La visita al enfermo

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SEGUNDA PARTE

CLAVES PARA LA VISITA
AL ENFERMO

Sin un corazón lleno de amor y sin unas manos generosas es imposible curar a un hombre

enfermo de soledad

MADRE TERESA DE CALCUTA

Buscar claves («llaves») para la visita al enfermo es algo así como preguntarse cómo entrar por la puerta adecuada al mundo del otro sin molestar, generando confort, siendo efectivamente una ayuda.

Para Doyle1 existe solo una regla para comunicarse con los enfermos, que es: «Responder con afecto y respeto, claridad y dignidad al contacto físico y al acompañamiento humano, como nos gustaría que otras personas lo hicieran con nosotros». Otros se atreverían a matizar y decir que, en realidad, la regla de oro no es la que invita a tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen a nosotros, sino cómo les gustaría a ellos ser tratados, es decir, centrarse en la persona del destinatario de la visita.

Una visita al enfermo debería estar impregnada de un planteamiento que se podría formular así en la mente del visitante (no en sus palabras): «Vengo a acompañarte». Atendiendo al origen etimológico a la palabra «compañero» (cum-panis, que significa «comer pan juntos»), de donde procede «acompañar», sería algo así como pensar: «Al visitar, voy a “sentarme a la mesa de la realidad” (el pan: sus necesidades, sus sentimientos, sus valores, sus posibilidades, sus anhelos…) y lo “masticaremos juntos”». Sí, muy metafórico. Pero muy sugerente: vengo para ti. Tú eres el protagonista. Caminemos juntos al son de tu ritmo, con la sinfonía que haya que tocar según tu partitura.

Porque, en efecto, en la experiencia del sufrimiento, como defendía san Agustín2, para las personas existen dos maneras de percibir el tiempo: el tiempo objetivo (una hora) y el tiempo subjetivo (la vivencia de una hora). Por lo general, para el enfermo, la percepción del paso del tiempo es lenta y pesada cuando se sufre –una hora de sufrimiento es eterna–, mientras que en caso contrario, cuando se está bien parece que los relojes vuelan. «El tiempo no es una cuestión de longitud, sino de profundidad», decía C. Saunders.

Por eso no habrá claves más importantes que la centralidad de la persona del enfermo, la escucha activa, el uso saludable del contacto físico, el prudente uso de la palabra y la gestión moderada de las preguntas. En ocasiones será necesario aprender fundamentalmente a estar en silencio, pero estar. En otras, la visita podrá consistir en un «aprender a no estar» (lo que Nouwen llamaría el servicio de la ausencia3), y en otras, lo mejor que podremos hacer será sencillamente compartir algunas actividades de entretenimiento y ocio que distraigan a la persona del riesgo de centrarse solo en la experiencia negativa por la que está atravesando.

Una de las claves previas a la visita al enfermo es la claridad y nobleza de las motivaciones. Las razones que conducen a una persona a la cabecera del enfermo pueden ser muy diversas. Para algunos, la visita a los enfermos forma parte de la rutina del trabajo; para otros se trata de satisfacer la obligación del vínculo familiar; otros lo hacen por formalidad y cumplimiento o –digamos– por sentido de solidaridad (que admite muchos grados); y hay otros que han sido llamados por el mismo paciente o por el personal de asistencia. Lógicamente, cada situación crea expectativas distintas e incide en el espíritu de la visita. Por ejemplo, el estado de ánimo con el que se visita a un paciente que ha solicitado hablar con una persona es distinto de aquel con el que se realiza la visita porque los familiares o amigos tienen esa costumbre, sin consultar sobre su oportunidad. La nobleza de las motivaciones estará relacionada con la centralidad y protagonismo de la persona visitada y la oportunidad del momento.

1 D. DOYLE, Domiciliary Terminal Care. Edimburgo, Churchill Livingstone, 1987.

2 R. BAYÉS / M. MORERA, «El punto de vista del paciente en la práctica clínica hospitalaria», en Medicina Clínica 16 (2000), pp. 141-144.

