Feminismo para América Latina

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El desempeño de Stevens también triunfó sobre el resto de los grupos feministas establecidos en La Habana que hacían campaña a favor del Tratado de Igualdad de Derechos. Muchas organizaciones de mujeres firmaron una traducción española del mismo, entre ellas el Club Femenino, la Federación Nacional de Asociaciones Femeninas de Cuba, las Damas Católicas, la Asociación de Emigradas Revolucionarias y el Partido Nacional Sufragista, entre otras. Una gran cantidad de grupos políticos, desde los conservadores que apoyaban a Machado hasta los más progresistas, organizaron almuerzos y charlas con las integrantes del NWP. En uno de esos almuerzos, las mujeres del Club Femenino ovacionaron a Stevens, quien habló en inglés, pero contó con la ayuda de una traductora, para alabar los exitosos esfuerzos de las feministas cubanas en la promoción de los derechos igualitarios. En el gran encuentro llevado a cabo en la Asociación de Reporters, Stevens describió el Tratado de Igualdad de Derechos como parte de un esfuerzo mayor a favor de la justicia interamericana y resaltó que estaba naciendo un nuevo código internacional que deseaba hacer del hemisferio un mundo nuevo para hombres y mujeres, no sólo en la teoría, sino en los hechos. Para recalcar su mensaje, agregó que ninguna nación y ningún continente podían a negarles sus derechos, ya que eran derechos humanos.101

Ofelia Domínguez, que se había mudado de Santa Clara a La Habana en 1927, estaba en el corazón de estos acontecimientos. Reconocía al Tratado de Igualdad de Derechos como el triunfo de la resolución del Congreso de Panamá impulsada por ella y González en 1926, por lo que ejerció presión sobre el presidente y los delegados de la conferencia para que les permitieran a las mujeres presentar sus demandas en la sesión plenaria.102 Ofelia también hizo campaña de apoyo para las feministas del NWP y explicó en un artículo: “No ha sido una ‘arrogancia’ [...] la petición seria y razonada que han presentado a la vi Conferencia la señora Smith y la señorita Stevens.” Ellas eran, agregaba, un “grupo generoso de mujeres” comprometidas con “la liberación de la mujer de todo el continente”.103

La conexión entre los derechos igualitarios de las mujeres y los de las naciones se transformó en un hecho incuestionable el 28 de enero de 1928, un día nublado en que más de 200 mujeres se manifestaron en el aniversario del nacimiento de José Martí, fundador del Partido Revolucionario Cubano, héroe de la liberación cubana y uno de los primeros defensores de la solidaridad antiimperialista interamericana.104 Una mujer cubana y una estadounidense encabezaban la marcha, sosteniendo cada una la bandera de su país, en dirección a la estatua de Martí en el Parque Central de La Habana. Detrás de ellas, las mujeres avanzaban cargando los estandartes de sus agrupaciones: la Federación Nacional de Asociaciones Femeninas de Cuba, el Club Femenino, el Partido Nacional Sufragista y la Liga Patriótica Sufragista, entre otras. 21 mujeres llevaban vendas azul celeste sobre el pecho con los nombres de cada una de las repúblicas de América. Más atrás iba Stevens, sus compañeras del partido y una mujer que llevaba una pancarta con una cita de Martí: “La mujer [...] debe tener el mismo derecho de votar que el hombre tiene.” La marcha, que se extendía durante unas cuantas manzanas, acababa con una gran pancarta con otra cita de Martí: “En la justicia no cabe demora, y el que dilata su cumplimiento, la vuelve contra sí.” Después de que una de las mujeres depositara una impresionante ofrenda a los pies de la estatua del héroe cubano, un hombre contratado por el NWP soltó 2 mil palomas mensajeras como símbolo de la paz interamericana.105

Esta entusiasta manifestación fue la culminación de los esfuerzos de las mujeres para ejercer presión y extendió las conexiones entre el movimiento feminista panamericano en ciernes y el legado antiimperialista de Martí. A pesar de que los representantes de Estados Unidos continuaron negando su apoyo a las audiencias de las mujeres, numerosos delegados latinoamericanos y, en ocasiones, delegaciones enteras hicieron efusivas declaraciones a favor de abrir a las mujeres algunas sesiones no oficiales durante la conferencia.106 Este apoyo también descansaba en el trabajo de base llevado a cabo durante los últimos años por Paulina Luisi, Clara González y Ofelia Domínguez Navarro. Jacobo Varela, presidente de la delegación uruguaya y ex embajador de Uruguay en Washington, quien en la Conferencia de Baltimore de 1922 había promovido la visión del feminismo panamericano de Paulina Luisi y Baltasar Brum, presentó una moción para darles audiencia a las mujeres. Uno de sus principales defensores fue Ricardo J. Alfaro, jefe de la delegación panameña, que había recibido una petición de Clara González.

