La Pasión de los Olvidados:

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- ¡Maldita sea, nos han endosado un blanco! ¡Un puto blanquito de mierda! ¿Cómo piensan que va a pasar desapercibido en este barco, eh? Tendrá que permanecer escondido en la bodega todo el tiempo, si El Ojo lo detecta estaremos perdidos ¡Esta gente cada vez piensa menos!

El teniente Aloysius McDonnahugh recordaba muy bien esas poco amables palabras de bienvenida. Lo curioso es que, como le venía sucediendo habitualmente, las recordaba como si su autor las hubiera pronunciado en inglés, lo cual no era el caso. A pesar de que ya habían trascurrido meses desde su partida de Estados Unidos, todavía no estaba acostumbrado del todo a emplear el inlingua y eso era un problema. Su acento y su torpeza lingüística lo delataban y, combinándolos con su aspecto, hacían de él un imán para los agentes y servidores del Enemigo. Si no había resultado tan peligroso hasta el momento era porque apenas sí había tenido que tratar con nadie desde que lo recogieron cerca de las costas de Cuba.

A decir verdad durante la travesía del Atlántico se había sentido poco más que como un mero paquete. Las embarcaciones que se arriesgaban a surcar aquellas aguas contaban principalmente con tripulaciones africanas, por eso los innombrables las toleraban. Se trataba de un tráfico increíblemente numeroso, incluso se podía decir que multitudinario, y hasta Ellos sabían quién se ocultaba en algunos de aquellos destartalados barcos. Todo formaba parte del juego y el teniente McDonnahugh lo sabía. Pero un hombre blanco y más con aquel aspecto de anglosajón que se veía a la legua, pelo claro, ya bastante cano, ojos azulados y piel escasamente bronceada, era tan descarado que casi sonaba a insulto. El Enemigo no estaba dispuesto a que le tomaran el pelo de aquella manera y siempre había un cupo de intercepciones en alta mar que se debía cubrir para que los aliados nunca dejaran de sentir la presión. El barco que lo llevaba tenía todas las papeletas de terminar abordado o incluso hundido y por eso sus anfitriones lo trataron casi desde el principio como si fuera una maldición. Como era habitual aquellos hombres también procedían del Continente Negro y muchos eran ciertamente supersticiosos.

- ¡Deberíamos arrojarlo por la borda! - llegó a decir incluso uno de ellos -. Todo el mundo sabe que un blanco a bordo durante una travesía trae mala suerte. Atraerá a los diablos de las profundidades ¡Al infierno con la recompensa!

Sí, cualquier persona que se echara a la mar en aquel tiempo temía a los diablos del abismo. Los innombrables los enviaron precisamente para eso, para anunciar que todos los océanos del planeta les pertenecerían a partir de ese momento y para siempre. Ninguna embarcación de fabricación humana, ya estuviera armada o no, se encontraba a salvo de aquella amenaza que patrullaba incansable los mares de polo a polo. Cualquiera que quisiera surcarlos estaba obligado a pedir permiso previamente.

Ése era el motivo de que a la Alianza no le quedara más remedio que usar aquel precario sistema para enviar a su gente de uno a otro lado del Atlántico. Los diablos del abismo destruyeron todas sus flotas de guerra mucho tiempo atrás, tanto que el teniente McDonnahugh jamás había conocido a anciano alguno testigo directo de aquellos sucesos. Ahora nada quedaba y debían depender de terceros para trasladar a sus agentes de enlace, como así llamaban a los abnegados hombres y mujeres que se jugaban la vida en aquellos inseguros viajes. Su utilidad era más que discutible pero el gesto, la intención, lo eran todo. Un puñado de personas más o menos de un lado del océano o del otro no cambiaría absolutamente nada, pero eran una demostración simbólica de la firme intención de los aliados de seguir en la lucha, de resistir hasta que no quedara un solo hombre en pie. Ése era el mensaje que se enviaba a través de aquellas, por otra parte, ridículas pero al mismo tiempo arriesgadísimas misiones. Desde luego lo eran para aquellos que debían cumplirlas.

