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—También en Proceso apareció un comentario tuyo sobre José Emilio Pacheco, en el sentido de que es un escritor de un gran talento, pero que no había tenido el talento suficiente para crear “la gran obra, la obra maestra”.

—Mira, yo fui el descubridor de José Emilio Pacheco y de Carlos Monsiváis, como crítico literario. Yo los llevé al suplemento “México en la Cultura” de Novedades, con Fernando Benítez, de quien también hablo en estas entrevistas de Proceso. Yo decía que José Emilio Pacheco es un hombre que maneja admirablemente bien el español, que en poesía, que en prosa, es una de las personas que mejor ejercen el estilo en México, pero que no es un genio, y que las obras que ha producido no son Pedro Páramo, no son los textos de Confabulario, no es Dormir en tierra o El luto humano de Revueltas. No es un hombre que vaya a modificar la literatura mexicana. Y cuando tú no modificas la literatura mexicana, si eres mexicano, a la larga es como si no hubieras existido. Las historias de la literatura te dedicarán cuatro o cinco renglones. En cambio, un ser desaliñado, que llegó quién sabe de dónde, que por equis o zeta escribió el gran poema, escribió la gran noveleta, escribió la gran novela... por los siglos de los siglos su nombre será recordado.

—Tus comentarios, Emmanuel, me han hecho recordar los que hizo Juan José Arreola, en fecha reciente, en el marco de los talleres que imparte en el ex Convento del Carmen, a propósito de cómo se sentía en este momento de su vida, y él hablaba autocríticamente, señalando que sentía que le había faltado, precisamente, ese impulso, ese talento final para realizar “la gran obra”. Arreola añadía que en las últimas décadas no se había escrito la gran obra. ¿Qué opinas, Emmanuel?

—Bueno, yo coincido con Juan José en esto. Decía yo, y tal vez parezca una contradicción con lo que dije antes, que estamos viviendo un gran momento en la joven literatura mexicana que está transitando con paso firme y está abriendo nuevos caminos al andar, que sabe escribir, que tiene cosas que decir, que no somos rupestres, que somos contemporáneos de nuestros contemporáneos, que somos habitantes de fines del siglo xx, pero, efectivamente, no hay un Carlos Fuentes, no hay una La región más transparente, no hay una Muerte de Artemio Cruz, no hay un Terra Nostra, no hay Cristóbal Nonato, no hay Pedro Páramo de Rulfo, no hay Los errores de José Revueltas, no hay Noticias del Imperio de Fernando del Paso... pero, obviamente, y yo espero estar vivo para entonces, espero que antes de terminar el siglo xx, entre esos muchachos que andan entre los veinte y los treinta y cinco años surjan los que van a producir obras que cambien significativamente lo que hoy entendemos por cuento, novela, ensayo, teatro y poesía.

Los radioescuchas seguían marcando nuestros teléfonos y varios expresaron su admiración por Carballo por su valentía y franqueza. El crítico agradece:

—Sí, agradezco esta opinión y preciso que digo “mi verdad”. Sabemos —después de Einstein— que todo es relativo y yo expreso una manera de ver el mundo, de encararte con el fenómeno, con el discurso literario. Es un punto de vista que, cuando la gente está adormilada, es importante despertarla diciendo cosas fuertes, cosas distintas.

—También hay algunas llamadas que coinciden contigo, Emmanuel, en relación con los periódicos locales, El Informador y El Occidental, con páginas llenas de anuncios y secciones culturales que dan risa. Aunque, en honor a la verdad, hay muchos artículos rescatables y colaboradores importantes.