El acusado rasgo antiimperialista de la conferencia aceleró de manera crítica el apoyo latinoamericano. Las delegaciones de Argentina, México, Guatemala, Panamá, Cuba, El Salvador, Costa Rica, Paraguay y Nicaragua —muchas de las cuales habían defendido políticas antiintervencionistas que sólo consiguieron ser revocadas por la delegación estadounidense— se decidieron a impulsar las iniciativas feministas. Aprovechando la frustración de las ilusiones en los políticos, Stevens ejerció presión sobre ellos para que les concedieran audiencia, lo que reforzó la idea de que apoyar el feminismo sería un desafío al gobierno de Estados Unidos y que la falta de apoyo a los derechos de la mujer era parte del control que ejercía sobre América Latina. El 4 de febrero, el jefe de la delegación argentina, Honorio Pueyrredón, se enfrentó con audacia a Estados Unidos al señalar que toda intervención diplomática o armada, ya fuera temporal o permanente, era un ataque contra la independencia de los países que violaba los derechos igualitarios de las naciones.107 Éste era el tipo de desafío a la autoridad que la delegación estadounidense había temido, por lo que Hughes se apresuró a revocar la propuesta de no injerencia de Pueyrredón. Poco tiempo después, éste secundó de manera individual la audiencia para las mujeres, por lo que se les permitió hablar en la conferencia unos días más tarde.108

En una de sus cartas, Jonathan Mitchell, compañero sentimental de Stevens, aplaudía el éxito de Doris y la animaba a aprovechar al máximo el discurso de ataque contra Estados Unidos por parte de Pueyrredón para que ella también criticara a su país. La instaba a jugar con los múltiples significados de la palabra soberanía y a que subrayara que, aunque Estados Unidos promovía el reconocimiento de las mujeres como iguales, les negaba muchas oportunidades, de la misma manera que hacía con su supuesta acogida a los socios panamericanos y latinoamericanos. Si conseguía exprimir al máximo el negocio de la soberanía, agregaba Mitchell, el carácter de la sesión pondría eufóricos a los latinoamericanos, lo que serían muy buenas noticias.109

Fue así como Stevens, en su discurso del 7 de febrero de 1928, desde el escenario de la suntuosa aula magna de la Universidad de La Habana, proclamó el poderoso vínculo entre las naciones latinoamericanas que se rebelaban contra los mandatos sobre cómo actuar por su propio bien y las mujeres que se rebelaban contra los hombres por el mismo motivo. En ambos casos, agregó, protección significa control, no igualdad. Con los escudos de armas de las 21 repúblicas americanas en la pared detrás de ella y con la ayuda de un diplomático chileno que hacía de traductor, Stevens afirmó que las mujeres ilustradas se habían rebelado contra actos llevados a cabo por su bien. Agregó que ya no querían más leyes escritas por su bien sin su consentimiento, que tenían el derecho de dirigir sus destinos junto con los hombres.110 También hizo una alusión explícita a las calumnias que había lanzado Catt contra las mujeres latinoamericanas e indicó que éstas las resentían y renegaban de cualquier tipo de superioridad y que no creían que los hombres estadounidenses debían ser tiernos protectores de las mujeres latinoamericanas.111