Se podría haber dicho que, tras múltiples peripecias, Aloysius McDonnahugh logró arribar al puerto senegalés de Dakar con objeto de cumplir una importantísima misión a ese lado del océano. Después de todo eso es lo que la mayoría ha escuchado acerca de él. Un bravo guerrero señalado por el destino emprendió un largo y peligroso periplo que finalmente lo conduciría a la gloria. La suya es una historia de sacrificio heroico que ha de servir como ejemplo, pues el que habría de ser conocido como el capitán McDonnahugh antepuso el honor y la entrega a una causa justa a cualquier otro tipo de consideración. Los antepuso incluso al pretendido deber para con su país y, faltaría menos, también a su propia vida. Al fin y al cabo los héroes están hechos de una pasta especial distinta a la que compone el resto de seres humanos, nada temen y nada los desvía del camino fijado, porque ésa es su seña de identidad, lo que los hace diferentes y dignos de ser honrados y recordados por las generaciones venideras.

En realidad Al, como a él siempre le gustaba que lo llamaran, no tenía la menor idea de para qué iba a resultar útil en la otra parte del mundo. Ni tan siquiera portaba información de valor, como se decía que llevaban otros agentes de enlace, razón por la cual consideraba su destino como un destierro. El motivo de que lo seleccionaran para aquello sí que lo entendió desde el primer momento. Había sido un indeseado testigo de determinados sucesos que era mejor que no trascendieran y por eso gente de cierto poder consideró que si el teniente hablaba de ello con quien no correspondía sus intereses se verían seriamente comprometidos. A pesar de todo lo respetaban, les había sido muy útil y, en vez de eliminarlo directamente, le hicieron un ofrecimiento. Al siempre había sido alguien muy pragmático en ese sentido y aceptó convertirse en agente de enlace, de esta manera se deshacían de él de una forma ciertamente elegante y en principio todos contentos.

Qué importaba, a esas alturas ya estaba hastiado. Era tanta la sangre vertida a lo largo de los años que todo había dejado de tener sentido. En realidad nunca lo tuvo, tan sólo era un carnicero más en un mundo repleto de ellos, pero durante un tiempo creyó ingenuamente que llegaría el día en que todo aquello acabaría. Lo cierto es que no podía terminar nunca y, alejándose lo máximo posible de esa vida que era casi lo único que había conocido, era como si también se alejara de esa parte de sí mismo que tanto había llegado a odiar.

Pero por mucho que tratara de huir ese otro yo lo perseguiría hasta los confines de la Tierra. Durante la travesía había permanecido oculto, agazapado, lo mismo que él sin ver la luz del sol o las estrellas en esa sucia bodega en la que lo obligaron a permanecer día y noche. Al llegar a Dakar no obstante su lado oscuro terminó despertando a la menor oportunidad. Acababa de desembarcar y otra vez envuelto en la misma clase de situación que tanto se juró que no volvería a repetirse. Tal vez no podía evitarlo.

- No ha dicho ni una sola palabra desde que lo hemos cogido - comentaba en inlingua uno de sus captores -. Tampoco se ha movido, pero sé que está despierto.

- ¿Acaso piensas quitarle la capucha para comprobarlo? - quiso saber su compañero hablando en el mismo idioma -. Yo de ti no me fiaría por si acaso.

- No hay de qué preocuparse, está esposado.

- Esposado o no ya has visto lo que ha hecho en los muelles. Se ha cargado a dos tipos usando sólo sus manos y todavía no sabemos por qué.

- Es un agente de enlace que viene de América, seguramente lo han entrenado para ser un soldado de élite. Tal vez los del muelle eran agentes gessit.

- Podría ser, un blanco como él llama demasiado la atención. De todas formas a mí no me parece un soldado.

- ¿A no? ¿Y qué crees que es?

- Pienso más bien que es un asesino. Esa clase de gente es más adecuada para este tipo de misiones.

- Pues si deseaba pasar desapercibido no se puede decir que haya comenzado con buen pie. De milagro hemos conseguido sacarlo del puerto sin que nos detuvieran.

- Poco importa, debemos llevarlo ante Faruq y no hacer preguntas. Él sabrá.

Los dos permanecieron en silencio durante unos instantes, contemplando al singular hombre blanco que habían atrapado. Por seguridad en el momento de hacerlo lo dejaron inconsciente usando sus aturdidores y ahora lo mantenían esposado y con el rostro cubierto. No era un prisionero pero debían mantener las debidas precauciones, pues habían podido comprobar de qué era capaz. El hecho de que permaneciera inmóvil y callado como una estatua los ponía un tanto nerviosos.

- ¿Crees que entiende lo que decimos? - preguntó al cabo uno de ellos -.

