Diario de Nantes

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En la polémica Fludd-Kepler, Sergio Corinaldesi me llamó la atención acerca de la posibilidad de que lo matemático hipotético de Kepler hubiese revertido sobre lo matemático- simbólico-imaginal, en lugar de desecharlo. Quizá de esta forma, los diagramas geométricos hubieran ejercido un control del pensamiento simbólico y sus icones, a la par que evitaban el desmadre romántico de la imaginación. Pues resulta obvio que, a partir de Kepler, la físico-matemática no admitió más control lógico que lo salido de ella misma. Tal vez, en una suerte de contrapartida, el juego simbólico se haya abroquelado en su propia autosuficiencia cognitiva con los efectos catastróficos que la new age volvió a colocar, hoy, sobre el tapete del conocimiento y la vida humana. Cabría preguntarse entonces sobre un regreso de lo simbólico-imaginal como instrumento de control de lo diagramático. La legitimación de la ciencia moderna debería tener algún soporte exterior a ella misma, ya que Gödel demostró sin atenuantes la incompletud de cualquier sistema de axiomas, teoremas y corolarios, de principios, leyes y aplicaciones. La ciencia posnormal y los teoremas del propio Gödel pulverizaron el sueño de la autolegitimación del saber racional moderno. Dios no está allí para asumir esa tarea. Quizá la actividad estética logre reemplazarlo, pero, atención, el horizonte simbólico-imaginal necesita, viceversa, la contención de la ciencia hipotética. De otro modo, Dionisos volvería a tomar el poder absoluto. ¿Acaso el debate Longo-Rosa Ribeiro, que se armó en el IEA, es una reedición del enfrentamiento Kepler-Fludd? Claro que ahora, después de los desastres provocados por la tecnolatría salida de la revolución científica, los herederos de Kepler estamos obligados a aceptar el juego de la ampliación gnoseológica que postula Fernando. Me animo a decir que el asunto resucita algo dicho por san Pablo, cuando interpeló a los hebreos, quienes conocían por medio de los “signos”, y a los griegos, quienes lo hacían merced al “lógos”. Al fin de cuentas, sólo Cristo, según Pablo, que vino a plantearnos una divinización de los hombres en el fin de los tiempos, nos garantizaría la verdad de lo anunciado por los signos y de lo hipotéticamente deducido por el lógos. ¿Me contaré entre los que aguardan esa Segunda Venida de reconciliación en el seno de nuestra pequeña historia?

Fui a cenar y al cine con Samuel Nyanchoga. Samuel me dio detalles acerca de la biblioteca de la Universidad Católica de África Oriental donde él trabaja. Posee la capacidad de albergar tres mil lectores al mismo tiempo. Su hemeroteca está suscripta a cien mil revistas tradicionales y electrónicas. Posee miles de libros en PDF y otros soportes. Recibe investigadores no sólo de Kenia, sino de Sudán, Etiopía, Eritrea, Tanzania, Zimbabue y Malawi. El Vaticano, itself or himself?, financió su construcción y provee los recursos para el mantenimiento. Es la biblioteca más grande y activa del África al sur del Sahara. Su director, el keniano Joseph Kavulya, ganó varios premios internacionales por la creatividad y la democratización del saber que han puesto en marcha sus proyectos al frente de la institución. Buen modelo. Imitémoslo en la pos-Perolandia. En el cine, vimos Langosta, film inglés del griego Yorgos Lanthimos en el que actúan Rachel Weisz y Collin Farrell. Historia antiutópica: el amor es inviable, tanto en la sociedad establecida cuanto en la resistencia solidaria y justa de quienes la combaten. Sin embargo, un hombre está dispuesto al sacrificio de quitarse la vista con tal de asegurar la permanencia de un vínculo amoroso verdadero. No cuento si lo logra o no, por si a algún desquiciado se le ocurre venir a espiar las páginas del diario sin haber pasado antes por el cine. Pensar que la sociedad regimentada equivale a la ciencia hipotética y el movimiento de la resistencia a lo imaginal de Fludd sería demasiado conceder a una coincidencia simbólica, arbitraria y casual. Que el lógos ponga un parate a los signos.

