Si tiene que ser...

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—¿Qu-qué os hace gracia?

—Tiene razón. April, Tori, no deberíamos reírnos de algo así —interrumpió Mirta, la de pelo negro—, después de todo somos mayores, hay que dar ejemplo...

Las chicas dejaron de reírse en cuanto la que parecía ser la cabecilla les llamó la atención. Ronie no quiso dar más importancia a lo que acababa de pasar, de modo que se giró para guardar la moneda en su mochila, le haría falta para el viaje de vuelta.

—¡Oh Dios mío! Christy, dime que no es verdad —dijo Mirta señalando la cama de Ronie—. ¿Eso es un peluche?

—¡Qué fuerte! —coincidió la rubia.

Ante los comentarios de sus amigas Tori y April volvieron a reírse de nuevo.

—Se llama Franky —dijo Ronie dispuesta a presentarles a su compañera de viaje, pero desistió al ver que las risas de las chicas no cesaban.

—¡Reunión en la hoguera! —anunció Marcia desde el exterior de la cabaña.

La cuadrilla salió de la habitación todavía entre risas, Ronie se puso el disfraz de india lo más rápido que pudo y salió fuera. Había empezado a formarse un corro entorno a la pila de madera y piedras que había en el patio. Ronie se sentó junto a Christy y buscó a sus compañeros de clase a lo largo del círculo que se había formado. A su derecha junto a Marcia vio a las compañeras de su colegio, todas vestidas de india hablando alegremente. En el semicírculo de enfrente, junto a Félix, estaban los chicos de su clase y otros que parecían mayores a los que no conocía, debían de ser del mismo colegio que sus compañeras de habitación. Todos llevaban puesto su atuendo nativo americano. Ronie se quedó mirando a uno de los indios que, como si algo le advirtiese, le devolvió la mirada y le dedicó una tímida sonrisa. A Jimmy le quedaba muy bien el disfraz, con su piel morena parecía un indio de verdad.

—Prestad atención, chicos y chicas. Hoy vamos a montar en canoa, cocinaremos, haremos una ruta por el bosque hasta la montaña y a la noche nos reuniremos aquí para contar historias antes de dormir.

—¿Quién quiere montar en canoa con Félix? —preguntó el propio Félix con su exagerado entusiasmo aunque de nuevo consiguiendo el efecto deseado. Todos se pusieron en pie y corrieron hacia el monitor que sonreía orgulloso de sí mismo con los brazos en jarras.

—En el orden que estáis haced grupos de seis y seguid a Félix hasta las canoas —indicó Marcia.

Los niños se alborotaron y saltaron alrededor de Félix de camino al lago, el cual estaba encantado con tanta devoción. Ronie miró a su alrededor en busca de sus compañeros de grupo. En frente tenía a sus ya conocidas compañeras de habitación. Ronie se puso nerviosa, no quería darles más motivos para que se riesen de ella. Entonces reparó en un chico rubio de pelo rizado que estaba a su espalda, callado y cabizbajo. Era muy alto y delgado.

—¡Qué alto eres! —dijo a modo de saludo—. ¿Estás en mi grupo? Me llamo Ronie.

El chico abrió los ojos como platos y se quedó mirando fijamente a la niña, aún sin decir ni una palabra. A decir verdad se parecía mucho a Albert; los dos tenían la piel pálida, eran altos, con el pelo rubio más largo de lo habitual, ojos verdes y mudos como una hache. A grandes rasgos la única diferencia era que el chico alto y callado que tenía delante tenía el pelo rizado.

—Ronie, Evan, no os quedéis atrás.

Los dos miraron a Marcia y la cuadrilla de chicas que la acompañaba cuchicheando, el resto de su equipo, las cuales ya estaban llegando al bosque que se encontraba detrás de las cabañas. Los dos salieron corriendo tras ellos y siguieron la hilera de niños hasta llegar al lago. Junto a la orilla había una fila de canoas cada una con un par de chalecos salvavidas en su interior.