Las otras siete mujeres que se dirigieron al pleno también establecieron lazos entre la igualdad de las mujeres, en lo laboral y jurídico, y la igualdad y la justicia interamericanas.112 Julia Martínez, feminista y médica cubana, se dirigió a una sala atestada con más de 2 mil personas para subrayar la conexión entre los derechos de la mujer y la soberanía de Cuba. Lanzó al público una pregunta: ¿qué significado tenía la soberanía para Cuba si las mujeres no tenían derechos igualitarios?113 Muna Lee de Muñoz Marín, miembro estadounidense del NWP, casada con Luis Muñoz Marín, editor puertorriqueño proveniente de una prominente familia de políticos, comparó de manera explícita la situación de dependencia de las mujeres con la dependencia de Puerto Rico. En su discurso dijo que a las mujeres se les daba todo hecho, menos la soberanía; se las trataba con mucha consideración a excepción de considerarlas como seres responsables. Señaló las similitudes entre la dependencia de las mujeres y la de Puerto Rico, calificándolas como anomalías legales.114 Pilar Jorge de Tella proclamó un feminismo por la justicia en su discurso en representación no sólo del Club Femenino, sino de las mujeres trabajadoras del gremio de despalilladoras, la organización de trabajadoras de mayor envergadura en Cuba, que representaba a unas 1 500 mujeres, muchas de ellas afrodescendientes. El País señaló: “Por primera vez una organización femenina de carácter obrero ha estado representada en un acto de índole sufragista.”115

También era la primera vez que habían participado mujeres en una conferencia intergubernamental para hablar a favor de sus derechos. A pesar de sus apasionados alegatos, sólo un puñado de delegados votó a favor del Tratado de Igualdad de Derechos; sin embargo, la conferencia aprobó el establecimiento de una organización intergubernamental dedicada al estudio y la promoción de los derechos de la mujer, la primera de su tipo.116 Doris Stevens presionó para que se estableciera en La Habana, insistiendo en que la resolución de Soto Hall de 1923 reclamaba un organismo de estas características.117 Esta Comisión Interamericana de Mujeres consistiría en una mujer delegada de cada país del hemisferio occidental y tendría una oficina en la sede de la Unión Panamericana en Washington.

 

Las feministas tenían la esperanza de que esta comisión uniera a las mujeres de toda América y continuara la lucha por el Tratado de Igualdad de Derechos. Cuando el Club Femenino organizó un almuerzo de despedida para las mujeres del NWP, Doris Stevens anunció que las mujeres del continente nunca abandonarían los vínculos forjados en La Habana.118 Le contó a Alice Paul que ya sentían el estrépito de algunos delegados, llenos de entusiasmo, por volver corriendo a sus países para lograr que se mejoraran las leyes nacionales antes de que el temible tratado llegara a comprometerlos.119

De regreso a Estados Unidos, las mujeres del NWP sacaron el máximo provecho de su campaña en Cuba. Se presentaron a sí mismas como una fuerza rebelde que había invadido la conferencia para formar la CIM. Muna Lee publicó un artículo en The Nation, en el cual proclamaba con orgullo que la sexta Conferencia Panamericana había dejado afuera a Sandino, pero había dejado entrar al Woman’s Party de Estados Unidos.120 Doris Stevens anunció que en La Habana había nacido el feminismo internacional.121

Ofelia Domínguez Navarro también albergaba grandes expectativas respecto de la CIM. Algunos meses después de la creación de la comisión, Domínguez se hizo líder de un nuevo grupo local, la Alianza Nacional Feminista, que aglutinó a una serie de organizaciones en un amplio frente unitario por el voto, transformándose en uno de los grupos feministas más influyentes de Cuba. Una integrante recalcó que el activismo en la conferencia panamericana había sido el catalizador del grupo y agregó que había sido un hito en la historia del feminismo, al contribuir más que ningún otro evento a que las mujeres cubanas se dieran cuenta de sus carencias. Agregaba que muchas habían escuchado las fervientes palabras de mujeres de distintos países, lo que les había inspirado confianza en un futuro que sólo se alcanzaría mediante la acción conjunta, lo que para muchas supuso una revelación.122

Ofelia Domínguez sabía que ella y Clara González habían ayudado a encender la chispa de este despertar. Su exigencia de un apoyo supranacional por los derechos de la mujer en el congreso de Panamá en 1926 allanó el camino hacia las colaboraciones feministas que tuvieron lugar en La Habana unos años más tarde. En 1929, Domínguez utilizó este impulso interamericano para hacer campaña a favor del sufragio. En su discurso en el palacio presidencial de La Habana dijo que dar entrada a las mujeres en la vida política de la nación ayudaría a asegurar su soberanía y lo que llamó derechos humanos de las mujeres.123 Su deseo era que la Comisión Interamericana de Mujeres contribuyera a hacer realidad estas demandas.

