Czytaj książkę: «Diálogos de educación»
Contenido
Portadilla
Prólogo
Introducción
Capítulo uno. Aprender en la sociedad de la información
Capítulo dos. La escuela en la encrucijada
Capítulo tres. Mejora de la educación. Currículo, evaluación e inclusión
Capítulo cuatro. Innovación y mejora de la escuela
Capítulo cinco. Autonomía y rendición de cuentas
Capítulo seis. Gobernanza y evaluación del sistema educativo
Capítulo siete. La dirección escolar en España
Capítulo ocho. La educación inclusiva
Capítulo nueve. El Consejo de Sabios. La participación del alumnado
Capítulo diez. La participación de las familias
Capítulo once. La convivencia en la escuela
Capítulo doce. Evaluar para aprender
Capítulo trece. Aprender en el aula
Capítulo catorce. El aprendizaje-servicio
Capítulo quince. Los espacios educan. El aula cooperativa multitarea
Capítulo dieciséis. La educación emocional
Capítulo diecisiete. Las TIC y los entornos personalizados de aprendizaje
Capítulo dieciocho. El profesor en la red
Capítulo diecinueve. La profesión docente
Capítulo veinte. Selección y formación del profesorado. El DIR educativo
Agradecimientos
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Notas
Créditos
Prólogo
Elena Martín Ortega, catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación en la Universidad Autónoma de Madrid
Conocer y comprender la realidad educativa es una tarea ingente y, sin embargo, esta obra se enfrenta a ella y nos ofrece un material que, a mi juicio, contribuye de forma significativa a la reflexión acerca de cuestiones esenciales para la escuela.
La selección de los temas es uno de los valores del libro. Ninguno de los problemas que se abordan es irrelevante, pero la riqueza viene en gran medida de la confluencia y complementariedad de los distintos capítulos. José Manuel Arribas muestra un conocimiento experto, amplio y profundo, de la realidad educativa al haber dibujado un rico y acertado mapa temático y haber identificado a personas que tienen mucho que decir en ello. La lista de entrevistados reúne a figuras muy reconocidas en el mundo educativo. Hay que felicitar al autor no solo por la lucidez en la elección, sino también por el equilibrio de perspectivas y la capacidad de entusiasmo que, sin duda, ha tenido que desplegar para convencer a tantas personas de prestigio que, si bien son generosas, suelen tener, no obstante, una sobrecarga de tareas.
El formato de entrevistas por el que se ha optado hace original el texto, pero sobre todo le imprime una valiosa agilidad. Es muy probable que la lectora o el lector conozca ya otras obras de los entrevistados y reconozca, por tanto, algunas de las ideas que expresan en sus respuestas, pero la frescura de un diálogo nos permite descubrir algunas nuevas aportaciones y, en cierta medida, nos aproxima más a la persona que comparte abiertamente sus opiniones.
A pesar de que algunas de las entrevistas se hicieron hace ya tiempo, la actualidad del contenido sigue vigente. Podríamos pensar que quizá ello es un negativo síntoma de estancamiento de la educación escolar, pero mi interpretación, más positiva, es que, como en todo ámbito complejo de la realidad, los elementos cruciales siguen siendo en gran medida los mismos, aunque la forma de entenderlos y enfrentarlos se vaya actualizando.
Estas características de forma y de fondo hacen del libro un material que puede interesar a una amplia audiencia. Los profesionales de la educación encontrarán reflexiones sugerentes acerca de temas que, sin duda, están presentes en su tarea. La autonomía de cada capítulo y la fácil lectura, por la extensión y el lenguaje adoptado, hacen de la obra un recurso útil para estudiantes universitarios. Pero, afortunadamente, la presencia de la educación es cada día mayor en el conjunto de la sociedad y las familias y otros miembros de la comunidad educativa es seguro que encontrarán también argumentos estimulantes acerca de problemas que las implican.
El autor y la editorial me han permitido generosamente que, además de presentar la obra, pueda aportar también una breve respuesta a la pregunta que se les ha planteado a los entrevistados acerca de los principales cambios que harían avanzar al sistema educativo.
