Ratko

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Ratko permaneció en su rancho unas horas más, lloraba mientras pensaba en su escape, tratando de aliviar y limpiar las heridas que le habían causado aquellos guardas, decidido a enfrentar los peligros. No podía ver a su madre morir, sería algo que no soportaría, estaba decidido: escaparían juntos o morían uno junto al otro atados en aquel árbol.

Mientras pensaba en su escape recordó aquellos lugares de la hacienda que pocos conocían, lugares que eran desprotegidos en la noche por los alcoholizados guardas. La tarea de los guardas nocturnos estaba enfocada a evitar que nadie se acercara a la mansión y a cuidar los límites del terreno. No obstante, la vigilancia en las demás zonas de la hacienda era escasa. Ratko sabía cómo iniciar su escape y llegar hasta su madre, lo demás tendría que hacerlo conforme a la situación que se presentara.

7

Unas horas después de lo acontecido, Ratko sabía que los guardas probablemente ya se encontraban ebrios. No podía permitir que su madre pasara más tiempo amarrada con las espinas clavándose en su espalda. Salió de su rancho, caminó con sigilo entre la oscuridad, arrastrándose por aquellos pastos altos con espinas que bailaban con el viento bajo los árboles que separaban los ranchos de la mansión. Siguió su camino hasta llegar a la bodega de las herramientas junto a las caballerizas, las cuales permanecían bajo la vigilancia permanente de solamente un guarda que portaba la llave. En silencio caminó junto a la bodega, rozando su espalda con la madera para esconder su presencia lo más posible, y al llegar al final notó que el guarda se mostraba distraído, tal vez adormecido entre el peso de la noche y el alcohol ingerido. Con un movimiento rápido, Ratko se lanzó hacia él, tomó su mandíbula con una mano y la parte trasera de su cabeza con la otra, la giró con fuerza y le rompió el cuello, haciéndolo caer inmediatamente y sin ningún ruido; evitó así cualquier alerta que hubiera podido enviar a los demás. Luego de eso sacó la llave de su bolsillo y abrió la bodega, donde tomó un machete. Ya con el machete en su mano se dirigió hacia las caballerizas, donde se encontraban amarrados una serie de finos caballos utilizados por su empleador.

Decidido a todo, echó amarras de un imponente caballo, más grande que los demás y más negro que la oscuridad, y lo montó. Sabía que era el adecuado, su tamaño intimidaría a los soldados con su sola presencia, y si debían ocultarse sería fácilmente disimulado en la oscuridad. A la hora de montarlo no pudo evitar el ruido del portillo al golpearse con el movimiento del caballo y asustó a los demás caballos, los cuales empezaron a brincar y relinchar. Este hecho inevitablemente llamó la atención de los militares, que de inmediato corrieron hacia aquel lugar. Al percatarse de que los soldados se aproximaban, Ratko golpeó el caballo con el machete que había tomado de la bodega y le hizo correr hacia afuera de los establos. Los soldados al verlo venir apuntaron sus armas, sin embargo, no se atrevieron a disparar, al observarlo se dieron cuenta de que ese era el caballo preferido de su patrón, y en caso de lastimarlo sería una condena para sí mismos. En un intento por detenerlo, se lanzaron frente a su camino, pero debido al gran tamaño y la velocidad en su trotar solo lograron ser golpeados y tumbados con gran fuerza.

