La Tierra está en nuestras manos

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Из серии: Reflexiones ecológicas
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2. LA COSMOLOGÍA DE LA DOMINACIÓN, EN CRISIS

Nos referíamos en el apartado anterior al conflicto entre dos cos- mologías: la de la conquista y la de la transformación. La conquista implica dominación, y esta, a su vez, produce un inmenso sufrimiento, especialmente el ocasionado por la actual crisis económico-financie- ra, en todos los estratos sociales, tanto ricos como pobres. Más que el asombro, es el sufrimiento el que nos hace pensar. Es el momento de ir más allá del aspecto económico-financiero de la crisis y descender a los fundamentos que la han provocado. De lo contrario, las causas de la crisis seguirán produciendo crisis cada vez más dramáticas, hasta transformarse en tragedias de dimensiones planetarias.

Lo que subyace a la actual crisis es la ruptura de la cosmología clásica que perduró durante siglos, pero que ya no es capaz de ex- plicar las transformaciones acaecidas en la humanidad y en el pla- neta Tierra. Dicha cosmología surgió hace al menos cinco milenios, cuando empezaron a constituirse los grandes imperios, adquirió fuerza con la Ilustración y culminó con el proyecto contemporáneo de la tecnociencia.

Partía de una visión mecanicista y antropocéntrica del universo, según la cual las cosas están yuxtapuestas una al lado de la otra, sin conexión alguna entre sí y regidas por leyes mecánicas. No poseen valor intrínseco alguno; únicamente valen en la medida en que se ordenan a su uso por el ser humano, el cual estaría fuera y por en- cima de la naturaleza como su dueño y señor (maître et possesseur, en expresión de René Descartes), el cual puede disponer de ella a su antojo. Y partía, además, del falso supuesto de que podría producir y consumir de forma ilimitada dentro de un planeta limitado. Esa abstracción ficticia llamada «dinero» representa el valor mayor y pretende hacer creer que la competición y la búsqueda del interés individual darán como resultado el bienestar general. Es la cosmo- logía de la dominación.

Fue esta cosmología la que condujo a la crisis en el ámbito de la ecología, de la política, de la ética y, actualmente, de la economía. Las ecofeministas llamaron nuestra atención respecto de la estrecha conexión existente entre antropocentrismo y patriarcalismo, que desde el neolítico violentó a la mujer y a la naturaleza.

Afortunadamente, desde mediados del siglo pasado, y procedente de diversas ciencias de la Tierra, en especial la teoría de la evolución ampliada, está imponiéndose una nueva cosmología, más prometedo- ra y susceptible de contribuir a superar la crisis de manera creativa. En lugar de ver el universo como un cosmos fragmentado, compues- to por la suma de seres muertos y desconectados entre sí, la nueva cosmología lo ve como un conjunto de sujetos relacionales, todos ellos inter-retro-conectados. Espacio, tiempo, energía, información y materia son dimensiones de un gran y único Todo. Incluso los átomos, más que como partículas, son vistos como ondas y como cuerdas o fibras con miles de millones de vibraciones por segundo. Más que como una máquina, el cosmos, incluida la Tierra, aparece como un organismo vivo que se autorregula, se adapta, evoluciona y a veces, en situaciones de crisis, da saltos en busca de un nuevo equilibrio.

La Tierra, según reconocidos cosmólogos y biólogos, es un planeta vivo –Gaia– que articula lo físico, lo químico y lo biológico de tal for- ma que resulta siempre benéfica para la vida. Todos sus elementos están dosificados de un modo tan sutil como solo un organismo vivo podría hacerlo. Solo a partir de los últimos decenios, y ahora de ma- nera inequívoca, da señales de estrés y de pérdida de sostenibilidad. Tanto el universo como la Tierra se muestran determinados por un propósito que se revela en la emergencia de órdenes cada vez más complejos y conscientes. Nosotros mismos somos la parte cons- ciente e inteligente del universo y de la Tierra. Por el hecho de ser portadores de estas capacidades, podemos hacer frente a las crisis, detectar el agotamiento de ciertos hábitos culturales (paradigmas) e inventar nuevas formas de ser humanos, de consumir y de convivir. Es la cosmología de la transformación, expresión de la nueva era: la era ecozoica.

Hemos de abrirnos a esta nueva cosmología y creer que aquellas energías (expresión de la Energía suprema) que está produciendo el universo desde hace más de trece mil millones de años están también actuando en la actual crisis económico-financiera. Dichas energías nos obligarán, ciertamente, a dar un salto cualitativo, rumbo a otro modelo de producción y de consumo que, efectivamente, nos salvaría, pero lo haría de un modo más conforme a la lógica de la vida, a los ciclos de Gaia y a las necesidades humanas cotidianas.

