La Pasión de los Olvidados:

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- ¿Y cómo sabré quiénes son?

- Ellos te encontrarán a ti primero. Conocen mi nombre y seguramente pensarán que soy algo así como un agente de alto rango de la inteligencia aliada que opera en zonas remotas. Que crean lo que quieran, lo importante es que piensen que eres uno de mis hombres, elude a todo aquel que no te identifique de esta manera.

- ¿Eso es válido únicamente para cuando llegue a Argel o también debo seguir las mismas instrucciones si estoy en otra ciudad?

- Por tu bien será mejor que no haya más ciudades, es difícil que un hombre blanco pase desapercibido en ellas. Tendrás que sumarte a los convoyes que atraviesan el Sáhara, es mucho más seguro y, si te preguntan, decir que eres sudafricano. Con un poco de suerte nadie sospechará más de la cuenta. No puedes remontar por la costa, los Amos del Cielo disponen de numerosas bases por toda la zona y de una nutrida red de servidores, tarde o temprano te identificarían y te atraparían.

- ¿Los Amos del Cielo? - Al no estaba acostumbrado a oír aquella expresión, si bien la conocía -.

- Sí, les gusta que los llamen así - aclaró Faruq dejando entrever un gesto de mofa -. También son los Señores de la Luz, los Redentores o, si tienes la ocasión de dirigirte a ellos en persona, cosa que deberías evitar, los buenos hermanos. Para muchos simplemente son Ellos.

- Para mí siempre han sido el Enemigo - atajó el teniente -, aunque para otros son los innombrables.

- Es curioso, ya casi nadie los llama guiberiones, el nombre con el que se dieron a conocer en un principio.

De aquello hacía ya demasiado tiempo, tanto que casi nadie lo sabía con exactitud. Una época remota, posiblemente anterior a los abuelos de los abuelos de los que entonces vivían, en la que aquellos que terminaron teniendo tantos nombres se presentaron como los mejores amigos de las potencias de antaño. Habían venido desde muy lejos para ayudar a preservar el orden establecido e impedir que nuestra civilización colapsara ante la gran crisis mundial que se avecinaba. Nos entregarían su prodigiosa tecnología a cambio de encontrar refugio en nuestro mundo, pues decían ser proscritos injustamente perseguidos.

Resultaba difícil saber qué ocurrió exactamente, pues los registros del pasado se perdieron en su mayor parte en la indecible devastación que sobrevino al inicio de la Guerra. Muchos decían que los innombrables embaucaron a los poderosos de entonces, sellando así la perdición de todos. Otros aseguraban que fueron esas mismas élites las que nos abocaron al desastre, cegadas por sueños de ambición y codicia desmedidos, y que el Enemigo únicamente aprovechó la oportunidad de ocupar su lugar asestando un golpe letal en el momento preciso. En realidad para alguien como Al conocer la verdad de lo sucedido no importaba demasiado, si todo obedeció a un plan meticulosamente trazado siglos atrás por poderosas inteligencias no humanas o si simplemente fue el azaroso devenir de la Historia. Sea como fuere el resultado no variaba y a él, como a tantos otros, le tocó sobrevivir a sus consecuencias. No podía permitirse el lujo de entregarse a disertaciones, destinaba la mayor parte de sus energías a mantenerse con vida un día tras otro.

- Tengo muchas preguntas que haceros, pero descuidad, todas están relacionadas con el viaje - el teniente siempre se guiaba por su sentido práctico -.

- Y todas serán respondidas a su debido tiempo - le hizo saber Faruq -. Aunque no necesariamente por nosotros. Te dejaremos en buenas manos, Kassim y su gente ya han hecho esto otras muchas veces.

- Me llama la atención que digas nosotros cuando tú has sido el único que ha hablado - miró a los demás, enfrentando especialmente la penetrante mirada de un solo ojo de la anciana negra. Acto seguido quiso dirigirse a ella -. Tú por ejemplo, ¿quién eres?

- No necesitas saber quién soy, tan solo da gracias por el hecho de que esté dispuesta a ayudar a alguien como tú - replicó la mujer con hostilidad y empleando el inlingua -.

Al no supo cómo tomárselo ¿Era una advertencia para que no volviera a dirigirle la palabra o había algo en él que la irritaba de verdad?