—No, indudablemente, no podemos hacer tabula rasa. Yo hablo de El Informador, como periódico, y de El Occidental, como periódico, que los vengo padeciendo desde los años cincuenta, o desde los años cuarenta en el caso de El Informador. Yo leía la página de caricaturas, que sigue siendo lo mejor de El Informador, y la sección de anuncios. Pero ahora hasta mal impreso está. Hay que ponerse los lentes para poder saber si es el cielo azul, porque está impreso en verde. Es algo espantoso. Parece que está hecho en La Barca o en Atotonilco, y no en Guadalajara, la segunda ciudad del país. Claro que hay gente espléndida, por ejemplo, ayer leí, en El Occidental, una nota de Gloria Velázquez, que me pareció un modelo, aquí y en cualquier parte del mundo.

—Claro, o la maestra Magdalena González Casillas, que colabora en el suplemento.

—Exactamente. Es una de las grandes investigadoras de la literatura jalisciense, a quien la universidad y el departamento cultural del estado le deben toda una serie de reconocimientos por una tesonera labor, en la cátedra, en el periódico, en las conferencias, en sus libros, para recuperar lo que fuimos para poder ser mejor de lo que somos. La literatura jalisciense, sería la mitad de lo que conocemos, está enterrada en los periódicos y gracias a Magdalena y a gente como ella tenemos un mejor conocimiento de nuestro siglo xix, de la colonia, y de autores desconocidos de principios del siglo xx. Aprovecho para saludar a Magdalena, a quien quiero mucho. No he visto todavía los artículos que publicó en el mes de julio, cuando cumplí sesenta años. Me gustaría mucho verla. Estoy, Magdalena, danto un cursillo en el ex Convento del Carmen, donde hubo un gran hombre durante la colonia, el padre Nájera, que a su alrededor se formó toda una generación literaria, que dio grandes hombres para Jalisco y para la nación mexicana. Ahí estoy a las siete de la noche, todos los días, todavía hoy jueves y mañana viernes.

Precisamente en ese momento recibimos la llamada de la maestra Magdalena González Casillas para preguntarle a Emmanuel a dónde podía llevarle los artículos mencionados. No cabe duda —pienso— de que nuestro espacio radiofónico cumple una función no sólo informativa, sino de enlace entre los protagonistas del arte y la cultura en nuestra ciudad. Emmanuel abunda sobre el tema de los periódicos:

—Ahora, en un país capitalista un periódico sin anuncios está condenado a desaparecer. Pero además de los anuncios debería tener artículos sobre la vida cultural, sobre la vida política, sobre la vida económica, por ejemplo, el problema de la universidad. Yo he leído en La Jornada magníficos artículos de Miguel Ángel Granados Chapa, de Gilberto Guevara Niebla sobre el problema de la universidad, del que en la ciudad de Guadalajara no he visto un solo artículo que me oriente para saber qué es lo que está pasando, o qué es lo que está sucediendo. Para mí es un poco la lucha entre el pasado y el presente, entre lo periclitado y lo nuevo, entre lo que hay que desterrar y lo que hay que fomentar.

Las llamadas del público continúan, nuestro programa, desde sus inicios, se ha caracterizado por su apertura a la opinión de los radioescuchas. La señora Elsa Rodríguez dice: “Estoy de acuerdo con Emmanuel Carballo. Guadalajara hace mucho tiempo que dejó de ser la provincia de la que estamos orgullosos. Estamos orgullosos del recuerdo de Guadalajara, no de su presente”. También llama el señor Jesús Ríos: “Los de México siempre vienen a pontificar. ¿Cómo es posible que se pongan a hablar de si los tapatíos son o no guapos? Es inconcebible”. Emmanuel Carballo toma la palabra y se defiende:

—Son guapos o feos si lo digo yo o lo callo... hay gente guapa y gente fea hasta en el Distrito Federal y en todas partes, en Río de Janeiro, en Madrid, en Barcelona, hay que hablar de todo, de lo pequeño, que lo pequeño es muchas veces lo grande.

—Hablemos del curso que estás dando aquí en Guadalajara, Emmanuel. ¿Sobre el cuento?

