Historia de la teología cristiana (750-2000)

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15. Un texto clásico es: «¿Por qué argumento puede demostrarse que las percepciones de la mente han de ser causadas por objetos externos, totalmente distintos de ellas, aunque pareciéndose a ellas (si esto es posible), y no pueden surgir ni por la energía de la mente misma ni por la sugestión de algún espíritu invisible y desconocido, o por alguna otra causa que nos sea aún más desconocida?» (David HUME, Investigación sobre el entendimiento humano, Greenbooks Editore, edición digital, julio de 2016 [edición mobi para Kindle], Sección 12, parte 1: «De la filosofía académica o escéptica»). De aquí deriva la negación del principio de causalidad.

16. «Al pretender explicar los principios de la naturaleza humana, proponemos, en efecto, un sistema completo de las ciencias construido sobre un fundamento enteramente nuevo y el único sobre el que éstas pueden descansar con alguna seguridad» (David HUME, Tratado de la naturaleza humana, trad. de V. Viqueira, FV Éditions, 2014 [edición mobi para Kindle], introducción).

17. «Es importante advertir que Descartes, por más que intentó hacer metafísica, pasó del plano ontológico al psicológico: es la conciencia no sólo la que nos hace saber que existimos, sino la que define al yo. En esta misma línea, pero intensificada, se moverán los filósofos empiristas» (Rafael CORAZÓN, «Persona», en Ángel Luis GONZÁLEZ [ed.], Diccionario de Filosofía, EUNSA, Pamplona 2010, p. 862a).

18. Josep-Ignasi SARANYANA, La filosofía medieval. Desde sus orígenes patrísticos hasta la Escolástica barroca, EUNSA, Pamplona, 2003 (2ª edición, revisada y aumentada, 2007; 3ª edición, corregida y nuevamente ampliada, 2011); e ID., Breve historia de la teología en América Latina, BAC, Madrid 2009 (2ª ed. revisada, BAC, Madrid 2018).

19. «Concede [Señor] a todos los que investigan la verdad, que, buscándola, la encuentren, y que, habiéndola encontrado, la contemplen» (Breviarium Romanum, 25 februarius 2019, Tempus «per annum», hebd. VII / Hebdomada III, feria II, Ad vesperas, Preces).

Agradecimientos

Mi mayor reconocimiento a todos los que han contribuido, de una forma u otra, a este libro de texto.

En primer lugar, al Dr. Amador García-Bañón, que me introdujo en la docencia como ayudante de su departamento, en la ya lejana fecha de 27 de octubre de 1969, porque todo empezó entonces; y a los alumnos que han seguido mi curso de historia de la teología en la Universidad de Navarra, pues su franqueza y entusiasmo me han empujado a perseverar y adelantar en la tarea.

Debo recordar, además, a los profesores Dr. José Luis Illanes, que ha contribuido a este libro, supervisando algunas secciones; Dra. Elisabeth Reinhardt, que compartió conmigo la docencia de Historia de la Teología (y también de Historia de la Filosofía medieval) en la Universidad de Navarra, desde 1996, y que leyó, corrigió y mejoró buena parte del volumen, me ofreció nuevas ideas y repasó las citas en otras lenguas; Dra. Carmen-José Alejos, que colaboró en una etapa previa, cuando preparamos una historia general de la teología en América Latina, en cuatro volúmenes (1999-2008); y Dr. Miguel Lluch Baixauli, que me sucedió en la enseñanza de la materia, en 2011, cuando me jubilé, y que falleció, casi repentinamente, en 2015.

