BCN Vampire

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CAPÍTULO XI

Laboratorios FarmaCorps

Montaña de Collserola

Una frenética actividad tenía lugar en los recién estrenados laboratorios FarmaCorps. Al principal y mayoritario accionista no le costó mucho conseguir los permisos para construirlo dieciocho meses atrás en la prohibidísima montaña de Collserola; solamente cien millones de euros, de los cuales cuarenta y cinco fueron a parar a bolsillos de políticos corruptos de la Generalitat y otros tantos al Gobierno Central, quedando diez millones para dietas de «trabajo». Mucho dinero para poder amortizarlo a corto plazo. Dante Höler era un español, descendiente de alemanes afincados en Islandia, frío y calculador. Su tatarabuelo emigró a la gélida isla pensando en cambiar de vida, y así fue. Contactó con mafias nórdicas y se hizo un nombre entre los contrabandistas que operaban de Islandia a Reino Unido, creando así una gran fortuna que sus descendientes ampliaron al irse a vivir a Gran Bretaña. Pero Dante tuvo miras más altas, ya que estudió Biología sacando matrículas de honor, creando vínculos con políticos poco recomendables, hasta que vio el filón que representaba España para sus negocios, ya que la nefasta política de este país era un caldo de cultivo para sus próximos proyectos. Creó FarmaCorps y rápidamente se puso a trabajar en un proyecto que tenía en mente en colaboración con los mejores científicos que tenía el país. Dante estaba encantado con tales mentes brillantes, pero no contaba con la honestidad y principios de la mayoría de ellos, quedándose solamente con dos de dieciocho que había contratado.

El principal sueño de Dante, en principio, era hacer dinero, y el segundo fue un fármaco para hacer desaparecer las cicatrices, ya que a Dante le desfiguró la cara un accidente de automóvil cuando era un adolescente, viviendo con ese estigma hasta que tuvo un éxito tras mucho investigar, logrando que solamente le quedara de vestigio de todo aquello la falta de un lóbulo de la oreja izquierda. Se lo podía haber operado, pero quiso dejarlo tal cual para no olvidar nunca lo que pasó.

Tras muchas investigaciones y mucho dinero invertido en el proceso, Dante y sus colaboradores crearon Catrix Farma, un fármaco vía intravenosa que hacía desaparecer las cicatrices de cualquier naturaleza en poco tiempo. Pero había un efecto secundario, aunque había un antídoto; pero para crear el mismo había poca materia prima, y solamente lo tomaba Dante. Siguió invirtiendo en la investigación, pero aun así, y comprando a medio Ministerio de Sanidad, continuó plagando el mercado farmacéutico con su producto…, aunque había una pega… necesitaba que la gente tuviera cicatrices, así que creó un elixir que guardaba en el más estricto secreto, y ello le daría la clientela adecuada para sus fines. Sin embargo, el experimento también salió mal. Pero todo ello no iba a parar a este hombre poderoso, el cual heredó una maldición que su tatarabuelo lanzó en la lejana Islandia: Odiar al mundo mientras con los ojos sonreía ante este.

Dante se encontraba en su despacho esa mañana con uno de sus más estrechos colaboradores cuando entró uno de los científicos.

―Señor. Debemos hablar.

La mirada glacial de Dante dio a entender que podía pasar, pero sin sentarse. El recién llegado fue al grano.

―Los efectos secundarios van en aumento, así como aumentan las ventas de Catrix Farma, ya que por lo visto hay una oleada de mujeres jóvenes que dicen haber sido atacadas por una especie de vampiro.

Dante miró al otro hombre y hubo un silencio de complicidad.

―¿Y bien? ¿Qué es lo que quieres?

―Creo que deberíamos parar las ventas hasta que logremos aislar la enzima culpable del doble efecto.

La mirada del empresario parecía desprender hielo, tanto que el científico sintió un estremecimiento. Su voz sonó grave, sin admisión de réplica.

―Sigue con tu trabajo, informaré a mis socios del «problema».

El hombre no tardó ni un segundo en salir de allí. Dante ni se inmutó mientras se dirigió en alemán a su colaborador, un hombre de metro noventa y seis y con una musculatura impresionante.

―Vigílalo, creo que este es más débil que el otro. No le quites ojo.

