Del pisito a la burbuja inmobiliaria

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La autarquía y el apoyo a los propietarios agrarios eran políticas esenciales del proyecto del Movimiento, pero el estraperlo las había malbaratado claramente a finales de los cuarenta. Esta circunstancia creaba fuertes tensiones internas en Falange y con los sectores católicos vinculados a la beneficencia y la asistencia social. Vicente Tarancón, obispo de Solsona (Lérida), publicó una homilía en la que afirmaba:

Durante estos diez años son muchos los que se han aprovechado de la escasez para hacer grandes negocios. Los que ocupan algún cargo en estos momentos no solamente deben ser dignos y honrados; deben parecerlo también y evitar con cuidado todo aquello que pueda servir de razón o de pretexto para que los demás duden de ellos (Del Arco, 2010: 74).

1.3 Inflación y crisis, el fin de la autarquía

Cuando en 1949 el Gobierno de España esperaba ser incluido en el Plan Marshall americano, salir a los mercados de deuda internacional y superar el aislamiento por la vía del «anticomunismo», el ministro de Hacienda era consciente de las limitaciones para todas esas metas que implicaba la autarquía, durante la cual «el índice del coste de la vida había alcanzado el 468% respecto a 1938» (Arriba, 2-7-1949).16 Poner en orden la inflación era la primera cautela para obtener de EE. UU. un crédito de 50 millones de dólares (Sardá, 1970). Se ordenó a los bancos la restricción del crédito con el consiguiente incremento del paro (Arriba, 6-7-1949).

El descontento acabó manifestándose de forma pública, con la primera acción de masas reivindicativa bajo el franquismo: la huelga de tranvías de Barcelona de marzo de 1951, seguida de acciones y huelgas contra la carestía de la vida. Un informe de Carrero Blanco, entonces subsecretario de Presidencia, advertía del deterioro de las condiciones de vida, incluso en la clase media, y de las posibles consecuencias sobre el clima social en un contexto de escasez y racionamiento (Molinero e Ysas, 2003: 280).

En abril, Arriba (8-4-51) dio a luz un informe que mostraba la «preocupación de los académicos de la Universidad Complutense sobre el crédito público, al cual auguraban serios problemas si no se atajaba la inflación»; aparecía junto a un editorial, «Batalla Económica», contra el encarecimiento de la vida, que acompañaba al decreto del Gobierno para la intervención de «los precios del arroz, legumbres, pescado, frutas, verduras y leche», y a un informe alarmante sobre la ínfima calidad de la leche en Madrid (Arriba, 7-4-51). Dos días más tarde, acusaba de la situación directamente al «Estraperlo»: «En la Zona Nacional durante la cruzada no hubo estraperlo, ni especuladores [...]. La situación actual se puede calificar de “pereza” [...]. Pereza es cuando no atajamos allí donde se presenten los actos contrarios al interés público» (Arriba, 10-4-51).

El 19 de julio, Franco nombraba un nuevo Gobierno, y el cambio trajo consigo la vuelta del Movimiento al Gobierno, pero también la elevación a rango ministerial de la secretaría de la Presidencia de Carrero Blanco (Opus). Con el retorno a la política, Falange encontró las posiciones consolidadas de los católicos, que acotaban su margen de actuación; así que construyó un espacio para su futuro con la política social.

En 1952 se terminó oficialmente el racionamiento, pero la salida a la autarquía, aunque necesaria, no iba a ser fácil, a pesar de la firma del «Convenio de Ayuda Económica» de 1953 entre España y Estados Unidos, que abría un nuevo periodo en la evolución financiera del país. En primer lugar, porque los acuerdos no podían conseguir que la balanza exterior española dejara de ser deficitaria. En segundo lugar, el presupuesto público, que no llegaba al 13% del PIB, dedicaba más de la cuarta parte a gastos de defensa, y un 3,5% a los programas de vivienda, y aun así era insuficiente. Los falangistas reclamaban en su periódico un impuesto sobre la renta que ayudara al aumento de los recursos públicos, pero no lo consiguieron, y la financiación de la economía, por tanto, siguió asentada sobre una oferta monetaria que aumentaba un 19% de media anual. La combinación de un presupuesto raquítico y un exceso de dinero en circulación «produjo una elevación del coste de la vida del 50% entre 1953 y final de 1957», y los mercados negros de divisas y mercancías proliferaron por todas partes (Sardá, 1970).