Como han contestado varios participantes, serían muchas las transformaciones que requeriría la educación escolar, pero yo voy a detenerme en la que me parece más relevante: ser capaces de ajustar la ayuda a los aprendices. En los entornos educativos informales como la familia resulta natural entender que, si queriendo lo mismo para tus hijos, actúas igual con todos ellos, con alguno te equivocas. Asimismo, cuando en un campamento las monitoras enseñan alguna nueva actividad a los niños y niñas, adaptan su ayuda a las características de cada menor. Esta habilidad humana, que tan espontánea parece en las interacciones personales fuera de la escuela, en su seno se convierte en una gran dificultad. Es comprensible porque el peso de la función acreditativa, el alto número de aprendices con el que se interactúa y la dificultad de conocerlos en profundidad o el menor compromiso emocional con su éxito, por citar solo alguno de los factores que diferencian el entorno escolar de otros contextos educativos, convierten en una meta muy difícil la atención a la diversidad de todo el alumnado.
Sin embargo, esta sigue siendo la clave de la calidad de la enseñanza. La educación es un derecho de todo ser humano, ya que solo la escuela puede garantizar algunos aspectos del desarrollo sin los cuales la persona no puede incorporarse en igualdad de condiciones a la sociedad. Es una gran responsabilidad y no podemos permitir que haya un porcentaje de estudiantes que fracasen en su escolaridad. Es cierto que la mayor diversidad que cada día existe en las aulas hace más difícil la tarea de los docentes y de la institución en su conjunto, pero no es un reto nuevo y, sobre todo, es un reto ineludible.
La atención a la diversidad fue el principio rector de la LOGSE, hace ya 30 años. El equipo responsable de esta Ley lo fue también del programa de integración que se puso en marcha en 1985, y era plenamente consciente de que enseñar es ayudar a construir el desarrollo y de que este proceso de construcción es necesariamente distinto en cada persona. En estas tres décadas se ha avanzado en ese complejo camino, aunque a mi juicio hubiera sido deseable un progreso mayor. Son muchos los motivos que podrían explicar esta lentitud, pero yo voy a limitarme a señalar uno que no tiene que ver con los recursos insuficientes o la inadecuada formación del profesorado a los que se alude con mayor frecuencia. Mi intención es volver sobre un nuevo énfasis del marco teórico que me parece fundamental.
Me refiero al enfoque de la personalización del aprendizaje (Coll, 20181). Como señala este autor, impulsor a su vez del marco teórico de la LOGSE, el concepto de atención a la diversidad se centraba fundamentalmente en los aspectos cognitivos del aprendizaje. Los alumnos y las alumnas aprenden a distintos ritmos, con distintos estilos y se benefician, por tanto, diferencialmente de las ayudas pedagógicas que se ajustan a su peculiar manera de aprender. El concepto de personalización completa esta idea con otras dos igualmente importantes. La primera, que los estudiantes difieren también en sus intereses, motivaciones y experiencias previas de aprendizaje que, por tanto, deben ser tenidas muy en cuenta a la hora de enseñarlos. La segunda, que no debemos ser los docentes quienes definamos cuáles son las necesidades personales de cada aprendiz, sino que es su propia voz la que debe estar presente en esta identificación. La finalidad última de la personalización es que el aprendiz dé un sentido personal a lo que aprende, y no meramente ofrecer una enseñanza diferenciada. Entendemos por un aprendizaje con sentido aquel que permite comprenderse mejor a uno mismo en el presente y en el pasado y proyectarse en el futuro.
