De lo inútil

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Z serii: Candaya Poesía #18
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que se puede leer con los ojos cerrados porque a veces

“de noche uno enciende la luz para no ver su propia oscuridad”.

De lo inútil

Si el lector abre la puerta de sello triple de este poemario,

si pasa las primeras páginas de esta casa transparente,

enseguida leerá los exergos (más bien son fragmentos

de poemas o poemas) de tres poetas (re)conocidos,

cuyos nombres no aparecen escritos como simples

adornos sobre la madera del papel.

Dichos poetas forman un trío de nombres esenciales

que habitan, junto a otros cadáveres vivos de la lírica

y de la meditación oriental (como el español Ángel

González, el suicida Paul Celan o el norteamericano

Gary Snyder) de manera invisible esta casa.

Quienes firman los exergos de la puerta

de recibimiento son el poeta de origen canadiense

Mark Strand, el también estadounidense Charles

Simic y el chileno Omar Lara.

(El lector debe saber de antemano

que no hay jardines en la entrada de la casa,

aunque sí alguna piedra que nos recuerda

al budismo zen, sobre todo en el reflejo repetido

del macrocosmos en el microcosmos porque

ya lo dijo Eliot citando a Hermes

“como es arriba es abajo”.

El lector también puede abrir la puerta

antes de asomarse a los tres salones que mencioné

al inicio del prólogo y que forman la estructura

del poemario, de la misma manera en la que se refería

a los diálogos platónicos Jacqueline Duchemin.)

Después de que la puerta principal se abra

para que el lector comience la lectura

de estos poemas que funcionan como cuadros de pintura

dentro de un marco en esencia inteligente,

casi oriental, el pasillo del lenguaje poético de Julio

Espinosa nos conduce a un primer salón:

“Elogio a la piedra”, más adelante a un salón central

o intermedio, “Cosas que hay que decir”,

y por último a un tercer salón, “Trasluz”.

Los dos salones laterales del poemario

(el primero y el último) son los más pequeños

y simbólicos (se leen como escalones de perlas

en breve tiempo). El salón central, sin embargo,

penetra en los ojos del lector como un valle

de escritura natural y novedoso

(es el que más cantidad de poemas contiene

y sostiene), con una sutil diferencia: sus escalones,

en vez de ser brillantes, como las gemas, son de agua.

Este salón intermedio es también el que más misterio

encierra dentro del libro, aunque parezca amplio

como el aire en su inabarcable sencillez,

y a veces, incluso, ordinario en sus temas.

Si el lector observa con detenimiento esta casa

transparente verá que cada uno de los salones

funciona como un bloque de escaleras

compacto, unitario e independiente,

aunque por momentos sus ladrillos o sus maderos

de arquitectura invisible se mezclen y unifiquen

para crear la estructura general en equilibrio del poemario.

Lo que sucede de manera especial con este nuevo

libro de Julio Espinosa lo encontramos

en la atmósfera casi invisible que habita el salón

intermedio (y creo que es la cualidad

que lo diferencia o lo ubica en un anaquel aparte

de los anteriores poemarios del autor).

Si el primer salón, “Elogio de la piedra”, o el último,

“Trasluz”, nos recuerdan a poemarios anteriores,

elaborados en serie (de estructuras muy meditadas,

como De lo inútil o De lo inútil, o incluso nos alejan

también de un poemario coral como De lo inútilo de una simbología

personal y numérica, incluso hasta de un color

biográfico, como De lo inútil), en el salón central

de este nuevo libro la poética se “desmorona” hacia arriba.

Es un salón de una asombrosa sencillez en apariencia.

Al extremo de que en una primera lectura

pueden parecer insignificantes o cotidianos los textos,

pero las relecturas siguientes demuestran

que es lo más maduro, hasta hoy, que ha escrito

su autor. También creo que es lo más inteligente

que ha tejido (el término se lo he robado a Barthes)

desde su propia filosofía de animal civil,

lo más “vivencial” (eso que refleja la propia

ausencia en el presente cotidiano),

y lo más enigmático que ha proyectado su yo lírico.

Los poemas de este salón intermedio no hablan

de meta-poesía ni de meta-lenguaje

ni de una filosofía del conocimiento literario

o de una retórica que nos lleve en su viaje de idiomas

a un diálogo platónico con Gorgias

mientras nos saluda, desde una de las ventanas

de la casa transparente, la inevitable teoría de Heidegger.

No hablan tampoco estos poemas de aquella otra casa

familiar de color amarillo o de la muerte del padre.

La casa aquí es la que se encuentra presente

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