Hispanotropía y el efecto Von Bismarck

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LA INDEPENDENCIA

Un imperio construido a lo largo de cuatrocientos años no puede carecer de defectos, errores y tragedias, pero para durar tanto (ninguna república hispanoamericana ha llegado aún a mucho más de la mitad) debió haber logrado el respaldo o, al menos, la sumisión de la mayor parte de sus pobladores, como parece reconocer Von Humboldt. Tanto es así que lo que luego devino en las independencias de las repúblicas americanas realmente fueron movimientos de independencia, sí, pero en contra de la Francia Napoleónica. Napoleón había logrado que el rey Carlos IV de España abdicara, quien lo hizo en favor de su hijo, Fernando VII, pero luego este lo hizo de vuelta en favor de su padre para que fuera quien entregara la Corona a Napoleón con el fin de colocar en Madrid como rey a su hermano José Bonaparte.


Las independenciasde las repúblicasamericanasrealmente fueronmovimientos deindependencia, sí,pero en contra de laFrancia Napoleónica.

Independientemente de que el mal llamado «Pepe Botellas» (José Bonaparte era abstemio) formara un gobierno bastante bueno, que Fernando VII —bien llamado «el rey Felón»— fuera un pésimo gobernante y que los Borbones fueran un linaje de origen francés, los españoles de todos los continentes iniciaron lo que se llamó la guerra de Independencia. En varias regiones de la España peninsular se organizaron juntas revolucionarias —siendo la más popular en América la de Cádiz— y en el otro lado del Atlántico se empezaron a reproducir otras tantas.

Si bien más adelante hubo divisiones entre los patriotas y los realistas, lo que dice la historia —a pesar de la leyenda— es que la independencia de América no se inicia como una independencia contra España (todos se sentían españoles como el que más), sino que fue una lucha de independencia contra los Bonaparte. Solo después de que el rey Felón, ya repuesto en el trono, aboliera la Constitución de 1812, es cuando los movimientos en las Américas se tornan en contra de la metrópoli.

Es importante resaltar que en esos años revolucionarios se convoca en Cádiz un proceso constituyente, que de América vienen cinco delegados por derecho propio y que uno de ellos, Joaquín de Mosquera Figueroa, nacido en Popayán —la actual Colombia— no solo es uno de los que preside las Cortes de Cádiz, sino que también, en virtud de ello, queda en un momento como regente de todo el Imperio español. También es importante reconocer que la Constitución de 1812 —conocida como la Pepa— fue la primera constitución democrática que rigió en Hispanoamérica y que fue el modelo de nuestras primeras constituciones republicanas.

Por último, hay que recordar que muchos de nuestros libertadores eran oficiales activos del Ejército español (naturalmente, ya que eran españoles) y que cuando Simón Bolívar, Andrés Bello y Luis López Méndez son enviados a Londres para lograr apoyo inglés para la Junta de Caracas, lo hacen «en nombre del rey Fernando VII de España», quien todavía no había mostrado «sus colores» y era conocido aún por sus súbditos como el Deseado.

CLAROSCUROS

Regresando a nuestros claroscuros, es importante resaltar que la Constitución de 1812 prohibía la tortura, disolvía la Inquisición y abolía la esclavitud, entre otros avances monumentales. Sin embargo, la esclavitud y varias formas de vasallaje pervivieron en las Américas hasta finales del siglo XIX en el primer caso, y bien entrado el Siglo XX en el segundo; todo ese tiempo ya libres de las ataduras con Madrid. Es más, está comprobado que la mayor parte de los procesos de «limpieza étnica», o más propiamente de genocidio, cometidos en contra de los pueblos originarios de América tuvieron lugar después de la independencia de las repúblicas americanas, por lo tanto, no por el Imperio español.


La Constitución de 1812—conocida como la Pepa—fue la primera constitucióndemocrática que rigióen Hispanoamérica y fueel modelo de nuestrasprimeras constitucionesrepublicanas.

No podemos negar que hubo una gran mortandad, ni tampoco la desaparición de varios pueblos autóctonos al iniciar la conquista española o en los primeros contactos entre los peninsulares y los originarios; pero, en la mayor parte de los casos, fue producto de las enfermedades infectocontagiosas que traían los españoles —como la viruela, por ejemplo—, ya que la población nativa no tenía inmunidad. También hubo un proceso de aculturación que, si bien generó una cultura mestiza, también hizo desaparecer diferentes culturas originarias. En ambos casos, no fue un proyecto de genocidio, como sí lo fue el de otras potencias imperiales en los territorios que conquistaron y poblaron.