3. EL PARADIGMA PLANETARIO

La globalización conlleva un fenómeno más profundo que el eco- nómico-financiero. Implica la inauguración de una nueva fase de la historia de la Tierra y de la humanidad. Para entenderlo, el filósofo de la ciencia Thomas Kuhn y el físico cuántico Fritjof Capra introdu- jeron en el debate el problema del cambio de paradigma. Y es que, evidentemente, estamos cambiando de paradigma civilizacional.

Con lo cual queremos decir que está naciendo otro tipo de per- cepción de la realidad, con nuevos valores, nuevos sueños, nuevas formas de organizar los conocimientos, nuevos tipos de relación social, nuevas formas de dialogar con la naturaleza, nuevos modos de experimentar la Realidad Última y nuevas maneras de entender al ser humano en el conjunto de los seres.

Este paradigma naciente nos obliga a efectuar progresivas trave- sías: conviene pasar de la parte al todo, de lo sencillo a lo complejo, de lo local a lo global, de lo nacional a lo planetario, de lo planetario a lo cósmico, de lo cósmico al misterio, y del misterio a Dios. La Tierra no es simplemente la suma de lo físico, lo vital, lo mental y lo espiritual.

Por supuesto que contiene todas estas dimensiones articuladas entre sí, formando un sistema complejo, lo cual nos permite percibir que todos somos interdependientes.

El destino común ha sido globalizado. Ahora, o cuidamos de la hu- manidad y del planeta Tierra, o no tendremos ya futuro alguno. Hasta hoy podíamos consumir sin preocuparnos por el agotamiento de los bienes y servicios naturales; podíamos hacer el uso que quisiéramos del agua potable, sin conciencia alguna de su extrema escasez, tal como fue experimentada entre los meses de febrero y abril de 2015 en las grandes ciudades del sur de Brasil; podíamos tener todos los hijos que quisiéramos, sin temor alguno al exceso de población; podíamos hacer la guerra sin miedo a que se produjera una absoluta catástrofe para la biosfera y para el futuro de la especie humana... Pero ya no nos está permitido pensar y vivir como antes. Tenemos que cambiar, como condición para nuestra supervivencia en la biosfera.

Para la consolidación de este nuevo paradigma es importante superar el fundamentalismo de la cultura occidental, actualmente mundializada, que pretende detentar la única visión de las cosas válida para todos. La realidad, sin embargo, desborda todas las repre- sentaciones, porque está llena de infinitas virtualidades que pueden hacerse realidad de otras maneras, no precisamente occidentales.

Por otra parte, el peligro que corremos nos proporciona la opor- tunidad de reorganizar de una manera más justa y creativa la hu- manidad y toda la cadena de la vida. Tal creatividad está inscrita en nuestro código genético y cultural, porque solo nosotros hemos sido creados como creadores y copilotos del proceso evolutivo.

El efecto último será una Tierra multicivilizacional, caracterizada por todo tipo de culturas, modos de producción, símbolos y cami- nos espirituales, todos ellos acogidos como expresión legítima de lo humano, con derecho de ciudadanía en la gran confederación de las tribus y los pueblos de la Tierra.

Por eso debemos mirar hacia delante, hacer acopio de todas las señales que nos orientan hacia un desenlace feliz de nuestra peligrosa travesía y gestar una atmósfera de bienquerencia y de fraternidad que nos permita vivir mínimamente felices en este pequeño planeta, escondido en un rincón de una galaxia de tamaño medio, dentro de un sistema solar de quinta categoría, pero bajo el arco iris de la buena voluntad humana y de la benevolencia divina.

Las inspiradas palabras del ex Presidente de la República checa, Vaclav Havel, nos desafían: «La tarea política central en los próximos años consistirá en la creación de un nuevo modelo de coexistencia entre las diversas culturas, pueblos, etnias y religiones, formando una única sociedad interconectada».

4. LA ERA DEL ECOZOICO CONTRA LA ERA DEL ANTROPOCENO

La visión del mundo imperante, mecanicista, utilitarista, antropo- céntrica y sin respeto alguno por la Madre Tierra y por los límites de sus ecosistemas solo puede llevar a un peligroso callejón sin salida: acabar con las condiciones ecológicas que nos permiten mantener nuestra civilización y la vida humana en este esplendoroso planeta. Este fenómeno lo denominan los científicos como la era del antro- poceno. Con ello se pretende denunciar que el gran peligro para la supervivencia de la especie humana y de la biosfera es el propio ser humano, ultra-agresivo e irresponsable.

