Cartas (I)

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FACSÍMILES Y FOTOGRAFÍAS


Primera página del texto mecanografiado original de la Carta n.º 2, con correcciones manuscritas de san Josemaría de varios momentos distintos.


Primera página de la Carta n.º 2, que contiene las cuatro primeras Cartas; fue editado para uso interno en el Opus Dei en octubre de 1967.


La primera página de la Carta n.º 2 en la impresión realizada en folletos, para presentar los escritos de San Josemaría en su causa de beatificación, en 1985.

I.

INTRODUCCIÓN GENERAL A LAS “CARTAS”

por

José Luis Illanes

El presente volumen de la “Colección de Obras Completas de Josemaría Escrivá de Balaguer” está dedicado a cuatro de las treinta y ocho Cartas que san Josemaría escribió a los miembros del Opus Dei para exponer de forma detallada aspectos fundamentales del espíritu, del apostolado y de la historia de la institución a la que, siguiendo la luz fundacional del 2 de octubre de 1928, había dado vida.

I. El género de las “Cartas” en san Josemaría Escrivá

San Josemaría utilizó con frecuencia el vocablo “cartas”, de claras resonancias familiares, para referirse no sólo a su correspondencia ordinaria, sino también a escritos dirigidos a los miembros del Opus Dei[1]. Así, por ejemplo, designó con ese término a las tres breves Cartas circulares que les escribió en 1938 y 1939 cuando, estando cercano el fin de la Guerra Civil española, podía pensarse en redoblar el impulso apostólico[2]. Y lo mismo hizo en otros momentos en los que deseó comunicar algo a todos los miembros de la Obra. Consta, además, que desde comienzos de la década de 1930, pensaba escribir Cartas[3], inspiradas no por situaciones circunstanciales sino por realidades permanentes del espíritu y la vida del Opus Dei, como es el caso de las que ahora consideramos.

Al proceder así san Josemaría daba a la palabra “carta” un significado análogo al que tiene en bastantes autores de la época clásica y, después, en la tradición eclesiástica. Es decir, una exposición detenida y detallada de un tema, o de una serie de temas relacionados entre sí, dirigida no a una persona determinada, sino a un conjunto amplio, e incluso universal, de personas. Y esto con las características propias del estilo epistolar, es decir, familiar y directo, con hondura espiritual e intelectual, pero evitando formalismos y todo tono doctoral o académico. «Mis Cartas —escribe en una de ellas— [...] son una conversación de familia, para daros luz de Dios y […] para que conozcáis algunos detalles de nuestra historia interna»[4]. Y en otro lugar: «Mis Cartas no son un tratado [...]. Os diría también ahora que son voluntariamente desordenadas. Algunos conceptos, que quiero que se mantengan muy precisos y con mucha claridad en vuestra inteligencia y en vuestra vida, los repetiré de palabra y por escrito mil veces. […]. No penséis que pretendo agotar los temas que toco. No es ésta mi finalidad»[5]. La lectura de los documentos que ahora se comienzan a publicar pone de manifiesto que san Josemaría se mantuvo fiel a esa intención: no habla como un pensador que reflexiona especulativa y doctoralmente sobre una realidad, sino como el padre y fundador de una obra a la que trasmite un mensaje que está destinado a convertirse en vida.

¿De qué tratan estas Cartas?[6] Aunque no siempre abordan un tema de modo monográfico, puede esbozarse una clasificación según su contenido predominante, teniendo en cuenta que en muchos casos se intercalan amplias digresiones, reflexiones o recuerdos, sobre cuestiones diferentes, lo que quita a la exposición, como se ha dicho, toda impresión de tratado o de exposición sistemática.

Diez Cartas abordan aspectos o facetas del espíritu del Opus Dei, como la santificación de la vida ordinaria; la busca de la santidad y la vida de oración, siendo contemplativos en medio del mundo; la humildad, condición indispensable para crecer en la vida espiritual; el carácter secular de la vida y del apostolado de los miembros del Opus Dei; la libertad y responsabilidad en las cuestiones temporales; la santificación del trabajo; la misión específica del Opus Dei, en el contexto de la unidad y diversidad en los modos de participar los cristianos en la misión de la Iglesia; la vocación a la Obra, como llamada a santificarse en el propio estado; la santificación de la vida matrimonial y familiar; la labor de administración doméstica, condición para el desarrollo del espíritu de familia del conjunto del Opus Dei.

