Una vida cualquiera

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—¿A ti te gustan las chicas? Joder, es que cada vez que te hablo de Lindsay no dices nada.

Ángel no sabía qué responder; le gustaban las chicas, sobre todo una en particular, y no era precisamente Lindsay. Se debatía sobre poder confiarle la verdad de sus sentimientos a Mike. Tras unos segundos, le dijo:

—¡Por supuesto que me gustan!

—Es que nunca hablas de chicas, solo estudios y otras chorradas. Sabes del interés de Lindsay por ti y no dices nada. De hecho, la evitas. Hemos llegado a pensar o eres muy tímido o eres gay.

Lo de tímido en parte era verdad, nunca se le había acercado a una chica y mucho menos dado un beso; gay no era de seguro, no sentía ninguna atracción física por los de su mismo sexo.

Debatiéndose por un lago rato entre si contarle la verdad o no, no le quedó más remedio que decirle la verdad y confiar en Mike, no le agradaba la idea que pensasen que era gay y alguien comenzase con un bulo que no le traería nada bueno. Si llegase a oídos de su rayo de sol, todo estaría acabado antes de comenzar.

—Hay una chica que me gusta —dijo después de meditarlo un rato.

—¿Quién es? —Mike, todavía incrédulo, le preguntó.

—Es del instituto —balbuceó Ángel.

—¿Cómo se llama? Si es del instituto, debo saber quién es, de seguro la conozco.

—Lo poco que sé es que se llama Nicole y es de la clase de al lado.

Mike se echó una sonora carcajada.

—¿De qué te ríes? —preguntó Ángel, pensando que ahora la había cagado en confiarle el nombre y lo utilizaría para burlarse.

—De nada, cosas mías. No te preocupes —zanjó el tema.

—Bueno, espero que no se lo cuentes a nadie. Solo lo sabe Peter, y ahora tú. No me gusta que se sepa; si ella no se entera, no podrá rechazarme.

—Si ella no se entera, nunca podrás acercarte. Es otra forma de verlo. A mí, cuando me gusta una chica, enseguida se lo hago saber; ya luego que ella decida. Si no confías en ti, estas jodido. Tienes que demostrar seguridad, a las chicas le gustan los chicos seguros, no los niñatos tímidos. Bueno, me marcho a mi casa, nos vemos mañana.

Levantándose del suelo, chocaron puño en señal de despido y se marchó, dejando a Ángel sentando en el suelo con el pensamiento de que, quizás, Mike estaba en lo cierto y debería lanzarse a por ella. Pero es que a veces cuesta tanto armarse de valor...

Capítulo VIII

Con el paso del tiempo, Ángel y Peter se habían acercado cada vez más al grupo de estos, no solamente dentro del instituto, sino también fuera. Los invitaban a jugar alguna partida callejera de fútbol o simplemente quedar para charlar un rato con el resto de los chicos del barrio cerca de donde Mike y Jim vivían. Estos compartían vecindario y era normal verles juntos. El fútbol no se les daba nada bien, por lo que tenían que ejercer de portero y quedaban fuera a la espera de que alguien perdiese para ellos poder seleccionar equipo. Jugaban 5 contra 5 en un campo improvisado en alguna calle no muy transitada. Muchas veces, se sentaban a hablar de temas varios y terminaban dándose de collejas y riendo; era una forma un tanto peculiar de divertirse y, si veían carne nueva, aprovechaban para satisfacer sus egos de superioridad o tan solo que pagaran la novatada.

Un día por la tarde, al llegar al barrio en busca de los chicos para jugar, muchos de los chicos no estaban por los alrededores. Les pareció extraño, nunca fallaban por las tardes para divertirse, era más importante la diversión en la calle que perder el tiempo realizando tareas del instituto. Tras varios minutos, Ángel y Peter, dando la búsqueda por infructuosa, estaban por marcharse cuando, a lo lejos, vieron a Mike venir con uno de los chicos del barrio. Se saludaron como de costumbre, con un choque de puños.