- Estoy seguro de que sí ¿Cómo si no se las va a arreglar? Sin hablar inlingua no podrá ir a ninguna parte.

- Pero si no ha dicho absolutamente nada quizá es porque no sabe hablarlo ¿Conoces tú la lengua prohibida?

- No, no la hablo y si tú la conocieras tampoco deberías hacerlo. De todas formas si todavía no ha dicho una palabra no creo que sea porque no nos entiende.

Desde la parte delantera del vehículo alguien hizo una señal. Ya estaban llegando.

- Bueno hombre blanco, prepárate que ya estamos - anunció animado uno de los que lo vigilaba -.

El vehículo que lo trasportaba frenó bruscamente y con suma rapidez varias personas lo tomaron con firmeza haciéndole bajar del mismo. No había podido ver nada, pero sabía que había estado todo el rato en la parte trasera de un pequeño camión o algo parecido. Una vez en el suelo una voz profunda y potente le indicó también en inlingua:

- Escúchame, sé que es natural que desconfíes pero no queremos hacerte daño ¿De acuerdo? Tan solo te hemos traído hasta aquí porque alguien quiere hablar contigo. Ahora te quitaremos la capucha y las esposas. Repito que no tienes nada que temer de nosotros.

 

Tal y como había aprendido a lo largo de los años Al decidió no hacer nada hasta poder evaluar la situación. Aquella gente cumplió con lo anunciado y lo liberaron sin más, así que, ya sin la capucha, el teniente echó un vistazo rápido después de acostumbrarse al repentino aumento de luz. Comprobó que se hallaba rodeado por una docena de hombres, todos africanos de raza negra y algunos de ellos fuertemente armados. El vehículo lo había llevado hasta una especie de casa señorial que debía de estar a las afueras de la ciudad, el palacete parecía descuidado y un soberbio y extenso jardín lo rodeaba. Exóticos árboles de grandes dimensiones conformaban un pequeño bosque que a buen seguro ocultaba el lugar a ojos de los curiosos y, bajo ellos, crecía exuberante todo tipo de vegetación, por lo que daba la impresión que ningún jardinero se ocupaba de ella. Junto a la gran casa había incluso un estanque y los sonidos producidos por las aves tropicales y otras criaturas que se ocultaban en la arboleda inundaban el espeso y tórrido aire.

Al no estaba acostumbrado a aquellas condiciones ambientales, a aquel sol africano, cegador y ardiente. Había pasado buena parte de su vida en los fríos y desolados territorios del norte, allí donde la Oscuridad regresaba periódicamente para cubrir las tierras de sombra. El sofocante clima de los trópicos era algo por completo distinto.

- Ahora deberás acompañarme - dijo el hombre que había hablado antes, un sujeto grueso y de cabeza rasurada que vestía la indumentaria típica de la gente del lugar -. No queremos problemas contigo.

- No queréis problemas, pero esto es secuestro.

Después de un tiempo el teniente podía entender el inlingua bastante bien, pero hablarlo ya requería mucho más esfuerzo y era consciente de que su más que visible falta de soltura sería fuente de sospechas allá donde fuera.

- Si hubiéramos querido matarte ya lo habríamos hecho - afirmó el hombre obeso que al parecer era el líder del grupo -. En lugar de eso te hemos quitado las esposas porque confiamos en que serás razonable. Haz el favor de acompañarme.

- Información, eso queréis - replicó él escuetamente -.

- Sabemos que no tienes ninguna que pueda ser de interés - sonrió su interlocutor, otros hombres a su lado hicieron lo mismo -. Sólo te has traído a ti mismo - e insistió -. Vamos ven, no lo demoremos más. Te esperan y, cuando hayas terminado, podrás descansar en la casa hasta la partida.

- ¿Con quién hablar? - no era lo ideal pero al menos podía hacerse entender. El problema estribaría en su incapacidad de ir más allá de frases cortas -.

- No te impacientes, pronto lo verás.

Al decidió obedecer, después de todo eran doce contra uno y él iba desarmado. Además, tal y como había indicado su jefe asesinarle no parecía su propósito, al menos por el momento. De haber sido agentes del Enemigo seguramente no hubieran perdonado su espectacular llegada a Dakar, o bien lo habrían liquidado directamente o bien lo habrían entregado a las autoridades, que lo interrogarían para descubrir quién era y qué hacía allí. Nada de eso sucedió y, en su lugar, se lo habían llevado con diligencia y discreción, casi como si quisieran que no quedara ni el menor rastro de su presencia en la ciudad. Los dos fiambres en los muelles ya eran bastante.