Los problemas estallaron en febrero de 1957. Mientras el profesor Velarde alertaba contra las presiones inflacionistas de la burbuja de deuda pública, impulsada por el recurso a la expansión fiduciaria y por el déficit de la balanza exterior (Arriba, 3-2-57), el New York Times advertía de los peligros de recalentamiento inflacionario inherentes al fuerte crecimiento de la economía española, el segundo índice de crecimiento de Europa17 (Arriba, 1, 2-2-1957). Los préstamos conseguidos en 1953 se habían gastado con rapidez y la deuda por la ayuda americana aumentaba en una progresión alarmante:

TABLA 1

Cooperación hispano-norteamericana (saldos deuda)


Fuente: Boletín Estadístico del Banco de España (Sardá, 1970).

En esa coyuntura, el Opus se presentó con el viejo programa de «Enriqueceos», siempre eficaz tras una guerra civil, al cual bautizaron como «modernización económica». Franco nombró un nuevo gobierno, dando al Opus la misión de normalizar el capitalismo español y conectarlo de nuevo con el mundo, reservando para Falange las carteras sociales. El final de la España autárquica tuvo su punto de no retorno en julio de 1959, con los acuerdos del Gobierno con el FMI y el pool de prestamistas internacionales, que financiaron con 418 millones de dólares18 el Plan de Estabilización (Arriba, 7-7-59).

1.4 La nueva clase obrera

Durante los años cincuenta, se coló en la escena social, y política, un nuevo actor. Al calor de las oportunidades abiertas por el Reglamento de Representación Sindical de 1953 y, sobre todo, por la Ley de Convenios salariales de 1958, nacerían CC. OO. y las organizaciones obreras surgidas desde la Iglesia; HOAC y JOC sufrirían un proceso de radicalización al contacto con las nuevas formas del sindicalismo opositor (Soto, 1998: 52). Estaba apareciendo una nueva clase obrera industrial, con la llegada a las ciudades de una fuerza de trabajo joven, numerosa y barata. Por primera vez en Madrid y otras capitales los obreros industriales suponían una mayoría, y en la capital se trataba además de obreros de grandes industrias. Llegados del campo en busca de una vida con más seguridades y de un futuro para sus hijos, los nuevos trabajadores emergen al mismo tiempo que los nuevos oficinistas, los activos del comercio, el transporte y las comunicaciones. Un cambio tan profundo en las clases trabajadoras tenía que reflejarse en la cultura reivindicativa popular:

Todos ellos aspiraban a acceder al empleo desde una vivienda propia, la cual estarían pagando toda su vida laboral y más allá. Las aspiraciones de esa clase obrera irían en el camino de la consecución de mejoras relacionadas con el Estado del Bienestar, los salarios y condiciones de trabajo, y las condiciones de vida asociadas a la vivienda y su entorno (Juliá, 1994).

A finales de los años cincuenta, el cine, la literatura y el arte, en general, parecían anunciar «un sentimiento privado de que todo no puede seguir igual en la década siguiente». Pero ese futuro se desarrollará política e institucionalmente con una parsimonia a veces exasperante. Max Aub, a su regreso a España en 1969, decía: «España ha cambiado del todo en todo; mediocre intelectualmente y mísera en lo moral. Con unos jóvenes que viven ciegos y no quieren saber del pasado». Habitada por «españoles sumisos y desinformados; desideologizados y despolitizados» (Gracia y Ruiz, 2001). Opinión compartida por la embajada británica (Hernández y Fuertes, 2015: 60).

Aunque Max Aub no lo percibiera, esa década, entre el Plan de Estabilización y su regreso, vio emerger las corrientes democráticas en España. A pesar de la represión, se dio el rechazo estudiantil al SEU falangista, y los triunfos sindicales de CC. OO. acompañaron las luchas obreras por mejorar las condiciones de vida y trabajo en la industria, la minería y la construcción, al tiempo que los movimientos juveniles anglosajones y europeos influyeron en los cambios profundos de la mentalidad juvenil hispana (Gracia y Ruiz, 2001). Coetáneo a esos cambios, en los arrabales y barrios de las grandes capitales se configuraba un movimiento vecinal democrático, que tendría efectos decisivos para la consolidación, en el imaginario de las clases medias y trabajadoras, de la cultura de tenencia en propiedad de la vivienda, emblema paradójico de la Arcadia falangista.