―¿Y si no cumple las expectativas?

―Estos españoles tienen muchos remilgos a la hora de hacer algunos «negocios», así que alguien que no sirve no tiene por qué estar en ningún sitio.

El gigante movió la cabeza asintiendo, luego levantó su elevada estatura y salió del despacho.

Dante deslizó un cajón y sacó un estuche de oro, lo abrió y sacó de él una jeringuilla de cristal, clavó la aguja en la goma que tapaba la boca de un botecito, sorbió con ella el líquido que contenía y tras arremangarse la camisa se lo inyectó en el antebrazo. Luego se levantó y fue a mirarse en un espejo, y mientras observaba su reflejo, se fue acariciando la cara.

CAPÍTULO XII

Estábamos ante una mesa bien preparada con sus platos, copas y cubiertos en el restaurante Ca La Rita en la calle Aragón cerca del Paseo de Gracia. Ante mí tenía a Marta, Esteban y a Alicia, ya que insistieron en que la invitara, pues fue el artífice de que llegara el manuscrito a sus manos. El manuscrito. No recordaba cuando lo escribí y menos cuando lo acabé; incluso cuando lo leí me quedé maravillado… pero muy preocupado; debería ir al médico y contarle lo que me estaba ocurriendo.

Marta estaba exultante ya que tenía pedidos de todas las librerías y plataformas de ebook, sobre todo las de los Corte Inglés, Casa del Libro y l’Fnac del país. Y por lo visto tenía algo que anunciar. Cogió una copa y tintineó con un tenedor para que pusiésemos atención.

―Primero quiero agradecer a Alicia su pequeña, pero importante ayuda al traernos esta maravilla. Y lo siguiente que quiero anunciar es que «BCN Vampire» va a ser traducida al inglés para entrar en el mercado europeo y estadounidense.

No me lo podía creer, eso se iba a convertir en cuantiosos ingresos en mi cuenta corriente, así que no pude reprimir esbozar una sonrisa. Alicia me miró con ternura y alegría al saber tan grata noticia; aquellos ojos me desarmaban cuando me miraban, y ella lo sabía. Un camarero nos trajo una botella de cava y brindamos por ello. Marta tenía una sonrisa de oreja a oreja.

―Muchacho, no sé de dónde sacas esa imaginación, pero leyendo La sombra del diablo llegué a sentirme en el infierno. ¿Cómo se te ocurrió?

Me quedé mudo durante instantes, en los cuales fui el centro de atención de la mesa, así que tuve que utilizar mi arte para salir por la tangente.

―A veces, cuando escribo, me meto tanto en el personaje que desconecto de la realidad y dejo de existir en este plano, con el efecto secundario de que olvido por completo cómo me vino la historia a la mente.

Marta insistió.

―Sí, pero los personajes son casi tangibles al leerlos, es como si los hubieras conocido en verdad. El personaje de Caleb, el protagonista, es realmente auténtico, y lo curioso es que es totalmente antagónico a ti. Tú eres tranquilo, comedido, poco mujeriego y creo que nada aventurero.

―Vaya, gracias por tenerme por un aburrido.

―Lo que quiero decir es que no tiene nada que ver contigo, sobre todo en lo de vampiro ―rio con ganas― ¿Cómo te has documentado para todo ello? No creo que todo sea producto de la imaginación.

Esta vez fui yo el que rio comedidamente.

―Si te contara mi secreto ya no tendría sentido. El misterio que rodea a un escritor debe ser siempre eso, misterio.

Esteban entró en la conversación.

―Ya conoces a Marta, intentará tirar de lo que sea con tal de saber.

Ella contestó rápido:

―Sí, pero lo que más me interesa ahora son las cifras que nos redundará «BCN Vampire».

―La verdad que me vendrán muy bien unos ingresos extra, quiero cambiar de piso, a uno más grande, si puede ser en un lugar diferente.

Alicia se alarmó.

―¿Vas a dejar Barcelona?

―Jamás. Barcelona es mi ciudad fetiche, no podría estar alejado de ella mucho tiempo. El cambio sería de barrio.

Pareció desencantada.

―Dejaremos de ser vecinos.

―Pero no de ser amigos. Sabes que eres muy importante en mi vida.

Una amplia sonrisa iluminó su cara. Marta intervino.