—Sí, pero no sólo sobre el cuento. Es una historia del cuento mexicano del siglo xx. Empiezo con Julio Torri, cuyo centenario de nacimiento estamos celebrando. Don Julio nació en 1889 en Saltillo, a finales del mes de junio. Hablo también de Efrén Hernández, un cuentista poco conocido, autor, entre otros cuentos, de “Tacho”, que es uno de los pequeños monumentos de la literatura corta escrita en México. Hablo también de José Revueltas, uno de los prosistas, como ya lo dije hace un momento, más deslumbrantes, más osados, más terribles, más llenos de fuerza que ha tenido México en este siglo. De Juan José Arreola, autor de uno de los cuentos que, pasará el tiempo, podemos morirnos todos nosotros y un cuento de Arreola seguirá corriendo fortuna aquí y en todas partes, me refiero a “El guardagujas”, y junto a él tenemos como hermanos no menores, sino del mismo tamaño a “La mujer amaestrada”, “La parábola del trueque”, “La migala”, “La teoría de Dulcinea”, “Homenaje a Otto Weininger”; hablo de Rulfo como cuentista y de una mujer extraordinaria que para mí es la mejor novelista, la mejor cuentista y la mejor mujer mujer —este pleonasmo funciona— que se dedica a las letras y que es Elena Garro. Los recuerdos del porvenir creo que es una de las mejores novelas que se han publicado en idioma español en el siglo xx; La semana de colores es un libro de cuentos notable, y sus obras de teatro. Yo vi en el estado de Tabasco, en el municipio de Oxolotán, en una comunidad indígena, unas obras de Elena Garro extraordinariamente bien puestas; fueron a Madrid, a Nueva York, y tuvieron un gran éxito; fueron la revelación de la ciudad de Nueva York, donde saben un poco de teatro.

—Emmanuel, pide el auditorio que les recomiendes uno de tus libros, el que sea para ti más entrañable.

—Bueno, uno de los libros que más beneficio puede ser para la gente que le interesa la literatura mexicana, que ha sido una de mis grandes pasiones, es Protagonistas de la literatura mexicana, es una historia de la literatura mexicana del siglo xx un tanto heterodoxa. Es hablar de lo que ha pasado en México en el terreno de la literatura desde el grupo de El Ateneo de la Juventud, al que pertenecieron Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos; hasta Rosario Castellanos, Carlos Fuentes, Elena Garro. Son entrevistas, ensayos, algo de crónica, de ensayo, y mucha crítica literaria. Yo creo que es el libro mío más interesante. Hay ahora una cuarta edición en Ediciones El ermitaño, de la Ciudad de México, en coedición con la Universidad de Guadalajara.

 

Carmen Gloria cita unas palabras del propio Carballo que, en su opinión, lo describen: “He hecho de la disidencia un arte, y de la polémica una forma de vida”. Luego le pregunta directamente:

—Esa especie de quijotismo literario o artístico, ¿te ha dado fruto, en el sentido de que hayas visto una reacción de parte de los escritores?

—Bueno, como todo, el que nada contra la corriente como los salmones, o como aquellos pájaros de Borges que volaban hacia atrás porque no les importaba saber a dónde iban sino de dónde venían, tiene muchos problemas. En México el que se mueve no sale en la foto, y yo me he ido moviendo constantemente, trato de alterar el curso de la historia, de la historia de la literatura. Y eso personalmente, política y económicamente, es nefasto. Pero hay deberes fundamentales de orden ético, de orden estético que hay que cumplir. Cuando la gente no hace las cosas tú tienes que decir tu voz desgarradamente en donde te dan un pequeño resquicio para que sueltes de tu ronco pecho lo que piensas, y yo he aprovechado eso en la universidad, en conferencias, en la televisión —suelo hacer mucha televisión—, en la radio… en todas partes, en artículos, en libros...

—Ese humor ácido y corrosivo —insiste Gloria— es eminentemente moral.