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8 de noviembre

Estudio. Me escapo y vuelvo al cine. Veo El hijo de Saúl, una película lacerante sobre los últimos momentos en la vida de un Sonderkommando, quien cree reconocer a su hijo entre las víctimas de la cámara de gas. En casi todo el film, sólo la cara del protagonista o las de quienes se acercan lo suficientemente a él están en foco. Los horrores del entorno y del fondo se ven siempre borrosos, salvo en las escenas de la cámara de autopsias. Los exteriores diurnos son breves y pocos. Por el contrario, los sonidos son definidos, invaden la sensibilidad: los gritos de los seres encerrados en la cámara de gas, las vociferaciones de los alemanes, los disparos, los ladridos de los perros. Saúl está distante, actúa como un mecanismo, se ha ensimismado en la idea de dar a su hijo una sepultura según el rito judío. Hacia el final, hay una aparición que muy bien podría ser del tipo simbólico-imaginal concebido por Corinaldesi. El tema de “Cómo sucedieron estas cosas” nunca dejará de acosarme. La película es una suerte de mentís a la teoría de la irrepresentabilidad de lo acontecido en las cámaras, que tanto obsesiona a Claude Lanzmann.

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9 de noviembre

Cuarta reunión del seminario de los lunes. El joven Samuel Truett, profesor de la Universidad de New Mexico, habla sobre “Fronteras atravesadas y relatos entretejidos en el mundo del siglo XIX”. Notable. El tener, en primera instancia, la buena fortuna de hallar un personaje al mismo tiempo único y ejemplar, una suerte de Menocchio; en segundo lugar, la sabiduría de estudiarlo como Truett lo ha hecho. Samuel inició su disertación con un panorama completo de la historiografía norteamericana que se ocupó del tema de las fronteras. En 1893, Frederick Jackson Turner expresó la necesidad de estudiar la cuestión de “la frontera” para entender la historia de los Estados Unidos. Unos veinte años más tarde, Herbert Bolton acuñó el término borderlands e hizo contribuciones fundamentales sobre el devenir de los territorios entre su país, la Nueva España y México, en términos de larga duración. Nuestro colega llegó al campo en los años noventa, cuando el género comenzaba a entretejerse con los de las historias global y transnacional. Truett apuntó a la ironía presente en el hecho de que, al contrario de los propósitos de los Estados e imperios que buscaron establecer separaciones netas entre los países y las áreas de poder e influencia, las borderlands hayan sido tradicionalmente, hasta el umbral del siglo XX, zonas de contactos intensos entre pueblos, culturas, creencias, lenguas y bienes, muy distintos entre sí. Samuel explora desde hace dos décadas las posibilidades de escribir una historia atenta a los recorridos individuales que atravesaron los bordes de las grandes organizaciones políticas, tanto del imperialismo europeo en Asia y África cuanto de los Estados nacionales construidos en las Américas. Es decir, se relata una biografía al mismo tiempo que se captan los movimientos y cambios de gran escala, se describen las influencias recíprocas entre individuos y entornos menores y mayores, naturales, sociales y culturales de la existencia humana. El foco se ha puesto en la figura de un hombre que se pretende común en el punto de partida pero que, en realidad, debido a su espíritu de aventura, a su educación y sus habilidades intelectuales, tiene una excepcionalidad que lo convierte, como al Domenico Scandella del Friuli, en el ejemplo concentrado de un typus social (el globetrotter aventurero, en nuestro caso).

