Una vida cualquiera

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—Bueno, no todos los días, en ocasiones hemos compartidos ratos juntos —añadió Ángel.

Y vaya si habían compartido un rato juntos: les había tocado compartir en el salón de castigos la reprimenda de la directora del instituto por haberse peleado.

Mike empezó a sentirse incómodo con la situación, ya que notaba que Ángel hacía un esfuerzo por no delatar quién realmente era, y que, a su vez, la madre, con ese buen olfato que solo las madres tienen, se percataba que no decían la verdad y de que algo escondían entre ellos, y lo más extraño era que Ángel nunca antes había mencionado a este niño.

—Por cierto, no me has dicho tu nombre, ¿cómo te llamas? —la madre de Ángel volvía a las preguntas.

Esta pregunta ya le puso la guinda al pastel y antes que Ángel dijera algo.

—Me llamo Luke —repitió—, me llamo Luke —contestó Mike con nerviosismo.

El nerviosismo de Mike se notó; la voz lo delataba y tuvo que tragar hondo. Los jóvenes piensan que se puede engañar a los adultos fácilmente, pero muchos no recuerdan que también pasaron por esta edad y que llevan la delantera en estos menesteres, y más cuando tienes al lado a alguien que no está acostumbrado a mentir y una mirada lo delata.

La madre de Ángel se percató del nerviosismo de Mike, pero quiso zanjar el tema y no hacer más preguntas y seguir tensando la cuerda de lo que allí acontecía; tendría el suficiente tiempo de interrogar a Ángel y saber el motivo de tan extraña e inesperada visita y la razón que lo llevaba a mentir y no delatar a su amigo.

—Bueno, chicos, os dejo para que podáis hablar, voy a continuar afuera con lo que estaba haciendo.

Mike le agradeció la gentileza del refresco y las galletas. Tan pronto salió de la sala comedor, Mike suspiró profundo, llevándose las manos a la cabeza.

—Joder, tu madre hace peguntas, ¿eh?

Ángel sabía lo que le esperaba, conocía bien a su madre, y la cara de asustado lo delataba a tal punto que Mike se percató.

—Estás en problemas por mí, ¿no? ¿No ha colado?

Ángel asintió, moviendo la cabeza.

—Lo siento si te he metido en problemas con tu madre, no era mi intención y te doy las gracias por ayudarme a esconderme. No estaría vivo si estos tipos me pillan, ¡quién diría que después de nuestra pelea serías tú quien me ayudaría cuando tuviese un problema!

Ver al arrogante y engreído dar las gracias no sucedía todos los días. Nunca había escuchado de nadie hacerlo, aunque se decía que era amigo de sus amigos.

Ángel esbozó una media sonrisa, no sabía qué decir. Había ayudado al niño más problemático del instituto y este ahora le daba las gracias por haberlo ayudado. Vaya ironía, hace unos días se odiaban y ahora compartían un refresco juntos.

—¡Me voy! —exclamó Mike—. Creo que será lo mejor para ti. Además, ya no me deben estar buscando. Nos vemos el lunes en el instituto.

Estiró la mano para darle las gracias y formalizar las paces entre ellos. Aquel apretón de manos selló la despedida y dio inicio a una nueva amistad.

Mike, al pasar nuevamente al lado de la madre de Ángel, se despidió, dándole nuevamente las gracias por todo.

Ángel se marchó a su cuarto a sabiendas de que la explicación tendría que darla, pero qué mejor que dilatarla un poco más, un recurso que todos buscamos, pero que no siempre funciona. La madre, a la espera de su momento oportuno, no tardó en ir a por él; quería saber lo antes posible quién era aquel niño misterioso y nervioso.

Aprovechó a darse una ducha con la excusa de que se había arrastrado por el suelo y estaba sucio para seguir dilatando la situación, hasta que sintió unos golpes contundentes en su puerta preguntándole si podía pasar. Era su madre. El momento crucial había llegado y ya no había otra escapatoria. Sabía que las mentiras a su madre no le traerían nada bueno y que las mentiras no eran aceptadas, estaba rompiendo el octavo mandamiento y era pecado, y en esa casa los pecados no eran admitidos.