—Estábamos a punto de marcharnos, ¿dónde estabais? —preguntó Ángel

—Estábamos en la casona, divirtiéndonos un rato —respondió Mike.

—¿En la casona? ¿Eso qué es? —preguntó Ángel.

—¿Es que no les he hablado de la casona?

—¡No!

Peter, a su lado, negó con la cabeza.

—Es una casa abandonada que han cogido de entretenimiento los de la fraternidad. Muchas tardes vamos allí a divertirnos, los chicos responsables de la casona nos invitaron hace algún tiempo a formar parte de la fraternidad.

Estas casonas eran casas de piedra olvidadas a las que se les daba el nombre de Booleys.

—¡Joder! ¡Qué guay! —exclamó Ángel.

Peter seguía a su lado, atento a la explicación de Mike.

La casona era una casa muy grande, olvidada en el medio del bosque, arriba del todo y con difícil acceso, muy cercana a Cavehill, construida con piedras y techos muy altos y de buena madera, aunque el techo era prácticamente inexistente. Estaba en proceso de reparación, la fraternidad se había propuesto convertir aquella casona en un lugar de esparcimiento. Lo estaban reparando todo muy lentamente por la falta de recursos. «En su momento, debió ser de alguien importante, con mucho dinero».

—Dinos, ¿a qué jugáis allí? —preguntó Ángel entusiasmado.

—Hacemos de todo un poco: jugamos a las cartas, al fútbol, practicamos boxeo y algo de rugby también, o simplemente charlamos.

—Deberías invitarnos un día a conocerla —Ahora fue Peter quien hizo el comentario.

—Pues guay, voy a hablar con los chicos a ver qué día podríamos ir. No está permitido llevar invitados a menos que sean autorizados por los responsables, pero no creo que haya problema, todos los chicos los conocen. Además, nunca me dicen que no, mi padre es muy amigos de ellos.

—¡Genial! Ya nos dices cuándo podamos ir —puntualizó Peter.

Esa tarde se quedaron hablando un rato y luego cada uno se marchó a su casa. La lluvia comenzaba a hacer su aparición.

Al día siguiente, en el instituto, Mike les comentó que esta tarde les podría mostrar la casona. Ambos chocaron las manos entre sí en señal de júbilo. «¡Qué guay!», se decían, «Vamos a conocer la casona finalmente, ese sitio donde muchos de los chicos iban a pasar alguna tarde».

—Por cierto, chicos, traigan sus peores zapatillas. El camino es de tierra y no quiero que ensucien las nuevas. Eso va más por ti, Peter, que por Ángel —les dijo con una sonrisa dibujada en la cara.

Esa tarde estaban en el sitio acordado, en la esquina del viejo supermercado del pueblo, un sitio que databa de principios del siglo y que regentaba una familia que habría pasado de generación en generación.

Los chicos comenzaron su andadura por el camino de tierra arriba y, tras sortear muchos árboles y arbustos, llegaron finalmente a una casa muy antigua, como les habían dicho. Había varios chicos ahí reunidos por fuera que saludaron a Mike con el típico choque de puños. Mike hacía de anfitrión y explicaba las diferentes zonas de la casona y alrededores; estaba orgulloso de cómo habían logrado convertir aquel sitio inhabitable en una especie de casa club.

Ambos veían atónitos lo que los chicos y no tan chicos hacían ahí: algunos practicaban boxeo con unos guantes viejos muy desgastados y otros, en cambio, se colocaban un vendaje en la mano sobre los nudillos, hechos con camisetas viejas que cortaban a trozos; otros tan solo hablaban entre ellos y se fumaban un pitillo, de seguro lo hacían ahí ya que en casa no podían y si sus padres se enterasen se los harían tragar; otro grupo jugaba a las cartas sobre una mesa construida con madera recogida de los arbustos o algún árbol caído, y había otro grupo jugando al fútbol en un campo de tierra con la línea lateral marcada con los pies. La portería consistía en unas piedras que delimitaban calculando un metro, medido por uno de ellos, poniendo al final cada zapatilla hasta la cuenta de diez.