Truett ha dado con su figura: se trata de John Denton Hall, nacido en el seno de una familia de ceramistas de Staffordshire en 1827. La empresa de los Hall quiebra en 1832 y el padre huye a América. La madre y sus cinco hijos se radican en Londres, donde John asiste a la escuela del Christ’s Hospital. Descuella en las matemáticas, por lo que se lo destina a la Escuela Real de la especialidad donde son educados muchachos como él para ser convertidos en buenos navegantes. A comienzos de 1843, Hall y su compañero Henry Steele son reclutados por el marino George Steward, quien actúa como agente del aventurero James Brooke, instalado en Borneo. Truett contó entonces la historia de este Brooke, retoño de una familia inglesa de Calcuta, empresario que buscaba medrar con el comercio ejercido en las costas de Sarawak, en Borneo. Involucrado en los combates marítimos de la región, se vio consagrado gobernador de una provincia en aquel territorio, nombrado nada menos que por el sultán de Brunei. En 1843, nuestro Hall se suma, por poco tiempo, a los hombres de Brooke. Ya en 1844 y hasta 1847, John Denton navega en los clippers que hacían la carrera entre Bombay, Calcuta y Cantón, vinculados muchas veces con el comercio del opio. En 1849, Hall atraviesa el Pacífico y tal vez bordea las costas occidentales de América del Sur; sube muy pronto hacia el norte de California en busca de oro. Allí, se une a un grupo de mexicanos e indígenas ópatas, liderados por un tal don Chico quien lo lleva al pueblo de Cucurpe, en el estado de Sonora, al noroeste de México. Don Chico, Hall y un cierto M. C., texano, invierten sus dineros en una mina del sitio. La empresa fracasa. En Cucurpe, John Denton se enamora de Francisca Palomino, se une a ella y forma una familia a la que debe mantener, para lo cual realiza varias actividades –curandero, escribiente, contrabandista–. La masacre de mexicanos, perpetrada en Sonoita por colonos blancos de Arizona en 1859, enciende la indignación de Hall y lo coloca del lado de las víctimas. Mientras tanto, en los años sesenta, durante las noches y a la luz de una vela, redacta sus memorias. En un posible encuentro fortuito en Tucson (1879), Hall entrega sus memorias y un mapa del distrito minero de Cucurpe a William Myers, intendente de tiendas en Chicago. Myers edita la parte mexicana de ese relato, acompañada del mapa, en 1881. El libro se llama: Travels and Adventures in Sonora; su autor figura como Dr. John Hall. En 1892, nuestro hombre muere y es sepultado en Cucurpe.

 

Truett descubrió el manuscrito completo en la Huntington Library, lugar soñado para un historiador si los hay en este mundo. Entre el libro publicado en Chicago y el manuscrito, Sam encontró los primeros indicios a partir de los cuales empezó a reconstruir el pasado asiático de Hall: un joven yuma le recordaba a otro visto en las costas de Borneo; los molinos de azúcar de México le permitían hacer una comparación con las máquinas utilizadas en el Ganges; signo de signos, Hall se había topado con un capitán de la marina mercante en las costas de la Baja California, en 1851, al que reconoció como uno de sus compañeros en los combates contra los piratas de los mares de China. Truett identificó a este capitán, sir Henry Keppel, quien llegaría a ser almirante de la flota británica. Tal fue el extremo del hilo que permitió a Sam indagar en los archivos ingleses y reconstruir las aventuras sudasiáticas de Hall. Quedé rendido de admiración ante el trabajo colosal de Truett. Al ocuparse de semejante vida, Sam ha querido revelarnos cómo se entrelazaba el destino aventurero de un individuo con los procesos de escala nacional e imperial que dominaron la historia del siglo XIX. De qué forma una persona podía atravesar las fronteras materiales y violentas, los límites intelectuales de las lenguas, las costumbres y las creencias. Truett ha logrado transmitirnos los desplazamientos continuos de los puntos de vista al escribir la biografía en contexto del inglés mexicanizado John-Juan Denton Hall. Ha sido capaz de trabajar a fondo los problemas de la llamada histoire croisée, entangled history (historia de encrucijadas, digamos en español) y el devenir complejo de las regiones limítrofes áridas entre los Estados Unidos y México, pero también en las fronteras marítimas, móviles, confusas, de los mares de China e Insulindia. Unos buenos diez minutos de la conferencia estuvieron dedicados a narrar la historia del sultanato marítimo de las islas Sulu en la misma época: una región del mundo, atravesada de aventureros, “renegados”, marinos hábiles de todas las naciones, que Pekka Hämäläinen podría describir en términos de un “régimen político-social cinético” de raiders de agua salada, comparable al Imperio comanche de raiders terrestres en la Norteamérica de los siglos XVIII y XIX. Paradójicamente, las construcciones imperiales europeas del Ochocientos hicieron posible la circulación intensa de hombres, bienes e ideas en los lugares que la historiografía, moldeada por los mismos proyectos de poder global y de grandes naciones, ha dejado hasta ahora en la sombra. Truett se siente feliz, por cierto, de haber demostrado hasta qué punto el camino de un individuo, inteligente más que sabio, temerario más que valiente, escapó a aquellas grandes construcciones políticas y a la voluntad de sus poderosos. Sospecho que Sam quiere dejarnos también un mensaje de esperanza sobre el sentido y el futuro de las migraciones que hoy arrastran a millones de personas sobre la Tierra.