Ahora bien, como todo tiene dos vertientes, veamos la vertiente prometedora de la crisis actual: el alborear de una nueva era, la del ecozoico. Esta expresión fue sugerida por Brian Swimme, uno de los principales astrofísicos actuales, director del Centro para la Historia del Universo, del Instituto de Estudios Integrales de California.

 

Vivíamos bajo el mito del progreso, pero lo entendíamos, de manera distorsionada, como control humano sobre el mundo no humano, al objeto de conseguir un pib cada vez mayor. La forma co- rrecta consiste en entender el progreso en sintonía con la naturaleza y midiéndolo en términos del funcionamiento integral de la comunidad terrestre. El Producto Interior Bruto no puede hacerse a costa del Producto Terrestre Bruto. Ahí radica nuestro pecado original.

Olvidamos a menudo que nos encontramos dentro de un proceso único y universal –la cosmogénesis– diverso, complejo y ascendente. De las energías primordiales llegamos a la materia, de la materia a la vida, de la vida a la conciencia, y de la conciencia a la mundialización. El ser humano es parte consciente e inteligente de este proceso. Es un acontecimiento ocurrido en el universo, en nuestra galaxia, en nuestro sistema solar, en nuestro planeta y en nuestros días.

La premisa central del ecozoico consiste en entender el univer- so como el conjunto de las redes de relaciones de todos con todos; entender también que los humanos somos, esencialmente, unos seres de intrincadísimas relaciones; y entender la Tierra como un superorganismo vivo que se autorregula y no deja de renovarse. Dado el ímpetu productivista y consumista de los humanos, este organismo está enfermando y volviéndose incapaz de «digerir» todos los ele- mentos tóxicos que venimos produciendo en los últimos siglos. Por el hecho de ser un organismo, no puede sobrevivir en fragmentos, sino en su integridad. Nuestro desafío actual consiste en mantener la integridad y la vitalidad de la Tierra, cuyo bienestar es el nuestro.

Pero el objetivo inmediato del ecozoico no consiste simplemente en reducir la devastación en curso, sino también en alterar el estado de conciencia responsable de tal devastación. Cuando surgió el ceno- zoico (nuestra era hace 66 millones de años), el ser humano no tuvo en él influencia alguna. Además, nuestros ancestros apenas acababan de emerger en el proceso evolutivo. Actualmente, en el ecozoico, son muchas las cosas que tienen que ver con nuestras decisiones: por ejemplo, si preservamos una especie o un ecosistema o si, por el contrario, los condenamos a desaparecer. Los humanos co-pilotamos el proceso evolutivo.

Positivamente, lo que la era ecozoica pretende, a fin de cuentas, es alinear las actividades humanas con las demás fuerzas que actúan en todo el planeta y en el universo entero, para alcanzar un equilibrio creativo y, de ese modo, poder garantizar un futuro común. Lo cual implica un modo distinto de imaginar, de producir, de consumir y de dar significado a nuestro paso por este mundo. Un significado que no nos viene dado por la economía, sino por el sentimiento de lo sa- grado frente al misterio del universo y de nuestra propia existencia. Es decir, de la espiritualidad.

Pero las personas están incorporándose a la era ecozoica, la cual, como es fácil deducir, está llena de promesas, abriéndonos una ven- tana hacia un futuro de vida y de alegría. Necesitamos hacer una convocatoria general para que se generalice en todos los ámbitos y plasme la nueva conciencia.

5. CÓMO AFRONTAR LA SEXTA EXTINCIÓN EN MASA

Según afirman notables científicos, en los últimos tiempos el ser humano ha inaugurado una nueva era geológica: el antropoceno. Lo cual significa que él, el hombre, (anthrōpos, en griego) resulta ser la gran amenaza para la biosfera y el más que probable exterminador de su propia civilización.

Hace ya mucho que los biólogos y cosmólogos vienen advirtiendo a la humanidad acerca del nivel de nuestra agresiva intervención en los procesos naturales, lo cual está acelerando enormemente la sexta extinción en masa de especies de seres vivos, que lleva ya varios años en curso. Tales extinciones pertenecen, misteriosamente, al proceso cosmogénico de la Tierra.