Tras superar a ese primer grupo de soldados, Ratko apuró su andar, llegó rápidamente hasta donde yacía su madre atada ya casi sin fuerzas, y lanzando un golpe rápido pero certero cortó los mecates que la sujetaban al árbol. Ella, al sentirse libre, hizo uso de las pocas fuerzas que le quedaban e intentó ponerse en pie, pero no fue suficiente y tras un primer intento su cuerpo se balanceó hacia el frente y cayó al suelo. Ratko, al ver que su madre se precipitaba, tomó con su mano izquierda el mecate que había atado al caballo y se inclinó hacia un lado, quedando colgado a un costado, extendió su mano derecha y con fuerza tomó el ensangrentado brazo de su madre y evitó que cayera de frente. Ratko colgaba del caballo y con fuerza sujetaba a su madre, levantándola solo lo justo para no arrastrar sus pies en el cabalgar. Al no ser dirigido, el caballo trotaba directo hacia la mansión, Ratko sujetaba a su madre con fuerza, pero el movimiento del caballo y la sangre en su brazo hacían que se resbalara cada vez más, la sangre también había empezado a emanar de la mano con la que Ratko se sujetaba al caballo, la correa ya había causado una profunda herida en su mano, y le hacía casi imposible continuar sujeto. Tras mirar hacia el frente, Ratko se percató de que se encontraba a tan solo veinte metros de la mansión, sabía que, de llegar al final, sería capturado, así que debía tomar una decisión: soltar a su madre y huir, o seguir y ser capturado. Ninguna de las dos opciones saldría bien, y en un desesperado intento cerró con todas sus fuerzas sus dos manos, y haciendo uso de su sólido abdomen, inclinó su cuerpo hacia el caballo y logró lanzar a su madre encima y subió él detrás. Faltaban solo pocos metros para chocar contra la mansión cuando logró recuperar el control del caballo; sujetándose con fuerza de su crin pudo hacer que girara justo antes del impacto. Al girar cruzaron frente a una ventana, a través de la cual pudo ver cómo su empleador lo observaba con incredulidad. Sin esperar más echó a correr con aquel caballo mientras su patrón con gran enojo gritaba órdenes a los alcoholizados soldados, que aún no comprendían bien lo que ocurría.

Ratko sabía que la carretera estaba fuertemente vigilada y sería alcanzado rápidamente en los camiones o interceptado con facilidad más adelante. Así que se dirigió hacia los cultivos de detrás de la mansión, los cuales colindaban con las selvosas montañas.

Los soldados rápidamente los persiguieron bajo el mando de su patrón, quien tras montar sobre otro caballo emprendió camino junto a ellos, pues no solo habían escapado llevándose a su caballo más preciado y venciendo a su seguridad, sino que también había liberado a la mujer que casi le sacó el ojo de un golpe. La lucha era suya ahora, había pasado de ser un disturbio para convertirse en algo personal.

Al llegar a los límites de la hacienda, los cuales se encontraban aproximadamente a 1500 metros tras la mansión, emprendieron la persecución a pie, no quería dañar los restantes caballos al adentrarse en la desconocida selva.

Ratko, por su parte, se había internado en la selva sobre el caballo, se agarraba fuerte a las crines para no ser tirado, pues no veían nada a su camino. Aquel asustado caballo, después de quince minutos de caminar, no pudo más con la oscuridad y tras un sonido lejano brincó tan fuerte que lanzó a Ratko y a su madre lejos y volvió corriendo por donde había entrado.

Ratko se golpeó fuerte en su caída, y al levantarse no podía ver nada. En aquella oscuridad había caído lejos de su madre, a quien logró encontrar siguiendo solamente sus quejidos. Tras ubicar su cuerpo la levantó con dificultad en sus hombros y la cargó por el resto del camino.

Caminó a oscuras adentrándose cada vez más en la desconocida selva. Ratko no lograba distinguir su mano frente a su cara, pero tenía que seguir adelante ya que sabía que un ejército los perseguía, y llevaba una gran desventaja al cargar a su madre. Los golpes, caídas y raspones fueron inevitables en aquel camino a ciegas, cada paso era desconocido, no sabía qué encontraría hasta no haberlo dado. Ratko caminó toda la noche sin detenerse, la adrenalina logró disimular el dolor de sus músculos. El amanecer mostró la primera luz que logró ver en su caminar; su paso, aunque cansado, era más rápido ahora que observaba lo que seguía. En su camino topó con un pequeño río donde se detuvieron a hidratarse y descansar, continuar se estaba tornando imposible y sabían que de seguir no llegarían muy lejos, hacía ya horas que había dejado de escuchar los lejanos gritos de los soldados, así que era seguro detenerse a descansar.

Ratko tomó unas hojas grandes y redondas y llevó agua a su débil madre para que se hidratara. Buscó frutos entre los arbustos, encontró solamente unas frutas desconocidas de color rojo pero de olor dulce. Su instinto le hizo tomarlas, comió algunas, pero llevó más a su madre, quien necesitaba más energía para lograr sobrevivir.

8

Tras una hora de descanso, sabían que necesitaban continuar, alejarse lo más posible de aquella hacienda.

Su camino continuó río arriba. Caminar por la selva sería un camino incierto y podrían perderse con gran facilidad, sin embargo, seguir el río en su correr los llevaría de seguro a lo habitado.