Los comentarios fueron tan fuera de serie como la exposición. Rosa Ribeiro estaba muy contento. Pidió tan sólo a Truett que no usase la palabra “Indonesia” para referirse a Borneo y aledaños. Que emplease, en cambio, el término “Nusantara” en el que hoy se reconocen los habitantes de las antiguas Indias Orientales Holandesas. Dmitrii Tokarev preguntó sobre la influencia que las tensiones entre ficción y no-ficción han tenido en el trabajo concreto de Sam, quien dijo haber tenido presente siempre el dilema para no caer en la ficción. Samuel Jubé, as usual (o mejor, comme d’habitude, ya que nos encontramos en Francia), estuvo muy sagaz: hizo un paralelo entre las borderlands de la historiografía transitada por Truett y las marches, “marcas”, tierras en los límites del Imperio carolingio, gobernadas por marqueses, cuya existencia implicó una institucionalización de las zonas de frontera. Ward Keeler acotó algo importante: la idea misma de límite internacional es un constructo europeo. En el sur del Asia, en el África, ¿a quién le importa la frontera? Pero se preguntó también si acaso la civilización china no produjo un concepto de frontera semejante al occidental. Rimli, con la misma inteligencia superior de siempre, nos hizo notar que las aventuras de John Denton Hall habían tenido formas muy diferentes según se tratase de un contexto determinado por los imperialismos europeos y la situación colonial (sudeste asiático) o bien por la presencia de Estados nacionales en formación (América del Norte). ¿Fue Hall el actor o sujeto agente de un imperio? Truett prefiere ver a su criatura más bien como un tecnólogo y hombre de ciencia. Kumar deploró que el mundo actual se hubiera vaciado por completo de historias parecidas a la de Hall. Sudhir, quien había leído de la diapositiva el texto del prefacio en el libro Travels and Adventures, concluyó con perspicacia que su estilo era el de un escritor que buscaba convencer a comerciantes e inversores para que acudiesen a la explotación de minas en Sonora; en efecto, no hay en esas líneas el atisbo más leve de querer presentar las memorias de una vida o las reflexiones de un científico explorador. Por mi parte, quise saber si la burguesía del siglo XIX no había sido muy consciente del papel de personas como John Denton en la civilización de su tiempo, pues así me lo hacía pensar la literatura de viajes imaginarios y reales de aquel tiempo. Samuel estuvo de acuerdo con mi conjetura. Se refirió al polaco-inglés Conrad, al norteamericano O’Brien y, por supuesto, a Julio Verne, el nantés. Pero agregó que las historias de pioneros, testimonio de un mundo fluido, comenzaron a desaparecer a finales del siglo XIX, momento en el que deberíamos situar el comienzo de la “osificación” de las fronteras en el mundo (¡bella metáfora!).

