor comprometido socialmente y de su talento de artista. En el segundo capítulo mostraremos cómo La vorágine nunca agotó sus múltiples posibilidades de lectura. La conexión entre esta novela y el Brasil no debería sorprendernos, porque es posible verla en su trama por medio de una serie de personajes brasileños y por el empleo de palabras portuguesas. Sin embargo, también existe una relación más profunda, aunque menos visible, con la literatura brasileña en un nivel intertextual que aún estaba por ser investigada. Como se verá adelante, el diálogo intertextual con algunos escritores brasileños contemporáneos abrió otro camino para la aproximación a La vorágine a partir de perspectivas que la crítica todavía no había considerado.





NOTAS



1 El crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal observa que “después de la edición de Madrid en 1930, la novela se reimprimió constantemente en todo el mundo hispánico”. Emir Rodríguez Monegal, The Borzoi Anthology of Latin American Literature (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1977), 410.



2 Véase Lesley Wylie, Colonial Tropes and Postcolonial Tricks: Rewritting the Tropics in the “Novela de la Selva” (Liverpool: Liverpool University Press, 2009); Lesley Wylie, Colombia’s Forgotten Frontier: A Literary Geography of the Putumayo (Liverpool: Liverpool University Press, 2013); Flor María Rodríguez-Arenas, “Introducción”, en José Eustasio Rivera, La vorágine (Doral: Stockcero, 2013).



3 Véase en Monserrat Ordóñez Vila (comp.), “La vorágine”: textos críticos (Bogotá: Alianza Editorial Colombiana, 1987), 37-39, 45-47, 77-81, y en Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano: vida de José Eustasio Rivera (México, D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1986), 379-380.



4 Véase Saul de Navarro, O Espírito Ibero-americano (Río de Janeiro: Librería Española, 1928), 153.



5 La segunda edición (1926), de Bogotá, contiene trece reseñas de Manuel Ugarte, Pedro César Dominici, Moisés T. Vicenzi, Saul de Navarro (una firmada por él en forma de carta para Rivera y otra sin firma del autor, pero con indicación de la fuente, extraída de una reseña más extensa, firmada y publicada en A Illustração Brasileira, Río de Janeiro, año VI, n.° 57, mayo de 1925), Alejandro Andrade Coello, Antonio Gómez Restrepo, Maximiliano Grillo, Luis María Mora, Carlos E. Restrepo y los tres críticos anónimos de La Nación (Buenos Aires), de la Revista de Semana (Río de Janeiro, 25 de abril de 1925, 31) y de A Vanguarda (Río de Janeiro). La tercera y la cuarta ediciones (sin fechas), de Bogotá, contienen las trece reseñas de los mismos críticos usadas en la segunda edición y cinco más de Alfonso Reyes, Enrique González Martínez, Rogelio Sotela, Concha Espina y Carlos Wyld Ospina. La quinta edición (1928), de Nueva York, publica veinte reseñas que incluyen once de la tercera o cuarta edición, más nueve de Mariano Latorre, Domingo Melfi, E. K. James, Luis E. Nieto Caballero, Alfredo Gómez Jaime, Manuel Antonio Bonilla, Francisco Bruno, Luis C. Sepúlveda y Ernesto Montenegro.



No obstante, aparece en esta misma edición algo intrigante en la manera como Rivera decidió aumentar su lista anterior de dieciocho selectos críticos, usados en las tercera y cuarta ediciones, y sustraer a siete de ellos, con lo que resulta un total de veinte comentarios. Se eliminaron las reseñas de Manuel Ugarte, Pedro César Dominici, Moisés T. Vincenzi, Alfonso Reyes, Enrique González Martínez, Rogelio Sotela y de Concha Espina.