Otras siete se dedican a distintos aspectos del apostolado: el apostolado de amistad y confidencia, parte esencial de la labor evangelizadora de los miembros del Opus Dei; el apostolado con la juventud; el que se realiza a través de las labores de educación y enseñanza y de los medios de comunicación social; las características de las obras apostólicas promovidas por los fieles del Opus Dei; el compromiso de celibato y la disponibilidad para el servicio al apostolado; el inicio de la labor apostólica en nuevos países.

Cuatro más hablan del sacerdocio en el Opus Dei: de la necesidad de los sacerdotes para el desarrollo de la Obra; de la cooperación orgánica entre presbíteros y seglares y del espíritu de servicio, rasgo básico del comportamiento sacerdotal.

Otras siete desarrollan temas relacionados con la formación de los miembros del Opus Dei: la necesidad de la preparación espiritual y doctrinal religiosa para el cumplimiento de la misión cristiana en el mundo; la importancia del estudio de la teología; la unión con el Magisterio en todo tiempo y singularmente en los momentos de cambio y de crisis doctrinal; la seriedad, profundidad y conciencia de servicio en la investigación filosófica y teológica; las condiciones fundamentales para un verdadero diálogo, tanto en la vida ordinaria como en el terreno doctrinal: amor a la verdad, respeto a los demás, comprensión, estudio; la fortaleza en la fe y en la fidelidad al depósito de la Revelación.

En otras diez Cartas encontramos una preponderancia de cuestiones históricas —entremezcladas con temas ascéticos y explicaciones sobre los rasgos fundamentales del espíritu del Opus Dei—, especialmente acerca del itinerario jurídico de la institución y de las dificultades que han jalonado la historia de la Obra: la erección como instituto secular, con los rasgos, limitaciones y ambigüedad de esa figura jurídico-canónica y los riesgos derivados del modo en que fue aplicada; el hecho de que el Opus Dei no necesita votos, sino que pide virtudes: importancia tanto de las virtudes teologales como de las humanas, en la formación y en la vida de los fieles del Opus Dei; actitud ante las dificultades y calumnias: saber perdonar, pero sin dejar de manifestar la verdad sobre el espíritu y la vida propias; la secularidad, rasgo esencial del espíritu del Opus Dei: necesidad de vivirla y de defenderla; urgencia en alcanzar de la Santa Sede un cambio en la configuración jurídica de la Obra[7].

II. Prehistoria y proceso de redacción del “ciclo de las Cartas”

¿Cuándo y cómo escribió estas Cartas? Ya en la década de 1930, como hemos dicho, pensaba en ellas para que pudieran ayudar, a quienes se iban uniendo a él, a profundizar en los ideales y horizontes que les había abierto mediante la predicación o en charlas personales. El 24 de abril de 1933 escribe en sus Apuntes íntimos: «Dios mío: ya lo ves suspiro por vivir sólo para tu Obra, y en lo espiritual dirigir toda mi vida interior a la formación de mis hijos, con ejercicios, pláticas, meditaciones, cartas, etc.»[8]. Dos meses después, al concluir los ejercicios espirituales que realizó ese año, anota: «Propósito: terminado el trabajo de obtención de grados académicos, lanzarme —con toda la preparación posible— a dar ejercicios, pláticas, etc., a quienes se vea que pueden convenir para la O. [Obra], y a escribir meditaciones, cartas, etc., a fin de que perduren las ideas sembradas en aquellos ejercicios y pláticas y en conversaciones particulares»[9].

En 1934 y 1935 redactó tres documentos destinados a los miembros del Opus Dei, e inició un cuarto, que no completó hasta 1950. No usó, sin embargo, el calificativo de “cartas”, sino otro diverso: el de “instrucciones”. Se trata, en efecto, de escritos que, como indica su nombre, aspiran a ofrecer orientaciones y normas concretas de acción, teniendo presentes tanto principios básicos como realidades circunstanciales[10]. La intención de san Josemaría era dar prioridad a las Instrucciones y a otros documentos necesarios para el gobierno y el desarrollo del Opus Dei, dejando para un segundo momento las Cartas, como se lee en una de ellas: «Hay escritos míos, las Instrucciones, que, por su naturaleza, no los detengo: os los entrego enseguida, para que los meditéis y los pongáis en práctica. (…) Las Cartas —en cambio— pueden esperar y, a veces, deben esperar: no sé cuándo llegará, la que ahora escribo a vuestro poder. No os hacen falta estos documentos, al menos inmediatamente, porque todo lo positivo ya lo vivís, y lo vivís bien»[11].