―Vaya, parece que aquí se está cociendo algo importante.

Corté la conversación.

―Sí, la comida que nos vamos a comer ―cogí de nuevo la copa―, quiero hacer un brindis de nuevo por el éxito y la amistad.

Marta no se cortó.

―¿Y por el amor?

―No vas a cambiar ¡eh!

Reímos los cuatro. La conversación se fue amenizando hasta los postres, tras los cuales, Esteban pidió unos cafés y unos whiskys.

―¿Qué marca prefieres Salomón?

Ni me lo pensé.

―Knockando.

―¡Vaya!, sí que tienes buen gusto.

Tras el café di un sorbo al licor y noté un pequeño cambio en mí, cosa que no pasó desapercibida para mis amigos. Alicia me lo hizo saber.

―Te has puesto muy serio de repente. ¿Ocurre algo?

No contesté. Unas extrañas visiones pasaron ante mí, el rostro de una hermosa mujer morena de enormes ojos verdes en la oscuridad. Tardé medio minuto en reaccionar. Entonces la vi, sentada unas mesas más allá. Aquella mirada no me era desconocida, tenía un poder hipnótico sobre mí. Se levantó dejando ver su fabulosa figura de pin up y salió por la puerta, como una diosa, no sin antes echarme una mirada que me caló hasta en el alma.

―Lo siento. Creo que tengo que irme.

 

Marta alucinó.

―¿Crees?

Alicia se preocupó.

―Si te encuentras mal nos vamos.

La miré glacialmente.

―No. Pide un taxi ―le dejé cincuenta euros encima de la mesa―. Debo hacer algo.

Tomé el whisky de un trago y salí de allí a toda velocidad.

Se quedaron los tres anonadados.

Me fui a casa, a pensar en lo que me estaba ocurriendo. Cuando salí del restaurante no vi a la mujer morena y sentí, sin saber por qué, una desazón que me tuvo un buen rato en vilo hasta que caí dormido en el sofá.

CAPÍTULO XIII

Cada noche es una lección que aprendo a marchas forzadas; aprender a controlar unos instintos salvajes y básicos, y parecía que lo iba consiguiendo en la parte salvaje, pero en la básica seguía presa de ello, aunque un poco menos cada vez. Volvía a estar en la calle como un depredador; esta vez reconozco el lugar como la zona más antigua de la ciudad: el Barrio Gótico, y en mi obcecamiento por encontrar algo que calme mi ansia acabo en la plaza San Felip Neri. Me siento al borde de la fuente que hay en el centro de la plaza y agacho la cabeza en un intento de pensar, de encontrar una solución a no sé qué problema. Intento recordar algo del día, pero debo ser una criatura nocturna, ya que me es imposible hacerlo. Y en mi dilema no me doy cuenta de los ojos que me observan, unos ojos que me siguen sin que yo lo sepa. Miro al cielo estrellado y busco con la mirada la luna, pero no la veo por ninguna parte, hasta que una voz con acento del este me sacó de mi trance.

―Hoy no la verás, hoy hay luna negra.

Dirigí mi vista hacia esta y lo volví a ver. Aquel hombre joven, alto, bien vestido, con un pelo largo y negro como la noche, unas gafitas oscuras y redondas contrastando con su piel como el nácar. Me erguí y me puse en guardia.

―¿Quién eres?

No podía evitar conocer de algo a aquel tipo, pero un vago recuerdo me lo traía como más viejo. Su voz era suave, pero firme.

―Solo tienes que pensar en mí si me necesitas, y yo apareceré.

―¿Qué quieres de mí? No necesito tu protección. No sabes quién soy… o qué soy.

Al sonreír mostró unos dientes perfectos, con la particularidad de tener unos colmillos como los míos.

―Sé lo uno y lo otro.

―No sé qué quieres, solo sé que ya me has cansado.

Y me dirigí furibundo hacia él, hasta que vi que miró hacia arriba y se alarmó, levantando la mano en señal de que yo parara y, sin saber por qué, así lo hice. Su voz no se alteró.

―Está aquí.

Miré hacia todos lados.

―¿Quién?

Parecía ignorarme.

―Debe haber una posible víctima cerca, te volverá a utilizar.

Yo comenzaba a perder la paciencia. Él me dio una orden.