Es probable que Rivera tuviera buenos motivos para excluir siete nombres (el argentino Manuel Ugarte, el venezolano Pedro César Dominici, los costarricenses Moisés Vicenzi y Rogelio Sotela, los mexicanos Alfonso Reyes y Ernesto Montenegro y el español Concha Espina), sin embargo, mientras no dispongamos de un documento que esclarezca esa exclusión, habrá muchas preguntas sin respuestas. Nuestro novelista era un hombre de profundas convicciones. Neale-Silva advierte que Rivera recibió más de veinte reseñas y que, obviamente, tenía que escoger algunas de ellas para incluirlas en la sección de la novela denominada “Algunos conceptos de La vorágine”. En 1928, cinco días después de la muerte del novelista, el periódico colombiano El Espectador, en la edición ilustrada de su suplemento literario, usó el mismo título de la sección de reseñas de la novela, con la diferencia de que la lista de reseñas es más larga. En ella, el español Vicente Blasco Ibáñez y el venezolano José Gil Fortoul publicaron por lo menos dos textos críticos más como paratextos de la edición (véase Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano: vida de José Eustasio Rivera, mayo 1939, 389-390). Finalmente, la sexta (1928) y las próximas tres ediciones de Nueva York (1929) serán una reproducción de la quinta. A partir de la séptima, publicada en Bogotá por la Librería Colombiana de Camacho Roldán & Cía., 1931, ya no se imprime la sección “Algunos conceptos de La vorágine” (Hernán Lozano, La vorágine: ensayo bibliográfico , 109).



6 En José Eustasio Rivera, La vorágine (Nueva York: Editorial Andes, 1928), 351.



7 José Eustasio Rivera, La vorágine (Nueva York: Editorial Andes, 1928), 356-357.



8 Véase Saul de Navarro, O espírito ibero-americano (Río de Janeiro: Librería Española, 1928), 151-163.



9 Véase Moisés Vicenzi, “Algunos conceptos de La vorágine”, en José Eustasio Rivera, La vorágine. 2.

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 ed. (Bogotá: Cromos, 1925), 312.



10 Véase Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano: vida de José Eustasio Rivera (México, D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1986), 210, 362 y 374; Monserrat Ordóñez Vila (comp.), “La vorágine”: textos críticos (Bogotá: Alianza Editorial Colombiana, 1987), 29-35, 41-43, 49-61, y Loveluck, “Prólogo”, en J. E. Rivera, La vorágine, (Caracas, Editorial Biblioteca Ayacucho, 1979), XVIII.



11 Véanse las críticas de F. V. Kelin, de Juan Marinello, de Rafael Maya y de Eduardo Neale-Silva (“The Factual Bases of La vorágine”, PMLA, 54, I, May 1939, 316-331).



12 Véase la polémica entre Rivera y Luis Trigueros en Vicente Pérez Silva, José Eustasio Rivera, polemista (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1989), 308-333.



13 Véase Antonio Curcio Altamar, “La novela terrígena”, en Montserrat Ordóñez Vila (comp.), “La vorágine”: textos críticos (Bogotá: Alianza Editorial Colombiana, 1987), 122. Igualmente véase Roberto Pineda Camacho, “Novelistas y etnógrafos en el infierno de la Casa Arana”, en Boletín de historia y antigüedades, XCI, 826 (septiembre de 2004), 489.



14 Otis H. Green, reseña del libro Contemporary Spanish-American Fiction de Jefferson Rea Spell, Hispanic Review, 13 (2), 1945, 178.



15 William. E. Bull, “Nature and Anthropomorphism en La vorágine”, The Romanic Review, 39 (4), 1948, 315.



16 Arturo Torres-Rioseco, “Três grandes novelistas”, Expressão literária do Novo Mundo (Río de Janeiro: Ceb, 1945), 306. Este triunvirato estaba formado por las novelas Los de abajo (1915), del mexicano Mariano Azuela; Don Segundo Sombra (1926), del argentino Ricardo Güiraldes, y Doña Bárbara (1929), del venezolano Rómulo Gallegos. Una excelente discusión sobre la novela de la tierra se encuentra en Alonso, The Spanish American Regional Novel…, 38-78.



17 Luis Alberto Sánchez, Proceso y contenido de la novela hispano-americana (Madrid: Editorial Gredos, 1953), 531-532.



18 Luis Alberto Sánchez, Proceso y contenido de la novela hispano-americana (Madrid: Editorial Gredos, 1953), 313-317.



19 Véase el estudio de Agustín del Sanz, “La novela de las selvas caucheras: La vorágine de Rivera”, en Agustín del Sanz y José María Castro y Calvo, La novela hispanoamericana (Barcelona: Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona, 1954), 5-24.