2. LA VIVIENDA EN LA POLÍTICA SOCIAL FRANQUISTA

Hasta que una oleada de justicia no limpie de amarguras las vidas y de rencor las almas, que nadie espere paz ni prosperidad, que nadie pida luz ni alegría, porque no habrá más que miseria, lobreguez e incomprensión en una Patria triste, pequeña y dividida (Girón, 1952, t. II: 145).

La política social fue un componente principal del afán falangista por construir en la conciencia de los españoles el mito de la comunidad nacional.19 Tras la derrota nazi-fascista, cuando en 1945 y 1946 los gobiernos europeos marcaban sus distancias con el franquismo, el régimen proclamaba su anclaje en lo social. Ante los delegados al III Consejo Sindical, Franco emitió el siguiente discurso: «Lo social que nosotros practicamos, ahora lo practican otros, y es que por encima de todo se va abriendo camino la era de lo social que nosotros anunciamos» (Arriba, 25-1-1945). Sin embargo, el franquismo, que «proclamó desde el primer momento su voluntad de establecer un nuevo orden nacional-sindicalista, que implicaba justicia social, trabajo y bienestar para todos los miembros de la comunidad nacional»,20 no contemplaba someter «lo social» al refrendo de esos miembros o ciudadanos. Muy al contrario, la política social era utilizada por el régimen como justificación de su política de persecución y destrucción de las organizaciones sindicales, democráticas y culturales obreras: «Solo se puede, legítimamente, recortar los medios de lucha de los obreros, cuando existe una política social por parte del estado que da solución a sus problemas» (Franco: Arriba, 19-7-1948).

 

La pretensión totalitaria era «imponer», como primera misión en lo social, una disciplina «a todos por igual», «técnicos, empresarios y operarios», sin distinción entre trabajadores ni «resabios clasistas», pues la jerarquía emanaba del Estado: «Cuando en las relaciones de trabajo hay injusticia por una u otra parte, ninguna de las dos tiene la culpa. Toda la responsabilidad es exclusivamente para el Estado que la tolera» (Girón, 1952, t. III: 119).

Las instituciones clave de esa política fueron el Ministerio de Trabajo y la Organización Sindical. El primero «canalizaba la actividad del gobierno en el ámbito de las relaciones sociales y la previsión social. La segunda puso en pié las obras asistenciales, entre ellas la Obra Sindical del Hogar» (Molinero, 2006). Durante sus dieciséis años de ministro, José Antonio Girón de Velasco defendió siempre que el Ministerio de Trabajo y la Organización Sindical eran dos instituciones complementarias al servicio de una política falangista, que marcaba él mismo como ministro. En 1943 decía:

Entendemos las Delegaciones Provinciales de Trabajo como Organismos del Estado nacional-Sindicalista [...] toda desavenencia o disparidad de opinión entre las Delegaciones de Trabajo y Sindicales constituye axiomáticamente una imperfecta recepción, por una u otra parte, del sentido único falangista (Girón, 1952, t. I).

La Vivienda, junto a la paz social y la Seguridad Social, conformaron los tres iconos propagandísticos, el relato principal, de la política social franquista. La vivienda fue, junto con la sanidad, el acceso más directo de Falange a la vida cotidiana de los ciudadanos de los barrios pobres y del suburbio. Esta afirmación se ilustra con la entrevista concedida en 1955 por Valero Bermejo a la revista Teresa de la Sección Femenina.21 A la pregunta «¿Cuál es el sistema de información que sigue el Instituto Nacional de la Vivienda para la adjudicación de viviendas y ajuares?» respondía:

La información la hace totalmente la Sección Femenina. [...] Las camaradas de la Sección Femenina de Madrid, vienen visitando estos sectores (chabolistas) y han preparado una información de cada familia: la composición familiar, lo que ganan, los lugares de trabajo; han visto también «lo» que tienen. Ahora sobre esas fichas, se están haciendo las clasificaciones e inmediatamente empiezan los traslados...