Los adultos o responsables eran quienes marcaban las pautas y, lógicamente, los que más influían sobre los jóvenes. Eran los que enseñaban al resto a pelear y al mismo tiempo ejercían de árbitros. Uno de ellos había practicado boxeo a nivel regional, todos prestaban atención a su enseñanza. «Con razón a los chicos del barrio les mola tanto pelear», pensó Ángel.

Para Ángel era una situación bastante nueva aquella casona convertida en casa club. Todos eran chicos, con la excepción de dos chicas; asumía que eran las novias de los responsables debido a la edad de ambas.

A Peter, por su parte, viniendo de otro barrio, acostumbrado a relacionarse con chicos acorde a su estatus económico, aquella casa club le maravilló, le parecía genial lo que allí hacían. Su vestimenta delataba que era de un barrio diferente al de ellos; su ropa cara, incluso el peinado, lo convertían en carne fresca que debía ser molida.

—Venga, chicos, vamos a buscar a Jim para saludarle —les dijo Mike.

Ambos asintieron y siguieron a Mike. Saludaron a Jim y les presentó uno a uno a los ahí presentes. Todos chocaron las manos en forma de bienvenida. Hasta el momento, a nadie le parecía extraña la presencia de ambos, por muy diferentes que luciesen, andaban con Mike y ahí dentro era respetado.

—¿Quieren practicar alguna actividad? —les preguntó Mike.

Estaban todavía asimilando todo, por lo que ambos movieron los hombros en señal de que no sabían.

Al principio, prefirieron quedarse al lado de Mike y Jim, ya que estos eran miembros activos desde hace un buen tiempo; el primer día era mejor no mezclarse mucho con los demás hasta no entrar en confianza y conocerlos un poco más. Jim se fue al área de peleas y sacó sus vendas, que llevaba entre su cintura y su ropa. Se preparó para echar una peleíta o hacer sombra contra uno de los chicos ahí presente; era un gordito que movía las manos ágilmente y aguantaba todos los golpes con una naturalidad pasmosa. Las peleas consistían en 3 rounds de 2 minutos cada uno, y se descansaba 30 segundos entre cada round, medido por un reloj que llevaba el referee, y este era quien al final de cada combate decidía quién ganaba. No se valían golpes bajos, o mejor dicho, golpear las pelotas, ni codazos, y lo más importante: no se podía golpear la cara, solo se podía marcar, pero sin llegar a dar de verdad. Los golpes tenían que ser contenidos, sin utilizar toda la fuerza. Esto se hacía para evitar hacerse daño y llegar a casa con un buen golpe en la cara o un ojo morado y tener que dar explicaciones. Las reglas eran sencillas y el que se excediera recibiría un castigo ejemplar: tendría que enfrentarse al profesor en un combate de verdad. Esto los contenía, a menos que la adrenalina los cegara, pero luego tenían que atenerse a las consecuencias. Para algunos era un combate de entretenimiento y para aprender el oficio y defenderse.

 

Los entrenadores no permitían que peleasen de verdad, aunque a veces más de uno se enfurecía por un golpe mal dado y los árbitros tenían que interceder. Si la cosa iba a más, tendrían que pelear con uno de los entrenadores, pero sin ser expulsados, ya que se interpretaba que era calentura del momento y no que existiera mal rollo entre los presentes.

A Jim se le daban bien casi todas la actividades que ahí se realizaban, era el típico niño que había nacido para los deportes. En el fútbol, sus piernas eran como gelatina y driblaba como nadie, con un disparo seco y potente; los combates era su especialidad preferida ya que era alto y ágil, con un gran alcance de brazos que le valía de gancho para mantener a los rivales a distancia, sumado a un buen juego de piernas lo hacía de los más letales en la casona. La camaradería peleaba por diversión, otros lo hacían más por orgullo de saber quién era el más fuerte. Algunas veces, apostaban unas cervezas o cajetillas de cigarros; quien perdía, pagaba sin dudarlo.

