Rukeli

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Las no autorizadas pero muy concurridas competiciones continuaron también en Reino Unido e Irlanda, especialmente entre gitanos. Aun hoy, eventos así son a menudo organizados discretamente en ferias donde se reúne gente de caravanas, como en Appleby en el noroeste de Inglaterra, Musselburgh en Escocia o Ballinasloe en Irlanda y, a menor escala, en campamentos de caravanas32. A veces hay reglas similares a las del boxeo con guantes. Otras veces no hay apenas reglas.

Los romaníes y otros grupos gitanos continúan participando en deportes de lucha. Ahí está, por ejemplo, la reciente estrella de artes marciales de la UFC John Maguire. También siguen participando en el boxeo oficial. El campeón mundial del peso pesado de 2015 Tyson Fury dice de su cultura gitana: «Antes que cualquier otra cosa, aprendes a pelear. Mientras en otras culturas los niños dan patadas a un balón, nosotros estamos golpeando manos»33.

23 Gorman, B. (2011). Bareknuckle: Memoirs of the Undefeated Champion. The Overlook Press.

24 Carey, I. (2013). When Boxing was, like, Ridiculously Racist. eBookIt.com.

25 «El Chico Fuerte de Boston» (N. del T.).

26 El título de World Colored Heavyweight Championship se instituyó de manera oficiosa, sin sanción de ningún organismo, a finales del siglo XIX para los boxeadores negros, con quienes los blancos no querían pelear (N. del T.).

27 Carol Oates, J. (2012). Del boxeo. Punto de lectura.

28 «El Mago del Gueto» (N. del T.).

29 Nagorski, A. (2013). Hitlerland: American Witnesses to the Nazi Rise to Power. Simon and Schuster.

30 Bodner, A. (1997). When Boxing Was A Jewish Sport. Praeger Publishers.

31 Dregni, M. (2004). Django: the Life and Music of a Gypsy Legend. Oxford University Press.

32 Gorman, B., Op. cit.

33 «Born to box: Factbox new world heavyweight champion Tyson Fury». (29 de noviembre 2015). Recuperado de http://www.stuff.co.nz/sport/other-sports/74535333/born-to-box-factbox-on-new-world-heavyweight-champion-tyson-fury

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Duros años de penurias

Hitler mostró muy poco interés en cuestiones educativas… La única vez en que formuló una auténtica sugerencia [...] fue en 1935, creo, cuando me dijo que debería asegurarme de que el boxeo se extendiera más entre la juventud.

Baldur von Schirach, antiguo líder de las Juventudes Hitlerianas, hablando en los Juicios de Núremberg.

Europa se estaba recuperando lentamente de la Gran Guerra y luchando por reconstruirse económicamente. La madre de Django Reinhardt, abandonada por su marido Jean-Eugene Weiss (una desgracia muy infrecuente en la comunidad manouche), daba de comer a su hijo recogiendo casquillos de artillería usada en los campos de batalla de Marne en Francia. Le enseñaba a Django a reconocerlos en las viejas trincheras, lavarlos y reciclar el latón en pulseras con grabados.

Al no conseguir salir adelante con tales proyectos, los Reinhardt se trasladaron desde Francia a la Argelia colonial. En la casba de Argel encontraron un vecindario a la sombra de la Gran Mezquita donde los manouches recién llegados de Europa se mezclaban con gitanos afrikaya, como eran llamados los manouches que habían abandonado Francia generaciones antes rumbo a la periferia, así como con nómadas musulmanes de otras partes del norte de África. Bregaban con las opciones a su alcance y siempre andaban a la caza de otras formas de supervivencia. Cuando Django tenía diez años se volvieron a mudar, de regreso a París. A los doce años, consiguió un banjo y empezó a aprender a tocarlo por su cuenta. Pocos meses después, trabajaba hasta el amanecer tocando en clubes nocturnos y salones de baile, en compañía de prostitutas y chulos hasta la hora del cierre, cuando su madre lo recogía y lo llevaba de vuelta a dormir a su caravana.

