Si tiene que ser...

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—Yo os diré de quién es... —dijo tratando de leer el nombre del autor en la parte de atrás de la cartulina—. Es de Jimmy —dijo incrédulo.

Todos sus compañeros empezaron a hablar a la vez.

—Con lo aplicado que eres no me esperaba que copiases a Ronie, hay que ver... —dijo Martin, que con los años había perfeccionado su técnica como para que se distinguiese un plato de brócoli de un extraterrestre. Aunque en aquella ocasión optó por el extraterrestre.

—Vaya, Jimmy, ¡por fin algo que no se te da bien! —dijo Cecily divertida.

—Ya que lo has copiado podrías haberte esforzado más al dibujarlo —dijo Óscar.

Antiguamente Jimmy se habría puesto colorado, pero en vez de eso entornó los ojos y se rio de las bromas de sus compañeros.

La campana sonó anunciando el final de las clases, y ese fue de los pocos días que los alumnos no salieron corriendo en estampida nada más oírla, prefirieron seguir comentando los dibujos.

Hannah bajó las escaleras junto con Zoey, que aún insistía en decirle lo bonito que era su dibujo y que le fastidiaba un poco el hecho de que nadie hubiese sabido identificarla a ella por el suyo; una flauta travesera, instrumento que llevaba tocando desde hacía varios años. «Creo que era evidente» repetía.

Al llegar a su calle Hannah se despidió de los padres de Zoey y subió las escaleras hasta su casa. Su padre, igual que siempre, estaba en su despacho corrigiendo exámenes y su madre en el salón leyendo un libro.

—¿Qué tal ha ido? —preguntaron a la vez.

—Bien —respondió Hannah con una sonrisa—. Tengo deberes.

Subió las escaleras hasta su cuarto, se tumbó en la cama y se quedó mirando al techo. Estaba contenta de que su dibujo hubiese gustado tanto a sus compañeros y quería creer las palabras de Zoey, que le decía lo genial que era que tuviese algo que la representase de esa forma. Pero Hannah solo pensaba en Ronie, en Jimmy y en la mariquita de seis lunares. Soltó un suspiro.

Pensó en la suerte que tenía Ronie, en lo fácil que parecía para ella relacionarse y sobre todo la complicidad que tenía con Jimmy. Le dolía reconocer que, por mucho que estudiase, nunca habría forma de que ella fuese así, que no había libros con la fórmula para resolver ese problema. Jimmy y ella no eran compatibles, no de esa manera. Otro suspiro.

—Puede que la única forma de saber cómo reaccionar a esto sea vivirlo —dijo para sí.

Hannah pensó una vez más en el dibujo que había hecho. Todos habían sabido identificarla perfectamente en él y le habían dicho lo bien que le había quedado. Quizás no estaba tan mal que algo así la representase. Quizás aún le quedaba mucho por vivir y, una vez lo hubiese hecho, habría cosas que ya no la pillarían por sorpresa. Bueno, o sí, pero al menos sabría cómo afrontarlas. Sus sentimientos hacia Jimmy eran algo que nunca había podido controlar, pero tampoco había dejado que eso la definiese. En ese momento Hannah sintió una ola de optimismo que recorría su cuerpo. Respiró hondo y con una sonrisa en la cara pensó en la frase que había escrito, en lo mucho que la representaba: sigo aprendiendo.

NO TE MUESTRES

Octubre de 2005

La campana sonó anunciando el final de la clase. Los alumnos de primero empezaron a hablar unos con otros mientras sustituían los libros de lengua por los de historia. Ronie se levantó de su asiento, se dirigió hasta el pupitre que estaba enfrente del de Jimmy y se dejó caer en la silla.

—¿Cómo puede ser que estés más cansada a segunda hora que a primera? Esta mañana estabas como una rosa —preguntó divertido el chico de tez morena.

—La voz de Philip ejerce un poder somnoliento, he estado a punto de dormirme tres veces... —dijo frotándose los ojos intentando despejarse—. No podemos descartar que se trate de un mutante —añadió bostezando.

