Feminismo para América Latina

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LA CONFERENCIA DE PANAMÁ DE 1926: SOBERANÍA PARA LAS MUJERES Y LAS NACIONES

El congreso celebrado en Panamá en 1926, en el que Ofelia Domínguez Navarro y Clara González anunciaron sus novedosas y audaces metas, fue resultado directo de la Conferencia de Baltimore de 1922, comandada por Carrie Champan Catt y Bertha Lutz. Inauguró el congreso Esther Neira de Calvo, delegada en Baltimore por Panamá y vicepresidenta de la Unión Interamericana de Mujeres, nuevo nombre de la Pan-American Association for the Advancement of Women [Asociación Panamericana para el Progreso de las Mujeres] (PAAAW). Cuando Neira de Calvo supo que Panamá conmemoraría el centenario del congreso de Simón Bolívar de 1826, decidió celebrar un congreso de mujeres como parte de estos actos para revitalizar la inactiva Unión Interamericana de Mujeres.2 Neira de Calvo —que provenía de un entorno de élite, se había educado en Europa y hablaba inglés con fluidez— mantenía una estrecha relación con el gobierno de Panamá y apoyaba a las instituciones y la cultura estadounidenses. Fue para ella una gran decepción que tanto Catt como Lutz rechazaran la invitación a asistir al encuentro.3


FIGURA 4. Clara González, fecha desconocida. Cortesía de la Schlesinger Library, Radcliffe Institute, Universidad de Harvard.

Sin embargo, la ausencia de Catt y Lutz abrió el camino a otras líderes y a nuevas variantes del feminismo surgidas al calor de la conferencia. Neira de Calvo reunió a un grupo de mujeres más diverso que el de la Conferencia de Baltimore de 1922. Unas doscientas mujeres provenientes de Perú, Cuba, Panamá, Colombia, Bolivia (estos dos últimos países no habían tenido representación en Baltimore) y otras muchas naciones asistieron a la conferencia, cuyo idioma oficial fue el español.4

Clara González se transformó en una de sus líderes. Su fama había crecido hacía poco en Panamá por ser la primera abogada en ese país y por haber fundado una nueva organización feminista. Nacida en la provincia de Chiriquí, de padre español y madre panameña de ascendencia indígena, quienes no se habían casado de manera oficial, González provenía de un entorno más humilde que el resto de las líderes feministas panamericanas. Su acercamiento al feminismo provenía además de una experiencia personal más traumática que la del resto de sus compañeras. Cuando González era niña, su madre buscaba trabajo remunerado fuera del hogar y su padre trabajaba como carpintero ambulante. A la edad de seis años fue violada por el nieto de su padrino, un hombre rico y poderoso de Chiriquí, pero su sexo y su clase hicieron que la culpa recayera en ella en lugar de en su agresor. Esta experiencia persiguió a González durante casi toda su vida y fortaleció su resolución de cambiar las leyes patriarcales.5 Tuvo acceso a la educación gracias a becas y a un incipiente sistema educativo público; más adelante trabajó como maestra mientras tomaba cursos nocturnos para terminar la licenciatura en derecho en el Instituto Nacional. En 1922, a los pocos meses de cumplir 24 años, González se transformó en la primera abogada de Panamá.6 El código civil panameño les impedía a las mujeres ejercer la abogacía, pero sus intercesiones directas con el presidente Belisario Porras consiguieron en 1924 la aprobación de una ley que garantizaba el derecho de las mujeres a ejercer el derecho.7

La tesis profesional de González, La mujer ante el derecho panameño, le otorgó prestigio nacional e internacional. Se trataba de un análisis exhaustivo —el primer estudio de este tipo— de la situación de las mujeres bajo la legislación política, penal y civil de su país. Su éxito la llevó a lanzar su propia organización, Renovación, para luchar por el sufragio y la igualdad jurídica de las mujeres.8 En 1923, contribuyó a la formación de un partido político y organización independiente, el Partido Nacional Feminista (PNF), al cual varios historiadores atribuyen el “nacimiento del feminismo” en Panamá.9 A diferencia de la más conservadora Sociedad Nacional para el Progreso de la Mujer, de Esther Neira de Calvo, que aglutinaba mayoritariamente a mujeres de la élite y se enfocaba en el “mejoramiento de la mujer” en lugar de en el voto, el PNF se distinguía por una membresía y un liderazgo más diversos, que incluía a mujeres afropanameñas y trabajadoras, además de por su lucha explícita por los derechos civiles y políticos igualitarios para las mujeres.10