El sentido del aprendizaje está mucho más claro para los alumnos y las alumnas en las actividades que llevan a cabo en otros contextos educativos ajenos a la escuela, que cada vez están más presentes en su vida gracias a las nuevas tecnologías. En contraste, el sentido se desdibuja cada vez más en las aulas con el consiguiente desánimo de docentes y alumnado. Recuperar el sentido del aprendizaje escolar es la meta de la personalización. No pretendo presentar aquí las distintas estrategias de innovación que pueden contribuir en este camino, y que el lector puede encontrar en la referencia anterior. Me limitaré a señalar que muchas de las propuestas de los expertos incluidas en el libro son vías para personalizar el aprendizaje; todas aquellas que implican romper la homogeneidad de un sistema escolar organizado en un aula, un docente, una materia y un horario rígidos que impiden construir trayectorias personales de aprendizaje. La personalización, por otra parte, implica trascender la escuela y conectar las experiencias de aprendizaje que tienen lugar en ella con las que los alumnos y alumnas llevan a cabo en otros contextos de su vida. El aprendizaje conectado (Ito y otros, 20132) se convierte así en una estrategia privilegiada para dar sentido al aprendizaje, y ello pone de manifiesto la necesidad de avanzar en la planificación integrada de Proyectos Educativos de Ciudad que coordinen el conjunto de los recursos de aprendizaje de un determinado territorio.
A mi juicio, esta es la línea de avance en la mejora de la enseñanza más interesante en este momento, pero, como en otros objetivos de la innovación educativa, el problema no es solo, y no es tanto, saber hacia dónde avanzar como saber cómo hacerlo. En mis años de experiencia en la política educativa he podido comprobar que la mayor dificultad no está tanto en decidir el contenido del cambio como en tener un modelo de gestión del mismo. Nuestro conocimiento sobre los procesos de transformación del sistema educativo es todavía muy rudimentario y, una y otra vez, fracasamos en la planificación de los pasos que es preciso poner en marcha para impulsar los cambios deseados. Este es a mi juicio el gran reto al que nos enfrentamos y avanzar en su resolución supone un conocimiento muy complejo, ya que implica combinar la comprensión de los mecanismos que explican el cambio personal con modelos explicativos del cambio social. Se trata de una tarea difícil, pero imprescindible, para evitar el sentimiento de frustración cada vez más extendido que acarrea saber lo que tenemos que hacer, pero no acertar en cómo hacerlo.
Tras esta breve contribución a la pregunta del libro, solo me resta expresar mi felicitación a José Manuel Arribas por su excelente trabajo y agradecerle la oportunidad que me ha dado de contribuir a esta reflexión colectiva.
Madrid, 30 de noviembre de 2019
Introducción
A sus 99 años de edad, el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer (Marburg, 11-02-1900; Heidelberg, 13-03-2002) fue invitado a exponer sus ideas sobre la educación en el Gymnasium Dietrich-Bonhoeffer de Eppelheim, el 19 de mayo de 1999. En su charla, Gadamer sostuvo que educar es educarse, lo que constituye una responsabilidad de cada persona que se produce en nuestra íntima morada que es el lenguaje, pero que este proceso, lejos del individualismo, se desarrolla a través de la conversación. Por tanto, uno se educa, pero se educa con otros.
Es a través de la conversación donde el lenguaje se realiza plenamente, es a través del diálogo donde las ideas se encarnan en la realidad concreta de quienes la exponen. El diálogo se construye como un discurso que va tejiendo detrás de las palabras la comprensión del objeto conversado, pero también el sentido, el interés o la pasión que despiertan en quienes conversan.
La idea de un libro de entrevistas sobre educación surge de la experiencia de la conversación como método de conocimiento en el que las preguntas permiten ir trazando un itinerario de aproximación al tema de debate y facilitan, a través del diálogo, un discurso más ágil y más dinámico que el construido desde el monólogo.
No se me ocurre un medio más apropiado para estimular el diálogo reflexivo del lector con el texto o el diálogo con otros que a través de la entrevista. En la entrevista encontramos una forma de discurso plural, en la que es importante hablar y es importante escuchar, reconocer la alteridad del otro, no para dominarlo, sino para comprenderlo. En este sentido, este libro es un ejercicio de diálogo para estimular el diálogo, algo que, desafortunadamente, no practicamos todo lo que podríamos y deberíamos en nuestra sociedad.