—Así que ayer te quedaste hasta tarde viendo los X-men —adivinó Jimmy en base a su comentario.

—Es posible —admitió Ronie.

—¿Os importaría hablar más bajo? —preguntó una voz que provenía de detrás de Jimmy. Este se giró a mirar a su amigo, que estaba apoyado sobre la mesa con un libro sobre la cabeza.

—Disculpe usted, no querríamos interferir en sus horas de sueño.

—No te burles —dijo Robert. Pretendía ser una amenaza, pero costaba tomarle en serio con la voz de grogui que tenía.

—¿Lo ves? ¡Otra víctima de los poderes del señor Bush! —comentó Ronie divertida.

Jimmy se rio y acto seguido cogió el libro que ocultaba a Robert, el cual parecía tener una reserva de energía que empleó en empezar a protestar.

—Espabila —dijo Jimmy volviéndose de nuevo hacia Ronie, que le miraba con los labios fruncidos.

—No irás a decirme que espabile yo también, ¿verdad?

Jimmy cogió aire dramáticamente, lo aguantó unos segundos y entonces respondió.

—No. —Ronie suspiró aliviada—. Tú ya eres lo bastante lista —dijo sonriéndole.

«¡Eh!» protestó de nuevo Robert, pero ni Jimmy ni Ronie le escucharon, permanecieron mirándose unos segundos y el resto del mundo desapareció. Hasta que el profesor Rickman, puntual como un reloj, entró por la puerta justo al tiempo que sonaba la campana anunciando el inicio de la tercera hora.

—Todos a vuestros asientos. Abrid los libros y preparad los cuadernos, vamos a corregir los ejercicios de ayer.

—Luego hablamos —dijo Ronie volviendo a su mesa.

Abrió su libro y se fijó en un pequeño papel doblado que había en su interior, justo en la página que el profesor les había indicado. Ronie lo cogió, miró al señor Rickman para asegurarse de que no la estaba viendo y desdobló el papel.

«Puede que las personas que aparecen en este libro cambiasen la historia, pero tú has cambiado la mía».

Ronie buscó con una sonrisa enorme a Jimmy, el autor de la nota. Desde que habían empezado el instituto, hacía un mes, se había encontrado diferentes mensajes entre las páginas de los libros. Un pequeño regalo de Jimmy, quien sabía que a Ronie no le entusiasmaban especialmente los estudios y quería animarla. Ronie abrió la última página de su cuaderno, arrancó un cacho de hoja, y empezó a dibujar. Cada vez que encontraba una de esas notas le dibujaba un animalito dándole las gracias. Aquel día hizo un murciélago.

La clase transcurrió con normalidad; Ralph haciendo comentarios a todo lo que decía el señor Rickman para hacer reír a sus compañeros, Hannah respondiendo perfectamente cada vez que lanzaba una pregunta a la clase, el profesor amenazando a Robert con castigarle si no prestaba atención y Ronie distraída con su dibujo o embelesada con Jimmy. Cuando sonó la campana del recreo los alumnos salieron corriendo en estampida. Jimmy, Ronie, Robert, Albert, Robin y Hannah solían ir a una cafetería que había frente al instituto y almorzaban hablando sobre cómo habían vivido la mañana, qué habían hecho el día anterior... mientras Robert aprovechaba para hacer los deberes de las asignaturas que tocaban después. No fallaba, siempre que los dejaba sin hacer le escogían a él para corregirlos, sin embargo cuando los tenía preparados rara vez le tocaba demostrar sus conocimientos. Y así fue ese día, Robert se pasó las tres horas restantes esperando que su mala racha acabase, pero ninguno de los profesores le hizo corregir los ejercicios.

—Se acabó, ¡no sé para qué me esfuerzo! Más me valdría no hacerlos, así el día del examen se quedarían con la boca abierta al ver que he aprobado... —refunfuñó.

—¿Y cómo piensas aprobar sin hacer nunca los deberes? —preguntó Robin.

—Bueno, pues... estudiando mucho —respondió vacilante.