Para dar un solo ejemplo de las diferencias, veamos el caso de la viruela: mientras está documentado que el comandante en jefe de las fuerzas británicas en América del Norte, sir Jeffrey Amherst, regalaba a los indígenas mantas que habían sido empapadas con el sudor de enfermos de viruela para, según dijo en una carta, «extirpar a esta raza execrable», el español Francisco Javier Balmis organizó y lideró la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna entre 1803 y 1806, que dio la vuelta al mundo con el propósito expreso de que la vacuna de la viruela alcanzara todos los rincones del Imperio español. Esta expedición, como su nombre indica, fue una misión oficial financiada por el Estado español.

ENCUENTRO ENRIQUECEDOR

El continente ignoto con el que se toparon los ibéricos en 1492 no era un lugar homogéneo geográfica, climática ni étnicamente. Así como había pueblos que vivían de la caza, la pesca y la recolecta, los había con sofisticados sistemas agropecuarios; así como los había nómadas o migrantes estacionales, se encontraron enormes ciudades con impresionante arquitectura; así como había pobladores con cultura primitiva, había pueblos con mayores avances en el campo científico que los europeos —sobre todo matemático y astronómico—; así como había pueblos dispersos y poco numerosos, había grandes imperios con todas las características de una estructura política de esta naturaleza. El encuentro de estos pueblos con los peninsulares fue uno de enorme complejidad y a la vez muy enriquecedor.

Así como nos debemos lamentar por todas las culturas americanas que desaparecieron producto de dicho encuentro, también tenemos que decir que España, luego Europa y finalmente el mundo tampoco salieron intactos —gracias a Dios— al impacto del encuentro con América.

El tomate, el cacahuete o maní, el aguacate, el cacao o chocolate, el maíz y la papa o patata son parte de la cocina universal, así como la barbacoa —de donde viene la palabra en inglés barbecue, y no al revés— también lo es. Gracias a la papa o patata —de la cual en Perú hay más de seis mil cuatrocientas variedades—, los irlandeses y otros pueblos europeos dejaron de morirse de hambre en invierno. Qué decir del cacao, con el que se hace el chocolate, y su enorme impacto en la alimentación y el sentido de placer en todo el mundo.


El encuentro deestos pueblos conlos peninsularesfue uno de enormecomplejidady a la vez muyenriquecedor.

Así mismo, podemos hablar de la nao de China o galeón de Manila —en su época y distintas encarnaciones, la nave más grande jamás construida— y de las flotas de Indias, verdaderas precursoras de la globalización y gracias a las cuales se desarrolló enormemente tanto el intercambio comercial de bienes como el de especies agrícolas, que empezaron a sembrarse en continentes distintos, pero en los mismos paralelos, con lo cual aumentó la capacidad de alimentar a muchas más personas.

También podemos hablar del impacto de la visión autóctona sobre el mundo y la relación del hombre con la naturaleza, de las nuevas formas de organización sociopolítica que surgen de experiencias como las misiones jesuitas en comunidades indígenas de Sudamérica o de las formas cooperativas para el trabajo de la tierra. Con todos sus claroscuros, el encuentro entre nuestros ancestros fue sumamente fecundo. Sin ello, no seríamos capaces de comunicar nuestras ideas y enriquecernos con nuestras distintas opiniones e informaciones casi quinientos millones de personas.

De esa construcción sociopolítica tricontinental llamada Imperio español, y de las gentes que lo poblaron, surgieron grandes contribuciones para la humanidad. No solo el español es la segunda lengua materna más hablada en el mundo; el Quijote es la segunda obra más publicada en casi todos los idiomas, solo superada por la Biblia; la Gramática castellana de Nebrija no es solo la primera gramática española, es la primera gramática de cualquier lengua romance, y modelo para todas ellas; además, desde su presentación, se resaltó su importancia para la comunicación entre los distintos pueblos del nuevo imperio; las obras de Baltasar Gracián, sobre todo su Oráculo manual y arte de prudencia, están entre las grandes contribuciones al arte del buen gobierno; además de las obras de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Fernando de Rojas, que son textos literarios de naturaleza universal, también lo son las obras del Inca Garcilaso de la Vega y sor Juana Inés de la Cruz, por ejemplo; en la pictórica, están las de Velázquez, de Goya y de El Greco, entre otros, que también son parte del acervo cultural de la humanidad; los principales cálculos matemáticos y astronómicos para el calendario gregoriano los hizo un equipo de la Universidad de Salamanca encabezado por fray Luis de León; el calendario que usa el mundo es, pues, también un producto del Imperio español.