—Bien, ahora que cada grupo se coloque por parejas junto a las canoas y poneos los chalecos. Yo iré delante y Marcia detrás. Además, en caso de que caigáis al agua los chalecos impedirán que os ahoguéis, así que no tenéis que preocuparos por nada. —Aunque la intención de esa frase era hacer sentir seguros a los niños pareció haber surtido el efecto contrario, todos se miraron inquietos.

—¡Es una broma! Esto es muy seguro. El lago siempre está en calma y nunca ha pasado nada, tranquilos —dijo Marcia lanzando una mirada de advertencia a su novio.

Todos siguieron las instrucciones de Félix sin hacer un ruido ni poner ni un pero. Al parecer seguían algo inquietos por el comentario de su monitor. Se pusieron el chaleco y de forma ordenada entraron en el agua poniéndose detrás de él.

La excursión resultó más ajetreada de lo que habían prometido. Tras pasar unos minutos en el lago y ver que todo iba con normalidad Félix y Marcia decidieron que sería divertido llevar a los chicos a la parte alta del río y desde allí descender hasta llegar al lago. En el primer tramo todo fue agradable y tranquilo, pero varios metros más abajo, en una parte del trayecto, el agua estaba más agitada de lo normal por lo que la canoa de Félix fue arrastrada por la corriente y todos los niños, que ignoraban este hecho, le siguieron creyendo que era parte del recorrido siendo arrastrados río abajo sin poder evitarlo. Al principio estaban aterrados, pero cuando pisaron tierra firme todos estaban deseando repetir. Volvieron a las cabañas, donde Marcia les reclutó para ayudar a preparar la comida. Les informo de que, con la idea de que aprendiesen algunas recetas y los beneficios de una dieta equilibrada, siempre les ayudarían en la cocina a la hora de preparar las comidas y las cenas.

—Además, la comida preparada por uno mismo sabe mejor —añadió.

El plato que tocaba ese día era pizza vegetal, algo que de primeras no convenció a muchos de los presentes, de hecho ni siquiera imaginaban que esas dos palabras pudiesen estar en la misma frase, pero cuando llegó la hora de catar su creación todos quedaron gratamente sorprendidos. De postre les ofrecieron una pieza de fruta y para los paladares más «exigentes» que se negaban a comerla un yogur con sabor a frutas.

—Cargad bien las pilas, lo necesitaréis para la ruta que tenemos preparada esta tarde —advirtió Félix.

A diferencia de lo que había ocurrido esa mañana con las canoas, en este caso no exageraban. La ruta por el bosque fue pan comido, pero a medida que se acercaban a la montaña la cosa se fue complicando. El suelo pedregoso y la inclinación del terreno les impedía disfrutar de las vistas como Marcia y Félix habrían querido, que se pasaron todo el camino indicándoles puntos de interés y recordándoles que bebiesen mucha agua mientras los chicos a duras penas seguían sus pasos. Cuando llegaron a la cima los monitores sonrieron orgullosos y se giraron hacia los chicos para compartir el sentimiento de victoria con ellos, pero la mayoría se habían desparramado por el suelo exhaustos.

—No siento las piernas... —dijo Robert.

—Serás flojo... —le picó Robin.

—No todos somos atletas como tú —le respondió haciendo una mueca.

Ciertamente aquellos miembros del equipo de atletismo habían tenido una facilidad notable a la hora de hacer la ruta, por lo que eran los únicos que mantenían el tipo.

—Bueno, ya conocéis el dicho: todo lo que sube...

—¿Se queda quieto diez minutos hasta recuperar el aliento? —interrumpió Ralph.

—Casi. Baja —continuó Félix—. Ánimo, que es más fácil que la subida.

—Solo porque más difícil es imposible —protestó Rachel.

Marcia emprendió la marcha de vuelta y todos la siguieron sin rechistar. No por falta de ganas, sino porque no tenían fuerzas para hacerlo. Félix se quedó en la parte de atrás para asegurarse de que ninguno se perdía e intentando animar a los más rezagados, por lo que se pasó prácticamente todo el camino con Evan, Rachel, Zoey y Ronie.