3 H. J. M. NOUWEN, La memoria viva de Jesucristo. Buenos Aires, Guadalupe, 1987, pp. 41-42.

3

PRESENCIA PLENA

Estoy convencido de que, en un principio,

Dios hizo un mundo distinto para cada hombre,

y que es en ese mundo que está dentro

de nosotros mismos donde deberíamos

intentar vivir.

MARC BRICKMAN

No habrá palabra oportuna y hospitalaria en la visita al enfermo si no está profundamente arraigada en la gran clave de la hospitalidad, que es la escucha. Cuantos más ejercicios hago de supervisar alumnos de counselling, más tomo conciencia de la diferencia que hay entre oír la «historia» que el ayudado trae consigo y narra, y el verdadero significado que tiene para su biografía personal. Sentirse escuchado, comprendido en el mundo de los sentimientos, captado en el voltaje emocional personal, ser visto con el ojo del espíritu, son frutos de la escucha hospitalaria. No es posible escuchar sin lo que hoy, cada vez más, se denomina como «presencia plena».

Una de las prácticas que se han traspasado desde las disciplinas espirituales a la vida actual y al mundo de las relaciones de ayuda y el acompañamiento es la de la presencia plena. Es una clave para la visita al enfermo. Se trata de estar presente realmente, con todos los sentidos. Es la tradición la que mejor enfatiza esta actitud.

Presencia plena y relación de ayuda

No es fácil vivir entregados conscientemente a las acciones y experiencias cotidianas, conduciendo la mente, focalizándola, vaciándola de los contenidos ansiosos, de las expectativas, aprensiones, prejuicios, anticipaciones, enganches con el pasado o posible futuro.

Actualmente, esta práctica milenaria, que tiene una fuerte conexión con la meditación y ha sido traducida del budismo como mindfulness, se está enseñando como una técnica también para los profesionales de la ayuda psicológica, y bien vendría considerarla como clave para la visita al enfermo.

La presencia consciente mejora la comunicación y la afectividad, pues, al interactuar, estamos realmente allí, presentes, escuchando, abiertos, vacíos de ideas preconcebidas y, al mismo tiempo, fluyendo con la energía del enfermo.

Es vital además incluir en el estar presentes la apertura de corazón, el sentimiento de aportar lo mejor de nosotros en cada momento y conectarnos con un sentido de colaboración y servicio propio de la actitud empática.

En el fondo se trata, en todo caso, de una consideración de la importancia de no quedarse meramente en los síntomas que el enfermo presenta, sino conectar realmente con el significado profundo que estos tienen para la persona. Y ello requiere una atención concentrada.

El zumo de manzana

La presencia plena comporta una seria disposición de quien quiere ayudar a otro, a detenerse ante la realidad y aclararse con buena dosis de autocontrol. De acuerdo con el Buda, cada uno de nosotros tiene una semilla de mindfulness, pero habitualmente olvidamos regarla. Requiere entrenamiento. La práctica de detenerse es crucial. ¿Cómo nos detenemos? Nos detenemos tomando conciencia de nuestra inhalación, nuestra exhalación y nuestros pasos: respirar en conciencia y caminar en conciencia. Podríamos decir: estar en la ducha en conciencia, preparar el desayuno en conciencia, trabajar en conciencia, escuchar en conciencia.

Para explicar las implicaciones que la presencia plena tiene, un budista cuenta que vivió en una ermita y que un día llegó una familia de refugiados que había escapado de Vietnam. El padre estaba buscando trabajo en París y le pidió que cuidara de su hija de cinco años, Thuy, que significa «agua».