Es muy difícil sintetizar con justicia las experiencias de una relación tan intensa y con duración tan extensa. Seguramente, habrá múltiples ejemplos que podrían desmentir lo aseverado en este escrito; así mismo, habrá otros tantos que podrían respaldarlo. Se requiere de nuevos encuentros transoceánicos, pero, esta vez, solo armados de paciencia, conciencia, benevolencia y sapiencia para dejar atrás la leyenda y escribir juntos nuestra historia.

 

Milton Cohen-Henríquez SassoHa sido diputado a la Asamblea Nacional de Panamá, ministro de Gobierno (Interior y Justicia) y embajador ante el Reino de España, entre otros muchos cargos. En diferentes momentos, ha sido consultor o asesor del presidente de la República, del presidente de la Asamblea Nacional y de la presidente de la Corte Suprema de Justicia de Panamá. Ha dirigido revistas, periódicos informativos de radio y de televisión. Ha dirigido y ha asesorado campañas electorales y ha sido profesor en escuela secundaria y en universidades en Panamá y en España. Ha publicado varios ensayos y una novela.

2.2.

HISPANOFOBIA HISTÓRICA: HISTORIA DE UNA MENTIRA

JAVIER SANTAMARTA

¿Por qué existe en una buena parte de la población española la idea de que «España es un país fallido, oscuro, con una historia de genocidio y de inquisidores»? Sorprendentemente, los efectos de la llamada leyenda negra sigan perviviendo, especialmente dentro de España. Y son devastadores.

El objetivo del Proyecto 1785, fascinante y a contracorriente desde sus inicios, es el de promover nuestra autoestima como españoles. Para ello, hay que empezar a trabajar sobre la base histórica. Y, por eso, queremos demostrar la verdad contraria: la historia de España es una historia de éxito. ¿Que tiene momentos oscuros, terribles, crueles? ¡Nadie lo niega! La historia no es algo que pueda entenderse desde una perspectiva maniquea. Pero vamos a poner el foco en los éxitos, que, por razones e intereses espurios, siempre han quedado relegados y marginados.

Para ello, hemos invitado a dos personajes de la historia de España a que den una charla peripatética por los jardines de los frailes del centro del orbe de la monarquía hispánica: el Palacio Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. A donde ha llegado espectralmente un rey de España que no pudo mandar sus tropas contra sus enemigos porque, como él mismo dijo: «Todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles». Y el bueno de don Amadeo de Saboya se nos tuvo que volver a Turín, desde cuyo eterno reposo ha vuelto para comentar sobre su amada España.

Hoy es un día tranquilo en el Real Sitio, y como siempre, en la Sala de Batallas, el emperador Carlos anda riñendo a su hijo Felipe por un quítame allá un saco de Amberes, lo que importuna siempre al Prudente, que le acaba echando en cara el suyo en Roma. El tercero y el cuarto Felipe andan como es su costumbre de jarana con los Borbón, Luis, y el alcalde de Madrid, Carlos III, por las celdas de los novicios del monasterio. Su hijo, el cuarto Carlos, no para de pelearse con su nieto Fernando VII, que no hace más que intentar darle esquinazo por el coro de la basílica. Alfonso XII anda siempre por la biblioteca haciendo caso omiso a las llamadas de su madre Isabel, a la que su nieto el XIII no hace más que invitar para ver unas pelis subidas de tono. Y entre todo este follón, las reinas no dejan de probarles vestidos de todas las épocas a Francisco de Asís, que está encantado de la muerte.

Y Carlos II, último de los Habsburgo, espera en la puerta oeste de la lonja a ver si ve a su colega, el rey Amadeo I, que tan poco tiempo reinara en España, que le había avisado de su visita, y parece que se retrasa, aunque… sí, sí… ¡Aquí llega! La sonrisa se dibuja en los finos labios del monarca madrileño esperando el abrazo que el afable saboyano ya muestra con ese encanto que solo saben desplegar los italianos.

—¡Mi querido primo!

—Carissimo Carolo, ¿cómo vas?