Ratko aún cargaba a su madre; aunque ella ya había recuperado un poco de fuerza gracias al agua y las frutas que Ratko había conseguido, no estaba aún preparada para caminar. Ignoraba sus súplicas para que la abandonara a morir y se salvara él. Ella solo quería que Ratko salvara su vida, y sabía que con ella en hombros su paso era lento, más de lo que se podían permitir.

Durante los siguientes dos días Ratko cargó a su madre. Sobrevivieron gracias a que Ratko logró atrapar dos peces, los cuales les dieron un poco de energía junto con algunas frutas que encontraban de camino, suficiente para no desvanecer. Solamente se detenían para descansar un poco antes de poder continuar.

Aquellos días de huida los habían dejado totalmente destrozados, tanto física como mentalmente. Sabían que no podrían huir durante mucho tiempo más. Las piernas de Ratko se mostraban ensangrentadas, las caídas le habían hecho una serie de cortes que no sanaban. Los músculos le dolían tras cada paso, no solo los de las piernas, sino los de la espalda, brazos y abdomen.

En la tarde del tercer día se toparon con unos viejos ranchos habitados, sabían que al seguir el río tarde o temprano iban a encontrar más personas, sin embargo, no tenían certeza de adónde llegarían. Al observarlos comprendieron que debían acercarse, temían ser asesinados a su llegada, pero era su única esperanza, si seguían por el río intentando esquivar esos ranchos, no aguantarían mucho más antes de morir de fatiga.

 

Decididos, avanzaron hacia aquellos ranchos. Sus habitantes, al ver a Ratko cargando a su madre, de inmediato corrieron en su ayuda sin hacer preguntas. La tomaron y la llevaron de inmediato a una cama dentro de un rancho de latas, a Ratko le ofrecieron agua y comida ya que era notable su desgaste; luego de comer le ofrecieron también una cama donde descansar.

Ratko, que junto a su madre había pasado sus últimos años bajo las órdenes de aquel alemán, sabía poco de lo que había ocurrido, cuántos años habían pasado de su huida de la guerra, qué había sido de su padre ni que había sido de su país.

Al despertar, Ratko se dio cuenta de que el sol ya había salido, había dormido durante toda la noche. Al voltearse pudo ver a su madre, quien aún dormía en una cama junto a la suya. Tras constatar que se encontraba bien, decidió salir a agradecer a aquellas personas su amabilidad. Luego de varios saludos y conversaciones cortas le preguntaron la razón de venir desde la montaña tan heridos y exhaustos. Ratko les comentó sobre su escape de aquella hacienda y lo que habían vivido los últimos días. Las horas pasaron entre una conversación y otra hasta caer el sol. Junto a la fogata y ya descansados se sentaron a cenar. Ratko les habló todo lo que había sufrido los últimos años, sobre su madre, les contó sobre su padre y su huida de Serbia.

Habló sobre su trágica vida en Albania, sus años entre sufrimientos, desde aquella masacre en su aldea hasta su esclavitud.

Dentro de su larga conversación, Ratko quedó atónito ante una frase mencionada por los demás:

«Bienvenido de vuelta, compatriota.»

Ratko no lo creía. Tras su huida de aquel alemán, sus pasos lo habían llevado a cruzar la frontera de vuelta a Serbia, su país natal.

No pudo evitar sonreír, sus lágrimas cayeron al escuchar de aquellos hombres que la guerra había terminado, la invasión había concluido.

No tenían que huir más. Habían llegado a su hogar.

9

Un mes despues de haber sido rescatados por los habitantes de aquella aldea, la confianza y la energía habían regresado a ellos, sabían que su estadía en aquella aldea no se podría prolongar por mucho tiempo, no obstante, lo habían llegado a sentir como su hogar, rodeados de gente amable y situados en su país de nacimiento. Aquellas amables personas habían iniciado su propio pueblo, sin embargo, aquellas tierras no eran de nadie, por lo cual corrían el riesgo de ser desalojados en cualquier momento por el gobierno o el ejército.

Día tras día los lazos con aquellas personas se volvían más fuertes, llegaron a sentir como su propia familia al pueblo entero. Cada mañana se levantaban e iniciaban con un desayuno en unión para realizar sus labores mano a mano con los demás; las cabañas las habían ido construyendo juntos unos con otros, y Ratko y su madre ya tenían su propia cabaña, a la cual le dedicaban tiempo para mejorarla y adaptarla por su supervivencia.