El curso de los acontecimientos hizo que la preparación y redacción definitiva de las Cartas se hiciera esperar, pero las fue preparando desde antiguo. Durante toda su vida anotó y reunió materiales que le servirían para diversos propósitos: tomaba apuntes —breves en unos casos, más extensos en otros— con los frutos de su oración personal y de la experiencia, y los conservaba —con frecuencia guardados en sobres— con vistas a su meditación personal, a su predicación o, eventualmente, a la redacción de escritos. Esos materiales —muy variados: frases incisivas, párrafos largos relativamente elaborados, esquemas más o menos desarrollados, guiones o esbozos de meditaciones, quizá algún borrador extenso…— pudieron ofrecer la base para las Cartas que ahora nos ocupan, junto a las trascripciones de sus meditaciones y charlas, que a lo largo de los años las mujeres y hombres del Opus Dei se preocuparon de recoger[12].

 

Hasta 1962 no vio necesario —o no le fue posible— emprender la redacción final de sus Cartas. La primera de la que tenemos noticia fue enviada a la imprenta a finales de 1962[13], mientras estaba teniendo lugar la primera sesión del Concilio Vaticano II y sólo unos meses después de que las gestiones realizadas ante la Santa Sede en la primavera de 1960 y enero de 1962, para la obtención de un nuevo estatus jurídico, hubieran tenido un resultado negativo, dilatando la resolución del problema. Esa Carta —la n.º 6—, dedicada a dar una visión de conjunto del espíritu y del apostolado de los miembros del Opus Dei, destacando su secularidad, testifica el trabajo del fundador en 1962-1963 para recalcar la plena secularidad de su espíritu y su apostolado. En esa misma línea está el hecho de que la siguiente Carta que se imprimió, en febrero de 1964, fue la n.º 28, que estaba dedicada a explicar que la Obra no es un instituto secular de hecho. Esta Carta, de sólo siete páginas, se colocó como introducción a las Constituciones de 1963[14], por lo que estaba ya escrita en el periodo inicial que estamos considerando.

En ese contexto histórico, teológico y jurídico[15] tomó cuerpo la decisión de san Josemaría de proceder ya, sin dilaciones, a la redacción definitiva del “ciclo” de las Cartas[16], tarea que para él tenía visos de una empresa unitaria, habida cuenta que había concluido ya —o estaba terminando— otro ciclo, el de las Instrucciones impresas, a las que —como hemos indicado— había querido dar prioridad, y estaban saliendo de la imprenta otros escritos jurídicos, de formación y de gobierno, que habían requerido su atención durante años.

La decisión de sacar sus Cartas dio lugar a un periodo de intenso trabajo. Comenzó reuniendo sus papeles personales, tanto los que tenía localizados como los que podían estar en el archivo, para lo que —a principios de 1963— se sirvió de la ayuda de algunos Delegados regionales o missi, como se les llamaba entonces[17]. En ocasiones esos papeles —inconfundibles por la peculiar caligrafía de Escrivá— no incluían fecha alguna; otros, en cambio, estaban fechados o, al menos, ofrecían datos que permitían fecharlos.

En los años siguientes, incluyendo los veranos, san Josemaría se dedicó a esta tarea, sin abandonar su dedicación a las labores de gobierno. Javier Echevarría, que le ayudó como secretario, recordaba que «trabajó de muchas maneras e intensamente. De modo fundamental dictando las viejas fichas, y completándolas en su formulación, con el uso de un magnetofón. Personalmente le ayudé en esa tarea, interrumpiendo la grabación cuando me hacía una señal con la mano, y volviendo a conectar cuando repetía esa señal en sentido inverso. Fue un trabajo intenso pero rápido, al contar ya con el material. Después me encargó que copiara a máquina las Cartas, y me dijo que reutilizara las mismas cintas para las sesiones siguientes. Quiso que no se conservaran ni las fichas ni el material. En algunas ocasiones, reunía el material y rogaba a unos pocos que lo elaboraran más»[18].