—¡Bah, nada nuevo! Aquí, viendo pasar el tiempo…

—Vamos, vamos, ¡ya me gustaría a mí haber podido estar aquí enterrado con todos vosotros! ¡Que esto es gloria pura! —contesta zalamero siempre el turinés.

—¿Te hace una jícara de chocolate calentito en el refectorio de los Agustinos? —invitó el Austria—. Ya sé que no nos hace falta bocado, pero si como reyes vivos pudimos hacer lo que quisimos, ¡no sé por qué no lo vamos a hacer ahora muertos!

Rio Amadeo mientras cogía por el bracete a su predecesor en el trono mientras encaminaban sus almas hacia los picatostes que el hermano Tarsicio hacía tan buenos, y que nunca se explicaba por qué siempre le faltaban más de los que freía.

—En cualquier caso, caro Carlo, poco pude hacer yo en esta España con tan buenos mimbres, pero con tan mala leche a veces.


¡Qué historia la deEspaña! No creo quese encuentren muchascosas parecidas entrelas naciones.

—¡Dímelo a mí, Amadeo! Que con todas las reformas que hice y las que dejé preparadas para los nuevos, al final he acabado pasando a la historia como «hechizado», y más loco que el Felipe que me sucedió, ¡que ese sí que acabó como unas maracas de las Indias! Menos mal que está en La Granja y no tenemos que ver sus extravagancias.

—¡Ah, estos franceses…! —Aunque al final no fue tan a favor de Francia como su potente abuelo Luis XIV había imaginado o tramado.

—Es este país, Amadeo, que al final no sé qué tiene, pero se te mete en el tuétano. Mira mi tatarabuelo y tocayo. Que más flamenco no podía ser, y acabó trayendo la cerveza, que era lo único que echaba en falta. Tanta lata con el sacro imperio de marras y ya ves. ¡Retirado en Yuste que acabó y dedicándose a sus relojes como un jubilado de esos germanos que vienen a tostarse a las Baleares!

—Desde luego —reflexionó Amadeo dando buena cuenta de un picatoste bien empapado del espeso chocolate—, ¡qué historia la de España! No creo que se encuentren muchas cosas parecidas entre las naciones.

—Pues mira, primo, yo creo que por más que se empeñaran en lamentar lo que fuimos a finales del XIX, entiendo que les doliera España, como dijo ese Unamuno que por aquí estuvo, por cierto, que San Lorenzo de El Escorial siempre ha atraído a gente con el seso bien puesto. Pero era un lamento porque, ¡con lo que fuimos…! Una pena. Lástima ese siglo que nos llevó a tantas guerras entre hermanos, y a que perdiéramos esas otras Españas que cada una le daba una cadencia especial a la forma de hablar castellana, haciendo del español una lengua universal.

»Si me preguntaran, bien podría decir que nuestro paso por la Tierra fue una historia de éxito más que de fracasos. ¡Que también los hubo, no seamos lilas! Que no es nuestra la palabra chovinismo, aunque sí hemos hecho del orgullo una seña de identidad. Y quién sabe si por haberlo tenido tan herido, al final parece que nosotros mismos no supiéramos reconocer lo que otras naciones luego incluso se apropiaron.

—Me imagino que hablas de nuestro adversario más persistente: el inglés.

—¡Sin duda! No parece sino que todo lo descubrieran ellos, nominaran ellos, y hasta dado la primera vuelta al mundo. Que así lo creen otorgando el timbre de gloria que le corresponde a Juan Sebastián de Elcano a un pirata como el tal Francis Drake. Y tras el saqueo de Manila, bien que se aprovecharon de las cartas náuticas que habíamos ido haciendo, desde el Atlántico, a todo ese «Lago Español», como se conoció al océano Pacífico.

—¡Y encima nos hicieron quedar como los «malos» de la película!, como se decía en el siglo XX. Ya tiene delito…

—La maldita leyenda negra, Amadeo, que si cosas malas hicimos, pues no somos los españoles sino hombres con nuestros defectos y debilidades, ¡diantre!, también hicimos cosas buenas. Pero los méritos se los han llevado muchas otras naciones habiendo cometido unas barrabasadas que de vez en cuando me acerco a la puerta del infierno que este monasterio tapa para ver si les están dando bien de tridentazos a quienes tanto mal nos hicieron.

—También hicimos cosas malas, caro Carlo… —le señaló Amadeo con una mirada de amargura.


Si me preguntaran, bienpodría decir que nuestropaso por la Tierra fue unahistoria de éxito más quede fracasos.