Aunque en aquella aldea Ratko había recobrado sus fuerzas y cada día se notaban aún más los músculos desarrollados con los años de trabajo, su madre no mejoraba, aunque se había llenado de energía tras los días en aquel lugar, su cara se veía pálida cada mañana con el salir del sol, su cabello era cada día más blanco y su piel era flácida y débil. Ella, con su espíritu alegre, intentaba ocultar sus dolencias, pero era notable que algo no andaba bien, pero aun cuando lo podían observar, nadie comentaba nada, ya que no querían bajar la moral en aquel lugar.

Los días pasaron y a su madre cada día se le dificultaba más continuar con sus labores, su piel cada día más amarilla hacía muy evidente que algo no andaba bien. Ratko la miraba con tristeza, hacía lo posible para subirle el ánimo, la acompañaba en todo momento, la ayudaba con sus labores diarias, conseguía alimentos y los preparaba para ella. Ratko quería dedicar todo el tiempo posible, todo el tiempo que habían perdido juntos durante años, salía solo lo necesario para cazar y cosechar sus alimentos, procurando siempre estar de vuelta a su lado lo antes posible.

Otro día pasó, pero aquella mañana, al amanecer, todo era diferente, mientras todos salían a desayunar y preparar la comida juntos, notaron que Ratko y su madre no salían de la cabaña, lo cual era extraño, ya que ellos eran los primeros en salir todas las mañanas. Ante el desconcierto de los demás, fueron hasta la puerta y llamaron. Ratko salió sin energía a recibirlos. Tan pronto lo observaron pudieron notar sus ojos rojos y las bolsas negras que se habían marcado bajo ellos, las cuales hablaban sobre la difícil noche que había tenido. Su madre permanecía tendida en la cama, aún cobijada y más pálida que de costumbre, aunque aún hablaba y podía mirar a los presentes, la vida había partido de su cuerpo, ahora parecía más un cadáver. Todos los aldeanos hicieron una rueda junto a ella, le llevaron sopa, pero no la podía tragar, ya no tenía fuerza ni para comer. Ratko la tomó en sus fuertes brazos, la cobijó y se quedó con ella; él tampoco quería comer, no porque no pudiera, sino por el dolor que sentía en aquel momento, tan solo quería permanecer junto a su madre todo el tiempo posible.

El sol estaba en su punto más alto esa mañana, pequeños rayos de luz entraban entre la madera de la choza iluminando solo lo necesario para poder ver lo que había. Ratko permanecía inmóvil en la cama hecha de paja con su madre entre sus brazos, no se había levantado de su lado, le mostraba así todo su amor, quería permanecer con ella, mostrarle que seguía ahí, que podía contar con él. Era ya pasado medio día, el viento soplaba frío, pero era un frío diferente del que Ratko sentía en aquel momento, era un frío que corría su espina dorsal y le hacía sudar, no le refrescaba como haría el frío del viento al soplar. Su madre ya no tenía fuerzas para hablar, con mucho esfuerzo podía mantener sus ojos abiertos mientras estaba despierta. Entonces logró abrirlos con fuerza, miró a Ratko a los ojos y presionó su mano, un apretón que expresaba el amor que sentía, un apretón que era más que presionar la mano, era un gesto con sentimiento, le miró a los ojos, sonrió como pudo y dejó caer su cabeza, cerró los ojos y dio un suspiro fuerte, su último suspiro.

Ratko no pudo contener sus lágrimas, la abrazó fuerte y no la soltó por mucho tiempo. No quería aceptarlo, no lo podía hacer, la única persona que había pasado a su lado, quien lo había apoyado día tras día, quien le daba la fuerza para continuar y luchar contra las adversidades, ya no estaba. Se sentía solo, con un vacío interno, una soledad profunda, no lo quería aceptar, pero debía continuar, ella había partido.

Como si algo lo hubiera anunciado, un viento más fuerte sopló en la aldea, ese viento les trajo las noticias, parecía haber hablado, ya que de inmediato se apresuraron a la puerta solo para encontrar a Ratko abrazando a su madre y llorando. Sin decir nada supieron lo que había ocurrido. El silencio se apoderó de aquel momento, las hojas de los árboles caían mientras el viento soplaba frío, enfriaba la espalda de los presentes y anunciaba la muerte.