—¿Y para ello deberías...?

—Hacer los deberes —admitió con la boca pequeña—. Aaaaaag, ¡qué suplicio!

Sus amigos se rieron alegremente ante el drama que estaba haciendo. Siempre quedaban a la salida para despedirse hasta que Robert, que era el que más lejos vivía, se subía al autobús de vuelta a casa. Robin, Jimmy y Ronie vivían cerca por lo que iban andando, y a Albert y Hannah iban a buscarles en coche.

—Nos vemos mañana, parejita —dijo Robin haciendo un gesto con la mano a Jimmy y Ronie.

Los dos agitaron la mano mientras la chica se alejaba y entonces emprendieron el camino de vuelta a casa. Ronie se pasó todo el tiempo contándole a Jimmy con pelos y señales la película que había visto el día anterior hasta que llegaron a una intersección cerca de la plaza del pueblo, donde sus caminos se separaban.

—¿Quedamos esta tarde? —preguntó la chica.

—Claro. Paso a buscarte —respondió el chico.

Ambos sonrieron, Jimmy se acercó a Ronie y le dio un beso en la mejilla.

—¡Hasta luego! —dijo la niña alegremente mientras salía corriendo.

Jimmy se quedó embobado mirando cómo se alejaba. Le encantaba su pelo castaño, lo vital que era y lo feliz que se sentía siempre cuando estaba con ella. Sin duda era el chico con más suerte del mundo.

Cuando llegó a casa sus padres estaban terminando de preparar la comida, Jimmy puso la mesa y se sentaron a comer. Elizabeth y James estuvieron hablando sobre el trabajo y sobre su tío Arthur, el hermano de James, que por lo visto estaba teniendo problemas para pagar sus facturas, pero Jimmy seguía en su mundo pensando en lo afortunado que era él y lo maravillosa que era Ronie.

Como todos los años habían pasado el verano juntos aprovechando cada rayo de sol para jugar en el camping o para ir a bañarse. Un día, jugando al pilla-pilla, Ronie y Jimmy llegaron hasta una zona cerca del río completamente escondida por los árboles y la maleza del lugar. Estaba al lado del camping pero hasta ese momento nunca lo habían visto, de hecho parecía que, salvo algunos pescadores, nadie solía ir por ahí, por lo que lo proclamaron «su lugar de siempre». Desde entonces cuando anochecía iban allí, se sentaban en las rocas más altas y observaban el río, los peces que de vez en cuando les ofrecían un pequeño espectáculo saltando a la superficie y disfrutaban de cada precioso atardecer. Los meses pasaron, el verano acabó y aunque habían empezado el instituto tanto Jimmy como Ronie querían seguir reuniéndose allí, así que prácticamente todos los días después de comer Jimmy iba a casa de Ronie a buscarla, iban a dar una vuelta y a su lugar de siempre a despedir el día. Para los padres de Jimmy no había pasado desapercibido que las notas de su hijo se habían resentido, había pasado de sacar sobresalientes a aprobar justo y en un par de ocasiones les habían llegado avisos de los profesores porque no entregaba los trabajos a tiempo. Jimmy siempre había sido un alumno excelente y aunque sabía que los estudios eran importantes su mayor prioridad tenía nombre y apellido, el pelo castaño y una sonrisa encantadora.

 

Jimmy acabó de comer, dejó el plato en el fregadero, se lavó las manos y como un rayo se dirigió a la puerta.

—Voy a buscar a Ronie, ¡hasta luego!

—No olvides que tienes que estar aquí a la hora de la cena, no llegues tarde...

—Vale —respondió Jimmy desde el otro lado de la puerta.

Elizabeth soltó un sonoro suspiro y miró a su marido con resignación.

Jimmy tocó el timbre. «¡Ronie!» llamó Yohana. «Ya voy» contestó ella. Jimmy escuchó pasos fuertes que bajaban rápidamente las escaleras y un segundo después ahí estaba Ronie.

—¿Qué has comido? —fue lo primero que le preguntó.

—Fréjoles y salmón.