—La perseverancia es la clave del éxito, chicos. Esta experiencia os ha hecho más fuertes. Mañana nos lo agradeceréis.

Un colectivo sonido gutural, aunque ininteligible, parecía asegurar que no sería así.

—Tenéis veinte minutos para asearos y cambiaros de ropa. Cuando hayáis terminado id a la cocina y prepararemos la cena.

Todos obedecieron y puntuales como un reloj se dirigieron a la cocina para ayudar a la pareja con los espaguetis. Todos menos Robert, el cual estaba tan cansado que se había tumbado en el césped y no se había movido de ahí en todo ese tiempo.

—Robert, con esas manos tan sucias no vas a poder ayudarnos a preparar la comida... —le reprochó Marcia—. Bueno, no pasa nada, vigila la cazuela.

—¿Que vigile la cazuela?

—Sí, cuando el agua empiece a hervir baja la ruleta al dos.

—Vale...

No era la actividad más interesante del mundo, pero si no requería tener que moverse le servía. Robert observó a sus compañeros danzando de un lado a otro durante varios minutos.

—Como veis una pizca de sal es más que suficiente —dijo Marcia con un corro de niños a su alrededor que la miraban como si fuese un científico enseñándoles a preparar una poción. Entonces Robert tuvo una idea.

—El plan está en marcha —dijo para sí.

Cuando Félix y Marcia les dieron el visto bueno a sus ayudantes el siguiente paso fue ir al comedor a preparar las mesas, momento que Robert aprovechó para coger el bote de sal y vaciarlo en la enorme cazuela donde se estaba cociendo la pasta. Cuando la pasta estaba en su punto, Félix y Marcia la llevaron hasta el salón junto con un par de chicos de otro colegio que llevaban una segunda cazuela con la salsa. Los alumnos del campamento se pusieron en fila y pasaron frente a ellos para recibir su ración de cena. Una vez estuvieron servidos, Félix y Marcia anunciaron que podían empezar a comer. Nada más meterse el primer bocado en la boca todos lo escupieron de nuevo al plato.

 

—¡PUAAAAG!

Marcia y Félix se miraron horrorizados.

—Es como si le hubiesen echado un kilo de sal, ¿cómo es posible? —preguntó Marcia.

Los niños empezaron a ponerse nerviosos. Después de un largo día de ruta estaban hambrientos y pese a lo agotados que estaban seguro que con el enfado hallarían fuerzas en su interior para empezar un motín. Tenían que hacer algo. Marcia y Félix se miraron.

—No podemos hacerlo —dijo Félix, adivinando lo que su novia estaba pensando.

—No tenemos otra opción... —dijo y acto seguido se puso en pie—. Niños... vamos a pedir unas pizzas.

La sala se llenó de jolgorio, y algo que pudo haber acabado en desastre se convirtió en una agradable experiencia. Cuando llamaron a la pizzería más cercana (que se encontraba a treinta kilómetros de allí) y le explicaron que necesitaban veinticuatro pizzas lo antes posible el dependiente pensó que le estaban tomando el pelo, pero finalmente Marcia consiguió convencerle de que no era ninguna broma. Salieron al patio, encendieron la hoguera y se sentaron alrededor del fuego a contar historias y cantar canciones. Casi una hora más tarde el repartidor apareció en una furgoneta cargada con cajas de pizza. Los niños se lanzaron hacia él como una horda de zombis, comieron pizza al aire libre y se fueron a dormir.

A la mañana siguiente Ronie se despertó de un sobresalto cuando Marcia golpeó la puerta de su cabaña.

—¡Chicas, todas en pie! Poneos los bañadores y coged las toallas, vamos a bañarnos al lago —anunciaba con voz alegre.

Los niños salieron legañosos, frotándose los ojos y bostezando sin ton ni son. Félix y Marcia les esperaban sonrientes en el centro de la explanada.