—También. Pero al menos quisimos poner orden y remedio a los desmanes que se producían. Que se produjeron. ¡Las guerras no saben de la bondad más que cuando los heridos llaman a sus madres! Pero intentamos que fueran siempre acordes a la ley, y con normas justas para el vencido.

—En eso he de darte la razón. ¡Cuánto me hubiera gustado poder conocer a aquellos hombres de la Escuela de Salamanca, que en tantos siglos se adelantaron en sabiduría y en bonhomía! Francisco Suárez, Luis de Vitoria, Domingo de Soto, fray Luis de León, Tomás de Mercado, Azpilicueta… España fue la cuna del derecho internacional humanitario. ¡Pusimos las bases para eso en el siglo XVI! Y no contentos estos frailes con ello, sentaron las bases de la ciencia económica moderna. ¡Quién lo hubiera imaginado!

—Bueno, Amadeo, ¡no se le llamó a mi padre Felipe IV «el Rey Planeta» por nada! Era normal que, rigiendo de uno a otro lado del orbe, tuviéramos que regular tanto las nuevas leyes como todo lo relacionado con el comercio. Que mucho llevarse la fama de nuevo los anglos, pero el real de a ocho fue la primera divisa internacional de la historia. Y que acabaría siendo recogido su anverso en el símbolo del famoso dólar norteamericano. Y de leyes… Las leyes de Burgos, las Nuevas de Valladolid, todo un cuerpo legislativo para que no hubiera hemisferio donde no primara la ley.

—De hecho, Carlo, fue durante vuestro reinado que se compilaron por primera vez todas las que hasta la fecha se habían publicado. Nueve libros y más de 6300 leyes si mal no recuerdo.

—Cierto, cierto. ¡Buena memoria! Pero es que la labor iniciada por la reina Isabel con su testamento, prohibiendo maltratar y esclavizar a los que consideraba tan suyos como los de Toro o Segovia, y que luego continuaría el rey Fernando, su marido, debería ser de estudio en todo el mundo.


España fue la cuna delderecho internacionalhumanitario. ¡Pusimoslas bases para esoen el siglo XVI! Y nocontentos estos frailescon ello, sentaron lasbases de la cienciaeconómica moderna.

—¿Y qué me dices de las Cortes de León de 1188? Que hasta estas modernas instituciones globales, como la UNESCO, la recojan como la cuna del parlamentarismo hace que me sienta muy orgulloso de esos Decreta. Al fin y al cabo, fueron las Cortes quienes me eligieron rey. Y es que en eso hay que ver cómo el Parlamento ha tenido tanta fuerza en estos reinos que aún sigue la fórmula por la que al rey de España se le proclama ante él como representación del pueblo. Y si no cumpliera lo jurado, ¡puerta! Que aquí no se casan con nadie, ¡bien lo sé yo! Ja, ja, ja —rio Amadeo, evocando cuando tuvo que finalmente marchar dejando la Corona con la que iba a empezar una nueva dinastía.

—¡Así somos! Pero esas leyes permitieron el mestizaje, un mundo global por primera vez tras haber dado la vuelta al mundo en unas naos que lograron algo no igualado hasta que se llegara al satélite que ronda por las noches. ¡Qué epopeya la de Elcano! Porque Magallanes, buen piloto era, pero ganas o intención de circunnavegar el mundo… ¡nada de nada!

—Ese mundo cuya forma comprobó otro marino, siglos más tarde, ese intrépido Jorge Juan, gracias a una expedición y a sus cálculos, haciendo realidad lo que otras grandes mentes, como Newton o Hulley, solo pudieron imaginar. Ahí estaba otro español para en pleno siglo XVIII llevar a cabo un hito de esa Marina ilustrada: la de las grandes expediciones, como la de Malaspina y Bustamante. Un trabajo científico de difícil parangón.

—Es que en eso de navegar, Amadeo, y ambos somos de ciudades de secano, pocos hay que nos igualaran en siglos. ¡No dábamos abasto para todo lo que se llegaba a anotar en las cartas náuticas! Desde el llamado Tornaviaje, la ruta hacia el Este lograda por Urdaneta, hasta el descubrimiento de nuevos continentes, como el de la Antártida por Gabriel de Castilla, o el de Australia por Juan Jufré de Loaiza. ¡Pero no había suficiente hombre para poder hollar tanta tierra!