Entraron en el viejo palacete, cuyo interior estaba parcamente decorado porque a buen seguro nadie residía en él de forma permanente. Subieron por las escaleras a la planta superior y lo condujeron hasta una amplia estancia. Como todo lo demás el lugar contaba con escaso mobiliario. Dispuestas junto a la pared de la izquierda, próximas a los ventanales, había extendidas varias alfombras persas sobre las que descansaban una decena de grandes almohadones rodeando un par de mesitas bajas. Allí aguardaban acomodadas otras cuatro personas tomando té al estilo árabe y disfrutando de un gran narguile o pipa de agua, casi como si hubieran montado todo aquello en unos minutos y se fueran a marchar una vez acabaran. Dos eran hombres ataviados con los ropajes propios del desierto, posiblemente tuaregs, un tercero era otro hombre negro y la última una mujer de la misma raza, relativamente anciana y que había perdido un ojo. No supo el motivo, pero a Al le pareció una especie de hechicera, todo y que nunca había creído en esas cosas.

- Gracias Kassim, tu gente ha hecho un buen trabajo - anunció también en inlingua uno de los hombres del desierto. Parecía el de mayor edad y exhibía una barba rala y totalmente encanecida -. Dejadnos a solas con el americano. No temáis, permaneced fuera por si surge algún imprevisto.

El tal Kassim hizo una leve reverencia y, sin decir una sola palabra, se retiró junto a los otros cinco hombres que había utilizado para escoltar al teniente.

- Vaya, vaya, parece ser que nuestro invitado ha causado más preocupación de la esperada - habló nuevamente el mismo individuo. Lo más curioso de todo es que lo hizo en inglés, idioma que parecía dominar perfectamente -. Acaba de llegar y ya cuenta con dos muertes a sus espaldas ¿Qué ha sucedido en el puerto?

Al se sintió ciertamente aliviado al descubrir que había dado con alguien con el que poder hablar en su propia lengua. De entrada el hecho no le resultó extraño y lo tomó como un gesto de cortesía.

- ¿Quiénes son ustedes y por qué me han traído aquí? - inquirió automáticamente, pues no debía hacer el esfuerzo de traducir mentalmente primero aquello que deseaba decir -.

- A mí puedes tutearme y mi nombre es Faruq - respondió afablemente el único que había hablado hasta el momento -. En realidad no me llamo así, pero es imperativo que usemos pseudónimos. Por lo demás y dadas las circunstancias puedes considerarnos como amigos. Te ocultarás en esta casa durante unos días, el tiempo suficiente para que descanses de la travesía y logremos equiparte para el nuevo viaje que habrás de emprender - se detuvo un instante -. Pero no te quedes ahí plantado, ven aquí a sentarte junto a nosotros a compartir un té y a fumar del narguile.

De entrada el teniente se mostró receloso, pero al mismo tiempo sentía curiosidad y quiso saber quién era aquella gente ¿Lo estaban ayudando realmente o querían ganarse su confianza con otras intenciones? Estaba totalmente solo muy lejos de cuanto había conocido, por vez primera en mucho tiempo se sentía increíblemente vulnerable y deseaba confiar en alguien. Al cabo se sentó sobre las alfombras con las piernas cruzadas y mostrando una forzada sonrisa. Faruq ya le había servido un vaso de té y se lo ofrecía amablemente. Los demás observaban en silencio y con semblantes serios, especialmente la mujer, cuyo único ojo útil parecía tener el poder de penetrar la carne.

- ¿Formáis… formáis parte de la estructura de la Alianza en esta parte del mundo? - Al fue al grano. No era hombre que se anduviera con rodeos, algo que muchos tomaban por una imperdonable falta de tacto -.

- Los aliados no tienen ninguna clase de infraestructura ni aquí ni en muchos kilómetros a la redonda, teniente McDonnahugh - informó Faruq -.

- Sabes mi nombre ¿Cómo es posible?

- No debería sorprenderte. Sabíamos que venías y también sabemos muchas más cosas.