Durante sus inicios, el PNF de González cambió con éxito algunas disposiciones relativas a derechos políticos, educación y bienestar de la mujer.11 El grupo fundó una escuela nocturna para mujeres y presionó por la promulgación en 1925 de leyes de protección de diversos derechos civiles, entre ellos los derechos de la mujer a administrar sus propiedades, tener representación en los tribunales, actuar como testigo de testamentos y otros documentos legales, y ser admitida en el Colegio de Abogados. Gracias al activismo del grupo, Panamá revisó su ley de matrimonio en 1925 para que, en lugar de que las esposas debieran “obediencia” a sus maridos, una y otros se debieran “recíprocamente respeto y protección” en virtud de la ley; además, se aceptó el divorcio por consentimiento mutuo.12

Para González, la igualdad de derechos ante la ley representaba el eje de las demandas feministas, así como un medio para alcanzar metas más importantes. A pesar de que en esos años Clara no tenía vínculos oficiales con el Partido Socialista, era feminista y socialista por sus principios intelectuales y organizativos. Influida por La mujer y el socialismo, del filósofo alemán August Bebel, publicado en 1919, cofundó la Federación de Estudiantes de Panamá en 1922 y se unió a la Federación Sindical de Obreros y Campesinos, al Sindicato General de Trabajadores y al Grupo Comunismo, una asociación inspirada en el socialismo, el anarquismo y el antiimperialismo. Además de apoyar el voto y la igualdad civil como necesidades vitales, buscaba promover los derechos de todos los trabajadores, especialmente de las mujeres, además de abordar las disparidades socioeconómicas de la sociedad panameña, todo lo cual ella consideraba como objetivos internacionales. Al ser testigo de cómo la primera Guerra Mundial y las Revoluciones rusa y mexicana habían impulsado animados debates políticos, que abarcaban el feminismo, de la misma manera que habían fortalecido sólidos movimientos sociales de trabajadores y diversos tipos de anarquismo, González ligó su feminismo a ideales anarcosindicalistas e internacionalistas.13

También vinculó su feminismo a ideales antiimperialistas. En Panamá, el vergonzoso Tratado Hay-Bunau Varilla de 1903 cedió el Canal de Panamá a Estados Unidos y le otorgó a perpetuidad todos los derechos, los poderes y la autoridad sobre la zona del Canal, una franja de 1 432 kilómetros cuadrados. En 1926, cuando se estaban discutiendo los términos del tratado, Estados Unidos buscó expandir su control en la región.14 Los reclamos por la soberanía panameña continuaron durante esos años; mientras tanto, los argumentos sufragistas de González se basaron de manera explícita en el lenguaje de la soberanía nacional.15

Estos ideales inspiraron las metas de González por un feminismo interamericano. Después de recibir una invitación de Neira de Calvo para asistir a la conferencia, González explicó en Orientación Feminista, órgano del PNF, que la conferencia sería un acto trascendental que fusionaría preocupaciones locales e internacionales. Esperaba que el congreso representara no sólo a mujeres influyentes, sino a aquellas con distintos orígenes y “a todas las que [...] por diversos caminos [...] se esfuerzan en la persecución del ideal social de justicia encarnado en el triunfo de los derechos de la mujer”.16

González buscaba en concreto un nuevo feminismo panhispánico que celebrara a las mujeres latinoamericanas de todas las clases, incluidas las pobres y las trabajadoras. Bien consciente del trabajo de base llevado a cabo por Neira de Calvo, Carrie Chapman Catt y otras, Clara estaba preocupada por el elitismo y la superioridad estadounidense manifestados por sus líderes. Algunos comentarios que había hecho Catt en su visita a Panamá en 1923 —acusaciones de que los hombres latinoamericanos eran encorsetados e intolerantes, y de que las mujeres latinoamericanas no estaban preparadas para exigir el derecho al voto— habían sido ampliamente divulgados y condenados por la prensa panameña.17 González sostuvo que el Congreso de Panamá fortalecería el sueño bolivariano de 1826 de lograr la unidad hispanoamericana. Así, las mujeres de América Latina podrían fortalecer sus vínculos mutuos y crear su propia “unidad política hispanoamericana” para exigir sus derechos.18