—Puaggg —dijo la chica haciendo una mueca. Jimmy se rio.

—¿Y tú?

—Macarrones —respondió con una sonrisa—. Hasta luego, mamá, papá, ¡os quiero! —dijo cerrando la puerta.

Dio de la mano a Jimmy y salieron corriendo hacia el camping. Ronie no tenía tanta resistencia como Jimmy, pero este siempre le seguía el ritmo. Una vez en el camping estuvieron en los columpios, jugaron a interpretar escenas de sus películas favoritas (como Jumanji, Matrix o Toy Story) y hablaron, sobre todo Ronie. Las hojas de los árboles cubrían la hierba tiñendo el paisaje con colores cálidos creando un hermoso paisaje otoñal. Cuando el sol empezó a ponerse se dirigieron hacia el río, a su lugar de siempre, y observaron cómo anochecía.

—Qué curioso, ¿verdad? Aunque aquí se esté haciendo de noche el sol en realidad nunca se apaga. La Tierra es tan grande que tenemos que compartirlo con el otro hemisferio y ellos a cambio nos prestan la luna. ¿Te imaginas que el sol no quisiera volver a iluminar aquí?

—Bueno, en realidad no tiene elección, él no se mueve —dijo Jimmy siguiendo su suposición.

—Es verdad... Y ¿crees que le gustará más un lado de la Tierra que otro? Igual que a nosotros nos puede gustar más el sol que la luna, o al revés. Quizá aunque no se pueda mover su parte favorita del día es cuando puede ver el océano Pacífico, o Reino Unido, Japón...

Jimmy podía pasarse horas escuchando a Ronie divagar de un tema a otro. Le fascinaba la imaginación que tenía, era capaz de fantasear con cualquier cosa y hablar de ello como si fuera lo más normal del mundo. Eso había ocasionado que, sobre todo en el instituto, algunos compañeros se burlasen de ella, de su forma de pensar, o que la llamasen inmadura. Pero a Jimmy le gustaba su manera de ver el mundo, Ronie convertía lo más corriente en algo sorprendente. Quizás por eso él, que era tan normal, estando junto a ella se sentía especial.

—A ti que te gusta más, ¿El sol o la luna?

—Ninguno —respondió Jimmy.

—¿Qué? ¿Cómo no te van a gustar? Venga, tienes que escoger uno —insistió.

—Es que hay un astro todavía más brillante y más bonito, ¿sabes? Aunque no todo el mundo lo conoce, pero yo sí —dijo Jimmy haciéndose el interesante.

—Seguro... ¿Y cuál es?

Jimmy le miró con una sonrisa torcida.

—Ronie Honely.

Ronie se quedó anonadada y sintió cómo se teñían sus mejillas. Si Ronie tenía el poder de convertir lo ordinario en extraordinario, Jimmy tenía el poder de dejarla sin palabras, lo que tratándose de ella era mucho decir. La sonrisa de Jimmy se amplió de satisfacción y aunque sabía que, por una vez, le tocaba a él romper el silencio ya que se estaba haciendo tarde y era hora de volver a casa, estaba tan a gusto allí con ella que se limitó a darle la mano y contemplar cómo los últimos rayos de sol se desvanecían. Era una vista preciosa, pero Jimmy estaba seguro de que si no estuviese con Ronie no lo sería tanto. Nada hace más bonito una puesta de sol de cuento que compartirla con alguien especial.

Para cuando quisieron darse cuenta estaban mirando las estrellas con los grillos cantando a su alrededor. Era agradable escuchar el fluir del río en medio de la oscuridad.

—¿Vamos? —preguntó Jimmy con voz suave. Ronie asintió.

Jimmy acompañó a Ronie a casa, caminaron en silencio disfrutando de la suave brisa y el cielo despejado hasta llegar a una casa cuyas luces del porche iluminaban la calle. A través de la ventana podían ver la luz de la cocina, donde Yohana y Mike esperaban a su hija para cenar.

—Buenas noches, Jimmy.

—Buenas noches, Ronie.