—Indudablemente. Toda la gente que se ríe de los demás y empieza riéndose de sí misma es un moralista. Es el caso de Arreola, de Julio Torri... somos moralistas mal vistos, vistos como bufones, como gente que es molesta en un momento dado. Pero a la larga, sin ese tipo de personas no se entiende un momento determinado de la historia de un país.

—Quiero comentar para que lo entienda el público —continúa Gloria— que aparte de todo esto eres un investigador muy serio; tienes un método, una técnica, un método de trabajo muy severo, a través de años vas recopilando tus fichas, tu obra tiene un peso intelectual.

—Finalmente, el chascarrillo, la broma... si se queda en chascarrillo y broma, pues eres un payaso, tienes que ir a un teatro de burlesque. Pero un historiador, un crítico de la literatura tiene que demostrarlo en sus libros y en sus artículos y yo es lo que trato de hacer.

Antes de cerrar la charla, Carballo menciona uno más de sus libros, hermano gemelo de Protagonistas...

—Se llama Protagonistas de la literatura hispanoamericana del siglo xx, son entrevistas a Cortázar, a García Márquez, a Benedetti, a Jorge Amado, a Jorge Icaza, a Lezama Lima, a Nicolás Guillén. Más o menos el mismo proyecto, pero en relación con la patria grande que es América Latina.

Agradezco a Carmen Gloria Lugo y a Emmanuel Carballo su presencia en el programa, y Emmanuel se despide:

—Estuve muy contento de estar con vosotros. Sobre todo es muy bonito que la gente te diga lo que piensa, que una gente te vea de una manera, y otros de otra. En literatura lo hermoso, después de leer un poema o una novela, es que esa novela o ese poema tiene tantas interpretaciones como lectores inteligentes, y la voz de una muchacha, de un señor o de un viejito tiene tantas interpretaciones como lectores y auditores tiene un programa. Y se ve, por lo que vimos en esta hora, que tienes mucho auditorio.

ALEJANDRO COLUNGA


Creo que existe un principio de amor que cobija al mundo.

Entrevista realizada en la cabina de C7Jalisco en septiembre de 2008.


Después de 34 años de no exponer en Guadalajara, Alejandro Colunga presentó “Maravillas y pesadillas 1968–2008”, simultáneamente, en el Museo de las Artes y en el Instituto Cultural Cabañas. La exposición reunió obra realizada entre los años 1968 —cuando arrancó su primera exposición— y 2008, es decir, una retrospectiva de cuarenta años de trabajo artístico, aproximadamente doscientas piezas, en distintos formatos y técnicas.

Con este motivo invitamos al artista. El día llegó. Abrimos el programa con la rúbrica acostumbrada y Alejandro no se presentaba. Transcurrieron los primeros minutos sin su presencia, así que decidí poner en contexto la época en la que Alejandro Colunga comienza su carrera en Guadalajara, volviendo la mirada a los años setenta, cuando en la capital tapatía se daba un movimiento artístico interesante y muchos nos iniciábamos en el campo de la danza, de la pintura, de la literatura, del teatro y de la comunicación.

La nómina de Bellas Artes de Jalisco —que equivale a lo que ahora es la Secretaría de Cultura—, en ese entonces no rebasaba las sesenta personas. Había una gran mística, una gran pasión por las artes, y laboraban en las oficinas de Bellas Artes de Jalisco (Jesús García 720, junto al parque Alcalde) personas como Fabián Medina en arquitectura; Luis Valsoto en pintura; Daniel Salazar y José Luis Moreno en teatro; Luis Patiño en literatura; Cándido Galván en prensa y difusión; Felipe Covarrubias, en diseño gráfico.