Estaba consciente de ello y no se sentía nada bien, nunca antes lo había hecho, pero las circunstancias lo condujeron a esta situación y a tal pecado. La única forma de enmendar su error era dando la cara y luego una visita a la iglesia.

La madre, al entrar titubeó un poco para comenzar el interrogatorio, la cara de su hijo mostraba arrepentimiento. No sabía si ir directamente a la pregunta o hacerle ver que sabía que todo era una mentira. Decidió empezar por una pregunta algo discreta para no ir tan de frente y poner al niño más nervioso de lo que ya estaba, se le notaba: los labios estaban blancos y tiritando del miedo.

—Qué rápida fue la visita de tu amigo Luke.

—Sí, fue bastante rápida. Es que solo pasaba por aquí y, al verme, nos pusimos a hablar y decidí invitarle a pasar.

La madre negaba con la cabeza mientras hablaba.

Al ver que Ángel proseguía estirando la mentira y no daba señales de querer contar la verdad por su cuenta, fue directa en su comentario.

—En esta casa la mentira no tiene cabida, es un pecado y nosotros no somos una familia de pecadores, Dios nos castigaría por semejante insulto. Tampoco quiero que empieces tú a abrirle la puerta al demonio y a dejarlo pasar —sentenció.

La madre, como buena cristiana, rechazaba cualquier acto considerado impuro.

—Si no me quieres decir quién realmente es ese niño, no me lo digas, tampoco te voy a obligar —agregó.

Ángel sabía que su madre no se merecía tal engaño y, tras una breve reflexión, le dijo:

—Ese niño es Mike, con el que tuve la pelea en el instituto.

La madre no pudo controlar llevarse las manos a la boca con gesto de asombro.

—¿Cómo y cuándo os habéis reconciliado?

Ya una vez empezado a decir la verdad, no se guardaría ni una coma en su relato y contó toda la verdad de lo sucedido. La madre seguía sin podérselo creer, se preguntaba cómo es que alguien podía querer hacerle daño a un niño. Corrían tiempos difíciles y cualquier cosa era posible, pero a un niño no le debería suceder este tipo de situaciones, a menos que estuviese metido en algo muy gordo. Al mismo tiempo, se debatía si reprocharle algo o más bien felicitarle por ayudar al prójimo; la religión lo establecía y ellos eran practicantes, por lo que había sido un acto de buena fe.

La madre tras meditarlo:

—Una vez más, me sorprendes gratamente: ayudas a los demás sin importar si son amigos o no, incluso a sabiendas de que es un niño que te ha ocasionado un problema. Me alegra saber que tu corazón es grande y lleno de amor, sin espacios para cosas malas —la madre prosiguió—. Solo te pido que tengas cuidado en no meterte en problemas por estar ayudando a los demás y sepas medir las consecuencias de tus actos. Y en cuanto a ese niño, ojito con él, ya sabes lo problemático que es.

A la madre se le iluminaba el rostro al saber que su hijo tenía un corazón enorme, pero estaba la obligación de hacerle saber que la moneda tiene dos caras y que existía un cielo, pero también un infierno.

—Por cierto, ¿sabes por qué lo perseguían?

—Ni idea —dijo, negando con la cabeza al mismo tiempo.

La madre daba por terminado su interrogatorio; consideraba que había sido bastante honesto y se lo hizo saber antes de salir del cuarto, pero, justo al salir de la puerta, se giró para recordarle que su vecina, la señora Mathilda, estaba a la espera de su ayuda para realizar la compra. Ángel asintió de buena manera y decidió vestirse ahora con ropa de salir. Como era ya costumbre, una o dos veces por semana realizaba la compra de su vecina, por lo que al terminar de vestirse y comer un bocadillo, decidió irse a su casa.