Thuy y otra niña se quedaron con él y llegaron al acuerdo de que, al atardecer, cuando fuera el momento de la práctica de la meditación, ellas se irían a dormir y no hablarían ni jugarían más. Un día, Thuy y otras niñas estaban jugando cerca de la ermita y entraron a pedir agua. El budista tenía zumo de manzana que un vecino le había regalado. Le ofreció un vaso de zumo a cada niña. La última porción del zumo de manzana le tocó a Thuy, quien no quiso tomárselo, porque tenía mucha pulpa. Dejó el zumo sobre la mesa y se fue a jugar. Aproximadamente una hora después volvió muy sedienta buscando agua. El budista le señaló su vaso de zumo de manzana y le preguntó: «¿Por qué no te lo tomas? Está delicioso». Ella miró el vaso de zumo y vio que ahora estaba muy claro, ya que, después de una hora, toda la pulpa se había depositado en el fondo. Se lo tomó muy contenta.

Después, la niña preguntó por qué el zumo de manzana se había aclarado, y el budista le contestó que había estado practicando meditación durante una hora. Y ella comprendió: el vaso de zumo se mantuvo quieto y se aclaró. La niña dijo: «Ahora entiendo por qué tú practicas meditación: quieres aclararte». Imitamos al zumo de manzana o el zumo de manzana nos imita a nosotros.

En efecto, la capacidad de hacer silencio interior aumenta las posibilidades de aclararse y estar presente –con presencia plena– en la visita al enfermo.

Lo que la presencia plena implica

Jon Kabat-Zinn, referente en este tema, dice que la mindfulness comporta una serie de actitudes de fondo:


No juzgar. Una actitud que los meditadores llaman epoché. Hablar con alguien sin juzgarle o juzgarse permite experimentar que cualquier persona encaja con su discurso.
Paciencia. No es posible el desarrollo de esta actitud sin trabajo, sin entrenamiento.
Mente de principiante. Podría referir también un genuino asombro de niño ante cada persona.
Confianza en las personas. No tanto en los resultados cuanto en el camino que recorrer.
No luchar. No ofuscarse saboteándose a sí mismo a través de oposiciones dialécticas.
Aceptación de la experiencia tal y como viene y es.
Dejar ir o, lo que es lo mismo, que fluya la relación o desasirse, desapegarse. No tratar de explicarlo todo o de encontrarle sentido a cualquier conducta, sino relacionarse habitado por la libertad.

La presencia plena nos ayuda a reconocer qué está pasando en el momento presente. Practicar mindfulness no requiere que vayamos a un lugar especial o que hagamos cosas raras. Podemos practicar mindfulness en la cotidianeidad. Podemos hacer las mismas cosas que siempre hacemos –caminar, estar sentados, trabajar, comer y hablar–, excepto que las hacemos con conciencia de lo que estamos haciendo.

 

Cuando miramos un hermoso atardecer, si estamos plenamente presentes, podemos conectarnos muy profundamente con el atardecer. Pero si nuestra mente no está presente y está distraída por otras cosas –si estamos preocupados por el pasado, o por el futuro, o por nuestros proyectos–, no estamos plenamente en ese momento y no podemos disfrutar de la belleza de ese atardecer. Mindfulness nos permite estar totalmente presentes en el aquí y ahora de tal modo que podremos disfrutar las maravillas de la vida, que tienen el poder de sanar, transformar y nutrirnos.

Cuando esto lo practicamos en la visita al enfermo, la admiración ante el ser humano que sufre y sus potencialidades se convierten en un escenario muy potente de salud. Y escuchar, entonces, se torna una forma privilegiada y profunda de hospitalidad.

BUENAS Y MALAS PRÁCTICAS

Malas prácticas

▶ Iniciar una visita planteando diferentes temas y en tono resolutivo, sin explorar antes el estado del enfermo.

▶ Imponer un estado de ánimo: «Hay que animarse», sin acoger con todos los sentidos la experiencia del enfermo.

▶ Distraerse con conflictos del pasado o planes para el futuro sin acoger la experiencia del presente: el aquí y ahora del paciente.