No olvido la ayuda que me ha prestado el Dr. Rafael Corazón, profesor de IES y miembro del Instituto de Estudios Filosóficos Leonardo Polo (con sede en Málaga), que revisó los apartados dedicados a la modernidad e Ilustración. El Dr. Ramon Alcoberro, de la Universitat de Girona, ha contribuido con sus propuestas bibliográficas a ampliar algunos epígrafes sobre la Ilustración y sobre la posteridad del Vaticano II. El Dr. Pere Lluís-Font, profesor emérito de la Universitat Autònoma de Barcelona y miembro del Institut d’Estudis Catalans, me ha guiado en el laberíntico Gran Siglo francés. El Dr. Ángel Rodríguez Luño, de la Pontificia Università della Santa Croce, me ha conducido por el complejo entramado de la «moralística» reciente. Las Dras. Silvia Albareda Tiana y María Victoria Roqué Sánchez, de la Universitat Internacional de Catalunya, han enriquecido con sus apreciaciones el capítulo 14, en la parte dedicada al feminismo. La Dra. Isabel León, de la Universidad de Navarra, ha leído los capítulos dedicados a la teología medieval y ha sugerido cambios y mejoras. El Dr. Albert Viciano, patrólogo y especialista en cristianismo antiguo, del Ateneu Universitari Sant Pacià (Barcelona), ha revisado el capítulo primero. La Dra. Francisca Pérez-Madrid, de la Universitat de Barcelona, ha discutido los contenidos de varias secciones, con aportaciones decisivas en la fase final del manual.

Es obligado reseñar los consejos, observaciones, sugerencias, noticias bibliográficas y buena acogida de los profesores Dr. Manuel Casado (Pamplona), Dr. Alexander Fidora (Frankfurt-Barcelona), Dr. Juan Luis Lorda (Pamplona), Dr. Pedro Rodríguez (Pamplona) y Dra. Isabel Troconis (Roma). Por último, mi reconocimiento al Dr. Juan Carlos García Cabrera (Madrid), que leyó toda la obra cuando ya estaba concluida y detectó erratas y repeticiones, y mejoró la expresión en algunos pasos.

Para terminar, mi agradecimiento a los facultativos del Hospital Clínic de la Universitat de Barcelona (internistas, cirujanos y radiólogos) que, durante los últimos diez años, han cuidado de mi salud, bastante maltrecha por temporadas: doctores Antoni Rimola, Pablo Ruiz, Encarnación Martín, María José Ribal Caparrós, Isabel Núñez Lucas, Juan Luis Cruz, Víctor Llorens, Laureano Molins y Ramon Marrades.

Illis de me optime meritis gratiam refero!

Con todo, lo más importante de mi vida ha sido el ministerio sacerdotal que recibí en agosto de 1968, que debo agradecer a la benévola condescendencia de san Josemaría Escrivá.

Siento que mis padres Josep y Maria Teresa no hayan visto publicado este manual. Mi hermana Zoila sí ha tenido esa suerte. Ahora podré dedicarle más tiempo, si Dios quiere.

Termino con unas palabras del gran poeta Salvador Espriu (1913-1985):

Jo em moriré, i de la meva obra no en quedarà res […]. Però la processó continuarà.

I només per l’honor d’haver ajudat una mica més que [aquesta] no es trenqués i es dispersés […],

ja em paga amb escreix el risc i la fatiga d’haver viscut»1.

1. «Yo me moriré, y no quedará nada de mi obra […]. Pero la procesión continuará. Y sólo el honor de haber contribuido un poco a que [ésta] no se rompa ni se disperse […] me compensa de sobras el riesgo y la fatiga de haber vivido» («Conversa de Baltasar Porcel amb Salvador Espriu», en Serra d’Or, mayo de 1966).