A lo largo del primer semestre de 1964, estuvieron listas las ocho primeras Cartas, que se fueron imprimiendo y enviando a las diversas circunscripciones del Opus Dei[19]. Además de la ya mencionada, de 7 páginas[20], de tema jurídico-canónico, en febrero de ese año se envió otra breve, de 11 páginas, sobre la fidelidad al Magisterio en circunstancias de confusión doctrinal[21], y en abril otra igualmente breve, en la que trató también de la unidad con el Magisterio en la investigación teológica y filosófica[22]. Siguieron, en mayo, otras dos, también de pocas páginas, sobre la vocación profesional de los miembros del Opus Dei y el sostenimiento de las obras de apostolado[23] y acerca de la formación teológica en la Obra[24], respectivamente. En julio, por fin, san Josemaría mandó otras tres, más largas, entre 23 y 30 páginas, donde escribió sobre la específica finalidad del Opus Dei en el contexto de la misión de la Iglesia[25], las características del ministerio sacerdotal en la Obra[26] y las disposiciones que deben acompañar a quien cambia de país para extender la labor del Opus Dei[27].

Estas primeras ocho Cartas estaban en latín —como se explicará más adelante—, aunque originariamente san Josemaría las redactó en castellano. En marzo de 1965 decidió mandar una nueva versión, esta vez en latín y castellano, para facilitar su asimilación, y añadió otras dos nuevas: una de 32 páginas, acerca de la necesidad de preservar y expresar con claridad la plena secularidad de los miembros de la Obra[28], y otra, de 38 páginas, sobre las diferencias entre la entrega en el estado religioso y en el Opus Dei, cuyo espíritu expone en sus rasgos esenciales[29].

Acabado este primer bloque de escritos, el 6 de junio de 1965 envió a las diversas circunscripciones regionales la siguiente nota: «1. De estos treinta y siete años, tengo mucho material escrito que no he dado a la Imprenta todavía. / 2. En la medida de lo posible, y para que lo podáis aprovechar, quiero recogerlo ordenadamente e imprimirlo con la fecha en que se escribió. / 3. Señalad temas concretos de nuestra espiritualidad y de nuestra labor apostólica, y problemas determinados que os parezcan de mayor importancia, para imprimir antes el material que desarrolla esos puntos. / 4. No se trata de que os esforcéis en encontrar temas, ni mucho menos de que resulten cosa de imaginación; sino de señalar lo que ya os veis obligados a tratar, y especialmente las cosas sobre las que conviene que yo dé la doctrina viva y perenne de la Obra»[30].

La segunda parte de 1965 registró el periodo más intenso y fecundo de trabajo, pues en enero del año siguiente san Josemaría dio a la imprenta quince nuevas Cartas, relativamente largas, que suman 714 páginas[31]. Consta que en esta labor contó, como señala Mons. Echevarría, con la ayuda de colaboradores o secretarios, a los que encomendó la busca de citas y referencias, y en ocasiones la preparación de minutas desarrolladas de algunos pasajes, que él asumía, si los consideraba conformes con sus deseos, y que, en todo caso, reelaboraba[32]. Cada uno de sus escritos fue objeto de diversas lecturas en las que iba introduciendo cambios: correcciones de lenguaje, precisión de unas u otras ideas, pasajes nuevos, sustitución de unas citas por otras, matices diversos, etc. Todo esto traía consigo la necesidad de copiar varias veces a máquina los textos, labor que san Josemaría procuró siempre aliviar, indicando que, si podía evitarse, no se copiaran las páginas enteras, sino sólo las líneas o los párrafos a los que afectaba la modificación, componiendo luego, mediante el sistema de cortar y pegar —en la década de 1960 no se trabajaba con ordenadores, sino con sencillas máquinas de escribir— las páginas que se pasaban de nuevo a su consideración[33].

Los temas son variados, y algunos de ellos están tratados en más de una Carta: la santificación de la vida ordinaria; la humildad; la misión del Opus Dei en servicio de la Iglesia; el apostolado de la doctrina; el apostolado en el campo de la enseñanza; los sacerdotes en la Obra y la primera aprobación jurídica; diversos aspectos del espíritu de la Obra, especialmente la santificación del trabajo; el itinerario jurídico y algunas contradicciones, la fisonomía secular del Opus Dei y las diferencias con los institutos seculares; las Obras de San Miguel y de San Gabriel, etc.