El propósito de este libro es facilitar al lector el encuentro con las ideas de los distintos expertos entrevistados sin renunciar a un abordaje de aquellas cuestiones que implican un análisis más crítico sobre los temas considerados pero, fundamentalmente, se pretende provocar una relación con el lector que despierte su interés por la educación que le lleve a preguntarse y a responderse, a establecer un diálogo con el texto a través del cual construir su propia interpretación, su propio sentido sobre los temas tratados y, en último término, a reconstruirla a través de la conversación y del diálogo con otros.
La selección de los temas y de las personas entrevistadas responde a diferentes criterios. En primer lugar, el conjunto de los temas elegidos pretende ofrecer un panorama de la educación con cuestiones relevantes, desde mi punto de vista, para formar una imagen poliédrica lo más completa posible. Aunque cada entrevista tiene un tema concreto como trasfondo, no es infrecuente que algunas cuestiones aparezcan en más de una entrevista, lo que pone de manifiesto el carácter sistémico de la educación y el carácter transversal de muchas de ellas.
La selección de las personas entrevistadas obedece, obviamente, a su profundo conocimiento de los temas, y también a la facilidad con la que su generosidad ha permitido establecer la colaboración.
Todas las personas entrevistadas han colaborado sin otro motivo que el compromiso con sus ideas sobre la educación y la posibilidad de compartirlas con otras personas. Yo me siento sinceramente agradecido a cada una de ellas.
Los temas tratados en las entrevistas recorren las nuevas concepciones del aprendizaje ante los cambios que se han producido en la sociedad y las transformaciones que requieren del profesorado y de la escuela, la revisión del currículo, los procesos de innovación y mejora de la escuela, la autonomía y la rendición de cuentas, la gobernanza y la evaluación de las políticas educativas, la dirección escolar, la educación inclusiva, la participación del alumnado, la participación de las familias, la convivencia escolar, la evaluación para el aprendizaje, el aprendizaje-servicio, el aula cooperativa multitarea, la educación emocional, las TIC y la transformación de la enseñanza, las redes y la educación en la red, para concluir conversando sobre la profesión docente y la selección y la formación del profesorado.
No son todos los temas relevantes en educación, pero, sin lugar a dudas, cada uno de ellos constituye un objeto de reflexión fundamental para comprender la situación de la educación en la actualidad, sus limitaciones, sus oportunidades y sus retos, y aproximarse a cómo será la educación del futuro.
Cada una de las 20 entrevistas de este libro se inician con una breve presentación del currículo de la persona experta entrevistada y de los temas sobre los que se propone reflexionar para facilitar al lector un mapa que le permita orientarse a través del libro y sus contenidos.
Los derechos de esta publicación están cedidos a la Asociación PSii3, que trabaja por una educación participativa, sostenible, innovadora e inclusiva, realizando proyectos de intervención social y ofreciendo formación y recursos a centros y a docentes.
Confío en que la lectura del libro pueda despertar, mantener o aumentar en el lector el interés por los temas educativos y por las ideas de las personas expertas entrevistadas y ofrezca una oportunidad para reflexionar y seguir dialogando sobre educación. Estoy convencido de que este diálogo es una condición imprescindible para mejorarla.
José Manuel Arribas Álvarez
Capítulo uno
Aprender en la sociedad de la información
Juan Ignacio Pozo Municio
Es catedrático de Psicología Básica en la Universidad Autónoma de Madrid. Imparte materias relacionadas con la Psicología Cognitiva del Aprendizaje. Sus investigaciones han estado centradas en el aprendizaje de conceptos y procedimientos en diferentes dominios específicos de conocimiento (Geografía, Historia, Física, Química, Gramática, Música, Filosofía, Psicología, etc.), así como en el desarrollo de estrategias de aprendizaje en los alumnos, tanto de Educación Secundaria como de Educación Superior.