La señora Mathilda, una octogenaria viuda que vivía justo al lado, era su vecina de toda la vida, lo había visto nacer y crecer. Su avanzada edad le dificultaba realizar la compra en el supermercado debido a su problema al caminar: las rodillas ya no soportaban el peso de su cuerpo para realizarla por ella misma. Le proporcionaba el dinero y una pequeña lista con los diferentes artículos. Normalmente, eran los mismos productos, por lo que ya se los sabía al dedillo, salvo que en ocasiones quisiese darse algún caprichito de algún producto que ofertaran por la televisión.

Los hijos vivían al otro lado del país. Uno se había mudado a Inglaterra en busca de una vida mejor; ya no se acordaban de la situación de su madre, incluso se habían olvidado de visitarla. De cuando en cuando, recibía un sobre con algo de dinero dentro; quizás era la forma que habían encontrado para no sentirse culpables.

La pobre señora dependía del buen hacer de la madre de Ángel, que muchas veces le llevaba un buen potaje caliente para paliar el frío, y de Ángel para realizar la compra, incluso con tareas del hogar, como barrer en frente de casa o tirar la basura. Lo hacía con mucho agrado y pensando que al prójimo se le debe ayudar siempre —se decía—, no le suponía molestia alguna. Además le venía bien, ya que se ganaba algunas monedas que irían directamente a la hucha para comprarse alguna chuche, incluso, juntando por mucho tiempo, daba para comprar unas zapatillas o irse al cine, que era su gran pasión, y ver alguna de las películas del Lejano Oeste con pistolas y persecuciones a caballo, o ir a ver una película estrenada recientemente, llamada La Guerra de las Galaxias, que decían que era la bomba, con naves voladoras, peleas con espadas láser y unos robots que estaban causando sensación a nivel mundial. Todo lo que fuese cine lo hacía soñar despierto y echaba a volar la imaginación.

Capítulo VII

El fin de semana transcurrió con la anécdota de que ambos, de una forma ortodoxa, habían acercado postura. En el instituto nadie estaba al corriente de ello. El ambiente era de tranquilidad, que no era muy habitual; normalmente, en los institutos sucede algo, las típicas bromillas de unos y otros y alguien tratando de resaltar. Están los típicos que pasan desapercibidos y van a estudiar y prepararse para un futuro mejor, entre ellos Ángel, que desde pequeño tenía claro que el camino a seguir era ese, impulsado por su padre, que le hacía ver lo dura que la vida era y el camino a seguir para sortear esos obstáculos. En el instituto se puede convivir con tantas situaciones como personas. Aparte de estudiar, se aprende a sobrevivir, se va formando el instinto de supervivencia y el más fuerte va imponiendo su ley, y están los que siguen a estos como manadas, en parte para que no se les ataque, y otros porque disfrutan con el dolor ajeno o sentirse superior. Ese problema de ego comienza desde pequeño y en algunos dura para el resto de la vida. Tan solo basta con ver cómo pueblos se sienten superior a otros, los residentes de capitales a los que viven en el campo, incluso entre países. Si los adultos se comportaban así, cómo no lo iba a ser entre niños y jóvenes.

 

En el instituto, Ángel, cuando se encontraba con Mike en un pasillo o a la hora del recreo, le saludaba como lo hacía con el resto de chicos, chocando los puños, y continuaba con su camino. Esto ya era bastante, todo un logro el saludarse y no tener que esquivarlo cuando lo viese venir o pensar que en algún momento podría volver a la carga en busca de problemas o cogerlo a él o a Peter para molestarles nuevamente. De alguna manera, había parado en su intención de fastidiarles; era un gran alivio el saber que no serían molestados. La situación en el instituto se había tornado en algo extraño para muchos, y no dejaba de sorprender la actitud de Mike. Sus amigos continuaban en lo mismo, especialmente Jim; era su pasatiempo preferido y, para estos niños, su reputación se basa en esto.