—Y todo eso, en el siglo XVI, y con aquellos barcos. ¡Ya tiene mérito, ya!


¡No dábamos abasto paratodo lo que se llegabaa anotar en las cartasnáuticas! Desde el llamadoTornaviaje, la ruta hacia elEste lograda por Urdaneta,hasta el descubrimientode nuevos continentes,como el de la Antártida porGabriel de Castilla, o el deAustralia por Juan Jufréde Loaiza.

—Méritos, conocimientos y lo que hay que echarle. ¡Valor, Amadeo, valor! Pero ya veis… Tantos navegantes y descubridores, y apenas nadie ya se acuerda de ellos, ni saben dónde andarán sus huesos para ser honrados. Juan de la Cosa (¡qué gran mapa dibujara!), Alonso de Ojeda, Antón de Alaminos (el primero en navegar por la corriente del Golfo), García Jofré de Loaysa, López Villalobos, Juan Fernández (que seguramente descubriera Nueva Zelanda pese a lo que dicen los holandeses), Menéndez de Avilés…

 

—Ese fue el que fundara la ciudad más antigua, San Agustín, en lo que es hoy esa potencia norteamericana, ¿no?

—¡Ese mismo! Y el que hiciera una Acción de Gracias con los indios antes de que esos puritanos del Mayflower llegaran a lo que no hacíamos más que explorar y cartografiar desde hacía décadas.

—No podemos negar que no aportara nuestra España grandes cosas al mundo…

—Desde luego que no. Y muchas bien que fueron aprovechadas por todos. Desde el conocimiento que se irradiara desde la casi desconocida Escuela de Toledo, con el impulso que le diera el bien llamado Sabio Alfonso, el Décimo. El pensamiento griego, romano y andalusí traducido para que las nuevas universidades, diera igual Bolonia que París u Oxford, asentaran las bases de una red basada en el conocimiento. ¡Pero qué decir de las expediciones científicas y botánicas, que tanto ayudaron a la nueva farmacopea!

—Aquí en este monasterio —interrumpió Amadeo, que ya había dado buena cuenta de los picatostes y del chocolate— había una de las más importantes del mundo.

—Así es. El gran Felipe, impulsor de esta octava maravilla, promovió la expedición de Francisco Hernández de Toledo en 1570 para llevar botánicos, naturalistas, médicos, geógrafos y pintores para dejar recogido todo, guardándose tal material aquí mismo, querido primo. Heredera de esa fueron unas cuantas, pero nada como la del gaditano, el curilla Celestino Mutis, ya en tiempos de Carlos III, de cuya sapiencia y trabajo quedaron anonadados científicos y exploradores como el sueco Linneo o el alemán Von Humboldt.

—Desde luego, quien diga que no hubo ciencia en España es que no conoce tantas cosas e inventos que hicieron grandes hombres de estas tierras… ¿Cómo se llamaba el que inventara la máquina de vapor? ¡Siempre se me olvida su nombre!

—Te refieres al navarro Jerónimo de Ayanz. Qué grandes cosas les dieron a los Felipes que me precedieron… Recuerdo a mi abuelo contándome cuando en Valladolid, a donde había llevado la Corte, presentó un traje de buzo que probara en el mismo Pisuerga. ¡Decenas de inventos patentaría! Hasta un aire acondicionado para enfriar una mina. ¡Qué cabeza tenía! Creo que hasta inventó un serio precedente del submarino en 1600…

—La verdad es que costaría elegir algún hecho histórico del que sentirnos más orgullosos por encima de otros.

—Pues a mi mente ha venido rápidamente —respondió como por un resorte Carlos II, tras servirse más chocolate, al que era algo adicto— la expedición de Balmis, de Salvany y de esa enfermera, Zendal, llevando la vacuna de la viruela por todo el mundo. No he de recordaros que entre mis muchas enfermedades tuve que pasar por la maldita viruela, que no conoce de reyes o de plebeyos, atacando a todos por igual, y lo que hicieron comenzando el siglo XIX por mandato de mi tocayo Carlos el cuarto; la verdad es que creo que es de lo que más tendríamos que estar orgullosos. No nos importó llevar el procedimiento con la vacuna incluso a nuestros enemigos a costa de la salud de los propios expedicionarios. Que recordarás que el bueno del catalán Salvany llegaría a morir llevando la vacuna hacia el sur. La gallega Zendal, la primera enfermera de la historia, acompañaría al alicantino Balmis todo lo que pudo, y no cabe duda de que pocas cosas superan este acto de filantropía.