En el almuerzo, Aspasia me interrogó acerca de mi interés por historias parecidas. Se ve que ha curioseado la Enciclopedia B-S, de la que demostró conocer muchos detalles. Resumí la vida central del Hombre Montaña II, a lo que Babacar acotó que la lucha es, hoy, el deporte nacional de Senegal. Por esta y otras razones que emergen de la bonhomía arrasadora de mis compañeros senegaleses, creo que examinaría con gusto la posibilidad de un afincamiento familiar en aquel país. Tanta es la importancia del wrestling en el África Occidental, que los luchadores reciben el asesoramiento y la protección espiritual de los marabúes. De este punto, la conversación derivó hacia las prácticas mágicas en nuestros países y el papel del Estado frente a ellas. Me referí al trabajo de Bubelo, por supuesto. Babacar dijo que, a pesar de estar explícitamente prohibidos la magia y el curanderismo en Senegal, los gobiernos hacen la vista gorda. Samuel Nyanchoga agregó que las comunidades rurales de Kenia suelen ser cristianas de día y cultivar la magia durante las noches. La persecución de brujos y hechiceros no es infrecuente. Aunque se trata siempre de una actividad nocturna. Cuando la policía es convocada y llega al lugar donde han sido denunciadas prácticas del tipo, las pruebas se han desvanecido.

Hablé con Aurorica y Nicolás por Skype. Resultados esperanzadores en las elecciones de Myanmar. Nuevo contento para Fernando Rosa Ribeiro.

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10 de noviembre

Recibimos un e-mail de Ward Keeler acerca de su insistencia en llamar “Burma” a Myanmar. Es un texto muy bueno y convincente. A partir de ahora, volveré al viejo “Birmania”, que solía usar en tiempos del señor U Thant, honorable Secretario General de las Naciones Unidas. Pero no corregiré las páginas anteriores del diario, con el fin de subrayar que debo el cambio a los argumentos eruditos y humanistas del colega Keeler. Si él me autoriza, traduciré su mensaje que es, en realidad, una nota al pie de página destinada a su nuevo libro sobre Mandalay.

Acabo de recibir su permiso y procedo:

Elegí no sustituir los nuevos nombres de la nación Estado de “Burma” [“Birmania” en castellano] y de su capital “Rangún” cuando escribo en inglés, a pesar de las instrucciones del gobierno birmano en contra de ello. La justificación oficial del cambio de nombre del país (producida a comienzos de los noventa) de “Birmania” a “Myanmar” se basó en la idea de que el primero haría aparecer al grupo étnico dominante, los birmanos, que constituyen los dos tercios de la población, en un lugar de precedencia respecto de otros grupos étnicos de la nación, por lo cual la modificación del nombre acabaría con esas implicaciones indeseadas. Sin embargo, aquellos dos nombres derivan ambos de la lengua de los birmanos; difieren tan sólo en que Bama pertenece al registro informal o coloquial, mientras que Myanma corresponde al registro formal. [...] Si hubiera un país llamado “Estados Unidos de América Blanca” y muchos ciudadanos sintieran, con razón, que se trata de un nombre excluyente, no significaría nada cambiar el registro y no el significado mediante una sustitución por “Estados Unidos de América Caucásica” (Aung San Suu Kyi usa incidentalmente “Myanma” cuando habla en birmano, pero “Burma” cuando lo hace en inglés, a pesar de que el gobierno la haya castigado públicamente por usar este término cuando viajó al extranjero en 2012). Al modificar “Rangún” por “Yangon”, otro reemplazo promovido por el régimen militar, la pronunciación inglesa se acercó marginalmente a la pronunciación birmana. [...] Pero no estoy dispuesto a cambiar el modo en que hablo inglés por deferencia ante la oficialidad birmana, como tampoco lo estaría a pronunciar “Parí” y no “Paris” si acaso los militares franceses me exigieran hacerlo cuando hablo en inglés sobre su ciudad capital. ¿No resultaría muy snob si sacara a relucir mi mejor acento francés cuando aludiese a París en inglés? [...]