Era poco el tiempo que habían pasado juntos, pero ya la relación era fuerte, tan fuerte como para arrancar las lágrimas de dolor en aquel pueblo. La habían perdido, aquella mujer que había llegado débil desde la montaña, se había fortalecido con los días hasta llenarlos con su alegría, para luego desvanecerse, había dejado un vacío en todos.

Juntos cavaron una tumba para realizar la última despedida, lo hicieron junto a la raíz de aquel frondoso árbol que cubría día y noche todos los ranchos, entonces volvería a ser parte de la naturaleza y el árbol convertiría su espíritu en el oxígeno.

Antes de finalizar el día, se reunieron todos junto al árbol y Ratko, con toda la sutileza que logró mantener en aquel momento, posó el frágil cuerpo de su madre en la tierra fría y suelta, se arrodilló junto a ella y la abrazó por última vez, era su despedida. Parecía que dormía, su piel blanca y su faz tan sutil y plácida mostraban su belleza.

Una a una las palas de tierra fueron cayendo y se mezclaban con las lágrimas de dolor que Ratko derramaba y ocultaba su cuerpo bajo ellas.

La noche se acercaba y Ratko aún permanecía junto al árbol, no quería moverse de ahí, las personas del pueblo entendían su dolor. Al llegar la noche prepararon la comida, encendieron unas lámparas y se sentaron junto a Ratko en silencio a comer. Un silencio que le ofreció paz al corazón de Ratko, la unión y la compañía que necesitaba.

Aquella noche fue diferente. Ratko no podía dormir al pensar en su madre, era la primera noche solo, nunca se había alejado de su madre, todas las noches dormían juntos, eran muy unidos, pero ella ya no estaba. Su cama vacía, la ausencia de su respirar y sus zapatos al pie de la cama creaban una atmósfera de recuerdos que causaban dolor en él.

10

Tres meses habían pasado ya desde la muerte de su madre. Desde aquel doloroso día, Ratko se sentaba todas las tardes a cenar en las raíces de aquel árbol donde ella descansaba, reviviendo los momentos juntos, cuando llegaron a ese lugar, su sonrisa, sus abrazos.

El dolor aún no pasaba; ya se había vuelto costumbre para los habitantes de aquel pueblo observar a Ratko sentado, algunas veces llorando desconsoladamente ante la tumba de su madre.

Durante el día, Ratko mostraba un carácter fuerte, el cual combinaba con su físico de presencia desafiante. En sus trabajos diarios destacaba por su incansable labor, en los trabajos más pesados siempre sobresalía, y durante el día no se detenía, a excepción de las horas de comida.

Siempre ayudaba a los demás, ya fuera en sus hogares, con su experiencia en el campo —la cual había ganado en los años de esclavitud en aquella hacienda—, o en la cacería, lo cual se le daba bien gracias a su fuerza y velocidad.

En aquel momento, el hombre que había llegado al pueblo luchando por su vida, alegre de poder ayudar a su madre, ya no era el mismo, su expresión había cambiado, sus pasos eran pesados, y su presencia, aunque desde su llegada era intimidatoria por su expresión dura y su altura de 1.90 metros, ahora era más fuerte, e intimidaba incluso a los más fuertes de aquel lugar. A su llegada sonreía, conversaba más con los demás, las comidas eran grupales y las historias iban y venían en las conversaciones. Pero desde que su madre había partido, su sonrisa casi no se veía, las palabras eran escasas, solo las necesarias, su paso era rígido, su trabajo directo y no había vuelto a socializar con sus vecinos.

Ninguno de ellos le reprochaba nada, no creaban más conversación que la que Ratko iniciaba, entendían su deseo de soledad, ya que con las historias y lo que sabían de él y su madre, era suficiente para comprender lo que estaba pasando.

Aquella tarde se cumplían tres meses exactos desde que su madre había partido. Todos lo sabían bien y estaban esperando a Ratko reunidos junto a la tumba de su madre. El sol no se ponía aún, todos estaban en silencio. Al verlos, Ratko no pudo contener las lágrimas, tampoco pudo pronunciar palabra alguna, solo caminó hacia donde se encontraban todos, bajó su cabeza. En ese momento, los demás lo rodearon con abrazos y palmadas en la espalda mostrando su apoyo. Un apoyo que Ratko agradeció y que necesitaba para darse cuenta de que no estaba solo. El abrazo tardó varios minutos, minutos que pasaron en silencio, pero que ayudaron a sanar las heridas que se habían creado durante meses.