Siglas, abreviaturas y código de estilo


AAS Acta Apostolicæ Sedis (Roma, 1909 ss.)
ASS Acta Sancta Sedis (Roma, 1865-1908)
ASV Archivio Segreto Vaticano (desde 2019: Archivio Apostolico Vaticano).
AHIg Anuario de Historia de la Iglesia, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona 1992 ss.
BAC Biblioteca de Autores Cristianos (Madrid, desde 1944)
CChr.CM Corpus Christianorum. Series Latina, Brepols, Turnhout 1954 ss.; 1971 ss.
CEBs Comunidades de Base Brasileñas
COeD Josepho ALBERIGO et al. (eds.), Conciliorum Oecumenicorum Decreta, Istituto per le Scienze Religiose, Bologna 31978.
CPLA Concilio Plenario Latinoamericano (1899)
CTI Comisión Teológica Internacional (Santa Sede, desde 1969)
CUP Henricus DENIFLE et Æmilius CHATELAIN (eds.), Chartularium Universitatis parisiensis (1891-1899), reimpresión Culture et Civilisation, Bruxelles 1964, 4 tomos.
DH Heinrich DENZINGER - Peter HÜNERMANN (eds.), El Magisterio de la Iglesia. Enchiridion Symbolorum definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, Herder, Barcelona 1999.
DS Henricus DENZINGER et Adolfus SCHÖNMETZER (eds.), Enchiridion Symbolorum, Herder, Barcelona 321963.
EUNSA Ediciones Universidad de Navarra (Pamplona, desde 1967)
ITEPAL Instituto de Teología Pastoral de América Latina (Medellín / Bogotá)
JOC Juventud Obrera Cristiana (desde 1922)
nt nota (a pie de página)
PL Jean Paul MIGNE (ed.), Patrologiae cursus completus. Series Latina, Paris 1844-1855.
REB Revista Eclesiástica Brasileira (Petrópolis, 1941 ss.)
TL Teología de la liberación
USA United States of America (= EE.UU.)
WA D. Martin Luthers Werke. Kritische Gesamtausgabe (Weimarer Ausgabe). Reproducción anastática, Akademische Druck- und Verlagsanstalt, Graz 1964 ss. [Schriften / Werke, 80 Bände]

Otras indicaciones

 

El número de la edición de un libro se cita con superíndice delante de la fecha de edición. Por ejemplo: Barcelona 51995 (es la quinta edición publicada en Barcelona, en 1995).

Las palabras «san», «papa», «rey», «emperador», «profesor», etc., van siempre en minúscula, cuando anteceden al nombre o indican de un modo genérico el oficio. Alguna vez van con mayúscula si sustituyen al nombre propio. Por ejemplo: «Carlos V mandó llamar a Lutero»: «El Emperador mandó llamar a Lutero».

Las referencias a la Sagrada Escritura se citan: primero la abreviatura habitual del libro, a la que sigue el capítulo, que se separa por dos puntos del versículo. Ejemplo: Apoc. 15:12-13.

A pie de página sólo se refieren las obras del autor estudiado. La bibliografía secundaria se anota brevemente en el cuerpo del texto, remitiendo a la selección bibliográfica que figura al final de cada capítulo.

Las referencias internas se hacen indicando el capítulo y el epígrafe. En alguna ocasión, sólo cuando reviste especial importancia, la remisión cita una página determinada del libro y una nota a pie de página (nt).

Bibliografía (selección)

A) OBRAS DE CARÁCTER GENERAL

ABELLÁN, José Luis, Historia crítica del pensamiento español, Espasa-Calpe, Madrid 1979-1991, 5 tomos, el último en tres volúmenes.

ALLEVI, Luigi, Disegno di storia della teologia, Società Editrice Internazionale, Torino 1939.

BELDA PLANS, Juan, Historia de la teología, Eds. Palabra, Madrid 2010.

BERNARDINO, Angelo di - STUDER, Basil - D’ONOFRIO, Giulio et al., Storia della teologia, Piemme, Casale Monferrato 1993-1996, 5 vols.

BRIGGS, Charles Augustus, History of the Study of Theology, Duckworth, London 1916.

BUCCI, Onorato - PIATTI, Pierantonio (eds.), Storia dei concili ecumenici. Attori, canoni, eredità, Città Nuova, Roma 2014.

BUZZI, Franco, Breve storia del pensiero protestante. Da Lutero a Pannenberg, Ancora, Milano 2007.