Si la gente buscaba creativas formas de ganarse el pan en los países que habían ganado la última guerra, las cosas eran aún más difíciles en el bando perdedor. La economía de Alemania empeoraba. Los Trollmann sobrevivían. Los hermanos mayores de Rukeli trabajaban. Su padre y sus hermanas viajaban y buscaban jornales en granjas. A veces mendigaban. En 1923, el consumo nacional de trigo había caído a la mitad. En octubre, un grupo de mujeres entró en el ayuntamiento de Hannover para protestar. La gente que no podía permitirse la carne compraba huesos para darle algún sabor a sus guisos de verduras como el repollo, que se podían conseguir cerca. Poco después, el pan se volvió demasiado caro.

Mientras muchos iban a las cocinas municipales a comer gratis, Rukeli conseguía un sándwich después de los entrenamientos y una comida caliente después de las peleas en el gimnasio. La asociación daba de comer a sus protegidos. Las peleas eran ya la forma en que Johann Trollmann se ganaba el pan.

Los niños de la edad de Rukeli empezaron a desaparecer de la ciudad vieja. En febrero de 1924 se hallaron los primeros huesos en el río Leine. En mayo, unos niños descubrieron un cráneo en un estanque. La policía no tardó en encontrar los huesos de veintidós víctimas, la mayoría de ellos chicos jóvenes. En junio, Friedrich Haarman fue arrestado. Había estado viviendo en la pensión de la familia Engel y ayudaba a encontrar «carne de caballo» para la cocina, así como ropas usadas para los Engel. Así continuó hasta que la madre de uno de los chicos desaparecidos reconoció el abrigo de su hijo que llevaba puesto el hijo de la señora Engel. Hannover estaba traumatizada. La gente ansiaba desesperadamente un cambio. Rukeli no comía porque tuviera suerte; se ganaba la comida entrenando duro. Tuvo la suerte, sin embargo, de no ser comido.

Rukeli y los otros chicos y hombres que boxeaban tenían al menos un sitio al que ir y donde ensimismarse en sus esfuerzos. En 1926 había cuarenta y cinco clubes de boxeo en el noroeste de Alemania, con más de 2.000 miembros. Un año después, el número había subido a sesenta y seis asociaciones con 3.552 miembros. Los medios de comunicación se interesaron. Los boxeadores profesionales podían llegar a convertirse en estrellas, ninguna más grande que Max Schmeling.

Los boxeadores eran duros y valientes. Su éxito, a diferencia de tantas otras cosas en la República de Weimar, no podía nacer de contactos o herencia familiar. Un boxeador ganaba sobre sus dos pies y no por sus conexiones. Después de la guerra, los soldados se sentían derrotados y con su hombría mermada. Los chicos necesitaban héroes y el boxeo se los ofrecía. Figura política en ascenso, Hitler se percató de ello y se convirtió en un entusiasta admirador. Tal como dijo: «Si nuestra clase alta hubiera aprendido a boxear, una revolución alemana de chulos, desertores y otra calaña similar no sería posible».

En 1920 el Partido Obrero Alemán fue renombrado Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, o NSDAP en sus siglas alemanas. Los nazis, al renombrarlo y reestructurarlo, crearon una Sección de Gimnasia y Deportes. Hitler y el partido creían en la importancia no solo de la competición atlética sino también de alentar la agresividad y el espíritu guerrero en todos los jóvenes alemanes.

El boxeo, más que ningún otro deporte, interesaba a Hitler y a los nazis y se recomendaba a los nuevos reclutas. En los años en que el partido tuvo prohibida la implicación directa en ciertas actividades políticas, Hitler supervisó la creación de un Sportabteilung (SA) o Batallón Deportivo que animaba a sus jóvenes seguidores a aprender boxeo y otros deportes. El SA se ocupaba de la seguridad de los miembros del partido de más rango en mítines y eventos, y de empezar peleas en las reuniones de los partidos rivales.

Hitler disfrutaba teniendo a su SA cerca y animaba a la organización a reclutar boxeadores y a entrenarse en el deporte. En Hannover, había varios miembros del SA con experiencia en el boxeo. Después de que el partido fuera renombrado y tras una infame pelea de bandas en Múnich, parecía que Hitler iba a controlar a los jóvenes matones. En vez de hacerlo, avaló su imagen pública más obvia y amenazante. Rebautizó el SA como Sturmabteilung (Batallón de Asalto), yendo mucho más allá del ámbito deportivo e insinuando así que la destrucción y el caos eran su cometido.