- Este hombre es imprudente, nadie va a creer que procede de Sudáfrica - ahora la anciana se dirigió a Faruq -. Ha cambiado a la lengua prohibida sin tomar la menor precaución, si hace eso en cualquier otro sitio más le valdrá ser tan bueno matando como presuponemos. Aunque al final ni tan siquiera eso servirá.

- Es un recién llegado amiga mía - repuso éste también en inlingua -. Debemos darle la oportunidad de adaptarse.

- ¿Cuál es el problema? - Al persistía en el uso de su idioma materno -.

- La primera y más importante de todas las lecciones que has de aprender es ésta, a partir de ahora bajo ningún concepto vuelvas a emplear la lengua prohibida - le hizo saber Faruq sin volver a usar el inglés -.

El teniente no era estúpido y lo captó al instante. Bien sabía que de no seguir esas instrucciones podía buscarse problemas con extrema facilidad, aunque por otra parte regresar al inlingua era todo un fastidio y la verdad era que no se le daba especialmente bien.

- Vosotros u… usado conmigo mi propia lengua, por eso yo hablado en ella.

- Y tú confiadamente has continuado la conversación como si nada - replicó Faruq -. No vuelvas a hacer una cosa así aunque alguien vuelva a dirigirse a ti en tu propia lengua, porque casi con toda seguridad se tratará de una trampa para intentar descubrirte. En este continente ya son pocos los que la hablan y en un hombre blanco como tú resultaría más sospechoso que en ningún otro. Llevas la frase “soy un maldito agente de enlace aliado” escrita en la frente, así que hagamos todo lo posible por borrarla ¿Lo comprendes?

- Sí, perfectamente ¿Más consejos?

- Sabes lo básico, los detalles restantes te los facilitarán Kassim y los suyos - y antes de que Al abriera la boca su interlocutor interrumpió -. Sé que hay muchas más dudas, pero no nos necesitarás a nosotros para resolverlas. Aunque no lo creas en cierta forma te acompañaremos en tu viaje, será como un aliento para tu ánimo, te guiará, te dará fuerzas y te protegerá en la medida de lo posible de la mirada de El Ojo. Ahora descansa unos días antes de la partida, aquí estarás igualmente seguro porque tampoco pueden verte.

Las palabras resultaban enigmáticas, como casi todo en aquel hombre. No obstante dejaban entrever ciertas cosas, como que sus sospechas al respecto no eran infundadas. Aquella gente era mucho más de lo que aparentaba.

- ¿Ocasión habrá de hablar más contigo? - inquirió no sin torpeza -.

- Lamento decirte que no - le hizo saber Faruq -. No es que nos resultes antipático o desagradable, por mucho que alguno de los presentes haya dado esa impresión - inevitablemente se giró hacia su compañera -. Lo que ocurre es que nos vemos obligados a permanecer en constante movimiento, por seguridad, imagino que lo entenderás. Pronto nos marcharemos y será como si nunca hubiéramos existido. Nadie, ni siquiera Kassim con el que tanto hemos colaborado, ha de saber cuál es nuestro próximo destino. Así ha de ser para que todo funcione como es debido.

- Comprendo.

- ¡Pero vamos, disfruta un poco del descanso, ni tan siquiera has probado tu té! - lo apremió entonces -.

Al tomó un pequeño sorbo, ya se había enfriado y no quería ser descortés. Así que dejando el vaso dijo:

- Gracias, muy dulce para mí. Lo mío otras cosas - e incorporándose añadió -. Si nada más decir prefiero marchar para descanso. En barco mal dormía y ahora ya muy cansado. Gustaría dormir. Gracias, gracias.

- Disculpado estás - sonrió Faruq -. Descansa bien y reponte, aquí podrás comer cuanto desees y estrenar ropas nuevas que te resultarán mucho más cómodas y útiles que esos harapos que ahora llevas encima. Puede que la cocina local te resulte un tanto exótica, pero te puedo asegurar que es muy saludable. Te acabará gustando.

“Es imposible que sea peor que la bazofia que nos daban cuando servía en Alaska. Y eso que podíamos sentirnos afortunados, otros ni comían”, no pudo evitar pensar el teniente. Y así se fue despidiendo, mientras retrocedía saludando y sonriendo torpemente, como si considerara un insulto darle la espalda a aquel cuarteto ¿Por qué dos de ellos ni tan siquiera se habían dignado a decir una palabra? Suponía que no porque fueran mudos, si bien tampoco tenía una respuesta clara. No supo por qué, pero mientras abandonaba la estancia no dejó de sentirse ciertamente insignificante, hasta se diría que inferior a todos ellos. Y eso era algo que no tenía nada que ver con sus ropas de vagabundo, sucias y desgastadas como estaban al no haber tenido la ocasión de cambiarlas en toda la travesía.