CASTANYÉ SUBIRANA, Josep, Història de la teologia protestant alemanya, Facultat de Teologia de Catalunya («Coŀlectània Sant Pacià», 102), Barcelona 2013.

CAYRÉ, Fulbert, Patrologie et histoire de la théologie, Desclée, Paris-Tournai-Roma, 1944-1945, 3 vols.

CONGAR, Yves-Marie, «II. La théologie. Étude historique», en Dictionnaire de théologie catholique, XV/I (1946) cols. 346-447; y después una versión más resumida en: ID., La foi et la théologie, Desclée, Tournai 1962, III partie.

DAL COVOLO, Enrico - OCHIPINTI, Giuseppe - FISICHELLA, Rino (eds.), Storia della teologia, Ed. Dehoniane, Roma-Bologna 1995-1996, 3 vols.

GIBELLINI, Rosino, La teologia del XX secolo, Editrice Queriniana, Brescia 21993 (hay traducción española en Editorial Sal Terrae, Santander 1998).

GRABMANN, Martin, Historia de la teología católica desde fines de la era patrística hasta nuestros días, basada en el compendio de M. J. Scheeben, versión esp. de David Gutiérrez, Espasa Calpe, Madrid 1940.

HÄGGLUND, Bengt, History of Theology, trad. inglesa, Concordia Publishing House, Saint Louis 2007.

ILLANES, José Luis - SARANYANA, Josep-Ignasi, Historia de la teología, BAC, Madrid 32012 (2ª reimpr.).

JEDIN, Hubert, Breve historia de los concilios, trad. esp., Herder, Barcelona 31963.

MCGRATH, Alister E., Historical theology. An introduction to the history of Christian thought, Blackwell Publishers, Oxford 1998.

MENÉNDEZ PELAYO, Marcelino, Historia de los heterodoxos españoles, BAC, Madrid 1956 y 21967, 2 vols.

MONDIN, Battista, Storia della teologia, Ed. Studio Domenicano, Bologna 1996-1997, 4 vols.

NICHOLS, Aidan, The shape of catholic theology. An introduction to its sources, principles, and history, T&T Clark, Edinburgh 1991.

OSCULATI, Roberto, Storia della teologia cristiana nel suo svilupo storico, Ed. San Paolo, Cinisello Balsamo (Milano) 1996-1997, 2 vols.

PELIKAN, Jaroslav, The Christian Tradition. A History of the Development of Doctrine, The University of Chicago, Chicago 1971-1989, 5 vols.

RONDET, Henri, Historia de los dogmas, trad. esp., Herder, Barcelona 1972.

SARANYANA, Josep-Ignasi (dir.) - ALEJOS GRAU, Carmen-José (coord.), Teología en América Latina, Iberoamericana - Vervuert, Madrid - Frankfurt 1999-2008, 3 tomos en 4 vols.

SARANYANA, Josep-Ignasi, Breve historia de la teología en América Latina, BAC, Madrid 22018.

SCHEEBEN, Matthias Joseph, Handbuch der Katholischen Dogmatik, I, en: ID., Gesammelte Schriften, Herder, Freiburg 1959, III, §§ 56-60 (nn. 1027-1120), pp. 447-490.

SESÉ, Javier, Historia de la espiritualidad, EUNSA, Pamplona 22008.

TORRELL, Jean-Pierre, La théologie catholique, Presses Universitaires de France, Paris 1994.

VILANOVA, Evangelista, Història de la teologia cristiana, Facultat de Teologia de Catalunya - Herder, Barcelona 1984-1989, 3 vols., con la colaboración de Lluís Duch i Josep Hereu i Bohigas. Segunda edición, revisada y ampliada, Barcelona 1999-2001.

WERNER, Karl, Geschichte der katholischen Theologie. Seit dem Trienter Konzil bis zur Gegenwart, J. G. Cotta’schen Buchhandlung, München 1866.