Cuando invitaron a Clara a hablar en la sesión sobre “Mujeres ante la ley”, que era parte de la conferencia, elaboró una resolución por la igualdad de derechos políticos para las mujeres en todo el continente. Citaba como precedente de este tipo de ley internacional la resolución de Máximo Soto Hall de Santiago, en 1923, así como nuevas tendencias en la legislación interamericana que buscaban uniformar diversas disposiciones nacionales. González también creía que este tipo de legislación internacional por los derechos de la mujer combatiría lo que ella llamaba “el prejuicio de la falta de preparación de la mujer hispanoamericana para el ejercicio de la ciudadanía”, en alusión a las calumnias lanzadas por Catt contra las latinoamericanas.19

 

FIGURA 5. Ofelia Domínguez Navarro, fecha desconocida. Cortesía del Archivo Nacional de Cuba, La Habana, Cuba.

A más de 1 500 kilómetros al norte, en La Habana, Ofelia Domínguez Navarro se preparaba a su vez para el congreso en Panamá. Tenía en mente metas similares para conseguir la igualdad de derechos de la mujer y las naciones. Ofelia había nacido en Las Villas; su padre y su madre habían participado activamente en la guerra cubana de Independencia (1895-1898).20 Él había combatido en esa revolución y ella, con la pequeña Ofelia cogida en brazos, contrabandeaba armas para los rebeldes. Madre e hija habían vivido en un campo de reconcentración durante un breve periodo. Siendo aún una niña, en 1898, estalló la guerra entre España y Estados Unidos. Domínguez fue testigo de cómo Cuba ganaba su supuesta independencia de España a expensas de la Enmienda Platt de 1901, que no sólo le otorgaba a Estados Unidos la bahía de Guantánamo como base naval, sino que también le cedía autoridad sin restricciones para intervenir en la isla. Al morir su madre, cuando Ofelia tenía 14 años, se hizo cargo del cuidado de sus hermanas, aunque sin abandonar sus estudios, hasta que se graduó como maestra en la localidad rural de Jorobada. Allí vio cómo crecía el control político y económico de Estados Unidos sobre la isla y sobre los trabajadores azucareros. Como lo explicaría ella misma más tarde: “Por las prédicas paternas conocía algo de la presión americana, de su explotación y del avance del capital monopolista a través de la industria azucarera. Pero la presencia en carne viva de esas realidades, en medio de los ricos campos cañeros que ahora tenía a la vista, avivaron tempranamente mi sentido de responsabilidad humana.”21

Una vez que obtuvo su licenciatura en derecho por la Universidad de La Habana, se inició en el feminismo cuando trabajaba como abogada defensora de mujeres sin recursos y trabajadoras sexuales en asuntos penales. Conoció entonces las profundas disparidades económicas y sexuales que llevaban a las mujeres a ejercer la prostitución. Igual que González, Domínguez creía que la ley constituía una promesa extraordinaria para un cambio social más profundo. Gracias a su preocupación por las hijas y los hijos ilegítimos, y por las madres solteras, empezó a defender cada vez más un feminismo que aspirara a la igualdad de derechos civiles y políticos, convencida de que podían ser palancas para un cambio más profundo. En 1923 asistió al primer Congreso Nacional de Mujeres de Cuba, donde causó un gran revuelo al plantear las pruebas de paternidad y los derechos de hijas e hijos ilegítimos. Se unió al Club Femenino, que llegó a encabezar, una organización feminista conocida en el país por su amplio programa dirigido a mujeres trabajadoras, madres solteras e hijas e hijos ilegítimos, así como por desafiar a la iglesia y la moral familiar. En 1925, el club rompió con algunos grupos feministas en virtud de unas demandas más radicales, en parte gracias a la influencia de Domínguez, entonces presidenta de la sede de Santa Clara.22