Mike, en la otra punta del patio, se sentaba con Jim, que era su fiel amigo y el segundo en la cadena de mando, su mano derecha. Se sentaban junto a otros chicos y chicas. Tenían un grupo algo voluminoso, entre todos sumarian unos 10. Algunos se veía que eran parejitas, por ir de la mano o algún beso. Les molaba jugar a empujarse y hacer cosas para demostrar quién es el más fuerte.

En una mañana muy lluviosa y nublada, muy habitual en Belfast, y, debido a la descoordinación de su madre con el horario, el autobús escolar se marchó sin él, o tan solo no habría pasado. A su madre no le quedó más remedio que acercarle al instituto; cogió su pequeño Mini del 63, con algunos arañazos en la parte delantera y trasera producto de varios errores de cálculo a la hora de aparcar. Con la lluvia a cantaros y la niebla, la visibilidad era prácticamente nula; todos los conductores redoblaban precauciones para no cometer un accidente. Su madre decidió dejarle justo a la entrada para que se mojara lo menos posible. El paraguas, con el viento, solía moverle los brazos y, si no lo agarraba bien, terminaría volando por los aires. Al momento de orillarse y con el apuro por rebasarla de otro coche, tuvo que virar bruscamente para no ser golpeada, cayendo su rueda delantera en un hueco que, por la lluvia, no pudo ver, levantando una pequeña oleada hacia a la acera y dejando a un par de chicos que pasaban justo en ese momento totalmente mojados de la cintura para abajo, entre ellos Jim. Los insultos no se hicieron esperar por su parte, deseándole todos los males que se le puede desear a un enemigo y profiriéndole todo tipo de palabrotas. La madre de Ángel, Brid, a pesar de la lluvia, se bajó a interesarse por el chico que seguía quejándose de la mala acción de la señora. Ángel seguía desde dentro del coche toda la situación, inmóvil; si bajaba el vidrio, se empaparía el coche por dentro y sus asientos de cuero, sumado al miedo que sentía de ver a Jim echando humo al percatarse de que quien estaba dentro del coche era Ángel.

—Ya veo de quien es madre: es la madre del idiota este. Joder, es de familia. —le dijo Jim a gritos.

A Ángel no le quedó más remedio que bajarse, no podía permitir que insultaran a su madre; si había tenido la valentía de defender a Peter, cómo no para defender a su madre. Al bajarse, Jim se abalanzó sobre él, empujándolo. Esto hizo que golpeara su espalda con el coche. Su madre se metió en medio para parar la situación; entendía el enfado del chico, pero no iba a permitir que aquel grandullón le hiciese daño, especialmente, porque era su culpa haberlo mojado, y lo amenazó con hacerle llegar al director del instituto su queja y el mal comportamiento. Muchos de los chicos que por ahí pasaban se detenían, a pesar de la lluvia, a ver lo que sucedía. Siempre que hay una pelea o un conato, suele atraer a gente, y esto no era la excepción. Y si estaba de por medio uno de los problemáticos —así se les conocía a los integrantes del grupo—, no iba a ser la excepción. Muchos comentaban en voz baja el mal comportamiento de Jim, especialmente hacia una señora, pero nadie se atrevía a intervenir hasta que Mike, al ver la situación desde lejos, se acercó corriendo, cogiendo a Jim por un brazo e interesándose por el estado de la señora. Muchos, al ver a Mike acercarse corriendo, apresuraron el paso para entrar al instituto: por mucho que la curiosidad les pudiese, la lluvia no ayudaba y si Mike estaba cerca, nada bueno saldría. Además, muchas veces los mirones terminaban envueltos en las peleas. Brid le agradeció que interviniera, explicándole que había sido un percance por su culpa, pero sin mala intención: fue forzada a un giro brusco producto de la mala acción de otro conductor.

—Señora, no tiene que darme explicación, al contrario, este chico les debe una disculpa a ustedes. Especialmente a usted —agregó Mike.