B) DICCIONARIOS DE CARÁCTER MANUAL

ARDURA, Bernard (ed.), Lessico di Storia della Chiesa, Lateran University Press, Roma 2020.

BOSCH NAVARRO, Juan (ed.), Diccionario de Teólogos/as Contemporáneos, Monte Carmelo Burgos 2004.

BUCHWALD, Wolfgang - HOHLWEG, Armin - PRINZ, Otto, Dictionnaire des auteurs grecs et latins de l’antiquité et du Moyen Age, traduit et mis à jour par Jean Denis Berger et Jacques Bille, préface par Jacques Fontaine, Brepols, Turnhout 1991.

CENTRO DE ESTUDIOS FILOSÓFICOS DE GALLARATE, Diccionario de Filósofos, Ediciones Rioduero, Madrid 1986.

FERRATER MORA, José, Diccionario de Filosofía, edición actualizada por Josep-Maria Terricabras, Ariel Referencia, Barcelona 1994, 4 vols.

GONZÁLEZ, Ángel Luis (ed.), Diccionario de Filosofía, EUNSA, Pamplona 2010.

IZQUIERDO, César - AROCENA, Félix María - BURGGRAF, Jutta (eds.), Diccionario de Teología, EUNSA, Pamplona 32014.

KELLY, Joseph F., Dictionnaire di christianisme ancien, traduit par Jean Denis Berger, Brepols, Turnhout 1994.

MONDIN, Battista, Dizionario dei teologi, Edizioni Studio Domenicano, Bologna 1992.

NELSON, Wilton M. (ed.), Diccionario de Historia de la Iglesia, trad. española, Editorial Caribe, Miami 1989.

PAREDES, Javier (dir.), Diccionario de los Papas y Concilios, Ariel Referencia, Barcelona 1998.

PRIMERA PARTE

CAPÍTULO 1
La Teología en el período carolingio

1. QUÉ SE ENTIENDE POR «TEOLOGÍA MONÁSTICA»

La expresión «teología monástica» comenzó a usarse después de la segunda guerra mundial para calificar la teología que en el occidente latino desarrollaron los monjes, desde el renacimiento carolingio hasta finales del siglo XII. Al comienzo fue practicada principalmente en cenobios benedictinos. Ya en el siglo XII fue, además, la teología de los canónigos regulares, sobre todo de la Abadía de San Víctor, fuera de París y al sur, pero pegada a la muralla denominada de Felipe-Augusto y muy cerca del Sena, y fue también la teología de algunos monjes cistercienses.

¿Qué se pretende designar con el citado sintagma? ¿Acaso una teología que tuvo una especificidad propia? «Creo que sólo se puede hablar de teología monástica en el sentido de que estuvo hecha por monjes, en una época de transición entre la patrística y la escolástica», ha escrito Evangelista Vilanova (vid. Bibliografía). Fue, pues, el lógico desarrollo de la teología patrística. Echó mano de un utillaje técnico de carácter neoplatónico y se concentró sobre todo en el comentario de la Sagrada Escritura (no tanto literal, cuanto alegórico), siguiendo las pautas marcadas por los grandes autores del período anterior1.

La herramienta filosófica de la teología monástica fue una abigarrada síntesis cultural en la que entraron elementos tomados de Platón, del neoplatonismo, de las escuelas estoicas y de los primeros pasos especulativos de los cristianos.

De Platón y del platonismo medio tomó el binario psicológico cuerpo-alma o la tricotomía cuerpo-alma-espíritu; algún desapego hacia el cuerpo físico y el mundo material; el paralelismo preestablecido entre pensar y realidad, que a veces abocó a cierto ocasionalismo gnoseológico; la prioridad del bien sobre el ser y de la voluntad sobre el entender.

Del estoicismo, la noción de virtud y, en parte, la negativa actitud ante las pasiones (los movimientos violentos de la sensibilidad o emociones), consideradas malas, frente al ideal de ataraxia o estado de ánimo totalmente calmo.