Los beneficiarios de viviendas sociales quedaban registrados y obligados por largos años de hipoteca, y los sindicatos (CNS) y el INV mantenían amplias facultades sobre los grupos de viviendas. Como señalaba el Reglamento de Renta Limitada:

Art. 107. Los propietarios e inquilinos de viviendas de renta limitada, vendrá obligados a mantenerlas en buen estado de conservación y a cuidar de su policía e higiene, quedando sometidas a la vigilancia del INV.22

Art. 110. Los inmuebles acogidos al régimen legal de vivienda de renta limitada ostentarán en lugar visible de su fachada o vestíbulo una placa metálica, grabada en vise y letra española, que llevará el emblema del Instituto Nacional de la Vivienda (yugo y flechas) y la inscripción siguiente:

MINISTERIO DE TRABAJO (posteriormente MINISTERIO DE LA VIVIENDA) – Instituto Nacional de la Vivienda. Esta casa está acogida a los beneficios de la Ley 15 de julio de 1954.

La política social de Falange también aspiraba a atraer los reductos históricos del sindicalismo. En 1946, Franco hizo un viaje triunfal a Asturias, en olor de multitudes (Arriba, 8-5-1946), donde se dirigió a los mineros del carbón en La Felguera:

Hay una libertad principal..., que es la libertad contra la miseria [...] Los trabajadores españoles tienen que ser el guardián más firme de la revolución, porque no es indiferente para ellos el que la Patria sea más grande o más pequeña. Cuando vienen las crisis y las calamidades, solo resisten los que tienen reservas; pero no los que viven al día, que tienen que ganarse el pan con el cotidiano esfuerzo.

No parecían percibir los franquistas la discordancia de su mensaje con la militarización de las minas, que estuvo vigente hasta 1953. Ese año, viendo que era incompatible con el nuevo estatus occidental del régimen, se escenificó el fin de la militarización con una petición del Consejo Sindical de Oviedo al Gobierno (Arriba, 14-11-1953).

En Vivienda, como en toda la política del régimen, se disponía bajo el amparo del caudillo, el hombre que todo lo pensaba y que para todo encontraba solución. Este culto fascista al líder se repetirá durante toda la larga vida del dictador y su régimen. Girón fue uno de los redactores principales de las letanías del culto franquista: «Franco afrontó decididamente, desde el primer momento, el problema nacional del mejoramiento de la vivienda y protección del hogar familiar» (Málaga, 1949; Girón, 1952, t. III: 131).

En 1953, cuando el Gobierno se prepara para desarrollar toda una serie de iniciativas que cambiarían el paisaje urbano español, condicionando el empleo de varias generaciones, el ministro de Gobernación, ante los arquitectos reunidos en su VI Asamblea proclamaba: «(En 1938) El Caudillo, que tiene esta preocupación constante por todo lo urbanístico, ya robaba horas en el frente para ocuparse de sus problemas...» (Blas Pérez: Reconstrucción, 115, 1953).

Y cuando en 1958 se aprobaba el Plan de Urgencia Social, que debía construir 60.000 viviendas en Madrid para los chabolistas, Arrese nos recuerda que no hubieran sido realidad sin el aliento social de Franco.

Entre todas las necesidades ninguna está más grabada en el ánimo de Franco como ésta de la justicia social, entre todas las formas que la justicia social nos presenta, ninguna más íntimamente ligada con el futuro del hombre como ésta del hogar.

¡Arriba España! ¡Viva Franco! (Arrese, 1966: 1381).

Los protagonistas del discurso social de la vivienda fueron José Antonio Girón, ministro de Trabajo, y José Luis de Arrese, secretario general del Movimiento. El discurso social lo puso Girón, un «camisa vieja» que representó la cara populista del primer franquismo y fue también el encargado de aplicarlo. Su estilo, imitación del cliché sindicalista del cine, estereotipo del «tipo duro» portuario, o de falangista recién llegado de la pelea, le creó una reputación que le fue muy útil durante su largo desempeño como ministro. Su ideario era José-Antoniano, resumido en la guerra contra el «liberalismo» y el «marxismo», siempre a la espera de la «revolución pendiente».

Girón, que fue industrialista desde sus primeros discursos en la prensa falangista, tenía una cierta admiración por los anarquistas y los obreros revolucionarios. Sus arengas sobre los hombres rudos y rebeldes evocan las imágenes del cine mudo soviético.