Mike, por su parte, no era tan bueno como Jim en todas las disciplinas. En las cartas había que estar al tanto de él, le molaba hacer trampa para luego mofarse y reírse de los contrarios; al fútbol era algo lento debido a su peso, pero con un gran disparo debido a la fortaleza de sus piernas; sin embargo, donde mejor se le daba era en el boxeo, la determinación que le ponía lo convertía en infalible, era totalmente superior, incluso Jim le temía cuando lo sentía a tan solo unos centímetros, sus costillas sentían la ráfaga de golpes que de recibir tanto se estremecían, y su costado terminaba rojo como un tomate. Cuando se cabreaba, nadie le llevaba la contraria, su fuerza era natural, muy superior para los niños de su edad.

Mike, mientras observaba a Jim en acción, animó a Ángel a que echara una guanteada, o como decía, ponerse los guantes. Ángel declinó dicha oferta, no era el típico niño al que le gustara pelear y temía que a alguien se le escapara la mano y terminara con un ojo cerrado, producto de un golpe, o con la nariz sangrando.

Mike al oír la respuesta de Ángel, extendió la oferta a Peter.

—Peter, ¿te animas? Menos mal que tú no eres un gallina como este —Señalando a Ángel.

Peter, con cara de asustado, no se atrevió a gesticular palabra. Miraba fijamente cómo boxeaba Jim y los movimientos que hacía.

—Venga, Peter, anímate. Hemos venido a la casona para pasarlo bien, no para que estéis ahí parados y lelos como zombis.

Peter seguía allí parado sin moverse hasta que sintió a Mike cogiéndolo por los brazos y entregándole unos vendajes.

—Venga, póntelos —le dijo Mike.

Peter los cogió y miró a Mike con cara de incrédulo, pero accedió a ponérselo. «Es entre colegas y no se golpean fuertemente, hasta guay es. ¿Qué malo podría pasar?», se preguntó.

Ángel lo miro incrédulo, la valentía de Peter lo dejó perplejo.

Jim, al ver que Peter se estaba colocando los vendajes, decidió ser él su contrincante y así se lo hizo saber para que ningún extraño se pusiese los guantes.

Muchos de los chicos que estaban por la casona empezaron a llamarse los uno a los otros para presenciar el combate de uno de los nuevos. Se agolparon alrededor de la habitación sin techo. Esta acción llamó la atención de Peter, pero no le dio mucha importancia.

Ángel se situó a un lado de Mike, a seguir atento el combate.

Cuando ya estaban listos para comenzar y ambos frente a frente, el árbitro les recordó las reglas, los invitó a cada uno a un rincón y sonó una campana imaginaria que daba comienzo al combate. Jim comenzó con su típico juego de piernas, que hizo que Peter se riera y se lo tomara en broma, y continuó balanceando el cuerpo de lado y lado como si estuviese bailando o poseído. Al inicio fue todo broma y todos reían. Peter lo seguía atento con la guardia arriba, como se le había indicado en su esquina antes de comenzar; Jim comenzó a tirar algunos ganchos sin llegar a impactar. La cara de Peter era una mezcla de asombro por estar allí parado y felicidad por lo bien que se lo estaba pasando. Jim continuó con el gancho, pero ahora sí logró impactar un par de golpes en el cuerpo y uno de ellos fue a la cara, que no estaba permitido. Apenas le había dado, Peter pensó que se le habría escapado un poquito y decidió subir un poco más la guardia para cubrirse el rostro, dejando la parte del pecho hacia abajo al descubierto. Al ver el movimiento, Jim decidió atacar al costado y propinarle un par de golpes que hicieron que bajara la guardia para cubrirse esa zona, dejando al descubierto la cara. Lo próximo que sintió fue un puñetazo en la cara que lo tumbó al suelo, dejándolo semiinconsciente. Todos comenzaron a reír con la excepción de Ángel, que intentó entrar al ruedo, pero fue sostenido por un brazo por Mike, quedándose allí sin saber qué hacer, si zafarse e ir ayudar a levantarlo del suelo o, por el contrario, no meterse y esperar la ayuda del árbitro o la reprimenda a Jim.