Del neoplatonismo, la doctrina de la emanación (más o menos purificada de contaminaciones pan-enteístas) y la consideración de los predicables (sobre todo los géneros y las especies) en términos hiperrealistas, o sea, tomados como subsistentes incorpóreos separados del mundo sensible.

Del cristianismo patrístico, como es obvio, fue asumido casi todo, en la medida en que los medievales tuvieron las fuentes a su alcance.

En principio, y centrándonos en la patrística, la teología monástica no tuvo problemas con las fuentes latinas, aunque unas fueron preferidas a otras, por su calidad o por la facilidad de consulta. Las fuentes patrísticas orientales, sin embargo, tropezaron con la barrera del idioma, pues escasearon las traducciones del griego y del siríaco al latín. Aquí es preciso reconocer el influjo del Dionisio Pseudo-Areopagita, autor entonces identificado con el ateniense que se convirtió al oír la predicación de san Pablo (cfr. Act. 17:34) y que ha resultado ser, después de largas investigaciones histórico-críticas, un cristiano del siglo VI, de orientación monofisita, quizá Pedro Fullo († ca. 488), discípulo del neoplatónico Proclo. De ese «corpus dionisiano» se tomó sobre todo la idea de que el bien se difunde por sí mismo y la jerarquización de los seres, principalmente las jerarquías angélicas. Sin embargo, fue san Agustín, con mucho, el autor más influyente. De él la teología monástica asumió su doctrina de la gracia y de la libertad, la explicación del pecado original y su transmisión, vía naturaleza, que se ligó a la libido que acompaña el acto matrimonial2; asimismo también se tomó de san Agustín la doctrina del hilemorfismo universal (todo cuanto existe, aparte la esencia divina, es potencia y acto y, por consiguiente, materia y forma); también la doctrina de los sacramentos in genere, o sea, la definición de sacramento como signo que se compone de palabras y gestos o cosas; y muchos otros temas, que encontraremos a lo largo de los próximos capítulos de esta exposición, hasta bien entrado el Renacimiento (Martín Lutero fue todavía un agustiniano convencido). El agustinismo fue el gran piélago doctrinal en el que bebieron todos los teólogos del medievo, con interpretaciones a veces dispares e incluso contradictorias entre sí.

 

El esplendor de la teología monástica tuvo dos momentos de gloria: durante el renacimiento carolingio, y desde la segunda mitad del siglo XI a finales del XII.

2. EL RENACIMIENTO CAROLINGIO

La teología medieval comenzó su andadura al agotarse el ciclo patrístico, coincidiendo con el cambio dinástico en el reino franco, que pasó de los merovingios a los carolingios. En efecto: el año 751, Pipino el Breve, hijo de Carlos Martel, se hizo coronar rey, con el consentimiento del romano pontífice, destronando así a Childerico III, último rey merovingio. A la muerte de Pipino el reino se dividió entre sus dos hijos. Carlomán falleció prematuramente, quedando su hermano Carlomagno como único soberano.

Carlomagno (768/771-814), Imperator Augustus desde el año 800, fue el fundador de la Europa medieval, desplazando la vida comercial, política, artística y cultural, que había radicado en el mediterráneo desde tiempos antiguos, a tierras interiores y norteñas, por encima de los Alpes. Ante todo, promovió la expansión territorial de su reino, superando la frontera del Rin, llegando por el noreste hasta el Mar del Norte y el río Elba. Por el este, a la actual Hungría, sometiendo Baviera. Pasó los Pirineos, conquistando una amplia franja al sur de esta cordillera (que se amplió hasta Barcelona, ya en tiempos de su hijo Ludovico Pío), estableciendo así una marca que protegía el Imperio franco de la expansión del Emirato de Córdoba. Por el sureste penetró en la Lombardía y extendió su influencia hasta Roma, convirtiéndose en protector del papado, como ya lo había sido su padre Pipino.