Ante la expresión de perplejidad de su invitado prosiguió:

- Siendo poco más que un muchacho te reclutaron las milicias del TAM y te adiestraron para combatir a su lado. No era la más hermosa de todas las causas pero aprendiste muchas cosas útiles, aquello te hizo fuerte y te enseñó a sobrevivir a las circunstancias más duras. Son la clase de habilidades que viene muy bien poner en práctica si te conviertes en agente de enlace y has de cruzar el Atlántico y luego llegar hasta Europa prácticamente por tus propios medios. Más tarde te enviaron a Alaska, a los frentes del norte. Ahora servías directamente en el ejército de los Estados Unidos de América, pero pronto descubriste que no era muy distinto a continuar en las filas del TAM. La misma clase de oficiales, idéntica retórica, idéntica brutalidad y la misma guerra inútil contra enemigos que ya eran de muchas clases, tanto internos como externos. Decían que luchabais contra el Enemigo, pero rara vez os topasteis con él cara a cara y, cuando así ocurría, la mayor parte de las veces convenía huir y esconderse.

Y la perplejidad fue en aumento. No era tanto lo que decía, pues una experiencia de ese tipo podía ser común a otros muchos como Al, sino más bien la forma que tenía de hacerlo. Aquel enigmático hombre del desierto hablaba como si pudiera comprender lo que él había sentido tantas y tantas veces, como si comprendiera qué clase de vida había llevado y en qué se había convertido. Aquella sensación de asombro y confusión fue en aumento cuando Faruq continuó relatando:

- Sé que al final terminaste actuando por pura inercia, al fin y al cabo eres un superviviente y lo único que te ha importado siempre es seguir vivo otro día más. Pero hace tiempo que dejaste de creer en aquellos a los que servías. No crees en sus consignas y mucho menos en sus promesas, ésas que anunciaban el resurgir de una nación en ruinas convertida ahora en una mera sombra de la que una vez fue. También dejaste de creer en su dios. Rezabas o más bien fingías que lo hacías, sí, pero sólo para no terminar excluido aunque en el fondo te repugnaba toda aquella falsedad, toda aquella hipocresía. A pesar de todo te hiciste un hueco entre aquella gente, incluso muchos terminaron considerándote una especie de héroe; bien sabes que de vez en cuando se hace necesario ensalzar a alguno. El haber estado cerca de un guerrero edan y regresar con vida para contarlo bastó para que te condecoraran con dos estrellas de plata, una por no huir como todo el mundo hacía, la otra por ayudar a unos compañeros que quedaron atrapados y lograr ponerlos a salvo - parecía haber terminado su alocución, pero de súbito añadió - ¡Ah sí, lo olvidaba! También te concedieron un corazón púrpura por resultar herido en una refriega con vete tú a saber qué fuerza presuntamente enemiga. Qué más daba, los enfrentamientos accidentales entre el ejército regular y las milicias irregulares son algo habitual, después de todo hay demasiadas de estas últimas y muchas ya no sirven a nadie, más bien parecen simples bandas armadas ¿Me equivoco teniente? De todas formas aquel incidente no fue investigado, era mucho más importante condecorar a un herido en combate que sirviera como ejemplo para los novatos. De allí de donde procedes los incidentes rara vez se investigan, ¿no es así? Mucho menos aquel que te ha traído hasta aquí y del que será mejor que no hablemos.

El asombro se quedaba corto para definir lo que sentía Al ¿Cómo podían saber todo aquello? ¿De qué manera les había llegado la información? ¿Acaso es que eran capaces de leer la mente? Cualquiera que fuera un tanto fantasioso podría imaginar que, aquella anciana tuerta que permanecía impasible frente a él, era capaz de albergar una habilidad semejante. De pronto tuvo una extraña certeza en relación a ella y también a los otros. Faruq tampoco se libraba, su rostro curtido por el sol y su mirada serena y penetrante a la vez, ocultaban algo mucho más sorprendente o quizá incluso aterrador.

“No, no puede ser. Suena demasiado irreal como para ser verdad, sin embargo casi todo el mundo cree que existen y que algunos son capaces de adoptar forma humana. O puede que sean como las mujeres dragón, una especie de parásito dentro de un cuerpo humano”. El teniente discutía para sus adentros, aquello podía ser sin duda toda una revelación. Si se confirmaba tal vez fuera el primero en establecer un contacto de aquellas características.