Una vez más, Ángel veía cómo golpeaban a su amigo e intentaba ir en su ayuda, con la diferencia de que esta vez había sido en broma.

El árbitro, tras verificar que estaba bien, lo ayudó a levantarse. Mike y Jim continuaban riéndose, acercándose a Peter para abrazarlo. El árbitro se unió a las risas, levantándole el brazo en señal de victoria, y le dijo:

—Bienvenido al grupo, acabas de pagar la novatada.

Los demás chicos que presenciaban el combate también reían, sabían del acto de iniciación y, al ver a los dos nuevos, era cuestión de adivinar cuál sería el elegido para gastarle la broma.

Algunos incluso fueron un poco más allá.

—Oye, niño pijo, ¿te duele la cara? —le preguntó uno de los chicos allí presentes.

Peter seguía molesto, con la mano en la quijada. Apenas podía moverla. Su cabreo se debatía entre el dolor o el haber hecho el tonto delante de todos allí.

Jim, con la experiencia que tenía en los combates, se cercioró de pegar en la mandíbula lo suficientemente para no hacerle daño o dejarle alguna marca o nariz rota.

Desde aquel día y con el acto de iniciación llevado a cabo, la casona sería un lugar donde pasarían muchas tardes para ellos. Peter se sentía a gusto debido a su aceptación e integración, ya era uno más en el grupo, se había convertido en su casa club y proveía de recursos para la adquisición de material o artículos de deportes como guantes de boxeo incluso algún protector para la cara y boca. Su afición por este deporte iba in crescendo, le gustaba practicarlo asiduamente y sus dotes de peleador iban mejorando continuamente, a su vez sumado a los ejercicios físicos, que le iban dejando un cuerpo atlético marcado por los pectorales y definiendo el abdomen. Esto le proporcionaba seguridad para defenderse en alguna acción requerida. Ángel, por su parte, prefería jugar a las cartas, donde ayudaba a Mike a hacer las trampas o jugar al fútbol. No se le daba muy bien, pero se divertía pateando una pelota y más de una vez terminó cojeando por alguna entrada a destiempo.

Ese día en casa, a la hora de cenar, Peter, al no poder masticar debido al golpe y al dolor de la mandíbula, tuvo que inventarse un dolor de muela; casi le cuesta una visita al odontólogo, si no fuese por su rápida y pasmosa recuperación.

Capítulo IX

Ángel no se atrevía a dar el primer paso para conocer a Nicole. Ella era muy guapa, quizás la más guapa del instituto. Siempre se espera que el niño dé el primer paso y esto era bastante difícil para él, más si se trata de una niña que tiene donde elegir. Su timidez, ligada a su falta de experiencia, era un hándicap difícil de manejar, se le notaba en su mirada al verla pasar y en lo nervioso que se ponía. Trataba de disimularlo un poco, se ponía hacer cualquier tontería para captar su atención durante el recreo, pero faltaba el toque final que lo llevara a conocerla, o al menos poder decirle algo. En más de una ocasión, pateaba la pelota mientras jugaba cerca de ella para poder acercarse y quizás poder tener la oportunidad de decirle algo o tan solo agradecerle que se la devolviese, pero cuando no se tiene el valor, hay que dejarlo en manos del destino, y a veces hasta este no tiene ganas de hacerlo por ti o te quiere dar una lección de valentía.