- ¿Qué opinión os merece en realidad? - habló finalmente el otro hombre vestido al estilo de las gentes del desierto, una vez Al hubo desaparecido -.

- No es más que un asesino - respondió la mujer -. Alguien así es muy útil para realizar trabajos sucios, que es a lo que se dedicaba cuando estaba en Norteamérica. A pesar de eso lo tendrá realmente difícil para llegar hasta Argel, no digamos ya a Europa. No se pueden emplear blancos como agentes de enlace, es demasiado descarado. Lo habitual es que manden a afroamericanos, tal y como los llaman, asiáticos o incluso a hispanos. Pero un blanco… nos exponemos demasiado. Si lo relacionan con nosotros habrá complicaciones.

- Mucho tiempo llevamos haciéndole el trabajo a los aliados mientras ellos miran hacia otro lado como el que no quiere preguntarse quién diablos ayuda a su gente a cruzar el océano y llevarla a destino - expresó Faruq -. De una u otra forma han de saber que estamos detrás de esto aunque no quieran reconocerlo oficialmente ¿Quién sabe?, quizá envíen blancos para probar hasta dónde alcanza nuestra destreza.

 

- Tampoco se los puede culpar a ellos de todo - opinó el hombre negro, uno de los que tampoco había hablado hasta ahora. Y dirigiéndose directamente a Faruq añadió -. Tu gente no ha hecho demasiado por establecer un contacto formal y no será porque no lleváis mucho tiempo entre nosotros.

- Eso es algo que no se puede hacer siguiendo los procedimientos a los que la Alianza está acostumbrada - replicó él -. De actuar así haríamos precisamente lo que los guiberiones siempre han querido que hagamos, mostrarnos para que les resulte más sencillo acabar con nosotros.

- De todas formas es el momento, una nueva candidata pronto se revelará y deberá entregarse a las fuerzas aliadas antes de hacer su ofrecimiento. Tarde o temprano habrán de implicarse en nuestros planes quieran o no quieran. Aunque quizá nos rechacen tal y como ya ha sucedido en otras ocasiones.

- Si en el pasado nos rechazaron, Wadie, fue por miedo. Miedo a los cambios que están por venir - aclaró Faruq al compañero que iba ataviado igual que él -. Pero como bien dices es el momento, tengo depositadas muchas esperanzas en esta nueva candidata.

- Querrás decir en tú candidata - añadió la mujer remarcando el pronombre personal posesivo -. Aunque te ocupaste de ella personalmente no es la primera mentaith que enviamos.

- Esperemos que sea la última, pues de los errores se aprende y con ella tal vez lleguemos donde otras no pudieron.

La anciana tuerta le lanzó una mirada incendiaria con su único ojo útil. Era como si el comentario la hubiera ofendido en cierto modo.

- No te confundas, de verdad espero que ésta sea la definitiva - dijo -. Pero de ser así no atribuyas todo el mérito a tu labor y a lo que esa jovencita sea capaz de hacer. Antes que ella otras muchas abrimos camino y hemos sacrificado nuestras vidas en esta empresa que parece no acabar nunca. Yo he envejecido en la lucha y ni tan si quiera sé si llegaré a ver el final.

- Ningún mal ha de durar eternamente querida amiga - puntualizó Faruq en tono apaciguador -. Perdona si he dado la impresión de menospreciar vuestro sacrificio, al igual que tú llevo tanto tiempo implicado que ya me resulta difícil separar el deber de los sentimientos y afectos personales.

- Llevas librando esta batalla desde mucho antes que cualquiera de nosotros, hermano - aceptó de esta manera ella las disculpas -. Salvo quizá Wadie, que también estaba en esto antes de que yo sangrara por vez primera.

Éste hizo una leve reverencia en señal de agradecimiento y, mirando a Faruq, le hizo saber:

- Volvamos al tema del enlace americano, sé lo que estás pensando.