En los últimos 540 millones de años, la Tierra ha conocido cinco grandes extinciones en masa (prácticamente, una cada cien millo- nes de años) que han exterminado gran parte de la vida tanto en los mares como en tierra firme. La última de ellas tuvo lugar hace 65 millones de años, cuando resultaron diezmados los dinosaurios, entre otras especies. Pero ha habido otras más recientes y que tam- bién han supuesto grandes devastaciones de seres vivos. Hace unos doce mil años, tuvo lugar un calentamiento no excesivo que trajo a la Tierra una especie de primavera. Por otro lado, y al mismo tiempo, se produjo de manera misteriosa la extinción de los grandes mamí- feros, entre ellos los mamuts. Se estima que el 50% de los animales que pesaban más de 5 kg., y el 75% de los que pesaban más de una tonelada desaparecieron por completo. Curiosamente, África se vio libre de este misterioso desastre, mientras que sí se vieron afectados los demás continentes.

Hasta ahora, todas las extinciones habían sido originadas por las fuerzas del propio universo y de la Tierra, al igual que ocurría con los meteoros rasantes o las mutaciones climáticas. Pero la sexta extinción está siendo acelerada por el propio ser humano, sin cuya presencia tan solo desaparecía una especie cada cinco años, mientras que actualmente, y a causa de nuestra agresividad industrialista y consumista, hemos multiplicado por cien mil el número de tales ex- tinciones, según afirma el cosmólogo Brian Swimme en una reciente entrevista publicada en el Enlighten Next Magazin, n. 19.

Los datos son aterradores: Paul Ehrlich, profesor de Ecología en Stanford, calcula en 250.000 el número de especies exterminadas cada año, mientras que para Edward O. Wilson, de la Universidad de Harvard, la cifra sería inferior: entre 27.000 y 100.000 especies por año (R. Barbault, Ecologia geral – Estrutura e funcionamento da biosfera, Vozes, Petrópolis 2011, p. 318).

El ecólogo E. Goldsmith, de la Universidad de Georgia, afirma que el mundo, al empobrecerse y degradarse cada vez más, y ser menos capaz de sustentar la vida, ha revertido en tres millones de años el proceso evolutivo. Lo peor es que no caemos en la cuenta de esta devastadora práctica ni estamos preparados para valorar lo que significa una extinción en masa, que consiste, simplemente, en la destrucción de las bases ecológicas de la vida en la Tierra y la más que probable interrupción de nuestro «ensayo» civilizador e incluso, tal vez, de nuestra propia especie.

Thomas Berry, el padre de la ecología norteamericana, escribió: «Nuestras tradiciones éticas saben lidiar con el suicidio, el homicidio e incluso el genocidio, pero no con el biocidio y el geocidio» (Our Way into the Future, Bell Tower, Nueva York 1990, p. 104).

¿Podemos desacelerar la sexta extinción en masa, dado que somos sus principales causantes? ¡Podemos y debemos hacerlo! Una buena señal es que estamos despertando la conciencia de nuestros orígenes, hace 13.700 millones de años, y de nuestra responsabilidad en el futuro de la vida. Es el universo el que suscita todo eso en nosotros, porque está a nuestro favor y no en contra nuestra. Pero exige nuestra colaboración, dado que somos los principales causantes de tantos daños. Ha llegado la hora de despertar..., ahora que estamos a tiempo. Lo primero que hay que hacer es renovar el pacto natural entre la Tierra y la humanidad. La Tierra nos da todo cuanto necesitamos. Pero ¿cómo se lo retribuimos nosotros? De acuerdo con el pacto, nuestra retribución debería consistir en cuidar y respetar los límites que puede soportar la Tierra. Sin embargo, debido a nuestra ingrati- tud, le pagamos con tiros, cuchilladas, bombas y prácticas ecocidas y biocidas.

Lo segundo es reforzar la reciprocidad o la mutualidad: buscar aquel tipo de relación que nos permita sintonizar con los dinamismos de los ecosistemas, usándolos de manera racional, devolviéndoles la vitalidad y garantizando su sostenibilidad.

Para ello necesitamos reinventarnos como especie: una especie que se preocupe de las demás especies y aprenda a convivir con toda la comunidad de vida. Debemos ser más cooperativos que compe- titivos, tener más cuidado que voluntad de someter, y reconocer y respetar el valor intrínseco de cada ser.

Lo tercero es vivir la compasión no solo entre los humanos, sino con todos los seres; una compasión como forma de amor y de cuida- do. A partir de ahora, todos ellos dependen de nosotros para seguir viviendo, si no quieren verse condenados a desaparecer.