La lluvia continuaba mojando a todos, se habían olvidado de los paraguas. Jim no estaba por la labor de disculparse, sentía que estaba en su derecho de quejarse por ser el agraviado. Mike lo cogió por ambos brazos y, mirándolo a la cara fijamente, le dijo;

—Somos amigos, pero a este chico no me lo tocas y a su madre menos, así que esta pelea se termina ahora. Venga, pídele disculpas —añadió con tono de mando.

Brid, la madre de Ángel, a ver la reticencia de Jim, le dijo a Mike:

—No es necesario, dejémoslo así. Agradezco tu ayuda y tu buen proceder.

Mike hizo como que no la escuchó e invito nuevamente a Jim a pedir disculpas. A Jim no le quedó otra y pidió disculpas, a regañadientes, pero lo hizo.

La señora la aceptó encantada y agregó que la perdonara a ella, preocupándose por su ropa mojada, y en un tono conciliador le dijo:

—Ahora estarás todo el día mojado por mi culpa.

Mike, para dejar el tema zanjado, invitó a la madre de Ángel a entrar al coche.

—Señora, por favor, métase en el coche que ahora es usted la que está mojada por su culpa.

Brid sonrió, agradeciendo el comentario.

—Venga, chicos, vámonos adentro —le dijo Mike a Jim y a los allí presentes, invitando a Ángel a unirse al grupo.

La señora le agradeció nuevamente lo hecho y se metió en el coche, no sin antes despedirse de su hijo.

Los tres caminaron casi juntos hacia la entrada del instituto. Ángel prefería mantener la distancia de un par de pasos por detrás. La señora se quedó dentro del coche hasta ver que los tres habían entrado al instituto y luego se marchó.

Al llegar a clases, Ángel venía totalmente mojado, llamando la atención de Peter, que entre risas le preguntó:

—¿Qué te ha pasado?

—He tenido una situación en la calle con uno de los chicos del grupo de Mike. Bueno, hemos, porque mi madre también estuvo envuelta.

—¿Cómo? No me digas que te has peleado con este ahora…

—¡No!, pero casi. Mi madre le mojó con el coche y se puso furioso, insultándonos. No sucedió nada porque Mike le calmó.

—Vaya, ahora Mike te defiende, ¡quién lo diría! —le dijo, sorprendido.

La profesora les interrumpió la conversación con un sonido áspero de garganta.

A la hora del recreo, ambos salieron al patio como de costumbre, con Ángel, como siempre, en busca de su niña dorada e interactuando con los demás. Peter seguía con la curiosidad de saber lo sucedido, y tan pronto pudo, lo incitó a que continuara lo ocurrido. Cuando Ángel comenzaba su relato, se percataron de que a los lejos, en el grupo de Mike, hablaban entre ellos, y por la forma de hablar y gesticular estarían hablando sobre Ángel. Esto no era nada bueno, asomaba otro problema, pero siguieron a lo suyo, tratando de no darle importancia. Al cabo de unos minutos, Peter alertó a Ángel, que en ese momento le daba la espalda al grupo, que Mike venía caminando en su dirección. No se quiso girar para no llamar la atención y que supiesen que hablaban de ellos, pero cuando sintió sus pasos cada vez más cerca, se giró a verle, sin saber qué decir. Lo primero que le vino a la mente fue darle las gracias por haber intercedido en la discusión de Jim con su madre.

—¡Gracias, Mike! —alcanzó a decir.

—No, de nada. Tu madre no se merecía ser insultada por Jim.

—Bueno, fue una mala fortuna, fue sin querer —le dijo, restándole importancia a lo sucedido.

—Sí, lo creo. De hecho, he venido hasta aquí para invitarte al grupo para que habléis delante de mí y se corte el mal rollo entre ustedes. Él es mi amigo, pero tú… —haciendo una pausa—… tú me salvaste de una gorda y tu madre se portó bien conmigo, hasta galletas me dio —le dijo con una sonrisa.

Peter miraba atónito la situación: Mike haciendo de intermediario y buscando las paces entre ellos. Ángel le había contado lo sucedido en su casa y desde aquel día no le había vuelto a molestar, pero de ahí a que propusiese una tregua era otra cosa.