- Oh sí, supongo que coincidiréis conmigo en que su inlingua es espantoso, otros que hemos recibido parecían más preparados - ante la obviedad no hacía falta comentario alguno y dejaron que prosiguiera -. Sólo se maneja bien en la lengua prohibida porque apenas ha empleado ninguna otra durante toda su vida, así que el destino que deberíamos recomendar a la gente de Argel está bien claro. Que lo envíen a las Islas Británicas, más concretamente a la zona del frente, a Edimburgo. Al menos allí el idioma no supondrá ningún hándicap y además tal vez podamos emplearlo indirectamente para nuestros propósitos.

- ¿Estás seguro de lo que dices? - el tal Wadie dudaba -. No parece más que un bruto, no sé si será el más apropiado.

- ¿Vosotros qué opináis? - solicitó Faruq -.

- Podría ser tan bueno a tan malo como cualquier otro - indicó el hombre negro -. De todas formas no soy la persona más adecuada para decidir sobre esas cuestiones. Estoy aquí para servir igualmente de enlace.

Después de meditar unos segundos la anciana dio su veredicto.

- Ese hombre tiene las manos manchadas de sangre y el corazón repleto de veneno. Tiempo atrás tomó la decisión de no entregarse a causa alguna, de preocuparse únicamente de sí mismo, de entrada no parece alguien de fiar. Sin embargo en su interior he visto algo más, hay dolor, un dolor inconmensurable. Se podría decir que aceptó este destino para salvar el pellejo, a primera vista eso parece porque de haber permanecido en su país, o mejor dicho en lo que queda de él, habría terminado convirtiéndose en un hombre perseguido. Sabía demasiadas cosas y es alguien de recursos, lo que automáticamente lo convertía en un sujeto peligroso. Ese peligro se desvanece al enviarlo a la otra parte del mundo en un viaje sin retorno, pues todos los enlaces saben que lo es. Ha aceptado el destierro sin cumplir con los requisitos que se exigen a otros en su misma situación, en cierto modo es como si lo considerara una penitencia con la que lavar sus muchos pecados. Tal vez no crea en el dios de la cruz, pero toda una vida escuchando su mensaje deja un poso indeleble en la conciencia de cualquiera.

- ¿Qué pretendes decir? - quiso saber Wadie -.

- Pues sencillamente que, aunque no estoy segura, tal vez sí sea el apropiado. Sabemos que la nueva candidata está en Escocia y, si por casualidad llegaran a encontrarse, de alguna forma podría sernos útil.

- Deberías saber, querida amiga, que somos auténticos maestros en eso de provocar casualidades - afirmó Faruq no sin sonreír -. Sin ánimo de parecer presuntuoso predigo un encuentro antes o después y podemos condicionar a ese hombre sin que se dé cuenta para que esté preparado. Todavía tenemos tiempo de hacerlo antes de marcharnos.

- En realidad tampoco es tan difícil - aseguró su compañero -. El teniente McDonnahugh no será consciente de nuestra pequeña manipulación hasta que no llegue el momento. Entonces, sólo entonces, tomará su decisión. Esperemos no equivocarnos.

- Aquí hay algo que no entiendo - intervino de nuevo el hombre negro -. Por lo que he oído ibais a enviar a alguien ¿Acaso no está ya de camino?

- Claro que lo hemos enviado amigo mío - repuso Faruq -. Pero uno más no vendrá nada mal. De hecho ella va a necesitar toda la ayuda que seamos capaces de ofrecerle, porque la tarea a la que se enfrenta es algo que nadie puede afrontar en solitario. Un desafío como ese sobrepasa todo lo imaginable y aun así ella lo aceptó sin dudarlo.

- Lo aceptó porque confía plenamente en ti y es demasiado joven como para ser consciente de lo que significa - replicó la anciana casi a modo de reproche -. Con el dolor aprenderá el verdadero significado del camino que ha emprendido.

- Es una mentaith y ha convivido con el dolor desde que tiene uso de razón - dijo convencido Faruq -. Está preparada.

- No, te equivocas - concluyó ella -. Nadie puede estar preparado para algo así.

Capítulo III

La primera vez que oí hablar de las arcas de los derámicos era poco más que un mocoso que aún mojaba la cama. Todo sonaba tan fantástico, tan difícil de creer… y sin embargo parecía ser cierto (…). Como a menudo suele suceder la realidad poco tiene que ver con la (ciencia) ficción; nada de naves espaciales o platillos volantes. La única similitud se encontraba en esa capacidad, ciertamente mágica para la mayoría de nosotros, de viajar a través del espacio interestelar burlando las leyes físicas conocidas. Un logro extraordinario si pensamos que estamos hablando de algo no muy distinto a unos simples microbios venidos a más, o al menos eso es lo que dicen (…).