—¿Habéis dormido bien, chicos? —preguntó Félix.

—¿Qué hora es? —preguntó Robert mientras bostezaba.

—Las siete de la mañana.

—¿Quéééééé? —preguntaron todos al unísono.

—Me gusta esa energía. ¡Vamos! —dijo girándose hacia el bosque.

Repitieron la ruta que habían hecho el día anterior para llegar hasta las canoas aunque esta vez, por suerte o por desgracia, no iban a usarlas.

—Félix, tengo agujetas... —protestó Martin.

—¿Pues para eso sabes qué viene muy bien? —preguntó con un exagerado tono alegre. El niño negó con la cabeza aunque ya se temía la respuesta—. Nadar.

Y eso hicieron durante más de dos horas. Justo cuando estaban entrando en calor Marcia y Félix les dijeron que era la hora de desayunar. Como si del bolso sin fondo de Mary Poppins se tratase, ambos empezaron a sacar de las cestas de mimbre que habían traído una gran manta de cuadros que extendieron en el suelo, sándwiches y botellas de agua para todos. Y allí pasaron la mañana hasta después de comer, cuando regresaron a las cabañas para prepararse para las actividades de la tarde; escalada y tirolina.

Ronie fue a la habitación y rebuscó en su mochila, de donde sacó un casco rosa que imitaba la cara de un gato. Se lo colocó en la cabeza, se puso los guantes y fue a reunirse fuera con sus compañeras, las cuales, igual que el día anterior, comenzaron a reírse en cuanto la vieron.

—¡Un casco de gato! ¡Qué hortera! —dijo April.

—Justo cuando crees que no puede ser más ridícula... —continuó Tori.

Algunas de sus compañeras de clase también se quedaron mirándola y escuchando los comentarios de las otras chicas empezaron a reírse. Ronie se sintió avergonzada, quería salir corriendo de allí y esconderse en algún sitio, pero en lugar de eso trató de ignorar las risas y los comentarios y se dirigió hacia Marcia y Félix que les estaban esperando junto con los chicos.

A Ronie le encantaba su casco desde el momento que lo vio, le encantaban las orejas y el morro en relieve. De hecho le seguía encantando, pero debido a los comentarios empezó a sentirse mal al respecto y no sabía por qué tenía que sentirse así.

—¿Ronie, va todo bien? —preguntó Marcia al verla con mala cara.

Ronie asintió sin decir nada.

—Está bien... —dijo a sabiendas de que aunque insistiese la niña no querría hablar de ello, así que lo dejó estar—. Bonito casco —añadió con una sonrisa.

Ronie miró a la monitora con una gran sonrisa en su rostro. Por suerte siempre había personas como Marcia. Cuando todos se hubieron reunido Félix y Marcia comenzaron a explicar lo que harían esa tarde.

—Como sabéis hoy haremos tirolina y escalada. Podréis repetir tantas veces como queráis, el único requisito es que os pongáis en orden. Así que... ¿Quién quiere tirarse en tirolina con Félix?

Como de costumbre los niños empezaron a saltar revolucionados en torno a su monitor gritando «yo» todos a la vez. Félix sonreía con su habitual sonrisa de satisfacción. Para instaurar un poco el orden Marcia propuso hacer los grupos del día anterior y que algunos la acompañasen al rocódromo ya que no iban a poder tirarse todos a la vez y si todos iban con Félix se quedaría más rato mirando que otra cosa. Evan, al igual que el día anterior en las canoas, parecía no sentir especial atracción por la tirolina ni el exagerado entusiasmo de Félix para crear expectación, de modo que siguió a Marcia encantado. Ronie estaba contenta de volver a reunirse con su compañero.

Llegaron a una explanada donde se encontraba una gran pared vertical con formas de colores que sobresalían y, a unos cuantos metros de allí, un árbol al que se podía acceder desde una escalera con un cable enganchado a varios metros de distancia. Los chicos escucharon las instrucciones de sus monitores atentamente y formaron una fila para participar en cada actividad.