20 Véase Monserrat Ordóñez Vila (comp.), “La vorágine”: textos críticos (Bogotá: Alianza Editorial Colombiana), 225, nota 2.



21 Encontramos, por ejemplo, en Carlos Alonso (The Spanish American Regional Novel; Modernity and Autochtony , 11) una crítica de Carlos Fuentes.



22 Doris Sommer, Proceed with Caution When Engaged by Minority Writing in the Americas (Cambridge-London: Harvard University Press, 1999), IX.



23 Mario Vargas Llosa, Diccionario del amante de América Latina (Madrid: Ediciones Paidós, 2006), 16. Véase también del mismo autor, Entre Sartre y Camus (Río Pedras, Puerto Rico: Ediciones Huracán, 1981), 116. Al principio, Emir Rodríguez Monegal (“The New Latin American Novel”, Books Around, n.° 44, 1970, 45-50) criticó duramente las novelas de la tierra. Siete años después, sin embargo, cambió de idea (The Borzoi Anthology of Latin American Literature, , 409-411).



24 Adrián Curiel Rivera, Novela española y boom hispanoamericano: hacia la construcción de una deontología crítica (Mérida: Universidad Nacional Autónoma de México, 2006), 300.



25 Véase Shaw citado en Roberto González Echevarría, The Voice of the Masters: Writing and Authority in Modern Latin American Literature (Austin: University of Texas Press, 1985), 45. Algunos críticos como González Echevarría reconocen muchas veces que la novela de la tierra “es el terreno, el fundamento, sobre el cual se levanta la novela latinoamericana de los días actuales”. Sin embargo, ellos mismos tienden a considerar el género como limitado, “en gran medida debido a una clara distorsión ideológica. Las ciudades, por ejemplo, que figuraban en ciertas obras, como las de Roberto Arlt en la Argentina o las de Miguel de Carrión en Cuba, difícilmente aparecen en la novela de la tierra” (Roberto González Echevarría, The Voice of the Masters: Writing and Authority in Modern Latin American Literature ).



26 Vicente Pérez Silva, José Eustasio Rivera, polemista (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1989), 325-326.



27 Alfredo Bosi, O conto brasileiro contemporâneo, 3.ª ed. (São Paulo: Cultrix, 2001), 9.



28 Véase Jacques Gilard, en Monserrat Ordóñez Vila (comp.), “La vorágine”: textos críticos (Bogotá: Alianza Editorial Colombiana, 1987), 453-454; Juan Loveluck citado en Monserrat Ordóñez Vila (comp.), “La vorágine”: textos críticos (Bogotá: Alianza Editorial Colombiana, 1987), 431-436, y Juan Loveluck, “Prólogo”, en José Eustasio Rivera, La vorágine (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1979), IX-XLIII.



29 Existen algunas excepciones de análisis posboom que contextualizan por entero la novela. Véase el excelente capítulo de Doris Sommer, “Love of Country…”, en Foundational Fictions: The National Romances of Latin America (Berkeley, Los Ángeles y Londres: University of California Press), 257-289.



30 Carlos Fuentes, La nueva novela hispanoamericana (México, D. F.: Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1979), 9.



31 Jean Franco, An Introduction to Latin American Literature (Cambridge: Cambridge University Press, 1994), 210.



32 La frase de Rivera en el original es “¡Los devoró la selva!”.



33 Carlos Fuentes, La nueva novela hispanoamericana (México, D. F.: Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1979), 9.



34 Jean Franco, “Imagen y experiencia en La vorágine”, en Monserrat Ordóñez Vila (comp.), “La vorágine”: textos críticos (Bogotá: Alianza Editorial Colombiana, 1987), 146.

 



35 Alejo Carpentier, “Escribí mi obra literaria en español porque la considero una de las lenguas más ricas del mundo”, en Entrevistas (La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1985), 417-418.



36 Algunos ejemplos de ese tipo de novela, hijas de El señor presidente (1946), de Miguel Ángel Asturias, son Yo el supremo (1974)