En 1926, la presidenta del Club Femenino le pidió asistir al Congreso de Panamá junto con su colega Emma López Seña, invitación que vio como una oportunidad para lanzar un nuevo tipo de feminismo americano que promoviera de manera directa los derechos de la mujer y asegurara el liderazgo latinoamericano.23 No cabe duda de que Domínguez conocía la condescendencia y los recientes comentarios despectivos de Carrie Chapman Catt.24 Un artículo publicado en 1925 en un periódico de La Habana señalaba el resentimiento generalizado que había provocado la valoración que había hecho Catt del feminismo latinoamericano, “cuarenta años atrasado” en relación con el de Estados Unidos. El artículo definía el insulto como “ese dardo [que] ha clavado en el corazón de la mujer latina” y que las mujeres cubanas habían sido incapaces de arrancarse.25 Fue en especial a la luz de estas calumnias que Ofelia hizo su valoración del feminismo de Paulina Luisi como aquel capaz de presionar de manera activa en favor de los derechos de la mujer y contra la hegemonía estadounidense. Durante los últimos años, el Club Femenino había estrechado vínculos con la venerable Luisi. En 1923, sus miembros le rindieron homenaje en La Habana.26 Antes del Congreso de Panamá de 1926, Luisi le solicitó al club cubano que la representara en el evento y leyera su discurso sobre los derechos de las madres solteras y de los hijos e hijas ilegítimas en América. Domínguez, encantada, aceptó el honor.27 Ambas mujeres se hicieron luego amigas íntimas.

Domínguez, que tenía asignado el primer turno en el panel “Mujeres ante la ley”, comprendió que su discurso sería una oportunidad decisiva para inspirar un movimiento panhispánico más amplio y promover los derechos civiles y políticos de la mujer. El reconocimiento de los movimientos por esos derechos que surgían en todo el mundo y de las demandas de Máximo Soto Hall de 1923 inspiraron su propuesta de resolución, que exigía derechos civiles igualitarios para las mujeres en todo el continente. Domínguez sabía que una medida internacional podía presionar a presidentes y legislaturas de distintos países, entre ellos el suyo, Cuba, donde el Club Femenino y otros grupos luchaban por el sufragio femenino. En el transcurso del año anterior había quedado claro que el apoyo al sufragio dado por el nuevo presidente, Gerardo Machado, durante su campaña había sido sólo palabras vacías. En 1925, Machado impuso un régimen cada vez más restrictivo, silenciando a la disidencia y poniendo en la mira tanto al Partido Comunista de Cuba como a las feministas. “Sobre todo, Ofelia, por Cuba y la mujer, es necesario que ese tema no falte y nadie mejor que tú para tratarlo; así que haz un esfuerzo”, le escribió la presidenta del Club Femenino a Domínguez antes de viajar a Panamá.28

Unas semanas más tarde, el 25 de junio de 1926, en el podio del aula magna del Instituto Nacional de Panamá, Domínguez anunció ante un público de cientos de personas su propuesta de un nuevo feminismo panamericano basado en el antiimperialismo y los derechos igualitarios generalizados para las mujeres en todo el continente. En su discurso relacionó una medida internacional en el campo de los derechos civiles plenos para la mujer en América con un internacionalismo basado en la interdependencia y la renaciente soberanía de los pueblos. A pesar de que era bien sabido que el ex presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, había impulsado la autodeterminación universal durante la primera Guerra Mundial, afirmó en su discurso que la guerra había reforzado el imperialismo estadounidense en detrimento de las mujeres, la infancia y los trabajadores a partir de las incursiones militares y económicas del país en Centroamérica y el Caribe después de 1915. “La más generosa y noble nación del universo, la que dio el clarinazo de la libertad a los pueblos oprimidos, se erigió en tirana cuando se vio fuerte y vencedora”, exclamó Domínguez.29