Trabajadores, camaradas: [...] Asturias, constituye para nosotros una esperanza nacionalsindicalista. [...] Bastantes de vosotros nos conocéis únicamente a través de nuestros enemigos, pero nosotros os conocemos un valor positivo que es vuestra larga experiencia en la lucha social [...]. Estamos decididos a abrir los brazos a todos los españoles honrados que quieran combatir con nosotros, [...] por la Patria y por la justicia [...] Estamos hablando a hombres y preferimos la claridad de las palabras duras [...]. Aquí en Asturias, región que tiene tradición y capacidad revolucionaria como la que más, [...], todos esos brazos que se levantan encogidos y tímidos, sin convicción y sin fe, saludarán un día con más coraje que nadie a la [...] bandera roja y negra de la justicia o no se levantará en España ningún brazo falangista porque habremos perdido la Patria, la Revolución y la vida (La Felguera, enero de 1949; Girón, 1952, t. III).

Además de a los mineros, Girón cortejó a los pescadores y los trabajadores portuarios, incluidos los de la construcción naval. En unas reuniones de antiguos obreros jubilados de los astilleros (Unión Naval de Levante) de Valencia, con un equipo de investigadores dirigido por Ismael Saz (2004: 232), la práctica totalidad de los entrevistados, antiguos militantes sindicales, coincidía en su percepción de la ayuda de Girón a los obreros, porque hizo fijos a los trabajadores portuarios, apoyó los economatos y, sobre todo, «fue decisivo para que los trabajadores accedieran a las viviendas construidas por la empresa para ellos en las mejores condiciones». Los juicios eran prácticamente unánimes: «aquí nadie le hablará mal de Girón, ¿eh?», o más matizado, «es decir, no podemos hablar mal de Girón, nosotros, en Astilleros no podemos hablar mal».

En los años cuarenta y cincuenta la gran empresa era un contexto socialmente protegido. Los dirigentes obreros habían sido eliminados por la cárcel y las ejecuciones, y el hueco humano dejado fue sustituido por un contingente de excombatientes y confidentes de la CNS. Los trabajadores de Unión Naval de Levante entrevistados recuerdan el ambiente de sospecha y amenaza: «estábamos asustados». Además, al cabo de dos lustros, muchos de ellos no habían vivido otra circunstancia laboral distinta a la dictadura, o habían hecho lo posible por olvidar el pasado. Se explica, por tanto, que escucharan el discurso de Girón, independientemente del caso que le hicieran. Especialmente su retórica demagógica contra los «señoritos» en mítines obligados:

Esa caterva de privilegiados a quienes la injusticia mantiene francos de servicio, en eternas vacaciones, disfrutando un irritante permiso indefinido en el ejército español del trabajo [...] Ninguno de ellos podrá tolerar la unión de empresarios y obreros en apretado haz de solidaridad española, porque (ese día...) la riqueza creada por el esfuerzo colectivo será patrimonio de los hogares laboriosos y no podrá ser sustraída con habilidad de carteristas por vagos aprovechados (Girón, 1952, t. II: 146).

El otro actor principal, José Luis de Arrese, fue un personaje clave de los años de posguerra, que conformó la ideología de Falange para que armonizara, como FET y de las JONS, en la coalición reaccionaria donde la Iglesia tenía un papel destacado. Las tensiones entre Falange y la Iglesia fueron mitigadas por Arrese, asumiendo «El Testamento católico» como base del discurso nacionalsindicalista.

PROPIEDAD.- Del derecho a la vida nace también el derecho a la propiedad. En efecto: el primer hombre, al necesitar comer, buscó lo que podía servir para su alimento y lo tomó, es decir se apropió de ello. Después guardó lo que le sobró para otro día, para el invierno, para otros años y, por último para sus hijos; es decir fue creando las diversas etapas de la propiedad [...] Tras el primer hombre vinieron los demás... (Arrese, 1940: 48).

Trufado de citas católicas y referencias al pensamiento tradicionalista, el sincretismo elaborado por Arrese entre el sindicalismo falangista y el nacionalcatolicismo fue extraordinariamente útil en los años transformistas del fascismo español.

No gobernamos para hoy, sino para siempre; bebemos en la tradición y miramos al horizonte; no nacen nuestros principios fundamentales del capricho de la voluntad, sino de las verdades eternas, [...]. Por eso San Agustín dice: «ama a tu prójimo, y más que a tus prójimo a tus padres, y más que a tus padres a tu patria, y más que a tu patria a tu Dios», nosotros, quince siglos después, seguimos repitiendo la misma escala de amores: Dios, España, familia y sindicato (Arrese, 1941b: 21).