Por supuesto, los desafíos y el orgullo del boxeo no solo atraían a la creciente comunidad fascista. Era un deporte que tocaba la fibra de personas enfrentadas a la adversidad. Hay algo meditativo y calmante en el entrenamiento de un boxeador. Uno no puede trabajar así de duro físicamente ni entrenar, concentrarse en un atacante, mientras piensa en otras cosas. La mente de un luchador tiene su propio centro de atención y su objetivo. «El boxeo», escribió Norman Mailer, «es la exclusión de influencias externas»34. Qué apreciado debió de haber hecho eso al club de boxeo en la Alemania de los años 20, en la que las influencias externas y la confusión de la derrota y la pérdida eran tan abrumadoras. Roger Repplinger lo expresa así: «Lo que había parecido absoluto en la época del Káiser no lo era. El Káiser se ha ido. Está en el exilio. Esto duele a alguna gente. Dios se fue con el Káiser al exilio [...]. En la República de Weimar, el protestantismo perdió su función directora [...]. Mujeres con el pelo corto, exóticas bailarinas sin mucha ropa [...], homosexualidad, pintura abstracta, jazz, cocaína… Los combates de boxeo eran respiraderos para esta sociedad sobrecalentada… Por otro lado, el boxeo también añade calor [...] mucho más claramente que el resto de la vida»35.

 

No era la única ni la más loca de las novedades que ganaban ímpetu. Los alemanes estaban buscando algo con lo que rellenar un hueco. El periodista de Chicago Edward Mowrer y su esposa Lilian, que vivían en Berlín en la década de 1920, reflexionaron sobre un país que atravesaba momentos de profundas dudas y confusión: «¿Dónde sino en Alemania podría uno encontrar a 150.000 nudistas organizados?»36, preguntaba. A Lilian le preocupaba el «desatado fervor emocional» del movimiento nudista, señalando su ardiente ansia de algo diferente. La mayoría de los jóvenes que conoció en las colonias nudistas, escribió, votaban a los comunistas, creyendo que esta era la vía para mejorar la humanidad. «Aquellos sentimientos fácilmente podrían ser canalizados y utilizados en cualquier otra dirección por un líder sin escrúpulos». Le preguntó a su marido: «¿Crees que los alemanes están más locos que cualquier otro pueblo? Parecen tan… histéricos».

Edgar respondió que «no hay casi nada que no puedan persuadirse de creer».

34 Mailer, N. (2013). El combate. Editorial Contra.

35 Repplinger, Op. cit.

36 Nagorski, Op cit.

8

Rukeli encuentra su estilo

La vida se parece al boxeo en muchos inquietantes aspectos. Pero el boxeo solo se parece al boxeo.

Joyce Carol Oates

Hannover empezó a producir un gran número de buenos boxeadores. Heinrich Brofazi, oriundo de la ciudad, ganaría una medalla de bronce en el Campeonato de Europa de 1927. Había compartido ring con Rukeli, aunque para entonces ya no competían en la misma división por peso. Rukeli había crecido. A otros miembros del Club Héroes, como Erich Wilke, les iba bien en competiciones internacionales y llegarían a ser campeones nacionales. Competir era normal para los chicos jóvenes, incluso contra atletas de más edad. Lo que importaba era la propia capacidad y no la edad, sin más reglas para definir la entrada de un boxeador a la adultez.

En 1925 Karl Leyendecker se convirtió en el entrenador del club. Era una figura carismática para chicos necesitados de inspiración. Había sido piloto en la última guerra, en la que había resultado herido. El trabajo era parte de un esfuerzo para garantizar que los veteranos de guerra heridos tuvieran empleo. Con él, el entrenamiento era una sesión rápida e intensa de dos horas. De veinte a treinta deportistas ordenados por altura en fila y separados entre sí. Les daba espacio para que cada uno de ellos tuviera sitio suficiente para trabajar. Hacían ejercicios de calistenia mientras Leyendecker gritaba.

Leyendecker era a su vez apenas un autodidacta pero era, como quedó demostrado, un buen autodidacta. Sabía hacer algo más que mantener a sus luchadores entrenando y sudando como algunos autoproclamados expertos en boxeo. Sabía ver el talento. Se fijó en Johann Trollmann inmediatamente y seguía su entrenamiento con una mirada atenta. Cuando Rukeli tenía una pelea, al entrenador le gustaba acompañarlo en su esquina y llevar su cubo de escupitajos. A veces castigaba a Rukeli, especialmente por no mantener los puños altos, donde mejor pudieran proteger su rostro, pero no había duda de la disciplina del estudiante, su voluntad de seguir las instrucciones ni su talento en bruto.