Ángel miró a Peter como buscando ayuda. Estaba consciente de que no podía decir que no; para estos chicos, significaba seguir con la guerra. Además, lo proponían de buena manera, pero como nunca se sabe…

A lo mejor sería una trampa y, al llegar al grupo donde estaban, se burlarían de ellos, incluso algunas patadas les darían.

—No es necesario. Por mí, está olvidado. No hay que darle mayor importancia.

—¡En nuestro grupo hay normas y para mí sí lo es! Como dije antes, tu madre no se merecía esas palabrotas. He hablado con Jim y quiero que te diga que se acaba el mal rollo. Es una buena forma de pedirles disculpas a ti y, sobre todo, a tu madre.

Con voz baja y mirando de lado a Mike, tras una pequeña reflexión.

—Vale, acepto.

Los tres caminaron hasta donde estaban el resto del grupo. A medida que se iban acercando, Ángel sentía cómo una gota de sudor bajaba por su mejilla, a pesar de no ser un día caluroso; no era fácil pararse enfrente de aquellos chicos.

Al llegar, la cara de Jim no era precisamente la de alguien que se siente apenado por sus actos, se notaba que lo hacía a regañadientes. El resto de los chicos bromeaban entre ellos, incluso algunos no prestaban atención a lo que estaba sucediendo. Mike, por su parte, se puso en medio de los dos y conminó con la mirada a Jim a disculparse como lo habían acordado.

—Oye, siento mucho haber insultado a tu madre —dijo Jim con voz baja, tal vez no quería que se le escuchase el tener que pedir perdón—. Estaba cabreado y cuando lo estamos decimos cosas que no queremos decir.

Ángel agradeció las palabras con una media sonrisa y restándole importancia al incidente.

Ambos se miraron, la diferencia de estatura no impidió que se miraran a los ojos fijamente. Jim era uno de los chicos más altos del instituto y sería unos dos años mayor que Ángel.

—Bueno, daos las manos —agregó Mike—, es la forma de sellar un pacto entre hombres.

Ambos hicieron caso sin rechistar. Quedaba claro que Mike era el líder de la manada y no se le podía llevar la contraria. Girándose para hablarle al resto del grupo les dijo:

—Estos dos chicos ahora son amigos nuestros, se acabaron los malos rollos con ellos.

Todos asintieron sin decir palabra, salvo Lindsay que les mostró una gran sonrisa, acercándose hasta Ángel para darle la mano y presentarse.

Los demás, al ver el gesto de Lindsay, iban mencionando su nombre; así lo fueron haciendo uno a uno.

—Ahora que está todo arreglado, quisiera pedirte un favor. Nosotros, los aquí presentes —hablando en plural para no decir que era él quien necesitaba el favor— queremos que nos ayudes con unos apuntes de matemáticas, para no decir todas las asignaturas. Estamos al corriente que eres el mejor de la clase y quizás podrías ayudarnos con este tema —dijo utilizando un tono conciliador—. ¿Tu qué opinas? ¿Crees que nos podrás ayudar? —preguntó Mike.

 

Esta petición lo dejó descolocado, no se lo esperaba: el toro rabioso del instituto pidiendo ayuda en los estudios. «Ya veo porque quería hacer las paces», pensó.

—¿Entonces? ¿Qué me dices? —Mike, al ver que Ángel se había quedado parado mirando sin dar respuesta, preguntó nuevamente, esta vez utilizando un tono más agresivo.

—Sí, por supuesto, les puedo ayudar en lo que sea sin problemas —contestó Ángel, todavía en shock.

—¡Genial! La verdad es que las matemáticas se me atragantan y ya no quiero verle la cara a la profesora cada vez que me entrega las notas. Vaya cara de asco me pone la tía.

Ahora todos rieron, algunos bromearon.

—¿Solo matemáticas? Joder, Mike, a ti se te dan mal todas, no solo matemáticas —decía entre bromas el resto del grupo.