Leo en la revista de la metrópoli una declaración interesante de Rudy Ricciotti, el arquitecto que tiene a su cargo el proyecto de la futura estación de trenes de la ciudad: “Hay que rehusarse al exilio de la belleza por todos los medios posibles”. En tal sentido, qué mejor que un artículo sobre el Espejo de Agua, una fuente extraordinaria que se encuentra frente al castillo de los duques. Es una plataforma de piedra negra en la que se abren salidas de agua en distintos momentos y con diferentes intensidades, de modo que, a veces, hay sólo una película de agua que cubre todo el plano, otras, permanece la película pero brotan chorros de altura variable en varios puntos del conjunto. Si uno se saca los zapatos o lleva sandalias u ojotas, puede caminar y correr arriba de esa superficie. Los niños, enloquecidos de contento. Por las noches, el espectáculo de las figuras que se mueven por encima y entre el agua combina belleza y misterio.

En el cineclub, vimos una película de Chris Marker, director francés cuya obra no conocí hasta ahora. Fue tan importante como Resnais o Godard, pero nunca vi nada filmado por él. Creador del cine-ensayo en los sesenta, maestro del collage en movimiento, su cine documental se convirtió en un producto militante a favor de los movimientos revolucionarios en el mundo. De 1978 es El fondo del aire es rojo, film de cuatro horas de duración, que yuxtapone documentales sobre el auge y la caída de los alzamientos socialistas y las guerrillas. Hoy, vimos una obra de 1982, Sin sol. El nombre sale de la colección de cantos y danzas de Modest Músorgski que lleva ese mismo título. Alude a nuestra Tierra transida de infelicidad, con pocas esperanzas de alumbrar una época de justicia tras el fracaso de las utopías revolucionarias y la evolución despiadada del capitalismo. La película desarrolla imágenes de esa tensión al establecer un contrapunto entre el destino del movimiento de independencia en Cabo Verde y en Guinea-Bisáu contra Portugal (triunfante en septiembre de 1973, a pesar del salvaje asesinato de su líder Amílcar Cabral), y la sociedad exhausta, conflictuada, hipermoderna y supersticiosa del Japón industrializado. Una voz de mujer en off lee las cartas enviadas por un cameraman ficticio, un tal Sandor Krasna (son textos de Marker, en realidad), quien ha visitado y realizado los documentales de aquellos países que se nos aparecen en forma de un patchwork alucinante. Con frecuencia, las imágenes son introducidas en un video sintetizador Spectron, al que su inventor imaginario, Hayao Yamaneko, ha llamado “La zona” en homenaje a Andréi Tarkovski y la película Stalker. Las figuras en movimiento se reducen a sus siluetas, a sus espectros transparentes. La historia se ha transformado en un drama de fantasmas.

Cené en la misma mesa de Kumar Shahani, de Jérôme Baron, director del Festival de los Tres Continentes que se realizará, según costumbre, en Nantes a fines de noviembre, y de Guillaume Mainguet, el coordinador del taller cinematográfico “Producir en el Sur”. Este año, el taller cuenta con la asistencia de seis equipos venidos de Taiwán, África del Sur, Costa Rica, Chile, India y Georgia. Hablamos de Herzog y de Buñuel, cuyo cine es un modelo perenne para nuestro Kumar.

 

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11 de noviembre

Mi prima Marie-Françoise y su marido, Jean Serra, llegan de visita a Nantes en el tren de las 11:06. Se alojan en casa. Estoy muy contento de tenerlos aquí hasta la noche del viernes. Mi soledad tendrá un respiro. Los llevo a visitar la catedral, el castillo y su museo. Descubro unos mascarones de proa que me recuerdan el del Duchess of Albany en el museo de Tierra del Fuego. Más un retrato muy bello de una bretona imaginaria e ideal que el pintor Hippolyte Berteaux hizo a pedido de la empresa Lefèvre-Utile, fabricante de las galletitas beurre LU, en el año 1900. Me llama la atención un crucifijo en marfil del siglo XVII, que podría haber sido tallado por africanos en las Antillas francesas. Almorzamos en un lugar encantador, La Mangeoire. Y tomamos una cerveza en la Taverne du Roy, frente a la Place Royale. Bellas conversaciones.