A lo largo de 1966 siguieron apareciendo más Cartas: el 6 de mayo se enviaba una de 51 páginas sobre la secularidad de los miembros de la Obra y su libertad en las cuestiones sociales, políticas, etc.[34]; el 22 de noviembre salieron tres más: una —que ya hemos mencionado—, de 61 páginas, que consta había sido impresa ya en 1963 y que trata sobre los rasgos característicos de la llamada al Opus Dei y de su misión evangelizadora al servicio de la Iglesia[35]; una más de 54 páginas sobre la labor de San Rafael[36] y otra de 67 acerca del apostolado de la opinión pública[37].

Por fin, en 1967, concretamente el 6 de febrero, se mandaron otras tres Cartas: una de 41 páginas sobre la libertad y el espíritu de servicio que caracterizan la vida de los miembros del Opus Dei [38]; otra de 59 páginas sobre las Administraciones domésticas[39] y una más, de 77, sobre el diálogo apostólico[40]. Aunque no se envió hasta 1971, se tienen datos de que en enero de 1967 estaba terminada de redactar una Carta larga, de 191 páginas, sobre la fidelidad a la doctrina católica, ante la confusión que había contagiado algunos sectores[41].

Sin contar la últimamente mencionada, hasta el 6 de febrero de 1967 san Josemaría había impreso y enviado 32 Cartas, por un total de 1270 páginas. Un mes antes, en enero, había salido una nueva edición de las seis Instrucciones, con amplias notas de Álvaro del Portillo.

Faltan por mencionar otras cinco que completan este largo ciclo; dos de las cuales fueron impresas y enviadas en vida de san Josemaría, pero se ignora en qué fecha. Una trata de la auténtica renovación de la vida cristiana y de la Iglesia, en fidelidad al Magisterio[42]; otra, sobre la necesidad de un cambio en la configuración jurídica del Opus Dei, de modo que se respete la realidad de su espíritu y de su vida[43]. Una más fue impresa, pero no se envió[44]; mientras que las dos restantes no hay seguridad sobre su impresión ni envío en vida de san Josemaría[45]. Estas tres últimas son más bien largas: dos superan las 200 páginas y la tercera casi llega a 400. Tocan temas jurídicos y de historia de las contradicciones, junto a otras cuestiones. Su contenido exigía esperar tiempo antes de darlas a conocer y el mismo fundador indicó que esa decisión fuera tomada después de su muerte, a juicio prudencial de sus sucesores[46].

No sabemos qué orden siguió san Josemaría en el proceso de redacción, pues no llevó un diario del trabajo que realizaba, por lo que la fecha de terminación de las diversas Cartas puede deducirse —como se ha hecho hasta aquí— sólo de las notas en las que consta su entrega a la imprenta para proceder a su edición o su envío a las diversas circunscripciones regionales.

III. Datación de las Cartas

Al irse desarrollando el trabajo, san Josemaría tomó la decisión de conservar sólo el texto de la última versión. Esto ha tenido una consecuencia positiva de gran importancia: no hay duda sobre cuál es el texto del autor. Pero a la vez hace que resulte difícil e incluso, en ocasiones, imposible determinar sus diversas capas redaccionales, es decir, qué párrafos o frases provienen de papeles antiguos, y cuáles, en cambio, de años posteriores o del momento en que san Josemaría procedió a completar su redacción. El texto final cobra así una importancia decisiva. Y esto era, precisamente, lo que el fundador del Opus Dei deseaba conseguir.

Refirámonos ahora a la datación que quiso que llevaran las Cartas. En las que están datadas en los años sesenta, su fecha coincide —con mayor o menor aproximación— con la de la redacción material. Otras tienen una fecha antigua, que puede ser eco de la datación de los papeles que sirven de base a la redacción final o de su memoria viva de todo el proceso fundacional. Dicho con otras palabras: las fechas antiguas de las Cartas no son las de su última redacción —que se sitúa, como ya se ha dicho, entre 1962 y 1967—, sino la de papeles antiguos y la del tiempo en el que la substancia de esa Carta estaba presente —aunque tal vez, en algunos casos, con otras palabras— en la predicación de san Josemaría. Quiere, ciertamente, dejar constancia de que en los años treinta, cuarenta o cincuenta predicaba la substancia de lo que recoge en las Cartas que llevan esas fechas, pero lo que le interesa no es tanto la forma literaria o el detalle cronológico, cuanto, precisamente, la substancia, que es lo que, como fundador, se sabía comprometido a entregar a quienes le siguieran.