En nuestra ciudad tomaba fuerza la expresión musical de la nueva trova con Pancho Madrigal a la cabeza y diversos grupos folklóricos que se presentaban en las famosas peñas. Funcionaban como centros culturales la Galería Municipal, el Exconvento del Carmen, la Casa de la Cultura, el teatro Experimental y, por supuesto, el teatro Degollado, en el que se presentaban figuras como la soprano tapatía Gilda Cruz Romo, el músico indio Raví Shankar, el Nikolais Dance, Joan Manuel Serrat en sus primeras visitas a Guadalajara, entre muchos otros artistas.

Alejandro Colunga tenía una galería en la calle de Chapultepec, que era la famosa zona rosa, en donde no había tantos comercios y en realidad era un lugar de encuentro cultural.

De pronto se abre la puerta de la cabina y entra Alejandro Colunga con una gran sonrisa.

—Alejandro, ¿cómo estás?, buenos días, qué gusto que nos acompañes. Les contaba a los amigos radioescuchas justamente sobre aquella época de los años setenta, cuando nos conocimos precisamente en tu galería ubicada en Chapultepec. Creo que fue tu primera galería, digamos más o menos formal —me detengo en la frase y corrijo—: bueno, en honor a la verdad, formal, formal que digamos nunca has sido, ¿verdad, Alejandro?

Alejandro se ríe divertido y dice.

—No, no lo creo, estoy echado a perder. Fue una época preciosa, realmente no era mi galería, estábamos de socios Luis Rutilio Medina, Fernando Robles, y otro pintor del que no me acuerdo su nombre; éramos artistas jóvenes que no teníamos ni un cinco para comprar nada, pero ahí estábamos, haciéndole la lucha a Guadalajara.

—Yo lo recuerdo perfectamente, porque nosotros terminábamos de ensayar en la compañía de ballet de Bellas Artes e íbamos todos a visitar las galerías de Chapultepec. Además, era una época en la que todos los de la cultura nos conocíamos; éramos relativamente pocos, éramos una familia. Ahora me entero de que vas a exponer y me da un gusto enorme, porque tienes mucho tiempo sin exponer en Guadalajara; ¿qué serán, más de treinta años? Nunca te preocupó demasiado exponer, además no lo necesitabas, yo sé que tú obra vuela, ahora sí que vuela, en los dos sentidos.

—La verdad es que yo estaba consciente y sabía que tenía que viajar, es parte del aprendizaje de un artista, los viajes confrontan. Tenía que ver qué se está haciendo en otros países, es muy importante para el desarrollo de un artista, por ahí dicen las malas lenguas que me tomé “treinta y cuatro años sabáticos”.

—Sí, lo creo. Te digo que estás “echado a ganar”, no a perder, Alejandro. Mira que treinta y cuatro años haciendo lo que te gusta, ¡qué maravilla! Esto marca definitivamente a un ser humano. ¿Qué se le puede preguntar a Alejandro Colunga que no le hayan preguntado ya? Creo que te han preguntado de todo, hasta indiscreciones, supongo. Sabemos que eso del “culto a la personalidad” no funciona, así que opto por una charla entre amigos, por conversar, por el invitarte a decir eso que traes en el alma. Y bien, empezaría por preguntarte ¿cómo te sientes ahora con esta magna exposición, que está siendo visitadísima, y muy bien recibida por el público tapatío?

—Me siento muy satisfecho y muy contento, porque entregué todo mi corazón, no anduve con pichicaterías en ningún aspecto y quise entregar todo mi corazón a Guadalajara y que no se dijera que les hice una exposición al “ai se va”. Y la respuesta fue igual, creo que fue una entrega mutua, y que se cumplió realmente para lo que fue realizada esta exposición. También quiero decir que no fui yo solo el que expuso en realidad, hubo tanta gente que sacrificó su tiempo, su fe en este proyecto, muchísima gente, y estoy hablando de los maestros fundidores, de los marmoleros, de los herreros, de los carpinteros, de mis asistentes, del mariscal Tico, que sin él, bueno, no salen las cosas... y tanta gente que entró a apoyarnos. Yo estaba sorprendido, yo no lo hice con intención de sacar algo, más bien de entregar.