Esa tarde cenaron como solían hacerlo, en grupo, compartiendo sus alimentos, conversando, aunque Ratko pronunciaba escasas palabras, su sonrisa había vuelto al escuchar las historias de los demás y algún que otro chiste.

La comida apenas terminaba cuando detrás de los árboles sonaron unos motores. Ratko de inmediato los reconoció, eran camiones militares, un sonido que jamás olvidaría. Los recordaba cuando de niño escuchó ese sonido acercarse al pueblo donde vivían, y en el diario ir y venir en la hacienda donde había sido esclavizado.

Al escucharlos y ver que se acercaban envió a todas las mujeres y niños a que se escondieran detrás de los árboles junto al río. Apenas los camiones mostraron su armazón verde oscuro, que se ocultaba a la perfección con su entorno, Ratko fue el primero en correr, tomar un machete e interponerse frente a los camiones para evitar así su avance. Los demás se quedaron congelados ante su valentía, todos reconocían los camiones y sabían que podía ser lo último que verían.

 

Dudaron en hacerlo, pero finalmente tomaron sus machetes y corrieron a dar apoyo a Ratko. Su presencia no sería tan intimidatoria como la de Ratko, pero la cantidad podría valerse por sí sola. Si debían morir, lucharían por ello.

Tan pronto Ratko se posó frente a los camiones, su avance se detuvo, y notó inmediatamente que muchos de quienes viajaban en los cajones de aquellos camiones no eran soldados, ni siquiera estaban armados, también notó que todos eran hombres. Ratko, con su experiencia, había aprendido a encontrar detalles, observar y analizar como pocos lo hacían.

De los camiones bajaron los conductores y sus copilotos, también un pequeño ejército de los cajones, los cuales sí estaban armados y con uniforme militar. Ratko había aprendido que aquel uniforme no significaba mucho, pero las medallas que notó en tres de ellos, le hicieron darse cuenta de que aquellos hombres sí pertenecían a algún ejército oficial.

—¿Qué quieren? Aquí no hay nada que les sirva, no tenemos alimentos, nada de valor, vivimos alejados de cualquier problema y no tenemos que ver con ninguna guerrilla.

Ratko fue el primero en hablar, en cuanto mencionó aquello intimidó incluso a quienes estaban detrás de él, jamás lo habían escuchado hablar con tanta decisión y en un tono tan pesado que mostraba que no debían acercarse a él.

El soldado con más medallas bajo su hombro dio un paso al frente.

—Mis disculpas por nuestra atropellada entrada. Mi nombre es Marko, general del ejército oficial de Serbia. No venimos por sus recursos, los recursos que andamos buscando están frente a nosotros: necesitamos hombres que se unan al ejército en nuestra lucha por recuperar nuestro país. Hombres fuertes que nos ayuden en la guerra, que nos ayuden a recuperar nuestra libertad.

Al escuchar aquellas palabras, Ratko solo pudo callar, miró hacia atrás, donde lo acompañaban los demás hombres del pueblo. Volvió hacia el general:

—Cuente conmigo, señor, quiero unirme a sus filas. Mi padre luchó con ustedes, y si así tengo que morir, será un honor para mí hacerlo al lado de verdaderos soldados como mi padre. Mi madre murió hace tres meses ya, así que no tengo más que hacer aquí.

Después volvió a su rancho, tomó las pocas prendas que tenía y salió.

—Gracias a todos por su hospitalidad, gracias por lo que hicieron por mi madre y por mí. Pero es hora de devolver al país lo que me han dado. Si me quedo, no podré devolverles todo el apoyo brindado, pero en la guerra podré luchar por que puedan volver a sus hogares, para que puedan vivir sin temor, entonces al fin les habré pagado todo lo que hicieron por mi madre.

Con su paso firme partió hacia los camiones que lo esperaban. Todos los demás hombres se quedaron atrás, tenían esposas e hijos a los que no querían abandonar.

—No se sientan menos por no ir a luchar con nosotros —mencionó el General—. Seguramente moriremos en nuestro frente y ustedes tienen por quien vivir, están haciendo su propia lucha, personas como ustedes son quienes habitarán Serbia cuando la guerra termine, y personas como ustedes harán a Serbia tan grande como era antes.