La chica le dio un beso en la mejilla y entró en casa. Jimmy continuó su camino de vuelta observando la silueta de los árboles desnudos. Sin darse cuenta, empezó a tararear una canción.

Al abrir la puerta y entrar en casa su madre le estaba esperando con los brazos en jarras. Si fuera un dibujo animado estaría dando golpes con el pie.

—¿Has visto la hora que es? Llevamos esperándote casi una hora —le regañó.

—Lo siento, mamá, se nos hizo tarde.

—Se nos hizo tarde... ¿has hecho los deberes?

Jimmy permaneció en silencio a sabiendas de que la respuesta no mejoraría su situación. Su madre resopló.

—En cuanto hayamos acabado será lo primero que hagas. A cenar.

La comida se había enfriado, Elizabeth y James hablaron sobre las noticias y otros asuntos que a Jimmy no le interesaban demasiado y, para variar, aquella noche el chico participó en la conversación preguntándoles si ellos creían que el sol preferiría iluminar un sitio u otro. En cuanto acabó de cenar Jimmy recogió los platos y se fue directo a su habitación a hacer los deberes. Normalmente cuando sus padres acababan de cenar James fregaba los platos, se sentaban un rato a ver la tele y se iban a dormir, pero aquel día sus padres quedaron hablando en la cocina hasta tarde.

—¿Qué vamos a hacer, James? Jimmy está cada vez más distraído, no hace los deberes y se despreocupa por completo de sus estudios... Si sigue así ¿qué será lo siguiente? No quiero ni pensarlo —dijo Elizabeth, compungida. Ella y su marido tenían toda una carrera profesional planeada para Jimmy incluso antes de que este naciera, una muy exitosa, y suspender en su primer año de instituto o recibir avisos de sus profesores no formaba parte de esos planes.

—Tienes razón, Elizabeth, lo cierto es que yo tampoco esperaba que se comportase así, debería ser consciente de lo mucho que está en juego. A este paso acabará como...

—Ni lo menciones —interrumpió su mujer.

—Lo que digo es que está haciendo lo mismo que mi hermano. Él tenía otras prioridades y ya ves cómo ha acabado. Uno no puede dejarse llevar por el corazón de esa manera y menos siendo tan joven.

—Es culpa nuestra, debimos hacer algo hace años, ¡o cuando empezó! En fin, ¿quién iba a decir que esa historia suya duraría tanto? Sé que Ronie y él se hacen muy felices y me alegra que sea así... pero la antepone a todo y no se para a pensar en las consecuencias de sus actos. Ahora es porque están bien pero, ¿qué pasa si el día de mañana Ronie ya no quiere seguir con él? ¿Y si le rompe el corazón? Entonces Jimmy estaría tan disgustado que lo último que tendría en la cabeza serían las clases. Tiene toda la vida por delante y está arriesgando su futuro por un «amor de la infancia».

Ambos se quedaron en silencio unos minutos. Elizabeth quería a Ronie y aunque como madre adoraba ver a su hijo tan resplandeciente con alguien, para ella su futuro, «ser alguien de provecho», como solía decir, era muchísimo más importante. Tanto para ella como para James, Jimmy no era consciente del mundo en el que vivía. Él seguía dentro de su cuento de hadas particular, uno en el que tendría una vida perfecta junto a Ronie y serían felices para siempre, pero para sus padres la realidad era otra muy diferente donde esos cuentos no siempre tenían un final feliz.

—Tenemos que hacer algo —dijo James—. Es nuestro deber protegerle. Es solo un niño, no ve las cosas como son y, como padres, hay decisiones que debemos tomar por él... por su bien.

A la mañana siguiente Elizabeth despidió a Jimmy con un beso en la mejilla cuando este se preparaba para ir a instituto no sin antes hacerle el interrogatorio habitual; «¿Tienes las llaves? ¿Has cogido el dinero para el almuerzo? ¿Tienes algún examen hoy? No llegues tarde. Te quiero».

Cuando la puerta se cerró Elizabeth se sentó en el sofá del salón, cogió el libro que tenía en la mesita y continuó con la lectura hasta que su marido volvió a casa, había pedido un sustituto para el resto del día.