—Nunca he hecho escalada, aunque creo que puede ser muy divertido. Seguro que con lo alto que eres no tienes problema en llegar arriba del todo —conversaba Ronie con su compañero. Bueno, lo intentaba, ya que este seguía tan poco hablador como siempre.

Evan sonrió tímidamente ante su comentario.

—La verdad es que me dan miedo las alturas...

—¿En serio? No te preocupes, seguro que Marcia te ayuda, y si no podemos quedarnos mirando desde aquí.

Uno a uno sus compañeros de grupo fueron subiendo todo lo que podían en la pared hasta que le tocó el turno a Evan, el cual subió un par de metros y tuvo que pedirle a Marcia que le bajase porque se estaba mareando. Cuando descendió Marcia le ayudó a quitarse el arnés. Unas risas junto al rocódromo hicieron que Evan se sintiese más avergonzado de lo que ya estaba. A Ronie no le hizo falta mirar para saber de quiénes se trataba. Evan se quitó el casco y se dirigió hacia Ronie con la frente llena de sudor.

—¡Lo has hecho muy bien! —le animó la niña.

Evan no parecía estar de acuerdo pero agradeció su amabilidad. Ambos se quedaron mirando al resto de sus compañeros escalar jugando a averiguar lo alto que llegaría cada uno. Hasta que de pronto y con muy mala suerte, un chicle que provenía del árbol donde el resto del campamento estaba haciendo tirolina, cayó en el pelo de Evan, y con peor suerte todavía porque Robert pasaba por ahí y lo vio.

—¡Robert! ¿Qué haces aquí? Creí que estabas con la tirolina —dijo Ronie.

—Ya me he tirado, iba a subir otra vez. Tu amigo tiene algo en el pelo.

Evan abrió los ojos como platos y empezó a palparse la cabeza hasta que dio con una masa pegajosa y húmeda adherida a sus rizos.

—Oh no. Oh no, oh no, oh no...

—¡Tranquilo! Yo puedo ayudarte. Sé exactamente lo que hay que hacer en estos casos —dijo Robert con una sonrisa maliciosa.

—¿De verdad? ¡Qué suerte, Evan! Robert va a ayudarte —celebró Ronie.

El niño no parecía del todo seguro pero se moría de vergüenza solo de pensar en ir hacia Marcia con el chicle pegado en la cabeza, así que consideró al niño de pelo despeinado su mejor alternativa.

—¡Seguidme! —exclamó iniciando la marcha.

Ronie y Evan siguieron a Robert hasta que fueron a parar a la cocina del campamento.

—Aquí encontraremos todo lo que necesitamos. Lo primero es humedecer el chicle, para lo que necesitamos mermelada. Vale de cualquier sabor, pero si es de fresa mejor.

Robert se dirigió a la estantería y cogió un bote de cristal con el interior granate y echó una generosa capa sobre la cabeza del rubio. A continuación se dirigió de nuevo a la estantería y cogió otro bote, esta vez de plástico.

—La crema de cacahuete tiene propiedades despegantes. —Y acto seguido derramó una cucharada sobre su cabeza.

Ronie miraba intrigada, estaba aprendiendo mucho sobre cómo quitar un chicle del pelo. Mientras, Evan mantenía en su expresión la cara de espanto, pero puesto que no había marcha atrás rezaba para que funcionase.

—¿Y ahora qué? —preguntó la niña.

—Eeeemmm, sí, pues... —Robert miró a su alrededor, cualquiera diría que estaba improvisando—. ¡Salsa de tomate! Eso es. Infalible contra los malos olores y famosa por sus propiedades despegantes.

Robert se disponía a vaciar el bote sobre la cabeza de su inocente compañero cuando de repente una voz les sobresaltó.

—Os he estado buscando... Pero bueno ¿¡qué estáis haciendo!? —gritó Marcia horrorizada al ver la escena. Robert y Evan se quedaron en silencio, uno sorprendido, el otro avergonzado.