Una vez dicho eso, volvió a los camiones, los cuales encendieron sus motores e hicieron camino desapareciendo tras los árboles. El sonido quedó por unos minutos más mientras se alejaban, hasta que por fin dejó de sonar.

11

En su viaje en los camiones, Ratko iba con otros hombres, algunos débiles, otros de presencia fuerte, en su mayoría campesinos. Todos iban decididos a morir si era necesario.

El trayecto tomó cuatro horas hasta que llegaron a su destino. Era una base militar escondida entre las montañas al suroeste de Serbia, cerca de la frontera con Montenegro, donde la selva era tan tupida que era casi imposible verla desde el aire.

Al ingresar a la base, los colocaron a todos en una línea, mientras otros camiones llegaban con más reclutas de otros lados, todos iban siendo formados, donde debían continuar para hacer su registro, asignarles su habitación y entregarles sus uniformes.

Era ya tarde en la noche, pero nadie parecía notarlo. El ambiente seguía agitado en aquel lugar, camiones llegaban, soldados armados entrenaban por todas partes, otros grupos marchaban, nadie hacía mucho caso de quienes iban entrando en esos camiones aparte, por supuesto, de quienes estaban a cargo de recibirlos.

Una vez que Ratko fue registrado, le hicieron entrega de un grueso bulto, el cual portaba una cantimplora, una lámpara de mano y su primer uniforme; se lo entregaron y le asignaron un camarote y una habitación. Ratko estaba desconcertado, no sabía qué esperar.

Después fue dirigido hacia la cocina donde les iban a dar de comer. El comedor estaba lleno, entre soldados y quienes iban entrando, la fila para la comida era larga. Uno a uno los nuevos reclutas iban tomando su bandeja, donde eran servidos con un plato lleno de una masa extraña de color amarillo claro, un pequeño postre al lado que parecía gelatina mal hecha y un vaso de refresco casi sin sabor.

Ratko tomó su bandeja, y tan pronto le sirvieron su comida, se dirigió a una mesa donde había un espacio disponible. Junto a él había otro recluta ya casi terminando su comida y frente a él había dos soldados uniformados. Casi al unísono, ambos soldados le dieron la bienvenida al ejército:

—Bienvenido, soldado, es un placer tenerlo en nuestras líneas, necesitaremos toda la ayuda posible. Debes tener hambre, comamos y después habrá tiempo de socializar.

Ratko agradeció y luego se dispusieron a comer.

El comedor se iba llenando ya, pero los nuevos reclutas no se movían de sus asientos, sin certeza de hacia dónde dirigirse.

Cuando ya no había más espacios disponibles en el comedor, un hombre rígido se subió a una mesa, y con una voz casi tan fuerte como su expresión, les indicó que se dirigieran al patio quienes ya habían terminado de comer, para darles más indicaciones.

Ratko se puso en pie, tomó su maleta y la colgó sobre su hombro, luego tomó su bandeja y la fue a depositar junto con los utensilios a un lado de la barra de la comida, donde otros soldados las recogían para de inmediato lavarlas y hacerlas disponibles para quienes apenas se formaban en la fila.

Luego de eso Ratko caminó hacia el patio, cruzó todo el comedor abarrotado de nuevos reclutas.

Era casi imposible ignorar a Ratko con su caminar pesado y firme, su expresión dura como una roca, su altura y sus músculos que sobresalían a través de su ropa.

Todos los nuevos reclutas se reunieron en el patio, donde se encontraban varios soldados formados y el general frente a todos. Ratko reconoció de inmediato aquel hombre, era el mismo que había llegado en el camión a reclutarlo.

Estando frente a todos los nuevos reclutas y los soldados ahí presentes, el general inició su charla en la cual habló sobre el proceso de inducción, les indicó a los reclutas que la hora de presentarse al desayuno era a las 05:00 horas, seguido por el entrenamiento que iniciaba a las 06:00 horas en el patio frontal, sin importar la condición climática.

Seguido de las indicaciones y la charla de bienvenida les indicó dónde estaban los dormitorios.

Ratko caminó hacia su dormitorio, era tarde en la noche y solo quería dormir durante un momento. Aún le costaba asimilar que justo esa mañana estaba despertando en la choza que había construido junto al río para vivir con su madre, y que en ese momento fuera caminando a su nuevo dormitorio dentro de una base militar, siguiendo los pasos de su padre.

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