—¿Preparada? —preguntó desde la puerta.

Elizabeth inspiró hondo, se levantó y dejó el libro en el mismo lugar de donde lo había cogido.

El coche aparcó en la acera frente a la casa de los Honely. Elizabeth y James bajaron del vehículo y caminaron uno al lado del otro hasta la entrada. James apretó el timbre.

—Elizabeth, James, ¡qué sorpresa! —dijo Yohana al abrir la puerta—. Pasad.

El matrimonio Byegood entró en la casa arrastrando con ellos un profundo silencio, estaban más serios de lo normal.

—¿Ocurre algo? —preguntó Yohana. James le respondió con otra pregunta.

—¿Está Mike?

—Sí, en la cocina...

—Nos gustaría hablar con vosotros, hay algo que tenemos que deciros.

Yohana avanzó por el pasillo. Aunque le había resultado agradable verles algo le decía que el motivo de su visita no lo sería tanto. Mike miró extrañado a su mujer y a sus invitados, que al entrar en la habitación crearon un aura de rigidez. Todos se sentaron en torno a la mesa y se quedaron mirándose unos a otros durante unos segundos.

—Es sobre Jimmy y Ronie —dijo por fin Elizabeth.

—¿Les ha pasado algo? —preguntó Mike preocupado.

—No, de momento. —El matrimonio Honely se miró aún más confuso—. Acaban de empezar el instituto, en cuestión de tiempo van a experimentar muchos cambios y... ¿qué pasa si en el futuro Ronie decide que ya no quiere estar más con Jimmy? O al revés. Mirad, sinceramente James y yo no creíamos que esto, su «relación», fuese a llegar tan lejos. Están basando sus vidas, su futuro, en algo que decidieron cuando eran pequeños. Creemos que como padres es una irresponsabilidad no pararles los pies.

—Espera un momento, ¿qué quieres decir con eso? —preguntó Yohana, atónita.

—Son jóvenes, no saben lo que quieren, y mucho menos hace siete años. No ven las cosas con claridad y no son conscientes de lo difícil que será para ellos estar así siempre, el daño que van a hacerse si uno de los dos decide que ya no quiere seguir haciéndolo, o si conocen a otras personas... Por Dios, apenas tienen doce años y dicen que quieren estar toda la vida juntos, ¡es una locura!

—Bueno, ¿y qué? Siempre ha sido así, siempre han estado juntos, desde el día que se conocieron. Los dos son felices y les encanta estar el uno con el otro, ¿qué más da lo que pueda pasar en el futuro? Lo que importa es su presente, no podemos tomar una decisión por ellos en base a algo que puede que ni siquiera ocurra. Y, siento discrepar contigo en esto, Elizabeth, pero creo que ambos son suficientemente sensatos como para saber lo que quieren.

—¡Pero pueden hacerse daño! —reprochó Elizabeth.

—A todos nos lo han hecho, incluso nosotros hemos podido hacerlo a veces. Pero si viviésemos protegiendo a nuestros hijos de todo lo que puede herirles no vivirían en absoluto.

—¿Y qué hay de su futuro? —intervino James—. Los estudios son lo primordial y debería ser su mayor prioridad ahora mismo. ¿Acaso pretendes arriesgar su medio de vida? Yo no pienso dejar que mi hijo se convierta en un mediocre que vende revistas en el kiosco de la esquina.

Elizabeth lanzó una mirada a su marido.

—No quiero decir eso, pero hagan lo que hagan lo único que espero es que sean felices. Ningún trabajo es más digno que otro. ¿De qué les sirve tener una carrera si eso no es algo que les apasione? Mi hija puede dedicarse a lo que quiera con tal de que al final del día esté satisfecha consigo misma —respondió Mike.

 

Los padres de Jimmy se quedaron en silencio, se miraron y sin necesidad de decir nada se levantaron.