—Lo entiendo así, lo veo así. Yo que conozco tus piezas desde que iniciaste, que conozco tu trayectoria, ¿sabes qué me sorprende más que todo, Alejandro? La enorme capacidad de recursos que tienes, para estarte reinventando, en el mejor sentido, cambiando, no te repites, vamos, tienes una de recursos que uno dice: ¡cómo es posible!, y me pregunto, ¿cómo pudo Guillermo Sepúlveda, en su labor de curador, manejar todos estos recursos para darles un tono, un ritmo, un sentido a la exposición? La sala de los magos, la sala de los zapatos, ¡esto es maravilloso!

—Guillermo ha crecido muchísimo en los últimos treinta años, se ha hecho enorme. Para mí es uno de los mejores curadores del país; no porque curó mi muestra, sino porque realmente ha hecho cosas sensacionales y además es un gran promotor del arte joven; él ha apostado siempre por el arte joven. Y también hay que mencionar la labor de Daniel Liebson, con sus maravillosas museografías, sus ambientaciones, pues, eso que tú viste, fue una fiesta de cooperación, un encuentro de gente que estábamos en lo mismo, y ya con varios años en esto, y entonces todo esto se dio, no porque yo le eché tantas ganas, sino porque la gente alrededor de mí lo hizo.

—No eres tú solo, eres tú con los otros.

—Más bien sí... porque sin ellos no se hace la muestra.

—En realidad, Alejandro, así es la vida, uno solo no hace nada. Es “uno con los otros”. En este panorama nacional en que Jalisco destaca y se proyecta hacia el internacionalismo por una figura como Alejandro Colunga, yo creo que tú, con otras figuras como Toledo, como Julio Galán, como Rodolfo Morales, serían importantes representantes del panorama nacional, correspondientes a nuestro momento, ¿no crees?

—Sí. Yo no olvidaría a Juan Soriano, y a algunos más que a estas horas de la mañana —yo diría de madrugada— no recuerdo, pero sí, ahorita que los mencionaste, sí quiero decir que yo aprendí mucho de ellos, los quiero mucho y los respeto mucho, me refiero a Galán, a Toledo, a Soriano, a los maestros oaxaqueños, Rodolfo Morales, Rodolfo Nieto y a toda esa pléyade de grandes artistas; al maestro Felguérez. Ante ellos, uno abre su corazón para aprender no sólo como grandes artistas que son, también como grandes seres humanos.

—Hablemos ahora de la magia que ha tamizado tu obra entera, y que desde jovencito te ha acompañado. Recuerdo en las reuniones entre amigos, en las que coincidíamos, de pronto te gustaba la magia, y hacías alguno que otro milagro. Dime, ¿por qué la magia? Supongo que debes haber tenido una infancia muy mágica.

—Sí, la magia está muy ligada al arte. Realmente yo creo que la magia radica en hacerlo todo con amor y no es tanto truco. Tiene que ver con la actitud de, realmente, si no entretener, hacer llegar un sentimiento al espectador, y eso es muy difícil de lograr y hay que trabajar mucho. Yo a los magos que tuve la oportunidad de conocer en algunas ciudades de Estados Unidos y en México, ellos me traducían esos trucos maravillosos en trabajo; en realidad, la magia radica en dos pilares, en el trabajo y en el amor a esto, si no, nada más la magia no se te da, y a mí desde niño siempre me gustó aprender trucos que a veces se convertían en verdadera magia, se vuelven milagros, el milagro de comunicar, que tú lo conoces muy bien, es un milagro el de la comunicación, y cuando se logra es maravilloso.