Y decían que las arcas de los derámicos eran como fabulosos asteroides autopropulsados, totalmente macizas por dentro. La esencia de aquellos seres impregnaba su interior como un imperceptible manto, viajando aletargada hasta llegar a destino. Así fue como los náufragos accidentales de una época increíblemente remota terminaron convirtiéndose en auténticos navegantes de las estrellas. Porque Navegantes les llamaron y ese habría de ser el nombre por el que iban a ser conocidos a partir de entonces.

De los Archivos Generales del Blaker

(Subsección IX, tomo 116)

Fragmento de un diario fechado aproximadamente

hacia finales del siglo XXI

(según el calendario antiguo).

Autor desconocido.

1

La general Rebeca Carter se mostraba impaciente y no era para menos, pues en cierta medida se estaba jugando buena parte de su prestigio en todo aquello. Sola en una sala privada del retén observaba la imagen del señuelo que se mostraba a través del único monitor que había en funcionamiento. Un hombre que todavía no había llegado a la treintena se mostraba en dicha imagen. A juzgar por su aspecto ciertamente demacrado parecía más viejo, algo habitual entre las gentes miserables que malvivían en aquellos tiempos. No especialmente alto, de constitución enclenque, espalda ligeramente encorvada, calva incipiente y rostro de ojos hundidos de color castaño oscuro y mirada de desolación, no parecía el candidato más idóneo para aquel experimento. No obstante la general sabía que no habían podido encontrar a nadie mejor, al menos a nadie lo suficientemente dócil, al tiempo que no rematadamente estúpido, como para servir a su propósito. Entre la chusma que atestaba las celdas de la prisión de la base de Leith no había demasiado donde elegir.

Sentirse insegura era algo más que razonable. Apenas sí hacía un año que la habían ascendido al rango de general y, por si esto fuera poco, fue destinada a la base militar del complejo de Leith, en la antigua zona portuaria de Edimburgo. Desde luego era toda una responsabilidad dado lo extremadamente sensible del emplazamiento, imposible estar más en primera línea que allí, razón por la cual más de uno podría pensar que Carter estaba orgullosa de ello. A pesar de todo la Alianza todavía trataba de cuidar su imagen en ciertos aspectos y promocionar mujeres para cargos militares de gran responsabilidad formaba parte de las operaciones de propaganda.

La realidad no era ni mucho menos tan luminosa. Carter sabía que un destino así era casi como una condena, a pesar de ser relativamente joven para la graduación que ostentaba llevaba en el ejército el tiempo suficiente como para no ser tan ingenua. Bajo ningún concepto un general de tres o cuatro estrellas, los más veteranos o aquellos que tenían contactos y procedían de círculos influyentes, sería destinado a un lugar como Leith. La indisciplina de las tropas, los motines, la incontrolable delincuencia, la falta de medios, la dureza de las condiciones de vida y, por encima de todo, la extremadamente próxima amenaza del Enemigo, hacían de aquel un destino en absoluto apetecible. Se hallaban al borde del abismo, mirando cara a cara un día sí y otro también al terror que acechaba del otro lado de la infame Línea de Kouvam, una asfixiante certeza que ya de por sí podía consumir a cualquiera. La general aceptaba los elogios porque eso formaba parte del papel que estaba obligada a interpretar, pero bien sabía que su ascenso no se debía exclusivamente a la brillantez de su carrera militar. Sencillamente era que no había un exceso de oficiales en disposición de ocupar aquel puesto. Los que no morían a manos de las temibles enviadas del Enemigo, que los consideraba un objetivo prioritario para así favorecer la descomposición entre las filas aliadas, trataban de evitar un destino así por todos los medios. Quizá Carter no había sido lo suficientemente hábil en ese sentido, pero una vez aceptada la responsabilidad era imposible desdecirse.

Alguien golpeó suavemente la puerta dos veces del otro lado. No podía ser otro que el subteniente Rafiq, secretario personal de Carter.

- Adelante - indicó ella secamente -.