—La decisión está tomada —dijo Elizabeth—. Esta tarde hablaremos con Jimmy y le diremos que no puede seguir estando con Ronie como hasta ahora. Hemos decidido advertiros por el cariño que os tenemos, nada más.

Los Byegood salieron de la cocina, Mike y Yohana escucharon cómo se cerraba la puerta de la entrada. Se quedaron en silencio unos minutos.

—¿Qué vamos a hacer? Si no le decimos nada a Ronie la próxima vez que vea a Jimmy este se comportará diferente y ella ni siquiera sabrá el porqué... pero si se lo decimos...

—Tú misma lo has dicho, no podemos protegerles de todo... Elizabeth y James no van a cambiar de parecer, así que lo único que podemos hacer es hablar con Ronie e intentar que lo entienda lo mejor que podamos.

—No es justo —dijo Yohana pensando en lo triste que se pondría su hija.

—No lo es, pero no tenemos otra opción.

Cuando Jimmy volvió a casa la comida ya estaba lista y sus padres sentados a la mesa, en completo silencio, y así pasaron el resto de la comida. Aunque Jimmy no solía participar en la conversación y rara vez escuchaba lo que decían aquel día le pareció extraño que ninguno tuviese nada que decir. Cuando acabó de comer dejó el plato en el fregadero, se lavó las manos y se dispuso a salir por la puerta para ir a buscar a Ronie, igual que los demás días, cuando su padre le interrumpió.

—Hoy no vas a buscar a Ronie. Irás a tu habitación y harás los deberes.

La severidad de su padre le dejó petrificado.

—Es... ¿es el castigo por llegar tarde ayer? —preguntó Jimmy con un hilo de voz.

Ni Elizabeth ni James respondieron, ambos quedaron sentados a la mesa en silencio, tal y como llevaban desde que Jimmy había llegado.

Jimmy resopló pero aceptó su castigo, o al menos lo que él creía que lo era.

—Tenemos que hablar con él —dijo Elizabeth en cuanto su hijo salió de la sala.

Jimmy se pasó más de una hora sentado en el escritorio de su habitación haciendo los deberes. Se distraía con facilidad desanimado por no poder quedar con Ronie ese día, por no poder avisarla de que no iría a buscarla. «Espero que no se quede esperándome... mañana se lo explicaré» pensaba. Entonces escuchó dos golpes en la puerta, acto seguido se abrió y sus padres entraron en su cuarto.

—Estoy haciendo los deberes...

—No hemos venido por eso.

Jimmy frunció el ceño extrañado.

—¿Entonces qué pasa? —preguntó con la ligera esperanza de que fuesen a levantarle el castigo.

Sus padres avanzaron hacia su cama y se sentaron en el borde, su madre le hizo un gesto para que se acercase y se sentase junto a ella. Jimmy obedeció.

—Jimmy, escucha, tenemos algo importante que decirte... —comenzó James—. Sabemos que Ronie es muy importante para ti, tenéis una relación muy especial desde hace mucho tiempo pero...

Jimmy les miró receloso, no tenía un buen presentimiento.

—Cariño, ahora estáis en el instituto, van a cambiar un montón de cosas —continuó Elizabeth—. Los estudios serán cada vez más exigentes y tendréis que dedicarles aún más tiempo, no vais a poder estar juntos tanto tiempo como antes. Incluso vosotros vais a cambiar, no solo física sino psicológicamente, puede que dejéis de veros como hasta ahora, o que conozcáis a otras personas...

—¿A qué te refieres? — preguntó Jimmy que no entendía qué quería decir su madre con eso. Ya conocía a otras personas, desde hacía mucho, y eso no había afectado en lo más mínimo lo que sentía por Ronie ni su forma de verla.

—Lo que tu madre intenta decir es que ahora tienes que tener otras prioridades. Las relaciones son muy complicadas, no queremos que te hagan daño. Vuestra relación ha sido muy bonita desde pequeños, pero esto ha ido demasiado lejos y tiene que acabar. No digo que dejes de estar con ella solo... sed amigos. No puedes mostrar tus sentimientos tan a la ligera, Jimmy, los adultos no hacen eso ¿lo entiendes? —preguntó su padre.