Arrese mantuvo siempre una distancia aristocrática y paternal,23 incluso cuando su discurso pretendía un lenguaje duro contra las injusticias del capitalismo.

El liberalismo hizo del obrero un perro y del dinero un amo. El marxismo hizo que el perro se volviera contra el amo que le pisaba. La solución del problema no está ni en morder al capitalista, como quiere el marxismo, ni en poner un bozal, como quiere el capitalismo liberal [...]. La solución está en hacer que el perro vuelva a ser hombre, y que nadie vuelva a maltratar al obrero. Es decir hacer que vuelva el espiritualismo y la justicia social (Arrese, 1941b: 13).

 

Durante 18 años, ambos fueron figuras de la primera línea del régimen, incluso modularon su discurso en Linares, cuando en 1944, conforme la guerra anticipaba el triunfo de los aliados, a muchos les entró un cierto pánico:

Y en este hoy tangible de la Patria; [...] las cosas están así: hay un pensamiento social revolucionario cuya realización se intenta, y que por encima de todas las dudas, [...], se logrará. Porque en la política, como en las demás manifestaciones de la vida, hay horas decisivas, horas de criba de los hombres, en las que unos pelean y otros huyen [...] Y todos los que no huimos, estamos sencillamente resueltos a no obedecer otra orden que la de nuestro Jefe de siempre (Girón, 1952, t. II: 36).

Sobre la política social de la vivienda, sus discursos fueron complementarios. Arrese la concebía como una mezcla de política social y triunfo del paternalismo católico arcaico: «No basta con buscar una guarida donde se lleva a cabo la mera habitación de unas personas; es preciso llegar a ese núcleo animoso, íntimo y confortable que en el idioma de Cristo se califica con el nombre de hogar» (Arrese, 1959: 92).

Girón, por su parte, consideraba que la política social de la vivienda servía al objetivo de superar la lucha de clases, exacerbada por el Estado liberal «deshumanizado».

Constituía un imperativo de justicia sustituir por viviendas acogedoras e higiénicas las miserables covachas donde el bravo nervio español de tantas familias humildes se pudre en un ambiente lóbrego, confinado y hostil. Era necesario defender la salud y el vigor de la raza, pero también servir una consigna más alta: la defensa del hogar español. Redimir a esas familias sin alegría de hogar, [...] a las que el antiguo Estado deshumanizado jamás supo tender una mano amiga de justicia y comprensión (Girón, 1952, t. III: 132).

Para Falange la vivienda en propiedad era un símbolo de la paz social. Proclamaba que la penetración del socialismo republicano se debía, «en gran parte a una desviación moral del obrero español», achacable a las «innumerables horas de ocio mal empleadas fuera de su hogar», un hogar del que se sentía desarraigado por «la falta de comodidades mínimas» (Arriba, 8-7-53). La vivienda acogedora sería un factor de reclusión familiar del obrero, que lo alejaría de las reuniones peligrosas. A la vuelta de un viaje a la República Federal Alemana, Arrese dijo a la prensa que su homólogo alemán sabía: «que la vivienda es el mejor modo de evitar el comunismo». Porque «no piensa igual el hombre que tiene un hogar caliente y familiar que el hombre que duerme en la terrible inmundicia de una chabola» (Arrese, 1966: 1353).

Ambos dirigentes falangistas compartían el gusto por la retórica y los largos discursos; se enamoraban de frases que reaparecían a lo largo de veinte años, a veces en el mismo periódico, y ambos eran profundamente antiliberales. En 1941, con motivo de la presentación del II Consejo Sindical, Arrese decía:

Vosotros sabéis que... Patria es hogar y el hogar no se siente en una choza, donde se meten hasta los huesos las inclemencias del tiempo, donde la santidad de la familia está pisoteada, donde no hay alegría ni luz ni calor [...] Que el hogar de muchos ha sido, hasta ahora, la taberna, la cárcel o el hospital, y que, por ello, estuvimos a punto de tener una Patria mandada por borrachos, por delincuentes y por enfermos (ABC, 3-6-1941).

Ya titular de Vivienda, repitió esas mismas palabras ante Franco en mayo de 1957, cuando presentó su equipo ministerial. Al tiempo que lanzaba la consigna, profusamente coreada, de «ni un español sin hogar», redundaba en su diatriba antiliberal de 1941, que tachaba a los políticos republicanos de delincuentes o enfermos (ABC, 9-5-1957).