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12 de noviembre

Almuerzo con Fernando Rosa Ribeiro y la fellow recién llegada, Livia Holden, antropóloga italiana, quien trabaja en la Universidad Internacional Karakoram, en el territorio de Gilgit-Baltistán, el más septentrional de Pakistán. La profesora Holden nos contó acerca de la situación social y política de ese país al pie de las montañas del Karakórum, casi tan elevadas como las del Himalaya. Allí vive y enseña: una región disputada por Afganistán, China y la India, pero administrada aún por Pakistán, donde viven aisladas entre las montañas poblaciones de lenguas y religiones dispares. Las comunidades están agrupadas en tribus, que forman a veces reinos bajo el cetro de un monarca electivo y, por lo general, extranjero. Los marcos políticos son muy fluidos. Desde el punto de vista religioso, los shiitas constituyen la mayoría. No obstante, sus prácticas de flagelación suscitan el rechazo vehemente de los sunitas y de los propios ismaelitas, partidarios de la Shia que se distinguen por seguir al imam Ismael, bisnieto de Ali, y por negar la piedad de las autoflagelaciones. De las tribus proceden los estudiantes de la Universidad Internacional, quienes aspiran a formarse para iniciar una carrera administrativa en el Estado pakistaní, pero suelen verse arrastrados al fracaso por las fidelidades y obligaciones tribales o por las agresiones del ejército contra los habitantes de toda la región. Tendré que seguir preguntando sin agobiar a Livia. Nunca escuché nada semejante. Quisiera viajar mañana mismo al lugar, si fuese posible.

Françoise Rubellin nos convocó esta tarde para mostrarnos los resultados de su investigación como profesora de literatura francesa de la edad clásica en la Universidad de Nantes. Tema: “Coerción e inventiva en los escenarios del siglo XVIII”. Luis XIV buscó construir una cultura en la que el Estado monárquico tuviese el monopolio y el control de las actividades estéticas y científicas. El buen gobierno en esos campos se identificaba con una academia para las ciencias, un solo teatro y una academia para cada arte mayor, de cuyo desarrollo dependía el esplendor del rey. En 1669, fue creada la Academia Real de Música, de la que pasó a depender el espectáculo de la ópera. En 1680, fue fundada la Comedia Francesa, a partir de la fusión de tres teatros o compañías, entre las que se encontraban los comediantes de Molière. La única casa teatral a la que se permitió funcionar sin privilegio real y por fuera del monopolio del Estado fue la así llamada Comedia Italiana, presente en Francia desde la segunda mitad del siglo XVI merced a la influencia de las dos reinas de la casa Médici que tuvo la corona (Catalina, esposa de Enrique II, y María, esposa de Enrique IV). Los actores italianos fueron los primeros profesionales del reino y convirtieron a los personajes de la Commedia dell’Arte en las figuras centrales del teatro cómico: Arlequín, Pantaleón, Polichinela, Colombina. A pesar del interés personal que Luis XIV tenía hacia la Comedia Italiana, el rey ordenó la clausura de su teatro y prohibió sus funciones en 1697. Françoise cree que la razón de semejante medida fue la pérdida de público que padecía entonces la Comedia Francesa. De todos modos, otras formas del teatro libre, cómico y popular se abrieron paso durante el siglo XVIII en las ferias anuales de Saint-Germain y Saint-Laurent en París. La primera, situada donde hoy se encuentra el Odeón, tenía lugar entre febrero y marzo, con gran asistencia del pueblo, de la aristocracia y la gran burguesía. Allí se vendían tejidos de buena calidad, bienes suntuarios, vestimentas de moda y funcionaban tres teatros estables. La segunda feria, emplazada donde hoy está la Gare du Nord, se extendía entre julio y agosto. Su oferta era más simple, centrada en las necesidades del menu peuple, pues pocos ricos quedaban en París en los meses del verano, ya que preferían pasarlos en sus propiedades campestres. No obstante, en Saint-Laurent también se hacían representaciones teatrales.