3. Feminismo práctico

En julio de 1928, seis meses después del dramático desenlace de la Conferencia de La Habana, Clara González y Doris Stevens se sentaron juntas para una sesión fotográfica orquestada por el National Woman’s Party [Partido Nacional de la Mujer] (NWP). González acababa de llegar a Washington para empezar su labor en la nueva Comisión Interamericana de Mujeres (CIM): Clara y Doris fueron las primeras dos integrantes de esta organización que debía incluir 21 miembros, una por cada república del continente. A la sombra de las palmeras del patio de la Unión Panamericana, edificio sede de la comisión, estas mujeres conversaron al tiempo que ensayaban diferentes poses. La imagen elegida por el NWP sería vista por miles de lectores de periódicos en Panamá, Estados Unidos, Brasil, Chile, Uruguay, Cuba y otros países, a menudo acompañada del titular “Feminismo”.1 Con Clara frente a la cámara, sonriéndole a Doris, quien con la boca abierta mostraba que estaba dialogando, la fotografía presentaba la puesta en escena que el NWP quería mostrar. Con peinados y atuendos modernos, González y Stevens representaban las nuevas caras de un panamericanismo fundado sobre la igualdad y la amistad entre las mujeres del Nuevo Mundo. “Por primera vez en la historia mundial —rezaba el texto promocional que acompañaba a las imágenes—, un grupo internacional compuesto de delegadas de varios Estados ha empoderado a las mujeres para [...] estudiar el estatus de la mujer y recomendar medidas para volver a hombres y mujeres iguales ante la ley”.2

González consideraba que esta organización y su propio rol en ella eran avances respecto de los objetivos que su amiga Ofelia Domínguez Navarro y ella misma habían promovido varios años antes en Panamá. Allí, las dos mujeres habían apoyado diversas resoluciones sobre amplias legislaciones internacionales acerca de los derechos de la mujer y un nuevo feminismo americano fundado en la acción conjunta en pro de los derechos de la mujer y del antiimperialismo. A partir del liderazgo de Stevens en La Habana, González tenía grandes expectativas de que la comisión también abrazara estos altos ideales.

No obstante, a pesar de su entusiasmo inicial, Clara pronto se daría cuenta de que Doris dirigía la CIM de forma unilateral y de que se destacaba por encabezar esfuerzos publicitarios, en vez de alentar la igualdad o la amistad interamericanas. A lo largo de los primeros cinco años de la comisión, muchas de las feministas antimperialistas hispanohablantes que habían propiciado su creación, como Clara González, Ofelia Domínguez y Paulina Luisi, llegaron a resentir el liderazgo de Stevens. Descubrieron que las declaraciones de Doris en La Habana a favor de la soberanía habían sido de dientes para afuera. Como presidenta de la comisión, Stevens perseguía un solo objetivo: la igualdad política y civil de los derechos de la mujer, consagrada en el marco del derecho internacional. Relegó otros objetivos buscados por González, Domínguez y otras feministas: antiimperialismo, derechos sociales y económicos para la mujer, reconocimiento de que los objetivos de la comisión tendrían que variar de acuerdo con el contexto político local y con el liderazgo del feminismo latinoamericano. Para estas mujeres, dichos ideales, más amplios, definían al feminismo y las distinguían de sus contrapartes estadounidenses.


FIGURA 9. Clara González y Doris Stevens sentadas en el patio de la Unión Panamericana, Washington (DC), Harris & Ewing, 1928. El NWP distribuyó esta imagen junto con noticias sobre la creación de la CIM en periódicos y revistas a lo largo y ancho de Estados Unidos y América Latina. Cortesía de la Schlesinger Library, Radcliffe Institute, Universidad de Harvard.