Por último, la carencia de trabajadores industriales con experiencia, debida en muchos casos a las depuraciones antisindicales de posguerra, confería a la política de vivienda la virtud de fijar los «productores» en el lugar de trabajo. El Decreto de 16 de octubre de 1946 que regulaba la cesión de terrenos municipales a la OSH decía en su introducción:

La Obra Sindical del Hogar promueve la construcción de grupos de viviendas para ser adjudicadas directamente a los productores, y también concierta con las empresas privadas la edificación de viviendas para su personal [...] [los beneficios de este decreto] son concedidos precisamente para favorecer el enraizamiento de las clases productoras a los lugares de trabajo (Mayo y Artajo, 1946: 97).

3. LA DOCTRINA FAMILIAR DEL MOVIMIENTO

L‛Angélus: «Maîtres, enfants, domestiques, tous s‛agenouillèrent, têtes nues, en se mettant à leurs places habituelles [...] Ce fut la plus émouvante prière que j‛aie entendue [...] Cette assemblée recueillie était enveloppée par la lumière adoucie du couchant dont les teintes rouges coloraient la salle, en laissant croire ainsi aux âmes, [...] que les feux du ciel visitaient ces fidèles serviteurs de Dieu agenouillés là sans distinctions de rang. En me reportant aux jours de la vie patriarcale, mes pensées agrandissaient encore cette scène déjà si grande par sa simplicité. Les enfants dirent bonsoir à leur père, les gens nous saluèrent, la comtesse s‛en alla, donnant une main à chaque enfant, et je rentrai dans le salon avec le comte (Balzac: «Le Lys dans la Vallée», 1832).

Esta escena, al igual que la «Oración» de Millet, ambas llenas de nostalgia, refleja el sentimiento de quien asiste al final de una forma de vivir. Balzac mira al pasado para mejor resaltar lo que no le gusta del presente. Sabe que la potencia del mundo nuevo, el París capitalista y especulador, barrerá en pocos años todo lo que él amaba, aunque también limpiará la servidumbre que lo acompañaba. Su nostalgia no resulta patética porque, mientras se diluye, aún es reconocible. El nacionalcatolicismo no añora el patriarcado, quiere restaurarlo con violencia, y los falangistas deseaban conservar sus valores en una sociedad moderna, cuya base es la propiedad privada capitalista. La política familiar del franquismo resumía en sí misma lo arcaico del catolicismo español, y el secretario general del Movimiento era explícito al formularlo: «Nosotros consideramos (la familia) como el núcleo de la sociedad con todo su poder educativo y regenerador, y creemos que no se puede fundar ésta si no es sobre los principios básicos del patriarcado y de la moralidad cristiana» (Arrese, 1940: 85).

En 1945 el Fuero de los españoles declaraba indisoluble el matrimonio. Se consagraba el carácter cristiano de la familia española y se restauraba la autoridad sin paliativos del varón, poniendo en vigor el Código Civil de 1889. «El franquismo concedió a la familia un lugar privilegiado en la construcción del mito de la Nueva España. El núcleo familiar era la unidad primaria de la sociedad, una célula básica del cuerpo del estado y de la comunidad» (Nash, 2012: 178): «Para España jamás ha existido duda alguna de que la familia es la entidad natural fundamento de la sociedad» (Girón, 1952, t. IV).

Sobre la importancia central de la familia para el régimen no hubo matices. La Iglesia, los textos de Arrese y la filosofía de previsión social, coincidieron en que la política social se proponía la protección a la familia (Soto, 2007; González, 1997). Para la política laboral española la unidad no era el trabajador, sino el trabajador y su familia. «El salario “justo” (Pío XI) es el salario familiar» (M. Olaechea, obispo, 1953: 7).

El Fuero del Trabajo de 1938, que era la emanación de una ideología totalitaria, subordinaba las formas de la propiedad «al interés supremo de la Nación, cuyo intérprete es el Estado» (Fuero del Trabajo, XII-1), aunque relacionaba la familia con el derecho natural a la propiedad privada. Arrese, que era más explicito en su interpretación doctrinal, afirmaba que la sociedad se asentaba sobre unos valores que se correspondían con una trinidad cohesionada por la tradición: familia, propiedad y herencia; la familia patriarcal, para él, era la base que justificaba la institución de «la propiedad», el derecho individual trasmisible por herencia sobre el que se constituía el nuevo estado.