El mismo Rukeli era consciente de que tenía aptitudes. Sabía que era mejor que chicos que llevaban entrenando más tiempo. Los otros lo respetaban. Era el único sinto pero muchos de ellos vivían en similares condiciones de pobreza.

Rukeli aprendió a mostrar aperturas como cebo. Aprendió a observar los ojos de sus oponentes y ver lo que se avecinaba. Desarrolló su propio estilo, que Leyendecker no intentó amoldar. Quizá como aficionado autodidacta que era, nunca consideró que hubiera un estilo ortodoxo, uno que todo el mundo debiera practicar. En cualquier caso, dejó que Rukeli encontrara su mejor forma propia. Como escribe Repplinger, boxeaba «astuto como un zorro [...], sinuoso… Boxear es tanto golpear como evitar ser golpeado [...] y él se da cuenta de que son igualmente importantes».

Su estilo se basaba en una actuación centrada y tranquila.

Los púgiles enfadados cometían errores.

No se había metido en el boxeo para demostrar que podía encajar una paliza. Lo había hecho para conseguir comida, y tal vez con el tiempo realmente aprender a ganarse la vida con él. A medida que empezó a ganar dinero, se volvió importante para el club. Los Héroes solían celebrar veinte eventos al año y organizar tres o cuatro viajes fuera del país para acudir a combates. Rukeli era parte de un grupo de púgiles hambrientos de oportunidades de entrar al ring.

En 1925 Hitler publicó su manifiesto, Mein Kampf (Mi lucha). En él, defiende el boxeo: «El boxeo y el jiu-jitsu siempre me han parecido más importantes [...]. Dad a la nación alemana 6 millones de cuerpos deportivos, impecables, entrenados, todos refulgiendo de fanático amor por la patria y entrenados para el más elevado espíritu guerrero, y un Estado nacional surgirá de ellos… la creación de un ejército».

Ese mismo año, Rukeli era a sus dieciocho años el campeón amateur del distrito en su peso y gozaba de cierta fama local. En ocasiones trabajaba pero la mayoría del tiempo entrenaba y a veces algún benefactor lo ayudaba, dándole dinero para que siguiera puliéndose en el gimnasio.

Se ganaba amigos y fans pero también algunas quejas de los perdedores. Mucho tiempo después, algunos fans han recordado su juego de pies comparándolo con el de Muhammad Ali. Su forma de moverse dentro del ring no se parecía en nada a lo visto en su época. La gente decía que era artero, que fintaba demasiado. Era difícil de encasillar su estilo. Sin embargo, estaba trabajando en técnicas y estrategias que funcionaban, y en ese discutido juego de piernas vio una carrera a desarrollar.

Rukeli aprendió a lanzar golpes —y a recibirlos— mientras retrocedía. Trabajó la distracción con un efectivo jab de izquierda. Evitaba pelear desde el interior, acercándose. Era rápido con los pies y guardaba las distancias. Los observadores decían que era un bailarín. Los que querían ver a dos púgiles frente a frente intercambiando golpes, aquellos que no sabían nada de la técnica y solo querían ver matones haciendo sangrar, no eran sus fans. Algunos apreciaban sus insólitos movimientos. En 1928 el periódico de Berlín Box-Sport, el más importante de la prensa pugilística alemana, lo mencionó por primera vez. Trollmann, dijeron, podía llegar a gustar y «demostraba ser un deportista limpio en todos los aspectos».

Pese a ello, en un país donde el boxeo era nuevo cabe suponer que el público se sentía más inclinado a apreciar una pelea de bar antes que una sutil y basada en el trabajo de piernas. No es solo que el deporte fuera nuevo. Había precedentes, la tradición alemana de las cicatrices de duelo37. Entre los hombres de clases altas, no había mayor signo de una educación de elite que la cicatriz del duelo estilo Heidelberg. Solo hombres de las familias adecuadas eran admitidos en estos clubes. Los clubes de esgrima en general no admitían judíos. Los gitanos eran tan raros en las universidades que las reglas sobre su admisión a clubes de esgrima ni siquiera hacían falta. El estilo Heidelberg era aún más elitista que la esgrima en general. A diferencia de la esgrima normal, este juego exigía que los esgrimidores llevaran máscaras protectoras que dejaban las mejillas expuestas. El trabajo de pies estaba prohibido. Un paso atrás significaba derrota y vergüenza. Uno debía tirar hasta que el rostro estaba sangriento y marcado por cicatrices. Ganar no era la parte más importante de un combate de esgrima de Heidelberg. La prueba de haber pasado por el ritual era el premio. Para la gente que había crecido con este ideal, ¿dónde, estaba el honor de un boxeador a quien le gustase ganar y no se enorgulleciera de mostrar cuánto maltrato era capaz de recibir?