Estas decepciones condujeron a choques y confrontaciones, pero también a fortalecer los vínculos entre González, Domínguez y Luisi. Estas mujeres ayudarían a crear nuevas redes de disidencia entre las feministas latinoamericanas, basadas en el antimperialismo, la búsqueda de justicia social, el liderazgo latinoamericano y la unidad en su oposición a Doris Stevens. Dichas redes facilitaron su amistad y crearon un feminismo panamericano alternativo, enfocado en la solidaridad y el apoyo a luchas locales, lo que Domínguez llamó “feminismo práctico”.3 A principios de los años treinta, las rupturas generadas por la Gran Depresión provocaron nuevas turbulencias sociales, económicas y políticas en América y originaron la necesidad aún más grande de un feminismo práctico, para cuya construcción se aliaron numerosas feministas hispanohablantes. Ese tipo de feminismo sembró la raíz de las futuras resistencias a Doris Stevens y de la lucha continua por sus objetivos.

CLARA GONZÁLEZ Y LA COMISIÓN INTERAMERICANA DE MUJERES

Clara se enteró de los logros de la Conferencia de La Habana de 1928 cuando estaba en Nueva York, donde, con una beca del gobierno panameño, estudiaba en la Universidad de Nueva York derecho y las instituciones penales para mujeres y jóvenes delincuentes. Celebró este ímpetu del feminismo interamericano que ella y su amiga Ofelia habían ayudado a provocar.

Algunos meses más tarde, los funcionarios latinoamericanos y estadounidenses de la junta de gobierno de la Unión Panamericana cumplieron con los términos de la conferencia y crearon la Comisión Interamericana de Mujeres. El jurista cubano Antonio Sánchez de Bustamante y el diplomático peruano Víctor Maúrtua, ambos impresionados con el liderazgo de Doris Stevens en La Habana, la nombraron presidenta y comisionada por parte de Estados Unidos. La junta escogió mediante sorteo los otros seis países cuyos gobiernos elegirían a las primeras delegadas: Argentina, Colombia, Haití, Panamá, El Salvador y Venezuela. Estas delegadas seleccionarían representantes para las sillas restantes.4 El diplomático panameño Ricardo Alfaro recomendó a González como representante panameña, reconociendo su papel en la creación de la comisión. La proximidad de Clara con Washington también la perfilaba como una candidata ideal para ese puesto.

Al enterarse de su nombramiento, Stevens contactó de inmediato a González y la instó a trabajar en la oficina de la Unión Panamericana. Su primera conversación, en un almuerzo en Nueva York, dejó a cada una impresionada con la otra. Doris le escribió a Clara que “me hizo sentir que no habrá límites para lo que la comisión pueda lograr si todas sus integrantes son feministas tan entusiastas, tan comprensivas y tan brillantes como usted”.5 González aceptó ir de inmediato a Washington para pasar el verano.

Allí, Clara se entregó al trabajo legislativo de la comisión sobre los derechos de la mujer. Regresó en el verano de 1929 y en los siguientes dos años viajó frecuentemente de Nueva York a la capital estadounidense, incluso durante su periodo como estudiante. En Washington se hospedaba en la Alva Belmont House, sede del NWP, situada en forma prominente frente al Capitolio y en la misma calle de la Biblioteca del Congreso, donde Stevens dispuso un cubículo privado para González en la sección jurídica.6 Aunque al principio Clara hablaba inglés con cierta dificultad, hacia el final de su estancia en Estados Unidos en 1930 ya dominaba la lengua. Como en aquel entonces Stevens no hablaba español, González y Muna Lee de Muñoz Marín, quien también hizo trabajo como voluntaria por un lapso breve, tradujeron correspondencia y comunicados del y al español, mientras que Elsie Ross Shields, la secretaria de la comisión, hija de un funcionario del servicio exterior británico y originaria de Brasil, traducía del y al portugués.7

González le brindó su significativa pericia legal a la comisión, trabajando largas horas en la Biblioteca del Congreso para crear el compendio internacional de leyes que la comisión presentaría a la Conferencia para la Codificación del Derecho Internacional de La Haya en 1930 y a la Conferencia Panamericana de Montevideo en 1933. El NWP había compilado durante muchos años las leyes discriminatorias de todos los estados de Estados Unidos, que publicitaba en panfletos y publicaciones periódicas. Ahora el partido estaba realizando un estudio de las leyes de todo el continente, el primero de su tamaño y alcance internacional. El compendio reveló discriminación contra las mujeres en un amplio rango: civil, penal y otras formas jurídicas en todos los países americanos. Reconocer la vastedad de estas leyes persuadiría a muchos estadistas y feministas de apoyar el Tratado de Igualdad de Derechos. Clara, que había pulido en Panamá su conocimiento sobre la legislación de los derechos de la mujer con su pionera tesis profesional, fue clave para su producción.