Buenas prácticas

▶ A ser posible, antes de visitar a un enfermo, dedicar algún momento de silencio interior, de relajación. No importa su duración, pueden ser segundos de disposición y apertura al encuentro.

▶ Coger el hábito de ser conscientes de nosotros mismos, de nuestro cuerpo, de nuestras sensaciones y sentimientos.

▶ Cultivar la admiración ante la naturaleza, las personas, respetando las diferencias: predispone saludablemente para el encuentro con las personas que sufren.

4

CENTRARSE EN LA PERSONA

El caso de la 2329, el hígado de la 2, la hemoglobina de la 8, el timbre de la 16, y dale y dale. Por más que en todos los congresos de salud y de acompañamiento se hable de la necesidad de personalizar y humanizar la atención a las personas, seguimos anclados en dinamismos que no favorecen una consideración integral de la persona. Voces reiteradas en diferentes lugares del mundo reivindican un modelo de atención centrado en la persona, tanto en la enfermedad como en la dependencia. Es una clave fundamental para la visita al enfermo.

¿Conseguiremos realizar los cambios necesarios para promover una medicina centrada en la persona? ¿Será que la atención a los enfermos y a la dependencia superará viejos modelos de atención individualizada, pero al fin y al cabo seriada, porque es igual para todos en cuestiones de hospitalidad, de institucionalización, de normas de funcionamiento y protocolos? ¿Estamos realmente en camino? ¿No habíamos empezado con el surgimiento de la psicología humanista y con el desarrollo de la psicología positiva y los movimientos en torno al holismo?

Los significados

Hay quien presenta este modelo de «atención integral centrada en la persona» como algo bien articulado en dos características consustanciales: la integralidad y la centralidad de la persona.

Cuando hablamos de atención integral, clave del acompañamiento y visita a los enfermos, lo que se busca es el desarrollo de una forma de atender y de una serie de servicios que van más allá de la mera prestación de atenciones médicas biologicistas y centradas en las necesidades. Se busca una articulación de los programas y servicios que permita el desarrollo máximo de los proyectos vitales de las personas en su entorno.

Por otro lado, además de la integralidad, la atención ha de estar centrada en la persona, es decir, ha de ir más allá de la atención individualizada clásica, muy centrada en las necesidades detectadas en la persona, y deberá hacer el esfuerzo por adaptarse a las características individuales de cada uno, estimulando y apoyando que la persona participe activamente en su proceso de atención, cuyo objetivo final es siempre el apoyo para el desarrollo de los proyectos de vida a los que aspire cada cual.

En el fondo, desde el modelo de atención integral centrada en la persona, los servicios formales se constituyen como valiosos apoyos para el bienestar de las personas. La visita al enfermo debería inspirarse en este enfoque.

Salud personal, no solo biológica

Este es el fondo del modelo de acompañamiento personal –relación de ayuda, counselling– que impartimos en el Centro de Humanización de la Salud desde hace quince años.

En realidad, en el fondo, la visita al enfermo debería impregnarse de los conocimientos del mundo del counselling, detrás del cual hay una antropología, obviamente. En todos los escenarios pretendidamente humanizadores se habla de «holismo», de consideración integral de la persona. En efecto, uno de los indicadores de un cuidado humanizador es la consideración de la persona ayudada en sentido holístico. La palabra «holístico» no está en el Diccionario de la Real Academia. Proviene del griego holos: todo, entero, total, completo, y suele usarse como sinónimo de integral.

El counselling centrado en la persona comporta acompañar en sentido holístico. Esto significa considerar a la persona en todas sus dimensiones, es decir, en la dimensión física, intelectual, social, emocional, espiritual y religiosa. Este modelo es sumamente útil para pensar todo tipo de visita al enfermo.