El boxeo, por supuesto, no era para las clases altas del país. Era para un público más numeroso y los fans de Rukeli seguían acudiendo a verlo.

Uno de sus hermanos menores, Stabeli, tocaba el violín y pensaba ganarse la vida como músico. En el pequeño apartamento de la familia el sonido de sus ensayos llenaba los pasillos y se oía en la calle día y noche. Carlo, Lolo y Mauso hacían trabajos manuales cuando conseguían uno. El hermano pequeño de Rukeli, Benny, aún en la escuela, estaba empezando a acudir al gimnasio, como muchos otros chicos sinti con sueños de seguir los pasos de Rukeli: había iniciado una corriente.

En 1926, mientras Django Reinhardt empezaba a escuchar jazz tocado con una mezcla de batería, trompetas, saxofones y clarinetes por músicos afroamericanos en un restaurante de la plaza Pigalle de París, y mientras Rukeli ayudaba a su hermano a atarse los guantes de boxeo para ver si tenía su don para el boxeo, la Ley para la Lucha Contra Gitanos, Vagabundos y Vagos fue aprobada en Bavaria. Estipulaba que los gitanos no podían viajar a la región. Ganarse la vida de cualquier forma que entrañara viajar distancias largas para visitar a un cliente se consideraba un comportamiento «asocial»; más exactamente, viajar para ganarse la vida era asocial, pero solo cuando el viajante pertenecía a la etnia equivocada. Sin embargo, viajar por trabajo y deporte a la mayoría de las regiones de Alemania no sería un problema. Lo mismo daba Bavaria. La vida seguía.

En 1928 Rukeli peleó como peso medio contra Franz Lenkheit de Hamburgo. Box-Sport llamó a la pelea «un manjar», un deleite especial para los verdaderos entusiastas.

Su pelea, decía, «contra el experimentado Lenkheit [fue] bien pensada. Usó su fuerza corporal de todas las formas posibles, puso todo en sus golpes y pudo en varias ocasiones poner a la defensiva a Lenkheit [...]. A veces Lenkheit, el campeón alemán del noroeste tuvo ventaja. El último y decisivo asalto [...] fue para Trollmann [...] con un gancho ascendente que atravesó la defensa de Lenkheit».

Aunque era amateur, Trollmann continuaba viviendo de sus victorias. Aprendió a disfrutar de tener algo de dinero en el bolsillo. Tenía que ayudar a su familia y no dudaba en ayudar a otros también. Llegó a ser recordado por los sinti por su generosidad con todos los niños que necesitaban comer. Después de atender a otros, Rukeli todavía tenía suficiente para gastar algo en entretenerse. Iba a carreras de motos cuando podía permitírselo. Las carreras al aire libre tenían lugar entre las 6 de la mañana y la 1:30 de la tarde. Llevaba a sus hermanos y a veces a su padre. Rukeli hablaba a menudo de comprarse un día una moto, aunque estaban fuera del alcance de un boxeador.

Las carreras de motos no eran su única afición. Soltero y joven, le gustaba ir a pistas de patinaje y salas de baile. Le gustaba la Neue Haus de la Königstrasse y le encantaba el Fledermaus, donde los camareros llevaban frac rojo. Su favorito, más cerca de casa en la Ciudad Vieja, era el Markethalle. Era un edificio de acero y hierro con luces eléctricas, un ascensor e incluso retretes con cisterna. A veces algún fan le invitaba a una cerveza, servida en una jarra alta, y además siempre estaba el placer de ver chicas.

Este era el año en que Django Reinhardt, en Francia, hacía sus primeras grabaciones de estudio, a la edad de dieciocho años. En un estudio en el barrio Pigalle de París, tocaba el banjo para acompañar el acordeón de un músico llamado Vaissade y otro hombre que tocaba una flauta de jazz, especie de flauta de émbolo, para un número de valses y arias de ópera ligera.