 

—Has dicho exactamente la verdad. La intención de la magia, el sentido de lo cotidiano, y el poner la fuerza del amor, la fuerza de la alquimia, ésa es la verdadera fuerza que transforma y que, de pronto, las cosas se van dando y dices, “es más de lo que merezco”, sí, de pronto lo dice uno, pero, en tu caso, yo me imagino —corrijo—, no me imagino, tengo la certeza, de que tú, con cuarenta años dándole y entregando tu trabajo, eres un gran maestro. Vi el video que te hicieron, te vi en ese video jugar con la pintura, y ponerla y quitarla, como te dio la gana. Haces lo que quieres, Alejandro, lo que quieres con la pintura y ella te responde como tu mejor amante.

—¡Has pegado en el clavo, Yolanda! La pintura es la mejor amante, y bueno, da más que pide, y realmente yo me he dado cuenta de que a través de los años ese simple trazo, ese simple color embarrado en la tela y que sale y te sorprende, pues es una reciprocidad; me doy cuenta de que también el arte ama, está vivo, el arte es vivo, cuando uno lo hace con el corazón, y es recíproco, yo le doy pero tal vez ella me da, como cien veces más, como decía un sabio por ahí de la India, si tú te acercas a algo que amas y das un pasito, esa persona va a dar tal vez, mil pasos hacia ti.

—Sí, porque eso es el amor, el amor no es decir “me privo de esto para darlo”, no, es “me reafirmo en esto y crezco porque soy capaz de dar”.

—Sí, y aparece la magia de la generosidad, si eres generoso se te va a regresar una montaña de generosidad, eso es lo que sale, el producto es eso, mucho trabajo con amor.

—Ahora, a propósito de tu trabajo, hay unas características muy especiales tuyas, lo híbrido, mezclas elementos, el animismo: le das vida a los zapatos, por ejemplo, y por otro lado el antropomorfismo, y todos esos aspectos que tú los manejas de manera genial, y la prueba está en que cuando llega uno al museo ahí están las tarántulas, entre que no sabes si te quieren saludar y brincarte como perritos, o te quieren devorar.

—Las zapatarántulas.

—¿Así se llaman?

—Zapatarántulas, sí.

—Y toda esta metamorfosis que tú convocas, ¿de dónde emerge?, ¿realmente de tus pesadillas, como dices?

—Es una mezcla de realidad, irrealidad y pesadillas, y no nada más de pesadillas sino de sueños agradables. Precisamente estaba oyendo a un músico maravilloso que adoro y amo desde niño cuando se me ocurrió hacer esa tarántula que tú ves así, muy monstruosa, pues estaba oyendo a Cri–Crí con el “Che araña”.

—Sí te creo, absolutamente te creo. Cuando les dije que estarías aquí a los amigos radioescuchas, los invité a que hicieran preguntas, esa pregunta que quizá yo no acierto a formular, y más de alguno me decía: “Pregúntale si es creyente”, y bueno, lo hago: ¿En qué cree Alejandro? Con esta intención también estuve viendo algunos de tus cuadros y quizá, el que más me sacudió fue un cuadro que tienes en el centro de la sala, uno enorme, de gran formato, que se llama “La pasión de los locos”, que es una especie de Cristo, y me pregunté yo también: ¿En qué cree Alejandro, hasta qué punto la religiosidad que aparece en varios de sus cuadros, la iconografía religiosa se manifiesta?

—La pregunta es muy difícil, pero afortunadamente tiene una respuesta. Creo que aquí entra la lógica un poco: Yo nací en una familia católica, muy católica, de misa a diario, rosario a diario. Cuando yo era muy pequeño nunca comprendí la religión en su verdadera dimensión, hasta ya un poco más grandecito. Cuando fui creciendo, cuando tuve conciencia de las cosas, y cuando mi madre, que era una mujer muy sabia y muy comprensiva, una mujer todo amor, ella, que veía que nosotros al tener cierta edad ya nos daba flojera ir a misa y todas esas cosas, nos dijo: “Ahora ya están en edad de escoger en qué quieren creer, y en lo que eligen para que sea un sostén en su vida”. Y mira, Yolanda, soy muy sincero, yo no soy muy religioso, pero sí soy creyente. Creo en un ser superior, amoroso, un padre amoroso, un padre tierno, comprensivo, perdonador, que no es exclusivo de ninguna religión.