Por otro lado, le explicó a la multitud que la guerra había impulsado la autodeterminación de una manera muy concreta: la expansión de los derechos de la mujer en todo el mundo. En Inglaterra, Estados Unidos y muchos países de Europa, las mujeres habían conseguido el derecho al voto, lo que representaba un paso importante hacia la justicia social. Las de América Latina merecían los mismos derechos que tenían en Europa y Estados Unidos, afirmó Domínguez y agregó que la autodeterminación de las mujeres era necesaria para la autodeterminación del pueblo latinoamericano en su conjunto. Después de examinar los logros de las feministas cubanas, como la ley de divorcio de 1918 y haber conseguido igualdad civil con los hombres —sobre todo gracias a la ley de propiedad de 1917, que garantizaba a toda mujer la autoridad sobre su herencia y los derechos a la custodia de hijos e hijas de matrimonios anteriores—, Ofelia concluyó urgiendo a las participantes del congreso a consolidar sus demandas en una única meta para todo el continente. Exigió:

una Ley que reconozca a la mujer absolutamente todos los derechos civiles de que el hombre goza, una ley tan sencilla que no tendrá más que estos dos artículos: [considerar] a la mujer capacitada para el ejercicio de todos los derechos civiles que el Código Civil concede al hombre, sin que en absoluto subsista diferencia entre hombre y mujer para el ejercicio de estos derechos; [y modificar] los Códigos Civiles y [la] Ley de Enjuiciamiento Civil.30

El público aplaudió de manera entusiasta la resolución de Domínguez; su más ferviente partidaria fue su camarada Clara González, sentada junto al podio donde Ofelia daba su discurso. Se habían conocido sólo unos días antes y entablaron una cálida amistad basada en los objetivos intelectuales y políticos que compartían. Las dos mujeres, de edades similares, eran abogadas en una época en que las juristas eran una anomalía.31 Ambas eran socialistas, antiimperialistas y promotoras de un feminismo panamericano, por lo que no tardaron en verse como amigas de confianza y almas gemelas ideológicas. Su relación crecería a lo largo de las décadas siguientes.

A pesar de que Clara González había concebido promover los derechos políticos internacionales, a la luz de la propuesta de Domínguez decidió ajustarlos para incorporar las demandas de su compañera. Después de la presentación de Ofelia, Clara subió al podio y dio un largo discurso que culminó con un llamado al acuerdo internacional por los derechos políticos y civiles de la mujer. Enmarcó esta medida internacional como el mayor logro en la historia de la lucha de las mujeres latinoamericanas por su autonomía. Se remontó a una larga y distinguida tradición feminista en América, que abarcaba a sor Juana Inés de la Cruz, la monja y poetisa mexicana del siglo XVII, y a Juana Manuela Gorriti, escritora argentina y enfermera de guerra en Perú durante el siglo XIX. Su lista de precursoras no incluía a ninguna feminista de Estados Unidos. Planteó con éxito una nueva historia panhispánica del feminismo que no se basaba en las líderes de Estados Unidos ni de Europa Occidental.32

González ligó esa demanda por los derechos políticos de la mujer a los recientes llamamientos por la igualdad legal de las naciones de América. Afirmó que había indicios de relaciones panamericanas más liberales y multilaterales, pero que la “emancipación completa de la mujer” era esencial para llevar a la acción estos pregonados ideales de igualdad y justicia internacional.33 Hizo un llamado a “una gestión firme, sostenida, uniforme y amplia tendiente a obtener el goce de los derechos políticos que le corresponden como parte importantísima del agregado social” y por remover de “la legislación de los países americanos todas las incapacidades jurídicas de la mujer”.34 Estos objetivos comunes serían la base de un nuevo y más igualitario panamericanismo. También insistió en una nueva organización interamericana que uniera a las mujeres alrededor de estas metas.

Mientras que la propuesta por los derechos civiles formulada por Domínguez seguía su camino al congreso, la propuesta de González por los derechos políticos provocó un intenso debate. Delegados y miembros del público se levantaron para discutir en qué medida las mujeres latinoamericanas estaban preparadas para votar. Como había ocurrido durante el debate por el sufragio en Estados Unidos, algunas reformistas argumentaban que el mundo corrupto de los políticos hombres mancillaría la superioridad moral de las mujeres. En la Conferencia de Panamá, muchas personas insistieron en que éstas serían demasiado conservadoras y votarían con la iglesia, un argumento común en muchos países latinoamericanos. Cuando un delegado de Bolivia sugirió que “la mujer era fácilmente sugestionable y que daría su voto a hombres físicamente atractivos”, Domínguez se levantó para replicar que ese argumento era tan razonable como oponerse al sufragio masculino sobre la base de que los hombres vendían sus votos, con frecuencia y de manera abierta, al mejor postor.35