—Más que cierto. Pero a mí no se me quita de la cabeza la labor de llevar hospitales, la imprenta y decenas de universidades al Nuevo Mundo y a las Filipinas. Creo que indubitablemente pocas naciones han contribuido tanto al desarrollo y difusión de la cultura por las tierras que hacía suyas. ¡Incluso publicando las gramáticas de las lenguas originales antes que países europeos tuvieran las suyas!

—Y tenemos incluso una pléyade de médicos cuyas aportaciones, no cabe duda, han sido beneficio para la humanidad.

—¿Te refieres a Miguel Servet, Dolors Aleu, Ramón y Cajal…?

—También, también. Pero hay uno que me parece increíble que, con una aportación tan universal y cotidiana, apenas se le conozca: me refiero al médico militar oscense Fidel Pagés, descubridor e inventor de la anestesia metamérica. O, más popularmente, la anestesia epidural. ¡Eso sí que fue un gran invento y un acto de humanidad!


La verdad es quecostaría elegir algúnhecho histórico del quesentirnos más orgullosospor encima de otros.

—Pues como acto de humanidad, creo que no podemos, querido primo, dejar de mencionar a mi descendiente Alfonso XIII y su Oficina Pro Cautivos, durante la Primera Guerra Mundial, que supondría un empeño personal suyo, y que estuvo a punto de suponerle el Premio Nobel de la Paz. Una labor solo equiparable a la que llevara a cabo el Comité Internacional de la Cruz Roja, con muchísimos más medios. Nada mal para un monarca que luego acabara con tan mal recuerdo en el imaginario de su pueblo…

—Pero hablando de guerras, la labor realizada por los diplomáticos españoles durante la salvaje Segunda Guerra Mundial sí que es merecedora de orgullo para con unos compatriotas que supieron dar la vuelta a una situación en medio de la locura genocida nazi (¡eso sí que fue un genocidio!), salvando la vida de decenas de miles de judíos por toda Europa. Miguel Ángel de Muguiro y Ángel Sanz Briz en Hungría iniciando el proceso gracias a la consideración de españoles que los sefardíes podrían acreditar. ¡Qué cosas del destino que ambos se llamaran «Ángel»! Eduardo Popper de Callejón y Bernardo Rolland de Miota, en Francia; José Rojas Moreno, en Rumanía; Sebastián Romero, en Grecia; Julio Palencia, en Bulgaria; Juan Schwartz Díaz-Flores, en Austria. Y en el mismo Berlín, José Ruiz Santaella. ¡Increíble!

—Así es, querido colega… ¡Qué de personajes notables de nuestra historia! No sabría con cuál quedarme.

—Pues a mí hay uno que siempre me pareció de lo más interesante. Un dominico. Inquisidor para más señas.

—Caramba. ¡Me dejáis sin habla! De otro tal vez lo hubiera imaginado. Pero de vos… —contestó algo zumbón.

—¡Seguro que habéis oído hablar de él! Fue del tiempo de mi abuelo, Felipe III, y era un burgalés llamado Alonso de Salazar y Frías. Y tras un proceso que se hizo muy popular, el de las llamadas brujas de Zurragamurdi, estuvo estudiando y recorriendo todas las tierras del valle del Baztán, y gracias a su ahínco personal, fuimos el primer lugar donde se dejó de perseguir y de promover las matanzas de mujeres, hombres y hasta de niños que en tan gran número llevaron a cabo en Alemania, Suiza o Inglaterra. Un adelantado a su tiempo, aunque la verdad sea dicha, en nuestros reinos, querido Amadeo, pocas se ajusticiaron afortunadamente. Que nuestros pecados fueron otros, pero no se nos ponga este en nuestro debe.

—Muchos tendríamos, pero no pocos argumentos para sentirnos orgullosos de nuestra historia y de nuestra gente (que así la consideré tal), y que hicieron inmortal el nombre de España. Bien con la pluma, como Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Garcilaso, María de Zayas, Tirso de Molina, Góngora, Baltasar Gracián, Emilia Pardo Bazán, Galdós, Valle-Inclán, Baroja, los Machado… Innumerables. O con su arte, sus manos y sus pinceles, como los Berruguete, la Roldana, Alonso Cano Martín Montañés, Juan de Mesa, Gil de Siloé, Churriguera, Salzillo, Benlliure…