González consideraba el trabajo legal de la comisión sobre los derechos civiles y políticos de las mujeres como algo muy importante, pero también esperaba que el grupo combatiera el imperialismo estadounidense, como se prometió en su fundación. En 1927 se había unido al capítulo neoyorkino de la Federación Latinoamericana de Estudiantes, un grupo antiimperialista de alumnos que vivían en Estados Unidos, comprometidos con la liberación de los pueblos de América Latina. González intentó vincular este grupo con la comisión. Una declaración oficial de la federación, posiblemente escrita por la propia Clara, explicó que, aunque la CIM había sido creada en una de las conferencias panamericanas, las cuales servían a alianzas perversas e intereses particulares, la comisión en sí encarnaba motivaciones más puras; argumentó que “la defensa de los derechos de las mujeres significaba luchar por ideales universales, y que no se debía frenar a las causas justas basándose en las circunstancias de su surgimiento”.8

 

La poco disimulada aversión del gobierno estadounidense a la comisión le dio esperanza a González de que sería un organismo autónomo en pro del feminismo y la justicia interamericanas. A lo largo de la primera década de la CIM, bajo los presidentes Coolidge y Hoover, la Unión Panamericana y el Departamento de Estado la consideraron ya una molestia, ya algo irrelevante. Memorándums internos revelan que el Departamento de Estado estimaba que la comisión era en esencia inútil, dado que las mujeres en Estados Unidos ya contaban con el derecho al voto.9 Cuando el director de la Unión Panamericana, Leo Rowe, le entregó a regañadientes a Doris Stevens su ya acordada oficina en la Unión Panamericana, tras casi un mes de regateos, subrayó que eso no implicaba que la comisión fuera “oficial”.10 Tal como la feminista chilena Marta Vergara expresaría de forma elocuente años más tarde, la comisión “era una especie de hija ilegítima a la cual la [Unión Panamericana] había tenido que reconocer a pesar suyo”.11


FIGURA 10. Doris Stevens lidera a integrantes de la CIM en una protesta en la Conferencia del Tratado de Paz Kellogg-Briand, afuera del castillo de Rambouillet, Francia, en 1928. Su pancarta, en francés, dice: “Exigimos un tratado que nos otorgue igualdad de derechos”. Cortesía de la Schlesinger Library, Radcliffe Institute, Universidad de Harvard.

Siempre en su papel de estratega, Stevens entendía la importancia que esta independencia tenía para obtener el apoyo latinoamericano. En comunicados de prensa y entrevistas, enfatizaba que la CIM era un grupo “apolítico” y “apartidista”, con autonomía financiera de Estados Unidos. En privado, celebró su estatus híbrido intergubernamental/no gubernamental. Como le explicó a una amiga en 1929, esta “situación de oro [...] probablemente nunca volvería a presentarse en nuestras vidas: la presidenta, una feminista, y nosotras, constituidas tan recientemente que el gobierno no le puso la menor atención a lo que hicimos”.12

En agosto de 1928, Stevens orquestó una dramática protesta en Rambouillet, Francia, que enfatizó la independencia de la CIM respecto del gobierno de Estados Unidos. La primera acción militante a gran escala de la comisión convulsionaría la firma del tratado de paz del secretario de Estado estadounidense, Frank B. Kellog, y el ministro francés de Asuntos Exteriores, Aristide Briand. Poco después de la primera Guerra Mundial, muchas personas en Estados Unidos y Europa Occidental pensaban que el Tratado Kellogg-Briand, que renegaba de la guerra como “un instrumento de política nacional”, expresaba un compromiso serio, casi sagrado, hacia la paz mundial.13 No obstante, Doris Stevens lo vio como la oportunidad perfecta para dar a conocer la comisión en todo el mundo. Dado que por esas fechas ella asistiría a una reunión de la Sociedad de Naciones en Ginebra, decidió desviarse a Francia para coincidir con la firma del tratado.14 En París, Doris movilizó a un grupo de feministas europeas y estadounidenses para exigir que se realizara una audiencia conjunta del Tratado de Igualdad de Derechos y del tratado de paz. Cuando Kellogg se negó, Stevens condujo con audacia a nueve mujeres para protestar afuera de la residencia privada del presidente francés, el castillo de Rambouillet, donde estaban almorzando Kellogg y otros firmantes del tratado. Cuando se les pidió retirarse, Stevens lanzó varios “ataques por los flancos”, con los que las mujeres intentaron sobrepasar a toda velocidad a los guardias situados enfrente del castillo, gracias a lo cual ella y su cohorte fueron a parar a una cárcel parisina. Las manifestantes pasaron la mayor parte de sus tres horas de cárcel paradas en la ventana, lanzándoles panfletos del Tratado de Igualdad de Derechos a los simpatizantes que las vitoreaban ahí abajo. Esta protesta fue el primer acto significativo de desobediencia civil desde el movimiento sufragista en que participaron feministas estadounidenses y apareció en las primeras planas de periódicos de todo el mundo.15