Jimmy permaneció en silencio mirando hacia el suelo. No sabía qué decir, no sabía por qué sus padres le estaban diciendo esas cosas. ¿Por qué se suponía que tenía que cambiar su forma de comportase con Ronie? Siempre había sido así y siempre había estado a gusto. Era la chica a la que más quería en el mundo y para él lo normal era demostrárselo. ¿Cómo se suponía que tenía que actuar si no?

—Ya hemos hablado con los padres de Ronie, ellos se lo explicarán —dijo su padre. Jimmy abrió los ojos como platos y levantó la vista. Esas palabras fueron las primeras que le hicieron reaccionar.

—Te dejamos a solas —dijo su madre acariciándole la mejilla.

Jimmy escuchó cómo se cerraba la puerta. Permaneció en silencio durante unos minutos pensando en cómo se sentiría Ronie cuando se lo dijeran, en cómo reaccionaría. ¿Estaría tan confusa como él? Jimmy recordó las palabras de su padre. «No puedes mostrar tus sentimientos tan a la ligera, los adultos no hacen eso». ¿Por qué no podía mostrar sus sentimientos a Ronie? Tampoco le gustaría que ella dejase de hacerlo. Sentía como si tuviese que olvidar cómo ser él mismo.

—Ronie... —dijo en voz alta.

—Ronie, ¿puedes venir un momento? —la llamó su padre.

Mike y Yohana estaban en la cocina, sentados a la mesa. Habían estado hablando sobre la conversación que habían tenido esa mañana con los padres de Jimmy, en cómo podían explicárselo a Ronie. Seguían sin estar de acuerdo con lo que les habían dicho, pero sabían que, de no hacer nada, Ronie acabaría pasándolo peor al ver que Jimmy se comportaba de forma diferente con ella sin saber el motivo. Ronie entró en la cocina y se quedó extrañada al ver a sus padres tan serios.

—Siéntate —dijo su madre intentado parecer más animada. Ronie obedeció.

—¿He hecho algo malo? —preguntó con timidez.

—No, para nada, cielo, no es nada de eso. Verás... Jimmy y tú os queréis mucho, y eso es fantástico, Ronie, pero... Esta mañana han venido los padres de Jimmy, creen que tenéis que centraros en los estudios y que no debéis seguir estando juntos, no como hasta ahora. Verás, Ronie, en la vida a veces las cosas no salen como queremos, pero eso no quiere decir que no vayan a acabar pasando. Cuando algo tiene que suceder, encuentra el modo de hacerlo. Jimmy y tú tenéis una relación preciosa, no hay nada de malo en lo que sentís, pero ahora que estáis creciendo... debéis dejar de lado esos sentimientos, guardarlos para vosotros mismos.

—Pero... yo no quiero hacer eso... —murmuró Ronie.

—Ya lo sé, mi vida, pero creen que ahora mismo es lo mejor para vosotros.

Ronie volvió a quedarse en silencio. Sus padres siempre sabían lo que había que hacer, lo que era mejor para ella, y aunque en esa ocasión no parecía que fuese idea suya, sino de los padres de Jimmy, supuso que estos también sabrían lo que era mejor para él. Ronie no quería que nada cambiase entre ellos, pero por encima de todo quería el bienestar de Jimmy. Quizás ella aún era demasiado joven o demasiado egoísta para entender cuál era, de modo que, pese a lo que le dolía pensarlo, debía aceptarlo.

—Quiero que sepas que eres una niña muy especial. Tienes una forma maravillosa de ver el mundo, y Jimmy también. Los dos sabéis lo que queréis desde hace mucho tiempo, no hay mucha gente, ni siquiera adultos, que esté tan segura de lo que busca. Ni siquiera en toda su vida. Vosotros sois diferentes y no hay nada de malo en ello. Por eso, aunque las cosas cambien, no tiene por qué cambiar cómo os sentís respecto a vosotros. Pero ahora... lo que sientes tiene que ser algo que guardes para ti, como un tesoro.

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