En la pequeña sala irrumpieron tres hombres. El más menudo de todos era Rafiq, un sujeto de tez morena y pelo negro que evidenciaban su ascendencia paquistaní. A su lado la sólida e imponente figura de un hombre de raza negra, cabeza rapada y semblante frío e inexpresivo, el mayor Christiansen, uno de los oficiales de confianza de la general y el único de los tres que rivalizaba en estatura con ella. El último era un individuo cuyo aspecto recordaba al de los vampiros de las películas de terror arcanas. Delgado, pálido como un cadáver, tieso como un palo y de pelo castaño repeinado hacia atrás a la antigua usanza, poseía una mirada viperina y analítica que nunca dejaba de escudriñar al prójimo al tiempo que ocultaba demasiadas cosas. El coronel Perkins era clásico oficial de Inteligencia, enviado por Dublín no tanto para prestar apoyo en el frente como para ser los ojos y oídos del Alto Mando en Leith e informar puntualmente de las irregularidades que allí se cometían.

Carter y Perkins no se habían llevado bien desde el principio, todo y que lo disimulaban en el trato diario para evitar males mayores. En teoría aquel hombre se hallaba bajo su mando, pero como oficial de Inteligencia que era en última instancia debía obedecer las directrices de sus superiores en Irlanda. Si éstas contradecían en algún aspecto a las trasmitidas por la general de la base, Perkins estaba autorizado a obviar las segundas, por lo que la autoridad de ella sobre él era ciertamente limitada. Esto último el coronel se lo hacía saber constantemente al vestir el uniforme distintivo de su condición, algo que supuestamente iba contra el reglamento, pues en el frente todos los miembros de las fuerzas armadas sin excepción debían llevar el de campaña; de hecho hasta la propia Carter lo usaba casi siempre.

 

Pero no era eso lo que hacía de Perkins alguien indeseado, sino el hecho de que casi se lo podía considerar como un enemigo dentro de casa. Todos sabían que estaba allí para evaluar y emitir informes sobre todos los oficiales y suboficiales de la base, la general incluida, pues en su paranoia la gente de Dublín enviaba a sus espías de confianza por temor a que las tropas del frente quedaran fuera de control y se produjera una sublevación a gran escala que desatara el caos. En teoría los informes de sujetos como Perkins debían evitar esto último y por eso todo el mundo los temía, una evaluación especialmente negativa era sinónimo de juicio militar y una posterior condena. Por ese motivo entre la tropa los oficiales de Inteligencia recibían el sobrenombre de inquisidores. Y por ese motivo el inquisidor de Leith era alguien igualmente detestado, no sólo por Carter, sino también por Christiansen, Rafiq y otros muchos. El experimento que iba a tener lugar a continuación, no por ser algo habitual en aquellos tiempos, no dejaba de suponer un riesgo para todos ellos si terminaba fracasando o surgían complicaciones inesperadas.

- General - saludó Perkins tal y como procedía. A su lado los subalternos de Carter hicieron lo mismo -. Imagino que ahora iremos al centro de vigilancia del ala de máxima seguridad para ver cómo se desarrolla el primer encuentro, ¿no es así?

- No - respondió ella tajantemente -. Les he citado aquí primero porque, si tienen alguna duda respecto a la operación, me gustaría que la manifestaran en privado y no cuando estemos junto al capitán Burrows y sus hombres.

Después de un breve silencio Christiansen manifestó:

- No albergo duda alguna, mi general. No podemos exponer a ninguno de los nuestros a la prisionera dragón, ya nadie se presenta voluntario para esa clase de cosas. Utilizar a un recluso y hacerlo pasar por un suboficial es la opción más segura. Si es cierto que, tal y como ha afirmado, ese maldito demonio desea colaborar, usar un señuelo es la mejor forma de comprobarlo sin correr excesivos riesgos. Si todo va bien lo podemos seguir utilizando para tratar con ella y obtener información.

- Por mucho que insistan soy de la opinión que el recluso seleccionado no es ni mucho menos el más apropiado - sentenció el coronel -. Por lo que he podido comprobar se trata de un sujeto pusilánime, se derrumbará ante la prisionera y ella se lo comerá con patatas, metafóricamente hablando. Alguien así ha crecido escuchando toda clase de relatos aterradores acerca de las mujeres dragón, bien es cierto que esa jovencita no parece gran cosa, pero es de dominio público que las de su clase albergan poderes temibles ¿Cómo no va a estar muerto de miedo? Será como enfrentar un insecto contra una pantera.

- Más debe temer de nosotros que de ella - afirmó Carter -. Ya ha podido comprobarlo en sus propias carnes y me atrevo a decir que no desea volver al agujero donde lo teníamos metido. Colaborará a pesar del miedo que pueda tener, lo hará por la sencilla razón de que no tiene otro remedio, sabe lo que le espera si se niega.