—A Evan se le ha pegado un chicle en el pelo, le estamos ayudando a quitárselo —explicó Ronie.

—Madre mía... madre mía... está bien. Robert, deja la salsa de tomate donde estaba. Evan, ven conmigo.

Ronie y Robert acompañaron a Marcia a los lavabos de chico aunque esta insistió un par de veces en que volviesen con sus compañeros mientras ella «intentaba arreglar ese desastre». A Evan no le gustaba nada que se refiriese a su cabello con esa palabra. Marcia aclaró el pelo del niño con agua hasta que dio con el chicle, el inicio de la catástrofe.

—No habrá que cortar, ¿verdad? —preguntó Evan aterrorizado. Sus rizos de oro eran su bien más preciado.

—No hay más remedio —respondió la chica.

Para cuando sus compañeros de campamento acompañados por Félix volvieron, Marcia ya había terminado de cortar el pelo al pobre Evan. Había sido necesaria la intervención de la maquinilla eléctrica, por lo que la cabeza de Evan estaba ahora rapada al cuatro. Ronie opinó que le quedaba muy bien, pero Evan tenía la sospecha de que sus otros compañeros no serían tan amables por lo que estaba al borde del infarto pensando en lo que dirían, pero cuando se reunieron donde la hoguera antes de cenar todos se deshicieron en halagos con su nuevo aspecto.

—¡Es como Eminem! —dijo Christopher.

El peinado causó furor, tanto que a la hora de hacer la cena Félix capitaneaba a los niños en la cocina mientras Marcia cortaba el pelo a los que hacían cola para «parecerse a Eminem». A diferencia del día anterior la cena transcurrió con normalidad y al igual que habían hecho entonces, antes de ir a dormir se reunieron en torno al fuego de la hoguera para contar historias con sus disfraces de indio.

A la mañana siguiente Ronie volvió a despertarse de un sobresalto cuando Marcia golpeó la puerta. Ese parecía ser el despertador allí así que pensó que tendría que acostumbrarse.

—¿Quién quiere montar en canoa con Félix? —preguntó este desde el exterior.

El hecho de que no fuesen las siete de la mañana y el peculiar entusiasmo de Félix surtió un increíble efecto a la hora de hacer que los niños se espabilasen. Todos estaban deseando repetir la experiencia con las canoas que, pese a aterradora, había dejado muy buen sabor de boca. Ronie miró a los chicos, que saltaban en torno a Félix en dirección al lago. Su sonrisa se ensanchó al ver a Jimmy, que como de costumbre iba acompañado por Albert a un lado y Robert al otro.

—Buenos días —dijo una suave voz.

—¡Hola, Evan! ¿Listo para navegar?

Evan sonrió. El nuevo corte de pelo le favorecía y, pese a los nervios iniciales, incluso parecía que tenía más confianza en sí mismo.

Igual que el primer día, los niños se pusieron los chalecos de sus respectivas canoas y siguieron a Félix lago adentro mientras Marcia les seguía por detrás. Félix comunicó que estaba vez se mantendría alejado de las corrientes para que no se repitiese el incidente de la última vez, cosa que causó desilusión a la mayoría de los presentes. Aun así el monitor les prometió una ruta diferente digna de recordar. Y vaya si lo fue, puesto que la canoa de Zoey y Hannah estaba agujereada y cuando llegaron al centro del lago empezó a hundirse. Los gritos de las chicas podían oírse a kilómetros a la redonda, pero había una voz aún más aguda e histérica que gritaba por encima de las suyas. Era la de Félix, que remó lo más rápido que pudo hacia ellas y se tiró al agua para cederles su canoa.

 

—¡MARCIAAAAAAAAAA! —gritaba su novio sin parar.

Marcia recogió a su empapada pareja y remaron de vuelta a la orilla. Cuando consiguieron sacar la canoa averiada del agua observaron que tenía una serie de agujeros que, casualmente, formaban una R.