En algún momento san Josemaría consideró —y así lo comentó tanto a Álvaro del Portillo como a Javier Echevarría, a quien debo la información— la posibilidad de dar a las Cartas de origen antiguo dos fechas, como había hecho en 1950 con la Instrucción de San Gabriel, que inició en 1935 y terminó en 1950, una vez que la Santa Sede autorizó que se admitiera como miembros del Opus Dei a personas unidas en matrimonio o que aspiraban a casarse. Pero —continúa el testimonio de Mons. Echevarría— desechó pronto esa idea[47]. Pensó que, atribuyéndoles dos fechas, podía dar la falsa impresión de que la substancia de esos escritos era consecuencia de su reflexión personal en los años en que terminó de prepararlos, y no —según era la realidad— como parte de la inspiración fundacional. La decisión que san Josemaría tomó en aquel momento testimonia su conciencia de la acción de Dios en el origen y la historia de la Obra.

 

No hay en las Cartas ningún intento de imitar el estilo de sus escritos de años pasados ni de reconstruir la historia. Se sirve de textos antiguos junto a otros más modernos, pero, con plena conciencia de estar situado en los años sesenta; no aspiraba a realizar obra de historiador, sino a trasmitir, con el lenguaje y el bagaje espiritual que en ese momento poseía, el espíritu y la realidad del Opus Dei tal y como la ha ido contemplando y viviendo a lo largo de los años, atento siempre a las luces recibidas de Dios a partir del 2 de octubre de 1928. De ahí que en las Cartas —excepto, claro está, en las jurídico-canónicas— haya muy pocas referencias históricas concretas. Como es lógico, intenta evitar los anacronismos, para mantener la indispensable coherencia de cada escrito[48].

En unos casos la determinación de la fecha deriva de acontecimientos concretos que la Carta presupone o a los que hace referencia (por ejemplo: las primeras ordenaciones de sacerdotes; las distintas aprobaciones jurídicas; la terminación de la Ratio institutionis o plan de los estudios filosófico-teológicos de los miembros del Opus Dei; la celebración del Concilio Vaticano II, etc.). Otras dataciones podrían provenir de una decisión, de cuño no histórico sino simbólico, de san Josemaría[49]; es decir, de su deseo de referir el conjunto del ciclo de las Cartas a la totalidad de la historia de la Obra. En este punto san Josemaría actuó siguiendo un principio claro: procurar que las Cartas fueran cubriendo, por su fecha, la totalidad de los años de vida del Opus Dei, dando así testimonio, también con sus fechas, de la continuidad, dentro de los lógicos desarrollos, de su mensaje[50].

IV. Título de las Cartas

Cuando, en los años 1934 y 1935, san Josemaría redactó y envió a los miembros del Opus Dei tres Instrucciones, les puso un título: Instrucción sobre el espíritu sobrenatural de la Obra de Dios, Instrucción sobre el modo de hacer proselitismo, Instrucción sobre la obra de San Rafael. Al afrontar la preparación de las Cartas no procedió así.

Durante todo el proceso de redacción y revisión de las Cartas, el fundador del Opus Dei trabajó en su lengua nativa, es decir, en castellano. En un primer momento pensó en la posibilidad de que las Cartas se difundieran entre los fieles del Opus Dei, no en la lengua castellana en la que estaban redactadas, sino en latín, subrayando así, con el sentido de perennidad que tiene la antigua lengua del Lacio, la firmeza del magisterio fundacional que en todas se contenía[51]. En consecuencia, las primeras Cartas que dio por concluidas las hizo traducir al latín[52] antes de enviarlas. Cuando después las fue mandando a las circunscripciones regionales —ya en esa lengua—, indicó que cada una se designara por su íncipit latino, seguido de la fecha con la que estaban datadas[53].