Cada vez es mayor el interés que despiertan el conocimiento y el aprendizaje en nuestra sociedad. La información fluye de un modo incesante y diverso, pero el conocimiento se nos escapa ante el torbellino de información. ¿Qué cambios en la cultura del aprendizaje están impulsando la aparición de otras formas de enseñar y de aprender? ¿Cómo sitúa esta nueva cultura al alumno y al profesor en relación con el aprendizaje?
Una de las frases que encontramos en tu libro Aprender en tiempos revueltos ofrece un diagnóstico resumido de la situación actual de la escuela: “la escuela enseña contenidos del siglo XIX con profesores del siglo XX a alumnos del siglo XXI”. ¿Qué ha cambiado en la sociedad de la información para que se requiera una nueva cultura del aprendizaje, una nueva forma de enseñar y de aprender?
La escuela, en cuanto institución social, cobra sentido en la medida en que suponemos que el conocimiento ayuda a cambiar a las personas. En el fondo, la escuela es una consecuencia del sueño ilustrado, de la idea de que el conocimiento nos hace mejores. El conocimiento es lo que vehicula la actividad escolar, porque hay otros espacios educativos que no están tan vehiculados por el conocimiento. En las últimas décadas, las formas de gestionar el conocimiento en la sociedad han cambiado, y en los últimos 10 años de manera absolutamente radical. Lo que yo intento reflejar en esta frase es la idea de que tenemos una escuela que intenta transmitir los saberes más tradicionales, que decimos hoy del siglo XIX, y lo intenta hacer a través del modo en que profesores, formados básicamente en la cultura escolar del siglo XX, ayudan a aprender a alumnos ante formas de gestionar la información y el conocimiento propias del siglo XXI.
¿En qué han cambiado esas formas? Antes la escuela era el espacio privilegiado para proporcionar nueva información a los ciudadanos, si no ibas a la escuela, había muchísimas cosas que nunca llegarías a saber. Hoy día ya no es así, la información fluye de tal manera en nuestra sociedad que las formas de gestionar la información y el conocimiento han cambiado de una manera radical y, sin embargo, la escuela ha cambiado muy poco.
Tenemos una escuela que sigue trabajando con modelos que responden a un tipo de ciudadano que ya no existe. Si queremos formar ciudadanos para la sociedad en la que estamos, tenemos que asumir que esos ciudadanos están expuestos a formas muy diferentes de gestionar la información. En ese sentido, la función de la escuela tendría que cambiar de ser un espacio para proveer información a ser un espacio para ayudar a esos alumnos y futuros ciudadanos a convertir la información en conocimiento. Los alumnos están saturados de información, su problema es que no saben redefinir esa información, no saben convertirla en conocimiento. Para convertir la información en conocimiento hay que dotar a las personas de eso que se llaman ahora competencias, capacidades de gestión de la información. Este uno de los problemas que, de alguna manera, informan de la crisis que tiene nuestro sistema educativo: está enseñando a alumnos que ya no existen.
Entonces, ¿seguimos en un modelo de escuela fabril?
Yo creo que sí. En el fondo, la escuela que tenemos es una escuela basada en el modelo de producción, digamos, de la modernidad. Se ve muy claramente en ese taylorismo, que tan bien reflejaba Chaplin en la película Tiempos modernos, y que está presente en la escuela: de 9 a 10, Matemáticas, de 10 a 11, Lengua, de 11 a 12, … el conocimiento se separa, se fragmenta, se especializa, pero luego no se integra.
Decía Morin que aprender es ser capaz de convivir con la incertidumbre4. En tu libro apuntas que los riesgos de no ser capaz de convivir con la incertidumbre son graves. ¿Por qué consideras que si el alumno no es capaz de elaborar de esa manera crítica el conocimiento puede abocar al escepticismo o al fanatismo?