En 1762, un incendio destruyó las instalaciones de la feria de Saint-Germain. Su restauración se prolongó por diez años. Pero la experiencia teatral que los parisienses habían vivido en la feria anterior al incendio alimentó la memoria estética de Francia en el resto del siglo. Los grabados y la pintura nos recuerdan aquella época dorada de la comedia popular y sus variantes circenses: el equilibrista o “danzarín de cuerda”, el dentista del Gran Mogol, el vendedor de triaca, la exhibición de animales raros, como la rinoceronte Clara, que recorrió Europa entera, pintada por Pietro Longhi en Venecia en 1751 y por Oudry en Saint-Germain en 1749. Françoise nos mostró una tabaquera de 1763, decorada por el miniaturista Louis-Nicolas van Blarenberghe, en la que se ven los ingresos a los tres teatros de la feria antes del incendio, un espectáculo de marionetas y un negocio de venta de cuadros. El detalle del hombre que compra su entrada para una de las salas, en cuatro centímetros cuadrados de la pintura, es asombroso. Toda esa agitación del mundo teatral no expresaba sino un conflicto amplio y siempre reeditado en el siglo XVIII, que se llamó la “guerra del teatro”. La Comedia Francesa exigía, una y otra vez, de las autoridades de la ciudad o de la policía el cumplimiento de los privilegios reales que la amparaban. A cada reparo que la Comédie interponía, los actores y dramaturgos de las ferias contestaban con algún subterfugio ingenioso para evadir la ley. Por ejemplo: cuando se prohibía la representación de obras enteras, el teatro ferial respondía con la puesta en escena de piezas separadas que debía unir el público, estimulado por los indicios del fin o del comienzo de cada episodio aislado del argumento. Al interdicto del diálogo, se contraponía el monólogo o bien una serie de trampas astutas, como el simular que se hablaba con un loro, con una estatua –las chinas eran las preferidas–, con un fantasma (las contestaciones del loro, de la estatua y del fantasma corrían por cuenta de un actor escondido). Si no se podía hablar francés, pues se hablaba en jergas o se inventaban lenguas. Si directamente se prohibía el pronunciar un discurso, se actuaba con pantomimas o bien se componían “piezas mediante carteles”, es decir, se mostraba al público el texto de una pieza y los espectadores lo leían o lo cantaban en voz alta. Si acaso hasta los actores estaban proscritos, pues se los reemplazaba con marionetas. Tanto fue el desarrollo del arte de los títeres que, desde 1722, hubo óperas escritas para ser representadas con muñecos, generalmente parodias de grandes óperas como Hipólito y Aricia de Rameau, cuya versión titiritesca la profesora Rubellin nos pasó en un DVD reciente. Por supuesto que recordé de inmediato las lecciones de Roger Chartier sobre las óperas de marionetas compuestas por el infortunado judío brasileño, Antônio José da Silva, muerto en la hoguera por la Inquisición en 1739. Dos acotaciones finales. 1) Los trucos que Françoise nos enumeró, los conocemos por los documentos policiales donde se asentaron las denuncias de los delegados de la Comedia Francesa y se transcribieron los procedimientos contra los actores de los teatros feriales. 2) Aun en la Comedia Francesa, hasta bien entrado el siglo XVIII, hubo ciertos desbordes del público, como el de exigir asientos en el escenario para ver de cerca las actuaciones. Voltaire consiguió expulsar de allí a los espectadores en 1759.