- No te creas tan especial, teniente McDonnahugh - habló de nuevo Faruq. Y aquello sonó una vez más como si le hubiera leído el pensamiento -. No es la primera vez que nos dirigimos a un enlace, si bien tú te has mostrado mucho más perspicaz que la mayoría. Nos alegra comprobarlo.

- ¿Quiénes sois vosotros? - Al trataba de sobreponerse a la confusión -. Habéis afirmado que la Alianza no tiene ningún tipo de infraestructura en toda la región, por lo tanto concluyo que no trabajáis para ella. Sin embargo decís que queréis ayudarme ¿Por qué? ¿Para qué?

- Ésas son cuestiones complejas amigo mío. Para empezar dinos por qué has matado a esos hombres nada más desembarcar.

- No sé, he actuado casi sin pensar. El viaje por mar ha sido largo y complicado, los que me han traído casi me han arrojado del barco como si fuera una bolsa de basura, ya que llevaban semanas deseando deshacerse de mí. Lo único que esperaban era cobrar la recompensa por haber hecho su parte del trabajo. Por eso no me han informado acerca de nada, aunque tal vez no eran capaces de hacerlo, y de repente me he visto tirado en los muelles completamente expuesto. Un hombre blanco solo en una ciudad africana que no conoce lo más mínimo, sin apenas equipaje, dinero, amigos o cualquier cosa de la que poder valerse. Me he sentido una presa demasiado fácil y esos dos tipos, que en realidad no sé ni quienes eran, se han acercado a mí hablando en un idioma que no entendía. Puede que sólo quisieran robarme lo poco que llevaba encima, o a lo mejor sentían curiosidad y me estaban preguntado quién era o qué hacía allí, no puedo asegurarlo. El caso es que mi instinto, que muchas veces es más salvaje y oscuro de lo que desearía, ha actuado sin esperar a lo que pudiera ocurrir, fuera bueno o malo. Sí, me los he cargado a los dos y puede que haya hecho muy mal en hacerlo, lo reconozco. Pero como siempre suele suceder ya es demasiado tarde para remediarlo.

 

Rara vez se solía sincerar con nadie de esa manera, lo suyo no era abrir el corazón para exponer lo que sentía, más bien había tardado años en construir una inexpugnable coraza con la que evitar que nada de lo que sucedía a su alrededor llegara a afectarle. Pero aquel Faruq tenía algo que lo hacía distinto, era como si a su lado se pudieran expiar los pecados, como si tendiera en torno a sí una extraña aurea protectora.

Entonces la certeza se acrecentó más si cabe. “¡Los kovery, sí, sin duda podrían ser ellos! ¿Quién más puede hacer algo así?”, aquellas palabras resonaron en su cabeza como un estallido. Pero hubo de refrenarse, no por lo disparatada que parecía la idea, que en realidad lo era, sino más bien porque intuía que debía ser precavido al respecto. Sea quien fuere aquella gente lo habían llevado hasta allí porque tenían una muy buena razón para hacerlo.

Al vivía en un tiempo dominado por el temor y la ignorancia acerca de muchas cosas. La superstición, los mitos y las historias fabulosas en relación a los incomprensibles y aterradores poderes procedentes de las estrellas, venían a llenar ese hueco antes ocupado por la razón. Los kovery no eran una excepción, para muchos fantasmas cuya existencia parecía imposible probar. Puede que no fueran reales tal y como los había imaginado la mayoría, puede que en realidad fueran otra cosa, aunque no por ello dejarían de cumplir el propósito por el que supuestamente habían venido a nuestro mundo.

- Lo sucedido en el puerto es en buena medida responsabilidad nuestra - se lamentó entonces Faruq -. Esos hombres no tendrían por qué haber muerto, pero si liberas a una fiera en un terreno que le es desconocido y la rodeas de extraños, inevitablemente se sentirá acorralada y reaccionará en consecuencia.

Acababa de compararlo con un animal salvaje, no por ofensiva aquella observación resultaba menos acertada.