Al defender su propuesta, tanto Clara como Ofelia pusieron énfasis en que la afirmación de que las mujeres latinoamericanas no estaban preparadas para votar provenía de una falsa noción sobre la inferioridad de América Latina, una idea que contribuía a respaldar el imperialismo de Estados Unidos. Sus argumentos fueron convincentes, sobre todo cuando estas dinámicas cobraron vida en la asamblea durante el enfrentamiento con las estadounidenses. Cuando llegó el momento de votar la propuesta, la delegada de Colombia, Claudina Múnera, pidió que las mujeres estadounidenses allí presentes, incluyendo las de la zona del Canal de Panamá, se abstuvieran de hacerlo, teniendo en cuenta que ellas ya disfrutaban de derechos políticos.36 Sin embargo, cuando Emma Bain Swiggett, representante de la LWV, explicó por qué no votaba, dijo: “No estamos aún convencidas de la preparación de la mujer latinoamericana para el ejercicio de sus derechos”, un comentario que Domínguez calificó de “ominoso”.37 Finalmente se aprobó la resolución de González a favor de una medida internacional por los derechos políticos y civiles y por la igualdad de las mujeres.

 

Además de su llamamiento internacional por el sufragio femenino, al día siguiente González presionó a favor de otra propuesta controvertida: el reclamo al Congreso Interamericano de Mujeres para que tomara partido por unas negociaciones justas del Tratado del Canal de Panamá. Si iba a exigir la igualdad de derechos para todas las mujeres hispanoamericanas, ahora también demandaría la igualdad de derechos para los países de América Latina contra el Coloso del Norte. González sabía que la intervención de Estados Unidos en Panamá y en cualquier otro sitio de Centroamérica y el Caribe atentaba contra la soberanía no sólo de las naciones, sino de toda la población de hombres, mujeres, niños y niñas de los territorios ocupados. La soberanía de la mujer, aseguraba, era esencial para la soberanía nacional en América Latina. Ambas representaban las dos caras del mismo problema: la libertad hispanoamericana.38

González formuló su resolución en un discurso moderado. Celebró el “espíritu altruista con que los pueblos grandes obtienen la cooperación de los pueblos chicos, en la obra de solidaridad humana y de armónica convivencia internacional”, y expresó el deseo de que las negociaciones por el canal demostraran la “fraternidad americana”.39 Domínguez prometió un apoyo entusiasta a la proposición, aun cuando ambas sabían que estas palabras, aunque moderadas, no conseguirían ganar en un congreso lleno de mujeres estadounidenses de la zona del Canal.40 De hecho, más tarde Ofelia recordó que las palabras de Clara tuvieron el efecto de “una brasa ardiendo” capaz de encender un fuego con rapidez. Cualquier propuesta relacionada con el Tratado del Canal, que implicaba un reproche a Estados Unidos, alarmaba a muchas de las delegadas. Neira de Calvo intervino seguidamente con una resolución más general que eliminaba la mención al canal y promovía la “paz universal” y la “fraternidad entre las naciones de América”.41 La feminista cubana Emma López Seña, miembro del Club Femenino y colega de Domínguez, apoyó esta resolución moderada, insistiendo en que el Tratado del Canal de Panamá era un asunto “de carácter local” fuera de la incumbencia del congreso interamericano.42

Ofelia Domínguez Navarro discrepó rotundamente de la caracterización de su compatriota López Seña e insistió en que el tratado no era sólo una cuestión local. “La suerte de la República de Panamá, esa brecha abierta en las entrañas de este istmo generoso y hospitalario, responde a una necesidad continental, mejor dicho mundial, y todo lo que sobre él se gestione o se haga debe interesar a los pueblos de este Nuevo Mundo.”43 Desde el punto de vista de Domínguez, el Canal de Panamá, nacido del imperialismo de Estados Unidos, era como una úlcera en el intestino delgado del istmo que alteraba todo el sistema digestivo de América. Hizo un recuento histórico de la situación de Cuba como protectorado de Estados Unidos después de la guerra con España y la posterior ocupación militar estadounidense. Como cubana, explicó, luchaba contra el imperialismo de aquel país en cualquier lugar de América Latina. Cuando López Seña se enfrentó con Domínguez, argumentando que Cuba tenía mucho que agradecerle a Estados Unidos al haberla ayudado en la guerra por la independencia, Ofelia negó categóricamente que Cuba estuviera en deuda. Estados Unidos sólo intervino “cuando la fruta ya estaba madura”, precisó Ofelia, quien veía la idea de gratitud por las “agresiones yanquis” como un asunto que “repugna a la conciencia política de los pueblos del continente”.44