Tenemos que olvidarnos del paradigma de dominación, que re- fuerza la extinción en masa, y vivir el paradigma del cuidado y el respeto, que preserva y prolonga la vida. En pleno antropoceno, urge inaugurar la era ecozoica, que pone lo ecológico en el centro de todo. Solo así habrá esperanza de salvar nuestra civilización y permitir la continuidad de nuestro planeta vivo.

6. LA VIDA PROVIENE DEL CAOS GENERATIVO

En nuestros días, se debate ampliamente acerca de cuestiones relacionadas con la vida: la clonación, la manipulación genética, la concepción «in vitro», etcétera. Se trata de un debate que está en la calle. Por eso, dada la importancia del tema, vamos a presentar una serie de reflexiones extraídas de las ciencias de la Tierra que nos ayuden a profundizar nuestra comprensión de lo que es la vida. Para ello acudiremos a relevantes científicos.

Los creadores de la física cuántica, como Niels Bohr (1885-1962) y Werner Heisenberg (1901-1976), que diferían en numerosos aspec- tos, estaban de acuerdo en que la física cuántica era apropiada para explicar fenómenos relacionados con las partículas elementales y las redes energéticas, pero insuficiente para explicar la vida.

«La vida muestra tal diversidad que excede la capacidad de com- prensión del análisis científico», sentenciaba Bohr en su famosa conferencia de 1932 sobre «Luz y Vida».

Por su parte, Werner Heisenberg, refiriéndose a un largo diálogo mantenido con Bohr, concluía diciendo: «Soñamos con el día en que la biología llegue a fundirse con la física y la química tan completamente como la física y la química se han fundido en la mecánica cuántica» (Diálogos sobre la relación entre Biología, Física y Química, 1930-1932).

Ese día llegó con Ilya Prigogine (1917-2003), Premio Nobel en 1977 por su aplicación de la física cuántica a los fenómenos alejados del equilibrio y, consiguientemente, en situación de caos. Todo funcio- nó correctamente al mostrar que la vida emerge del caos (Order out of chaos), por lo que la vida irrumpe de la materia cuando se halla alejada del equilibrio. La vida representa autoorganización de la materia (autopoiesis).

Para comprender la relevancia de esta afirmación hemos de superar la comprensión «materialista» de la materia y rescatar su sentido originario de mater (madre, de donde proviene «materia») de todas las cosas. La materia es energía densificada, es altamente interactiva, es fuente de espiritualidad, como solía subrayar Pierre Teilhard de Chardin.

Tras haber alcanzado un determinado grado de complejidad de la materia, nos dice el Premio Nobel de medicina en 1974 Christian de Duve (1917-2013) en su famoso libro Polvo vital. El origen y evolución de la vida en la tierra (1999), la vida surge como imperativo cósmico en cualquier parte del universo.

Uniendo esta visión, en la línea de Darwin, a la teoría de la Evo- lución Ampliada, se gestó una visión coherente de todo el universo. Ya no hay compartimentos estancos o paralelos: de un lado, seres orgánicos; del otro, seres inorgánicos. Lo que hay son distintos ni- veles de complejidad y de órdenes dentro de un continuum cósmico de energías en inter-retro-conexiones que articulan el orden-des- orden-nuevo orden, haciendo surgir, en un determinado momento, la vida en toda su espléndida diversidad. Y dentro de la vida, como expresión de una complejidad aún mayor, la conciencia refleja de los seres humanos.

Por más diversas que sean las formas de vida, todas ellas provie- nen de un único ser vivo primordial, aparecido hace 3.800 millones de años. Todos los seres vivos, desde los más ancestrales, pasando por los dinosaurios, los colibríes y los caballos, hasta nosotros mis- mos, los seres humanos, estamos formados por veinte aminoácidos y cuatro ácidos nucleicos. Este es el alfabeto universal con el que se escriben todas las palabras vivas: la inconmensurable biodiversidad de la naturaleza.

Fundamentalmente, somos todos hermanos y hermanas, como consecuencia de una constatación científica, algoque Francisco de Asís, por el camino de la mística cósmica, ya había intuido hace 800 años. Si a partir de este dato objetivo del proceso cosmogénico y biogénico elaboráramos el proyecto de una voluntad política colectiva y un propósito personal, seríamos capaces de transformar el mundo: surgiría una nueva democracia sociocósmica, un pacto social que no incluirá únicamente a los seres humanos, sino a toda la comunidad de vida, finalmente reconciliada consigo misma y con su raíz común: la materia sagrada y misteriosa del universo.