―Corre, busca a una mujer que esté embarazada y no dejes que nadie se acerque.

Yo alucinaba.

―¿Qué? ¿Te has vuelto loco?

Y en ese instante vi a una sombra salir corriendo por el arco de la plaza en dirección a la catedral, y comencé a dar zancadas sin parar tras el desconocido, imitándome mi nuevo compañero mientras volvía a ordenar.

―Yo me ocupo de él. Busca a la mujer.

Ellos fueron en dirección al hotel Colón y yo cogí la de la Plaza Sant Jaume, hasta que fui interceptado poco antes de llegar al Puente del Bisbe por cuatro hombres altos y fuertes totalmente vestidos de negro. Sus rostros eran diabólicos y no dejaban dudas de sus intenciones. La voz de uno de ellos era gutural, casi como un gruñido.

―No dejaremos que pases. Date la vuelta.

Siempre tuve problemas con la autoridad, así que hice todo lo contrario y me lancé contra ellos. Cuando peleo pierdo toda noción de humanidad, por eso nunca lo hago, salvo en casos excepcionales… como este. La lucha era mortal, pero silenciosa, golpes y luxaciones casi mudas, y en unos minutos había cuatro hombres en el suelo, tres aturdidos y uno muerto con el cuello roto. Seguí mi camino y vislumbré a una mujer en la plaza, su abultado vientre me dio a entender que la había encontrado a tiempo y, sin saber por qué, me puse las gafas de sol y fui hacia ella, pero al llegar a la plaza vi dos coches, uno era de policía y el otro civil, así que me escondí en las sombras, pero un hombre vestido de paisano me vio, y comenzó a andar hacia mí, por lo que di media vuelta y comencé a desandar lo andado hasta que oí su voz tras de mí.

―¡Alto, policía!

Instintivamente me di la vuelta y nuestras miradas se cruzaron durante unos eternos instantes. Luego eché a correr. Él lo hizo tras de mí acompañado por dos mossos d’esquadra, pero no eran rivales para mi velocidad, y puse distancia entre ellos y yo, pero me encontré con otra patrulla al otro lado de la calle, y mientras decidía si atacar o volar, cosa que era imposible, alguien me cogió de la mano y casi me arrastró por la calle de La Pietat. Cuando ya estábamos a salvo, abrió las puertas de un deportivo y el corazón se me disparó al ver quien era. Su belleza, de cerca, era turbadora; su voz, una cascada de agua dulce que encantaba los sentidos.

―Sube. Y nada de preguntas.

―¿No me tienes miedo?

Me miró divertida.

―Quizá deberías tenerlo tú de mí.

Arrancó el coche y salió chirriando ruedas. Al poco sonó una sirena tras nosotros, pero el coche zeta de la policía no era rival para aquel deportivo.

―Habrán cogido la matrícula.

Ella contestó sin dejar de mirar al frente.

―Da igual. Es robado.

La situación se ponía interesante. Yo no podía dejar de mirarla de reojo.

―No sé tú nombre.

Hizo una mueca.

―Yo el tuyo sí.

Hubo un silencio; preferí no preguntar. Su voz sonó como una delicia.

―Lilithú. Aunque mis amigos me llaman Lilit.

Aceleró y nos perdimos en la noche por la Ronda del Litoral.

CAPÍTULO XIV

Aquello era un castillo ruinoso, pero se podía habitar, y de hecho la mujer llamada Lilithú o Lilit lo tenía bien acomodado, por lo menos en la parte de los sótanos, lo que quizá en un tiempo pasado fueran las mazmorras. Cuando observaba aquellos ojos verdes como una selva, una oleada de deseo me envolvía por completo. Pero mi sorpresa fue al ver como se quitaba la ropa y se quedaba en tanga, dejando ver una de las maravillas de este mundo: su cuerpo escultural. Ella parecía ignorarme mientras me sirvió un vaso con whisky.

―¡Knockando!

No contestó, solo me miró con aquellos ojos y se dio la vuelta para vestirse de nuevo, no sin antes fijarme en cada detalle de su cuerpo, cada tatuaje. En cada hombro, por su parte delantera, una lechuza blanca, flanqueando un león bicéfalo en el pecho; en la espalda dos enormes alas, y al levantarse la melena, para ponerse una blusa de color negro, dejó ver, saliendo de la nuca, cuatro serpientes superpuestas con sus cabezas erguidas formando un cono. En los pies llevaba dibujado unas especies de garras en cada uno. Una maravilla.