- Tiempo hace que esos que todavía se hacen llamar aliados se dejan ayudar sin hacer preguntas - siguió el misterioso hombre del desierto ¿Había cierto tono de reproche en su voz? -. Es como si prefirieran ignorar lo que sucede más allá de sus ruinosas fronteras, ciertas cosas vienen dadas y ya les va bien que así sea. Mejor que nadie averigüe determinadas cosas porque siguen aferrados a la absurda idea de que los demás han de adaptarse a su visión del mundo. Es por eso que, aun en la situación actual, insisten en que todo ha de hacerse como ellos quieren, de lo contrario no ven ni tampoco escuchan - se detuvo un instante -. Pero el orden que todavía dicen preservar ya no existe, tan solo es una ilusión en sus mentes, lentamente languidecen con lo poco que queda de él perdiendo la oportunidad de atisbar una nueva esperanza. Mejor hundirse que reconocer toda una historia de errores y estar dispuesto a cambiar. Esto debe acabar y por eso, a pesar de todo, prestamos nuestro apoyo a gente como tú sin esperar que se abra línea de comunicación alguna.

- ¿Y qué es lo que queréis de mí? - ésa era la pregunta que había querido hacer desde el principio - ¿Por qué estoy aquí?

- Es evidente, para poder llegar hasta Europa en condiciones ¿Acaso pensabas echar a andar tú solo sin saber qué dirección tomar y sin apenas nada con lo que poder sustentarte? Allá en tu país te equiparon realmente mal para el viaje.

- La mayor parte de las cosas que llevaba al principio las perdí o me las robaron, puede que incluso antes de salir de América. Ya no lo recuerdo. Por lo demás no esperaba nada, tan solo salir de aquella maldita bodega dentro de aquel maldito barco. Mejor no hacer planes a más de unos días vista.

- No es esa la actitud que se espera en un agente de enlace - desaprobó Faruq -. Antes de todo nos gustaría saber si estás dispuesto a seguir adelante o si por el contrario aceptaste cruzar el océano únicamente para alejarte de todo aquello en lo que te viste envuelto. De ser esto último te dejaremos marchar y podrás tomar el camino que desees, aunque como comprenderás no esperes más ayuda por nuestra parte. Hemos de reservar nuestros esfuerzos y recursos para aquellos que estén dispuestos a comprometerse.

Al recapacitó en silencio. Tenía la oportunidad de ser enteramente libre, algo que no había experimentado en años, al tiempo que sentía que no le debía nada a nadie. Podría haberse largado sin más y buscarse la vida como buenamente pudiera, aquella gente no se lo iba a impedir. Pero por otra parte, ¿qué diablos iba a hacer él solo vagando por África? Tal vez no durara mucho de una pieza y, de hacerlo, puede que terminara convertido en una versión aún más espantosa de sí mismo. No, eso era precisamente lo que no quería que ocurriera. Si había viajado hasta tan lejos era para romper del todo con su pasado ¿Quién sabe?, a lo mejor era cosa del destino y le estaban brindando una oportunidad de redimirse.

- No tengo a dónde ir y me gustaría creeros cuando habéis dicho que me ofrecéis refugio y protección - reconoció al fin -. También creo imaginar quiénes sois en realidad, al menos estoy convencido de saber para quién trabajáis, pero no voy a hacer preguntas al respecto. Por lo que he entendido vuestro deseo es que viaje a Europa, así que estoy dispuesto a llegar hasta allí. Si he cruzado el Atlántico creo que también podré cruzar este continente.

- Nos alegra oírlo - sonrió Faruq mientras el perfumado humo de la pipa lo envolvía -. Te equiparemos y te daremos instrucciones para que al menos puedas servir de alguna utilidad, puesto que los que te enviaron no parecen haber pensado en ello.

- Los que me ofrecieron convertirme en enlace sólo pensaban en deshacerse de mí y que desapareciera cuanto antes - reveló él -, lo que hiciera o dejara de hacer una vez bien lejos no les importaba lo más mínimo - ahora abrió los brazos en señal de ofrecimiento -. Así que amigos, soy todo vuestro.

Hubo intercambio de miradas y susurros apenas comprensibles. Faruq parecía discutir con el resto de los allí presentes y daba la impresión que había algo que no era del agrado de la mujer tuerta.

- ¿Cómo me las arreglaré? - preguntó Al interrumpiendo la deliberación - ¿Me acompañará alguien para guiarme en el viaje hacia el norte?

- Eso sería demasiado arriesgado, como ya he dicho tendrás todo lo necesario, pero no podemos comprometer a ninguno de los nuestros en un trayecto así. Por tanto habrás de cubrirlo en solitario - indicó Faruq -. Tienes que alcanzar la ciudad de Argel, allí al menos la Alianza dispone de gente porque esa región acoge a muchos refugiados europeos y sus descendientes. Cuando llegues ponte en contacto con ellos.