En Berlín, S. Miles Boulton, el corresponsal del Baltimore Sun, informó de que a menudo grupos uniformados que desfilaban con esvásticas cantaban canciones sobre derramar sangre judía.

Mientras Django grababa y los nazis cantaban, Rukeli, a sus diecinueve años, peleaba su combate número cien. Era verano y había sido contratado para pelear en el encuentro al aire libre de la Asociación Deportiva de la Policía. Según Box-Sport, su pelea era el evento principal. Peleando como peso medio, ganó a los puntos. Box-Sport escribió que «no explotó completamente sus posibilidades… Aun así, T. es lo bastante listo para rehuir situaciones precarias. En la ocasión de su centésima pelea, su victoria fue convenientemente honrada por la asociación».

 

Más tarde ese mismo año, Rukeli se convirtió en el campeón regional del noroeste del peso medio y se clasificó para los campeonatos nacionales, que se debían celebrar en Leipzig.

En Leipzig, perdió contra Bernhard Skibinski. La derrota significó que Rukeli no sería nominado para el equipo olímpico de 1928, objetivo que había acariciado durante algún tiempo. Como el dramaturgo austriaco Felix Mitterer afirma con tono agorero en su obra Der Boxer: «Rukeli tenía aún muchas grandes peleas por delante»38.

No todos los que se oponían a su candidatura al equipo olímpico estaban interesados en la derrota de Leipzig. Había otros que planteaban objeciones a su carácter, afirmando que tenía antecedentes penales. Hubo de obtenerse un certificado policial de buena conducta para limpiar su nombre. Incluso con pruebas de que los rumores sobre una conexión criminal carecían de sentido, no todo el mundo lo veía como un representante de Alemania adecuado. Ninguno mencionaba la raza abiertamente como un factor. Preferían, por el momento, cuestionar su «carácter».

Altos cargos de asociaciones de boxeo amateur discutieron largo y tendido la elección de deportistas olímpicos. Unos pocos incluso defendieron a Trollmann. En la sección deportiva del periódico Hannover Allgemein apareció un artículo sobre las inconsistencias del proceso de nominación para las Olimpiadas.

Albert Leidemann, de Múnich, fue a las Olimpiadas en la categoría de peso medio y no lo hizo bien, perdiendo contra el belga Léonard Steyaert.

Rukeli había vencido a Leidmann en Hannover ese mismo año. En octubre, hizo su última aparición como amateur para Héroes y de nuevo ganó. A continuación se unió al Club Deportivo del Trabajador, o ArbeiterboXVerein. El término «trabajador» en este contexto no significa que el club fuera exclusivamente para atletas profesionales. Más bien, era un club dirigido a unir a miembros de la clase trabajadora. En los clubes deportivos del trabajador, todos los competidores recibían un certificado. No había medallas ni placas. Lo que era un desafío incluso más directo a las normas sociales, no se cantaba ningún himno. No era un ambiente nacionalista. La decisión de Rukeli no era tan política, aunque tampoco estaba vacía de significado político. Estaba desarrollando una disposición política, aunque no se unió a ningún partido y nunca llegó a hacerlo.

Había visto los manejos habituales de las organizaciones deportivas. Las asociaciones eran dirigidas por la clase media, hombres de mediana edad, que reclutaban a chicos jóvenes de clase obrera a los que manipulaban. El movimiento deportivo de trabajadores, fundado en la década de 1890, se planteó como una alternativa. Con el tiempo, llegó a atraer a 1,3 millones de miembros y a dirigir sesenta periódicos. En 1929 en Hannover, más de 133.000 «atletas trabajadores» participaban en setenta y siete clubes.

En 1929 se abrió el gubernamental Centro para la Lucha Contra los Gitanos. Este órgano imponía restricciones para viajar a roma y sinti indocumentados, y permitía el arresto y la detención arbitrarios de gitanos como «medio de prevención del crimen». El primer lugar de Alemania en ser llamado campo de concentración fue abierto también en 1929, años antes de la llegada al poder de los nazis. En Fráncfort, funcionarios del ayuntamiento habían estado discutiendo qué hacer con un asentamiento de caravanas de gitanos en el barrio de Gallus. Su actual campamento era llamado sucio por vecinos blancos. Carecía de sistema de alcantarillado y agua corriente y había habido quejas de que los niños iban al colegio inaceptablemente sucios. Hubo un debate sobre si poner a los niños en una clase segregada, plan rechazado únicamente porque habría costado un dinero adicional.