—Lo siento mucho, chicos, nunca había visto nada igual... debe de haber sido un mapache —explicó Félix el cual estaba todavía algo alterado—. Pero no os preocupéis, iré a por otra canoa y realizaremos la ruta como teníamos previsto.

Tal y como Félix había dicho esa mañana, la ruta alternativa era digna de recordar, lo único que empañaba la tranquilidad de aquellos hermosos paisajes eran los niños a los que al entrarles algo de agua en la canoa, se ponían nerviosos pensando que se iban a hundir y empezaban a gritar. Félix se pasó más tiempo en el agua nadando hacia aquellos que creían que un mapache había agujereado su canoa para asegurarse de que no era así que en su propia canoa.

Regresaron al campamento a la hora de comer y prepararon unos bocadillos para la excursión de por la tarde. Un autobús les esperaba para llevarles a una granja que estaba a varios kilómetros del campamento. Allí vieron todo tipo de animales y aprendieron cómo se cultivaban hortalizas y verduras. Ronie estaba en el paraíso, adoraba a los animales. Se quedó mirando embobada cómo las cabras jugaban entre ellas.

—¿Quieres darles de comer, pequeña? —preguntó la mujer que les había estado enseñando la granja.

Ronie asintió loca de contenta. Entró en el corral y les ofreció la comida que la mujer de pelo grisáceo le había dado. Todas se acercaron a Ronie y en menos de un minuto no tenía nada en la mano. La mujer le extendió otro puñado a Ronie que volvió a ofrecérselo a los animales. Otro compañero se sumó a su iniciativa y se puso a su lado con un puñado de heno en la mano. Se trataba de Jimmy, el cual dedicó una tímida sonrisa a la niña.

—¿Qué tal te lo estás pasando? —preguntó el niño.

Ronie dudó un poco antes de responder.

—Bien, el campamento es muy divertido...

—¡Eh, Jimmy, yo también quiero! —le interrumpió Álex.

La iniciativa de Ronie seguida por Jimmy provocó que el resto de sus compañeros también se acercasen a acariciar y dar de comer a las cabras. Salvo Rachel y Cecily, que se negaban en rotundo pese a los intentos de Marcia por convencerlas de que no pasaba nada, pero ellas seguían diciendo que podían morderles en cualquier momento.

Al cabo de un rato la mujer les indicó que la siguiesen, iba a enseñarles cómo se preparaba el queso. Comparado con estar con los animales les pareció un rollo pero resultó una actividad más interesante de lo esperado y además tuvieron ocasión de probarlo y estaba buenísimo. Cuando estaba anocheciendo todos se dirigieron al autobús que les esperaba para llevarles de vuelta al campamento. Se pasaron todo el camino comentando unos con otros lo guay que había sido la granja. Si les preguntasen qué querían ser de mayores muchos ya sabrían qué responder.

Cuando llegaron al campamento Marcia les recordó que disponían de veinte minutos para asearse y cambiarse antes de cenar e igual que los días anteriores, todos, incluido Robert, obedecieron y fueron a la cocina puntualmente. Después de cenar se sentaron junto a la hoguera y escucharon las historias que Marcia y Félix les contaban antes de dormir.

—Que descanséis, chicos, buenas noches —se despidieron los monitores.

Ronie se dirigió a su habitación, se disponía a meterse en la cama cuando se fijó en que su peluche Franky no estaba donde lo había dejado. Ronie lo buscó debajo de la cama, dentro de su mochila, en las literas... pero no dio con él.

—¿Has perdido algo? —preguntó Mirta al entrar en la cabaña.

Entonces Ronie comprendió que era cosa suya.

—¿Dónde está Franky? —preguntó queriendo sonar valiente.

—Ummm ¿Franky? ¿Conocéis a alguna Franky? —preguntó al resto de su cuadrilla, las cuales negaron con la cabeza—. Tendrás que ser más específica.

—Mi peluche...

—Oh, así que tiene nombre, qué mona... —dijo sarcásticamente.