Así transcurrían los días, semanas, incluso meses, hasta que un buen día Mike, ya harto de escuchar las historias de este y de lo mucho que le gustaba, decidió en el recreo acercarse a ella y entablar una conversación. Para él era muy fácil, la timidez no era lo suyo y gozaba de su fama de ligón, que siempre ayudaba para entrarle a una chica. A lo lejos, Ángel los miraba de reojo mientras estaba hablando con los otros chicos, pero no podía dejar de mirar y pensar lo que Mike hacía.

«¿Cómo coño están hablando si no se conocen? ¿Qué se trae entre manos?», se preguntaba Ángel.

Lo que más le aterraba pensar era que Mike había decidido echarse de novia a Nicole; la cabeza de aquel pobre niño era un torbellino de interrogantes.

Era muy popular con las chicas, aunque pareciese que no con este tipo de chicas que pasaban por reservadas y tranquilas. Él era más popular con las chicas que les gustaba llamar la atención como a él, ser los guay del cole, a los que les gusta ser temidos. Pero, al mismo tiempo, él no sabía cómo podía ser ella y quizás también le gustase Mike por ser de los populares del cole. El nerviosismo se había apoderado de ese pequeño corazón, no dejaba de imaginarse cosas.

«¿Qué tanto hablan?», continuaba preguntándose, y ella riéndose todo el rato. «Esto no pinta bien, joder», exclamaba para sus adentros.

«Joder, somos amigos, o al menos eso pienso, y eso a un amigo no se le hace. ¿Y si me acerco y le corto el rollo a Mike?», pensaba Ángel.

La boca estaba demasiado seca, el nerviosismo se la había secado para poder emitir una palabra. Los allí presentes en el grupo seguían hablando mientras el callado no dejaba de mirar lo que hacían aquellos dos. Después de un buen rato, Peter se giró y le dijo:

—¿Qué hace Mike hablando con tu rubia?

Este no contestó, o simplemente no escuchó, estaba en otro mundo.

—Ángel, ¿has visto a Mike hablando con la chica que te gusta? —volvió a preguntar Peter.

—Sí, lo he visto. Y la verdad, no sé dé que tanto hablan.

—Joder, Ángel, estas temblando.

—¿Quién, yo?

—¡Sí, tú! Apenas puedes hablar.

—Que va, para nada. Estoy de lo más tranquilo.

—Si a eso llamas tú estar tranquilo…

—¡Joder! ¡Para ya de darme la lata con lo de si estoy o no nervioso!

—Venga, no lo pagues conmigo. No tengo culpa de que tu amiguita esté hablando con Mike un buen rato y no contigo.

—Perdona por mi mala respuesta, Peter —se disculpó con tono conciliador.

Lo mejor que podía sucederle a Ángel era lo que estaba por llegar. De pronto, le pareció escuchar una voz que llamaba por su nombre, y esa voz era muy parecida a la de Mike. «Joder, no me digas que he llegado al punto que estoy alucinando», pero al girase para asegurase que no era una alucinación, vio como Mike le llamaba con la mano y le hacía señas para que se acercara donde ellos hablaban. No se lo podía creer, casi se frota los ojos para asegurarse que no era un espejismo, pero ahora la voz era mucho más fuerte y definitivamente era Mike, que le reclamaba su asistencia, y la niña con una sonrisa de oro lo miraba. Se quedó pasmado en el lugar, no reaccionaba, estaba soñando, no asimilaba bien la realidad, hasta que una última llamada por parte de Mike casi gritándole lo hizo volver a la realidad.

—Joder, lelo, que vengas, que te quiero hacer una pregunta.

—Muévete, idiota, estás tan lelo que no reaccionas. Ya Mike te ha llamado dos veces y tú nada de nada, que no reaccionas —le dijo Peter al ver que no reaccionaba y dándole un sacudón.