En septiembre de 1929, la ciudad estableció lo que llamó un «campo de concentración para gitanos» a las afueras, cerca del límite con el estado de Hesse. El konzentrationslager estaba vallado pero no era una prisión. Los residentes entraban y salían cuando lo deseaban. El cercano pueblo de Bad Vilbel protestó. Esta no era la clase de gente que querían de vecinos. En una junta del concejo de Fráncfort, los delegados discutieron cómo manejar la situación. Un miembro comunista del concejo se levantó para decir que los gitanos deberían ser tratados mejor. Dijo que en la Unión Soviética antiguos nómadas se habían convertido en ciudadanos bien adaptados en un sistema de gobierno que trataba a la gente de todas las razas como iguales. La asamblea se rió39.

Una investigación de 1930 descubrió que no se había cavado ningún pozo de agua potable en el lugar. De hecho, no era mejor que los alojamientos de los que los residentes sinti habían sido expulsados. No había ninguna escuela para los niños. La idea de que habían sido trasladados por su propio bien era una farsa. Habían sido simplemente barridos fuera de Fráncfort y bajo la alfombra. El problema desapareció con los residentes; al final, los gitanos simplemente se marcharon de la zona.

Los campamentos municipales para sinti y roma que vivían en caravanas se establecieron en otras ciudades por toda Alemania, tales como Kiel y Friburgo. En algunos casos, los residentes eran obligados a reubicarse en ellos. Algunos de los campamentos eran vallados mientras que en otros casos no lo eran. Por el momento, se había producido un movimiento para aislar a los sinti y los roma que vivían en caravanas, pero nada más. En años posteriores, la naturaleza de estos mismos sitios cambiaría y se llegarían a convertir en algo más parecido a lo que hoy entendemos por «campo de concentración»40.

En el club de boxeo del Club Deportivo del Trabajador Sparta Linden, Rukeli enarcó algunas cejas. Construyó un ring en la plaza Pfarrlandplatz de Linden y entrenaba en público, además de permitir competiciones en el ring. No era ahí ni así como otros miembros del club entrenaban y el llamativo cambio se les antojó vanidoso a algunos de ellos. Por otro lado, cuando él boxeaba en público atraía a 1.500 asistentes o más.

El luchador profesional de artes marciales Forrest Griffin escribe lo siguiente sobre su experiencia con el público: «Hay dos formas de ganarse a la gente. La primera es ser uno de los mejores luchadores del planeta. No hablo de un buen luchador… tienes que parecer tan bueno cuando estás peleando que la gente piense que ni siquiera te estás esforzando. Tiene que parecer [...] que si tuvieras que esforzarte, empezarías a matar a gente a diestra y siniestra… O, [la segunda forma] ser más como yo… un tipo que parece que tiene que trabajar para conseguirlo todo. Muestra expresión y lo duro que estás trabajando en todo momento». Rukeli, si bien no era el mejor boxeador de Alemania ni del mundo, estaba presentando a los fans del boxeo alemanes al primero de los dos, el pugilista que parece que no necesita esforzarse. El joven gitano hacía que vencer al hombre blanco pareciera fácil. La gente se quedaba hipnotizada y acudía incluso solo para verlo entrenar.

Estaba listo para decidir hacer del boxeo su medio de vida. En junio de 1929, dejó la asociación y el club para convertirse en luchador profesional. Ernst Zirzow, mánager y pequeño promotor de Berlín le había ofrecido un contrato y era el momento de dar el salto. El principal luchador profesional en su categoría, Eric Seelig, ya había aceptado entrenarlo. Con Seelig, un judío que había sido campeón en varias categorías, como nuevo entrenador y con el berlinés Zirzow negociando la bolsa, parecía que lo esperaban grandes cosas. Los días del Club Deportivo del Trabajador estaban contados en cualquier caso, aunque pocos lo supieran entonces.

Escogió un buen momento para exigir que se le pagara por boxear. No había muchas otras formas de ganarse la vida. Cerraban más negocios de los que abrían. En septiembre de 1931, la Compañía de Vagones de Hannover (HAWA), uno de los negocios con más empleados de Hannover, cerró sus puertas indefinidamente mientras buscaba una solución legal a los problemas con sus acreedores. Otras grandes empresas también realizaron despidos o cerraron.

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