El ardid del Tratado de Paz Kellogg-Briand se convirtió en un parteaguas para la popularidad de la comisión entre las élites latinoamericanas. Mientras muchas personas en Europa y Estados Unidos censuraron las acciones de Stevens como escandalosas y de mal gusto, muchos políticos, funcionarios, periodistas, feministas de izquierda y latinoamericanos en general las elogiaron.16 El secretario de Estado estadounidense había supervisado el violento asalto de marines en Nicaragua, entre otras intervenciones en la región. Una escritora feminista puertorriqueña se refirió a Kellogg y Briand como “bufones” lastimeros y a su “tratado de paz” como una ridícula contradicción.17 El Partido Comunista Internacional había orquestado protestas antiimperialistas en París antes del tratado de paz y el periódico socialista New York Worker calificó al arresto de Stevens en Francia como “la primera victoria militar ganada por el Tratado de Paz Kellogg”.18 Varios años más tarde, el senador haitiano Pierre Hudicourt, quien había sido encarcelado por los marines estadounidenses, recordó a Stevens como una “compañera presa política”.19 Clara González fue una de sus partidarias más vehementes: “Las detenciones son prueba inequívoca —le dijo a los reporteros— de que el Viejo Mundo va a la zaga del Nuevo en cuanto a su actitud hacia las mujeres y sus derechos.”20

El apoyo latinoamericano al acontecimiento de Rambouillet le ayudó directamente a Stevens en Ginebra, donde los políticos latinoamericanos la ayudaron a impulsar las demandas de igualdad de derechos de la CIM para la siguiente Conferencia para la Codificación del Derecho Internacional de la Sociedad de Naciones.21 Orestes Ferrara, el delegado cubano de la liga, a quien Doris había impresionado en La Habana a inicios de ese mismo año, presentó la propuesta de Stevens que planteaba el nombramiento de mujeres como delegadas para la siguiente Conferencia de La Haya, la cual fue aceptada. Ferrara “insiste en presentarme como ‘la joven que fue arrestada en París por molestar al señor Kellogg’”, le informó Stevens a la comisión. “Esto parece deleitar a todos los latinoamericanos. Intuyo que el señor Kellogg no es uno de sus favoritos.”22

Pese a esta clase de dramáticos actos de rebeldía contra Estados Unidos, Stevens no tenía un verdadero compromiso antiimperialista. Cuestionaba a su país cuando era oportuno, pero nunca consideró seriamente que enfrentarse a la hegemonía estadounidense fuera un fin en sí mismo. Para ella, la CIM y el feminismo tenían un solo objetivo: la igualdad de los sexos. Esto significaba que, si el Tratado de Igualdad de Derechos fuera ratificado por la Conferencia Internacional de los Estados Americanos y otros organismos internacionales como la Sociedad de Naciones, tendría una nueva herramienta para cambiar las leyes nacionales que regían la vida de las mujeres en todo el mundo. Para Stevens, y muchas otras mujeres del NWP, la igualdad legal de derechos civiles y políticos representaba el fin último del feminismo. Este estrecho compromiso por la igualdad legal, desligado de otros objetivos políticos o sociales, le había servido estratégicamente al NWP cuando luchó con determinación por la Decimonovena Enmienda a la Constitución de Estados Unidos. La historiadora Nancy Cott ha evaluado que esta dinámica “tomó forma en la lucha sufragista y se aplicó, bien y mal, de forma obsesiva, después de esto”.23