 

Finalmente, volvió en sí y, con miedo en el cuerpo, decidió acercarse donde ellos estaban, a la otra punta del área donde los niños se ponían a la hora del recreo. Al llegar, Mike le presentó como un buen amigo; Nicole sonrió y con un «Hola» le estiró la mano, introduciéndose a sí misma con «Yo soy Nicole». Ese apretón de manos que se dieron casi hace que se desmayara, incluso pudo ella sentir que las manos estaban sudorosas de los nervios. Era tanto lo que rondaba por su pobre cabeza… La niña con esa sonrisa de oro y esas pequeñas pecas alrededor de su cara lo miraba con dulzura. Así de cerca, la veía incluso más hermosa. ¡Cuántas veces había soñado con este momento!, ese sueño infantil que nos lleva a soñar despiertos.

Mike continuó a lo suyo, dándose cuenta de que la cara de Ángel había cambiado muchísimo y ya tenía material para luego burlarse de él por un buen tiempo, solo necesitaba la más mínima cosa para darle caña.

—Me comenta Nicole que tal vez irá a la fiesta de cumpleaños de Tamy el próximo sábado, y como tú y yo vivimos cerca, podríamos pasar por su casa a buscarla y acompañarla, así no tendría que ir sola, ¿qué te parece la idea?

Ángel solo asentía con la cabeza, en su cerebro solo resonaba acompañarla y poco más.

—Ángel, ¿qué te parece el ir juntos? —volvió a preguntar Mike.

—Bien, muy bien. Por mí, encantado —Continuaba perdido en su mundo.

—Te lo dije, Nicole, que no tendrías problema en ir con nosotros, ya que sé que a tu padre no le gusta que te relaciones mucho conmigo después de aquel espectáculo que monté justo delante de tu casa. Es normal que no le guste mucho. Te prometo que, cuando tenga la más mínima oportunidad, me disculparé por eso.

La cara de incredulidad de Ángel era de «¿Qué coño habrá pasado? Ya habrá su momento de preguntar qué pasó».

—Venga, anímate a ir con nosotros, así no tendrás que ir sola, ya somos tres lo que iríamos. Sería Ángel el responsable de ir a tu casa y dar la cara. En principio irías con él, yo esperaría fuera. No me verán, te lo prometo. Total, el camino no es tan largo. Ya sé que no te dejan ni mirarme, debo agregar que no me menciones para nada y tampoco les digas nada de que estaré yo por ahí cerca, no sé cómo puedan reaccionar.

—Vale, iré con ustedes. Si mis padres se enteran, me matarán y me meterán un castigo que no veas, pero creo que de vez en cuando vale la pena arriesgarse un poco —comentó con una gran sonrisa Nicole.

—¡Bien! —agregó Mike casi gritando, con los puños cerrados en señal de victoria.

Ángel seguía con su mutismo, pero la sonrisa no le cabía en la cara.

—¿A qué hora quedamos el sábado? —preguntó Nicole.

—¿Te parece bien a las 7 de la tarde? —respondió Mike—. Y a ti, Ángel, ¿te parece bien? —preguntó Mike.

Estaba en shock. Su niña dorada iría con él a una fiesta, no se lo podía creer. Estaba soñando despierto, había que bajarlo de una nube y volverlo a traer a la tierra. Era lo más grande que le podía haber sucedido, y todo gracias a Mike. Quién hubiera dicho hace unas semanas que el chico con el que se había peleado, el rufián más grande del instituto, era el que finalmente había logrado que se acercase a ella. La hora de ir a la fiesta era lo menos importante, aunque mientras más temprano, mejor, así pasaría el mayor tiempo posible con ella. No estaba seguro de si al llegar a la fiesta seguiría con ella, pero el hecho de ir juntos le garantizaba algo: si iba con ellos, novio no había tener; de lo contrario, seguro que no iría con ellos. Esa cabeza estaba revoloteada.

—¡Por mí, genial! Si quieren, podemos quedar un poco antes —añadió con entusiasmo Ángel.

—A las 7 creo que está bien —sentenció Mike.

—Bueno, chicos, les espero el sábado a las 7. Ya toca volver al salón de clases —dijo Nicole para concluir.