Yo creo que debemos partir de la idea, puede ser compartida o no, de que tradicionalmente la escuela tenía esa misión de trasladar a las nuevas generaciones el conocimiento y la información establecidos tradicionalmente sobre una epistemología de la certeza, de la certidumbre. Los que estudiamos hace ya unos años sabemos que la función en la escuela era apropiarte de ciertas verdades establecidas y no ponerlas en duda. Solamente los muy capaces, los muy competentes y en los niveles educativos muy superiores se podían empezar a preguntar y a poner en duda. Hoy día, en la medida en que vivimos en una sociedad abierta desde el punto de vista de la gestión de la información, hay tantas verdades posibles que solamente si dotamos a las personas de la capacidad de ser reflexivas, críticas, de saber seleccionar la información podrán, a partir de todo ese flujo tan confuso de información, tener verdadero conocimiento.
El concepto de información es muy interesante porque en la segunda mitad del siglo XX hay tres grandes disciplinas científicas que se asientan en él: la genética, y el genoma, la cibernética y los ordenadores que manejan información y, por último, la revolución llamada cognitiva en psicología, que también se refiere a la mente humana como un procesador de información. Los teóricos de la información definen la información como “todo aquello que reduce la incertidumbre de un sistema”, es decir, lo contrario de la entropía, lo contrario del desorden. Tener información es tener un mundo más ordenado, poder prever lo que va a suceder y tener más certidumbre. Los psicólogos sabemos que la incertidumbre produce en los organismos ansiedad, no solamente en los humanos, sino en todos los animales; esa ansiedad es enormemente dañina y conduce al estrés.
Los seres vivos estamos muy poco preparados para vivir en la incertidumbre, necesitamos la certeza de poder prever los acontecimientos futuros. Nadie puede negar que el mundo en el que vivían nuestros padres, no digamos nuestros abuelos, era un mundo más cierto, más ordenado, para bien o para mal, era un mundo muy previsible, la gente nacía y casi sabía con quién se iba a casar, qué profesión iba a tener, etc. Hoy día todo está tan abierto que las personas no estamos capacitadas para afrontarlo.
En esa situación existen dos riesgos, uno, que ante la idea de que ya no hay verdades consideremos que todo vale, lo que nos lleva al escepticismo, al posmodernismo, al relativismo; esto se ve mucho en los adolescentes que descreen de muchas cosas. Pero el riesgo contrario es, ante la duda de no tener ninguna certeza, abrazar cualquier certeza que me asegure que las cosas tienen un orden. Yo creo que estamos viendo en estos días, en estas semanas, en estos meses turbulentos, cómo en nuestra sociedad, de manera global, todas estas incertidumbres llevan a que la gente busque ideas muy cerradas, muy fuertes y añore un pasado que ya no va a volver. En Inglaterra, con el brexit o en los procesos electorales, ante un mundo incierto, la gente tiende a buscar certidumbres, aunque sean falsas, pero que nos dan seguridad. Entonces, si queremos formar a ciudadanos para una sociedad abierta, democrática, crítica, en la que se pueda convivir en la diferencia, tenemos que hacerlos capaces de manejar esta incertidumbre, pero no quedarse en ella, sino extraer de esa incertidumbre ciertas ideas, ciertos principios, ciertas creencias sólidamente formadas.
Una de las tesis que aparece de una manera más reiterada en tu libro es que las formas de aprender están mediadas por nuestras concepciones del aprendizaje y que estas, a su vez, son la consecuencia de una herencia biológica y cultural. ¿Habría que desmontar estas representaciones que tenemos como consecuencia de esa doble herencia?, ¿tendrían que ser sustituidas por aquellas que de una manera correcta se derivan del conocimiento científico?
No sé si sustituidas y no sé si de una manera correcta, pero desde luego lo que tenemos que hacer es repensar la función de la educación que en un momento se identificó como preservar el bagaje cultural de una sociedad, mientras que hoy, para eso, no se necesita el sistema educativo porque hay tecnologías, dispositivos que aseguran la permanencia de este bagaje. Creo que la función de la educación es más bien cambiar la mente de las personas, de los ciudadanos, para que puedan gestionar ese bagaje cultural. Si no conseguimos cambiar las mentes de las personas no conseguiremos que ese bagaje cultural realmente transforme la sociedad, vaya más allá de esa acumulación y tenga un poder transformador. Hemos de entender que durante mucho tiempo la escuela era un espacio conservador, un espacio de preservación del saber y, por tanto, los modos de enseñar y de aprender tenían mucho que ver con esta lógica reproductiva, con esta lógica que se sostiene sobre las verdades.