—Sí. Un principio de amor que cobija el mundo.

—Un principio de amor que cobija todas las razas, todos los colores, no le importan las clases sociales. Entonces, es un amor puro, que si nosotros abrimos nuestro corazón, él llega, no importa cómo, y él está dentro de nosotros, no creo que haya que buscarlo en un templo. Respeto mucho todas estas cuestiones, además es la religión familiar, no es mi intención agredir o faltar al respeto. Por otro lado, yo siempre he sido un gran admirador del arte religioso, y digo religioso porque estoy abarcando todas las religiones.

—De ninguna manera le faltas al respeto a nadie. Te voy a decir: habrá quien pueda calificar un cuadro tuyo de irreverente; bueno, quizá para algunas mentalidades, pero creo que lo haces dándole ligereza a la pesadez y a los formalismos religiosos, lo cual es muy diferente de ser irreverente. En tu obra están presentes la ironía, el juego, la risa, elementos siempre presentes en toda expresión plástica.

—Sí. Mi intención no está chueca, no está torcida, ese cuadro que mencionas...

—“La pasión de los locos”.

—Sí, “La pasión de los locos”. En alguna ocasión me dio por visitar manicomios. Mi hermana Geny, que en paz descanse, trabajaba de administradora en San Juan de Dios, y yo le pedí —como alguna vez lo hizo el Greco y algunos artistas y lo siguen haciendo— que me permitiera acercarme a ver al ser humano que, la verdad, está perdiendo la vida en una locura, ¡quién sabe si es feliz!, o simplemente es un sufrimiento, está sufriendo, y uno contempla la esencia del ser humano. A mí siempre me ha llamado mucho la atención la locura, y a la vez, me ha hecho un poco más ser humano consciente. Yo iba a los manicomios y hacía apuntes. Entonces una enfermera, que me pareció también que estaba un poco alterada y sabía que yo era pintor, me dijo: “Oiga, ¿por qué no le pinta un Cristo a los locos?, ellos tienen derecho, pinte un Cristo loco para los locos, si no cómo se van a entender”. Y eso me puso a pensar profundamente en un Cristo loco, para los locos.

—Efectivamente, “La pasión de los locos”, ¡espléndido!, ¿supongo que pertenece a una colección privada?

—Sí.

—La mayoría de las piezas de la exposición son de colecciones privadas, ¿no?

—Sí. Hay algunas piezas que son de tu servidor, de mi colección personal, pero precisamente están ahí para reforzar la exposición.

—Nuestros amigos preguntan, ¿qué hay del cortometraje o largometraje que se está realizando sobre Alejandro Colunga?

—Hay dos. Nos tienen trabajando muchísimo, en realidad el documental es una manera de informar, el porqué cierto artista, en este caso tu servidor, pinta lo que pinta, y de dónde viene la raíz, de qué pared salió, de qué barrio, de qué ambientación, de qué viaje, y que a mí me parece también muy válido. Yo me estoy divirtiendo mucho, ayer filmamos desde las cinco de la mañana hasta las doce del día en un circo, ¡me vistieron de payaso!, lo cual a mí me encantó, porque el circo es un venero de mi obra, una influencia muy fuerte, como fue el arte religioso, como lo mencioné antes, y esa combinación fue un bombazo en mi vida.

—Pero no te subiste a algún trapecio, ¿o sí?

—Casi lo hago. Pero me volteé a ver la barriga y pensé: “Aquí me voy a reventar, o voy a reventar el trapecio”. Fue una experiencia maravillosa, muy agotadora. ¡Ah!, y también fuimos al barrio de las Nueve Esquinas, que yo sigo adorando; fuimos a la birriería, era como entrevista en el guión de la película, y me hicieron caminar por mis rutas de antes.

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