En un artículo publicado en un periódico de Panamá después de la conferencia, Clara González profundizó en estos argumentos: “Panamá en sus relaciones con Estados Unidos viene a ser como un espejo en que todos los pueblos débiles de Hispanoamérica deben verse”, escribió. “Un abuso de fuerza del primero, una expansión de su imperialismo a costa de la nación istmeña [...] afectaría [...] a todos los países que como Cuba, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, etc., etc., tendrían también sobre sí la amenaza de una fuerza expansiva incontrastable en la patria de Monroe y de Washington.”45 Su propuesta sólo pedía que Estados Unidos hiciera muestra de “los principios de justicia, altruismo y fraternidad universales” que deberían gobernar las relaciones internacionales.46 Tal como predecían ambas mujeres, la moción de González fue rechazada a favor de la formulación de Neira de Calvo, pero el debate surgido en la conferencia y en la prensa les otorgó una plataforma a Domínguez y González para su feminismo americano antiimperialista.

Ofelia y Clara también lucharon contra la rama del feminismo panamericano representada por Emma López Seña, que consideraba de manera inequívoca la blanquitud y la herencia europea como parte del feminismo y el progreso. La perspectiva de López Seña sobre estas cuestiones quedó bien clara en una semblanza que publicó en un periódico panameño después de la conferencia, en el cual condenaba lo “chapada a la antigua” que era la delegada colombiana Claudina Múnera, que no había apoyado a Domínguez en la resolución sobre el sufragio. Acusó de ello a los orígenes indígenas y católicos de Múnera. El diario panameño redundaba en estos mensajes racistas al comparar la “blanca mano ducal” y los cabellos rubios de Emma López Seña, a quien describía como “una adorable muñequita”, con “el rostro duro, seco, casi feroz [y] la testa asimétrica y obtusa” de la más oscura Múnera.47

González respondió con un artículo propio en otro periódico, criticando a López Seña por “lanzar conceptos hirientes contra” una “compañera de labores” como un gesto “pueril e impropio”, así como “temerario y [...] ofensivo”. Clara aseveró que Claudina había sido una inspiración para el congreso, por su dignidad y sus notables resoluciones a favor de la alfabetización infantil, los hogares y los tribunales juveniles.48 Le envió luego su artículo a Ofelia, señalando que esperaba no haber sido demasiado dura en su trato hacia López Seña.49

En una época en que la mayoría de las variantes del feminismo organizado en América involucraba a mujeres blancas, González y Domínguez colaboraron con feministas afropanameñas y afrocubanas en sus países, además de reclamar el voto sin distinción de raza o clase.50 En el Congreso de Panamá se sintieron más identificadas entre sí que con sus compatriotas López Seña y Neira de Calvo. Después del congreso sostuvieron una larga correspondencia, manteniéndose informadas sobre sus progresos en el ámbito nacional en relación con los derechos de la mujer y expresando el profundo afecto que se tenían. Clara iniciaba así una carta dirigida a su amiga: “Mi recordada y querida Ofelia”, y le hablaba sobre el “placer” con que recibía “¡...tu carta que esperaba ansiosa!”. Y continuaba: “La he leído con verdadera emoción. Te he visto y oído de nuevo, tan buena, tan franca, tan inteligente, en fin, como cuando estuviste entre nosotras [...] Has dejado recuerdos imborrables y un recuerdo de simpatía en ésta tu tierra también.” En ese momento, el feminismo cubano estaba mejor organizado que el de Panamá, por lo que González urgió a Domínguez para que le dijera “todo cuanto pueda interesarme de feminismo”. A cambio, González se comprometía con su lealtad y amistad: “Estoy completamente a tu mandar, y para ti tendré siempre mi buena voluntad y mi corazón dispuestos a manifestarse siempre sinceros y decididos en todo cuanto se te ocurra”. Firmaba la carta con “un abrazo de tu sincera amiga que desea te conserves bien”.51