- ¿Es eso legal? - preguntó Perkins -.

- Yo puedo hacer que lo sea. Como máxima autoridad de la base todos los reclusos del área penitenciaria son responsabilidad mía. Tengo potestad según las leyes militares, que son las únicas que se aplican en la región de Edimburgo, para imponer sanciones o penas alternativas a las ordinarias. Esta clase de prácticas ya se han probado otras veces y nunca ha habido problemas.

- Visto así no discutiré ya su legalidad, sino su utilidad práctica. General, ¿qué piensa que podemos sacar de todo esto?

- Sinceramente, coronel, no lo sé exactamente. No obstante no perdemos nada por probar. Si esa tal Egina no es…

- Discúlpeme mi general - se atrevió a interrumpir Rafiq -. El nombre de la prisionera es Evgine, que en el lenguaje nominativo del Enemigo significa el Corazón Indomable. Precisamente por eso se ha decidido montar el operativo.

- Sí Evgine, eso es, gracias mi querido Rafiq - le sonrió ella muy levemente. Sentía aprecio por el subteniente, un hombre afable, servicial y de voz suave que se desvivía en sus labores de asistencia. Veía en él una bondad y una inocencia verdaderamente insólitas en un lugar como aquel, algo que la tranquilizaba y le inspiraba una gran confianza -. Como decía si esa tal Evgine resulta ser una más, pues nada, le aplicamos un interrogatorio de tercera escala y ya está. Si no hay nada especialmente interesante nos desharemos de ella lo antes posible - se detuvo unos instantes antes de reanudar -. Pero si resulta ser alguien distinto, una puerta abierta a una salida que ahora no tenemos, sería un auténtico crimen desaprovechar la oportunidad. Llevamos demasiado tiempo sumidos en la oscuridad, tal vez por eso ya ni tan siquiera sepamos reconocer la luz cuando la tenemos delante.

- Un juicio muy aventurado por su parte, general - la contradijo Perkins -. Esa historia del Corazón Indomable lleva circulando por ahí desde que yo era pequeño. Unas simples transmisiones desconocidas convenientemente filtradas, indicando que esa presunta enviada de los kovery iba a hacer acto de presencia en Edimburgo, no prueban absolutamente nada.

- ¿Quién sabe coronel? - se preguntó Rafiq -. Podría ser que esas… esos… bueno, esos seres, nos las hayan hecho llegar para avisarnos.

- Los kovery son una ilusión - zanjó éste -. Es lo único que podemos afirmar sobre ellos en función de la información disponible a día de hoy. Si de verdad vinieron para ayudarnos lo cierto es que no se les ha dado nada bien.

Un incómodo silencio se estableció de súbito. Había cosas que no podían ser dichas, preguntas que era mejor reservarse para uno mismo, ni tan siquiera podían formularse en la intimidad de aquella reducida estancia. Carter y los suyos, como otros tantos, siempre habían sospechado que Inteligencia y los grandes jefazos ocultaban mucho de lo que sabían acerca de esas misteriosas criaturas conocidas como los kovery, tan similares pero al mismo tiempo tan distintas al Enemigo. El por qué también era una incógnita. Aunque se podía intuir la razón, porque tal vez de conocer la verdad quedaran al descubierto demasiados errores, demasiadas miserias, como para que lo poco del sistema que todavía quedaba en pie pudiera mantenerse. Una vez más aquellas cuestiones debían permanecer enterradas en un profundo calabozo guardadas bajo cien llaves. Porque aquel que quisiera arrojar luz sobre ellas sólo encontraría complicaciones.

- Por el momento olvídense de terceros actores de los que nadie sabe nada a ciencia cierta - pareció ordenar Perkins casi como si él fuera la máxima autoridad allí presente -. Hay que barajar la posibilidad más plausible, que no es otra que nos estemos enfrentando a un ardid más del Enemigo destinado a embaucarnos con un propósito todavía desconocido. Es ahí donde debemos centrar nuestros esfuerzos, en averiguar de qué se trata. Al respecto, siempre y cuando no logremos progresos significativos en las próximas semanas, recomiendo un traslado al centro de Darlington. Allí disponemos de especialistas que sabrán discriminar la información que puede sernos útil de la que sólo es paja. Además, dada su situación es un emplazamiento mucho más seguro para tener a la prisionera.