—No lo hemos visto desde esta mañana —comentó April.

Ronie no las creía, sabía que estaban mintiendo pero no podía hacer nada al respecto. Tenía ganas de llorar pero no quería hacerlo delante de ellas.

—Parece que se ha perdido... bueno, ya iba siendo hora de que crecieses. Solo los bebés duermen con peluches —añadió Christy.

Al oír eso Ronie apretó los puños y salió corriendo de la habitación, dejando a sus espaldas a las chicas riendo y cotorreando. Ronie corrió hacia el bosque. Quería dejar de oír sus risas, quería alejarse de esas chicas que la hacían sentirse mal, pero por mucho que corriera la sensación en el pecho no desaparecía. Corrió todo lo que pudo y cuando llegó al claro frente al lago se detuvo. Intentó recobrar el aliento, el corazón le latía a toda velocidad, y entonces las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. No quería ser una llorona, no quería que unos comentarios la hiciesen ponerse triste, pero no podía evitar sentirse sola. Incluso al estar rodeada de compañeros de clase, de haber conocido a personas agradables como Marcia o Evan, ninguno de ellos se preocupaba por ella. Ni siquiera había tenido ocasión de estar o hablar con Jimmy. Allí no tenía a nadie que la cuidase. Ronie miró el cielo, estaba totalmente despejado. La luna se reflejaba en la superficie del agua iluminando todo el bosque de un color blanco azulado. Las estrellas decoraban el cielo como si fueran pecas, nunca había visto tantas ni que brillasen con esa intensidad. Se quedó unos minutos en silencio observando ese bonito paisaje aún con lágrimas brotando de sus ojos.

—¿Ronie? —la llamó una voz a su espalda. Ronie se giró sorprendida y se quedó de piedra al ver a Jimmy—. ¿Qué te pasa? —preguntó al ver que estaba llorando.

«Nada» quiso responder, pero no le salían las palabras. No quería que Jimmy la viese triste, y menos llorando, pero al verle corrió a abrazarlo y empezó a llorar aún más fuerte.

—¡No quiero estar aquí! Esas chicas se portan mal conmigo, siempre se están riendo de mí y me siento como una estúpida... Echo de menos a mis padres. Las personas que te quieren son las que te cuidan y aquí estoy sola... ¡No tengo a nadie que me cuide!

Jimmy dejó que se desahogase. Desde que habían llegado no habían podido estar juntos en ningún momento, pero Ronie era siempre tan alegre y tan brillante que Jimmy ni se imaginaba que pudiese llegar a sentirse de otra manera que no fuese así, ni que lo estuviese pasando tan mal. La abrazó con más fuerza mientras la niña sollozaba.

—Ronie...

La pequeña se apartó para mirarle y se encontró con los enormes ojos marrones de Jimmy, sus pestañas espesas. Esa mirada le resultaba tan familiar como si mirase un reflejo de sus propios ojos. Jimmy se acercó hacia ella y, aprovechando los centímetros de ventaja que la irregularidad del terreno le proporcionaba, le dio un beso en la frente. En ese momento Ronie notó cómo las lágrimas se detenían. Jimmy apoyó su frente en la de Ronie, justo donde hacía unos segundos la había besado y se quedó mirándola fijamente a los ojos.

—Yo cuidaré de ti.

Ronie volvió a sentir que se le humedecían las mejillas, pero esta vez con lágrimas de alegría. Jimmy siempre estaba ahí para ella. Por mal que se sintiera él siempre conseguía animarla. Al escucharle decir eso comprendió que nunca estaría sola y por primera vez allí se sintió a salvo. Jimmy le dio la mano a Ronie, esta la tomó y los dos regresaron a las cabañas en completo silencio. No necesitaban decir nada más.

Cuando llegaron Jimmy le hizo un gesto a Ronie para que le siguiese en silencio. Entraron en la cabaña de Jimmy y este se acercó con cuidado a la litera de Albert, que dormía en la parte de abajo de la suya.