—Vale, allí estaremos —sentenció Ángel.

—No nos hagas esperar, ya sé cómo son las chicas —añadió Mike entre risas.

—Estaré lista, les aseguro —contestó Nicole con una gran sonrisa.

Tan pronto como Nicole se marchó, Mike miró a Ángel con cara de complicidad. A este le brillaban los ojos, tenía la cara iluminada y sus ojos verdes suaves se habían puestos amarillos como el sol. No gesticulaba palabra alguna, un rostro lleno de felicidad.

—Me debes una y de las gordas. Ahora me tendrás que ayudar con las tareas todo el curso —le dijo Mike entre risas.

Mike lo cogió por el cuello y se lo llevó casi a rastras hasta donde estaban situados el resto de los chicos, que esperaban impacientes, con Peter a la cabeza.

Al llegar al grupo, todos estaban revoleteados; algunos incluso se burlaban de la cara de Ángel. Peter, por su parte, estaba muy curioso de saber qué habían hablado y comenzó con el interrogatorio.

—A ver cuéntanos, ¿qué han hablado?

—Pues nada importante, tan solo intercambiamos nombre y poco más —dijo Ángel con tono triste.

—¡No me jodas! Deja la tontería para otro momento —exclamó Peter.

—¡Es la verdad!

Mike continuaba con cara de pillo, sin decir una palabra.

—Venga, no te hagas el de rogar y dinos, ¿qué coño hablaste? —continúo Peter.

—Nada de importancia. Bueeeno. —Estirando la palabra para hacerla más interesante—, algo sí, que irá con nosotros el sábado a la fiesta de Tamy.

Todos gritaron y empezaron a zarandearlo; la emoción de saber que finalmente había conseguido conocerla, e incluso ir a una fiesta, ya era el premio mayor. Su cara denotaba felicidad, continuaba roja y al mismo tiempo comida por la vergüenza de la situación.

Ahora todos miraban a Mike, que permanecía callado, y lo alentaban a cobrar y muy bien por el favor realizado.

—Ya le dije que durante un buen tiempo tendrá que realizar mis tareas —comentó Mike con tono chistoso.

—¿Las tareas solamente? Tendrá que pulirte los zapatos e invitarte al refresco durante un buen tiempo —añadió uno de los presentes mientras todos reían.

Desde ese momento Ángel, solo contaba los días hasta el sábado para poder acercarse a Nicole. Por esa cabecita pasaban muchas situaciones surrealistas, la imaginación se había apoderado de él y las tantas escenas de películas románticas se habían instalado en su cabeza.

El resto de los días de la semana, durante los recreos, se veían en el instituto. A pesar de que ya se conocían e irían juntos a la fiesta, no terminaba de dar el paso y acercarse. Cualquier excusa era buena, y en eso la pelota era su gran aliado: por «casualidad», siempre que alguno pateaba la pelota en la dirección donde ella estaba, le tocaba a él, lógicamente, ir a por la pelota, momento que aprovechaba para saludarla e iniciar una pequeña conversación. Las demás niñas del grupo de Nicole también eran conscientes de la situación y aprovechaban para echarse a un lado entre risas cómplices.

La conversación no era muy fluida por su parte, pero siempre empezaba con lo bonita que estaba ese día y las comparaciones que le hacía con frases sacadas de un libro de poesías, películas, incluso algún consejo que alguno del grupo le daba; toda ayuda era buena, y más para un novato en el difícil arte de ligar, aunque para Mike y sus amigos esas frases eran de abuelos y a las chicas no les gustan. «A ellas le molan los chicos rudos y no los tontos con frasecitas sacadas de libros», le decían.

Nicole siempre respondía con una sonrisa y de grata manera a sus halagos y le mostraba que le gustaba hablar con él, incluso se podría decir que se alegraba de que el balón fuera pateado donde ella estaba, cosa que él no sabía interpretar a menos que uno del grupo se lo dijese o se lo hiciese ver.

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