El counselling tiende a promover salud integral (holística). Es decir, queremos que la persona visitada haga experiencia de salud en su cuerpo; la haga también como armonía y responsabilidad en la gestión de su vida (con sus recursos, límites y disfunciones).

Así, una persona está sana físicamente cuando, al considerar su cuerpo, lo cuida y lo trata más que como cuerpo animal; lo ve en su aspecto de corporeidad: el ser humano entero en el cuerpo, superando viejos dualismos que veían a este como cárcel del alma y, en todo caso, con sus connotaciones negativas. El cuerpo humano, en efecto, evoca y vehicula la dimensión relacional. Se da salud física, pues, también con grandes límites en el cuerpo, como de hecho sucede cuando las personas sufren diferentes tipos de discapacidades.

De la misma manera, acompañar a la persona en sentido holístico supone generar salud también en el ámbito mental. La salud mental no es solo ausencia de patologías psíquicas, sino que la entendemos como apropiación de las propias cogniciones, ideas, teorías, paradigmas, modos de interpretar la realidad, libres de obsesiones y visiones cerradas y pretendidamente definitivas de las cosas y de la vida. A esto puede contribuir mucho el counselling.

Igualmente, la visión integral de la persona en el counselling comporta acompañarla a promover salud relacional, salud en la dimensión social. Se dará salud relacional cuando se pueda decir que una persona se relaciona bien consigo misma porque experimenta un cierto equilibrio en la relación con su cuerpo, porque promueve el autocuidado, la belleza, la autoestima. Una persona vive sanamente su dimensión relacional cuando experimenta paz con su «ser tierra», cuando se relaciona positivamente con toda la geografía humana física, cuando sabe disfrutar y tiene capacidad de posponer la gratificación. Una persona vive sanamente las relaciones con los demás cuando estas están impregnadas de buen uso de la mirada, cuando es capaz de experimentar ternura y vivir el contacto corporal de manera respetuosa y positiva, sin huir de él, pero sin invadir la intimidad ajena ni exhibir la propia. Una persona indica salud relacional cuando se reconoce interdependiente.

Pero hablamos también de salud emocional y nos referimos a ella en el marco de este acompañamiento holístico, porque la dimensión emotiva es una más de las que consideramos. Queremos generar salud emocional como manejo responsable de los sentimientos, reconociéndolos, dándoles nombre, aceptándolos, integrándolos y aprovechando su energía al servicio de los valores. La persona sana emocionalmente controla sus sentimientos de manera asertiva, afirmativa.

Y acompañar en sentido holístico a la persona significa también generar salud espiritual, es decir, conciencia de ser trascendente, conocimiento de los propios valores y respeto de la diversidad de escalas, gestión saludable de la pregunta por el sentido y adhesión o no, libre, a una religión liberadora y humanizadora, que no genere fanatismos, esclavitudes, moralización, sentimientos de culpa morbosos, anestesia de lo humano…

En realidad, el counselling interviene holísticamente, es decir, recupera la visión integral, va a contracorriente en relación con la mentalidad contemporánea, que va por el camino de la fragmentación y la superespecialización.

El que visita al enfermo, de alguna manera debería tener «ciertos conocimientos de counselling» y mirarse a sí mismo no como un técnico del modelo centrado en la persona, sino como una persona –vulnerable también ella– que se encuentra con otra persona. La clave: el encuentro; dos biografías construyendo salud.

BUENAS Y MALAS PRÁCTICAS

Malas prácticas

▶ Hacer todo por el enfermo, pero sin el enfermo.

▶ Considerar al enfermo como mero destinatario de nuestros cuidados.

▶ Usar imperativos, fundamentalmente en la relación, aunque sea con buena intención.

Buenas prácticas

▶ Considerar al enfermo protagonista en la toma de decisiones.

▶ Promover que el enfermo se cuide a sí mismo y determine en qué necesita ayuda, sin dejarle caer en una dependencia innecesaria.

▶ Ayudar a dar significados no fatalistas a la enfermedad.

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