A pesar de ser el líder de la manada, se podía bromear con él y aceptaba las bromas.

Peter, a todas estas, seguía ahí mirando lo que sucedía sin emitir opinión ninguna. «Mike pidiendo ayuda… Increíble lo que estoy viendo», pensaba.

—Vale, tú dime dónde y cuándo podemos quedar y te ayudo.

—¿Qué te parece si quedamos en tu casa? Ya sé dónde vives y sería más fácil para ti, ¿no?

Ángel dudó por unos segundos, no sabía cómo se tomaría esta visita su madre y tenía que dar una respuesta ahora, no había tiempo de pedirle permiso.

—Vale, acércate y trae tus apuntes contigo.

—Mañana a las seis de la tarde estaré allí sin falta.

Las risas continuaban en la manada en tono burlón sobre Mike.

—Joder, ahora te interesan los estudios —le dijo Paul, uno de los integrantes del grupo, entre risas.

—Tu calla, picha floja —le contestó Mike, ahora todos se reían de Paul.

Era hora ya de volver al salón de clases. Antes de marchar, chocaron los puños como hacían los colegas y todos se marcharon, cada quien por su lado, con Peter, como siempre, al lado de Ángel.

Aquella tarde, la madre le esperaba impaciente; estaba ansiosa de saber lo que había sucedido una vez dentro del instituto. Algo dentro de ella la tranquilizaba, le parecía genuina la ayuda o implicación de Mike, la forma en que había intervenido y que el otro chico no tomaría represalias sobre su hijo.

Al escuchar la puerta, se apresuró a abrirle y, como de costumbre, lo recibió con un beso en la cabeza y esperó que se fuese a su habitación a dejar la mochila y lavarse las manos; mientras, ella le pondría algo para comer. Solía colocarle frutas, tenían las vitaminas necesarias para que su cuerpo y mente se desarrollara. Era muy estricta con el tema de la alimentación; «Si no estás bien alimentado, tu cuerpo no rinde la capacidad exigida», le decía. Después de dejar la mochila, vendría para comer algo y ella le preguntaría qué tal el día, como era habitual. La comían las ganas de saber lo sucedido después de marcharse; algo dentro de ella le decía que debía actuar con normalidad para restarle importancia al asunto y no dar la sensación de que había sido un problema muy gordo.

Por su parte, Ángel no encontraba cómo decirle que Mike vendría mañana a casa a hacer tareas con él. Dudaba si decirle si había sido invitación suya o, por el contrario, contarle la verdad: que este había pedido ayuda y no pudo negarse. Optó por decir la verdad, no quería volver a mentir y volver a pasar por el trago amargo que le supuso una llamada de atención por parte de su madre y romper la confianza creada entre ambos.

Se sentó a comer en la mesa, junto a su madre. Ambos comían sin decir palabra. No era habitual, solían comer y conversar sobre cómo había transcurrido la mañana en el instituto. Estaban los dos indecisos, ¿quién daba el primer paso para hablar de lo que les tenía inquietos? La madre decidió darlo.

—No me has contado, ¿qué tal te fue hoy?

—Bien —Luego de dudar por unos segundos, replicó—. Muy bien.

—¿Ah, sí? ¿Y eso? —A la madre se le agrandaron los ojos.

—Mike, a la hora del recreo, hizo que Jim, el chico con el que tuvimos el altercado en la calle, me pidiese disculpas. Bueno, que te trasladara a ti las disculpas por las palabrotas y su comportamiento —contándole lo sucedido y la forma en que se llevó a cabo, obviando la parte donde Mike le pedía ayuda con los deberes.

—Vaya, ese chico es una caja de sorpresas, ¿no? Un día se pelea contigo, otro aparece por aquí y ahora intercede por mí —La madre no había fallado en su percepción, era un chico bueno al que le faltaba cariño y atención por parte de sus padres, o al menos de uno de ellos—. Muy bien, eso significa que el malentendido queda zanjado y no te verás expuesto a que la cojan contigo —Ese era uno de los grandes miedos que su madre poseía, temía que a su hijo le pasase algo—. Estos chicos son problemáticos y es mejor alejarse de ellos. Además, son malos estudiantes —sentenció.