Al mismo tiempo, puso las bases para un importante renacimiento cultural, fruto del mestizaje entre la cultura greco-romana y las mejores tradiciones germanas. Al norte tenía las islas británicas, que no habían sido ocupadas por el Islam, sobre todo Inglaterra, donde se registraba cierto desarrollo cultural en torno a algunos monasterios benedictinos. En los territorios escotos (Irlanda y Escocia) se mantenían, además, los últimos destellos del ciclo cultural promovido por san Patricio y sus discípulos. Al sureste, en Italia, se mantenía el rescoldo del renacimiento ostrogodo, que había cultivado los valores de la cultura clásica grecolatina. Carlomagno invitó a su corte a intelectuales de estas áreas. Su corte no estaba en un lugar determinado, aunque su sede preferida fue la ciudad de Aquisgrán, en la confluencia de los Países Bajos, Bélgica, Alemania y Luxemburgo.

3. PRIMEROS TEÓLOGOS CAROLINGIOS

Entre los colaboradores de Carlomagno destacó Alcuino de York (ca. 730-804), un clérigo llegado de Inglaterra, donde había sido maestro en la escuela catedral de York. Dirigió la escuela palatina introduciendo en ella el estudio del trivium y el quadrivium, según la inspiración de Casiodoro (ca. 477-562/570). Preparó distintos opúsculos teológicos, sobre todo, contra el adopcionismo hispano y contra la iconoclasia, escribió importantes comentarios a la Sagrada Escritura y compuso algunos tratados litúrgicos que sirvieron al emperador para poner en marcha una reforma litúrgica. Se atribuyen a él, con bastante probabilidad, los llamados Libros carolingios, que tuvieron gran protagonismo en la controversia iconoclasta (cfr. PL 100-101). Después de una importante actividad intelectual y organizativa al servicio del emperador, Alcuino se retiró a la abadía de san Martín de Tours, en el 801. Su discípulo más destacado fue Rabano Mauro.

Rabano Mauro (776-856) fue para Alemania, lo que Alcuino había sido para el occidente del Imperio, es decir, inspirador de los estudios religiosos y restaurador de la cultura clerical. Había nacido en Maguncia. Siendo monje benedictino en Tours, fue discípulo de Alcuino. De él aprendió los métodos que después trasladó a Alemania. Más tarde pasó a Fulda, donde fue abad entre el 822 y el 842, en que abdicó para dedicarse a los estudios. En el 847 fue elevado a la sede arzobispal de Maguncia, que ocupó hasta el 856. Entre sus obras literarias (PL 107-112) destacan un importante tratado de carácter enciclopédico titulado De universo, una especie de resumen del saber de su tiempo, según el estilo impuesto por san Isidoro de Sevilla (†636); unos amplísimos comentarios a la Sagrada Escritura, tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento, entre los que sobresale su exégesis al corpus paulino; y un tratado titulado De institutione clericorum, manual para la formación de los clérigos de la época. Esta obra recoge cuanto debía saber el clérigo, desde los grados de la jerarquía eclesiástica y las principales disposiciones litúrgicas, hasta la doctrina general sobre la Sagrada Escritura, pasando por una somera descripción de las principales herejías, los elementos fundamentales del trivium y el quadrivium, las condiciones de idoneidad para los candidatos a las órdenes sagradas, etc.

4. CONTROVERSIAS TEOLÓGICAS CAROLINGIAS

En el espacio cultural promovido por Carlomagno y desarrollado por Alcuino en Francia y por Rabano Mauro en Alemania, hubo controversias teológicas importantes, desde el año 776 hasta mediados del siglo siguiente. Tales controversias fueron cinco: sobre el culto a las imágenes, sobre el adopcionismo, sobre la predestinación, sobre la presencia real eucarística y sobre el Filioque.