―Me vas a desgastar de tanto mirar.

Me acerqué a ella en un intento de seducirla.

―Ni se te ocurra. Sobre mí no tienes poder. Ni me vas a atraer ni me vas a morder.

Frené en seco y mi voz sonó suave, pero tajante.

―Parece que me conoces bien. ¿Quién eres en realidad y por qué me ayudas?

Ya se había vestido y vertió un perfume en su cuello que a punto estuvo de enloquecerme, pero me contuve, aunque no pude evitar soltar una especie de gruñido mientras mostré los pequeños colmillos. En ese momento apareció otra mujer de pelo rubio, también muy espectacular. Iba vestida solo con un pantaloncito muy corto y un pequeño corazón atravesado por una estaca tatuado en el cuello. Se acercó a Lilit y esta la cogió por la barbilla y la besó con frenesí en la boca enlazando sus lenguas lentamente mientras me lanzaba una mirada lasciva. Estaba a punto de unirme a ellas cuando la soltó repentinamente.

―Nos vamos… Salomón.

Volví a enseñar los colmillos mientras solté un leve rugido.

―¿A dónde diablos vamos ahora?

―A Antigua.

―¿Antigua? ¿Qué es?

―Debajo de la Catedral de Barcelona está la ciudad romana, y debajo de esta se encuentra Antigua. La morada de Lucifer. Debemos ir allí e intentar entrar.

―¿Intentarlo?

―Sí. Los nocturnos acólitos del diablo tratarán de impedírnoslo, pues esperan su vuelta pronto. Algunos dicen que ya está aquí.

―¿El diablo? ¿En Barcelona? ¿Esperas que me lo crea?

―No sé. Mírate al espejo, sonríe y luego me lo cuentas.

Y salió de la estancia. Yo hice lo que me dijo, me miré en el espejo que había allí y sonreí forzadamente, y me di cuenta de dos cosas: de que las leyendas mienten acerca del reflejo de los vampiros en los espejos… y de que me estaba volviendo loco.

No tardamos mucho tiempo en robar otro coche y plantarnos de nuevo en el Barrio Gótico. Lilit parecía saber lo que hacía y hacia donde se dirigía. Dio cuatro golpes y luego dos más en la puerta de hierro que da al claustro de la Catedral por la parte de la calle del Bisbe y al rato alguien nos abrió. Yo me quedé sorprendido al ver que era un monje, aunque su rostro no pareciera el de un hombre de Dios. Lilit me sacó de dudas.

―Este es el hermano Jacob, un jesuita que está con nosotros.

Me miró de arriba abajo.

―Hola.

Hice una mueca y no le contesté. Me limité a seguirles. Entramos dentro de la Catedral sigilosamente, luego lo hicimos por una puertecita que daba a unas escaleras de caracol por las que fuimos bajando hasta llegar a un habitáculo sin salida. Yo me sentí fastidiado.

―¿Qué hacemos aquí?

Jacob se puso el índice de la mano derecha en los labios en señal de silencio. Giró una piedra que sobresalía de la pared y una abertura de poco más de un metro se abrió ante nuestras narices. Se agachó y entró por ella, siguiéndole Lilit, para acabar haciéndolo yo. Al otro lado me sorprendí al ver una estancia enorme llena de ruinas.

―¿Dónde estamos?

Me contestó él:

―En las ruinas romanas, una parte que no está abierta al público. Ahora esperemos un poco.

Pero esperamos más de lo debido según ellos. Lilit miró su reloj y me fijé por primera vez en el tatuaje de la mano.

―¿Qué es?

Miró fijamente a los ojos a Jacob y luego a mí.

―Es un ephah, un artefacto para medir el grano.

―¿Y qué significa? ―de pronto aparecieron más monjes―. ¿Estos son a los que esperamos?

La voz de Lilit se dejó oír mientras miró de nuevo el reloj.

―Hoy es demasiado tarde.

Sentí un pinchazo en el cuello y me desvanecí. Uno de los monjes me había inyectado algún tipo de narcótico que me sumió, ipso facto, en la oscuridad.