La función del maestro es transmitir estas verdades a los alumnos, que estos deben reflejar en la evaluación y por las que son seleccionados. El sistema educativo se ha extendido mucho más, ya no es tan selectivo y ya no puede cumplir esa función, porque la información y el conocimiento van cambiando muy rápidamente. Necesitamos dotar a las personas de la capacidad de enfrentarse a todo esto que hemos comentado sobre el conocimiento incierto, el conocimiento en transformación, el conocimiento dinámico. Para ello necesitamos, también, cambiar las concepciones de lo que son aprender y enseñar.
Un ejemplo de esto nos lo ofrece el informe TALIS5, de la OCDE6, que evalúa las creencias y las prácticas de los docentes. TALIS pone de manifiesto que los profesores españoles de Secundaria son los que mantienen actitudes menos cooperativas. Cooperar es un rasgo que cada vez se exige más en la nueva cultura del aprendizaje, frente a la cultura tradicional del aprendizaje que está basada en la competición y en el trabajo individual. Hoy día, el 90 % de las profesiones que vayan a ejercer los ciudadanos les van a requerir cooperar, trabajar con otros. Se está rompiendo precisamente la lógica taylorista de la sobrespecialización, de que cada uno hace su pequeña tarea, las juntamos y eso da lugar a un producto completo. Eso ya no funciona y tampoco funciona en los centros educativos, los profesores tenemos que aprender a cooperar, aunque nuestra tradición cultural no sea esa. ¿Cómo vamos a enseñar a los alumnos a cooperar si nosotros no sabemos cooperar, si no tenemos una actitud cooperativa? Y con eso no estoy queriendo criticar a los docentes, estoy hablando de una cultura y los docentes están en esa cultura, somos todos los que tenemos que transformar esa cultura (docentes, alumnos, padres, madres, agentes educativos, investigadores, …).
Esta es la idea que quiero transmitir, hay un modelo de profesor del siglo XX que funcionaba con una lógica, que a él le funcionó cuando aprendía como alumno porque las exigencias de aprendizaje entonces eran otras, pero de pronto ahora se encuentra con demandas para las que ese modelo transmisivo no sirve, no sirve llegar a clase y explicar el tema. ¿Por qué? Porque hay miles de vídeos en internet que lo explican muy bien. La función del profesor es gestionar en clase el diálogo, la cooperación, el debate de ideas, ayudar a gestionar esa incertidumbre, ayudar a extraer conocimiento, etc. Todo eso, nos guste o no, no forma parte hoy día del proceso de formación docente, sobre todo en Secundaria. Un docente se considera un especialista en la materia, estudia cuatro años de Historia, de Química, de Física, etc. y luego se capacita en un máster con una parte práctica muy limitada.
¿Es el error una barrera para el aprendizaje cuando el conocimiento se entiende como copia de la realidad? ¿Es importante dudar para aprender? En una visión cartesiana que sitúa en la razón la esencia del yo, pienso, luego existo, parece que todo lo que está fuera de la razón enturbia y dificulta el aprendizaje. ¿Debemos evitar la emoción como un distractor del aprendizaje?
Antes mencionabas que el origen de algunas de estas inquietudes se remonta a la caverna platónica y en el fondo tienen mucho de ello, porque probablemente a través de la relectura que el cristianismo hace de ese dualismo platónico tenemos una concepción cultural absolutamente dualista de la mente humana y, en general, de las relaciones sociales en las que separa lo verdadero de lo falso, la cognición de la emoción, el yo y el otro. Todo eso está siendo muy puesto en duda por la investigación científica, que está reflejando cómo nuestra mente es un dispositivo muy diferente del que culturalmente nos contamos o del que las narrativas culturales nos transmiten.