Meses después, san Josemaría abandonó la idea de traducir sus Cartas al latín. Aun así, a pesar de que las siguientes no fueran en ese idioma, quiso que se designaran por el íncipit en esa lengua y la fecha; pero si —por excepción— algún texto se citaba en publicaciones externas al Opus Dei se debería utilizar solamente la fecha, sin el íncipit[54]. En 1981, cuando ya había fallecido el fundador, se decidió que, incluso internamente y hasta nueva indicación, no se empleara el íncipit[55]. Algunos años después, se optó por acudir a la palabra Carta, seguida —sin ninguna separación por medio de una coma y en cursiva— de la fecha que en cada caso le correspondía, de modo que quedara claro que la datación no tenía una finalidad específicamente cronológica, sino la de integrar un título: Carta 24-III-1930, Carta 24-III-1931, etc.

Después de atenta consideración, en la presente edición crítico-histórica se ha decidido designar las Cartas por un número, que sigue el orden de la datación original, y al mismo tiempo incluir entre corchetes la siguiente información: tema de que trata, íncipit por el que se conoció dentro de la Obra, datación de san Josemaría y fecha en que consta su impresión o envío a las circunscripciones del Opus Dei, o algún otro dato que contribuya a fijar su cronología. Así se procede en el elenco completo que se da en el apartado VI.

V. Revisiones y reimpresiones de las Cartas

Después del primer envío en versión latina, el 24 de diciembre de 1964 san Josemaría mandó retirar esas Cartas y destruirlas[56]. El motivo era enviar una nueva versión con la traducción castellana, como ya hemos apuntado, además de corregir errores o realizar alguna otra mejora. Cuando, a principios de 1967, la mayoría de las Cartas estaban ya en los diversos países, se comenzaron a detectar otras erratas, que se fueron comunicando y apuntando en las páginas de la edición castellana. Ese mismo año, san Josemaría decidió realizar una edición en volúmenes, especialmente cuidada, donde se corrigieron muchos de esos errores y se incluyeron índices muy amplios, para facilitar las tareas de formación. La tirada fue limitada, de cerca de un centenar de ejemplares, que iban destinados a los órganos de gobierno de las diversas circunscripciones. Se pensó en trece tomos. El proyecto empezó a realizarse enseguida: en diciembre de 1967 se envió el tomo I; en marzo de 1968, el tomo II; en noviembre de 1968, el tomo III; en enero de 1971, el tomo V, y en junio de 1972, el tomo XIII. No hay constancia de que se enviaran más tomos, pero es posible que se hicieran pruebas para imprimir algunos más, cada uno dedicado a una de las Cartas largas de las que no consta su envío[57].

En 1969 consta que san Josemaría revisó de nuevo los manuscritos, de cara a una nueva edición, unas veces tomando él mismo la pluma, otras dictando a Javier Echevarría. Así lo explicaba Mons. Echevarría en una anotación[58]: «Después de haber usado la primera edición impresa de las Cartas, el Padre ha hecho a mano algunas correcciones sobre el texto, que está copiado a máquina en cuartillas: en esas páginas queda, pues, el texto definitivo». Respecto a las Cartas que van de 1951 en adelante, prosigue Mons. Echevarría, «el Padre me ha ido dictando las correcciones que ha querido introducir, para que yo las pusiera en un ejemplar tirado en la imprenta». Finalmente, siempre en esa misma nota, Mons. Echevarría comenta que «con el fin de evitar posibles equivocaciones en las ediciones futuras», san Josemaría determinó que se debía proceder oportunamente a destruir todos los ejemplares impresos que hubiera tanto en Roma como en las diversas Regiones a las que se habían enviado[59].

De cara a la edición futura definitiva, siguió revisando esos escritos en varias ocasiones más, una concretamente entre 1974 y 1975, corrigiendo erratas y puliendo algunos textos. El 14 de noviembre de 1974 indicó por fin a las Comisiones Regionales que retiraran los ejemplares de las Cartas que hubiera en los centros y los guardaran en la sede de la Comisión Regional[60]. Además del motivo indicado —la edición definitiva— las tensiones que conoció la vida de la Iglesia a partir de la segunda mitad de la década de 1960, y el hecho de que se previera que el lapso de tiempo para llegar a la configuración de la Obra como Prelatura personal podía ser largo —no se alcanzó hasta 1982—, le aconsejaron extremar la prudencia en momentos en los que todavía no había concluido el itinerario jurídico, cuestión hondamente sentida por san Josemaría[61]. Es probable que —hasta que llegara ese momento— pensara en realizar ulteriores revisiones de esos textos, antes de la edición definitiva. Pero no pudo completar ese proyecto, porque Dios le llamó a sí el 26 de junio de 1975.