que se puede leer con los ojos cerrados porque a veces
“de noche uno enciende la luz para no ver su propia oscuridad”.
De lo inútil
Si el lector abre la puerta de sello triple de este poemario,
si pasa las primeras páginas de esta casa transparente,
enseguida leerá los exergos (más bien son fragmentos
de poemas o poemas) de tres poetas (re)conocidos,
cuyos nombres no aparecen escritos como simples
adornos sobre la madera del papel.
Dichos poetas forman un trío de nombres esenciales
que habitan, junto a otros cadáveres vivos de la lírica
y de la meditación oriental (como el español Ángel
González, el suicida Paul Celan o el norteamericano
Gary Snyder) de manera invisible esta casa.
Quienes firman los exergos de la puerta
de recibimiento son el poeta de origen canadiense
Mark Strand, el también estadounidense Charles
Simic y el chileno Omar Lara.
(El lector debe saber de antemano
que no hay jardines en la entrada de la casa,
aunque sí alguna piedra que nos recuerda
al budismo zen, sobre todo en el reflejo repetido
del macrocosmos en el microcosmos porque
ya lo dijo Eliot citando a Hermes
“como es arriba es abajo”.
El lector también puede abrir la puerta
antes de asomarse a los tres salones que mencioné
al inicio del prólogo y que forman la estructura
del poemario, de la misma manera en la que se refería
a los diálogos platónicos Jacqueline Duchemin.)
Después de que la puerta principal se abra
para que el lector comience la lectura
de estos poemas que funcionan como cuadros de pintura
dentro de un marco en esencia inteligente,
casi oriental, el pasillo del lenguaje poético de Julio
Espinosa nos conduce a un primer salón:
“Elogio a la piedra”, más adelante a un salón central
o intermedio, “Cosas que hay que decir”,
y por último a un tercer salón, “Trasluz”.
Los dos salones laterales del poemario
(el primero y el último) son los más pequeños
y simbólicos (se leen como escalones de perlas
en breve tiempo). El salón central, sin embargo,
penetra en los ojos del lector como un valle
de escritura natural y novedoso
(es el que más cantidad de poemas contiene
y sostiene), con una sutil diferencia: sus escalones,
en vez de ser brillantes, como las gemas, son de agua.
Este salón intermedio es también el que más misterio
encierra dentro del libro, aunque parezca amplio
como el aire en su inabarcable sencillez,
y a veces, incluso, ordinario en sus temas.
Si el lector observa con detenimiento esta casa
transparente verá que cada uno de los salones
funciona como un bloque de escaleras
compacto, unitario e independiente,
aunque por momentos sus ladrillos o sus maderos
de arquitectura invisible se mezclen y unifiquen
para crear la estructura general en equilibrio del poemario.
Lo que sucede de manera especial con este nuevo
libro de Julio Espinosa lo encontramos
en la atmósfera casi invisible que habita el salón
intermedio (y creo que es la cualidad
que lo diferencia o lo ubica en un anaquel aparte
de los anteriores poemarios del autor).
Si el primer salón, “Elogio de la piedra”, o el último,
“Trasluz”, nos recuerdan a poemarios anteriores,
elaborados en serie (de estructuras muy meditadas,
como De lo inútil o De lo inútil, o incluso nos alejan
también de un poemario coral como De lo inútilo de una simbología
personal y numérica, incluso hasta de un color
biográfico, como De lo inútil), en el salón central
de este nuevo libro la poética se “desmorona” hacia arriba.
Es un salón de una asombrosa sencillez en apariencia.
Al extremo de que en una primera lectura
pueden parecer insignificantes o cotidianos los textos,
pero las relecturas siguientes demuestran
que es lo más maduro, hasta hoy, que ha escrito
su autor. También creo que es lo más inteligente
que ha tejido (el término se lo he robado a Barthes)
desde su propia filosofía de animal civil,
lo más “vivencial” (eso que refleja la propia
ausencia en el presente cotidiano),
y lo más enigmático que ha proyectado su yo lírico.
Los poemas de este salón intermedio no hablan
de meta-poesía ni de meta-lenguaje
ni de una filosofía del conocimiento literario
o de una retórica que nos lleve en su viaje de idiomas
a un diálogo platónico con Gorgias
mientras nos saluda, desde una de las ventanas
de la casa transparente, la inevitable teoría de Heidegger.
No hablan tampoco estos poemas de aquella otra casa
familiar de color amarillo o de la muerte del padre.
La casa aquí es la que se encuentra presente