A) LA ICONOCLASIA

La polémica provocada por los iconoclastas (literalmente los «rompedores de imágenes») tuvo dos fases: una oriental o bizantina, que fue la primera, y otra posterior en el mundo latino, o sea, en el área carolingia. Las causas de ambas fueron diferentes. La iconoclasia oriental fue provocada por el influjo judío y musulmán, pues ambas religiones abominan del culto a las imágenes. En occidente, la iconoclasia tuvo carácter reactivo, por la dificultad de traducir algunos términos griegos del II Concilio de Nicea (787) al latín.

La querella oriental por el culto a las imágenes se suele dividir cinco momentos:

El primero de opresión iconoclasta, que duró desde el año 725 al 740. En ese tiempo, y bajo el emperador León III el Isaurio (718-741), se procedió a la destrucción de las imágenes.

En el segundo, el emperador Constantino V (741-775) impuso la iconoclasia en el concilio de Hieria (hoy un barrio de Estambul), celebrado en el año 754. Los grandes campeones de la iconodulía fueron san Germán y san Juan Damasceno. A pesar de la presión del emperador, el pueblo se mantuvo iconofílico y comenzaron las emigraciones al sur de Italia.

La tercera etapa, de restauración católica, va del año 780 al 813. Fue posible por el apoyo de la emperatriz Irene y del patriarca san Tarasio. Durante ella, se celebró el II Concilio de Nicea (VII Concilio Ecuménico), del año 787, que definió la legitimidad del culto a las imágenes3. Este concilio es muy interesante, porque repasa las definiciones cristológicas de los anteriores concilios, desde Éfeso al III de Constantinopla, con especial atención al Concilio Calcedonense; destaca la continuidad del magisterio y de las distintas tradiciones; y, a partir de la verdad de la Encarnación, justifica la licitud de la veneración de las imágenes.

Un cuarto momento, que supuso el retorno a la iconoclasia, discurrió entre el 813 y el 842. Fue inaugurado por el emperador León el Armenio (813-820). El conflicto se prolongó durante treinta años. Los defensores de la iconodulía fueron san Nicéforo y san Teodoro Estudita.

En el quinto momento, la ortodoxia católica triunfó definitivamente en el año 843, con la celebración de un concilio iconofílico en Constantinopla, bajo la protección de la emperatriz Teodora. Se instituyó la «Fiesta de la Ortodoxia», que perdura todavía hoy y se celebra en el primer domingo de Cuaresma.

Pasemos ahora a occidente. Para entender la polémica iconoclasta en el mundo latino, convienen algunas precisiones terminológicas. Las cuatro palabras griegas que expresaban el «culto» eran: latría, que significa adoración; dulía, que significa servicio; timé, que significa honor; y prosquínesis, que significa tanto veneración como adoración. La gran confusión fue provocada por el término prosquínesis. Esta palabra, que literalmente se refiere a la adoración, también puede significar veneración. Por tanto, los griegos podían hablar tanto de una prosquínesis tributada a Dios, o sea, latría en sentido absoluto o simple; como de una prosquínesis tributada a los santos, en tal caso con el sentido de mera veneración.

La polisemia del término prosquínesis provocó un gran malentendido, porque los occidentales no fueron capaces de captar los distintos niveles semánticos del término griego. En occidente, en efecto, el uso terminológico fue más estricto y menos fluctuante. La palabra latría o adoración se reservó exclusivamente para Dios. Para el culto a los santos se empleó la palabra dulía: de hiperdulía, en el caso de María la Madre de Dios, y de simple dulía en el supuesto de los santos.

Cuando el Concilio II de Nicea aprobó el culto a las imágenes, empleó la terminología griega al uso en oriente, y sancionó que los santos y sus imágenes merecían una «adoración de honor» (prosquínesis timetiqué). Esta adoración de honor no era una adoración a la imagen en cuanto tal, sino a la persona representada por la imagen y, en última instancia, al Creador de todas las cosas y Señor del universo.