—Hay otra cosa —agregó Ángel.

La madre lo invitó a seguir hablando con los ojos.

—Mike quiere que le ayude con los deberes, dice que se le dan mal las matemáticas y pidió mi ayuda.

La cara de asombro de su madre fue aún mayor.

—¿Y cómo piensas hacer? ¿Qué le has dicho?

Eran muchas las preguntas que pasaban por su cabeza, pero se limitó a estas dos.

—Le he dicho que sí, que le ayudaría. Hemos quedado aquí mañana, a las seis. Espero que no te importe que le ayude.

La madre, con un gesto de aprobación, le acaricio el pelo.

—Al contrario, me gusta que seas generoso y ayudes a los demás, al prójimo hay que ayudarle. Y me parece un buen gesto por parte de Mike el haberte pedido ayuda. Gracias a él, la cosa no ha ido a más esta mañana. Les prepararé algo rico para que estudien con esmero —Tras unos segundos en silencio, le dijo—: Continúa comiendo, yo voy a proseguir con las labores de la casa —Y se marchó.

Al día siguiente a las seis, como habían acordado, se presentaba Mike con unos cuadernos deshilachados. Se sentaron en la mesa del comedor a repasar los puntos que a Mike se le atragantaban. Tras unos minutos, no existían unos puntos, era toda la materia que no se le daba bien, y en su cuaderno solo existían dibujitos de los profesores o coches; era una señal inequívoca de que no prestaba atención en clases.

La madre de Ángel, Brid, se acercó a saludarle y a proveerles con unas galletas de mantequilla hechas por ella, y nuevamente le dio las gracias por la forma en que había intervenido. Mike se limitó a sonreír y a coger una galleta. Al comérsela, le hizo saber a la señora lo rica que estaba la galleta; la señora, encantada, le dio las gracias.

Esta sería la primera de las tantas visitas que Mike realizaría a la casa para estudiar y para disfrutar los ricos platos elaborados por la señora Brid.

Esa tarde, repasaron las ecuaciones básicas y uno que otro punto; sería una labor ardua y una experiencia nueva y difícil para Ángel tener que enseñar prácticamente desde cero y ejercer de profesor particular a la vez a un chico que no mostraba grandes dotes para los estudios.

Esta buena sintonía mostrada por los estudios se trasladó al instituto, llevando a Mike a invitar a Ángel, y por consiguiente vendría Peter, que era su inseparable amigo, a unirse al grupo en los recreos. Ángel dudaba, prefería mantenerse al margen de estos chicos; Peter, en cambio, no veía con malos ojos el juntarse con ellos. Ponía en práctica el dicho «Si no puedes con ellos, únete». Paulatinamente, se fue produciendo el acercamiento debido al insistir de Mike, hasta que cada día al salir al recreo se juntaban con ellos. A Mike le gusta mostrar los progresos que hacía en los estudios delante del grupo, y qué mejor forma de hacerlo que dándole el mérito a quien lo había ayudado. Algunos se interesaron para no quedarse atrás, tal vez Ángel podría ayudarles a ellos también, especialmente Lindsay, que veía con buenos ojos a Ángel, y no solo por ser buen estudiante, sino porque le parecía atractivo. Mike, al darse cuenta del interés de Lindsay, buscaba un acercamiento entre estos y trataba de echarle un cable en los momentos en que ambos se ponían hablar en el porche de su casa, sentados en el suelo después de realizar los deberes, haciéndole saber el interés de esta hacia él, pero siempre se mostraba escurridizo y no emitía una respuesta, desviaba la atención o se limitaba a sonreír, hasta que un día le tuvo que preguntar en forma directa si le gustaban las chicas debido a la negativa a emitir una opinión.